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Número 277-278

Serie XXVIII

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Un santo en la corte

UN SANTO EN L, CORTE
POR
M.uu:o SoRIA
Del siglo XVIII sólo conocemos d aspecto que por lo general
nos cuentan los historiadores, eco casi siempre de las teorías
triunfantes. A las doctrinas contrarias y

a
los. vencidos con dlas se
les asigna d papd de villanos o, si el escritor les es favorable,
el de
mártires de una tradición a punto · de desaparecer o de su­
frir gravísimo menoscabo. Conforme a la versi6n más difundida
( que
se· extiende desde las sesudas

investigaciones históricas hasta
d cine y la tdevisi6n), desarr6llase en aquella época una gigan­
tesca ideomaquia entre los ilustrados y los representantes de la
ignorancia y d atraso cultural y econ6mico de los pueblos. Los
primeros cuentan en sus filas a la parte más rica, distinguida
y
culta de
la sociedad europea, mientras que · los otros se apoyan
en
la plebe, arguyen arcaicos sofismas y tienen a su servicio in­
genios cuyo saber versa sobre asuntos muertos. Este criterio con­
tribuye a sepultar en d silencio nombres ilustres de la época, a
ridiculizar a las personas cuya actuaci6n brillante no cabe igno­
rar, a concebir a quienes naden contra corriente como mero apén­
dice o reverso de los figurones, conforme
ocurre, por ejemplo,
con Palissot, Frer6n y Nonotte respecto de «les philosophes».
Pero la realidad abarca mucho más que
d esquema donde in­
tentan recluirla los narradores 'políticos, sociol6gicos y culturales
al uso.
El espíritu de cualquier siglo es. como un poliedro dd
cual ve la tosquedad o el· prejuicio éM tratadista sólo algunas
caras. Teniendo, además, en
cuenta que las ideas denominadoras
de una época ( en este caso,
la llamada ilustraci6n) suden ser
fruto de la propaganda, la moda y la imitaci6n, más que de un
genuino · deseo de · conocer la verdad. Las teorías de esta clase
impoitán con frecuencia s6lo por su denominación extrínseca, no
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MARIO SORIA
por su contenido. Aparte de ello, son patrimonio de grupos muy
restringidos, aunque capaces
de acreditar tales teorías y de acre­
ditarse a sí mismos como portadores de un mensaje benéfico para
la humanidad. Los otros
grupos sociales, sin comparación más
numerosos que aquéllos, carecen
del eficacísimo sistema de bom­
bos mutuos y son inmunes a las preocupaciones, consignas y aficio­
nes
en boga, ganándose; por lo tanto, el sambenito de incultos
y constituyendo
una especie de tierra de infieles, de refractarios
a
la luz de la razón. Nada importa que tengan una cultura de
rancio abolengo, más o .menos desarrollada según
la categoría
social (sabios o pueblo): tampoco, que la hayan mamado -por
así decirlo---con la leche materna y transmitan ese conocimiento
a
las generaciones posteriores; ni que vivan una existencia digna
y libre según
la misma. Para ellos «nulla est redemptio». Y esto
es, a nuestro juicio,
lo que de modo ostensible ocurre respecto
del
siglo XVIII. El remedio, siquiera parcial, de tal injusticia surge
de una reacción espontánea de la sociedad.
El hastío del materialismo; de la pornografía, del hedonismo;
de
la impiedad, no sólo prepara el éxito de las grandes novelas
sentimentales, sino que
. también induce a buscar una trascenden­
cia
que había negado el espíritu seco y presuntuoso de la ilustra­
ción. Así, los inquietos se vuelven
de nuevo hacia el cristianismo
y suspiran
por los misterios que · ha dejado escapar la red tan
soberbia como
poco apretada de la razón. Y para llevar a cabo
su propósito suelen reunirse
en grupos de amigos de pensamiento
afín, animándose mutuamente a seguir el buen camino. Tal es,
entre muchos, el círculo llamado de Münster, constituido en tomo
de la princesa Amalia Galitzin. Allí los contertulios leen a
San Agustín, Angel Silesio, San Juan de la Cruz, Taulero, Santa
Cátalirla de Siena. Allí acuden Overberg, Hamann, Matías Oau­
dio, el conde Federico Stolberg· y otros influyentes personajes de
las letrás, la política, la: vida universitaria.
