Índice de contenidos

Número 295-296

Serie XXX

Volver
  • Índice

San Ignacio y Tierra Santa

SAN IGNACIO Y TIERRA SANTA
POR
Luis LAvAUR
En los textos dedicados a glosar la rica · trayectoria bio¡¡;ráfi­
ca del fundador de la orden religiosa más numerosa de la Iglesia,
nada tiene de ins6lito nd subrayen con especial relieve el ca­
pítulo de la vida ignaciana aquí rememorado: su peregrinación
a los Santos Lugares. Para estimar en su plenitud la trascendencia
en su vida del evento, es preciso tener presente, y con carácter
a mi ver decisorio,
la importancia otdrgada por el propio santo
y sus
más íntimos seguidores. Sin faltarle por ello, a la valora­
ción aquí mantenida, apoyos coetáneos de alta entidad testimonial.
Ningunos
más concluyentes que ciertos_ pasajes de la Autobiogro­
fia dictada por el propio santo al portugués Gdn~alves de Cá­
mara, reiterados en la ViJa del Padre Ignacio de Loyola (Ma­
drid, 1598) del P. Rivadeneira que la complementa (1).
De la conversión a la peregrinación.
Ambos textos relatan con detalle la prolongada y dolorosa
convalecencia de Iñigo L6pez de Loyola ( su genuino nombre) en
su casa natal, curándose los destrozos causados a su pierna de­
recha, en 1521, por el impacto de una bala de cali6n, en ocasión
de defender contra una invasión francesa la ciudadela de Pam­
pldna, en una Navarra para siempre espafiola.
Tratando
de aliviar los sufrimientos motivados por una he­
rida sometida a brutal cirugía, cuenta Iñigo que en su lecho de
dolor
recurrió a los no muy abundantes textos susceptibles de
hallarse, a principios del xvr, en un castillete guipuzcoano. En
este caso cdn absoluto predominio · de libros piadosos.
(1) Es versión castellana de la Vita Ignatii Loyolae (Nápoles, 1572),
reescrita por el mismo autor. En ca.nibio, la edicl6n original de la Autobia­
grafla del P. Cámara data de Madrid 1904.
683
Fundaci\363n Speiro

LUIS LAVAUR
Lecturas entreveradas de visiones que le indujeron a su con­
versión. Mejor dicho: a imprimir a su vida un drástico cambio
de rumbo y de estilo, «comenzando a pensar
más de veras en
su vida pasada, y en
cuánta necesidad tenía de hacer penitencia
de
ella». Por más que antes de Pamplona hubiera participado
contra los
cOmuneros en el asalto y toma de la villa de Nájera,
sirviendo a su allegado, el duque del mismo nombre, no debieron
ser sus pecados de
gran tonelaje, y, en todo caso, merecedores de
generosa indulgencia en el debe de un joven soldado español de
la
época. Cuestión sobre la que aporta cierta precisión el P. Po­
lanco al escribir:
«Aunque era aficionado a la fe, no vivió nada confor­
me a ella: antes era especialmente travieso en juego y cosas
de mujeres».
Un pasado
cuyas escabrosidades magnifica el propio Iñigo en
su
Autobiografía al hablar «del consuelo que sentía con tan sólo
pensar en ir
descalzo a Jerusalén«, a modo de penitencia para
líneas más adelante insistir: «todd lo que deseaba de hacer, luego
como sanase, era la ida a Jerusalén, con tantas disciplinas y tan­
ast abstinencias, cuantas
un ánimo generoso, encendido de Dios,
suele desear hacer».
En cuanto a la génesis del propósito de «la ida a Jerusalén,
el P. Victoriano
Lurañaga (2) parece pisar muy firme terreno
al atribuirlo a la lectura de la ya clásica y eminentemente popu­
lar Vita Christi del Cartujano, un monje sajón del XV, impresa
en buen castellano a instancias del cardenal Cisneros en
las pren­
sas de Alcalá. El que la peregrinación jetosomilitana se transfor­
mara
-cdmo piensa el P. Larrafiaga-«en ideal substantivo de
la vida de Ignacio», es conjetura convincente al pensar en el
efecto que
en el ánimo del doliente de Loyola pudieron ejercer
párrafos como el siguiente:
«Santo e piadoso ejercicio
es por cierto cdntemplar la
tierra santa de Jerusalén
... , pues que aquel soberano rey
nuestro Cristo, morando en ella e alumbrándola con
su pa­
labra e doctrina, la consagró al fin con su preciosa sangre.
Es aun 'negocio
más deleitable verla con los ojos corpora­
les e revolverla con el entendimientd, pues que en
cada
uno de sus lugares el Señor obró nuestra salud».
(2) Obras completas de San Ignacio de Loyola: Tomo l. Introducciones
y Comentarios del R. P. Victoriano Larrafiaga, B.A.C., 1947.
684
Fundaci\363n Speiro

SAN IGNACIO Y TIERRA SANTA
O bien, cuando el cartujo teutón aconseja a sus lectores te­
ner presente los hechos y dichos de Cristo «como si los oyesen
con sus oídos
y los viesen con sus ojos mortales, y mediten sobre
todo en las
cosas ocurridas en el pasado como si estuviesen su­
cediendo por primera vez en el mismo momento de la oración».
Las coincidencias del tono y la prosa con los de ciertos pasajes
de los Eiercicios espirituales, que vinieron después, se acre­
cientan según se sigue leyendo al Cartujano:
«¿ Quién puede contar cuántos devotds discurren e an­
dan por cada lugar della, e con espíritu inflamado besan
la tierra, adoran e abrazan los lugares en que saben e oyen
que nuestro Señor estuvo o
se asentó o fizo alguna cosa?
E estos a
veces hieren sus pechos, a veces derraman lloros
e gemidos,
a veces envían sospiros al cielo con gestos la­
mentables e con devoción: e a tiempos con la contrición
que muestran de fuera, según que verdaderamente
la tienen
de dentro, provocan a lágrimas a los moros»
(3 ).
Un futuro inmediato se encargaría de demostrar la imposibi­
lidad
de ser casual la relación existente entre aquella manera de
visitar los Santos Lugares, con el «encendido» bríd y ardor con
que
Ifiigo López de Loyola se dispuso a conocerlos. Y desde el
mismo momento de iniciar su peregrinar.
Empieza el peregrinaje.
Que comenzó en la primavera de 1522. Cuand.o la del alba
sería, y a lomos de mula caminera, a modo de Rocinante, y
espada al cinto, el hidalgo
guipuzcoano abandonó familia y hogar:
en plan peregrino e in forma pauperis. Al estilo medieval y con
todas las agravantes. Incluida la de
desplazarse con la escarcela
semi-vacía,
al renunciar, como los santos admirados por él, a las
ventajas económicas adscritas a su estatus social de hijo de fa.
milla acomodada.
Paupérrimos los datos y detalles obrantes sobre su itinerario
en las autobiografías sinópticas de preferencia aquí manejadas.
Constreñidos a los párrafos precisos para consignar la visita al
santuario de Nuestra
Señdra de Aránzazu, patrona de Guipúzcoa,
y su paso por Zaragoza: (sin mención a El Pilar). Y siempre en
(3) Vita Christi Cartuiano romanz,zdo por fray Ambrosio {Alc:aLI, 1502).
685
Fundaci\363n Speiro

