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Número 289-290

Serie XXIX

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La marcha carlista sobre Roma. (Octubre de 1876)

LA MARCHA CARLISTA SOBRE ROMA
(OCTUBRE DE 1876)
POR
LUIS LAVAUR
A más de cien años vista, pudiera a bote pronto no metecer
categoría de noticiable lo que en r<;sumidas cuentas, y motivacio­
nes aparte, no pasó de ser un viaje colectivo, de un país europeo
a otro,
en el cogollo del tiempo del telégrafo, de los caminos de
hierro y el vapor. No así de relacionar aquel desplazamiento
con
el contexto ideológico. que lo generó y el increíble númeto
de
participantes involucrados. Visto así, simplemente asombroso.
Hasta el punto de que ni en sus niaximalistas ensueños de mo­
vilizador de gentíos en plan viajeto hubiera imaginado posible
de captar, en aquel tiempo
y de una sola tacada, la calenturienta
imaginación de Thomas Cook.
Y a de entrada, por el ámbito de lo inusitado, salta como
im­
previsto inicial, en el caso español, la fecha escogida para la ex­
cursión
aquí rememorada. Sorprendente por demás que, en el
otoño de 1876, al poquísimo de concluir en España una mortífera
y desvastadora guerra civil -la terceta carlista-salieran al ex­
terior unos cuantos millares
de españoles. Pero no en calidad de
exiliados, modalidad
en boga por tiempo excesivo, unas veces
para un bando, para su contrario otras, en
el x1x español, sino
salidos
motu proprio y con billete de ida y vuelta. Suceso que
patentizó algo inaudito que extraña no mereciera en su momento
el diríase obligado comentario desde perspectivas estrictamente
viajetas. El enorme potencial para salir de gira al extranjero, la­
tente hace más de un siglo,
en crecido número de españoles, mu­
chos de nada encumbrada posición social,
así como los medios
que una

España maltrecha
y en periodo de recuperación contó
para transportarlos. Extremos ambos evidenciados
por la irrup­
ción de millares de hispanos, que en octubre de 1876, todos
juntos
y en unión, desembocaron en el terminal de su gira: en
la grandiosa
plaza vaticana de San Pedro. Concurrencia con toda
probabilidad jamás recibida hasta entonces
por Roma, en su di+
!atado historial romero, procedente de una sola nación. La reví-
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Fundaci\363n Speiro

LUIS LAVAUR
sión de los surrealistas ribetes del episodio aportan datos válidos
para reducir a términos racionales
la peculiar idiosincrasia colec­
tiva de los españoles: para ser más específico, de ciertos españo­
les de hace algo más de un siglo. Resalta la relevancia del episo­
dio el hecho de no hallarse el año 1876 España para peregrina­
ciones,
ni Roma para jubileos. Tanto así, que muy bien pudo
darse por no celebrado
el Año Santo proclamado el año anterior,
a causa de que un lustro antes, y
al grito garibaldino de «¡O
Roma o Morte! », penetraron en ella, por las bravas y a cañonazo
limpio, las tropas unificadoras de Italia. Motivo para que ipso
facto el Papa Pío IX, entonces reinante, se constituyera volun­
tariamente prisionero en el Vaticano, al tiempo que
el Quirinal,
su residencia favorita en
la capital, pasara a serlo de la del rey
Víctor Manuel: recién
=omulgado y padre de aquel rey Amadeo
de Saboya, que mientras reinó en España tan rematadamente
mal
les cayó a los carlistas. Aconteciminetos, los de Roma, que a los
católicos europeos, .menos insumisos a sus gobiernos respectivos
que
sus correligionarios españoles_, indujo a reducir sus visitas a
Roma, hasta no resolverse
la confrontación entre dos poderes,
conocida por las cancillerías y prensa mundial como «la Cuestión
romana».
El impacto de un artículo periodístico.
Otra interesante cuestión, si bien en más reducido ámbito, el
elucidar el trasfondo de una peregrinación, cuya génesis visible y
legible radicó en un artículo publicado en 1876, en un periódico
carlista de fuste. En
El Siglo Futuro, fundado el dia de San José
del año anterior por el coruñés, don Claudio Nocedal, abogado
por
la Universidad de Alcalá de Henares, y periodista de nota,
quien en funciones de ministro de la Gobernación en un gobierno
presidido por el general Narváez, publicó en 1857 una
Ley de
Imprenta, restrictiva en sensible medida de la libertad de Prensa.