También
sé forman en esta época asociaciones de ingenios
atraídos
por el afárl de descubrir (mediante el estudio de la cá­
. bala hebrea, la teurgia neoplatónica, la filosofía de Boehme, los
libros herméticos,
la:s fórmulas de la: vieja lllquimia) los misterios
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de la naturaleza, las <;ircunstancias de la caída original, las vías
ocultas de la Providencia. Los curiosos se juntan. en conventícu­
los
de iniciados, opuestos por lo general a los conciliábulos donde
se conspira contra la religión y se abrigan proyectos revolucio­
narios. El esoterismo y la
masonería sirven a veces de puerta de.
retomo a la ortodoxia o, por lo menos, no constituyen obstáculo
para
abrazar la fe. Tal es el caso de Zacarías Wémer, José de
Maistre, Julia de Krúdener, Lavater, Willermoz, Luis Claudia de
San
Martín.
Las dos tendencias que acabamos. de señalar abrigan, más o
menos explícitas, una antropología y una cosmología peculiares,
que
se oponen frontalmente al endiosamiento de la razón, o sea
a
la pretensión de analizar de forma exhaustiva hombre y mundo
de acuerdo con unos cuantos esquemas abstractos. En esto coin­
ciden con sensualistas y románticos,
pero no se contentan con el
escepticismo y la sensiblería. Pretenden evitar la embriaguez, tan­
to de los sentidos como de la especulación pura. Rehúsan encerrar
la inteligencia en la cárcel de
percepciones, impresiones y afectos,
si bien rechazan por igual las leyes físicas inmutables como
las
leyes históricas ineludibles, esquema las últimas de una hipoté­
tica evolución de
la humanidad o, para decirlo con otras pala­
bras, versión moderna de
la. fatalidad y fruto de un racionalismo
refinadísimo.
La antropología, al contrario del optimismo iluminista, suele
hacer hincapié en el pecado original y sus devastadores efectos.
Este resulta un rasgo común
(mutatis mutandis), tanto de los
grandes teólogos ortodoxos. de la época (Bellelli; Berti, José Valla,
Concina, etc.) como de los filósofos y místicos que florecen en
la
frontera, y aún más allá, de la Iglesia ( el marqués de San Martín,
Oberlin, Dutoit, Salzmann, Martfnez Pascual, Carlos de Eckhar·
tshausen, H'.emsterhuis y otros), y que
aportarán numerosas teo­
rías a poetas y pensadores de
la generación posterior (Novalis,
Ballanche, José de Maistre,
H'.olderlin,. Federico Schlegel, Fran-
cisco Javier de Baader, Jacobi... ). . . .
Respecto de la cosmología, lejos están nuestros curiosos y
desasogados de rendir culto a los cánones por que se supone
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regirse la, naturaleza o. de acatar como inapelable d resultado de
la experiencia artificiosa de los laboratorios. Ellos conciben los
sucesos dd mundo material y del inmaterial como efecto de una
gigantesca catástrofe
metafísica y moral, cuya explicación única·
mente
la teología cristiana puede darla de forma exhaustiva. La
caída adámica constituye, por lo tanto, d .comienzo de la historia
y, .. establece las características de esta última; después, son acon­
tecimientos fundamentales la encarnación de Cristo, su muerte y
su resurrección. Fin de la historia
no es d progreso . económico,
sino la palingenesia universal.,
Por consiguiente, la existencia. hu­
mana no se halla sujeta fundamentalmente ~ la uniformidad del
suceder llatural ni a las leyes f!sicoquímicas; está sometida a la
acción de la Providencia, que momento a. momento, con ind~­
cia de cualquier rdaci6n usual de causa. a efecto, determina lo
que le ha de pasar a cada persona y al cosmos por entero. ,Porque
la naturaleza no consiste en un repeinado conjunto de fenómenos
análogos y
d entramado conforme al cual aquéllos se ordenan;
es
más bien una balumba. de. hechos heterogéneos desplegada si­
guiendo una engañosa regularidad, producto ésta . más de una
consideración deficiente que cuidadosa
y . que puede alterarse de
súbito; hechos cuya inteligibilidad radica en
la libérrima. volun­
tad divina y en la libre aceptación
dd individuo al cu~ concier·
nan o que los observe.
En contraste con las abstracciones de la
fiiosoffa irreligiosa, la atención se centra en lo concreto y pecu·
liar, de tal manera que hasta el tiempo
y el espacio no son enti­
dades
de extensión homogénea, pues . se componen de elementos
disimilares, cada uno de los cuales exige para ser comprendido
wia consideración especial .