LUIS LAVAUR
solitario, enrerrado con Dios y consigo mismo. Lo señala el
P. Rivadeneira y a las mil maravillas: «sin tomar otra compafifa
consigd
que la de Dios, con quien deseaba tratar a solas, y gozar
de
su interior comunicación sin ruido ni estorbo de compañeros».
Por lo radical, práctica insólita la de lñigo en
un peregrino
de aquel entonces. Capaz de llamar· ]a atención de unos perso­
najes del «Persiles
y Sigismunda», al dar alcance, entte Guada­
lupe
y Toledo, a «una peregrina, tan peregrina que iba sola».
Hasta llegar a Monteserrat, desprendiéndose
allí de caballería
y depositando en el altar de la Virgen como exvoto espada y
puñal. Interesante etapa, pero bastando por lo estudiada y co­
mentada su mera mención. Para inopinadamente detenerse en
Manresa,
una localidad carente de significación peregrina, pero
de enorme influjo en su vida. Residente, primero, en el mi­
núsculo hospital de Santa Lucía para enfermos pobres, requi­
sitos los dos ampliamente satisfechos por el peregrino, y luego
en ottos establecimientos religiosos de caridad.
Un alto en el camino.
Entregándose allí, y por espacio de diez meses, y en todo
momento, a toda suerte de prácticas místicas, éxtasis, disciplinas,
ayunos,
y visidnes sobrenaturales, «visitaciones y regalos divi­
nos», al decir de Rivadeneira, con tremendas luchas internas
( «el terrible
cdmbate del mundo aliado con el demonio contra
Dios
y los ángeles», escribe en 1940 van Ginneken, S. J.), deba­
tiéndose en
una psicomachia que, según, el propio peregrino a
punto estuvo de
dar al traste con su mente o su vida.
Fue
en aquella fase de exaltación cuando de sus propias vi­
vencias destiló la materia para elaborar, en castellano, la prime­
ra versión de sus
Eiercicios espirituales, título nada original más
no así su contenido. «Algo así como un manual de gimnasia o
una cartilla militar», opina el P. G. Villoslada en su
Historia de
la Compañia: una guía para usd del «director» respecto al «ejer­
citante». Un método para someter los instintos a una férrea
auto-­
disciplina y agrupar a las almas fieles ( segunda semana) bajo la
bandera de Cristo
Rey, para librar batalla contra las pasiones
desbordadas.
Más tarde Iñigo vincularía · la génesis de su· librito,
y con cierta frecuencia, a la «eximia ilustración», o revelación,
dimanada de
! a orillas del Cardoner. Donde debió aprender que el hombre es
un medio
y no un fin. Y por ello debe mantenerse indiferente
686
Fundaci\363n Speiro

SAN IGNACIO Y TIERRA SANTA.
a los medios y adoptar tan sólo los que mejor le conduzcan hasta
el
fin para el que ha sido cread.e!: la salvación de su alma ( 4 ).
Hasta, como dice el P. Rivadeneira, «llegarle ya el tiempo
que
tenía detenninado de ir a Jerusalén, y comenzándolo a po­
ner por obra, se salió de Manresa y se fue a Barcelona».
De Barcelona a Tierra Santa.
Permaneció tres semanas en la Ciudad Condal, sin interrum­
pir sus prácticas devotas. Dato conocido a través de testimonios
aportados al proceso de su beatificación, situándole frecuentando
las ermitas al estilo de las de Montserrat entonces desperdiga­
das por la Vall de
Ebrón, topónimo palestino si los hay. Hasta
embarcar y «de balde» el 20 de marzo de 1523,
y en las con­
diciones indicadas por boca del P. Cámara: «y aunque se le ofre­
ció alguna compañía no· quiso ir sino solo, que toda su cosa era
tener a solo Dios
por refugio».
Llegado tras accidentada travesía
al puerto napolitano de
Gaeta para,
vía Appia arriba, seguir caminando y mendigando
hasta Roma, sorteando
como buenamente pudo y le dio Dios a
entender, la red de cordones sanitarios establecidos
en la ruta
a causa de la epidemia de peste que asolaba a
I talla. Durante
la estancia en
la Ciudad eterna consiguió ser recibido en audien­
cia por el muy prohispano Papa Adriano VI, de quien obtuvo
la bendición apostólica para su ansiada peregrinación a Tierra
Santa," resuelto a llevarla a cabo desoyendo los consejos diasua·
sorios consignados por el P. Rivadeneira:
«Muchas personas procuraron desviarle del prop6sitd que
tenía de ir a Jerusalén, por ser tan
largo y trabajoso, y en
año de tanto
peligro y dificultades, que nd se podrían ven­
cer sin mucho dinero».
Ni
por esas. Siguiendo un itinerario que se desconoce, y,
cosa rara en él, en compañía de otros peregrinos, no todos necesa­
riamente en ruta a Jerusalén, llegó a Padua, donde obtuvo el es­
pecial certificado sanitario preciso para entrar en Venecia, des­
de hacía tiempo la única puerta de acceso para el peregrind cris-
(4) O sea: a mil años luz de lo que el fin justifica los medios, men­
da,,mente atribuido y divulgado, por observancias fáciles de identificar,
como fundamento de la moral ignaciana.
687
Fundaci\363n Speiro

LUIS LAVAUR
tiano a Tierra Santa. Y al igual que a su paso por Roma, sin
facilitat
sus autobiografías noticia alguna sobre su impresión y
actividades en Venecia, ciudad generadora de comentarios e
impresiones
sin fin en los peregrinos de paso por ella. Al menos
los aludidos textos informan haber recibido hospitalidad de un
Senador que le pescó durmiendo bajo los soportales de la
Plaza
de San Marcos, proporcionándole una audiencia con el Dux,
Andrea Gritti a la sazón, consiguiendo de tan alta autoridad pa­
saje gratuito en un buque de la Señoría que zarpaba rumbo a
Chipre, en año particularmente impropio para realizar
peregri­
naciones. Desde no hacía mucho prácticamente interrumpidas a
causa de la fulgurante expansión tuteo-otomana
por el medio
Oriente, y mucho más cuando en 1517 la artillería de los inva­
sores pulverizó en los
alrededores de Alepo a la caballería ma­
meluca, permitiendo a Selim I arrebatar a sus correligionatios,
sin obstáculo alguno, Siria, Palestina y Egipto, derrocando a la
relativamente tolerante dinastía mameluca, con sede en El Cairo,
ocupante de
los Santos Lugares por espacio de cinco siglos.
Tan desfavorables condiciones para el cristiano en Tierra
Santa
se andutecieron no pqco con el advenimiento de Solimán,
llamado el Magnífico por
los cristianos y por sus súbditos el
Legislador. Aliado con Francisco I de Francia, hombre de mal
perder y mortal enemigo de nuestro Carlos I, las pugnas entre
ambos monarcas dejaron al
turco con las manos y sus naves
libres, para el 1 de enero de 1523
apoderarse del cristianísimo
bastión de
la isla de Rodas: lo que conllevó la total ruptura de
las comunicaciones entre Venecia y Palestina. Suceso de cuyas
consecuencias para el peregtino vascongado da cumplida cuenta
el
P. Rivadeneira:
«Puso tan gran
pavor y espanto este triste aconteci­
miento en los mismos peregtinos que habían
ya llegado
a Venecia para pasar a Jerusalén, que dejando su
prop6sito,
se tomaban a sus casas por no poner en peligro sus vidas
y su libertad. Y por esto muchos
aconsejaban a Ignacio
que librase este negocio para otro tiempo en que
· hubiese
más sazón. Pero él tenía tan asentado en su corazón que
aunque una sola barca pasara aquel año a Jerusalén,
nues­
tro Señor le había de llevar a ella».
Por fin, y vencidas dificultades sin cuento, el 24 de agosto
de 1523, y procedente
de Chipre, Iñigo arribaba al puerto de
Jafa, saludando la vista del histórico lugar entonando con sus
compañeros un
Te Deum y la Salve Regina.
688
Fundaci\363n Speiro

