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Número 271-272

Serie XXVIII

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589 -1789

589-1789
Al iniciarse una nueva serie de Verbo correspondiente al año
1989, anunci~mos que queremos conmemorar comO se merecen
dos fechas que representan dos momentos cumbres en la histo­
ria; dos fechas que suponen hitos hist6ricos absolutamente an­
tag6nicos, pues lo que el primero afirmá es negado por el segun­
do. y lo que aquél construy6 fue derribado por éste; para etlo,
dada la importancia de las dos fechas, durante este año les dedi­
caremos especial atenci6n, publicando diversos
artículos dedica­
dos a tales acontecimientos y, finalmente, el último número del
año será monográfico, pues recogerá las Actas de la XXVIII
Reunión de amigos de la Ciudad Católica, que. Dios mediante,
celebraremos los dias 8, 9 y 10 de diciembre, con el tema «589-
1789». Con ello de;aremos de editar en libro las actas de las
reuniones y las publicaremos en un solo número de la revista,
lo que baremos también con las actas de la última reuni6n, ce­
lebrada en diciembre pasado sobre El poder, que se publicarán
en el primer número del año 1990, con lo que sin abandonar
las secciones fiias de doctrina pontificia y bibliografia, tendremos
un número anua/. monográfico.
589, es decir, el III Concilio de Toledo; 1789, es decir, la
Revoluci6n francesa. El sillar que supuso dicho Concilio para la
edificaci6n de
la ciudad terrena conforme a las normas divinas,
fue volado por
la Revoluci6n francesa, arrastrando tras de sí todo
el edificio de libertades a que
aquél babia dado lugar. En efec­
to,
el año 589 es importante porque en él se verific6 en el
III Concilio de Toledo la conversi6n oficial del pueblo visigodo
a
la fe cat6lica, abandonando el arrianismo. As!, se fundieron
en una
misma fe los hispanorromanos y los visigodos, y el rey
de todos ellos, Recaredo, proclam6
el catolicismo como religi6n
oficial del Estado.
La resistencia de la poblaci6n bispanorroma­
na, al arrianismo, su perseverancia en la verdadera fe y la gracia
de Nuestro Señor Jesucristo, lograron aquella conversi6n sincera
y
libre que constituy6 la auténtica cuna de España. Conscientes
de
la significaci6n que dicha conversi6n suponia para la salva­
ci6n de las almas, la historia nos documenta el iúbilo con que
los santos obispos de
la época, entre quienes destaca San Lean-
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ESTANISLAO CANTERO
dro, acogieron la confesión de fe de Recaredo y la alocudón en
que el rey tomaba a la Iglesia católica ba;o su protecdón.
No se trata de discutir sobre la nariz de Cleopatra, lo que
serla absurdo. Pero no resulta ocioso recordar las consecuencias
de un hecho que condu¡o a sucesivas epopeyas de heroísmo y
santidad. Porque España se formó católica en su pueblo y en
sus ·instituciones fuimos lo que fuimos, y hoy, aún somos lo que
somos. No sabemos lo que hubiera sido España o siquiera si
hubiera sido y qué hubiera sido de sus habitantes si aquel he­
cho no se hubiera producido. Lo que si sabemos es que nuestro
carácter y nuestra historia se for¡ó, sobre todo, ba;o el manto
de la religión católica: la Reconquista, la evangelización de Amé­
rica, Lepanto, el Siglo de Oro -siglo católico entre los siglos
católicos de las nadones-, nuestra «decadenda», las luchas del
liberalismo contra
la religión y la resistenda del pueblo y de la
Iglesia .. , todo se encuentra en germen en el III Concilio de
Toledo. ¿Solo por ese hecho? Es evidente que no. Pero contri­
buyó de forma dedsiva .al desarrollo de las instituciones cató/,i­
cas, a la libre actividad de la Iglesia y a la configuradón de una
sodedad heterogénea con libertades concretas. Por eso, no hay
que ver en esa fecha tan solo la conversión oficial del Estado
español, lo que fue importantisimo, sino que además hemos de
ver en ella un e;emplo de los beneficios de todo orden -no solo
espirituales- que acarrea la confesionalidad católica del Estado.