. Por ello escribe un gran asceta .Y trusrico.de este tiempo, el
jesuita Juan Pedro de Caussade: «El momento presente es
siem­
pre un tesoro infinito, y tan rico que excede con mucho a vues­
tra -habla a sus lectores-capacidad ... Habláis, Señor, en par­
ticular a todos los hombres por cuantos ,sucesos experimentan
a cada instante . . . V
os habláis a todos los hombres en general
por. todos los acontecimientos que se suceden en el uoiverso» ( 1).
(1) «El abandono de si mismo en la Providencia divina», JI, ca9s. J y 4.
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Tesis semejantes, que se. encuentran .en las antípodas de Montes·
quien, desarrolla otro notable autor• espiritual del siglo de las
luces: el también jesuita Juan Nicolás Grou. El principio
cosmo­
lógico subyacente en la concepción de ambos hijos de Loyola no
es, pues, la ley derivada de la esencia
de las cosas, sino el mila­
gro continuo, perceptible mediante la inteligencia iluminada por
la fe. Y este principio, al contrario de lo que podtía creerse, fo ..
menta, además de la exaltación religiosa y poética, la investiga­
ción científica, siempre que a la naturaleza no
se la conciba a
priori como un inmenso ahnacén. Si no la cosmologla toda de
Grou y de Caussade, al menos el talante que la hace nacer, la
intuición del fundamento espiritual de los seres
· de este mundo,
anima las especulaciones e investigaciones de Maupertuis, Bonnet;
Haller, Stahl. E igualmente inspira,
ya algunos años más tarde,
las doctrinas
de Novalis Y Jas teorías mediante las cuales ciertos
disdpulos de Schelling intentan desarrollar una. ciencia natural
basada, tanto en la observación y la experimentación, como en la
fantasía y la aprehensión de lo divino inmanente en el universo.
Por desgracia, esta última tentativa de sacralizar el conocimiento
del mundo morirá a manos del materialismo posterior.
V alga esta introducción para indicar que la persona a la que
vamos a referirnos no es en su siglo rara avis) ni una antigualla
ideológica, ni un beato maniático. En medio de la efervescencia
secularizadora, subsiste una intensa religiosidad representada;
aparte de los nombres arriba citados y

a los
que podríamos añadir
infinitos más,
por. cristianos que, con menor brillo intelectual,
impregnan
su vida de fe y caridad excepcionales.
* '* *
Luis Juan María de Borbón, duque de Penthievre, hijo del
conde de Tolosa, nieto por lo tanto de Luis
XIV: y de la señora
de Montespán, nace en Rambouillet, el dieciséis Je noviembre de
1725. Es el último heredero de los bastardos legitimados del
Rey Sol (2). Muy joven todavía, en 1742, empieza su vidá mili-
(2) Todos los datos concernientes a la vida del duque los tomamos
dd libro Le duc de Penthievre. Sa vie. Sa mort, de Honorato Bonhomme,
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tar. Al año siguiente recibe el bautismo de fuego en Déttinghem;
combate valientemente· e,i. Fontenoy, el once de mayo de 1745.
Sin embargo, poco después abandona
la carrera militar (1746),
hacia la que
no 'siente inclinación alguna. Cumple su deber dé
príncipe
y gentilhombre, peleando en -el campo de batalla y asis­
tiendo al rey, pero considera la guerra un mal y trata de reparar
sus excesos
y crueldades. Antes de entrar en combate, siempre
escucha misa y comulga.
Casado; en 1744, con María Teresa
de Este, hija del duque
de Módena, se retira al castillo de
Rambouillei, donde vive con
su madre {viuda desde 1737) y
su mujer. De ésta tiene siete hi­
jos. Tres mueren en edad temprana, cuando los niños empiezan
a ser más·_ amables que nunca, por· slls caricias y sus gracias, y
uno sucumbe al nacer, ocasionando la muerte de su progenitora.
Le quedan, pues, dos vástagos: el que habrla de ser príncipe de
Lamballe y la duquesa futura de Orleáns, esposa de Felipe Igual­
dad
y madre del rey Lúis Fdipe.