Durante
la larga y combativa vida de El Siglo Futuro -su­
perando clausuras, secuestros y multazos sin fin, su último nú­
mero se imprimió el 18 de julio de 1936--d periódico hubo de
aparecer con el subtítulo de
Diario Católioo, por quedar el tér­
mino carlista, como seña de identidad periodística,
terminante­
mente prohibido desde 1874 por disposición gubernamental.
No obstante, la adhesión del diario a la causa de don Carlos
era pública
y notoria el 26 de mayo de 1876, cuando el joven
Ramón Nocedal, director nominal del diario fundado
y regido
por su padre, publicó un artículo propugnando que un grupo de
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LA MARCHA CARLISTA SOBRE ROMA
<;atólicos españoles, en una especie de gesto solidario, se despla­
zara a Roma para felicitar al Papa en
el trigésimo aniversario de
su ascensión
al solio pontificio. Obviamente un pretexte¡ bajo el
que latía el deseo de rendir homenaje filial al Papa del Syllabus,
del Syllabus errorum ... (1865), el polémico anexo a la endclica
Quanta cura, cuyas 80 proposiciones y sus repudios al «liberalis­
mo católico»
- tífice--por coincidir con los postulados ideológicos y confesiona­
les mantenidos por la rama ultramontana del catolicismo europeo,
hallaron entrañable acogida
en el seno del carlismo español. Y
nada digamos en la ideología de don .Ramón Nocedal, camino ya
de merecer el epíteto de «El V euillot Español».
Y a señalado el escaso relieve conmemorativo de la efemérides
a
. celebrar por Ja conmemoración, cabe pensar en lo inadvertida
que hubiera pasado la iniciativa de
El Siglo Futuro, de no ha­
berse insertado, y bien de lleno, en una de
las dos Españas del
tópico, sin perjudicar en nada al éxito de la empresa la inconve­
niencia de lanzar una idea a contrapelo de los centros del poder.
Contingencia ampliamente compensada por el cálido respaldo
otorgado a través. de ciertos eficaces medios de propaganda y
di;
fusión, centrados en multitud de púlpitos, sacristías y tertulias
esparcidos por gran parte del país, propiciando no poco la
ma­
terialización del proyecto el momento de auge entonces vivido por
el partido carlista. Al engrosar sus filas, a partir de 1869, una
corrriente no exactamente de carlistas de pura cepa en el sentido
dinástico, sino
-el caso del propio don Claudio Nocedal-de
ciudadanos católicos acogidos a
la única bandera por entonces des­
plegada frente a la anarquía, el ateísmo y la revolución.
De
ahí el que desde sus inicios organizativos la peregrinación
enarbolara un llamativo banderín. Un matiz político tan acusado
como los textos del periódico que
la patrocinó, y en fechas de
hallarse la «Santa causa» al rojo vivo. Piénsese, calendario en
mano, en que nada más que cuatro meses antes de que El Siglo
Futuro
se pusiera a pensar en peregrinaciones, el 27 de febrero
de 1876, el pretendiente don Carlos de Barbón,
al frente de la
retaguardia de su ejército, y en una anábasis plena de dignidad,
se había visto forzado a reentrar en Francia, como Carlomagno1
por el paso pirinaico de V alear los.
Por lo que para un sector político, que acababa de ver aniqui­
lada la bandera de sus ideales en los campos de batalla, aquella
peregrinación ofrecía un tentador atractivo: el de servir de insusw
ruible cauce para desplegar en público, y de cara al ecúmeno,
un gesto colectivo
de supervivencia y rebeldía.
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]..UIS LAVAUR
Justicia exige reconocer la tolerante actitud mantenida al res­
pecto por el gobierno de don Antonio Cánovas, quien consecuente
con su política pacificadora, no opuso trabas de entidad contra
una peregrinación, altamente
politizada, que en su fase promo­
ciona! daba a fines de agosto
el último toque al programa, fijando
para el 15 de octubre, festividad
de Santa Teresa, la fecha del
homenaje peregtino al Papa.
Contra viento y marea ...
La peregrinación iba engrosando, notándose que tanto o más
apetecible para el romero que llegar a Roma era el salir de Es­
paña en ademán beligerante. Y cuanto más ostensible mejor. Al
·conocedor de
la veta brava del colectivo español en situaciones
límite, y de la berroqueña testarudez -recordado sea en su ho­
nor-del carlista del ayer, nada le extrañará lo mucho que al
éxito de la peregrinación cdntribnyó el diluvio de sarcasmos, re­
chiflas y vituperios, bajo el que un sector de la prensa de tenden­
cias antípodas a las sustentadas por
El Siglo Futuro pretendió
sofocar la cosa, sobre todo al hacerse evidente lo muy en serio
con que iba
tomando cuerpo.