Frente al III Concilio de T odelo, la Revolución francesa sig­
nifica todo lo contrario. Su fecha conmemorativa, el 14 de ¡ulio
de. 1789, dla de la toma de la Bastilla, episodio menor en una
historia que comenzó mucho antes y que llega a nuestros dias,
constituye también un simbo/o, pues representa el golpe de pi­
queta con el que se iba a derribar un mundo y se proclamarla
un nuevo orden que nada quería saber del anterior. Así como el
III Concilio de Toledo no fue un acontecimiento repentino, tam­
poco lo fue la Revolución francesa, que no se fraguó y realizó
tras un momento de explosión de violencia populachera. Su ante­
cedente inmediato fue el filosofismo y el enciclopedismo del te­
nebroso siglo de las luces, cuya luminaria, por las antorchas de sus
filósofos se tornó en las llamas de un colosal incendio que arrasó
casi todo a su paso y cuyas consecuencias aún hoy perduran.
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La Revolución francesa no fue el triunfo de la libertad sobre
la tiran!a, no fue «el advenimiento de la Ley, la r(fsurrección del
Derecho,
la reacción de la Justicia», como la definió Michelet,
ni fue el pueblo quien de forma espontánea se constituyó en su
artifice
-como ha pretendido una historiogro.fia deudora espe­
cialmente de él-, ni tampoco las masas, sino que fue precedida
y
preparada, y en consecuencia, en gran parte, fue el resultado
de un siglo de odio a la religión, pues el XVIII, como escribió
HaZtJrd, «lo que quiso es abatir la cruz; lo que quiso borrar es
la idea de una c<>muncación de Dios con el hombre, de una reve­
lación; lo que quiso
destruir es una concepción religiosa de la
tJidtl». Entre sus progenitores más importan.tes se encuentran
Voltaire y Rousseau, fellecidos ambos en 1778, lo que no es obs­
táculo para que Michelet pudiera afirmar que cuando murieron
«la revolución estaba ya hecha en la alta región de los espiritus».
En efecto,
«la culpa es de Voltaire, la culpa es de Rousseau»,
la culpa es de un siglo que «se dedicó a filosofar» como escribió
Medelin; un siglo en
el que la palabra filósofos, a juicio de Wal­
pole, comprendía a
casi todo el mundo; el siglo de la república
de las letras, de los salones, del pensamiento polltico·abstracto y,
sobre todo, de las sociétés de pensée; un siglo de masoneria y de
incredulidad desatada, en el que «filosofar», ya al decir de ma­
dame de Lambert, «es sacudir el yugo de la autoridad»; un si­
glo en el que la unidad de los filósofos se encuentra, en opinión
de Burke, en su odio a la religión, y en el que tenían como ob­
jetivo, según W alpole, el derribo de toda religión; como reco­
nocería Matbiez, «mucho antes de tl'aducirse en sucesos, la Re­
volución
estaba hecha en los espíritus», y ésta «solo podía venir
desde
arriba».
No es que ignoremos las condiciones sociales y econ6micas,
la actitud de la monarquía, el papel de la nobleza y de la bur­
guesía ... , pero como ha recordado no hace mucho Massimo In­
trovigne, basándose
en gran parte en la magnífica interpretación
efectuada por Jean Dumont, en el fenómeno revolucionario que da
pie y desarrolla la Revolución francesa, es el «odio anticristiano y
antirreligioso
el principal motor de los protagonistas más conspi­
cuosy el eie en torno al cual giran los. acontecimientos y las ideas».
Y esta es también su herencia más perdurable y más nefasta.