Es" nuestro personaje inmensamente rico. Luis XIV había de­
jado a los
dos hijos varones que engendró de la Montespán ( el
duque del Maine y el conde de T alosa; tuvo otro más, el conde
de V exin,
pero éste murió niño) los bienes necesarios para ase­
gurarles una posición brillante en el mundo e independizarlos de
lá buena o mala disposición que. hacia ellos sintiese la rama ·reinan;
te de la familia. Corriendo el tiempo, los dominios que posela el
duque del Maine (hermano mayor de Tolosa) y habían heredado
sus dos hijos, recaen, por muerte sin descendencia de estos últi'
mos, en Penthievre. Dichos bienes, unidos a la inmensa fortuna
que
el duque ya tiene de su padre, hacen de nuestro personaje
uno
de los señores más opulentos de su tiempo. Dueño de más
de la sexta parte de Bretaña; de los .. p¡ilacios de Rambouillet,
publicado en París, en 1869. Otros estudios que tsmbién ponetno1, a con­
tribución son _ La feunesse de Pbüippe Egalité, de Amadeo Britsch (París,
1926); La princesa de Lamba/Je, de Alberto Emilio Sore! (Barcelona, 1944);
Los,orik.e1'es de·la Francia C.Oniemporánea1 de IDp6litO Taine (París, 8/d);
Historia del mundo en la edad moderna, vol. VII (Barcelona, 1956); Vida
privada del prlncipe de Conti, escrita por G. Capón y R. Yvo-Plessis
(Parfs; 1907). ·
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UN SANTO EN LA CORTE
Saint Cloud, Anet, Eu, Vernón, Sceaux ... ; de los señorios de
Aumale, Crécy, Lesigny, Brie, Dreux, Chateauvillain y unp larga
lista
de pueblos y tierras, muchos con sus respectivos títulos de
nobleza, A esto hay que añadir ]os privilegios de caza y pesca,
que
lq hacen prácticamente amo de todos los animales de sus
fincas, así como los derechos señoriales sobre
muy diversos .puer­
tos marítimos y comUllPS. Según= relación de enero de.1788,
tiene Penthievre
más de dos millones y med.io. de libras anuales
de renta patrimonial, aparte
de seiscientas once mil en sueldos
y pensiones concedidos cada año por munificencia real ( 3
).
Luis Juan María es un cuidadosísimo administrador de su
fortuna. En una sociedad dnnde el despilfarro parece ser la regla,
empezando por el trono, el duque vigila todos los gastos de su
casa, discute núnuciosamente
¡:on sus adnúnistradores .las cuen,
tas, analiza los presupuestos que le presentan
y procura mejorar
continuamente
sus posesiones. Pero esta vigilancia que conserva
su riqueza y -aun la incrementa, en contraste con tantos aristócra­
tas contemporáneos suyos arruinados o a punto de serlo y que
sólo gracias a la generosidad del
ei:ario o la detentación de las
fincas eclesiásticas logran desplegar el. boato habitu¡tl ( Pro venza,
(3) Si se considera que el gobierno francés recauda el año cita.do
( conforme al estado de cuentas redactado por orden del cardenal de Lo­
ménie de Brienne, primer ministro) algo -más de cuatrocientos setenta y
dos -millones de libras, y& descontados los empréstitos, Penthievre percibe
el equivalente de más de medio centésimo de los ll!gresos ordinarios del_
fisco, cantidad exorbitante, a primera vista, puesto que ciento cincuenta
rentisfus como él juntos serían-·más ricos que la. corona. De otra parte, el
patrimonio de
nuestro personaje, unido a1 del duque de Orleáns y a los
de los condes de Artoi& y Provenza, hermanos del rey, suma la séptima
parte del territorio. Todo esto pattce escandaloso, según el criterio rno-,
demo, sobre todo teniendo en cuenta que la población de Francia alcanza
én esta época veintiséis millones de personas. Pero hay que tener en cuenta
que los magnates son auténticos distribuidorés · de riqueza y que además
actúan a menudo como empresas aseguradoras y banCOS. Que· la disttibu~
ción esté sujeta al capricho y al despilfarrq del titular Oe la fortuna, es
indudable, aunque, si bien se mira, no tan sujeta como lo está hoy a las
alcaldadás el erario o el presupuesto de cualquier ministerio. Al menos
aquellos señ~ tenían trabas morales que nO detienen a. los_ políticos del
presente.