Y con gran celeridad, promovida y coordinada por el par de
centros montados con el fin de incrementarla y encauzar el flujo.
Uno en la redacción madrileña de
El Siglo Futuro, inferior en
en eficacia enroladora
al banderín de enganche instalado en la
oficina de
La Revista Popular, de Barcelona, dirigida por el céle­
bre canónigo Morgades, futuro obispo de Vich y de Barcelona,
y según el Espasa
-yendósele estadísticamente la mano por las
rutas de la inflación numérica-«alma de la peregtinación lla­
mada de Santa Teresa, que llevó a Roma más de 30.000 peregri­
nos españoles».
La maquinaria publicitaria de la prensa filocarlista funcionaba
a ritmo imparable. Durante varias semanas, noticia de primera
plana
la peregrinación para El Siglo Futuro, sin cesar de disemi­
nar información. Avisa un día que las comisiones provinciales se
encargan de procurar pasaportes a los participantes, y otro que
la cotización de la peseta
-bastante fuerte a la sazón-está en
Francia a la
par con el franco y muy favorable respecto a la lira.
Recomienda adquirir moneda francesa de oro por permitir
el
cambio oficial sacar un 1 O o un 14 % de beneficio sobre el cam­
bio normal del papel moneda italiano. Informa un día que los
ferrocariles españoles del norte
-de hecho extranjeros aún­
conceden un 50 % de descuento, el mismo que la compañía fran·
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LA MARCHA CARLISTA SOBRE ROMA
cesa del «Midi», desde Hendaya a Marsella, y otro comunicando
cerrarse en banda el de Barcelona a Figueras, fin
de linea.
Mucho más favorable el transporte marítimo, a fin de cuen­
tas, el
mayoritariamente utilizado por el grueso de la peregrina­
ción, máxime al haber puesto don Antonio
López y López, fun­
dador y propietario de la Trasatlántica, a disposición de
los
peregrinos, y a ·precios iÍ'risorios, vários de sus -vapores. Dos años
antes de que el fervoroso católico obtuviera de Alfonso XII el
título de marqués de Comillas, su pueblo natal, del que salió de
muchacho, a hacer las Américas,
casi sin un duro en el bolsillo.
En resumen, todo satisfactorio·
en el plano organizativo,. sin
surtir efectos negativos la poquísima grada que al gobierno de
la nación producía
el verificar el considerable número de españo­
les, emperrados en rendir en Roma homenaje multitudinario a un
personaje con
el que ni el rey ni el gobierno de Italia mantenían
relaciones diplomáticas, ni de
ningún otro tipo. Escollo político
con tendencias, en el plano nacional, de
desestabilizar el precario
consenso logrado por Cánovas del Castillo, jefe de un gobierno
enfrascado en comprometer a la jerarquía católica en una tarea
pacificadora y restauradora de la nación.
Y, precisamente, en el justo momento en que a trancas y ba­
rrancas las Cortes habían aprobado, el 12 de mayo, por 221 votos
contra 83, el artículo más conflictivo de la Constitución de 1876.
El 11, en
el que figuraban embutidas dos cláusulas contradicto­
torias para muchos españoles. Bueno que dicho artículo prescri­
biera «La Religión católica,
apostólica, romana es la del Estado».
Pero intolerable para el Vaticano y
el sector más integrista del
catolicismo español que añadiera a continuación: «Nadie será
molestado en
el territorio español por sus opiniones religiosas,
ni por
el ejercicio de su propio culto». No obstante, base sufi­
ciente
al parecer, la declaración de la confesionalidad del Estado
para extraerle
al cardenal Moreno, arzobispo primado de Toledo,
una desautorización expresa de
la peregrinación. Prohibición no
menos expresamente desoída
por tres prelados. El arzobispo de
Granada y los obispos de Oviedo y
Viéh. Resueltos los tres a
acaudillar, y en persona,
el contingente peregrino de sus diócesis
respectivas. El volumen adoptado por la peregrinación hacía
más difícil
cada
día para la prensa anticlerical seguir tomándola a chacota,
enfoque adoptado incluso por diarios de tendencias tan conser­
vadoras como La Epoca, «periódico· ministerial, que hace alarde
de católico», según El Siglo Futuro. La animadversión inicial se
endureció al empezar a considerarla en su proyección política,
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LUIS LAVAUR
más definida cada vez. Motivo por el que cierto periódico ma­
drileño se vio obligado a tocar a rebato para aviso del personal:
«Para que
se convenzan los que todavía no lo están, de
la verdadera tendencia de la peregrinación a Roma, o más
claro, de lo que no es ni más ni menos que una manifesta­
ción carlista, don Carlos y doña Margarita tomarán parte
en la peregrinación».