SAN IGNACIO Y TIBRRA SANTA
Camino de Jerusalén.
Pese a dedicar la muy legible biografía del jesuita toledano
Rivadeneria, publicada en latín y luego en
excelente castellano,
un capítulo entero de su libro, con el titulo de «Cómo visitó
los santos
lugares de Jerusalén», por concentrarse mucho en el
cómo, omite información sobre los qué. Verdad es que no sin
declarar, «visitándolos muy particularmente y regalándose en
todos aquellos
lugares en que hay · memoria de haber estado Cris­
to nuestro Redentor». Llegando su laconismo a tan sólo citar
dos de ellos y muy de pasada: el lugarejo de Betfagé y el monte
Oliveto.
Es de celebrar que la extrema parquedad sobre el particu­
lar de las autobigrafías pueda en gran medida ser compensada
extrapolando los datos obrantes en dos relatos legados por dos
compañeros de viaje de Iñigo, ambos de habla dialectal alemana.
El del
estrasburgués Hagen y el del suizo zuriqués Hirzel, pu­
blicados en 1882 y 1884 respectivamente.
Sabemos,
gracias a estos textos, que los peregrinos debieron
permanecer a bordo del buque que les transportó, en el puerto
de Jafa una semana
más. Hasta la llegada de dos padres fran­
ciscanos, obligados en cumplimento de las normas dictadas
por
las autoridades tureas, a responsabilizarse de la conducta de los
componentes del
grupo.
Con el de Loyola trece peregrinos desembarcaron tan · sólcJ.
En contraste con los que cuatro años antes, en 1519, y en me­
nos crispada coyuntura lcJ hicieron con el primer marqués de
Tarifa, el constructor de la casa sevillana de Pilatos: «Ibamos
más de doscientos peregrinos, sin mentir, en ringlera, todos por
orden», escribió en su Trivagia (Roma, 1521), Juan del Enzina,
formando parte de la expedición.
Al siguiente día, bien escoltados por un escuadrón. de unos
cien
turcos y beduinos armados, partieron Iñigo y sus compa­
ñeros, «montados en asnillos», a recorrer los 67 kilómetros que
en suave pendiente les separaban de Jerusalén. Con
parada y
fcJnda (franciscana) en Ramleh, la Arimatea del Evangelio, donde
se les incorporó
un numerosos grupo de mercaderes judíos pro­
cedentes de
El Cairo. Dando por fin vista, y con emoción pro­
funda, a la meta de su peregrinación. Haciéndose cargo de ellos,
en la
puerta de Jafa, y hasta su salida, los «frailes de la cuerda»,
como llamaban a los franciscanos. :Miembros de la única orden
religiosa tolerada desde 1291, por mamelucos y turcos, como
689
Fundaci\363n Speiro

LUIS LAVAUR
únicos representantes en Tierra Santa de la Iglesia romana, quie­
nes condujeron a los peregrinos a su alojamiento en el hospital
peregrino
de San Juan in Montana, cetquisimo al Santo Sepulcro.
El Cenáculo del Monte Sión.
Ya en su punto de destino, por de pronto y para empezar,
debe tenerse presente que el Jerusalén
que vio llegar al peregrino
guipuzcoano no estaba aún
circundado por el mattífico cintu"
r6n de murallas, de un dorado salmantino y tupidamente aJme.
nadas, construido de 1538 en adelante bajo el sultanato de So"
!imán el Magnífico, reemplazando, y no siempre por los mismos
lugares, el ruinoso recinto erigido por los cruzados.
Tradición inveterada
en toda peregrinación «latina» del tiem"
po, comenzar la visita de la ciudad con la del convento fran"
ciscano de Mcinte Sión, por formar parte del protocolo el oír misa,
y tomar la primera comida, o cena,
en tan venerable edificio,
sito ex urbe, pero tito de piedra de la muralla. Y orar en el
Cenáculo en un piso superior, concorde con Lucas XXII"ll:
« Y le diréis al amo de la casa -,--Oij o Jesús-«El
Maestro te
preguiita: ¿ Dónde .está la sala en la que voy
a comer la Pascua con mis discípulos? Y él os mostrará
una gran sala en el piso de arriba, arreglada ya con almo-
hadones. preparadla allí». , · ·
Nada infrecuente encontrarse en el convento con francisca"
nos españoles, por . pertenecer entonces el edificio a la. Corona
española, heredera de la. compra efectúada a los mamelucos, y
por una fortísima suma, por Roberto de Anjou,
rey de Nápoles
y su esposa, la franciscanísima
doña Sancha de Mallorca. En
tiempo de Iñigo,
y hasta .hoy, el Cenáculo presentaba el aspecto
que le dejó la restauración efectuada por
los ctuzados, fechada
por la
b6vedas de ctucería ojival que forman su techo. A pesar
del silencio de sus
Autobiografias, es fácil imaginar el impacto
ejercido en ánimo de Ignacio el hecho
de orar y comer en el lugar
en el que
el Señor instituyó la Eucaristía, para después de la Re"
surección aparecetse a sus apóstoles,. y al que descendio el Espí"
ritu Santo en Pentecostés: en otras palabras en la cuna natal de
la Iglesia de Cristo. Grandemente debió
impresionar a Iñigo el
lugar. Hasta el punto de dejar huella perdurable de su paso por
él en una de aquellas «composiciones del lugar» que esmaltan
690
Fundaci\363n Speiro

SAN IGNACIO Y TIERRA SANTA
las paginitas de los Ejercicios espirituales al prescribir al «ejer­
citante», en
la tercera semana, la contemplación «del lugar de la
cena, si grande, si pequeño, si de una manera o si de otra».
Al poco de la visita del grupo de Iñigo, en 1537, el convento
y el Cenáculo
dejarían de ser una isla de cristiandad en un mar
islámico. Al ser expulsados los franciscanos
para siempre, y de
mala manera, de su preciada residencia, y encarcelados en
Da­
masco, entregando el edificio a los musulmanes, como santuario,
con base al descubrimento en los bajos del presunto sepulcro
del rey David. Todo ello en represalia
de Solimán el Magnifico
por la toma de
Túnez y La Goleta, en manos turcas, por nuestro
Carlos V.
Santiago de los
Armenios.
Antes de abandonar Monte Sión, y

a modo de inciso, per­
mítaseme interpolar una sugerencia
en. favor de algún futuro
peregrino que me lea.
Le aconsejo visitar otro . monasterio, a
cuatro
paso del de Monte Sión, pero dentro de los. muros de
Jerusalén: el de
los Armenios. Visita también recomendada por
la
gula del P. Breidenbach (Maguncia, 1486) quien dice de
ellos, «muy devotos en la
fe de Christo aunque tengan álgunos
errores». Por su parte, el culto marqués de Tarifa, al aludir al
monasterio, «donde fue degollado el de Galicia»,
al que acuden
los cristianos el
d!a de la festividad del Santo, dice de los ¡non­
jes: «No creen que haya Purgatorio, tampoco admiten dos na­
turalezas en Cristo. Tienen da Si no la obediencia interrumpida en 1375 (5), en. muy buenas
relaciones con sus representantes, tan cualificados algunos como
cierto franciscano autor de una utilísima
gula· éle los Santos Lu­
gares, que menciona con elogio. «la bellísima Iglesia, donde dixe
yo Misa»: para su gusto -y el mí~, la mejor de Jerusalén,
artísticamente hablando. Dice también:
«Dentro de esta famosa Iglesia hay otra capilla
muy
devota, que es el lugar mismo donde fue degollado el San-
(5) Según el tomo JI de la· Historia de la Iglesia Cat6lica (BAC,
1438), vínculo a punto de ser renovado en 1438, lamentablemente sin
materializarse -al encontrarse de regreso a su tierra los firmantes del de­
creto de uni6n, «gimiendo el país bajo la invasión turca.».
691
Fundaci\363n Speiro

LUIS LAVAUR
to, y está allí la piedra sobre la qua! le fue cortada la ca­
beza» (6).
Muy rígido por lo general el régimen de visitas del templo
dedicado a nuestro santo
patrón. Si mal no recuerdo, únicamen­
te a horas de los oficios divinos matinales, celebrados con un
ritual de espléndido aire pretridentino, mostrándose los monjes
especialmente afables con los espafioles.
Programa de visitas.
Retornando al convento de Monte Si6n, o!da la misa en el
Cenáculo, visitada la próxima Iglesia de la Dormici6n, ya intra­
muros, y a través del barrio armenio, el
grupo se encaminaba en
silente
procesión al punto culminante de la petegrinaci6n: la
Iglesia del Santo Sepulcro (7).
Una vez. abonados al turco de guardia los siete ducados de
rigor por persona, franqueaban la puerta de la basílica, cerrada,
y aun sellada al momento desde el exterior,
por el retén otomano.
Concurriendo entonces en
minoría, rayana con la insignifican­
cia,
los cristianos latinos, a difetencia de la copiosa afluencia de
otras sectas cristianas,
realizando cada una sus ritos y devocio­
nes en los espacios y capillas asignadas
por la autoridad ocupante
a cada
obseivancia.
Escena descrita como testigo presencial y ecuménica pupila
por Juan de la Encina:
«Hay muchas naciones alli de Christianos,
de Griegos,
Latinos y de Jacobitas,
y de los Armenios y mas Maronitas,
y de la Cintura, que son Jorgianos,
mas
cuanto al gozar del Santo Sepulcro
son próximos todos en. Christo y hermanos» (