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Artois, Conti, Rohán-Guemenée, Soubise, Bouillón, Chartres,
Choiseul, Polignac, Condé, Dillón y mil otros); esta vigilancia
--- la explotación intensiva de la tierra, actividades a que ya se
en'
tregan entonces muchos miembros de la nobleza, identificándose
en esto con la burguesía.
El duque mantiene; por ejemplo, varias
costosas
fincas de recreo, únicamente para evitar el perjuicio que,
caso de enajenarlas, irrogaría a los
vasallos suyos que en ellas
viven.
De otra parte, dona grandes sumas de dinero para cons­
truir esclusas, hospitales, mercados, plazas', fuentes públicas, es­
cuelas, hospicios. Abre para distracción de los parisienses el mag­
nífico parque de Sceaux, donde la duquesa del Maine había te­
nido en otro tiempo una corte renombrada y se había refugiado
Voltaire. Cuando vende su tierra
de Crécy, a los pobres que en
ella habitan
los transfiere a otro· de sus predios, alojándolos en
el asilo de San Justo, cerca de Vernón.
En este
hombre, inmensamente rico y universalmente respe­
tado, cebóse la desgracia. Y

a hemos hablado de la muerte de
su
padre y de cuatro hijos suyos. El último, fallecido al nacer, le
cuesta la vida a
la madre, en 1754. Esta pérdida conduce al
desesperado esposo a
la_ Trapa, donde vive algún tiempo llorando
y rezando, y adonde va después a menudo en peregrinación, per­
maneciendo en el monasterio· largas semanas, -costumbre que sólo
la revolución interrumpe. El año de 1766 ve abandonar este
,mundo a la condesa de Tolosa, madre de
Pentbievre. Y menos
de dos años más tarde, muere sin descendencia, víctima de una
enfermedad venérea, degenerada probablemente en septicemia, el
heredero y único hijo varón superviviente de nuestro personaje:
el príncipe de Lamballe, de apenas veinte años. (El joven, al
contrario de su padre, es un libertino desenfrenado; se enamora
locamente
de las actrices y prostitutas más corridas de París;
recién casado, abandona a su mujer
para desalarse en busca de
las golfas
que· 10 han encandilado, entregándose a toda clase de
excesos; enlaza una orgía con otra y paga a las mancebas roban­
do las joyas de su propia esposa, etc.). Le queda a Pontbievre
sólo una bija, María Adelaida, una de ias herederas más ~icas
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UN SANTO EN LA CORTE
de Europa, que se casa. con.el duque de Chartres (más tarde,
como ya dijimos, duque de Orleáns). El matrimonio es desgra,
ciado. El marido, disoluto inconegible, .dilapida su propia fortti­
;na y la de su mujer. Durante la revolución, sea por ambición o
por cobardía, Orleáns vota la muerte de .su primo Luis XVI, "
quien. Penthievre honra como soberano. y jefe de su familia. Con.
la mujer de Lamballe, María Teresa de S..boya Cariñano, joven
de diecinueve. años en 1768,
al enviudar, el suegro adquiere una,
hija ·a la que ama tiernamente: La .princesa retribuye ese afecto
con filial solicitud, pero también aporta una buena. cantidad
preocupaciones. Enfermiza, nell!Ótica, celosa, no muy inteligente,
apasionada por. María Antonieta,
la hace sufrir intensamente el
carácter
veleidoso de la austriaca:. Su melancolía es causa de
prolongados desmayos, quizá
logra sanar del todo.
La muerte de María Teresa, en horrorosas
circunstancias,. cuando.
las matanzas de. septiembre de 1792, no
es el último golpe que sufre el duque_ El veintiuno de enero del
año siguiente es guillotinado el. rey. Penthievre, al que hasta ahora
han respetado
los revolucionarios, recibe la noticia en su residen­
cia de Vemón. Muere el cuatro de marzo de 179 3, sólo un mes
antes de que la convención decretase.