Bulo manifiesto por
no encajar con los intereses del preten­
diente participar en ella. Y seguro que no por falta de ganas.
De
todos .modos se las hubiera aplacado el que nada más regresar
a Francia del
tour por América del Norte y por la Exposición
U
lversal de Filadelfia, emprendido por don Carlos ll'l poco de
terminar
la guerra civil, le hizo saber el gobierno francés por
conducto oficioso el disgusto con que vería cualquier interven­
ción suya en
la romería. Pésima. psicología del integrista español
-y más por español. que por integrista-denotó el aludido pe,
riódico al vaticinar: «a ser cierta nuestra noticia,. algunos de lÓs
que se disponían a ocupar plaza de peregrino, se retirarán ahora
que saben que don Carlos no irá en la peregrinación».
Patentizó
el grado de su equivocación al precisar al siguiente
día otro periódico partícipe en la arremetida contra la romería,
«en
la cual. toman parte Cl!Si todos los curas de la península, que
no creen faltar a sus cánones y feligreses.
Es una nube de pres­
bíteros la que
se ve por las calles de Madrid, lucios y carillenos,
con su traje talar
y gorros .de terciopelo».
Análoga reacción por su clerofobia
la producida en cierto
sector de
la prensa barcelonesa por una peregrinación calificada
«de expedición místico-alegre y turista-evangélica del bajo clero».
Indiferente
al hecho de ser de poca monta el número de religiosos
camino de Roma,
el diario La Imprenta, y erre que erre, infor­
maba el 4 de octubre con mezcla de pasmo, escándalo
y regocijo:
«Desde ayer circularon por nuestra ciudad numerosos
sacerdotes
vestido~ de paisano, a no ser por d cuello que
les está mandado usar, y algunas señoras, por lo general
poco emperifolladas, que a la legua denotan ser forasteras,
todos los cuales deben haberse trasladado a Barcelona para
unirse a la llamada peregrinación a Roma».
La peregrinación en marcha.
Los días 3, 4 y 5 de octubre de 1876, y bajo marchamo y
formato peregrino, la peregrinación, o «romería», como invaria-
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LA MARCHA CARLISTA ·sOBRE .ROMA
blemente la denominó El Siglo Futuro se puso en movimiento
desde la estación del Norte de Madrid; a bordo de otros tantos
trenes especiales cargados de romeros. Cuatrocientos andaluces en
el primero, con el señor arzobispo de Granada al frente, siguien­
do un itinerario aparentemente poco racional, vía Irún-Bayona,
para tomar
los barcos en Marsella y desembarcar en Génova. Ruta
motivada por el deseo de
realizar· un alto en Lourdes, en su fase
incipiente entonces de gran centro peregrino. Sin nada sobresa­
liente que noticiar excepto la recogida en
la estación de Séte por
una de
.las expediciones, de un grupo de mujeres, que anda que
te anda, y preguntando
se va a Roma, habían partido en julio
anterior de la provincia de Zamora.
·
Núcleo preponderante en la peregrinación, y con mucho, el
contingente catalano-balear, todavía inconcluso el iramo ferrovia­
rio a Perpignan, desplazándose casi en exclusiva por vía marí­
tima; Primeros
en zarpar, el día 4 y de Palma de Mallorca, el
«Llulio», para atracar en Civita Vechia dos días después, Expe­
dición saludada por
el diario romano L'Opinione con un «ben­
venuti» descriptivo y peculiar: «un conjunto de clérigos, con
trajes nuevecitos y sombreros a lo don Basilio, labradores y
al­
gunos muchachos». Bienvenida que molestó sobremanera al ilus­
tre archivero y arqueólogo mallorquín, don José María Quadrado,
catlistón de pro y firmante de unas solemnísimas crónicas para
el Diario de Barcelona, en la que al disentir del espíritu_ del sa­
ludo, se quejó de que «no se hubieran notado las señoras distin­
guidas, los ilustres uniformes, los médicos, abogados, propieta-
tarios, también partícipes en la
expedición». · .