8
).
(6) FRAY AN-romo DEL CAsTILLO: El Devoto Peregrino y Viage de
Tierra Santa (1656).
(7) Esta reconstrucci6n
itineraria, y en líneas generales, se apoya en
la publicada por el R. P, VICTORIANO LARRAÑAGA en su edición crítica de
la A,,tobiografla del P. CÁMAM. y en el Viaggio da· Venetia al Santo Se­
polcro (Venecia, 1500), del franciscano P. NoEL.
(8) JuAN DE LA ENCINA, Trivagia (utilizo ed. de Joaquín González Mo­
reno, Sevilla, 1974).
692
Fundaci\363n Speiro

SAN JGNAC/0 Y TIERRA SANTA
Para atender a los peregrinos de su credo, los franciscanos
tenían
-y tienen-una de las mejores capillas. La·de la Apari.
ción o de los Latinos, también llamada de Nuestra Señota, «adon·
de se dice -escribe el marqués de Tarifa~ habérsele aparecido
nuestro Señor después de
la Resurección». Con tres airares, ple­
tóricos
de reliquias y recuerdos de la Pasión: ninguno tan vene­
rado como la
columna de la Flagelación.
La noche
se pasaba eri. vela; con oración, cánticos y prácti·
cas devotas. Para a las seis de la mañana, y después de las misas;
volver a abrirse la puerta, retornando en pos de
un . buen g¡¡na­
do descanso al hospital. Era cOStumbre, por la tarde, · realizar
el
recotrido de la Vía dolot0sa, desde el Prétorio hasta el Cal·
vario, volviendo por · tanto a penetrar en la · iglesia del Santo
Sepulcro, por un momento,
y a más reducida tarifa que la 'del
día anterior. · ·
La siguiente jornada el grupo subió al monte de los Olivos,
con visita a Betfagé
y a Betania, con la tumba de Lázaro;' sa­
liendo otro día en excursión a Belén, comprendido el campo
de los pastores. Visitando el siguiente
día, con final en la piscina
de Siloé, los valles de Cedrón y Josafat, con énfasis especial en
el huerto de
GetsemanL Estación integrada por lñigo en la se­
gunda «contemplació11» de sus. Eierddos «sea aquí a considerar
,-dice uno de los 'preámbulos'-el camino desde Monte Sión
al valle de Josafat, asimismo el Huerto, si ancho,
si largo, si de
una manera, si de otra». ·
Los alrededores del Huerto de loo Olivos brindan ocasión
oportuna
para aludir a dos templos marianos construidos por
los cruzados
y aún. existentes.· El de Santa Ana, primero de San,
ta María, y el santuario de la ·tumba de la Virgen, según' cierta
tradición,
custodio del cuerpo de Nuestra Señora hasta su Asun·
ción:
Ambos frecuentados entonces y con gran devoción · por
peregrinos otomanos
y de ottas sectas del Islam no en vano ser
la Virgen de los cristianos sujeto de' respetuos!sima mención en
las suras 4
y 17 del Corán. Devoción por parte infiel de la que
comd testigo presencial, dejó· constancia el· marqués ·de Tarifa
al escribir:
«y .hubo moros que aquel día .en la sepultura de
nuestra Señora, pusieron candelas encendidas y decían Certima­
rien· que quiere decir Señora Marta. De esta casa no tiene Otra
orden la llave salvo el padre guardían de Monte· Sión».
Para dos días después, y por la tarde, salir cuesta abajo en
dirección a Jericó y el Mar Muerto por
la vía del Buen Sama­
ritano, con parada, cofuo hoy se hace, en el yentorro:en el que
recibió sus auxilios
el moribundo viandante asaltado por los la-
693
Fundaci\363n Speiro

LUIS LAVAUR
domes. Servicios todos, incluidos asnillos y escolta de soldados
turcos de pago ql,Jigado y a tocateja.
Sabida la total carencia de Iñigo del dinero preciso para
costearse unas excursiones
implacablement,;, caras, y su acusada
inclinación a deambular
.a su aite y sólo como un cattujo, dudo
las realizara. Posible la de Belén, dada la corta distancia que el
separa de Jerusalén, pero poco probable
se. llegara a Jericó, con
pernocta, y recorrido de la orilla del Mar Muerto. con parada en
el Jordán,
en el lugar del Bautismo.
Por contra, seguro no
se libró de tener que trasladarse a la
hospedería de Monte Sión, y permanecer en ella recluido con
su grupo hasta el. 23 de septiembre. Y no por su gusto, sino por
orden de
la autoridad· turca. Como antídoto contra los riesgos
derivados de la entrada en la ciudad de una banda de unos
500 jenízaros y
milicias procedentes de Damasco, y resultar para
un cristiano «latino» circunstancias
tales, extremadamente peli­
groso el tránsito por las calles de El Quds, o «la Santa» que es
como los musulmanes llamaron a Jerusalén.
De lo expuesto, y en sentido amplio, se deduce el singular
parecido del repertorio de visitas del peregrino del ayer, con
el
ofertado al de hoy. .Con forzosas exclusic;,nes en . el pasado del
recorrido por
Galilea y Samaria, perdiéndose Nazaret y el lago
Tiberiades, así
como. la imposibilidad en el centro de Jerusalén
~Y bueno fuera lo contrari~ de acercarse a la. explanada del
monte Moría, solar del templo de Salomón. Absteniéndose de
entrar en el recinto, «por no morir
o renegar», desde lejos lo
contempló el marqués de Tarifa,
con .la mezquita de Ornar en
su centro.
Lo. explicó de esta manera: «del templo no hay más
que en medio de una grande plaza una. capilla ochavada».
No hay duda de que cuantas sacras reliquias pudo ver el pe­
regrino vascongado en Tierra Santa las veneró como en casa de
Loyola se lo recomendó «El cartujano romanzado». De idéntico
modo al recomendado por él .en la tercera semana de sus Ejerd­
cios espirituales.
Por medid de unas técnicas de ascesis mental de
somentimiento absoluto a la acción de la . gracia. Prescribiendo a
tal fin la Vía dolorosa a través de la visualización, con los ojos del
alma, de los episodios de la pasión y muerte de Cristo. Como
más tarde nos enterarla San Pedro Canisio, apóstol de alemanes
y austriacos, al explicar el modo con que vio aquellos parajes
su santo superior:
694
«Recuerdo haber oído al Maestro Fabro sobre la estan­
cia de Ignacio en los Santos Lugares,
es a saber, su grande
Fundaci\363n Speiro

