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Número 293-294

Serie XXX

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En el centenario de la encíclica «Rerum Novarum»: Los cuatro pilares fundamentales del orden social y económico, según la doctrina social de la Iglesia

EN EL CENTENARIO DE LA ENCÍCLICA "RERUM NOVARUM"-:
LOS CUATRO PILARES FUNDAMENTALES DEL ORDEN
SOCIAL Y ECONOMICO, SEGUN LA DOCTRINA SOCIAL
DE LA IGLESIA
POR
BALTASAR PÉRllZ ARGOS, s. J.
SUMARIO: l. Introducción.-2. La doctrina social de la Iglesia. Su defini­
ción. Su punto
de partida.-3. El orden social cristiano. Los tres prin­
cipios fundamentales en que se asienta: d principio de solidaridad1 de
subsidiaridad y de autoridad.-4. El orden social económico. Seis _pro­
posiciones fundamentales que lo configuran.-5. El Estado y el orden
económico.--6.
El proceso económico.-7. Organización de la produc­
ción: Artesanía, cooperativismo1 Empresa..-8. El régimen de sa.laria­
do.-9. El sa.lario justo.
La Congregación romana para la Educación Católica, la más
alta instancia eclesiástica que entiende en
la formación de los
sacerdotes, acaba de enviar a todas las diócesis, a los obispos,
educadores de los seminarios y profesores, unas repetidamente
anunciadas
Orientaciones para el estudio y enseñanza de la doc­
trina social de la Iglesia en la formaci6n de los sacerdotes. No
pueden ser más importantes y oportunas. En los países del Este
europeo· acaba de caer por su propio peso
la gran opción comu­
nista, simbolizada en el famoso muro de Berlín,
en cuanto la «pe­
restroika» abrió una rendija
de libertad. Sólo una férrea y cruel
dictadura
-«la dictadura del proletariado»-pudo mantener un
Estado comunista durante 72 años. Una
férrea dictadura en el
interior y una colosal propaganda en el exterior, la más colosal
y hábil ,propaganda que ha conocido la historia, que engañó a
tantos
y tuvo la audacia de impedir no sólo su condenación en
Verbo, núm. 293-294 (1991) 315
Fundaci\363n Speiro