El 11, 12 y 13, con unos 1.600 peregrinos en total, llegaron
a Roma los trenes procedentes de Madrid, mientras
el 12 anclaba
en Civita Vechia
el «Inmaculada Concepción», con 600 barcelo­
neses, acaudillados por el formidable doctor Morgades y el pendón
de Lepanto, prestado para tan señalada ocasión por el cabildo
catedralicio del que formaba parte el citado
doctm. Por causas
ajenas a
la voluntad del Comité organizador le tocó cerrar la
lista de
las arribadas al «Borgoña», rumbo a Nápoles, con 800
catalanes más, bajo la égida del obispo de Vich. Despedido por
un periódico barcelonés con
un sarcástico editorial, titulado Feliz
viaie, redactado con el sabrosísimo y desenfadado estilo propio
de la prensa del tiempo,
al aludir a sus adversarios políticos:
«Todos habéis podido verles por estas benditas calles
cobijados bajo enormes tejas,
envueltas en raídos paletós o
en tornasolados colombianos, No hay necesidad de que pre-
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LUIS LAVAUR
guntéis quién se acerca: el ·rapé y cierto tufillo indefinible
son
sus heraldos y os revelerán su presencia. Los. habéis
podido ver de todas formas
y dimensiones: de todos los cali·
bres, altos
y bajos: como espárragos unos, como sandías
ambulantes otros: de todos los colores, para todos los gustos.
Ha sido una verdadera irrupci6n de puntos negros. Es im­
posible que deis un paso sin encontraros con ellos .. Cual­
quiera hubiera dicho que se trataba· de alguna de esas ex­
posiciones en que cada comarca envía lo más raro que posee».
Demorada
más de la cuenta la llegada a Nápoles del «Borg<>;­
ña», le falt6 tiempo a la Imprenta, de Madrid, para relamiéndose
de gusto extraer algunas consecuencias· del contratiempo en uná
gacetilla de las suyas:
«La peregrinaci6n a Roma empieza aquí con
mal pie;
o mejor diremos, con mal barco. El vapor «Borgoña», en
que se embarc6
la primera tanda ayer, tuvo que retroceder
a
Barcdona al anochecer, por haberse roto un tubo de la
máquina. Se hallaban los romeros ya en aguas de Matar6,
y al ocurrir
el desperfecto, alli fue Troya: gritos, lágrimas,
sollozos, desmayos, mareos, latines. Indudablemente
se ve
en el suceso el dedo de Dios».
Si bien la salida del «Borgoña» del puerto de Barcelona ha­
b(a merecido los honores y salvas de ordenanza de la fragata
«Vitoria», muy distinta suerte la recibida por el pasaje del «In­
maculada Concepci6n».
Lo certificaba en carta a un peri6dico el
señor Villalba y Palau, de Cervera:
«Tanto en
.el embarque como en el desembarque un po­
pulacho soez nos insult6 groseramente, ofendiendo con sus
obscenidades a las señoras y a todos con sus blasfemias, sin
que hubiera un solo agente de policía para protegemos y
poner coto a esos desmanes. No fue sólo esto: se nos arro­
jaban piedras y lo que había a mano, habiendo yo recibido
un fuerte golpe
en la cabeza a consecuencia de un pedazo
de madera que entre otros objetos nos tiraron de lo alto
del muelle».
Españoles por Roma.
Congregada
en el punto de destino la integridad de la enorme
expedici6n, sus problemas logísticos quedaron estupendamente
resueltos por la
experiench del comité receptor, dirigido por el
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LA MARCHA CARLISTA SOBRE ROMA
cardenal Borromeo, en su sede del palacio Altieri, junto a la Igle­
sia
de Gesú. Las escasas disponibilidades de plazas hoteleras cu­
brieron las necesidades de los peregrinos de mayor fuste y vitola,
alojándose los tres prelados
y algunos religiosos en el «Sacro Re­
tiro», del Trastévere, multiplicándose las monjitas españolas del
convento de Montserrate para acoger el
máximo de señoras en
su hospedería y conventos vecinos, distribuyéndose el resto de la
expedición por casas particulares y «locandas» reservadas de
an­
temano.
La
recepción romana cuidó, asimismo, de atender los aspectos
turísticos de
la peregrinación a través del programa de visitas a los
principales museos artísticos
y religiosos, disponiendo el papa per­
manecieran abiertos diariamente los museos vaticanos,
exhibiéndo,
se cotidianamente las reliquias de la pasión en la Iglesia de la San­
ta Cruz de Jerusalén. Particularmente impresionantes los tours
a las principales catacumbas, acompañando a algunos grupos nada
menos que el eximio atqueólogo
el conde Rossi, su redescubridor
y restaurador.