SAN IGNACIO Y TIERRA. SANTA
devoción y muchas lágrimas, su crecido y encendido fuego
de amor de Dios, al contemplar como si se desarrollaran ante
sus ojos aquellos misterios de la vida y pasión de Cristo,
y
lo que esto le mov!a a quetet quedarse para siempre en
Palestina».
La subida al monte Olivete.
Poderosísima hubo de ser la razón por la que de cuantos
lugares santos visitó el
petegrino, sólo mencionen sus autobio­
graf!as la para un cojo penosa subida al Monte de los Oli­
vos. Al sitio donde una muy arraigada tradición, y el templete
construido por los cruzados, aún
existente situó la ascensión de
Jesús a los cielos. Y no sin cierta apoyatura en
cuanto a la
ubicación del episodio en los Hechos (I-12), cuando al referirlo
dicen «sucedió en el Monte de los Olivos, que
sólo dista de Je­
rusalén lo que puede andarse en sábado».
En la traducidísima guía de Tietra Santa del P; Breidenbach,
al hablar
del monte Olivete,. se describe una reliquia hoy poco
visitada a diferencia de entonces:
«En lo más alto del dicho monte está fundada una
yglesia en cuyo lugar el señor Jesús tomó una nube
y lo
subió allá en los cielos en vista de sus discípulos. En esta
misma yglesia
cerca de la entrada está una piedra sobre la
que se puso Jesús en
su ascensión: y en aquella parecen
aun
sus pisadas santas en que la forma o señal que dejó
de sus pies sagrados:
empet0 mejor. y más claro se demues­
tra ende la
señal o forma de un pie derecho. Hay ende
indulgencia
plenaria» ( 9). · · ..
Es también uno de los lugares recorridos en su peregrina­
ción por un prócer sevillano y sus acompañantes, en el invierno
de 1519. Y tal como se refiere en la interesante relación del
viaje:
«Encima de
la cumbre del monte Olivete, están una
iglesia con las bóvedas caídas. . . donde tuvo lugar
la As­
.· censión. Y ali! está señalado el pie derechó de Cristo, en­
cima del cual hay ciertas lámparas. Dicen los moros que
(9) Viaje de la tima sancta (Zazaroga, 1498).
695
Fundaci\363n Speiro

J;UIS LAVAUR,·,
cuando nuestro Señor dl'Sde : aquí subió , a .los, cielos, dejó
su
figura en Judas, ,y que fue. él el, que padeció (10) .
. ' ' ._. . ': . . .,
.. En Jerusalén todo tenía. ün. precio para .el :éristlano:' «aquí
pagamos tres marquetes -especifica el cronista-. , Y ~enen la
llave los
moros»,
El adiós a Jerusalén. -. . . .
Lugar éste que revistió singular importancia.para el peregrinó
vascongado,
Lo. revela. el que tras visitarlo. de modo convencio­
nal,
en grupo, y conducidos. por. guía 'turco, lo eligiera para des,
pedirse .de, la. ciudad, debiendo .. absndonarla no por, voluntad
propia, sino
por orden del custodio de la Tierra, Santa. Aterrado.
el · provincial de los franciscanos ·· por la extremosidad del celo
peregrino del guipuzcoano, y mucho,más por su.propósito de que­
darse a malvivir allí, le conminó, bsjo pena de exeo;munión vol,
verse presto
por donde había vénido. Tras un tira y afloja, Iñigo
decidió obedecer. Mas no sin. antes repetir por. su. cuenta, y .ríes,,
go la ascensión. Tal y como se refiere en su Autr>biografla.
«Le vino grande, deseo de tomar a vísítár el monte
Olivete
antes .que se partiese.

·
En el monte Olivete está
una piedra, de la cual .subió· nuestro Señor alds cielos, y
se ven· aún. ahors las ·pisadas impresas, y esto ers · lo que
él querfa..tomar a ver. Y así.sin,decir ninguna cosa,ni to­
mar guia (porque los
que van sin turco por guía corren
grande · peligro) se descabulló .de los , otros y se fue solo
al.monte
Olivete; Y no lo·querían dejar entrar los guardas.
Les dio un cuchillo
de las escríbailfa.s que llevaba, E hizo
su oración con
harta consolación».
, ·.· Sin parar allí ht cosa, al explicar dP. Rivadeneíra 1~ sucedi­
do. nada. más llegar al vecino Bethagé: · . ·. : : .
« ... dio la vuelta al monte Oliveto, para más atenta­
mente mirar,
a, cual . parte caía la señal del .pie derecho, y
a roa! la del izquierdo, qu~ en la piedra. q1,1edaro11 seña­
la~,, y porque ,otra vez.)e •dejasen ,enna,t dio a la guarda
l!'s ,tijeras .quede liabmn quedado, d.e)as escríi?anfas,.,
----
(10) Via;e a JerusaUn (l.' ed., Sevilla, 1521), Utilizo la reedición De
Sevilla a Jerusalén (Seviíli(,19'74) de'}OAQiJIN GóNZÁLHZ.'Moniw. ·;
Fundaci\363n Speiro

SAN IGNACIO Y TIERR:;f. SANTA
La mezquita· de · otra Ascensión.
No parece fueron espectáeúlos de tejas abajo elcinditos ca­
P'!ce8 de iinpresionar la sensibilidad de un peregrino gue, segúti
el P. Rivadeneita exclamó dúrante su conversión allJ en Loyola:
«·i Ay; CÚán vil y baja me parece la . tierra' c:uando miro al cielo!
Estiércol y basura es».
Por lo. que .es .posible que aquella indi­
ferencia
respecto al mundo exterior le . impediría en sus visitas
al Monte de los Olivos reparar en la · bellísima panorámica de
Jerusalén
que se divisa desde fa cumbre, sobresaliendo,.con•mu.
cho, la llamáda mezquita de Omar, en el monte ·Moria, expla­
nada más bien. Mandada · construit sobre el sitio oct1padó por
el
templo de Salomón por el segµndo Califa, tras sti, pacifica
conquista a los 'cristiands, á los crisdarilsimos bizaiitinos; de Je­
rusalén en el añó 638, réinandQChiniila eií fa l-Iis'pania migada.
•. . De contemplar a la mezq'4ta ,, deide. ¡:Íe~a . pers~thra, no
n"!'l'sar,íamen~ visual, se . l: lslam o-istianizado dd que tap.©. Y: tan bien nos. habló ei, maestre
Asín, influjo del, que el mismísiino Corán . presenta claras mues·
tras en. diversos parajes. . .
La edilicación, de fines del VH y que Oman1d conoció; de
la
.¡;or los musulm,µ,es denom.i,nada . mezquita · de la Roca¡ al de­
cit ·de .. los 'expertos respondió ,a lá conveniencia política .. de con­
tar en Jerusalén con una reliquia capaz de conipétit· 1:orr'!á :Caaba;
la piedra negra de La Meca entonces en manos de los adversa­
rios de
Ornar. Ajustándose los pedreros bizantinos a pautas de s,u
estilo, erigieron el templo octogonal; • 'que líoy se ve; 'rom¡;reri:
diendci bajo su cúpula la gran roca sobre la que se crela. que el
patriarca Abrabam
colocó a su hijo lsaac con intenció(l de dego,
liarlo .. Como aseguran los arqu~logqs, el edificio ~esultó ser, una
réplica a .esc:ila mayor de. la capilla .bizantina, también .octogon:il,
de la Ascensión . di!! Señ,;,r venerada.. C0(1 tanto fervor por el pes,
regrino vascongado., .. · .·, . . . ,
. La relación existente entre .esi:e,edificio y el del mon,te Moria,
no pudo menos
. que incrementarse al arraigar la · noción, que des­
de
la roca en cuestión, y jinete en alado corcel, subió el profeta
Mahoma a los·
cielos, •Una leyenda; .como muchas islámicas, ele­
vada
pronto al. rango de dogma, fundamentándolo· en· el versícu'
lo primero de la sura· 17, del ~, titulada El viaje nocturno
que dependiendo de cada• traducci6h dice aproximadamente· así:
697
Fundaci\363n Speiro