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EST ANISLAO CANTERO
Los hombres del XVIII, los «filósofos» primero, su entorno
y los ilustrados más tarde, quisieron
la felicidad inmediata en la
tierra, una felicidad terrena, con lo que «el cielo se traerla a la
tierra», una felicidad que se convertía en un derecho cuya idea
sustituia a la de deber, según ha señalado Hazard. Para ello eran
suficientes las luces de la razón; de una razón que se basta a
sí misma, que sigue el camino de
la verdad y no yerra nunca;
pero
bahía que atacar a las ralees, al mal principal que se oponía
a tanta maravilla, al cristianismo, a la religión revelada, porque
solo hay verdades racionales tal
como lo explicó Hazard en un
libro que sigue manteniendo su interés.
Eso
fue obra de los «filósofos» que, como advirtió Cochin,
tenlan
fe en la razón hasta el punto que ésta se convirtió en oh­
ieto de culto, pues lo que se ped!a era menos servir a la razón
que creer, y «nada per¡udicó más al progreso de la razón que
su culto: de lo que se adora ya no se sirve uno más».
La conjunción con el «descubrimiento» de la «naturaleza»,
de una naturaleza imaginada y por tanto irreal, consecuentemen­
te dio paso al totalitarismo impuesto a través de la mítica vo­
luntad general; los males hasta e11tonces eran fruto de que no se
babia seguido a la «verdadera» haturaleza del hombre; descubÚr­
ta ésta, la consecuencia fue la imposición de un modelo social
en el que toda la realidad cae ba¡o el manto de lo polltico: el
totalitarismo
habla nacido y se habla puesto en práctica, especial­
mente gracias a las sociedades de pensamiento. Y, junto con su
anticristianismo, esta es la cara más auténtica de la Revolución
francesa. Desde entonces, podian, ya, unos pocos recabar para
si todo poder, para establecer una sociedad homogénea, para obli­
gar a ser libres a los pueblos y a los hombres en su nombre,
siendo preciso destruir cuanto se oponia a este proyecto qáe, a
cualquier precio, tenia que establecerse. El secuestro de la vo­
luntad popular en nombre del pueblo, es decir, la supresión del
pueblo por medio de
la voluntad general, tipico de la Revolución
francesa y especialmente del ;acohinismo, engendró una mentali­
dad que aún hoy perdura.
La persecuci61t de la Iglesia, el odio a la religión, la supresión
de los cuerpos intermedios, la prohibición del derecho de asocia-
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589-1789
cion, el jacobinismo, el terror, la uniformidad n¡tcional, la volun'
tad
general, el totalitarismo, la caída del Antiguo Régimen ... ,
todo ello es la Revolución francesa; no hn epi.sodiós o reaccio,
nes no queridas impuestos por las circunstancias; tampoco des,
viaciones que la ª"astraron al extremismo.
No fue
la revolución de la libertad, ni la revolución de la
igualdad, ni de los derechos humanos, como pretende una larga
historiograf!a bien representada por Soboul, a no ser que se des­
poje a estas palabras de todo sentido positivo. Tampoco pueden
sostenerse
las interpretaciones de Micbelet, Aulard, Jaurés,. Ma­
thiez, Lefebvre, Soboul o Vovelle; nada de explicaciones en térmi­
nos de lucha de
clases, ni de acción de masas, campesinas o urba­
nas; nada de «catecismo revolucionario», y de ah! los gritos de Ma­
zauric, Soboul o Vovelle contra Furet cuando se «revela» contra
la vulgata leninista-populista o la mazaurico-subouliniana. Nada
tampoco de la interpretación edulcorada respecto a su actitud
con
la Iglesia efectuada, entre otros, por los historiadores demó­
cratocristianos.
Nada, tampoco, de la libertad y de los derechos
del hombre como herencia beneficiosa de la Revolución· francesa
una vez depurada de sus «desdichados excesos».