El elevado número de hispanos deambulando por
las calles de
la Ciudad eterna mereció sabrosos
comentarios en la prensa italia­
na. Dado el componente populat
de un importante segmento de la
romería, su abigarrado aspecto dio pie para reseñas como la pu­
blicada por don Ramón Nocedal en su periódico madrileño: ·
«Por la plaza de San Pedro, por el Corso, por todas las
calles principales se ven largas hileras de catalanes con sus
gorros encarnados, aragoneses con sus pañuelos rodeados a
la cabeza, valencianos con
sus trajes de pana, castellanos y
leoneses con
sus grandes sombreros y luengas capas, o mu­
jeres con todos los pintorescos trajes que se usan en Espa­
ña. No
se pasa una calle donde no se encuentren a docenas
los españoles: ni se entra en iglesia o :giuseo donde no se
vean rostros conocidos de Madrid, Barcelona, Valencia, Se­
villa y las principales ciudades españolas. Por la mañana
en las iglesias m~s céntricas parece que se está en Espafia,
porque todas están cuajadas por señoras en mantillas .. En
las fondas y casas de huéspedes no
se oye hablar más que
catalán, valenciano y castellano, con todos
los dejos y acen­
tos que distinguen el hablar de cada provincia».
La observ,ción del vehemente periodista carlista no pudo me­
nos que coincidir con otras' publicadas en La Revista Popular, de
Barcelona, bajo
el epígrafe de Impresiones de un catalán, con una
plasticidad de la que da idea el ·párrafo seguidamente extractado:
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LUIS LAVAUR
«El aspecto de. Romá era curioso para un observador.
La invasión española ( así la llamaron los periódicos) logró
hasta modificar la fisonomía de aquella inmensa ciudad.
Y
o comparé varias veces el aspecto de
sus calles al que
ofrecen las de Barcelona durante las ferias de Santo Tomás.
En todas partes
se oía nuestra lengua y se veían nuestros
trajes, nuestras mantillas, nuestra barretina, nuestras capas
leonesas, nuestras alpargatas. Esto les llamaba de un modo
particular la atención. Les parecían cosas de frailes
descal­
zos».
Pero aparte del folklorismo indumentario, hubo algo en los
españoles susceptible de despertar aún
más la atención de los
italianos, según
las observaciones del anónimo catalán:
«Nuestras monedas de dieciséis y de cinco duros. Aquel
pueblo, que gracias a los progresos de su nuevo gobierno,
ha llegado a no ver una moneda de oro ni de plata para un
remedio, no se explicaban cómo nosotros, los reaccionarios
españoles, tenían aun de uno y de lo otro para derramarlo
tan rumbosamente
en· obsequio del Papa-Rey».
Y que no pudo ser menos en colectivo
tál, con el .añadido de
las inevital,les dosis de rumbo y desenfado,
ál evidenciar por las
calles romanas una ideología proscrita en
sus lugares de oriundez.
Dando origen a incidencias denunciadas el 16 de octubre por «La
correspondencia de España», con
el introito siguiente:
«Dice una carta de Roma que algunos romeros de opi­
niones carlistas se han mostrado algo inconvenientes en sus
actos y palabras, haciéndose dignos de la censura de sus
amigos y compañeros ... ».
Pero no de recriminación alguna por parte del Pontífice quien
en una de las varias audiencias diocesanas les advirtió: «No
ex·
trañeis que la revolución haya intentado atribuir a vuestra obra
determinada significación
política ... ».
Los peregrinos ante su Papa.
En la mañana del 16 de octubre sonó por fin la hora H del
magno acontecimiento. Planteado
el problema de no contar en
todo
el Vaticano una sála de suficiente aforo para dar cabida a
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LA MARCHA CARLISTA SOBRE ROMA
tamaña multitud, para la audiencia general con el Santo Padre,
no hubo más remedio que sentar un precedente, para arbitrar
una solución, que celebrar el acto cumbre en la basílica de San
Pe-:
dro, y a puerta cerrada. No ingresando por las puertas de la facha·
da principal, sino por la puerta de acceso a las estancias vaticanas,
-para controlar de modo eficaz las invitaciones, al haber noticia
de haberse filtrado una cantidad indeterminada de las 1 O .000 pa­
peletas de ingreso a un mercado negro de reventa operante en
la piazza Colonna.
La inmensa expectación acerca del gran día brotó al relente
de
los himnos, las plegarias, los vivas al «Papa Rey» y las ban­
deras, dejándose
la bullente grey del· tradicionalismo hispano
succionar por
la puerta lateral que les conduciría a la inmensa
y clara oquedad de la gran basílica.
Pasó sin dificultad
el matrimonio de don José de Cárdenas,'
embajador de España cerca de la Santa Sede. Sin arte ni parte
en la peregrinación, pero pasó en calidad de peregrino. No así,
y al .tratar de colarse, con el sombrero de copa bajo el sobaco,
su colega
el conde de Coello, propietario de La Epoca, el periódi­
co canovista, y embajador de España ante el Quirinal. Expulsado
sin protocolo alguno una
vez franqueada la puerta primera. Con
la intervención del chivatazo de cualquier peregrino, al set reco­
nocido a punto de traspasar la segunda. Sin conseguir superar
el impedimento de que ningún diplomático acreditado ante el
go­
bierno italiano pudiera poner los pies en el recinto vaticano.