LUIS LAVAUR
«Alabado sea Dios, que durante la nocl:ie transportó a su servi­
dor, desde el templo de La Meca al·templo de Jerusalén» (11).
El
hecl:io de que lo de la subida a los cielos, y las huellas
de los pies de Mahoma sobre
la supeyficie de la roca vinieran
después, en nada
obstaruliió para que hallaran ardiente acogida
entre musulmanes devotos. Hasta el punto de, hablando de as­
censiones, ascender la ( cúpula) de Jerusalén, y hasta nuestros días,
a
la categoría de ser, después de la La Meca, el más venerado
lugar por
la devoción peregrina islámica.
Transcuridos veintiún días de estancia en Jerusalén, sufrien­
do a manos turcas vejaciones y exacciones
sin cuento, lñigo
emprende el regreso por el
camino de Ramleh seguido a la ida,
y en idénticas condiciones,
para· en pasaje providencialmente
gratuito embarcar en el puerto de Jafa.
Superada una accidentada
travesía de dos meses .de duración,
con
escala en Chipre, desembarca en un puerto napolitano del
Adriático
-«y esto es, en la fuer2a del invierno»--para de­
rrengado y exhausto rendir viaje en Venecia.
Ambas . autobiografías suministran sobre el regreso del pe­
regrino infinidad de detalles sembrados de peripecias e incómo­
das aventuras, con una prolljidad que contrasta con la penuria
informativa sobre
sus andanzas por Tierra Santa. Hasta en la
Cuaresma de 1524, y tras incidentes y fatigas
sin fin, dar con
su huesos en Génova~ y embarcar,-··gratuitamente, como siempre,
en un buque español, y desembarcar en Barcelona, «viniendo a
acabar su navegación en el mismo lugar donde
la había comen­
zado» .·(Rivadeneíra).
El peregrino en su patria.
La estancia de lñigo en la Ciudad Condal forma parte inte­
grante de su
fundámental eje. Como lo señala con tino el P. Gar­
cía Villada: . «Se convence· de que era necesario realizar los es­
tudios eclesiásticos, pues sólo así, una vez ordenado de slltefdo­
te, podría volver a Jerusalén y ejecutar su plan».
Optó, pues, por el sacerdocio. Pero muy en su estilo, «ad
augusta
per angusta», tomo si diríamos, ingresando por la puer­
ta grande. Objetivo abordado con su infinita tenacidad dedican-
(11) Sobre 1 .. numerosas variantes de esta leyenda, interesentísima la
lectura de «La Leyenda del · Viaje Nocturno y Ascensión de Mahoma co­
tejada con la Divina Comedia», en La Escatologia de la Divina Comedia,
del. P. MroUEl. AsiN PALACIOS (Madrid, 1943).
698
Fundaci\363n Speiro

SAN IGNACIO Y TIERRA SANTA
do a su consecuci6n once años de vida. Empezando por matricu­
larse, a sus 34 años de edad, y «de
balde», en el Estudio barcelo­
nés de
mosén Ardevol, para estudiar gramática, latina por supues­
to, y en el texto
de Nebrija, así como rudimentos de filosofía. Sin
empacho
para por espacio de dos años tomar asiento entre la
muchachada,
un avejentado cojitranco y calvo estudiante, tna·
cerada tez y pórte macilento y minado por terribles penitencias,
malvestido a lo pobret6n, descalzo y mendicante en invierno
y
verano. Un desafío al «seny» local y sentido de la mesura de
la burguesía de la pequeña y amurallada Barcelona de aquel en­
tonces, en tiempos
en los que el estudiante firmaba su corres­
pondencia con
un «el pobre peregrino lfilgo».
Duchd
en la lengua de Horació y San Agustín, se traslad6 a
la prestigiosa universidad de Alcalá de Henares en su momento
mejor, para iniciarse
en las facultades mayores con vistas a gra­
duarse en filosofía.' No pudo ser.
Lo que le fue hacedero en
Barcelona le fue imposible en
Alcalá. Y no ciertamente por cul­
pa de los enseñantes de la Complutense. Más bien debido al
exceso de celo
catequístico del guipuzcoano, enrregadc:i a inten­
sas actividades extracurriculares sin las debidas licencias. Lo que
en un ambiente
de te6logos resueltos a eximir a España de la
tragedia de las guerras civiles
de religión que se avecinaban le
vali6 ser objeto, de algunas
pesquisas inquisitoriales, y perma­
necer cuarenta y dos días encarcelado hasta aclararse la cosa. Es
decir: su
ortodoxia. Que se aclar6.' ·
Sin irle mejor en Salamanca, en cuya universidad se matricu-
16 en el Colegio Mayor de Santiago, por caridad de ,su fundador
el cardenal Fonseca, arzobispo de Toledo. Delatado. como pre­
sunto «alumbrado» por
los dominicos del convento de San Es,
teban con. quienes marituvo debates. teológicos, el procurador
del obispo le
encerró, cargado de grillos y cadenas, por espacio
de veintiún
dias, hasta probar la bondad de su áoctrina, pero
prohibiéndole meterse en honduras
in poseer. acreditación acadé­
mica para ello.
Es de suponer que
tropiezos tales le mostrarian al maduro
estudiante, más adelante, . .Ja convenien~. 4e insertar en sus ad­
mirables «Constituciones» el exigir absoluta disciplina a los nq­
vicios, como requisito para ingresar y permanecer en la Orden.
Con tantos sobresaltos, y su falta de asistencia a las clases,
escaso fruto debi6 extraer de las dos mejores universidades
es­
pañolas de la época «el dicho Ynnigo», como le identifican· los
autos de sus encarcelamientos. Visto el inhóspito ambiente
pa­
trio para sus estudios, decidió proseguirlos, iniciarlos más bieri,
699
Fundaci\363n Speiro

LUIS,LAVAUR
acudiendo a la entonces más prestigiosa universidad de todas las
europeas.
« Y, así, se partió. para París, sólo. y a pie», dice su
Autobiografla: «llevando un asnillo delante, cárgado .de libros»,
añade Rivaden~. Y salien celona, y no por la guipuzcoana, «se dio a caminar por medio
de Francia a pie. Y con et.favor de l)ios, que le guiaba, lleg6
a París, sano y sin pasar ningún peligro, al principio de febrero
de mil y quini Colegial en París.
Llegado a su destino, ingre;., en el Colegio Montaigu ( o
Monteagudo
), adscrito a La Sorbona, en pleno barrio latino, ins­
titución que entre sus
reside11tes contó a füasmo y de la que
había
sali pasó al Colegio. de Santa· Bárbara, .aún existente.
En la tramita,
ción
de' estas diligc;ncia, es .cuandd. por vez . primera apa~
constanci115 documentales del. uso del nomhre de Ignatius ( 12)
por éreer el de Loyola, errón!'Olll"nte por supuesto;ser Ignacio
la equivalencia latin¡l def ciistellano nombre de Iñigo, cabeza del,
españolísirno dljll patronlmico de los lñiguez. Es obvia .la con-.
fusión.·. del . nomhri, benedicti110 de Oña ( 1057), con. el de San 'Ignacio, el obispo
mártir de Antioquía. Todo ellosin perjuicio de oeguit firmande
bastantes cart'l5. con el nomb~ de Iñigo, cuando no, con mayor
frecuencia, con un .«el ¡,obre peregri¡io, Iñigo», · . ,. ·
. Autgden'?fflÍllánqose . Ignacio: entre,
s.us condiscípulos cot;!lenzó
el peregrind sus siete largos añQ~ de estudios supe¡;jores ( 1528-
1535),cursando fil9sofl{ en un~. uniyérsidad distipguida por sµ
elevado porcet1t4jc de alt¡tnnado, internacional, drcunstancia. que
como a su
paisano Francisl'(> de Vitoria k hiio desde el punto
de. vista acadérnicp un producto genuino y neto .. de la Universidad ..
de París, donde adquirió la sólida formación intelectwJ., peda­
gógica y eclesiá~t\ca que tan bien Je vinp para ulteriores empre-
sas de alto
bordo. ·
No.
tuvo es~al problema para financiar sus "estudios resol­
viéndolps cotnq. otros estlldiantes extranjeros .escasos de recur­
sos. Aprovechó las vacaciones
. de verano para en compañía de
(12) .El nombré adoptivo de'Ignacio, en su forma ·original Egnatius
(el ·bien n-acido) ,·figurá en: textos precristiano·s, mientras que Iñigo -pro­
viene del fonema· Enhecus, de· raíz hispana: ·y prerromaha según los expertos.
700
Fundaci\363n Speiro