el encarcelamiento de todos
los Borbones y
el secuestro de sus bienes. La autopsia del ca­
dáver demuestra que el hombre de Sesenta y siete años tenía aún
robusto el cuerpo; las penas habían precipitado la defunción.·
También es para
el duque motivo de dolor o, mejor dicho,
de reabrir viejas heridas, la venta de
Rambouillet. Esta propie­
dad, .donde nuestro personaje había edificado el panteón de su
familia, era desde hacia tiempo codiciada
por Luis XV, quien, .so
pretexto del permiso dado por el propietario para construir un
pabellón de caza, mandó levantar todo un castillo. Luis XVI no
ansía menos que su abuelo recuperar para la corona un dominio
en cuyo bosque abundan ciervos y jabalíes; y prácticamente obli­
ga a Penthievre a vendérselo. Este accede, con la condición de
llevarse. las cenizas de sus deudos allí enterrados, Y así lo
hace;
exhuma los restos de sus padres, iu mujer y sus seis hijos. Los
cuerpos son conducidos a la cripta de la colegiata. de San Esteban
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MARIO SORIA
de Dreux. La. tortura que causa al duque el lúgubre ttaSlado,
casi da fin a su vida: hay un momento, durante el viaje, en que
el desfallecimiento parece acabar con el pobre. hombre.
Durante
el régimen antiguo, Penthievre .ocupa el cargo, más
honorífico que efectivo, de gobernador de Bretaña, adonde acude
a · los veintidós años para ocuparse de fortificar la península con­
tra los ingleses, y mucho tiempo más tarde, en 1774, para apaci,
guar uns provincia irritada por las disputas entre el parlamento
y
el comandante general de la misma. En vísperas de la revolu­
ción,
aconseja a los soberanos realizar las economías y las refor­
mas políticas imprescindibles. Después
de los célebres sucesos de
julio
de 1789, lo nombran alcalde de la comuna de La Brie y
comandante en jefe de la guardia nacional de varias poblaciones.
Su inmenso prestigio, así como
el ser suegro de Orleáns, le da
fama de hallarse cerca del partido «popular». Es casi el «príncipe
ciudadano». Acepta
no sólo los cargos que le ofrecen los revo­
lucionarios, sino que aprueba que sus allegados los acepten. Al
comienzo, lo aclaman
las ciudades por donde pasa; preside algún
banquete 'patriótico; entrega, como ofrenda a la Francia nueva,
su vajilla
de oro y plata a la .casa de la moneda. Detenido en Eu
con su hija, se le guardan, sin embargo, toda clase de consi­
deraciones. Y en Vernón,
su'último refugio, los habitantes plan­
tan delante del castillo
de Penthievre un árbol de la libertad.
El discurso del alcalde es un homenaje al príncipe y la ceremonia
tiene como fin proteger al bienhechor de los pobres.
¿Cuál es el carácter de este hombre?
Manifiesta
--<:anforme a los testimonios de quienes lo tra­
tan-un temperamento vivaz y ardiente. El mismo confiesa ha­
ber nacido violento.
Pero una vigilancia continua de sus inclina­
ciones naturales lo vuelve paciente hasta ser la admiración de sus
conocidos.
Por su abuela paterna había heredado el ingenio ma­
licioso de los Mortemart. De su padre tiene una propensión a la
melancolía que las sucesivas desgracias sufridas acrecientan. Muy
sensible, sus innumerables limosnas quizá nazcan parcialmente
de este
rasgo de su personalidad. «Que me odien -'"decía en· UQll
carta-es uno de los dolores más intensos que puedo padecer».
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UN SANTO .EN LA CORTE
Sintiéndose .s0lo, Juego de enviudar, viaja continuamente de una
residencia a
oi.i,, y busca en la amistad y en el cariño que dedica
a
su hija y su nuera consuelo. para la tristeza. Por otra parte, a
este Borbón
.no .le gusta la caza. Al contrario de Luis XV, Car­
los III, Fernando IV de Nápoles, que pasan . la vida corriendo
detrás de los animales salvajes con una escopeta, el duque lee,
escucha leer, despacha una extensa
correspondencia, atiende sus
fincas, pasea, asiste a misa diariamente y reza el breviario. Sus
oraciones y meditaciones son largas; sus lecturas espirituales,
también. La Biblia es su libro favorito.
Su existencia tiene algo
del monje laborioso y del administrador atateado.
El enorme prestigio de que goza el duque de Penthievre y la
causa .de que hoy lo recordemos no nacen de su rango ni de su
riqueza. Nacen de su caridad. De él puede decir~ sin exagera­
ción, a juzgat por las declaraciones
de sus contemporáneos: «Per­
transfü benefaciendo». Protector del caballero Claris de Florián
(poeta, fabulista y moralista notable}, recibe Penthievre
de parte
del escritor, al ingresar éste en la Academia Francesa, en 1788,
un elogio público que muy lefos está de ser hiperbólico: «Se­
senta años de uoa vida pura y sin tacha lo han convertido en
objeto de la veneración pública. Su nombre, tantas veces bende­
cido por el pobre, nunca ha sido pronunciado si no es para
re­
cordar uoa buena acción. Nobilísimo y rico de nacimiento, favo­
rito
de la fortuna, ignora, sin embargo, si existen otros gozos
que el de ser benefactor ... ».