Suerte idéntica a la sufrida por el señor embajador por otras
personas, según informó el «Citadino romano», siempre muy. ex­
plícito en facilitar detalles sobre aquella efemérides:
«En
la plaza de San Pedro había también no pocas se­
ñoras ron mantillas a la española, aunque provistas de
billetes, rechazadas por los suizos de la guardia, porque,
reconocidas, resultaron ser italianas, inglesas, alemanas y
francesas». ·
Finahnente, y ante los millares de seres que de modo legítimo
consiguieron penetrar, apareció el Pontífice,
el Papa del Syllabus
óptima credencial para comparecer en triunfo ante aquel audito­
rio. «La primera vez que desde hacía seis años salía del encierro
del Vaticano, para hollar
las losas de San Pedro», puntualiza
don José María Quadrado, proclive a escribir
muy al estilo de
Chateaubriand. Inenarrable ceremonia que alcanzó el
clímax de la
conmoción al proceder el Santo Padre a leer una breve alocución,
sin poder
decirse que sus redactores estuvieran muy afortunados.
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[..UIS LAVAUR
Muy oportuno su leit motiv exhortándoles a la unidad entre
los católicos españoles; Menos cuando con ánimo de intensificar
la comunicación con un auditorio enardecido, reforzara Pío
IX
su admonición con una inopinada metáfora taurina. Recordó el
Papa que al conversar hacía unos años «con un alto personnaggio
spagnuolo», éste le describió «la lotta dei tori», premisa últil para
establecer
el necesario paralelismo entre aquella peregrinación y
nuestra fiesta nacional. Como con notoria falibilidad explicó el
Pontífice a sus oyentes, «el rebusto, fuerte y fiero animal
se
arredra y huye despavorido, cuando los «giotratori» -toreros
en castellano-- «forman un grupo compacto, y unidos hombro
con hombro, ·ne in mano la lancia", se aproximan a paso lento
al astado. Del mismo modo, con la cruz en la mano y en el co­
razón, venceremos a nuestros enemigos y estrechamente enlazados
haremos retroceder al toro de la revolución».
Quienes versados en italiano, escucharon la homilía con
la
atención debida, pudieron escoger entre dos opciones interpreta­
tivas. Una de dos. Que el
«personaggio» que habló con el Papa,
no tenía idea de lo que era una corrida de toros española, o bien
que el Papa no entendió del todo bien su explicación.
Finalizado
el discurso, el arzobispo de Granada anunció que
«deseosa Su Santidada de que le vieran
más de cerca los romeros
españoles. Iba a salir en la silla gestatoria para recorrer en ella
las naves de San Pedro, antes de retirarse a
sus habitaciones».
Y así fue. Vistiendo nívea sotana, bajo manto de púrpura, el
oc­
togenario Pío IX ocupó su «sedia gestatoria», hacía años en de­
suso, y desapareció a hombros de sus porteadores, impartiendo
bendiciones a la flor y nata del integrismo español, que le
acla­
maba con entusiasmo.
Brillante evento el descrito. Lástitna lo desluciera un inciden­
te sin precedentes en las anales peregrinos. Por culpa del feno­
menal tiberio que
se armó al salir los españoles fuera de los lindes
de
la plaza de San Pedro, y embestir contra ellos, con ímpetu
anticlerical, una contra manifestación vernácula, de muy distinto
signo y pelaje. Enarbolando garrotas y astas de banderas tricolo­
res, unos nada informativos piquetes de filiación radical,
arreme­
tieron contra el contingente peregrino, al . parecer con especial
inquina contra los caballeros españoles
más condecorados. Debió
actuar algún jurista entre el sector agresor, pues la policía, nada
remisa en distribuir su ración
de estacazos para meter en vereda
a aquel pandemonium, informó que amén de las garrotas, los gru­
pos contestatarios esgrimieron otro argumento dialéctico. La
exis­
tencia de una disposición del gobierno, obviamente dirigida contra
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Fundaci\363n Speiro

LA MARCHA CARLISTA SOBRE ROMA
el Vaticano, prohibiendo ostentar en suelo italiano insignias y con­
decoraciones extranjeras, sin expresa autorización gubernamental.
Motivo por el que en ejercicio
de su función preventiva o concilia­
toria,
la policía aconsejara a algunas señoras metieran escapularios
y bandas de Isabel la Católica y similares en sus bolsos, y con la
detención de algún que otro manifestante la cosa se serenó.