¿ Libertad? Los años de Revolución francesa testimonian con
amplitud que
dicha palabra pasó a designar los crímenes más
atroces que el hombre pueda imaginar: desde los miles de gui­
llotinados a las masacres de· Nantes o de la politica de extermi­
nio
i tierra calcinada en V endée, a las guerras revolucionarias. o
las napoleónicas. Hoy la libertad se entiende depe.ndiente de la
voluntad general, interpretada por los «representantes del pueblo'».
¿Derechos del hombre? Existentes solo para quienes goza­
ban del favor durante la revolución. ¿Cuáles son? Georges Le'
febvre nos lo dijo: «La Declaración proclama los derechos del
hombre, pero deja a la ley, que puede variar con las circunstan­
cias, la tarea de determinar en qué medida, igualmente variable
con·· las circunstancias1 pueden ejeri::erse estos derechas, con tal
que la ley sea la expresión de la voluntad general, es decir, de la
mayorla de la comunidad». Por ello, no ha de extrañar que hoy,
en el reinado de los derechos del hombre, puedan imponerse le­
yes como las permisivas del aborto; de ahl que Juan Pablo II
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ESTANISLAO CANTERO
hable de monstra legum y que se esfuerce en dar un contenido
radicalmente distinto a los derechos humanos de aquél que le
dio
la Revolución francesa y que es el que hoy goza de mayor
predicamento. En
fin, si feste;aremos con regocijo el XIV centenario del
III Concilio de Toledo, pero, como ha escrito Dumont, no «ce­
lebraremos» 1789.
EsTANISLAO CANTERO
Verbo ha publicado diversos artículos que directamente se refieren a al­
gún aspecto de la Revolución francesa, que a continuación indicamos:
DENTE, Maurizio: Joseph de -,Jdaistre y sus consideraciones sobre Francia,
núm. 243-244.
EI.fAs DE TEJADA, Francisco: ¿Qué es el ;acobismo1, núm. 169-170.
LEMAITRE, Jules: El discurso sobre la desigualdad y el contrato social de
Juan Jacobo Rousseau, núm. 183-184.
ME»ELIN, Louis: El crepúsculo de una monarquia: «LA culpa es de Vol­
taire ... », núm. 159-160.
MATTEI, Roberto de: Agustin Cochin y la historiografía contrarretJOlucio­
naria, núm. 145-146.
RoPS, Daniel: El e;emplo de la Revolución francesa (extractos de su libro
«La Iglesia de las revoluciones», núm. 13.
GAMBRA, Andrés: Reseña de los libros de ]ean Dumont: «La Révolution
fran~aise ou les prodiges du sacrilege» y «PourquOi nous ne telebre­
rons pas 1789>, núms. 241-242 y 257-258.
CAzmm.o, Estanislao: Reseña del libro de Roberto de Mattei «Idealita e
dottrine delle Amicizie, núm. 207-208.
Asimismo, aunque la temática relativa a la significación de la unidad
católica y la confesionalidad del Estado es abunilante por haber sido ob­
jeto de consideraci6n en numerosos artículos, especialmente · aquellos que
se encuadran: en la clave A-71 de nuestro índice temático, Verbo· ha pu­
blicado los siguientes artículos que directamente se refieren a la si.gnilica-
ción del catolicismo en España: . ·
ARMAS MEDINA, Gabriel: Sentido religioso en la historia de España, nú-
mero 70 (1968).
JuAN PABLO II (~en.tos sobre»: La España cristiana. Su tradici6n re­
ligiosa y cultural, núm. 209-210 (1982).
MENÉNDEZ PEuYo,_ Marcelino: Epilogo de ·su Historia _de los heterodoxos,
núm. 2 (1962).
ÜRLANDIS, José: Los origenes de la unidad religiosa en España, núm. 253-
254 (1987).
ARMAS MEDINA, Gabriel: Resefia del libro de Rafael GAMBRA, La unidad
religiosa y el derrotismo cat6lico, núm. 39 (1965).
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