BALTASAR PEREZ ARGOS, S. /,
el Concilio Vaticano II, sino que ni siquiera fuese mentada su
perversa doctrina, y que la encíclica Divini redentoris que lo
condenaba,
desapareciera de las librerías.
El oomunismo
ha caído: ha caído como estructura económi­
ca y política. No
podía ser de otra manera. Así lo preveían tan­
tos estudiosos, que veían en la economía
dirigida y en d capi­
talismo de Estado un fracaso, igual y mayor que en el totalita­
rismo político. El comunismo ha caído, pero, ¿y los principios
básicos que le sustentan? ¿Su materialismo dialéctico, su visión
del hombre
y de la sociedad? Sin duda también caerán por su
intrínseca falsedad; pero, ¡atención!, no han caído todavía. Ante
el derrumbe del muro de Berlín no cantemos ligeramente victo­
ria.
Los principios básicos del marxismo siguen vigentes en la
mentalidad evolucionista y relativista que invade e inficciona
desgraciadamente al mundo de hoy. ¿No
oímos, por ejemplo, que
la «mentalidad de España tiene que cambiar pata que así se
pueda dar libre cauce
al aborto»? La peligrosidad y virulencia
de los principios marxistas
sigue latente y su atracción y aparen­
te justificación, cada vez más clamorosa ante tanta injusticia y
miseria que mata de hambre a pueblos enteros. Al contacto con
esa injusticia y esa miseria los espíritus nobles fácilmente
se
dejan atrapar del marxismo y socialismo y de su análisis de la
sociedad. No conocen, lamentablemente,
mejot doctrina.
Sin embatgo existe otra doctrina social
tan antigua como la
Iglesia misma; «doctrina social que hunde sus raíces en la his­
toria de la salvación y encuentra su origen en la misma misión
salvífica
y liberadora de Jesucristo y de la Iglesia» (ODS =
Orientaciones de Doctrina Social, núm. 15). Es evidente para
quien lo
conoi,ca que el mismo «Jesús no fue indiferente ni ex­
traño
al problema de la dignidad y de los derechos de la perso­
na humana,
ni· a las necesidades de los más débiles, de los más
necesitados
y de las víctimas de la injusticia. En todo momento
El reveló una solidaridad real con los
más pobres y desdichados,
luchó contra
la injusticia, la hipocresía, los abusos de poder, el
afán de Iucro .de los ricos ... » (ODS, 16). Y «en el Evangelio se
contienen claramente algunas verdades fundamentales que han
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LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
forjado profundamente el pensamiento social de la Iglesia en su
camino a través de los siglos» (ODS, 16).
No ha sido mera teoría, han sido logros. «Gracias a los
es­
fuerzos de la Iglesia ha sido reconocida la inviolabilidad de la
vida humana,
la santidad e indisolubilidad del matrimonio, la
dignidad de
la mujer, el valor del trabajo humano y de cada per­
sona; contribuyendo de esta forma a la abolici6n de la esclavi­
tud qne formaba parte normal del sistema
econ6mico y social del
mundo antiguo.
El progresivo desarrollo de la actividad teológi­
ca, primero en los monasterios y después en las Universiades, ha
hecho posible
la elaboraci6n científica de los principios básicos
que regulan la ordenada convivencia humana» (ODS, 17). Y al
lado de esto pocas instituciones, por no decir ninguna,
podrá pre­
sentar
un cuadro de pensadores que hayan elaborado una doctri­
na social como
la que la Iglesia posee y ofrece para remedio de
la injusticia y de la pobreza. «A tal respecto permanece como
valor perenne el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, de
Francisco Suárez, de Francisco
de Vitoria, y de tantos otros.
Ellos, junto con varios insignes fil6sofos y canonistas, han pre­
parado
los presupuestos y los instrumentos necesarios para la
elaboración de una verdadera y propia doctrina social, tal como
fue iniciada bajo
el Sumo Pontífice León XIII y continuada por
sus sucesores» (ODS, 17).
La Iglesia,
si por algo se ha caracterizado desde sus comien­
zos, ha sido por su «opción preferencial por los pobres».
La
prueba más contundente la tenemos en la vida y doctrina de su
Fundador. De El ha recibido
el mensaje de justicia y de paz más
extraordinario que
se ha podido ofrecer a los hombres. De ha­
ber tenido, sacerdotes y laicos, el conocimiento debido de la doc­
trina social de la Iglesia, enseñada en estos últimos tiempos y
reiteradamente por los papas a través de
sus magníficas encícli­
cas sociales y políticas; y si, además, conocida esa doctrina, hu­
biera habido voluntad decidida de aplicarla, como era el deber
de todo católico, no
se hubiera dado lugar ni a que se extendie­
ra
tan descaradamente a través del mundo la doctrina marxista en
revancha contra el capitalismo liberal, ni a que se hubiera
re-
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BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. J.
currido a una «teología de la liberación», como la que hoy circu­
la, revestimiento teológico de la lucha de clases marxista, que,
con la mejor buena fe, muchos han
creído que era la mejor res­
puesta a los graves problemas actuales de la injusticia y de la
miseria en Hispanoamérica. Sin conocer la doctrina social de la
Iglescia y, sobre todo, sus fundamentos teológicos y filosóficos,
difícilmente, por no decir imposible,
los teólogos de la liberación
y sus seguidores podrán comprender la contundente afirmación
de la Sagrada Congregación
para la Doctrina de la Fe: «Este sis­
tema -la teología de la liberación-como tal es una perversión
del mensaje cristiano, tal como Dios lo
ha confiado a su Igle­
sia» (Instrucciones sobre algunos aspectos de
la Teología de la
liberaci6n, IX, 1 ).
Oportunamente, pues, la Iglesia, a través de la Congregación
para la Educación Católica, manda estas orientaciones a todos
los seminarios del mundo católico, insistiendo seriamente, una y
otra vez, en la
formación del clero y de los laicos en la auténti­
ca doctrina social de la Iglesia. Decía Clemanceau: «El día en
que los católicos de nombre sean católicos de hecho, la cuestión
social quedará resuelta». Para eso hay que aplicar la doctrina
so­
cial de la Iglesia; pero, para aplicarla, hay que conocerla.
La Santa Sede al enviar a todas las diócesis y seminarios del
mundo católico estas Orientaciones y «tomar esta iniciativa, tie­
ne conciencia de responder a una verdadera necesidad, hoy senti­
da vivamente por todas partes, de hacer beneficiaria a la familia
humana de las riquezas contenidas en la doctrina social
de la
Iglesia, mediante el ministerio de sacerdotes bien formados y
conscientes de los múltiples deberes que les esperan» (ODS, 1
).
Con este modesto estudio queremos colaborar a tan impor­
tante finalidad, convencidos también como estamos de «las
ri­
quezas contenidas en la doctrina social de la Iglesia», lamenta­
blemente
tan poco conocidas, al menos en la medida que fuera
de desear. Para facilitar ese conocimiento y su mejor compren­
sión queremos señalar .los qué son, a nuestro entender, «los cua­
tro pilares fundamentales del orden social y económico» desde
una interpretación cristiana de
la realidad. Sobre ellos hay que
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LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
levantar todo d edificio social y económico, si queremos de ver­
dad que en él
se respete, se promueva y se defienda auténtica­
mente
la dignidad de la persona humana, en concreto su liber­
tad,
y pueda realizarse como corresponde a su dignidad. De no
hacerlo así, no habrá libertad.
La habrá en el deseo y en la pro­
paganda, pero no en la realidad. Pero, ¡atención!, esos cuatro
principios tienen como punto de partida una concepción creacio­
nista
y social del hombre, la que está en la base de toda la DSC
(= Doctrina Social Católica).
1
La Doctrina Social de la Iglesia (DSI) ha sido objeto de con­
troversia y contradicción sobre todo después del Concilio Vati­
cano
II. «Se la ha acusado de estar elaborada en el cuadro de
la economía liberal, de pretender un reformismo utópico, de ser
ahistórica
y descarnada, de convertirse en una ideología poco
menos que racionalista, de huscar en vano una tercera vía, ·me_~
dia entre capitalismo y marxismo». Así se expresaba el Cardenal
Suquía ante
la Asamblea plenaria del Episcopado Español en
marzo de 1988, recogiendo los principales argumentos, que con­
tra la existencia misma
de la Doctrinal Social de la Iglesia se es­
grimen actualmente. Podríamos añadir más, pero no es necesario.
Son
voces que salen de la ignorancia. Las Orientaciones se hacen
cargo expresamente de esta «actitud hostil de los que dicen que
son nasum.idas" de forma acrítica e indican cuán grave sea la res~
ponsabilidad del que rechaza un instrumento tan adecuado para el
diálogo de la Iglesia con el mundo y tan eficaz para solucionar
los problemas sociales contemporáneos» (ODS, 14; cfr. núms. 1
y 3 ). Creemos que la mejor respuesta a esa incomprensión es pre­
sentar la doctrina social de la Iglesia, aunque sólo
sea en sus
líneas generales
y en los sólidos fundamentos que la sostienen.
Es lo que hacen las presentes Orientaciones. .
* * *
Comencemos por recordar qué se entiende por Doctrina So­
social de la Iglesia. Doctrina, en general, es lo mismo que cien-
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BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. J,
cia, conjunto de conocimientos ciertos, obtenidos generalmente
por demostración y referidos a un mismo objeto. Esta referen­
cia a un mismo objeto hace que
esos conocimientos estén rela­
cionados entre sí y sean de alguna manera complementarios,
es
decir, formen un cuerpo coherente y sistematizado. La unidad
de la ciencia
se funda en la unidad de su objeto. Primero, de su
objeto material, o
sea, la materia o realidad de la que se ocupa
la ciencia; y, luego, de su objeto formal, que es el aspecto par­
ticulat, que la ciencia estudia e investiga en el objeto material.
El objeto material puede ser común a diversas ciencias, pero el
objeto formal
es lo que catacteriza y distingue a una determina­
da ciencia.
La antropología y la medicina tienen pdr objeto
material
al hombre, pero sus objetos formales son distintos.
Si ahora queremos saber qué es doctrina social, o doctrina
socio-económica,
diremos que es la ciencia que tiene por objeto
el comportamiento del hombre, primero en relación con los
de­
más, y segundo, en relación con los bienes materiales. Es, por
consiguiente,
parte de la ética o filosofía moral,. ciencia que es­
tudia el comportamiento humano en general; el comportamiento
social y económico
es una paocela de ese objeto más general.
Con esto tenemos los elementos para preguntarnos qué
es la Doc­
trina social Católica o Doctrina social de la Iglesia y ver si, en
efecto, la
Iglesia posee una doctrina social.
«La realidad indicada con los términos doctrina social o
en­
señanza social constituye un rico patrimonio» que la Iglesia ha
adquirido progresivamente, tomado de
la Palabra de Dios y
prestando atención a las situaciones cambiantes
de los pueblos
en las diversas épocas de la historia» (ODS,
1). Este rico patri­
monio doctrinal contiene
«los principios y las orientaciones in­
dispensables para la organización justa de la vida social, para la
dignidad de la persona humana y para el bien común». Principios
y orientaciones que forman un verdadero «cuerpo doctrinal de
gran coherencia, no reducido a un sistema cerrado, sino que
se
muestra atento al desatrollo de las situaciones y capaz de res­
ponder adecuadamente a los nuevos problemas o las nuevas for­
mas de presentatlos» (ODS, 11). Se origina del encuentro del
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LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
mensaje evangélico y sus exigencias éticas con los problemas que
surgen en
la vida de la sociedad. Se forma recurriendo a la teo­
logía
y a la filosofía que le dan su fundamento y a las ciencias
humanas
y sociales que la completan. Sus fuentes son la Sagrada
Escritura
y las enseñanzas de los Padres y de los grandes teó­
logos de la Iglesia
y del mismo Magisterio. Su fundamento y
ob¡eto es la dignidad de la persona humana con sus derechos
inalienables que forman lo que Juan Pablo
II ha llamado «la
verdad sobre
el hombre» (Conf., III, Puebla, 28-I-79).
Con razón Juan
XXIII en su extraordinaria encíclica Mater
et Magistra afirmaba: «La Iglesia católica enseña
y proclama una
doctrina de
la sociedad y de la convivencia humana que posee
indudablemente una perenne eficacia» (n. 218).
Y resumía esta
doctrina social de la Iglesia diciendo:
El principio capital, sin duda alguna
de esta doctrina,
afirma que el hombre es necesariamente fundamento,
cau­
sa y fin de todas las instituciones sociales; el hombre, re­
petimos, en cuanto es sociable por naturaleza y ha sido
elevado a un orden sobrenatural.
De este transcendental principio, que afirma y defien­
de la sagrada dignidad de la persona, la santa Iglesia, con
la colaboración de sacerdotes
y seglares competentes, ha de­
ducido, principalmente en el último siglo, una luminosa
doctrina social para ordenar las mutuas relaciones humanas
de acuerdo con los criterios generales, que responden tanto
a las exigencias de la naturaleza
y a las distintas condicio- ·
nes de la convivencia humana, como al carácter específico
de la época actual, criterios que precisamente por esto pue­
den ser aceptados por todos.
Hoy
más que nunca es necesario que esta doctrina so­
cial sea no solamente conocida y estudiada, sino además
llevada a
la práctica en la forma y en la medida que las cir­
cunstanciás de tiempo y de lugar permitan o reclamen
(MM, 219-221).
El punto de
partida de la Doctrina Social de la Iglesia. Ca­
racterística importante de la DSC es su punto de partida. El
punto de .partida de la DSC es el Hombre considerado íntegra­
mente;
es decir, no sólo en sus elementos constitutivos esencia-
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BALTAS.AR PEREZ ARGOS, S. J.
les, sino también en su referencia transcendental a Dios, su pri­
mer principio y
último fin, y en su referencia a los demás hom­
bres y a los bienes materiales.
En sus elementos constitutivos
esenciales, porque el hombre es esencialmente un ser psk:osomá­
tico, con categoría de persona, es decir, «una naturaleza dotada
de inteligencia y libre albedrío» (PT, 9). En su referencia tras­
cendental a Dios, porque «la naturaleza humana
... no puede ser
conocida, ni siquiera aproximadamente
en su perfecci6n, digni­
dad
y elevaci6n. . . sin la conexi6n ontol6gica, por la cual está
ligada a su causa transcendente» (Pío
XII, Con fe/ice pensiero,
7, 1949). Dígase lo mismo en su referencia a los demás, porque
«el hombre
es por su íntima naturaleza un ser social y no pue­
de vivir
ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los de­
más» (GS, 12); y en su referencia a los bienes materiales, por­
que existencialmente no puede subsistir
ni realizarse sin el uso
y consumo de bienes materiales.
Pablo VI afirmaba con gran exactitud que «el problema
de
la natalidad, como cualquier otro referente a la vida humana, hay
que considerarlo, por encima de las perspectivas paociales de
orden biol6gico o
,psicol6gico, demográfico o sociol6gico, a la luz
de una viri6n integral del hombre y de su vocación, no s6lo na­
tural y terrena, sino también sobrenatural y eterna» (HV, 7).
Importante para comprender
al hombre, como a cualquier otro
ser,
es atender a la finalidad por la que ha sido creado. Esa fi­
nalidad es «la gloria de Dios», o sea, la realizaci6n del «proyec­
to-hombre» tal como Dios lo concibi6
y quiso, al crearlo, porque
lo cre6 para realizar
y manifestar en él y por él sus divinas per­
fecciones. El hombre creado por Dios con esa finalidad no puede
menos de
realizarla según su condici6n racional y libre. Por eso
el hombre se realiza, «logra su dignidad de hombre, cuando -li­
berado totalmente de la cautividad de las pasiones-tiende a
su fin con la libre elecci6n del bien» (GS, 17), del bien hones­
to, que es el que le conviene y le perfecciona en cuanto hom­
bre.
He aquí el fundamento de la ley natural.
Tal
es el punto de partida que caracteriza la DSC y la distin­
gue radicalmente, tanto
del socialismo, como del liberalismo.
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LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA. IGLESIA.
Pío XI lo expone brillantemente en su gran encíclica Quadra­
gessimo
anno. Se plantea la cuestión de si los católicos pueden
aceptar un socialismo que, «en lo tocante a
la lucha de clases
y a
la propiedad privada se suaviza y enmienda hasta el punto
que,
en cuanto a eso, ya nada hay de reprensible en él». El
Papa responde resueltamente que no; que «si sigue siendo
ver­
dadero socialismo, aun después de haber cedido a la verdad y a
la justicia en los puntos indicados, es incompatible con los dog­
mas de la Iglesia católica, puesto que «concibe al hombre y a la
sociedad de una manera opuesta a la verdad cristiana» (QA, 117).
Y lo explica a continuación:
El hombre, en efecto, según
la doctrina cristiana, dota­
do de naturaleza social, ha sido puesto por Dios en la tie­
rra
para que, viviendo en sociedad y hajo una autoridad
ordenada por Dios (Rom.,
131 1), cultive y desarrolle ple­
namente sus facultades en
ol,at,anza y gloria de su Creador;
y cumpliendo fielmente los deberes de su oficio o de su
vocación, logre su felicidad temporal y juntamente
la eterna.
El socialismo, al contrario, ignorando o descuidando por
completo tan sublime
fin, ya del hombre, ya de la sociedad,
piensa que por
razón del solo bienestar se instituyó la so­
ciedad humana» (QA, 118).
La misma exclusión puede y debe hacerse del liberalismo,
que, además
de negar el carácter esencialmente social del hom­
bre, no reconoce, al igual que el socialismo,
el fin sublime para
el que el hombre ha sido creado y la sociedad humana proyecta­
da
y creada por Dios. Socialismo y liberalismo parten de una
concepción inmanente del hombre, aunque con fundamentos
y
matices diversos. Ambas prescinden o niegan a Dios en su con­
cepción del hombre y de la sociedad. Las consecuencias que de
ahí se siguen tienen que ser necesatiamente divergentes de las
consecuencias sobre las que se elabore el orden social cristiano.
Del liberalismo
y del socialismo se puede concluir lo que con­
cluye expresamente Pío XI respecto del socialismo:
La sociedad que se imagina el socialismo ni puede exis­
tir ni puede concebirse sin el empleo de una enorme vio-
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BALTASAR PEREZ ARGOS~ S. J.
lencia, de un lado; y, por otro, supone una no menos falsa
libertad, al
no existir en ella una verdadera autoridad so­
cial, ya que ésta no puede fundarse en bienes temporales
y materiales, sino que proviene exclusivamente de Dios,
Creador y
fin último de todas las cosas.
Aun cuando el socialismo, como todos los errores, tie­
ne
en sí algo de verdadero ( cosa que jamás han negado
los Sumos
Pontífies), se funda sobre una doctrina de la
sociedad humana propia suya, opuesta
al verdadero cris­
tianismo. Socialismo religioso, socialismo cristiano, impli­
can términos contradictorios: nadie puede ser a la
vez buen
católico y verdadero socialista (QA, 119, 120).
Las
Orientaciones que comentamos recogen también con in­
sistencia esta misma afirmación. «Desde el momento que la Doc­
trina Social de la Iglesia deduce de
la Revelación verdades, ele­
mentos de valoración y de discernimiento ... , tiene necesidad de
un sólido encuadramiento filosófico-teológico. En su base está, en
efecto, una antropología sacada del Evangelio que contiene como
su
«afirmación· primordial» el concepto del hombre como imagen
de Dios, irreductible a una simple partícula de la naturaleza o a
un elemento anónimo de la ciudad humana» (ODS, 9).
II
El orden social cristiano.
Orden social es el conjunto de derechos y deberes, legítima­
mente establecidos, que organizan y rigen la convivencia entre
los diversos hombres socialmente reunidos. Esos derechos y
de­
beres pueden fundamentarse y ser expresión únicamente de la
ley natural, y entonces tienen carácter universal;
¡,ero pueden
también fundamentarse en la ley positiva, y entonces tienen un
carácter más particular, referido a un determinado grupo social
que legítimamente la constituye y determina. El orden social
cristiano se fundamenta
en la ley natural y tiene como punto
de partida el hombre integral con sus derechos inalienables que
derivan «por una lógica
intrínseca de la misma digndad de la
persona humana» (ODS, 4 y 32);
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LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
El orden social cristiano se organiza y se establece mirando
ante todo a la
promoción y defensa de la dignidad de la perso­
na humana y, por consiguiente, de su libertad. Para esto se es­
tructura y se desarrolla sobre tres principios fundamentales, que
se deducen inmediatamente de la concepción de la persona hu­
mana,
tal como la entiende y concibe la DSC. Estos principios
son: el principio de solidaridad, el de subsidiaridad
y el de auto­
ridad. Estos tres principios fundamentales, complementarios
en­
tre sí, son indispensables para estructurar un orden social que
promueva
y garantice la dignidad de la persona humana; por
consigniente, difícilmente
se entienden y menos se pueden apli­
car fuera
de una concepción del hombre que no sea creacionis­
ta y social.
El principio de solidaridad.
Este principio afirma la necesidad de una mutua ayuda y co­
laboración que debe darse entre los hombres en la medida de
sus necesidades
y de sus posibilidades. Deriva inmediatamente
de la naturaleza social del hombre, proyectado por Dios de
ma­
nera que para subsistir necesita de la ayuda y colaboración de
otros hombres. En consecuencia, es necesario que sean solidarios
entre sí.
El hombre no sólo necesita de la ayuda de otros hom­
bres, sino que a su vez debe estar dispuesto a prestarla a los
demás en la medida de las necesidades de los otros y de sus pro­
pias posibilidades, según un determinado orden
de prioridades.
Pío
XII expuso con profundidad esta solidaridad apuntan­
do a los
dos fundamentos esenciales de la misma, el natural y
el sobrenatural, en su primera encíclica Summi Pontifkatus. Es
una página bellísima que convendría releer:
El primero de estos dos errores, en
la actualidad enor­
memente extendidos por desgracia, consiste en el olvido
de aquella ley de mutua solidaridad y caridad humana
im­
puesta por el origen común y por la igualdad de la natu­
raleza racional en todos los hombres, sea cual fuere el pue­
blo a que pertentcen, y por el sacrificio de la redención,
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BALTA.SAR PBREZ ARGOS, S. J.
ofrecido por Jesucristo en el ara de la cruz a su Padre
celestial en favor de la humanidad pecadora» (núm. 28).
Sobre este principio de solidaridad hay que construir la so­
ciedad, principio que por su universalidad nos obliga con rela­
ción a todos los hombres.
En esta perspectiva internacional in­
sistirán todos los Papas, desde Pío XII hasta la reciente encícli­
ca de Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis. Veamos algunos
textos:
«Nos invitamos a constituir la sociedad sobre la base
de esta solidaridad y no sobre sistemas vanos e inestables:
Dicha solidaridad requiere que desaparezcan las despropor:
clones estridentes e irritantes en
el tenor de la vida de los
diversos grupos de un mismo pueblo.
Para este urgente cometido
se habrá de preferir a la
presión externa,
la acción eficaz de la conciencia, que sa­
brá imponer límites al despilfarro y al lujo e inducirá igual­
mente a los menos pudientes a pensar ante todo en
lo
necesario y lo útil, ahorrando el resto, si lo hay» (Levate
capita, 25, 1953). . .
«La solidaridad social que hoy día agrupa a todos fos
hombres en una única y sola familia, impone a las naciones
que disfrutan de abundantes riquezas económicas la obli­
gación de no permanecer indiferentes ante los países cuyos
miembros, oprimidos por innumerables dificultades
interio­
.res
se ven extenuados por la miseria y el hambre, y no dis­
frutan como es debido de los derechos fundamentales del
hombre» (Juan
XXIII, MM, 157, 1961).
De la misma manera hablan Pablo VI en la Populorum pro­
gressio y en la Octogessima adveniens (n. 23, 26), el Vaticano II
(GS, 86, 90) y, últimamente, Juan Pablo II:
326
«El deber de solidaridad de las personas es también
un deber de los pueblos: «los pueblos ya desarrollados tie­
nen un deber gravísimo de ayudar a los países en vías de
desarrollo» (GS, 86).
Se debe poner en práctica esta ense­
fianza conciliar. Si es normal que una población sea el pri­
mer beneficiario de los dones otorgados por la Providencia
como fruto de su trabajo, no puede ningún pueblo, sin em­
batgo, pretender reservar sus riquezas para su uso exclusi-
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LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
vo. Cada pueblo debe producir más y mejor, a la vez para
dar a
sus súbditos un nivel de vida verdaderamente huma­
no, y
para conttibuir también al desarrollo solidario de la
humanidad» (Pablo VI, PP, 48, 1967).
Esta solidaridad de murua ayuda no sólo
de los individuos
entre sí, sino también de los pueblos entre sí, fundada y
exigida
por la naturaleza social del hombre y su elevación por Cristo
a
la filiación divina, constituye un deber no sólo de caridad,
sino de justicia, denominada
por eso justicia social; obligación,
por consiguiente, de carácter universal, que
se extiende a todo
hombre según un determinado orden
lógico de urgencias y po­
sibilidades.
«La Iglesia ha afirmado siempre con fuerza que la so­
lidaridad es una grave obligación moral, tanto para las na­
ciones, como para las personas. La virtud de la solidaridad
tiene sus raíces más profundas en la
fe cristiana, la cual
enseña que Dios
es nuestro Padre y que todos los hombres
y mujeres son hermanos y hermanas.
De este convencimien­
td brota la ética cristiana, una ética que excluye toda for­
ma de egoísmo y de arrogancia y trata de unir libremente
a las personas para alcanzar el bien común.
De la ética cristiana fluye la convicción de que
es in­
justo despilfarrar recursos que podrían ser necesarios para
la vida de otros. Hoy se hace necesaria una mayor concien­
cia de este imperativo moral, dadas las actuales condiciones
de sectores tan amplios de la
raza humana.
La solidaridad, además, conduce a la colaboración de
todos los grupos sociales que, por tanto, son llamados a
mirar más allá de los horizontes del propio interés egoísta
para hacer de la solidaridad una "cultura" a promover en
la formación de los jóvenes y a poner en evidencia en los
nuevos modelos
de desarrollo» (Juan Pablo 11, Discurso
a los participantes en la semana de estudios
de la Pontificia
Academia de Ciencias, 27 de octubre de 1989).
.
El principio de subsidiaridad.
Deriva de la condición del hombre que es un ser no solamen­
te social, sino esencialmente libre, con una libertad responsable;
327
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BALT ASAR PEREZ ARGOS, S . .T.
por consiguiente, que exige que se respete su libertad de parte de
los demás (libertad de coacción), que no se le presione ni obligue
a actuar contra su conciencia, ni se le impida obrar conforme a ella
en privado y en público, solo o asociado. En efecto, este principio
afirma que lo que el hombre, solo o asociado, puede y debe hacer,
no hay por qué no
lo haga, hay que dejárselo hacer y no asumirlo
por quien le ayuda. Ayudarle, si así lo exige la solidaridad;
pero
ayudarle para que él libremente actúe según su propia iniciativa.
El Principio de subsidiaridad complementa el anterior y le per­
fecciona en orden a salvaguardar la libertad
de la persona huma­
na. Oigamos a Pío
XI, principal definidor de este principio:
Sigue absolutamente firme en la filosofía social este
gravisimo principio, inamovible e inmutable: de la misma
manera que no
se puede quitar a los individuos y traspa­
sar a la comunidad lo que ellos pueden
realizar por su pro­
pia iniciativa y esfuerzo; así también es injusto y al mismo
tiempo gravamente
dañ.oso y perturbador del recto orden,
entregar a una sociedad mayor
y más elevada las tareas que
pueden realizar
las comunidades inferiores y menores, ya
que toda actividad social, por su propio dinamismo natu­
ral, debe prestar ayuda a Jos miembros del cuerpo social,
pero nunca destruirlos y absorberlos (QA, 79).
Este principio es también, por consiguiente, un principio uni­
versal, válido en toda actividad social
y, por tanto, en toda
unión social. Especialmente siguificativo en cualquier labor de
dirección. Piénsese, por ejemplo, en la estructura propia de la
empresa moderna o de la actual administración pública. Las auto­
ridades superiores, sean del nivel que sean, si quieren lograr
el
éxito en su gestión, necesitan reconocer a los agentes subordi­
nados e inferiores el área de tareas que ellos pueden realizar
por sí mismos, aunque bajo la dirección y vigilancia de tales
autoridades en orden al bien común.
328
Pío XII lo expresaba así:
Nuestro predecesor de
f. ro. Pío XI, en su encíclica so­
bre el orden social, Quadragessimo anno, deducía de este
mismo pensamiento una conclusión práctica, cuando enun-
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LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA.
ciaba un principio de valor universal, a saber: que aquello
que los individuos particulares pueden hacer por sí mismos
y con
sus propias fuerzas, no se les debe quitar y entregar
a la comunidad; principio que tiene igual valor cuando se
trata de sociedades o agrupaciones menores y de orden in­
ferior respecto de las mayores y más elevadas. Porque
-así proseguía el sabio Pontífice-- toda actividad social
es por naturaleza subsidiaria; debe servir de sostén a los
miembros del cuerpo social y no destruirlos y absorberlos.
Palabras en verdad luminosas, aplicables a la vida social en
todos sus grados y también a
la vida de la Iglesia, sin per­
juicio de su estructura jerárquica» (La elevatezza, 9, 1946).
• * *
El principio de subsidiaridad es fundamental en el orden so­
cial cristiano. Su importancia radica en que mediante la aplica­
ción de
este principio se salvaguarda la libertad, tanto del indi­
viduo en el ejercicio de sus deberes y derechos, como de la fami­
lia, donde la libertad del hombre encuentra su lugar óptimo y
adecuado. Nadie
es ni se siente más libre como en la propia casa,
en la «societas domestica», que es la familia.
La Doctrina Social de la Iglesia ha sido constante en procla­
mar y mantener este principio sobre todo
en materia de educa­
ción, que tan de cerca atañe a la familia y a su
más inalienable
derecho.
León XIII, en la Rerum novarum, lo afumaba:
No es justo que el individuo o la familia sean absorbi­
dos por el Estado; lo justo es dejar a cada uno la facultad
de obrar con libertad hasta donde sea posible, sin
daíío del
bien común y sin injuria de nadie» (RN, 26).
Pío XI, en la Divini illius Magistri, insistía:
Es función primordial del Estado, exigida por el bien
común, promover de múltiples maneras
la educación e ins­
trucción de la juventud. En primer lugar, favoreciendo y
ayudando las iniciativas y
la acción de la Iglesia y de las
familias
... ; en segundo lugar, completando esta misma la­
bor donde no exista o resulte insuficiente, fundando para
ello escuelas e instituciones propias» (núm. 38).
329
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B.ALT AS.AR PEREZ ARGOS, S. l.
La misma doctrina en lo que se refiere a la educación. la re­
coge el Vaticano II, que le ha dedicado la importante declara­
ción conciliar Gravissimum
educationis, en la que recuerda el ca­
rácter ciertamente subsidiario del Estado.
Hoy
más que nunca, frente al gave peligro de pérdida de li­
bertad individual que supone el cada vez más creciente proceso
de «socialización», que
se observa en la sociedad actual, es ur­
gente para salvaguardar
la libertad de la persona y de los gru­
pos sociales, protegerlos proclamando el principio de subsidiari­
dad, que tiene su mejor aplicación en una estructura orgánica
de la sociedad. Es el remedio que «juzga necesario» el papa
Juan
XXIII, que, en su encíclica Mater et Magistra, hace un pro­
fundo análisis del fenómeno de la «socialización» y de
sus peli­
gros. Léase con atención esta encíclica en el contexto del que
entresacamos
la siguiente cita:
330
Con la multiplicación y el desarrollo casi diario de es­
tas nuevas formas· de asociación, sucede que en muchos
sectores de la actividad humana se detallan cada vez más
la regulación y la definición jurídica de las diversas rela­
ciones sociales. Consiguientemente, queda reducido el radio
de acción de la libertad individual.. . ¿ Habrá que deducir
de esto que el continuo aumento de las relaciones sociales
hará necesariamente de los hombres meros autómatas sin
libertad? Para dar cima a esta tarea
de evitar los daños de la so­
cialización con mayor facilidad, se requiere, sin embargo,
que los
gobernantes profesen un sano concepto del bien
común. Este concepld abarca todo un conjunto de condi­
ciones sociales que permitan a los ciudadanos el desarrollo
expedito y pleno de su propia perfección. Juzgamos, ade­
más, necesario que los organismos o cuerpos y las múltiples
tJSociaciones privadas que integran principolmente este in­
cremento de las relaciones
sociales, sean en realidad aut6-
nomas
y tiendan a sus fines especificas con relaciones de
leal colaboraci6n mutua
y de subordinación a las exigencias
del bien común. Es igualmente necesario que dichos orga­
nismos tengan la forma externa y
la sustancia interna de
auténticas comunidades, lo cual sólo podrá lograrse cuan-
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LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
do sus respectivos miembros sean considerados en ellos
como personas y llamados a participar activamente en las
tareas comunes
(MM, 62, 64, 65).
De nuevo vuelve a referirse a este problema en la Pocem in
terris,
y de nuevo apela a los «organismos intermedios y otras aso­
ciaciones», «como a los instrumentos indispensables en grado
sumo para defender la dignidad y
libertad de la persona huma­
na» (PT, 24 ).
Las Orientaciones, que comentamos, recogen la misma ense­
ñanza a nuestro juicio de capital importancia para
la organización
del orden social cristiano. Dicen así:
Complemento de
la solidaridad debe considerarse la
«subsidiaridad» que protege a la persona humana, a las co­
munidades locales y a los «grupos intermedios» del peli­
gro de perder
su legítima autonomía.
La Iglesia vela atentamente por la aplicación justa de
este principio en virtud de la dignidad
misma de la perso­
na humana, del respeto de lo que hay de más humano en la
organización de la vida social y de
la salvaguarda· de los
derechos de los pueblos en las relaciones entre las socieda­
des particulares y sociedad universal (ODS, 38).
Continúan las
Orientaciones presentando la estructura orgá­
nica de la vida social como la condición previa indispensable para
la aplicación del principio de subsidiaridad, tan fundamental en la
vida social. Léase con atención este número
39 de las Orien­
taciones.
Dice así:
Como consecuencia de lo que se ha dicho, no se com­
prende adecuadamente una sociedad ordenada sin una con­
cepción orgánica de la vida social. Este principio exige que
la sociedad
se base, por una parte, en el dinamismo inter­
no de
sus miembros --<¡ue tiene su origen en la inteligen­
cia y en la voluntad libre de las personas que buscan so­
lidariamente el bien común-y, por otra, en la estructura
y en la organización
de la sociedad constituida no sólo por
cada persona libre, sino también por sociedades interme­
dias que van integrándose en unidades superiores,
partien-
331
Fundaci\363n Speiro

BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. l.
do de la familia, para llegar, a través de las comunidades
locales, de las asociaciones profesionales, de las regiones
y
de los Estados, a los organismos supranacionales y a la so­
ciedad universal de todos los pueblos y naciones» (ODS, 39).
El bien común.
Corolario
y expresión de la necesaria complementariedad del
principio de solidaridad y
el principio de subsidiaridad, que re­
gulan el orden social, es la concepción del bien común de la so­
ciedad como «el conjunto de condiciones sociales que permitan
a los
ciudadanos el desarrollo expedito y pleno de su propia per­
fección» (PT, 58).
«El bien común, en efecto, está íntimamente ligado a la
na­
turaleza humana. Por ello no se puede mantener en su total in­
tegridad más que en el supuesto de que...
se tenga siempre en
cuenta el concepto de la persona humana» (PT, 55); es decir,
su racionalidad
y su libertad, su socialidad y su transcendencia.
Pues bien, de la conjunción de estos dos principios, el principio
de solidaridad
y el principio de subsidiaridad, se logra una so­
ciedad solidaria, cuyo dinamismo. tiene por finalidad la mejor
ayuda mutua en el máximo respeto a la libertad de la persona
humana.
Lo que se concreta -dicho de otro modo-en «esta­
blecer las condiciones de
vida social que permitan y favorezcan
el desart01lo integro de
la ,persona».
La concepción que se tenga del bien común ilumina la ac­
ción social de los ciudadanos y particularmente de la autoridad
pública, cuya misión
es -como dicen las Orientaciones-la de
«reconocer, respetar, acomodar, tutelar y promover los derechos
humanos y hacer más fácil
el cumplimiento de las respectivas
obligaciones». Por eso la Doctrina social de
la Iglesia considera
«el bien común como un valor de servicio y de organización
de
la vida social y del nuevo orden de la convivencia humana»
(ODS, 37).
332
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LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
El principio de autoridad.
Si el principio de solidaridad y el principio de subsidiaridad
son fundamentales para organizar un orden social que, por un
lado facilite
al hombre las ayudas que éste necesita para vivir
una vida verdaderamente humana (GS, 26)
y, por otro, lo haga
sin menoscabo de su libertad, es necesario añadir otro principio:
la autoridad ; el orden social sin el principio de autoridad no
tendría ni la consistencia ni
la eficacia necesarias para realizar
eso que
se espera de él, y que llamamos el bien común. El
principio de autoridad
es complementario de los otros dos. Este
principio afirma
la necesidad de que exista en toda sociedad bien
constituida una fuerza moral capaz de dirigir
eficazmente la
acción de todos y cada uno de los miembros que la componen,
a la consecución del bien común
de la misma. Esta fuerza moral
ci principio directivo de la acción social es la autoridad, que
puede encamarse de diversa manera.
Se llama gobernante la per­
sona que encama y está revestido
de la autoridad. La necesidad
en
la sociedad de la autoridad, de un principio que organice y re­
gule eficazmente la acción de los socios al bien común, es evi­
dente. Sólo la insensatez puede negarlo. La autoridad realiza su
misión de dirigir la acción social mediante la ley.
La ley es el
ordenamiento racional de la actividad de los socios al bien común
promulgada por la autoridad ( «ordinatio rationis ad bonum
com­
mune ab eo qui curat communitatem habet promulgata» ).
Para que la autoridad y la ley que de ella deriva sea eficaz,
debe obligar en conciencia.
De otro modo es vana e inútil y se
presta a .toda clase de subterfugios. La mera coacción policial ni
basta ni
es digna de la persona humana.
Ahora bien, ¿cómo y por qué la autoridad puede obligar en
conciencia mediante
la Jey? Solamente si la autoridad deriva de
Dios, es participación de la autoridad divina, única que puede
obligar en conciencia imperativamente. Sólo
as( la autoridad y
la ley es verdaderamente eficaz. Esta concepción de la autoridad
es caracter!stíca de la Doctrina social de la Iglesia. La autoridad
333
Fundaci\363n Speiro

BALTASAR PEREZ ARGOS, S. I~
que no viene de Dios, que no es participación de la autoridad
divina
es nula. No sólo porque así lo enseña la recta razón, sino
porgue así lo enseña también la revelación. Lo expone perfecta­
mente Juan
XXIII en su encíclica Pacem in terris resumiendo el
pensamiento
de la Iglesia y citando a León XIII en sus cono­
cidas encíclicas sobre la autoridad.
«La autoridad no es en
su contenido substancial una
fuerza física; por ello tienen que apelar los gobernantes a
la conciencia del ciudadano, esto es, al deber que sobre
cada uno pesa
de prestar su pronta colabotación al bien
común. Pero como todos los hombres son entre sí iguales
en dignidad natural, ninguno de ellos, en consecuencia, pue­
de obligar a los demás a tomar una decisión. en la intimi­
dad
de su conciencia. Este es un poder exclusivo de Dios,
por ser el único que ve
y juzga los secretos más ocultos del
corazón humano. Los gobernantes, por tanto, sólo pueden
obligar en conciencia al ciudadano cuando su autoridad
está unida a la
de Dios, y constituye una participación de
la misma» ( 48, 49).
Según
la DSC quien manda, manda con autoridad divina, con
autoridad participada de la autoridad divina. «Toda
la autoridad
que los
gobernantes poseen proviene de Dios, según enseña San
Pablo» (PT, 46 ). De ahí su gran responsabilidad y el sumo cui­
dado de no legislar nada en contta de la voluntad de Dios, en
cuyo nombre y representación
gobierna. Tal ley sería ilegítima,
vacía de fuerza legal. Aquí está el mejor control del ejercicio
de
la autoridad y la máxima garantía de que serán respetados los
derechos y libertades de los súbditos. Según
la DSC el gobernan­
te
es responsable, primero ante Dios, de quien tiene la autoridad
que utiliza; y, segundo, ante los hombres, que le han elegido
para que les gobierne.
334
El derecho de mandar que se funda exclusiva o prio­
cipalmente en la amenaza o en
el temor de las penas o en
la promesa de premios, no tiene eficacia alguna
para mo­
ver al hombre a laborar por el bien común; y aun cuando
tal
vez tuvieta esa eficacia, no se ajustaría en absoluto a la
dignidad del hombre, que
es un ser racional y libre.
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LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
El derecho de mandar constituye una exigencia de or­
den espiritual y dimana de Dios. Por ello, si los gobernan­
tes promulgan una ley o dictan una disposición cualquiera
contraria a ese orden espiritual
y, por consiguiente, opues­
ta a la voluntad de Dios, en tal caso
ni la ley promulgada
ni
la disposición dictada pueden obligar en consecuencia
al ciudadano, ya que es necesario obedecer a Dios antes
que a los hombres.
Más aún, en semejante situación la
propia autoridad se desmorona por completo y se origina
una iniquidad espantosa. Así lo enseña Santo Tomás: en
cuanto a lo segundo,
la ley humana tiene razón de ley sólo
en cuanto se ajusta a la recta razón ... Pero en cuanto se
aparta de la recta razón, es una ley injusta, y así no tiene
carácter de ley, sino más bien de
'Violencia (PT, 48, 51).
La mejor,
por no decir única defensa contra el totalitarismo,
ya sea un totalitarismo popular o un totalitarismo personal --en­
tendiendo por totalitarismo el gobierno que no respeta ni tiene en
cuenta los derechos y libertades
indi'Viduales-se encuentra en
la concepción de la autoridad tal y como la propone y la ha pro­
puesto siempre la Doctrina social de la Iglesia que acabamos de
enunciar inspirados en
la Pacem in te"is. Cualquier otra concep­
ción de la autoridad, por democrática que se fa procfame, deja la
puerta abierta y muy abierta al absolutismo del Estado. La ra­
zón es clara, pues no admite apelación alguna a una ley superior
moralmente obligatoria,
por consiguiente se considera absoluta.
Y no admite apelación a una ley superior moralmente obligatoria,
al no reconocer que su autoridad es participación de la autoridad
divina, por consiguiente subordinada a una. ley superior, la
ley
de Dios. Nos lo enseñaba Pío XII en su famoso discurso sobre
la democracia:
Una sana democracia, fundada sobre los inmutables prin­
cipios
de la ley natural y de las verdades te'Veladas, será re­
sueltamente contraria a: aquella corrupción que atribuye a la
legislación del Estado
un poder sin freno ni límites, y que
hace también del régimen democrático, a pesar de las con­
trarias pero vanas apariencias, un puro y simple sistema de
absolutismo.
El absolutismo
de Estado ( que no debe ser confundí-
335
Fundaci\363n Speiro

BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. J.
do en cuanto tal con la Monarquía absoluta, de la cual no
se trata aquí) consiste de hecho en el erróneo principio de
que
la autoridad del Estado es ilimitada, y de que frente
a ésta
-incluso cuando da libre curso a sus intenciones
despóticas, sobrepasando
lo.s límites del bien y del mal-·
no se admite apelación alguna a una ley superior moral­
mente obligatoria
(Benignitas et humanitas, 28, 29, 1944).
* * *
Sobre estos tres principios, derivados inmediatamente de la
dignidad de la persona humana, de su esencial sociabilidad y
transcendencia, se monta y se organiza el orden social cristiano;
un orden que mira ante todo a la defensa y promoción de la dig­
nidad de la persona humana, alía y omega de todo el orden so­
cial. Esto lleva consigo -digámoslo una vez más--una organi­
zación escalonada y orgánica de la sociedad. Una
organización
que se desarrolla y expande de un modo natural y espontáneo
de abajo a arriba, de menor a mayor. Primero, la familia, luego
la vecindad o ciudad, después la región, finalmente el Estado.
No es primero la sociedad y después la persona; no es primero
el Estado y después, por derivación de él, las regiones y orga­
nismos subalternos, como piensa el totalitarismo de cuño hege­
liano.
El movimiento espontáneo y natural de la sociedad es al
revés.
Tal es el proyecto de Dios, implícito en el proyecto del
hombre. Proyecto que hace suyo la Doctrina social de la Iglesia.
La familia, como agrupación spcial primordial y más nece­
saria al hombre, es, por lo mismo, sociedad natural y completa.
Completa en cuanto que satisface y trata de
cubrir cada día to­
das las necesidades y exigencias del hombre, en el ámbito de una
casa. De ahí el nombre de sociedad doméstica ( domus = casa).
Perq la familia es sociedad imperfecta, no tiene a su disposición
los medios suficientes pata
un digno desarrollo de las personas
que lo integran, como exige
el proyecto de Dios sobre el hombre.
· La familia, al no contar con los medios suficientes para sa­
tisfacer los fines de la misma, en virtud de la socialidad humana,
espontáneamente
se transforma (como opinan unos) o volunta­
riamente se une a
otras familias ( como opinan otros), formando
336
Fundaci\363n Speiro

LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
así la primera gran agrupación de familias o tribus, que es la
Civitas, llamada tambión Municipio o Común.
La ciudad, municipio, vecindad, asociación de familias, ubi­
cadas en un mismo lugar,
es una sociedad natural, completa y
perfecta. Perfecta relativamente a la familia, en cuanto que los
medios de que dispone son
más abundantes que los de una sola
familia.
La Civitas, Municipio o Común, pronto siente la necesidad
de expansionarse, a pesar de contar con
más medios ; difícilmente
se puede defender de enemigos, naturales o advenedizos, ni de­
sarrollarse con perfección; busca, por consiguiente, y por la na­
tural inclinación y socialidad del hombre, la ayuda de otras Ciu­
dades o Municipios, situados en la misma cercanía o región geo­
gráfica, y formando con ellos una agrupación o sociedad polí­
tica superior
y más perfecta. Es la Región o Estado. Y así sucesi­
vamente. Lo que caracteriza y distingue al Estado de la simple
Región
es su soberania d independencia; que la autoridad que
lo gobierna no esté sometida a ninguna otra autoridad terrena.
Entre la Familia
y el Estado se dan, por consiguiente, en ese de­
sarrollo político, diversos cuerpos sociales intermedios, unos po­
líticos, los Municipios y Regiones, y otros profesionales o cultura­
les, que el
hombre puede y conviene que organice en los diversos
sectores de la actividad humana. Teniendo en cuenta este
desa­
rrollo genético del Estado podemos describirlo diciendo: el Estado
es la reunión estable de familias o agrupaciones humanas, asen­
tadas de ordinario en determinado territorio, que regida por
una autoridad suprema e independiente, tiene
por finalidad, con
la cooperación de todos, la consecución de los fines humanos.
El necesario equilibrio que debe existir entre la función del
Estado
y los otros organismos inferiores en un modelo de socie­
dad orgánicamente estructurado lo exponía así el papa Pío XII en
dos importantes discursos:
El Estado no
es una omnipotencia opresora de toda
legítima autonomía.
Su función, su magnífica función, es
más bien favorecer, ayudar, promover la íntima coalición,
la cooperación activa, en el sentido
de una unidad más
337
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BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. J.
alta, de los miembros que, respetando su subordinación al
fin del Estado, cooperan de
la mejor manera posible al bien
de
la comunidad, precisamente en cuanto que conservan y
desarrollan su carácter particular y natural. Ni el indivi­
duo ni
la Familia deben quedar absorbidos por el Estado.
Cada uno conserva
y debe conservar su libertad de movi­
mientos en la medida en que ésta no causa riesgo de pet·
juicio al bien común. Además hay ciertos derechos y liber­
tades del individuo
- que el Estado debe siempre proteger y nunca puede violar
o sacrificar a un pretendido bien común
(A vous, messieurs,
6,
1943). La Iglesia recomienda
la existencia en el seno de la
nación
de algunos cuerpos intermedios, que coordinen los
intereses profesionales y faciliten al Estado
la gestión de
los asuntos del
país» (Pío XII, Discurso a la XLV Semana
social de Francia, 1954).
Y respecto de los municipios, nos aclara
cuál ha de ser la
relación
entre el poder central y la autonomía de los munici­
pios en este discurso de 1955:
Existe una
legitima sumisión de los Municipios respec­
to de la Nación que nadie pondrá
eli duda ... Pero una
autonomía bastante amplia constituye un estímulo eficaz
de energías provechosas para el Esado mismo, a condici6n
de que las autoridades locales se hagan cargo de ella, con
la potencia propia de su oficio y se guarden de todo es­
trecho particularismo (En decidant, 6, 1955).
Según la Doctrina social de la
Iglesiá, el Estado no se levan­
ta sobre los individuos como un monolito en medio de un
de·
sierto de arena. Entre el individuo y el Estado existen socieda­
des, cuerpos, instituciones, que aquél debe respetar. El primero
de estos grupos, la
familia, sociedad natural, completa, anterior
al Estado, que posee su esfera de libertad y de vida, propia e
intangible. Después, también las corporaciones públicas,
loca­
les o profesionales, eri diversos niveles, y las asociaciones cultura­
les e ideológicas, que tienen derecho a
existir y a ser reconocidas
por
el Estado y respetadas, cuando .no estimuladas y apoyadas
338
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LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
por él en el ámbito de sus actividades, en coordinación con el
bien común general.
Esta
es la esencia de la Doctrina social de la Iglesia, basada
en el principio de solidaridad, condicionado y perfeccionado
por
el principio de subsidiaridad, de especial importancia para prote­
ger la libertad y autonomía del individuo, asociaciones y
orga­
nismos intermedios. Porque en virtud de este principio, aque­
llo que pueden hacer los individuos
por sus propias · fuerzas o
eón la ayuda de los demás, no hay por qué enrregar ni debe en­
tregarse a la comunidad; de la misma manera, aquello que· las
agrupaciones «menores» y de orden inferior puedan realizar en
la órbita de
su competencia, no debe entregarse a las superiores y
más amplias. El bien común, con miras
a:! cual fue establecido
el poder civil, culmina en la vida autónoma de las personas, así
individuales, como morales o colectivas. Por eso no
se compa­
gina con esta docrrina social el carácter fuertemente centralizador
de las naciones modernas, montadas en una esttuctura inorgáni­
ca de partidos, centralismo que reduce en exceso las libertades
innatas de individuos y colectividades. Más aún, la Iglesia
reco­
mienda que en el seno de la nación crezcan y se desarrollen así
las entidades municipales, como los cuerpos profesionales, que
coordinan los intereses de las clases. Unos y otros facilitan al
Estado la gestión de los asuntos públicos, pues tienden al bien
común del propio Estado, con la menor pérdida de libertad.
Si
el Estado se atribuye y apropia iniciativas que deben ser priva­
das, no sólo será en daño del derecho y libertades de éstas, sino
también en· detrimento del bien público.
La persona humana, sola o asociada, queda perfectamente
favorecida y protegida en el ejercicio de sus derechos y liberta­
des, frente a cualquier tipo
de injerencia o totalitarismo, denrro
del . modelo social que describe y sostiene la
doctrina social ca­
tólica. No hay otra que se la pueda comparar.
339
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BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. J.
III
El orden social económico.
El hombre, por razón de su naturaleza psicosomática, está
proyectado por Dios de manera que necesita perentoriamente
para subsistir
y desarrollarse de bienes materiales. Esta necesa­
ria relación del hombre con los bienes materiales fundamenta un
conjunto de deberes
y derechos que constituyen el orden social
económico;
objeto también preferido de la Doctrina social de la
Iglesia, que por ocuparse del hombre integral debe atender
tam­
bién a su dimensión material o económica. Tanto es así que con
frecuencia
se entiende, de manera excesivamente reducida, por
Doctrina social de
la Iglesia, la que sólo se ocupa del aspecto
económico del hombre.
La Doctrina social de la Iglesia abarca no sólo el orden
so­
cial general y político, sino también y de un modo particular el
orden social económico; que no puede comprenderse
ni estudiar­
se en su debida proporción, sino encuadrado en el orden social
general
y político. Es un error desgajar el orden social económi­
co del orden social general
y político, que es previo. Por eso la
Doctrina social de la Iglesia, después de haber señalado respec­
to del orden social general
y político los tres principios funda­
mentales
de que hemos hablado -el principio de solidaridad,
el principio de subsidiaridad y
el principio de autoridacl-, ahora
completa y perfecciona su enseñanza afiadiendo
el cuarto princi­
pio fundamental, en el que se asienta el orden social económico.
Este
cuarto principio fundamental, que la Iglesia sostiene y
defiende como esencial para levantar un orden económico no
sólo eficaz, sino, sobre todo, que garantice la dignidad
y liber­
tad de
la persona humana, es el derecho a la propiedad privada
de los bienes materiales, no absoluto e ilimitado, como quiere
el liberalismo, sino condicionado y limitado, como ensegnida ex­
plicaremos. Dice así, con toda claridad, la voz del Magisterio de
la Iglesia:
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LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
Todo recto orden económico y social debe cimentarse
en
la base sólida del derecho a la propiedad privada (Pío
XII, Oggi, 20, 1944).
El desarrollo del derecho a
la propiedad privada de los bie­
nes materiales, característico de la Doctrina social de la Iglesia,
puede
encerrarse en las siguientes proposiciones, que iluminan
todo el orden
social económico.
Primera proposición:
Destino universal de los bienes mate­
riales.
Los bienes materiales han sido creados por Dios para el hom­
bre y para que le ayuden para el fin para que ha sido creado. En
efecto, los bienes materiales, por su naturaleza y
radical destina­
ción en el proyecto creador de Dios son bienes comunes,
es de­
cir, destinados indistintamente a todos los hombres para cubrir
y satisfacer las necesidades de todos y
cada uno de los hom­
bres. Nada, de nadie; todo, de todos. Ningún bien material es
exclusivo o propio de nadie. Ni propiedad privada, ni colectiva.
Es lo que se llama comunismo negativo. Tal es la primera, y más
fundamental, afirmación de la Doctrina social de la Iglesia.
Segunda proposición:
Derecho natural primario de todos los
hombres
al uso y consumo de los bienes naturales. Todos los hom­
bres están obligados por la ley natural a cumplir sus fines esen­
ciales. Ahora bien, dada la naturaleza psicosomática del hom­
bre, para ello necesita perentoriamente del uso y consumo de
bienes materiales.
Luego no sólo tiene derecho, sino también de­
ber de utilizarlos en la medida en que le seao necesarios para el
cumplimiento de
esos fines. Es un derecho natural primario,
porque
se funda y deriva inmediatamente de la naturaleza misma
del hombre y del destino universal de los bienes materiales,
«criados por Dios
-como dice Sao Ignacio-- para el hombre y
para que
le ayuden al fin para el que ha sido creado» (Pío XII,
La solemnita, 13; Juao XXIII, PT, 11).
Tercera proposición:
Derecho natural secundario del bombre
a
la propiedad privada de los bienes materiales, o sea, «a poseer­
los de un
modo estable y exclusivo». Derecho natural secundario
es el exigido por la naturaleza humaoa, no absolutamente consi-
341
Fundaci\363n Speiro

BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. J.
derada, sino hipotéticamente, o sea, en el supuesto de su condi­
ción actual, egoísta
y pasional. Ahora bien, en este supuesto es
evidente que
el hombre para ejercer su derecho natural prima­
rio
al uso y consumo de .los bienes materiales de un modo orde­
nado, libre
y pacífico, digno de la persona humana, exige la
posesión estable y exclusiva de esos bienes que, razonablemente,
prevé que va a necesitar. Luego tiene derecho a la propiedad
privada de
esos bienes; no derecho natural primario, sino dere­
cho natural secundario.
Al estar el hombre dotado de razón, debe tener la fa­
cultad no sólo de usar, como los demás animales, sino de
poseer de un modo estable
y exclusivo los bienes materia­
les que él prevé va a necesitar, pues es la única manera
de vivir
tranquilo y sosegado y no con la zozobra de si !os
tendrá o no los
tendrá y en la cantidad suficiente en el
momento en que los vaya a necesitar (RN, 5). ·
La experiencia más universal nos ensefia que sin propiedad
privada no
hay auténtica libertad. Sólo nos sentimos libres en
nuestra propia casa, con nuestras propias cosas, en la medida
en que disponemos libremente de los medios necesarios para
nuestro sustento
y demás necesidades. Libertad es independen;
da y, en concreto, independencia económica. Ahora bien, quieri

tiene propiedad privada no tiene independencia económica:
Luego no tiene libertad.
342
La historia y la experiencia demuestran · que en los re'
gímenes políticos que no reconocen a los particulares la
propiedad, incluida
la de los bienes de producción, se viola
o suprime totalmente el ejercicio de la libertad humana en
las cosas más fundamentales; lo cual demuestra con eviden­
cia que el ejercicio de la libertad tiene su garantía y al mis:
mo tiempo su estímulo en el derecho de propiedad priva'
da (MM, 109 y sigs.).
La propiedad privada o un cierto dominio sobre los
bienes externos aseguran a cada
cual una zona absoluta­
mente necesaria para
la autonomía personal y familiar, y
debe ser considerado como ampliación de la libertad hu­
mana (GS, 71).
Fundaci\363n Speiro

LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
El hombre tiene derecho a poseer en propiedad el fruto de
su trabajo. Este derecho es tan evidente que nadie lo niega, ni
los mismos socialistas. Precisamente, en el despojo de este dere­
cho al fruto
de su trabajo que sufre el obrero de parte del ca­
pital, según el marxismo, fundamenta éste sus ataques contra el
capitalismo.
La relación de pertenencia de una cosa a alguien,
que le dé derecho a llamarla «suya»,
es una relación de segundo
grado que
se fundamenta en la acción de producirla o transfor­
marla, o. sea, en el trabajo. Por eso se considera al trabajo como
uno de los títulos fundamentales del derecho a la propiedad de
algo. Ahora bien,
si el fruto de mi trabajo es mío, también lo
será aquello por lo que haya cambiado o transformado ese fruto
de mi trabajo (dr., RN, 2 y 3).
Dada la condición actual del hombre y lo penoso
y duro del
trabajo, sin el derecho a la propiedad privada del fruto de ese
trabajo no habría estímulo
sufu:iente para algo tan necesario
como el trabajo; todo
lo contrario. La experiencia nos enseña que
en la condición actual del hombre nadie pone interés
ni esfuerzo
serio y perseverante sino en lo que le
es propio y directa y ex­
clusivamente le afecta; no en lo común, que, por serlo, puede
igualmente ser usado y consumido con el mismo derecho por
cual­
quier otro.
La propiedad privada, al ser el gran estímulo para el traba­
jo,
éstimula enormemente el proceso económico general en be­
neficio de todos, haciendo que los bienes se produzcan en abun­
dancia y lleguen a los más y en las mejores condiciones. Tan
evidente es esto que
la Rusia comunista se vio obligada a recu­
rrir al «stajanovismo» para estimular y compensar a los
traba,
jadores con objeto de favoreoer la economía general, que se ve­
nía abajo. La propiedad privada inclina a cada propietario a ad­
ministrar sabiamente sus bienes, estimula k producción de ri­
quezas
por el incentivo de nuevas ventajas y mayores beneficios:
en una palabra, el hombre trabaja con
más celo, iniciativa y cons­
tancia. Todo lo cual redunda en gran manera en la prosperidad
general.
343
Fundaci\363n Speiro

BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. l.
De todo lo cual se sigue claramente que debe recha­
zarse de plano esa fantasía del socialismo, de reducir a co­
mún la propiedad privada, puesto que daña a esos mis­
mos, a quienes pretende socorrer, repugna a los derechos
naturales de los individuos
y perturba las funciones del
Estado y la tranquilidad común. Por tanto, cuando se plan­
tea
el problema de mejorar la condición de las clases infe­
riores,
se ha de tener como fundamental el principio de que
la propiedad privada ha de conservarse inviolable (RN, 11).
Finalmente, según la Doctrina social
de la Iglesia, la propie­
dad privada
es una exigencia de la familia. La naturaleza misma
de
fa familia exige de modo particular la propiedad privada:
«Es necesario que el derecho de propiedad dado por la
naturaleza a cada persona,
sea transferido al hombre, en
cuanto
cabeza de familia; más aún, ese derecho es tanto
más firme cuanto
la persona abarca más en la sociedad
doméstica. Es ley santísima de la
naturaleza que el padre
provea
al sustento y a todas las necesidades de sus hijos
y que igualmente pueda adquirir y disponer para ellos ...
algo con que puedan después, honestamente, vivir ... Para
esto necesita poseer bienes productivos que les pueda trans­
mitir por herencia» (RN, 9; cfr. Pío
XII, La solemnita, 22}.
Cuarta proposición:
El derecho de propiedad privada lleva
naturalmente intr!nseca una
función social; es decir, quien dis­
fruta de tal derecho debe, necesariamente, ejercerlo para benefi­
cio propio y utilidad de los demás (MM, 19; MM, 119).
El derecho de propiedad otorga al propietario,
es verdad, el
uso exclusivo
y estable de los bienes que legítimamente posee.
Pero esta ordenación o atribución jurídica
al propietario del uso
exclusivo y estable de esos bienes no afecta a la radical destina­
ción de los mismos dada por
el Creador en beneficio de todos los
hombres indetertninadamente.
Por consiguiente, el propietario ha
de usarlos sin olvidar
esa radical destinación. De ahí que los que
le sean
superfluos, es decir, que no necesite y en la medida en
que no los necesite después de cubrir sus necesidades
y -conve­
niencias sociales y estimularse con ellos a seguir trabajando no
puede retenerlos
ni acumularlos, sino que está gravísimamente
344
Fundaci\363n Speiro

LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
obligado por justicia social a entregarlos a la comunidad o darlos
a quienes los necesiten. En esta
grave obligación de justicia so­
cial, que gravita sobre los bienes superfluos o no necesarios a
manera de hipoteca, consiste
la función social de la propiedad.
Así, pues, aunque la administración y disposición de los bie­
nes, legítimamente adquiridos, pertenezca exclusivamente al pro­
pietario; pero en cuanto al uso y disfrute de los mismos no debe
tenerlos
d hombre como propios, sino como comunes, de modo
que los comunique fácilmente a otros que lo necesiten y cuando
él no los necesite, puesto que conservan siempre su destino co­
mún a favor de todos los hombres (Santo Tomás de Aquino, II,
II, q. 66, 2).
Tampoco las rentas dd patrimonio quedan en absolu­
to a merced del libre arbitrio
dd hombre; es decir, las
que no le son necesarias para la sustentación decorosa y
conveniente de la vida. Al contrario, la Sagrada Escritura
y los Santos Padres constantemente declaran con palabras
clarísimas que
los ricos' están: gravlsimamente obligados
por d precepto de la limosna, la beneficencia y la magnifi­
cencia (QA, 50).
Quinta proposición:
La distribución de los bienes superfluos
d propietario puede hacerla a través de la práctica de la limos­
na, de
la liberalidad y de la magnificencia, como muy bien expli­
ca Santo Tomás de Aquino (II-II, q. 134).
Por la limosna responde en justicia al derecho natural pri­
mario y más urgente de los otros a tener los bienes materiales
que necesitan
para vivir. Por la liberalidad responde al derecho
natural secundario de los demás hombres a ser propietarios como
él. Por la magnificencia responde a ese mismo derecho, pero no
de una persona particular, como lo hace por la liberalidad,
ayu­
dando a un particular a poner un negocio, a hacer una carrera,
etcétera; sino de una manera más general, amplia y grandiosa, a
través de alguna fundación, obra importante, etc.
Quien emplea grandes cantidades en obras que pro­
porcionan mayor oportunidad de trabajo, con tal que
se tra­
te de obras verdaderamente útiles, practica de una manera
345
Fundaci\363n Speiro

BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. J.
magnífica y muy acomodada a las necesidades de nuestros
tiempos la virtud de la magnificencia, como
se colige sa­
cando las consecuencias de los principios expuestos por el
Doctor Angélico (QA, 51).
Es gravísima la obligaci6n de justicia
social que tienen los
ricos,
como enseñan constantemente la Sagrada Escritura y los
Santos Padres: primero, de ejercitar la limosna, o como se la
quiera llamar, socorriendo a quien está en
extrema necesidad
y
no s6lo con los bienes superfluos; segundo, y esto es también ur­
gente, de ejercitar la liberalidad, contribuyendo y ayudando a la
difusión de la propiedad privada para que
el necesitado pueda
ayudarse y desarrollarse por sí mismo. Hay que dar no
sólo el
pez, sino la caña, como dice el dicho popular. Es el ejercicio de
la liberalidad.
Gane
el rico legítimamente lo que quiera. Bueno es: puede
hacer mucho bien. Pero que no piense que puede retener
y acu­
mular para sí solo toda su riqueza. Está gravísimamente obliga­
do a ayudar con su dinero a otros, no sólo a que cubran sus ne­
cesidades vitales, sino a que sean también propietarios, al menos
de ese mínimum que una familia necesita para vivir dignamente
(cfr. Pfo XII, La solemnitlt, 24, 1941). No es cristiano quien sólo
piensa en hacerse rico,
más y más, sin pensar en los que tienen
necesidad. Hacerse
rico para, viviendo

modestamente, tener
mu­
cho con que ayudar mucho a quien no tiene nada o tiene poco:
eso es ser cristiano (GS, 69).
Sexta proposici6n: Dif«si6n de la propiedad privada. Siendo
el derecho a la propiedad privada un derecho natural que com­
pete a todo hombre, la propiedad privada, principalmente de los
bienes de producción, asegura al hombre y a su familia una zona
absolutamente necesaria para su autonomía personal y familiar
y es una garantía de la libertad humana (GS, 71; MM, 109;
O
ggi, 28) ; por consiguiente se impone el principio de la difusión
y generalización, lo más posible, de la propiedad privada. Hoy
más que nunca es necesaria la difusi6n de la propiedad privada,
al menos de esos bienes que forman el llamado patrimonio fami­
liar, Es doctrina social de la Iglesia:
346
Fundaci\363n Speiro

LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLES1A
Hoy más que nunca hay que defender la necesidad de
difundir la propiedad privada. . . Con el uso prudente de
los recursos técnicos que la experiencia aconseje, no resul­
tará
difícil realizar una política social y económica que fa­
cilite y amplíe lo más posible el acceso a la propiedad pri­
vada de los siguientes
bienes: bienes de consumo durade­
ro, vivienda, pequeña propiedad
agraria, utillaje necesario
para la empresa artesana y para la empresa agrícola
fami­
liar, acciones de empresas grandes o medianas; todo lo
cual se está ya practicando con pleno éxito en algunas na­
ciones, económicamente desarrolladas y socialmente
avllllZl!­
das (MM, 115).
Corolario: El derecho a la propiedad pripada es, pues, un
derecho limitado. La apropiación de bienes materiales, aunque
puede
extenderse a toda clase de bienes, es, sin embargo, l!1l
derecho limitado en su uso. Limitado por su misma finalidad,
una mejor y más ordenada y rentable
explotación en el uso de
esos bienes, de modo que aprovechen no solamente al propieta­
rio, sino, también, a los demás; limitado
por el derecho primario
y más urgente de quienes tienen neoesidad para subsistir de esos
bienes ; limitado
por el derecho de los demás a ser igualmente
propietarios; limitado, finalmente,
por las exigencias del bien
común general
(MM, 116, 117).
El derecho de todo hombre a usar de los bienes ma­
teriales para su decoroso sustento tiene que ser estimado
como superior a cualquier
otto derecho de contenido eco­
nómico y,
por consiguiente, superior también al derecho de
propiedad privada (MM, 43).
La propiedad privada no constituye para nadie
un de­
recho incondicional y absoluto. No hay
ninguna razón para
reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia ne'
cesidad, cuando a los demás les falta lo necesario (Pablo
VI, PP, 23).
Las recientes
Orientaciones de la Santa Sede, que comenta­
mos, resumen e insisten en esta misma enseñanza ttadicional de
la Iglesia con estas breves y precisas palabras:
347
Fundaci\363n Speiro

BALTASAR PEREZ ARGOS, S. J.
De la dignidad de la persona humana, de sus derechos
y de su sociabilidad, derivan los demás principios perma­
nentes de reflexión que orientan y regulan la vida social.
Entre ellos, profundizados por
la reflexión del Magisterio,
se pueden señalar los que se refieren al bien común, a la
solidaridad, a la subsidiaridad, a la participación, a la con­
cepción orgánica de la vida social y al destino universal
de los bienes (n. 36 ).
Al hablar en el número 42 del «destino universal de los bie­
nes materiales», al que califica de «principio típico de
la Doctri­
na social de
la Iglesia», deriva de ese destino el derecho a la pro­
piedad privada, en sí legítimo y necesario, pero «circunscrito
dentro de los
limites impuestos por su función social». Lo que
confirma con un valioso texto
de Juan Pablo II en su encíclica
Laborem exercens:
La tradición cristiana no ha sostenido nunca este dere­
cho como algo absoluto e intocable. Al contrario, siempre
lo ha entendido en el contexto
más amplio del derecho
común de todos a usar los bienes de
la creación entera: el
derecho a
la propiedad privada como subordinado al dere­
cho al uso común, al destino universal de los bienes (n. 14
).
El Estado y el orden económico.
El Estado no puede quedar al margen del orden económico,
sino que ha de intervenir como le corresponde, como gestor del
bien común
y en virtud del principio de subsidisridad.
Primero. Como gestor del bien común el Estado ha de re­
conocer, facilitar, coordinar y tutelar: 1) el ejercicio del derecho
primario de todos y cada uno de los ciudadanos al uso y consu­
mo de los bienes materiales necesarios para una vida individual
y
familiar digna; 2) el derecho de propiedad privada y moderar y
regular su ejercicio dentro de un marco jurídico que facilite su
difusión;
3) estimular y urgir el cumplimiento de la función so­
cial de la propiedad, facilitando y no estorbando a los particula­
res
el ejercicio de la liberalidad y la magnificencia; 4) dado el
caso, actuar de una manera subsidisria, sobre todo a
fin de con-
348
Fundaci\363n Speiro

LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
seguir una mayor difusión de la propiedad privada: lo que equi­
vale a una mayor distribución de
la riqueza; 5) urgir y facilitar el
cumplimiento del deber y del derecho al trabajo
para que haya la
abundancia de bienes necesarios en la comunidad (RN, 23, 26;
QA, 49; MM, 20, 21, 52, 53, 55; GS, 75).
Segundo. El Estado puede y debe establecer las limitaciones
del derecho de propiedad en orden a una mayor difusión de
la pro­
piedad privada entre los particulares, a través de leyes y medidas
concretas que tengan en cuenta
el bien común de la sociedad y
la realidad económica del país (MM, 115, 40).
La intervención de los poderes públicos en la limitación de
la propiedad privada jamás puede ser tal que llegue a abolir
prácticamente ese derecho, por ejemplo, con excesivas cargas
fiscales y desde luego siempre con una finalidad
subsidiaria. Por
lo cual, previamente ha de urgir y facilitar a los particulares
desprenderse de sus bienes por el ejercicio de
la liberalidad y la
magnificencia (QA, 49; MM, 117, 151). Importante advertencia
de la
Doctrina social a la Iglesia para salvaguardar la libertad de
los particulares frente a un fisco devorador.
En la sucesión hereditaria no es lícito que el fisco acabe
prácticamente
con el patrimonio familiar a fuerza de exigir «de­
rechos reales».
«El Estado ha de actuar de manera que el dere­
cho natural de poseer en privado y de transmitir los propios
bienes por vía hereditaria quede siempre intacto e inviolable»
(QA,
49; RN, 9).
Tercero. En la práctica es peligroso conceder al Estado atri­
buciones directas en orden a
la limitación legal del derecho de
propiedad: primero, por la dificultad
de señalar un «máximum»
conveniente de
esa limitaci6n; segundo, porque, l6gicamente, pu­
diera llegarse, mediante sucesivas reducciones de ese «máximum»,
a la extinci6n práctica de la propiedad privada en muchos casos;
tercero, finalmente, por
la falta de estímulo que esto crearía en
los que hubiesen alcanzado ese «máximum», que serían general­
mente los más laboriosos y de mayor iniciativa econ6mica. Ade­
más, es totalmente innecesario que
el Estado actúe directamente
para limitar
el exceso de propiedad. Mediante la acci6n indirecta
349
Fundaci\363n Speiro

BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. J.
limitativa a través de leyes fiscales y sociales adecuadas puede
perfectamente el Estado obtener
la deseable limitación y ordena­
ción de
la propiedad privada en orden al bien común y a una
mayor difusión de
la misma.
Cuarto. El Estado y demás instituciones públicas pueden
legítimamente poseer bienes
de producción, de modo especial
cuando éstos llevan consigo tal poder económico que no es po­
sible dejarlos en manos de personas privadas sin peligro del
bien común
(MM, 116).
IV
El proceso económico.
Para la satisfacción de las necesidades del hombre, Dios ha
puesto en
la Naturaleza algunos bienes, de los más necesarios,
en abundancia
más que suficiente, aptos para ser inmediatamente
utilizados, por ejemplo, el aire, el agua,
la luz; pero otros mu­
chos bienes que el hombre necesita no existen, ni en la abundan­
cia necesaria, ni en la disposición apta para ser inmediatamente
utilizados o no
están al alcance de su mano. Es decir, no son lo
que se llama «bienes econ6micos».
Se impone, pues, que elhom­
bre · con su trabajo los produzca, si no existen, o les comunique
alguna utilidad económica, es
decir, los haga aptos para ser inme­
diatamente utilizados.
La producción eoonómica, según la utilidad
económica que comunique a los bienes, puede ser varia:
exttac­
tiva (minería, pesca), agrícola, industrial, locomotiva, comercial.
El hombre, para el cumplimiento de sus fines humanos, nece­
sita no sólo de bienes materiales, sino también de servicios, o
sea, de actividades prestadas por otros hombres; por ejemplo, los
servicios del médico, del maestro, del jurista, del sacerdote,
etc,
De ahí que por bienes econ6micos se entienda no sólo los bienes
materiales, sino también los servicios. Es conocida también
la
distinción entre bienes de consumo, los que el hombre aplica in·
mediatamente a satisfacer sus necesidades humanas, y bienes de
producción, los que aplica a la producción de otros bienes o ser­
vicios.
350
Fundaci\363n Speiro

LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
La producción económica se ordena al consumo. En los ser­
vicios, producción
y consumo son simultáneos y correlativos;
en los otros bienes, forman
un proceso que comprende esencial­
mente
tres fases: producción-cambio-consumo. Se produce para
tener qué consumir o qué cambiar por lo que quiero consumir.
El proceso económico es, pues, el conjunto de actividades de
productores, ordenado a la elaboración de bienes y servicios que
los
consumidores necesitan y obtienen generalmente mediante el
cambio de productos y/ o servicios. Para facilitar el cambio se
ha inventado como instrumento la moneda.
* * *
El hombre se acerca a los bienes materiales, como hemos di­
cho, mediante un proceso de producción. En este proceso inter­
vienen necesariamente tres factores o agentes de
la producción:
el hombre, con su trabajo; la naturaleza, ofreciendo materias pri­
mas y poderosas energías físicas, químicas y biológicas; y el ca­
pital, «conjunto de cosas» preparadas y destinadas por el hom­
bre para que le ayuden en la producción y hagan su trabajo más
eficaz
y menos penoso y la fecundidad de la tierra más produc­
tiva.
El capital, generalmente, comprende no sólo la máquina, ins­
talaciones
y toda clase de instrumentos ideados por el hombre y
destinados a la producción, incluidos los instrumentos de pago
y . títulos de propiedad, sino también las materias primas y las
energías de
1a naturaleza: animales, simientes, etc. Con lo que
los factores o agentes de la producción
se reduoen a dos: el hom­
bre
y el capital. El hombre con su trabajo, como causa principal
eficiente
y el capital como causa instrumental o material.
Capital y trabajo, los
dos factores absolutamente necesarios
en el proceso económico.
Se necesitan y se. subordinan como cau­
sa principal y causa instrumental .. «Ni el capital puede existit sin
el. trabajo, ni el trabajo sin el capital». Verdad evidente que han
proclamado siempre los Pontífices (RN, 14; QA, 53). Juan Pa­
blo
Il, en su encíclica Laborem exercens, dedicada al trabaj<>,
351
Fundaci\363n Speiro

BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. J.
saca de esta verdad una profunda enseñanza que el socialismo no
tiene en cuenta por hacer otro análisis de la realidad económica:
A
la luz de esta verdad se ve claramente que no se
puede separar el capital del trabajo y de ningún modo con­
traponer· el trabajo al capital ni el capital al trabajo; ni
menos los hombres concretos que están detrás de estos
conceptos.
El proceso económico en· general demuestra, por
el contrario, la compenetración recíproca que existe entre
el trabajo y lo que estamos acostumbrados a llamar el ca­
pital; demuestra su vinculación indisoluble (n. 13 ).
Es evidente que de los dos agentes de la producci6n, el
hombre
y el capital, el hombre es no sólo desde el punto de
vista moral, sino también desde el punto de vista económico, el
factor más importante y productivo. El hombre con su inteli­
gencia
y voluntad planea, prepara, reúne el capial necesario,
lo hace productivo
y decide y realiza la producción teniendo por
incentivo o causa
final el consumo o satisfacci6n de las necesi­
dades humanas en la medida necesaria. El hombre es el alfa y
omega de toda la economía.
Para entender en su justo sentido esta «indisoluble vincula­
ci6n del capital y el trabajo», es necesario comprenderlo desde
la perspectiva del concepto que la Doctrina social de
la Iglesia
tiene del trabajo. No olvidemos que, como nos dice Juan Pablo
11, «el trabajo humano es una clave, quizá la clave esencial de
toda la cuestión social, si tratamos de verla verdaderamente
desde
el punto de vista del bien del hombre». De ahí la im­
portancia del concepto que se tenga del trabajo humano.
Concepto cristiano del trabajo.
Para la docttina social católica el trabajo es esencialmente
una actividad humana,
específicamente humana; goza, por con­
siguiente, de la alta dignidad de la persona humana de donde
procede; actividad destinada por su naturaleza al perfecciona­
miento de la misma persona. Más aún,
el trabajo, aun el más
humillante y modesto, realizado en las condiciones exigidas en
352
Fundaci\363n Speiro

LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
toda acción moral, es pata el cristiano un servicio a Dios y un
medio de santificación personal. Desde los primeros siglos
cris­
tianos los Santos Padres y los Doctores de la Iglesia nos han
hablado en este sentido. No
hacían nada más que reflejar la gran
enseñanza que nos dio con su ejemplo el mismo Fundador de la
Iglesia, obrero e hijo de obrero, que pasó casi la totalidad de
su vida en el ejercicio de
un modestísimo trabajo de carpintero
de pueblo. ¿Cabe mayor exaltación y estima del trabajo obrero
y más en aquellos tiempos?
Pío XII nos resume así lo que la
Iglesia piensa:
Todo trabajo posee una dignidad inalienable y
al mis­
mo tiempo un íntimo lazo con el perfeccionamiento de la
persona; noble dignidad
y prerrogativa del trabajo, en nin­
gún
modo envilecida por el peso y la fatiga, que se han de
soportar como efecto del pecado original, en obediencia y
sumisión a
la voluntad de Dios (Con semper, 20, 1943 ).
El Vaticano II lo valora añadiendo matices interesantes:
Los hombres y mujeres, mientras procuran el sustento
para sí y su familia, realizan su trabajo de forma que
re­
sulte provechoso y en servicio de la sociedad ; con razón
pueden pensar que con su trabajo desarrollan
la obra del
Creador, sirven
al bien de sus hermanos y contribuyen de
modo personal a que
se cumplan los designios de Dios en
la historia» (GS, 34 ).
Concepto pagano del trabajo.
En contraste con esta concepción cristiana del trabajo, aun
del más humilde, nos encontramos, no
ya en los tiempos remotos
de la antigüedad, sino hoy en día con otra concepción muy dis­
tinta, que no dejará de sorprendernos. La encontramos en todos
los sistemas económicos no cristianos, sean del signo que sean.
Pío XI, en su admirable encíclica sobre el comunismo, Divini
Redemptoris
(maravillosa encíclica, lamentablemente poco cono­
cida y
difícil de encontrar), nos recuerda que «el mismo Cicerón,
hombre justo y prudente,
si los ha habido, calificaba el trabajo,
353
Fundaci\363n Speiro

BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. 1.
resumiendo la opini6n general de su tiempo, con palabras de las
que hoy en
día se avergonzaría cualquier soci6logo: «Todos los
trabajadores se ocupan
en oficios despreciables, porque en un
taller
no puede haber nada noble» (DR, 3(; ). El mismo Arist6te­
les, el sabio
y profundo fil6sofo, había dicho también que «un
perefcto ordenamiento social no admitiría jamás al trabajador
entre el número de los ciudadanos». Incomprensible. Pero lo que
resulta más incomprensible
es que tan degradante concepto del
trabajo y del trabajador no solamente se ha actualizado, sino que
se ha empeorado. La ciencia econ6mica moderna considera el
trabajo como una mercancia, que se compra y se vende o como
una fuerza an6nima necesaria para la producci6n, · como puede
ser la de una máquina. Véase lo que nos dice el soci6logo Dárda­
no
en su obra Elementi di Sociología:
El vergonzoso fen6meno de la esclavitud fue consecuen­
cia del concepto pagano del trabajo. Reverdecido· este
con­
cepto ha vuelto a producir las mismas o peores consecuen­
cias. El
trabajo-mercancia ha engendrado la concurrencia, el
mercado,
la plaza del trabajo; ha confundido el pacto con
la justicia y reducido la suerte del trabajador a peor con-
dici6n que la del esclavo.
·
Los antiguos compraban el trabajo y el trabajador; y
cuidaban del uno y del otro. Ahora se compra únicamente
el trabajo
y se prescinde ele! trabajador; el cual, solo, aban.
clonado e indefenso debe pensar en
sí mismo en su mise­
ria, en su presente y en su futuro
(pág. 174).'
Juan Pablo II, que ha dedicado toda una encíclica a exaltar
la dignidad del trabajo humano, profundiza e ilumina esta doc­
trina con una importante
distinción entre trabajo subjetivo y
trabajo objetivo, el trabajo como actividad del sujeto y el tra­
bajo
como producto, objeto ele esa actividad. Dice el Papa:
354
El peligro de considerar el trabajo como una mercancía
sui generis o como una anónima fuerza necesaria para la
producci6n (se habla incluso de fuerza-trabajo) existe siem­
pre, especialmente cuando
toda la visual de la problemoi­
tica econ6mica está caracterizada por las premisas del eco­
nomismo materialista.
Fundaci\363n Speiro

LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
Una ocasión sistemática y en cierto sentido hasta un
estímulo para este modo de pensat
y valorar está consti­
tuido por el acelerado proceso de desarrollo de la civiliza­
ción, unilateralmente materialista, en la que
se da im­
portancia primordial a la dimensión ob¡etiva del trabajo,
mientras la
sub¡etiva -todo lo que se refiere indirecta o
directamente al mismo sujeto del trabajo-- permanece a
un nivel secundatio.
En todos los casos de este género, en cada situación so­
cial de este tipo, se da una confusión e incluso una inver­
sión
del orden establecido desde el comienzo con las pala­
bras del libro del Génesis:
El hombre es consideradd
como un instrumento de producción, mientras
él --él solo,
independientemente del trabajo que
realiza-debería ser
tratado como sujeto eficiente
y su verdadero attífice y
creador (LE, 7).
Y aplicando este criterio a la realidad
economica añade el
papa con gran perspicacia, lo que no hemos de olvidat
al juzgar
un sistema social justo:
Conviene recordar que
el error del capitalismo primi­
tivo se puede repetir dondequiera que el hombre sea tra­
tado de alguna manera a la par de todo
el complejo de los
medios materiales de producción, como un instrumento
y
no según la verdadera dignidad de su trabajo, o sea, como
sujeto y autor, y, por consiguiente, como verdadero fin
de todo el proceso productivo (ib. ).
* * *
En verdad puede decirse que, sólo desde la perspectiva cris­
tiana, adquiere el trabajo y el trabajador toda su dignidad y
grandeza
y, por consigniente, sólo desde la perspectiva cristiana
se puede reivindicar para el trabajo y el trabajador el puesto que
le corresponde en el complejo proceso de la producción económi­
ca.
De no reconocer esta dignidad del trabajo humano proceden
todos los males e injusticias que han pervertido
y pervierten el
orden social económico. Nos lo dice expresamente Juan Pablo.U:
Conviene subrayar
y poner de relive en todo el proce­
so económico la primacía del hombre, del trabajo sobre el
355
Fundaci\363n Speiro

BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. 1.
capital. Todo lo que está contenido en el concepto de ca­
pital ( en sentido restringido) es solamente un «conjunto de
cosas», siendo el hombre, como sujeto del trabajo e inde­
pendientemente del trabajo que realiza,
él solo persona.
Esta verdad contiene en sí consecuencias itnportantes y de­
cisivas (LE, 12).
De aquí que, en cuanto se invierte este orden de valores, el
trabajo
se convierte en un factor alienante y esclavizador y cual­
quier sistema económico, ya sea el capitalismo o el colectivismo,
se hace injusto y explotador del obrero.
Cualquier régimen es malo y causa
de injusticia social,
si no tiene en cuenta y en la medida en que no tenga en
cuenta este orden de valores, a saber, la
pritnacía del tra­
bajo sobre el capital. Lo cual puede suceder y sucede tanto
en el régimen de la propiedad privada o capitalista,
como
en el régimen colectivista (ib.).
Y peor, podemos añadir. Porque suprimida la propiedad pri­
vada de los medios de producción y puestos éstos en manos de
un
úniro. y poderoso propietario, el Estado, el peligro de so­
meter el hombre al capital, tratándole como mero instrumento de
producción a favor del Estado, es inminente. Ni la economía pros­
pera,
como lo han demostrado los países del Este europeo, y,
desde luego, la libertad de la persona se viene abajo en un ré­
gitnen así, como lo han demostrado también los mismos países
del Este, que
han corrido hacia la libertad; esa libertad que no
conodan detrás del «telón de acero».
El trabajo como actividad humana y el trabajador como per­
sona, no subordinable de
ninguna manera al capital, es el núcleo
de la
Laborem exercens, formidable alegato, tanto contra el ca­
pitalismo, como contra el socialismo por el mismo error. El
error de las ciencias y sistemas económicos no cristianos que se
interesan y hablan del
traba;o ob¡etivo y no del traba;o subie­
tivo;
confusión, al no distinguir entre trabaio ob¡etivo y trabaio
subietivo,
que les lleva al error y a la injusticia, tanto al capita­
lismo como al socialismo.
Terminemos esta reflexión·- sobre .
el trabajo recordando su
356
Fundaci\363n Speiro

LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
valor social, su importante valor social. Porque con relación al
derecho natural primario, el trabajo
es «el medio universal y
digno de procurarse el hombre el sustento decoroso para
sí y su
familia» (RN, 6; MM, 18). De donde se sigue el deber y el
derecho de todo hombre al trabajo, a un trabajo digno, al
al­
cance de sus posibilidades. Con relación al derecho natural se­
cundario a la propiedad privada, el trabajo es el título más fun­
damental y originario de propiedad. Fundamenta y determina la
relación de propiedad (relación de segundo grado), el que
una
cosa sea «mía», «suya», de alguien. Finalmente, el trabajo es
el medio más general y eficaz de relacionarse el hombre con los
demás hombres
y de cumplir con el gran principio de la solidari­
dad humana, colaborando con los otros hombres en la
edifica­
ción de la ciudad. No olvidemos que el trabajo tiene un carác­
ter no sólo individual sino también y eminentemente social (RN,
31; QA, 69; PP, 43, 48; GS, 32). Con
razón reclama el Papa
Plo XII:
La · táctica más inhumana y antisocial es hacer odioso
el trabajo. Pues el trabajo, aunque muchas
veces hace sen­
tir la fatiga, aun dolorosa y áspera, en sí mismo es, sin
embargo, hermoso y capaz de ennoblecer al hombre, por­
que continúa, en todo cuanto hace, la obra iniciada por
el Creador y es generosa colaboración de cada uno al bien­
estar
de todos. Pensamiento éste que sería suficiente para
hacer amable cualquier rabajo, hasta el
más monótono y el
más duro (Discurso, 27 de marzo de 1949).
V
Análisis del proceso económico.
El proceso económico, proceso que tiende a poner al alcan­
ce de los consumidores bienes y servicios en la abundancia y
en las condiciones óptimas, que los consumidores necesitan y de­
mandan, es un proceso complejo, de múltiples dificultades en la
práctica. Para
el estudio y profundización de este proceso, en
orden a su mejor comprensión y praxis, se parte comúnmente,
357
Fundaci\363n Speiro

BALTASAR PEREZ ARGOS, S. l.
como es lógico, de un análisis del mismo. Este análisis puede ser
vario.
Está de moda el análisis marxista, análisis que contempla la
realidad en general y en
particular la realidad económica, como
un
movimiento provocado y conducido por el choque de ten­
siones contrarias, entre explotados
y explotadores, que pone en
marcha y dirige la realidad y su repercusión económica, coloreán­
dola diversamente. Toda una filosofía.
El análisis marxista del
proceso económico
sólo puede tener cabida en una concepción
evolucionista de la realidad, encerrada en sí misma, sin abertura
a la trascendencia.
En una palabra, el análisis marxista presupo­
ne una concepción materialista y evolucionista del hombre
y de la
sociedad, propia del socialismo marxista.
Pero el
análisis marxista no es el único que puede facilitar­
nos el conocimiento de la realidad
y de la realidad económica.
Aparte
de su intrínseca incapacidad para explicar el cambio -el
puro «devenir» es incomprensible--, queda fácilmente superado
y con ventaja por otro análisis,
el análisis aristotélico-tomista
de las cuatro causas.
Este
análisis aristotélico-tomista contempla la realidad cam­
biante, no como el resultado o síntesis de tensiones contrarias,
que por serlo, diríase más destructivas que constructivas; sino
como el resultado o producto de la necesaria concurrencia
de
factores distintos, en nuestro caso, los llamados «agentes de la
producción». Este análisis es el análisis más obvio y natural, el
análisis del sentido común. No hay que ser muy filósofo para
comprender que
el cambio, por ejemplo, del agua fría en calien­
te, es el resultado o producto de
la concurrencia de cuatro ele­
mentos o causas, del agua, del calor, del fuego, que introduce el
calor en el agua, y del deseo de aguien de tener agua caliente
a determinada temperatura. No
es necesario desmenuzar más el
proceso y entrar en nuevos análisis. Todo
nos llevaría a lo mis­
mo, a que el cambio se debe a la concurrencia de estas cuatro
causas:
la eficiente, que movida por una causa final y manejan­
do a
veces un instrumento, moviliza y cambia una materia, in­
troduciéndole una forma.
358
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LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
Es evidente, y exigido por este análisis, que la realidad cam­
biante deviene cambiada por algo, y mejor, por alguien fuera de
ella. Lo expresaba Arist6teles en aquel principio, importanúsi­
mo y capital principio de la filosofía aristotélico-tomista:
«omne
quod movetur, ab alío movetur», todo lo que se mueve, se mue­
ve por otro. Es decir, el análisis arist01;élico-totnista nos descu­
bre, sencillamente, que el cambio, que toda realidad cambiante,
está necesariamente abierta a la trascendencia, a algo, mejor, a
alguien fuera de
ella: el cambio no es una realidad encerrada
en
sí misma, como piensa el marxismo.
El análisis de las cuatro causas se encuadra, además, necesa­
riamente dentro de una
Metaflsica de la participaci6n o Metafísi­
ca del Ser, no del Devenir, que reclama un concepto análogo
del Ser.
La realidad cambiante, que es toda la realidad que nos rodea,
no es
devenir, sino ser, ser participado o ente; por lo mismo, ser
compuesto, limitado, contingente que deriva por participaci6n
causal (por creaci6n) del Ser puro, ilimitado, necesario. Esta
panorámica del
SER puro y del ser por participaci6n, s6lo puede
contemplarse desde un concepto análogo del ser. Metafísica de
la participaci6n, analogía del ser, cuatro causas, he aquí
la in­
fraestructura filos6fica aristotélico-tomista de una teología, la
Teología tradicional cat6lica. ¿No
es esto lo que le falta a la
llamada «teología de la liheraci6n» del peruano P .. Gutiérrez y
compañía, por lo que no acaban de ponerse de acuerdo con
Roma?
* * *
Contemplada la realidad econ6mica desde el análisis marxis­
ta, es decir, si
la realidad, el cambio y el progreso econ6mlco son
el resultado o síntesis de tensiones contrarias o contradictorias,
se comprende que las piezas que componen esa realidad haya que
situarlas unas frente a otras, en lucha y tensi6n continua y
progre­
siva: obreros contra patronos, sindicatos contra la patronal; nada
de sindicato vertical, sino sindicato horizontal o de clase, solida­
ridad obrera, reivindicaciones constantes, huelgas por cualquier
moiivo, lucha, lucha, palabra clave
y animadora, junto con el
359
Fundaci\363n Speiro

BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. J.
NO a cualquier cosa, fácil de pronunciar a cada momento y por
cualquiera, pues no tienen otra
razón que la del enfrentamiento,
motor del progreso según este análisis.
Por el contrario, contemplada la realidad económica desde el
análisis aristotélico-tomista,
es decir, si el cambio y el progreso
económico
no es el resultado o producto del enfrentamiento, sino
de
la concurrencia de causas, de los llamados «agentes de la pro­
ducción»,
habrá que situar estos factores no uno frente al otro,
sino en concurrencia causal de
la misma acción productiva; ac­
ción productiva que procede necesaria y simultáneamente de la
concurrencia de esos diversos agentes de la producción, en con­
cteto del trabajo y del capital. Trabajo y capital que mutuamen­
te se necesitan como
causa eficiente principal y causa instrumen­
tal de la producción, a la que concurren subordinadas la una a
la otra, el capital al trabajo movidos por la misma intencionalidad
genérica.
«A
la luz de esta verdad -nos dirá Juan Pablo II­
se ve claramente que no se puede separar el capital del
trabajo
y de ningún modo contraponer el trabajo al capi­
tal ni el capital al trabajo; ni menos los hombres concretos
que están detrás de
estos conceptos. El proceso económi­
co, en general, demuestra por el contrario
la compenetra­
ción
reciproca que existe entre el trabajo y lo que esta­
mos acostumbrados a llamar el capital; demuestra su vin­
culación indisoluble» (LE, n.
13 ).
Capital y trabajo se necesitan, pero la prioridad siempre será
para
el trabajo (subjetivo) sobre el capital; primero, por razón
de
la dignidad de la persona, de donde procede el trabajo (sub­
jetivo) como actividad suya, especifica que producirá con la con­
currencia del capital, el traba;o objetivo o producto; segundo, por
razón
de la prioridad causal del trabajo sobre el capital ; y, lógi­
camente,
el trabajo dirigido, del empleado y del obrero, subordi­
nado al
trabajo dirigente del empresario.
Sobre este análisis aristotélico-tomista de
la realidad se ase­
gura la transcendencia del hombre y de la sociedad, abierta ne­
cesariamente a Dios; lo que no sucede con el análisis matxista
360
Fundaci\363n Speiro

LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
de la realidad, inmanente en sí mismo y cerrado a la trascenden­
cia; punto esencial .de divergencia -recordémoslo bien-entre
la Doctrina social de la Iglesia y el socialismo de cualquier ma­
tiz, según lo afirma categóricamente el papa Pío XI en su encícli­
ca Quadragessimo anno, al explicar que «nadie puede ser a la
vez buen católico y verdadero socialista» (n. 120).
La razón fun­
damental es ésta.
Esta abertura a
la transcendencia del hombre y de la sociedad,
que nos descubre el análisis aristotélico-tomista y no puede des­
cubrir el análisis marxista, nos ofrece la única solución válida
para evitar los desmanes del capitalismo
al obligar al hombre y
a la sociedad a someter su libertad a la ley
de Dios, Punto muy
importante que
termina no sólo. con los excesos totalitarios del
socialismo, sino también con
los excesos del liberalismo capita­
lista.
Con frecuencia hemos recordado y nos place proclamar, una
vez más, esta rotunda y luminosa afirmación de León XIII:
No hay afirmación más absurda y peligrosa que ésta:
que el hombre, por ser naturaleza libre, debe vivir desli­
gado de toda ley
... , siendo así que la afirmación verdade­
ra es la contradictoria, o sea, que el hombre, precisam,eÍlte
por ser libre, ha de vivir sometido a la ley (Libertas, 6).
Sobre
el análisis aristotélico-tomista hay fundamento para le­
vantar un orden económico que evite los desmanes e injusticias
del capitalismo liberal, ese «capitalismo sin freno», sin ley, que
describe y condena Pablo
VI en la Populorum progressio:
Por desgracia, sobre estas nuevas condiciones de la so­
ciedad, ha sido construido un sistema que considera el lu­
cro como motor esencial del progreso económico,
la con­
currencia como ley suprema de
la economía, la propiedad
privada de los medios
de producción como un derecho ab­
soluto,
sin límites ni obligaciones sociales correspondien­
tes. Este liberalismo sin freno que conduce a la dictadu­
ra, justamente fue denunciado por Pío
XI como genera­
dor del «imperialismo internacional del dinero».
No hay mejor manera
de reprobar un tal abuso que
recordando solemnemente, una v_ez más, que la economía
está al servicio del hombre (PP, 26 ).
361
Fundaci\363n Speiro

BALTASAR PEREZ ARGOS, S. /,
Para terminar y siguiendo este análisis, añadamos una palabra
que nos acabe de iluminar
el proceso económico. El proceso eco­
nómico es un proceso de producción de bienes y servicios en or­
den al consumo de los mismos. Se comprende que un buen pro­
ceso económico, una buena economía será aquella en la que se
dé un perfecto equilibrio o adecuación entre la producción y el
consumo, entre la oferta de los productores y la demanda de los
consumidores.
Siendo
la causa final, como dicen los tomistas, «causa causa­
rum»,
la causa de las causas; y siendo el consumo la causa final
del proceso económico; síguese que todo depende del consumo;
el consumo es quien pone en marcha el proceso económico.
Si
. hay consumo, hay demanda; y el proceso económico se moviliza.
Si no hay consumo, no hay demanda; y el prceso económico se
paraliza. Si se paraliza, viene la crisis económica: quiebras, paro,
inflación. Hay, pues, que cuidar la demanda, sabiendo que una
atinada propaganda de la oferta
crea la demanda.
Pero, atención, la demanda puede
desaparecer o debilitarse
y, por consiguiente, perderse el equilibrio entre la oferta y la
de­
manda por causas situadas en los extremos del proceso: por ex­
ceso de producción y oferta y por exceso de consumo, exceso que
impida el ahorro.
En efecto, si hay exceso de producción y oferta, el mercado
se satura. Si el mercado se satura, entonces se para la produc­
ción hasta que
se absorba el exceso y se bajan los precios para
facilitar y echar fuera los «stocks», siendo así que los precios de
costo fueron muy superiores. Con esto las empresas menos
sóli­
das y más comprometidas se derrumban y la caída de una arras­
tra la de otras. Es la crisis.
Si hay exceso de consumo, no hay ahorro. Si no hay ahorro,
no se capitaliza, no hay capital productivo, todo
se consume. Si
no hay capital productivo, no hay producción. Si no hay produc­
ción, no hay productos;
y, por consiguiente, no hay demanda, no
es posible la demanda. Lo que
se demanda hay que pagarlo, y se
paga con productos. Y todos sabemos que «los productos se
cam­
bian por productos», segón la famosa fórmula de Say, entonces
362
Fundaci\363n Speiro

LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
se para la producción hasta que vuelva la demanda. Hay, pues,
que fomentat el ahorro y
evitat el consumo.
Dada
la importancia del capital dentro del proceso económi­
co, como factor de la producción y fundamento de la demanda,
es necesario cuidarlo y favorecerlo. Esto supone, primero, cierta
abundancia de bienes, que haya riqueza para que el excedente
se
pueda ahorrat y destinat a la producción. Eso es el capital. Se­
gundo, también supone previsión, iniciativa, fuerza de voluntad
pata sacrificat el consumo
de algunos bienes. Virtudes que requie­
ren, no cabe duda, cierta formación ética y cultural y un afán de
superación. Por eso los viciosos, los holgazanes e incultos
difícil­
mente forman capitales. Si los tienen, y más si los obtienen fácil­
mente, no lo destinan a la producción, sino a consumirlos y dila­
pidatlos. Volvemos de nuevo
al hombre. El hombre bien formado,
éticamente formado, cristianamente formado.
He aquí la «quin­
taeseocia» del orden social católico: el hombre éticamente for­
mado, cristianamente formado, que
se realice y manifieste como
tal. Moralmente degenerado es
la ruina del orden social y eco­
nómico.
VI
Organización de la producción.
La producción económica brota, como hemos visto, de tres
factores o causas: el hombre,
la tierra y el capital. El hombre
como causa eficiente principal, la tierra como causa materiál, el
capital como causa instrumental. Sin la cooperación de estas tres
causas, imposible
la producción, que tiene por incentivo o causa
final el consumo o satisfacción de las necesidades humanas. Es
evidente que la unión y combinación de estos tres factores la
realiza el hombre, que por su inteligencia y voluntad y por ser
también
el término final beneficiario de la economía, es quien
puede
planeat y realizar de la manera más adecuada esa conjun­
ción. ¿Cómo la realiza
en concreto?
Estos tres factores
se reducen, como hemos dicho, a dos: el
capital y el trabajo. Ahora bien, es evidente que
la unión que
existe y debe existir entre
el capital y el trabajo, entre la causa
J63
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BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. J.
instrumental y la causa principal, debe ser lo más íntima y
acoplada posible, como entre el pincel y la mano. Cuanto más
íntima y mejor acoplada sea la unión entre el capital y el tra­
bajo, el rendimiento será mayor,
la producción más perfecta. «A
la luz de esta verdad -nos decía Juan Pablo II-se ve clara­
mente que no se puede separar
el capital del trabajo y que de
ningún modo se puede contraponer el trabajo al capital ni el ca­
pital al trabajo, ni menos los hombres concretos que están detrás
de estos conceptos, los unos a los otros. El proceso mismo eco­
nómico, en general, demuestra, por el contrario, la compenetración
recíproca entre el trabajo y lo que acostumbramos a llamar el
capital; demuestra su vinculación indisoluble» (LE, 13 ), Porque,
en definitiva,
si Dios ha hecho el capital para el trabajo y el tra­
bajo para
el capital, es que Dios quiere que trabajadores y capi­
talistas se entiendan de la :tnanera más perfecta, a fin de poder
realizar del modo
más beneficioso y eficaz para todos el proceso
económico.
Diversas formas de unión o asociación del trah_ajo y el capital.
El capital y el trabajo han de estar unidos. Pero ¿cómo? Di­
versas formas concretas de unión del capital y el trabajo han sur­
gido y surgen espontaneamente. Veamos las fundamentales.
á) Artesan!a.-Es la unión en una misma persona o familia
del capital y el trabajo.
Es la forma más elemental y sencilla. La
misma persona es, a la vez, empresario, obrero y capitalista.
La artesanía tiene su campo de acción principalmente en las
bellas artes, la agricultura, reparaciones, sastrería, etc.
Es la organización de la producción más favorable a la vida
de familia; la que mejor promueve
la paz y el orden y ofrece un
mayor estímulo al trabajo, porque en
ella el rendimiento de­
pende, en gran parte, de la diligencia y de la habilidad; por eso
desarrolla la iniciativa individual y el esplritu de invención. Por
lo pequeño de
su capital está libre de caer en la «concentración
capitilista»; y como a la vez mantiene viva y en acción la pro-
364
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LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
piedad privada, que es el capital con que trabaja, está libre de
caer en el marxismo.
La Iglesia siempre, aun en estos tiempos de tanto desarrollo
industrial,
ha favorecido y recomendado la artesanía o empresa
familiar, especialmente la agrícola. Véase lo que Juan
XXIII nos
dice en
Ía Mater et Magistra:
Debe asegurarse y promoverse de acuerdo con las exi­
gencias del · bien común y las posibilidades del progreso
técnico,
las empresas artesanas y las agrícolas de dimen­
sión familiar, y
las cooperativas, las cuales pueden servir
también para completar y perfeccionar las anteriores (nú­
mero 85) .
. . . Son creadoras de auténticos bienes y contribuyen efi­
cazmente al progreso de la cultura (n. 89).
. . .
Con su trabajo pueden despertar cada dia más en
todas las clases sociales el sentido de la responsabilidad y
el espíritu de activa colaboración
y encender en todos el
entusiasmo por la originalidad, la elegancia y la perfección
del trabajo (n. 90).
Quienes tienen una concepción natural y sobre todo
cristiana de la dignidad del hombre y de
la familia, consi­
deran a la empresa agrícola y
principalmente a la familiru:,
como una comunidad de personas, en la cual las relaciones
internas de los diferentes miembros y la estructura
fun­
cional de la misma han de ajustarse a los criterios de la
justicia y
al espítitu cristiano, y procurar por todos los
medios que esta concepción de la empresa agrícola llegue
a ser pronto una realidad, según
las circunstancias concre­
tas de lugar y de tiempo (n. 142).
b)
Cooperativas.---'Es evidente que los recursos de capital
y
de trabajo de un artesano o productor autónomo son insufi­
cientes para que la producción alcance el volumen que debe alcan­
zar en orden a promover el progreso social y el mejoramiento del
nivel de vida. Se impone el paso a la unión de productores y
capitales autónomos
en vista a una mayor producción. Es lo que
se
llama cooperativa de producción. La cooperativa de produc­
ción
es una asociación de capital variable, formada por la unión
de personas, que ponen en común su trabajo para realizar opera-
365
Fundaci\363n Speiro

BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. l.
clones ( de producción, de crédito, de comercio, de consumo) en
beneficio propio, prescindiendo de intermediarios.
Las cooperativas de producción pueden ser de rres tipos: 1)
cooperativas de producción pura: productores autónomos ponen
en común trabajo
y capital, formando una sociedad de produc­
ción, que de común acuerdo designará la cabeza directora; 2)
cooperativas de producción con aportaciones diversas: producto­
res sin capital se unen a productores con capital, poniendo en
co­
mún, unos, sólo su trabajo, otros, su trabajo y capital; 3) coopera­
tivas de producción con capital prestado: prodúctores sin capital
se unen, poniendo
en común su trabajo y consiguiendo el capital
necesario, prestado a interés fijo.
También
la Iglesia ha recomendado la organización cooperati­
va.
Pío XII, en su radiomensaje del 1 de septiembre de 1944,
decía:
La pequeña y la mediana propiedad en la agricultura,
en
el artesanado, en el comercio y en la industria, deben
·protegerse y fomentarse; las uniones cooperativas han de
asegurar a estas formas de propiedad las ventajas de la
gran empresa (n.
36 ).
El Magisterio de la Iglesia ha recomendado, principalmente,
el cooperativismo agrario. Juan
XXIII, en la Mater et Magistra,
alaba los esfuerzos cooperativistas de los agricultores y afirma
que «es indispensable que los hombres del campo establezcan
una extensa
red de empresas cooperativistas» (n. 143 ). Oigamos
estas palabras:
366
Hay que advertir también que en el sector agrícola,
como en los demás sectores de la producción, es muy con­
veniente que los agricultores se asocien, sobre todo si se
trata
de empresas agrícolas de carácter familiar. Los culti­
vadores del campo deben sentirse solidarios los unos
de
los otros y colaborar todos a una en la creación de empre­
sas cooperativas y asociaciones profesionales, de todo pun­
to necesarias, porque facilitan al agricultor
las ventajas de
los progresos científicos y técnicos y conribuyen de modo
decisivo a la defensa
de los precios de los productos del
campo. Con
la adopción de estas medidas los agricultores
quedarán situados en un plano de igualdad respecto a las
Fundaci\363n Speiro

LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
categorías económicas profesionales, generalmente organi­
zadas, de los otros sectores productivos; y podrán hacer
sentir todo el peso
de su importancia económica en la vida
política
y en la gestión administrativa (n. 146).
La dificultad que encuentra la organización cooperativa está
en el cumplimiento del principio de solidaridad
y de autoridad,
en encontrar el director apto y competente, capaz de llevar la
dirección empresarial. Pero, además, dado que se .halle director
apto, con frecuencia los
demás socios no se someten fácilmente a
su dirección, dando lugar a disensiones que impiden
la buena
marcha de
la producción. A pesar de estas dificultades, inheren­
tes a toda empresa humana, hay que decir que
las cooperativas
de producción han sido
y son instituciones sumamente convenien­
tes para deshacer el antagonismo
existente entre los dos elemen­
tos de
la producción: el capital y el trabajo, y aproximar más la
producción al consumo, quitando intermediarios.
* * *
c) La empresa.-Es el modo ordinario y más adecuado de
conjugar los agentes de la producción como lo demanden las ne­
cesidades del mundo de hoy. Aplicando los criterios de
la Doc­
trina social de la Iglesia, se ha podido definir a la empresa
«como una unidad productora, que organiza los elementos que la
integran
--capital y trabajo-de manera que subordine los de
orden instrumental a los de categoría humana
y todos ellos al
bien común».
La empresa, en efecto, es la unión de los agentes
de la producción, asociados de manera jerárquica, bajo la
direc­
ción de uno, el empresario, causa principal de la producción. ·
El empresario es el elemento fundamental de la empresa. El
hombre que toma la iniciativa de la producción, la planea, reúne
los elementos necesarios de capital
y trabajo, los organiza y asu­
me el riesgo total o. parcial de la empresa y su dirección. Al ser
causa eficiente principal de la producción es,
por lo mismo, su
máximo responsable.
La productividad y las ganancias o pérdi­
das de la empresa se le deben a él.
La empresa es, por su naturaleza, una comunidad de pro-
367
Fundaci\363n Speiro

BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. 1.
duoción, integrada por el capital y el trabajo, mejor dicho, por
capitalistas
y trabajadores; trabajadores de diverso tipo y en di­
vetsa situación
de adhesión a la empresa, unos como empresarios,
otros
como asalariados; pero todos con la misma finalidad, la de
una
detetminada producción o servicio, con miras a un beneficio
d salario de que vivir. Este sentido comunitario de la empresa
lo recalca con frecuencia
la Doctrina social de la Iglesia, puesto
que se deriva de sus principios
y de su análisis de la realidad y
por la importancia que tiene en la práctica. Veamos estos textos
de Pío
XII:
Acabamos de referirnos a las preocupaciones de los
que participan
en la producción industrial. Erróneo y fu­
nesto en sus consecuencias es el prejuicio, desgraciadamente
demasiado extendido, que ve en aquéllas una oposición
irre­
ductible de intereses divergentes; La oposición es tan sólo
apatente.
En el terreno económico hay una comunidad de activi­
dad y de intereses entre empresarios y obreros. Desconocet
este
lazo recíproco, trabajar por romperlo, no puede ser
sino señal de una pretensión de despotismo ciego e irre­
cional. Jefes de empresa y obreros no son antagonistas in­
conciliables,
sr>n cooperadores en una obra común. Comen,
por decirlo así, en una misma mesa, pues viven,
en fin de
cuentas, del
beneficio neto y global de la economía nacio­
nal.
Cada uno recibe su parte y bajo este aspecto sus re­
laciones mutuas no ponen de ninguna
manera los unos al
servicio de los ottos»
(Avec une éga/,e sollidtude, 2, 1949).
Jefes de empresa y obreros son aquí
cooperadores en
una obra común, llamados a vivir juntos del beneficio neto
y global de la economía; y desde el punto de vista de esta
relación sus conexiones mutuas de
ningún modo colocan
los unos al servicio de los otros. «Recibir su parte
-ya
Nos lo dijimos-es una exigencia de la dignidad personal
. de todo el que, sea bajo una forma, sea bajo otra, presta
su concurso productivo al redimiento de la economía
na­
cional» (Dans la tradition, 7, 1952).
Pero estas afirmaciones sólo son comprensibles desde un
aná­
lisis tomista de la realidad económica. Por la misma razón la
368
Fundaci\363n Speiro

LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
Iglesia siempre ha insistido en que se dé a la empresa un carácter
comunitario y social:
Juzgamos que sería más
conforme con las actuales con­
diciones de la convivencia humana que, en la medida de.
lo posible, el contrato de trabajo se suavice algo mediante
el contrato de sociedad, como ha comenzado a efectuarse
ya de diferentes maneras, con no poco provecho de patro­
nos y obreros.
De este modo, los obreros y empleados
se hacen
socios en el dominio, o en la administración, o
participan, en cierta medida, de
los beneficios recibidos»
(QA, 65).
«La Iglesia
ve con buenos ojos y aun fomenta todo
aquello que, dentro
de lo que permiten las circunstancias,
tiende a introducir elementos del contrato de sociedad en
el contrato de trabajo y mejora la condición general del tra­
bajador.
La Iglesia exhorta igualmente a todo lo que con­
tribuye a que las relaciones entre patronos y obreros sean
más humanas, más cristianas, y estén animadas de mutua
confianza.
La lucha de clases nunca puede ser un fin so­
cial. Las discusiones entre patronos y obreros deben tener
como fin
principal la concordia y la colaboración» ( Pío
XII, Amadlsimos bi¡os, 11, 1951 ).
Véase la Mater et Magistra, número 32, 84, y el Vaticano II
(GS, 68).
El
texto del Vaticano II es especialmente ilustrativo de lo
que debe ser la empresa según los criterios de la Doctrina social
de la Iglesia:
En las empresas económicas son personas las que se
asocian, es decir, hombres libres y autónomos, creados a
imagen de Dios. Por ello, teniendo
en cuenta las funciones
de cada uno, propietarios, administradores, técnicos, traba­
jadores, y quedando a salvo la unidad necesaria en la
di­
rección, se ha de promover la activa participación de to­
dos en la gestión de la empresa, según formas que habrá
que determinar con acierto» (GS, 68).
No sólo el
principio de solidaridad, sino tatnbién el de auto­
ridad y el de subsidiaridad han de tener cabida en la empresa
moderna, si
se quiere que sea una comunidad · de producción
369
Fundaci\363n Speiro

BALTASAR PEREZ ARGOS, S. J.
sólida y eficaz. El principio de solidaridad y autoridad es eviden­
te. Pero el principio de subsidiaridad tiene también especial
ca­
bida en toda labor de dirección. En la compleja estructura de la
empresa moderna,
si el empresario quiere lograr el éxito de su
gestión, necesita reconocer a los agentes subordinados, el área de
tareas que ellos pueden realizar por
sí mismos bajo la dirección
y vigilación del empresario. «Toda actividad social
-nos dice
Pío
XII-es por naturaleza subsidiaria; debe servir de sostén a
los miembros del cuerpo social
y no destruirlos y absorberlos»
(La elevatezza, 9, 1946).
* * *
Difícil y meritoria labor la del empresario. El empresario, el
hombre que «monta el negocio», es decir, toma la iniciativa de
poner en marcha una determinada producción o servicio, reúne
los elementos de capital y trabajo necesarios, los organiza
y di­
rige,
ha de ser un hombre de grandes cualidades, que justifiquen
no sólo
la confianza que le otorgan los capitalistas al ofrecerle
y compromerer sus capitales, sino también la autoridad que ejer­
ce como directivo de la empresa. Ha de poseer, además,· unos co­
nocimientos y formación económica no despreciable, gtan fuer­
za de voluntad, constancia en el trabajo, gran prudencia y pre­
visión
y habilidad para saber mandar y organizar; y ha de ser,
finalmente, el primero de los trabajadores por sus esfuerzos y
sus desvelos. Tal
es la difícil, laboriosa y meritoria labor del em­
presario. Sin estas cualidades, preparación y esfuerzo, fácilmente
fracasa la empresa, para mal de él y de muchos.
Difícil, muy dificil ser empresario. Sin embargo nada
más
necesario para la prosperidad de un país que tener buenos em­
presarios, laboriosos, honestos, bien formados. Por lo mismo hay
que promoverlos y favorecerlos,
no tirar contra ellos. Todos de­
bemos estar interesados en ello, pero más, mucho más, los más
de'biles económicamente. Porque si no hay empresarios, no hay
empresas; si no hay empresas o fracasan, todos salimos perjudi­
cados y más ellos.
Con gran belleza y precisión ha expresado
el Papa Pío XII
370
Fundaci\363n Speiro

LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
esta importante y difícil misión del empresario en un discurso al
Congreso de la Unión internacional de Ciencias Económicas:
«Eminentes
representantes de vuestra especialidad han
subrayado con fuerza la verdadera significación del papel
del empresario, acción constructora y determinante en el
progreso económico.
Por encima de los agentes subalternos, que ejecutan
simplemente
el trabajo prescrito, se encuentran los jefes,
los hombres de iniciativa,
· que imprimen en los aconteci­
mientos
la marca de su individualidad, descubren caminos
nuevos, comunican un impulso decisivo; transforman los
métodos y multiplican en asombrosas proporciones el ren­
dimiento de
los hombres y de las máquinas.
Sería erróneo creer que esta actividad coincide siempre
con su propio interés, que no responde sino a móviles
egoístas. Debe comparársela más bien al invento científi­
co, a
la obra artística salida de una inspiración desintere­
sada,
y que se dirige mucho más al conjunto de una comu­
nidad humana, a
la que enriquece con un nuevo saber y
con medios de acción más poderosos»
(A l'accassione, 6,
1956).
Integración del capital y del trabajo en la empresa.-Ia em­
presa, unidad productora, necesita de capital y de trabajo y se
integra, por consiguiente, de capitalistas y trabajadores. ¿Cómo
se integran y vinculan a Ia empresa capitalistas y trabajadores?
Los capitalistas, si son más de uno, se integran y vinculan fá­
cilmente en la empresa en virtud de un contrato de sociedad;
contrato que da lugar a la formación de una sociedad mercantil.
Las hay de diverso tipo y según las diversas legislaciones. No
nos vamos a ocupar -de ellas; su .estudio carece de interés ·para
nosotros.
Los trabajadores u obreros que sólo aportan su trabajo se
integran y vinculan a la empresa no . en virtud de un contrato de
sociedad, pues ese contrato
daría lugar a una «cooperativa de
producción con aportaciones diversas», sino en virtud de un
contrato de trabajo. Por el contrato de trabajo el trabajador u
obrero no es socio de
la empresa, como lo sería en una coopera­
tiva
en virtud del contrato de sociedad, sino un «asalariado» o em-
371
Fundaci\363n Speiro

BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. l.
pleado; un trabajador por cuenta ajena. En esto se distingue
también del autónomo o artesano que trabaja por cuenta propia.
El contrato de trabajo es un contrato «suí generis» de arren~
damiento, del tipo «facio ut des» o «do ut facias», por el cual
el trabajador
se compromete a trabajar a las órdenes de un em­
presario o patrono a cambio de una retribución determinada y
fija, previamente convenida. El objeto directo del contrato es la
actividad del trabajador o trabajo subjetivo; el indirecto, la per­
sona misma del trabajador, que
es quien se compromete a tra­
bajar.
De él, de la persona, no se puede separar el ejercicio de
ninguna de
sus facultades; por lo que el trabajo subjetivo no
puede ser una mercancía que
se compra y se vende a la manera
del
trabajo objetivo. El contrato de trabajo, aunque se refiere
directamente a la actividad del trabajador, no puede
.excluir ni
olvidar
la persona del trabajador con todos sus derechos y pre­
rrogativas de ser inteligente
y libre, destinado a un fin sobre­
natural;
derechos y prerrogativas que se derivan y van unidas de
un modo indisoluble a su persona
y al ejercicio de cualquier for­
ma de su actividad humana. Y el trabajo (subjetivo) es urta for­
ma de su actividad humana.
VII
Salariado.
La vinculación del trabajador a la empresa mediante un con­
trato de trabajo es lo que se llama régimen de salariado o sim­
plemente salariado.
En el régimen de salariado uno de los agentes de la pro­
ducción, el trabajador recibe por su colaboración en la empresa,
diaria o semanalmente, una remuneración
detemúnada y fija ( el
salario), quedando para el capitalista o empresario las ganancias
o pérdidas que al final del ejercicio resulten.
Tanto el obrero como
el empresario o patrono tienen dere­
cho, el mismo derecho, a percibir la parte alícuota del bene0
fido que le corresponda, proporcionalmente al rendimiento de
cada cual en la producción. Pero como el obrero no puede
es'
372
Fundaci\363n Speiro

LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
perar a que el beneficio se produzca y se contabilice, ni menos
exponerse a que éste
sea negativo, a pa:-te de que es dificilísimo,
por no decir imposible, determinar hoy con exactitud la parte
proporcional que le corresponda de ese beneficio, el obrero
re­
nuncia a su pa:-te en los beneficios generales por un beneficio
fijo diario o semanal determinado de antemano ( el salario), de­
jando
al empresario o patrono los posibles beneficios -pocos o
muchos o
ninguno-que resulten al final del ejercicio. El salario
resulta así
como una prima de seguro por la que el obrero se
asegura en una cantidad determinada ( el salario) y deja al
asegu­
rador, el patrono, los riesgos de pérdidas o ganancias. Tal es la
razón de ser del contrato de trabajo o salariado.
Las ventajas que
se siguen para el obrero del contrato de
trabajo ( seguridad, periodicidad diaria o semanal en percibir
su
salario) son tales que explican la difusión de este tipo de com­
promiso practicado por la iomensa mayoría de los trabajadores
manuales
y hasta por muchos trabajadores iotelectuales. Prefie­
ren un empleo a tener un negocio, a ser empresario de cualquier
empresa.
Licitud del régimen de salariado.-A pesar de estas ventajas,
sin embargo se ha puesto en duda más de una vez la legitimidad
del régimen de salatiado.
La principal dificultad
es porque en el régimen de salariado
el obrero queda totalmente subordioado al capital, al patrono.
Aunque esta subordioación es, en principio, voluntaria
y hones­
ta, pero en sí
es dura y a la larga corre el riesgo de convertir
al obrero en un esclavo del propietario o patrono y que éste lé
explote y se aproveche de él de un modo indigno. No son meras
suposiciones.
La historia de la economía, a partir sobre todo de
los comienzos de la era industrial hasta nuestros días, nos lo testi­
fica. La explotación del obrero por el capital ha sido y es el «gran
escándalo del siglo
XX». La segunda gran dificultad es porque este
régimen ha traído
la división de la sociedad en dos bloques o cla­
ses antagónicas, irreconciliables, patronos y obreros, capitalistas y
no capitalistas; división que, entre otras malas consecuencias,
frena
y estropea la buena marcha del proceso económico. Por úl-
373
Fundaci\363n Speiro

BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. J.
timo, al régimen de salariado se le considera consustancial con el
capitalismo; por lo que toda la injusticia que entraña el régimen
capitalista
se la hace incidir, lógicamente, en el régimen de sala­
riado. La consecuencia es que, desde una sociología cristiana, pa­
rece que el «régimen de salariado» debe ser rechazado.
Toda la problemática
de la llamada «cuestión social» late en
la objección contra el «régimen
de salariado». Nuestra respues­
ta, en estos momentos, en defensa del régimen de salariado, no
puede ser sino breve y esquemática.
Primero.-El régimen de salariado no es en sí mismo injus­
to, todo lo contrario. El contrato
de trabajo, como hemos di­
cho, es a la manera de un contrato de seguro, al que recurre el
obrero por su propia conveniencia y necesidad. Además,
se puede
hablar
de un régimen de transición y compromiso. El día en que se
pueda determinar de antemano la parte del beneficio correspon­
diente al capital y
al trabajo a través, por ejemplo, de modernos
ordenadores, ese
día quedaría automáticamente resuelto el ré­
gimen de salariado por el de participación, ya se hiciera de una
vez, ya
se hiciera a cuenta. Entre tanto, no pudiendo el obrero
esperar al fin del ejercicio,
ni exponerse a un resultado negativo,
recurre a este compromiso
de acuerdo con el empresario.
Segundo.-El régimen de salariado no es injusto en sí mis­
mo; resulta injusto en manos del capitalismo libetal, esencial­
mente insolidario por
su misma filosofía, fundada en el indivi­
dualismo rousseauniano. La historia del capitalismo
h"beral hasta
nuestros días
es la mejor prueba. Por eso todos los Sumos Pon­
tífices no han cesado de condenar con las más severas palabras
el capitalismo liberal. No
el capitalismo, porque sin capital no es
posible la economía; sino el capital en manos del liberalismo.
Tendríamos que reproducir textos y textos, en particular de la
Quadragessimo anno, números 105-109. Por abreviar uno suma­
mente ilustrativo de Pablo VI en la Populorum progressio.
374
Por desgracia, sobre estas nuevas condiciones de la so­
ciedad, ha sido construido un sistema que considera el lu­
cro
como motor esencial del progreso económico; la con­
currencia com:o ley suprema de la economía, la propiedad
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LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
privada de los medios de producción como un derecho ab­
soluto, sin límites ni obligaciones sociales correspondientes.
Este
liberalismo sin freno, que conduce a la dictaduta, jus­
tamente fue denunciado por Pío
XI como generador del
«imperialismo internacional del dinero» (QA, 23).
No hay mejor manera de reprobar
un tal abuso que re­
cordando solemnemente una vez más que la economía está
al servicio del hombre.
Pero
es verdad que un cierto capitalismo ha sido la cau­
sa de muchos sufrimientos, de injusticias y luchas fratrici­
das, cuyos efectos duran todavía, sería injusto que
se atri­
buyera a la industrialización misma los males que son de­
bidos al nefasto sistema que la acompaia. Por el contrario,
es justo reconocer la aportación irreemplazable de la orga­
nización del trabajo y del
progreso industrial a la obra del
desarrollo (n. 26
).
En este texto describe Pablo VI perfectamente las caracterfs,.
ricas del liberalismo económico o capitalismo liberal, al que dis­
tingue del capitalismo sin más, que llama industrialización y pro­
greso industrial, o sea, «el conjunto de instrumentos, maquinaria,
etcétera, para la producción». El capitalismo liberal, ese un cier­
to capitalismo,
es un nefasto sistema que acompaña a la indus­
trialización, es decir, que utiliza la industria (capital) y al obrero
según los principios de un
liberalismo sin freno.
El socialismo también arremete, y con razón, contra el capita­
lismo liberal, coincidiendo en esto con el Magisterio de la Iglesia.
Pero
la solución que él ofrece a cambio no es válida; cae en el
mismo error del capiralicmo liberal. Nos lo hace ver con
gran
perspicacia Juan Pablo Il en su encíclica Lt,borem exercens.
«Cualquier régimen es malo y causa de injusticia social,
si no tiene en cuenta y en la medida en que no tenga en
cuenta este orden de valores,
la primacía del trabajo sobre
el capital.
Lo cual puede suceder y de hecho sucede tanto en el
régimen de la propiedad privada o
capitalista, como en el
régimen colectivista» (LE, 12).
Tercero.-La división de la sociedad en dos bloques antagó­
nicos e irreconciHables
no se debe al régimen de salariado, se
375
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BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. J.
debe a la filosofía marxista, que aprovecha el régimen de sala­
riado para fomentar y mantener viva la lucha de clases, elemen­
to esencial del materialismo dialéctico.
En este sentido el socia­
lismo, en general, y más el socialismo marxista, hablan mucho de
solidaridad, en cuanto esa solidaridad favorece
y hace más com­
pacto el bloque obrero frente al bloque capitalista. Cosa muy
distinta de la solidaridad cristiana, que mira a todos los hombres
como hermanos, hijos del mismo Padre que está en los cielos.
La falta de auténtica solidaridad que hoy sufre el mundo se debe,
ni
más ni menos, al agnosticismo moral y religioso imperante
(dr. Pío XII, Summi Prmtificatus, 28 y sigs.).
Cuarto.-EI régimen de salariado desde la perspectiva de la
doctrina social de
la Iglesia siempre será un contrato entre per­
sonas, por lo que fundamentalmente
es un conrato de sociedad,
aunque deficitario; que debe ser mejorado con elementos del
contrato de sociedad hasta
acercarse a él.
Entre los principales elementos de corrección o mejora del
salario, que le acercan
a la asociación plena, se encuentra: 1)
la participación en los beneficios; 2) el accionarado obrero; 3)
la participación en la gestión, etc. Elementos que hay que mez­
clar de manera que resulte el máximum de ventajas y el míni­
mo de inconvenientes. Luminosa es la doctrina del Magisterio de
la Iglesia a este respecto (véase QA, 64,
65; MM, 32; GS, 68).
Por ser más difícil de encontrar transcribimos el siguiente texto
de Pío
XII:
376
Erróneo y funesto en sus consecuencias es el prejuicio,
desgraciadamente demasiado extendido, que ve en aquéllos
---0breros
y empresarios-- una oposición irreductible de
intereses divergentes.
La oposición es tan sólo aparente.
En el terreno económico hay una comunidad de actividad
y
de intereses entre empresarios y obreros. Desconocer este
lazo recíproco, trabajar por romperlo,
no puede ser sino
señal de una pretensión de despotismo
ciego e irracional.
Jefes
de empresa y obreros no son antagonistas inconcilia­
bles.
Son cooperadores en una obra común. Comen, por
decirlo así, en una misma mesa, pues viven, en fin de cuen­
tas, del beneficio neto y global de la economía nacional.
Cada uno recibe
su parte y bajo este aspecto sus relaciones
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LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
mutuas no ponen de ninguna manera los unos al servicio
de los otros» (Avec une
égale sollicitude, 2, 1949).
El orden económico progresará no por la lucha
de clases y
enfrentamiento de obreros y empresarios, sino por la auténtica
solidaridad
de todos, unidos en sociedad en la misma empresa,
bajo la dirección de
un empresario, moderada por el principio de
subsidiaridad. Pero esto no lo ve
el análisis marxista de la reali­
dad ; sólo el análisis aristotélico-tomista.
«No dudamos en
afirmar que a los trabajadores hay
que darles una participación activa en los asuntos de la
empresa donde trabajan, tanto en las privadas
como en las
públicas; participación que,
en todo caso, debe tender a
que la empresa
sea una auténtica · comunidad humana, cuya
influencia bienhechora se deje sentir en las relaciones de
todos sus miembros
y en! la variada gama de sus funciones
y obligaciones»
(MM,
9\).
« Una concepción de la empresa que quiera salvaguardar
la dignidad humana debe, sin duda alguna,
garantizar la
necesaria unidad de una dirección eficiente; pero de
aquí
no se sigue que pueda reducir a sus colaboradores diarios a
la condición de meros ejecutores
silenciosos, sin posibilidad
alguna
de hacer valer su experiencia, y enteramente pasi­
vos en cuanto afecta a las decisiones que contratan y regu­
lan su trabajo» (MM, 92).
El Vaticano II nos ofrece, resumiendo en pocas palabras la
enseñanza tradicional
de la Iglesia, una concepción de la empresa
económica, radicalmente distinta
de la empresa tal como la con­
cibe el socialismo y el liberalismo, puesto que parte y se funda­
menta en una concepción del hombre también radicalmente dis­
tinta. Es
de suma importancia esta diferencia. Dice así el Vati­
cano
II:
En las empresas económicas son personas las que se
asocian, es decir, hombres libres y autónomos, creados a
imagen
de Dios. Por ello, teniendo en cuenta las funciones
de cada uno -propietarios, administradores, técnicos,-tra­
bajadores-y quedando a salvo la unidad necesaria en la
dirección,
se ha de promover la activa participación de to-
377
Fundaci\363n Speiro

BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. 1.
dos en la gesti6n de la empresa, según formas que habrá
que determinar con acierto» (GS, 68).
La persona humana, o sea, el hombre libre y aut6nomo, no
aut6nomo a la manera
de Rousseau, sino sometido a la ley de
DiQs. Dios al crear al hombre a su imagen y semejanza, es decir,
racional
y libre, ha regulado ese su dinamismo, como ha regula­
do el dinamismo de las
demás criaruras de este mundo univer­
so, que actúan no caóticamente, sino según leyes, que las cien­
cias tratan de descubrir y formular. Esa regulaci6n, que el Crea­
dor
ha impreso en los seres, es la ley narural; que en el hombre
no es ley
física y determinista, sino ley moral, puesto que respe­
ta la libertad (psicológica) y autonomía propia del hombre. El
hornbre
es libre psicol6gicamente, pero no es libre moralmente,
está sometido a
la ley de Dios. La autonomía del hombre no es
absoluta, como lo pretende el liberalismo. Esta concepción de la
empresa, realizada
y vivida por el hombre, racional y libre, pero
sometido
a la ley de Dios y actuando seg6n esta ley, evita todos
los males del «capitalismo liberal sin
freno» (PP, 26) y del so­
cialismo materialista y totalitario que «limita extraodinariamen­
te la hbertad, olvidando la genuina noci6n de la autoridad social»
(MM, 34).
VIII
El salario justo.
En el régimen de salariado «el asunto de la max1ma im­
portancia y que debe ser entendido rectamente para que
no se
peque por ninguna de las
partes» (RN, 32), es el de la cuantía
del salario. Según la Doctrina social de la Iglesia, la determina­
ción de esa cuantía
no depende ni del mero consentimiento de
las partes, como piensa el liberalismo, ni de la sola voluntad del
legislador, como puede pensar el socialismo. «Hay algo de justi­
cia narural, superior
y anterior a la voluntad de las partes con­
tratantes, a saber: que
el salario no debe ser en manera alguna
insuficiente para alimentar a
un obrero frugal y morigerado» (RN,
32).
378
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LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
El criterio para determinar la cuantía del salario que el em­
presario o patrono debe en justicia dar al obrero, dado el carác­
ter personal y social del trabajo, no puede fijarse sino en fun­
ci6n
de diversos factores: el trabajador, la empresa y el bien co­
mún general: «Para establecer la medida del salario con justicia
hay que considerar muchas razones» (RN, 17; QA, 66-68). Para
orientamos en tal
difícil y delicada materia y facilitar su com­
prensión, se nos ocurre distinguir tres tipos o conceptos de sa­
lario, que llamaremos según el causante que determina su cuan­
tía, salario natural, salario empresarial y salario legal.
El salario natural (SN) es el que Dios determina por ley na­
tural en función de las necesidades del hombre y de su familia y
de los bienes que ha puesto
en este mundo para beneficio de to­
todos los hombres.
Su cuantía la han señalado con claridad los
Pontífices y es de sentido común. «Ante todo, al trabajador hay
que fijarle una remuneración que alcance a cubrir
el sustento suyo
y el de su familia» (QA, 71). Este mínimum
vital comprende
los bienes necesarios
para: 1) sustentar decorosamente su propia
vida y
la de su familia, y 2) ahorrar para tiempos de escasez, en­
fermedad y
vejez. Se denomina también, salario vital y salario
familiar absoluto. Se debe por justicia social grave.
El salario empresarial (SE) es el que el empresario o patrono
determina mediante el contrato de trabajo, en función de
la si­
tuación de la empresa, de su rentabilidad y de la del obrero. Su
cuantla puede ser mayor, igual o menor que el SN. «Para fijar la
cuantía de este salario debe tenerse en cuenta las condiciones de
la empresa y del empresario; sería injusto
exigir unos salarios
elevados que la empresa no pudiera soportar sin ruina propia
y
la consiguiente de los obreros» (QA, 72). Se debe por justicia
conmutativa.
El salario legal ( SL) es el que el Estado determina por ley en
función de
la situación económica general y en particular de la
pequeña y mediana empresa y del bien común general. Su cuantía,
generalmente por debajo del SN, constituye el nivel mínimo
por debajo
del cual no es lícito dar ningún salario sin sanci6n
legal.
Es siempre, generalmente, y en todas partes, un «salario de
379
Fundaci\363n Speiro

BA'LTASAR PEREZ ARGOS, S. J.
hambre» por no llegar al mítúmum vital o salario familiar ab­
soluto. Se debe por justicia legal. Esto supuesto, ¿cuál es el
salario que debe dar el empresario o patrono a sus obreros en
concreto? Distingamos: si la rentabilidad de la empresa puede
ajustar su SE al SN,
el empresario o patrono debe darlo por
justicia social y comutativa, y si puede dar más, debe darlo tam­
bién. Desde luego no puede contentarse con dar el salario legal.
Pecaría gravemente contra la justicia social y conmutativa, aun·
que
no peque contra la legal.
Si la situaci6n de la empresa no permite ajustar el SE al SN:
si esta incapacidad para dar el SN
se debe al empresario, a su
poca preparaci6n, negligencia, abandono, despreocupaci6n
por mo­
dernizar la empresa, ambición, etc.; el empresario está gravemen­
te obligado por justicia conmutativa a remediarlo o a dejar la
di­
recci6n de la empresa. Si la incapacidad de la empresa para dar el
SN se debe a excesos de cargas fiscales, desajuste general de la eco­
nomía, •competencia desenfrenada, etc.; entonces no se eche la
responsabilidad al empresario. Hay que ayudarle. Sobre todo,
piensen «quienes de tal modo agobian a las empresas con cargas
fiscales, que son reos de un grave delito» (QA, 72). Al contra­
rio, el Estado debe ayudarles.
El Estado tiene en esta materia uno de sus más graves de­
beres. Debe vigilar, urgir, facilitar y, finalmente, ayudar a las
empresas
en virtud del principio de subsidiaridad, a fin de que
todas den el salario familiar absoluto, es decir, ajusten su SE al
SN. El Estado, al decretar el SL, obliga a todas las empresas a
dar ese mínimum, verdadero «salario de hambre». Ninguna em­
presa que pueda dar más puede contentarse con
el SL. A las
empresas que verdaderamente no puedan dar nada más que
el
SL, el Estado debe, subsidiariamente, ayudarlas en materia sala­
rial, dando a los obreros de esas empresas un subsidio comple­
mentario
que complete el SL que el obrero recibe de su empre­
sa, igualándolo así al SN.
Mejor y más econ6mico
y rentable para la economía general
es que el Estado concierte con esas empresas en precario, dar
a sus obreros ese
subsidio complementario del salario legal, que
380
Fundaci\363n Speiro

LOS CUATRO PILARES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
no dejar que las empresas quiebren, acosadas por la demanda de
unos salarios que no pueden dar y que los sindicatos les exigen,
y con raz6n, en defensa de los obreros. Mejor es ayudar a las
empresas que dejar que los obreros vayan, consiguientemente,
al paro y luego pasarles un subsidio de desempleo.
En conclnsi6n, según enseña la Doctrinal social de la Iglesia
y dice el sentido común, la cuanúa del salario que debe percibir
todo trabajador
ha de ser, al menos, el salario familiar absoluto.
El Estado, la sociedad y las empresas deben colaborar para que
eso
sea una realidad normal, y los mismos sindicatos, todos con
responsabilidad como personas, deben colaborar para que eso
sea una realidad normal en todas las empresas. Terminemos este
importante capítulo con dos textos del Magisterio:
Pío
XII: «Nuestros predecesores y Nos mismos no he­
mos dejado pasar ocasi6n alguna de hacer comprender a
todos, con reiteradas enseñanzas, vuestros problemas y
vuestras necesidades personales y familiares, proclamando
como fundamentales exigencias de concordia social esas
as­
piraciones que os tocan en lo más vivo: un salario que ase­
gure la existencia de la familia hasta el punto de hacer po­
sible a los padres el cumplimiento del deber natural de
criar una prole sanamente nutrida
y vestida; una habita­
ci6n
digna de personas humanas; la posibilidad de procu­
. rar a los
hijos una instrucci6n suficiente y una adecuada
educaci6n; de prever
y proveer para los tiempos de estre­
chez, de enfermedad
y de vejez» (La vostra gradita ¡,resen­
za, 5, 1943).
Vaticano
11: «La remuneraci6n del trabajo debe ser tal
que permita
al hombre y a su familia una vida digna en el
plano material, social, cultural y espiritual, teniendo pre­
sente el puesto de trabajo
y la producividad de cada uno,
as! como las condiciones de la empresa y el bien común»
(GS, 67).
• ••
Sea este nuestro modesto homenaje al cumplirse el primer
centenario de
la primera. encíclica social de la Iglesia, la Rerum
novarum, el próximo 15 de mayo de 1991, fiesta de San Isidro
labrador. Desde esa fecha el despliegue de la doctrina social de
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BALT ASAR PEREZ ARGOS, S. J.
la Iglesia ha sido espléndido y grandioso en encíclicas, discursos
y orros documentos del Supremo Magisterio. No que empezara
entonces, ni mucho menos. La enseñanza social de la Iglesia, más
práctica que teórica y sistemática, se vivió en la Iglesia desde los
días de su Fundador. Ahí están
los SS. Padres y un Tomás de
Aquino. No ha ido, como algunos han dicho, a la zaga de
los
acontecimientos y siempre con lament~ble retraso. No. No es este
el momento de demostrarlo. Bástenos recordar, por su actualidad
hoy, las famosas
Reducciones del Paraguay de los PP. Jesuitas,
modelo no sólo teórico, sino práctico de lo que
es un orden social
y económico según los principios de la Iglesia. Carbonell de Massy
acaba de publicar un libro sobre las Reducciones del Paraguay,
donde nos muesrra el alto nivel social, que no podemos ni ima­
ginar, al que llegaron aquellos indios, encuadrados en un orden
sociopolítico que no tuvo orra inspiración que la Doctrina social
de la Iglesia. Aquellos misioneros no la aprendieron en Marx ni
en
el Contrato social, sind en Santo Tomás de Aquino y en Suá­
rez, como preceptuaban sus Constituciones, y estas Orientaciones
de Roma nos lo recuerdan ahora.
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