Pero si en las palabras de Florián puede haber alguna sospe­
cha de adulación,
¿ qué interés tendrán los republicanos en ha­
lagat al príncipe decaído? Ya hemos mencionado la plantación de
un árbol de la libertad a la puerta de Penthievre, pata prote­
.
gerlo de los furores revolucionarios. Poco más tatde, cuando está
el duque moribundo, el concejo municipal de Vernón acude a
pedirle
su. bendición pata.el pueblo y los magistrados. La muerte
del· «ciudadano Penthievre» así la lamenta un diario de la époqt:
«Todo el muodo sabe cómo usaba su riqueza, patrimonio del
pobre,
puesto en manos de la virtud. Ha pasado el tiempo de la
hipocresía y cada ciudadano llora sobre las cenizas del hombre
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bondadoso, humano y caritativo. La historia dirá que fue prínci­
pe, que nació en las gradas del ttono, que vivió. ttanquilo y some­
tido a las leyes cuando ese ttono fue derribado; pero la voz· del po­
bre resonatá siglo ttas siglo, llamándolo padte de los indigentes».
El duque no encarga la caridad: la realiza
él personalmente,
y algunos episodios de su vida parecen repetit narraciones de los
viejos santos medievales.
Así, no desdeña el ahumarse en la co­
cina, · si esto le parece necesario para atender a los menesterosos.
En cierta ocasión,
preséntanse inesperadatnente en Rambouillet
Luis XV
con varios caballeros· y damas de su corte, pidiendo de
cenar. Grande
es la sorpresa del alborotado tropel al recibirlos
Penthievre con un mandil puesto y cucharón en mano: está pre­
parando la sopa y el guiso de los necesitados, cosa que hace una
vez por mes, para enseñar a los cocineros del asilo que sostiene
el príncipe la calidad de los alimentos que han de proporcionar.
Los inoportunos henéspedes, sentados
en largas mesas rústicas,
acaban saciando el hambre con
el condumio hospiciano.
Curiosa resulta la diligente investigación con que el duque
busca pobres, que, vueltos raros gracias a
él en sus dominios,
los encuentta en lugares
más lejanos. Su secretario, el ya citado
Claris de Florián, rivaliza con nuestto filánttopo en esta especie
de montería caritativa que le cuesta grandes sumas a
Penthievre.
Aparte de los indigentes enconttados por azar, el príncipe gasta
en víveres y conservación de los asilos de San Justo y de Ram­
bouillet, en socorrer a ··su propia servidumbre (sueldos aparte),
.proporcionat a distintas personas pensiones, dar limosna a la
puerta de la iglesia,. etc., ochocientos
mil francos anuales, o sea
la cuarta parte de sus ingresos, conforme a la tasación mencionada
de 1788. Pero, además, hay que. contar el desembolso que impor­
tan
el mantenimiento de las fincas inútiles de recreo, las rentas
vitalicias .
a que está obligado
en virtud de diversos conttatos,
las. obras públicas realizadas a su costa, como los cuattocientos
· mil franco,s donados a la comuna de Andelys para consttuir un
hospicio. Antes de ceder a
Ios parisiensese el uso del parque de
Sceau:x, embellece la finca pensando en los paseantes futuros. Cha­
teauvillain tiene, gracias a él, un castillo núeV'O, una plaza, fuentes,
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UN SANTO EN LA CORTE
una escuela. Entre los niños recogidos por el abate de l'Epée, cé­
lebre educador de sordomudos, también hay varios cuya manu­
tención
paga el duque de Penthrevre. Las comunas de Anet y de
Amboise, al borde del hambre, reciben de su mano trigo y dinero.
Incontables son
las anécdotas respecto de las correrías de
Luis Juan
María de Borbón en pos de los pobres; de su habilidad
para ocultarse, su deseo de que lo ignorasen, la delicadeza con
que procede para no herir susceptibilidades,
la comprensi6n con
que enjuicia muchas transgresiones. No prescinde
de un servidor
demasiado costoso, porque
es alguien a quien conoce de mucho
tiempo atrás y estima. A unos cazadores furtivos sorprendidos
en sus tierras los pensiona para evitar la repetición del delito.