SAN IGNACIO Y TIERRA SA.NT,A,.
algunos discípulos de su nación trasladarse a la Flandes española
y obtener ayuda
pecunaria de comerciantes hispanos .allí . estable­
cidos. Pasando con igual
fin, en las · vacaciones de 1530, al Lon.
dres de Enrique VIII, a punto· de Cller. el. monarca en el cisma
para resolver sus complicaciones maritales. Viajes que ni.qué
decir tiene proporcionaron al estudiante guipuzcoano útiles ex­
periencias para más sedentarios proyectos venideros.
Obtenido el grado de bachiller, y licentia docendi en 1533,
recibía
al siguiente afio de manos del canciller de Santa Geno­
veva, en el templo de la santa patrona de París, el grado de
maestro en
Artes. Título que de desearlo le permitía regir una
cátedra de filosofía en París o en cualquier. parte del mundo
(... exetcendi in facultate artium Parisuus et • ubique terram).
Acto seguido el maestro Ignacio dedicó dos. afios más · a estudiar
teología con
los dominicos en el colegio de. Saint-Jacques., mos­
trando durante todo este tiempo, y bastante después, una.curiosa
inhibición respecto a una candente cuestión religiosa,. que con
razón ha intrigado no poco a varios de sus . modernos .biógrafos:
.
«Durante aquellos afios -,---señala uno,. de los más . cuali-.
ficados-Ignacio pudo enterars.e muy bien sobre las nue­
vas corrientes contra la Iglesia que penetraball en 1a misma
universidad.
Sin embargo, !"' toda .su evqlúcióu, no aparece
.
en Ignacio ningún. impulso de . defensa contra la nueva
ideología»
(13). . . .
Extrafio pr~ceder, a buen seguro, en el !~ego máximó es:
tratega de 1a Cdntrarreforma antilutei:iuía, existiendo· a mi mod6
de . ver las cosas una respuesta e,iplicativá de aqudla temporal
retracción, imbricada en el meolló de un sob~siilienie epis6dio
en·
la vida del maestrofija su mente,en el recuerdo de. Tierra
Santa. . .
Los votos de Montmartre.
Recién concluida 1a redacción definitiva de !~ Eiercicios es­
pirituales por antonomasia, estructurándolos a base de cuatro
unidades o semanas,
los afios de estudio en 1a. Sorbóna no habí.an.
apagado en el ánimo del maestro. Iñigo 1a llafi'.lada de Jerusalén.
Si fue allí de peregrino, disponíase a regresar como Cruzado.
Mejor pertrechado para abordar el quijotesco plan de recuperar
(13). B. l:.LORCA: Historia de la Iglesia C•tólica tomo IU. (B.A.C.,
1987).
Fundaci\363n Speiro

LUIS LA V A-UR
la Tierra Santa para los cristianos, redimiéndola por la oración,
el apostolado
entre los infieles y la .. vida .piadosa. Propósitos
que
tuvieron clarísima exteriorización, el 15 de agosto de 1534,
fiesta de
la Asunción, en el acto celebrado con seis jóvenes con­
discípulos suyos, Francisco Javier, Laínez, el francés Fabro o
Lefevre y
el portugués Simón .Rodrigues, entre ellos. Reunidos
en
la cripta de un vetusto santuario mariano sito en los altos
de Montmartre (monte de los Mártires) llamado Martyrium, donde
una tradición
situaba el. lugar en el que los paganos degollaron
a
San Dionosio y sus compañeros (14).
Allí
se consagraron a Dios, formulando . tres solemnes votos:
el de pobreza y castidad. Amén de otrd más, el tercero, subdi­
vidido
en uria opción principal y otra subordinada. Quedando
comprometidos, en virtud de
la primera y capital a desplazarse
a Jerusalén, sin retomo, para
allí vivir la vida y pasión, venido
el caso, de nuestro Señor Jesucristo. Sin determinar fecha. fija
para la peregrinación, si bien
nd antes de terminar sus estudios.
Voto sometido a
la eventualidad de no poder por fuerza
mayor realizar la peregrinación, supuesto aclarado por el P. Ri­
vadeneira: «en tal casd se viniesen a Roma, y postrados a los
pies del Sumo Pdntífice, vicario· de Cristo nuestro Señor, se le
ofreciesen para que
Su Santidad dispusiese de ellos libremente
donde quisiese
para bien y salud de las almas» y seguidamente
añadir
el toledano puesta la mente en el porvenir: «De aquí
tuvo
su origen el cuarto voto de las misiones que nosotros ofre­
cemos al Sumd Pontífice cuando hacemos profesión en la Com­
pañía». La parte del voto que a .muchos induce a fijar en Mont-
martre
el acto fundacional de la misma. ·
·
Concluida la ceremonia, y cada uno por su lado, los llamados
en
la Universidad. «iñiguistas» convinieron en un no muy dis,
tante futuro reunirse en Venecia; para juntds partir para Jeru­
salén en cumplimiento de su sacro compromiso.
De París a Venecia, pasando por Madrid.
·«Hecho esto -se lee en la Autobiqgrafla-móntó en su
rocín compradd por sus compañeros y se fue solo hacia su tierra,
encdntrándose mucho mejor por el camino». ·.
Era su último viaje a España y la ocasión postrera en que
(14) Hoy oratorio de las adoratrices el en riúmero 9 de la calle Yvon­
ne-le-Tac.
702
Fundaci\363n Speiro

SAN IGNACIO Y TIERRA SANTA.
vería a su familia. La vio pero sin convivir con ella. Obediente
a su voto de pobreza, renunció a alojarse en su casa solar
resi­
diendo en un hospicio de Azpeitia. Al fin de una estancia bas­
tante prolongada, emprendió ruta a Pamplona, siguiendo por
Almazán, Sigüenza, Madrid y Toledo, localidades en las que re­
sidían familiares de algunos de . sus compafieros.
Espero no pequé de inoportuno señalar, a estas alturas, el
acusado perfil andariego, y en la acepción .más rotunda del tér­
mino, que en su biografía proyecta el imparable cojo de Loyola.
Y a diferencia del caso de Santa Teresa, quizás .no suficiente­
mente subrayado. Cierto que mucho viajó
la abulense, en jumen­
to, galera o carromato, sin
jamás rebasar las lindes del Reino de
Castilla comprendida Andaluda. Pero
sin evidenciar .la inclina­
ción
al puro caminar, mayormente penitencial, denotada por el
peregrino Iñigo. Tendencia recogida
en una anécdota divulgada
por el biógrafo de su biógrafo mejor, al relatar cómo habiendo
ordenado el P. Ignacio, en 1542,
al jovendsimo Pedro de Riva­
deneira, trasladarse desde Roma a la Universidad de París, a pie,
con
seis novicios más, «estos suplicaron al fundador permitiera
hacer el viaje en cabalgadura. Pedro hará el viaje como
quiera,
dijo
San Ignacio; pero si ha de ser hijo núo y quiere darme
gusto, lo hará a pie como
los otros» (15). Y como los otros lo
hizo, añado yo.
Terminadas sus diligencias, en el verano de 1535 Iñigo em­
barcó en Valencia, y .con una terrible tempestad de por medio,
desembarcó en
Génova, para medio muerto por unos terribles
cólicos hepáticos, detenerse en Bolo'.nia « Y al sanar pi:esto -in­
forma Rivadeneira- llegó a Venecia donde aguardó a· sus com­
pañeros, como lo habían en París concertado».
Quienes llegaron a Venecia como estaba previsto, incorporán­
dose
al grupo original de los juramentados en Montmartre tres
universitarios
más: .un soboyano, un provenzal y un picardo. Di­
rigiéndose todos a Roma, menos Iñigo, impedido de moverse
por su
mala salud, regresando con la bendición del Pontífice y
una sustancial
ayuda económica para sufragarse el viaje a Jeru-
salén. . . ·
En pésimas fechas para llevarlo a cabo, en circunstancias
peores aún que las imperantes
al realizar el maestro Iñigo su
accidentada peregrinación. . .
Escindida en dos la Cristiandad, y quebrada la unidad con-
(15) VICENTE DE LA FuENTE: Discurso preliminar a las obr¡¡s es~ogi­
das del Padre Pedro de .Rivadeneira (B.A.E:, Madrid; 1868).
703
Fundaci\363n Speiro