No sin proseguir en el ínterin las audiencias privadas del
Pontífice a los diversos grupos provinciales y diocesanos. Debi­
damente asesorados por el Nuncio de Su Santidad
en España,
casi todos hicieron entrega personal del secularmente llamado «di­
nero
de San Pedro». Cantidades más necesarias que nunca para el
Vaticano al desaparecer los Estados Pontificios. Sumas en no
pequeña parte útiles para sufragar los elevados gastos de
la ilu­
minación y decoración de
la basílica para esplendor de los actos
celebrados.
El Siglo Futuro, daba cuenta, entre otras, de la en­
trega
de «77 .600 reales en onzas de oro español», de la diócesis
valenciana, y de las 36.000 de la de Burgos, «ofrenda respetable
-indicaron los burgaleses-si se atiende lo que es este país,
grande en deseos y escaso en intereses materiales».
Una vez ultimadas estas ceremonias, pudo darse el día 23 la
peregrinación por terminada e iniciada la operación retorno. Di­
rigiéndose algunos a Loreto y a Asís, muchos más a Nápoles y
Florencia. Razón
por la que aquello de que «no son turistas que
hayan venido a Roma con impresiones .poéticas, sino peregrinos
cristianos que vienen a consolar al Papa en la cárcel donde sufre
martirio», que dice
en su libro el señor Villamil, parece un cri­
terio restrictivo únicamente
a¡,licable a una pequeña parte de la
romería. Y, en absoluto al autor, al versar una interesante parte
de su libro sobre sus visitas a Nápoles, Bolonia y Venecia, así
como a
otras ciudades italiana de escasa significación peregrina,
por
no decir nula.
Un balance positivo.
En cuanto a la exacta cuantía de la participación en la pere­
grinación, o romería, sirven de poco las reseñas periodístic~s,
pese a dedicarla amplio espacio informativo. Sus proyecciones
estadísticas fluctuan
bada arriba o abajo en razón direc;ta a sus
filias
y fobias respecto al carlismo o al clero. Incluso de tomar
como buena la mínima, seis mil viajeros, resulta no poco impre­
sionante
en una excursión internacional de cien años ha, y hasta
para una gira normal de las de hoy, no motivada por la final de
alguna Recopa.
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LUIS ·_LAVAUR
Del recuento personal que he realizado sobre la relación no­
minal de viajeros, que a modo de apéndice consta en la. Peregri­
nación Española en Italia (Madrid, 1877), del señor Pérez Villa-.
mil, extraigo una cifra bastante superior. Y, eso, sin aplicarla el
debido corrector, al alza, basado en la advertencia del libro, y de
la
Crónica de la Peregrinación Española a Roma, compilada por
el catedrático de la Universidada de Sevilla, y peregrino, don
Ra­
món Carbonero y Sol, indicando que numerosos peregrinos se
incorporaron por propios medios a la gigantesca romería.
Por otra parte, la territorial, de la compulsa de la relación
distribuida por provincias se deduce la participación de todas las
españolas (con excepción de la Canaria) con aplastante predominio
de la de Barcelona: 2.232 peregrinos. Bastante floja, por contra,
la aportación madrileña. Explicable de tener presente que un
billete a Roma pudo equivaler a un pasaporte hacia la cesan
tia,
habida cuenta de los muchos cobrando en aquel Madrid un sueldo
del Estado. En cambio lo exiguo del contingente vasco-navarro,
foco del carlismo en su más visceral versión, lo dilucida por

sola la situación vivida por sus habitantes a los pocos meses de
finalizar en aquellas provincias la
tercera. guerra carlista.
Sin pasárseles por alto las repercusiones económicas de la
ro­
mería para el ente receptor a cierto periodista-tornero, quien
arrimó
el ascua a su tradicionalista sardina al creer interpretar
el. beneplácito mayoritario de la ciudadanía romana, desde una
premisa ciertamente peregrina:
«Satisfecho queda de
sus huéspedes el pueblo romano,
que desde su mentida emancipación ha perdido de vista
el
oro, a cambio de un pedazo de papel. (Sospecho se refiere
al papel-moneda local). Aun prescindiendo de
móviles más
elevados, razón les sobra a los romanos para desear otra
peregrinación».
Deseo puntual y ampliamente satisfecho dieciocho años más
tarde. En la primavera de 1894. Al recibir la «peregrinación obre­
ra española», en la que según un cómputo de alta fiabilidad par­
ticiparon 18.523 romeros:
y, según, testimonios de no menor
solvencia, tocados la
mayoría con la boina blanca de la Tradición.
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