Dos pescadores de carpas, también clandestinos, reciben de
él el
castigo, con
la condición de solicitar ellos mismos la corrección
que les pareciere. (Los historiadores hacen resaltar esta conducta,
comparándola con
las de otros terratenientes, celosísimos de los
discutidos derechos de
caza y pesca; por ejemplo, un primo del
señor de Penthievre, el príncipe
de Conti, que en su dominio de
L'Isle Adam, yendo a misa, condena a un cazador furtivo a
su­
!rir cien baston112os y tres meses de calabozo) (4 ).
Cuando, en 1783, el duque se lleva d.e Rambouillet las ce­
nizas de su padre, su mujer y sus hijos, cuenta uno de los biógra­
fos de nuestro personaje que los habitantes del lugar, destocados
pese al frío de noviembre, contemplan con dolor
Ia fónebre co-
( 4) Se trata de Luis Francisco de Borb6n, penúltimo príncipe de Con­
ti, nacido en 1717 y muerto en 1776. Culto, inteligente, versado en políti­
ca, gustador de las bellas artes, amigo de Rousseau y de Diderot, libertino,
ateo recalcitrante, rechaza en su lecho de muerte las exhortaciones del ar­
zobispo de París, el ilustre Crist6bal de Beaumont, para enmendar in ex­
tremis una vida crim'inalmente desordenada. El hecho referido ·en el texto
lo relata la condesa de Genlis,_ testigo presencial. Poco después del suceso,
la escritora,
indignada, se queja a uno de los cortesanos del príncipe por
la crueldad de la sentencia, El interlocutor le replica riendo que todo es
co~ que de cuando en cuando--:representa el amo; que la pena redu­
ciríase a dos meses de · destierro y que durante ese tiempo se encargaría
Conti de la familia del delincuente. Ciertas bromas y venganzas del prócer,
aparte de su arrogancia, permiten por lo menos dudar de tanta· benignidad.
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MARIO SORIA
mitiva: huérfanos, viudas, pobres, niños, criados y alimentados
de
padres a hijos, durante casi un siglo, por los Penthievre, que
un poblacho habían convertido
en ciudad; de cabañas, hecho ca­
sas; que hablan dado generosamente la leche de sus alquerías, la
fruta de sus huertos, el trigo de .sus graneros, la madera de sus
bosques. Con los nueve féretros -sigue diciendo Le6n Gozlán,
citado. por Bonho=e--lbanse para siempre fruta, leche, trigo
y leña.
* * *
¿ Es santo, en el sentido estricto de la palabra, el duque de
Penthievre? ¿Tienen sus virtudes ese grado heroico que exige la
Iglesia para elevar a alguien hasta el honor de los altares? ¿O
se trata únicamente de un hombre bueno, sin que sus cualidades
alcancen lo extraordinario?
Hemds titulado este artículo «Un san­
to en la corte», a sabiendas de que no podríamos aportar prue­
ba· alguna. irrebatible de esa santidad presunta, sino

sólo indicios
basados en
hechos sorprendentes. Se han escrito varias biografías
apologéticas de nuestro personaje. ¿Por completo exactas? Eso
convendría detertninarlo.
¿.Será camino. adecuado para ello ini­
ciar un proceso de beatificación? Quizá, sí. Mas, para incoarlo
se necesitan, aparte del dinero que ~este el procedimiento ca­
nócico, impulsores, que bien pueden ser sus descendientes, cuya
riqueza procede en gran parte, si ~on atención se mira, de las
herencias acumuladas y excelente administración del duque (5).
También sería interesante
saber qué libros de espiritualidad lee
Penthievre, aparte del breviario y la Biblia. En las disputas re­
ligiosas de la época, ¿se inclina a favor de los jesuitas? Y res­
pecto ,del enciclopedismo, ¿tiene alguna opinión? No parece ... gue
lo arrebate la delirante recnolatría que apasiona a tantos con­
temporáneos suyos, ni que queme incienso ante los ídolos del día.
(5) Según el código antiguo de derecho can6nico, cualquier fiel podía
instar el proceso. La legislaci6n vigente, aunque difusa y confusa ( ¡cuánto
se echan en falta la precisi6n y concisión derogadas!), tampoco establece
nada contrario. Al menos, eso creemos.
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