LUIS LAVA·UR
fesional · de Occidente en itreparable. fractura, el norte y el centro
cismático del.continente, mitaban
.con las espadas en alto y hostil
recelo al cat6lico sur.
ELtráfico . se resinti6. a consecw,ncia del
repudio de la peregrinaci6n por la ideología. p)'.Otestante ~mpro.
breciéndose la corriente =era al quedar, sustraídos de , su cauce
cuantiosos contingentes, sin que
el curso del pensamiento ra­
cionalista,· estimulara: · aquella ancestral modalidad devota. Para
colmo
de adversidades, el dominio dtomano, en fase expansiva
por tierra y
· mar había hecho virtualmente . inviable . para el cris­
tiano
la navegaci6n por amplias zonas del Mediterráneo.
A
la, espera de· tiempos propicios,, y la llegada del verano,
fecha de la
partida' de la. nao peregrina a Jerusalén, Iñigo y sus
compilíieros se .,ordenaron ·de sacerdotes, en Venecia, aplazando
el de
Loyoi,"111. celebraci6n,de su, primera misa; tal vez peseando
celebrarla en Jerusalén. De momento se retiraron a la. más re,
catada ciudad de Vicenza,. donde el P. ignacio -dice la Auto'
biogtafia-«tuvo grandes visitaciones sobrénaturales, de aque­
llas
que solfa tener en estando en Manresa». VueltoS, todos a
V~ecia, _sucedió lo que en buená prosa toledana rel,na el Padre
Rivadene1ra:
. .· · · . . ·· • . ·.
«Estándose aparejando los padres y aguardando la sa­
zón de embarcárse para Jerusalén, vinieron a perder total­
mente la esperanza del pasaje .. Fue· de. estó la causa que
en el mismd
tiempo· la señoda · de · Venecia rompió guerra
contra el
gran turco Sol~, e hizo liga . con el Sumo Pon,
tífice
y con el emperador don Carlos: y estandc;i la mar
cubierta
· de· fas' poderosas· armadas de:, ambas paries, y OCU"
pados todos en la guerra, cesó la ruivegaci6n de los pere­
grinos; que pedía
más' paz y quietud. Y es cosa de notar
que
hi muchos ilíios antes· ni después acá, nunca\lejaron . de
it éada aiío las naves de los peregrinos a Jerusalén,· sino
aquel
año». . , · · · · · .
Por el aquel de que los hombres proponen y ])¡05 dispone,
y de lo que
no hay mal que por bien no venga, el P. Rivadeneira
atribuye a
desighio . de la divina Proviclenda. el incumplimiento
del voto hecho en Pads de pasar a Tietta: Santa. Vista la impo­
sibilidad de cumplimentarlo
los peregrinos dicidieron . satisfacer
la parte sustitutoria del voto: ponerse a plena disposición del
Papa para lo que Su Santidad gustase mandar.
A
tal · fin abandonaron Venecia dirigiéndose a Roma, a pie
y
diviclidds en grupos, esta vei en compañía de los padres Fabro
704
Fundaci\363n Speiro

SAN IGNACIO Y TIBAAA. SANTA
y Lalnez .. Es su último ·gtátl viaje, y mediado el ·mes de noviem,
bre de 1537. Atravesando los Apeninos en tan inhóspita esta­
ción
y entrando en Roma por· la porta del Popolo.
Llegados a
Rdma, y pese a la oposición del Vaticano a apro­
bar nuevas órdenes -«con tanta muchedumbre de religiones como
había en la Iglesia de
Dios»-resuelven fundar una más: una
asociación de sacerdotes
universitarios. Mientras· Ignacio realiza
los trámites· precisos
para tan alto logro, el· peregrioo -Ja Autu,
biografia
sigue llamándole. asl-dirige en Roma, y con. creciente
éxito Ejercicios es¡nrituales; ~a· Veces, .a varios a un m:ismQ
tiempo». Importante el ejercicio individual impartido, solicitud
del interesado a un dignatario español de muchas
campani•
llas. Al doctor Ortiz, un dominico que actuó contra él efi Sa·
lamanca, ahora embajador extraordinario del ·emperador Carlos
ante .el ·Papa Paulo·
III. En compañía de su «ejercitante», y
supongo que en coche,
por vez primera, se encamina a la fastuosa
abadía de monte Casino, donde permanece durante cuarenta días,
obteniendo en la persona del doctor Ortiz un óptimo valeddr
ante el pontifke para sus proyectos. · Y en la Nochebuena de
aquel año de 1538, tras considerable demora y a sus 46 años de
edad
--seis menos que Lope de Vega~ celebra su primera misa,
no en el Santo Sepulcro, o en el
Cenáculo de Monte Sión, como
sospecho hubiera· deseado, sino en la capilla del santo pesebre
de la
basilica romana de Santa Mliría Maggiore. · ·
Todo dispuesto para que dos años más tarde, y por bula de
Paulo
III, quedara aprobada la «Sotietas Iesu» (S. L) la Com'
pañía de Jesús. Formada por tan sólo diez sacerdotes graduados
todos por
la Universidad de París, El cuerpo del documento
comprende el
famoso cuarto vdto, al quedar obligados sus miem·
bros, de momento sin poder rebasar el nÚt;nero de sesenta:
· «.,. a cumplir todo cuanto eH1ctual Romano Pontífice
y sus futuros sucesores nds mandaren para bien de las al­
mas y propagación de la fe en cualesquiera provincias adonde
nos quisieran enviar, ya nos manden a los turcos, ya a las
tierras de cualesquiera otros infieles, ya a las partes que
llaman Indias,
ya a los países herejes, cismáticos o de fieles
cristianos»
(16).
En coincidencia total con los propósitos estampados por Isa­
bel la Católica, la reina de Ignacio en su mocedad, en un codi-
(16) Bula Regimini militantis Ecclesiae, 27 de septiembre de 1540.
705
Fundaci\363n Speiro

.f,UIS.LAVAUR_
cilio . de .su testamento, donde declara «ser intención principal»
al aceptar la donación pontificia de las Indias «inducir y traer
a sus pueblos convertidos
a. nuestra. santa fe católica».
* * *
Tal vino a ser, en síntesis apretada y en panorámica, la pe­
ripecia vital dcl ya, desde entonces y para siempre, Ignacio de
Loyola.
Medio siglo de su existir cuya trayectoria vital se pro­
yecta hacia nosotros tajante y desigualmente partida en dos. La
primera, tres cuartas partes de su vida, giróvaga, moviente y
cambiante.
De espaldas a los grandes contenciosos sufridos por
su Iglesia, si bien puesta la mente de modo hasta obsesivo en
la
redención de. Jerusalén.
Un vivir enriquecido
por cúmulos y de vivencias, a veces do­
lorosas, en años no los más cruciales. Tanto así, que de haber
terminado
. entonces sus días no hubiera emergido su nombre
del anonimato de los siervos de Dios ; quedando tan anónimo como
la autoría de aquellos
Exercitia suyos que circulaban manuscritos.
Años decisivos y trascendentes, en cambio, los vividos a par­
tir de sus 49 años de edad, los dieciséis siguientes, desde 1540
al último de su vida.
La. fase sin duda estelar de él y de su Compañía. Singular­
mente sedentarios para
su fundador, firme en su puesto de mando
en
Roma, a modo de general ciego ejecutor de las órdenes de su
superior, el vicario de Cristo en la tierra. Dedicado en cuerpo
y alma a la forja de . la orden de su creación. Moderna, prag­
mática y
de vocación ecuménica, o católica, que significa uni­
versal, desde sus mismas raíces, distinta a todas las demás. Muy
selectiva en la recluta de novicios, y basada en la entrega, la
disciplina y la autoridad. Y en sus aciertos y errores, fieles siem­
pre · a la consigna Ad ma;orem Dei gloriam «A la mayor gloria
de
Dios».. .
706
Fundaci\363n Speiro