Índice de contenidos

Número 309-310

Serie XXXI

Volver
  • Índice

Galileo Galilei

GALILEO GALILEI
POR
ANTONIO SEGURA FERNS (*)
El 31 de octubre de 1992, los mass-media -prensa, radio,
televisión-se volcaron en la noticia de la «rectificación» que,
según ellos, había hecho
la Iglesia Católica, por boca del Papa,
en su Discurso a
la Asamblea plenaria de la Academia Pontificia
de Ciencias cerrando, por así decirlo, el «caso Galileo». ¿Qué
hay de verdad
en todo esto? Es evidente la importancia del tema
pues si la doctrina de la Iglesia está sujeta a la «rectificación»
por presiones de la ciencia, estamos en
la situación descrita -y
rechazada--por San Pío X en su condenación del modernismo
---d .. «Pascendi», I, 1-. El problema, pues, aparece como una
confrontación entte la
fe y la ciencia, tensión que desde entonces
ha marcado la cultura occidental de matriz cristiana.
Este hecho ha
desplaz~do el interés centtal del tema ideolo­
gizándolo: menos importancia que cuál sea la verdad de lo
OCU·
rridd la ha tenido desde entonces el uso del «tema Galileo»
--como igualmente ha ocurrido con el «tema Darwin»-a modo
de arma
arrojadiza y desttuctiva de. la religión católica. Esta dis­
torsión no sólo ha permanecido en la discusión académica, sino
que
se ha popularizado --con versiones cada vez. más degradadas
respecto a lo realmente ocurrido-,-como un ataque a todo lo que
represente una censura a las lucubraciones
intelec_tuales, por abe-
(*) Nuestro amigo el profesor Segura Feri:ts ha redactado el siguiente
comentario como p6rtico del discurso que Su Santidad el Papa Juan Pa~
blo II ha dirigido a lo Pontificia Academia de los Ciencias y del que a
continuación ofrecemos los párrafos con.certúehtes al «caso Galileo».
Verbo, núm. 309-310 (1992), 1119-1129
1119
Fundaci\363n Speiro

ANTONIO SEGURA FERNS
rrantes que sean, comprendida en el hoy peyorativo adjetivo de
«inquisitorial». ¿Cuál es, pues, la verdad? El Papa, en su Discurso, empieza
señalando cómo «Galileo no hizo distinción entre el análisis
cien­
tífico de los fenómenos naturales y Ja reflexión acerca de la na­
turaleza de orden filosófico, que ese análisis por lo general susci­
ta». Es decir: saltaba directamente de un tema científico -su
intuición cosmológica~ a otro teológico ---apropiada lectura de
la
Escritura-sin la necesaria intermediación de lo que hoy co­
nocemos como filosofía de la naturaleza. ¿Qué dice esta? El tema
es abordado directamente por N. Hartmann (1) en su detallado
estudio
de la catégorías del «ente móvil» -espacio, tiempo, mo­
vimiento-, diciéndonos cómo en el «movimiento circular» «se
presenta
como una transición continua de la dirección de una di­
mensión a otra. El esquema de la transición es el girar . . . Pero
el cambio de dirección
.está referido a un eje de giro y

a una
dirección de partida ; pero ninguno de estos· dos puede estar de­
terminado en el espacio real si no son anejos a un sistema real
de referencia . . . Pero el problema del
espacio es en sí indiferen­
te . . . En esto descansa la posibilidad de concebir el ascenso y el
descenso de los astros tan perfectamente como giro del cielo y
giro de
la Tierra ( como Ptoldmeo y comó Copérnico ). Unicamen­
te la referencia del sistema a un
sistema real de masas y a la di­
námica de éstas aporta la solución. Esta no descansa, pues, en el
espacio real sino en lo que está en él (pág. 113 ). Por ello, «pudo
aceptarse sin dificultades semejante rotación del cielo de las
es­
trellas fijas en. torno de la Tierra mientras no se tuvo idea de las
masas de los astros y la dinámica de sus supuestos movimientos
de translación circulares. Por eso pudo mantenerse tanto. tiempo
la visión tolemaica del mundo» (pág. 123
). Por lo que, dice más
adelante, «de la rotación de la Tierra significa, pue;, que el eS.:
pacid puede girar eri tornó a la Tierra tan bien como la Tierra
puede girar en
el espacio . . . En sentido categorial, pueden girar
alrededor de la
Tierra los cuerpos celestes, pero no el espacio
mismo. El espacio no puede, en absoluto,
moverse (o reposar),
(1) N. liARTMANN, Ontologla, ·1v, F.C.E., 1960. P,iginas entre pawiiesis.
1120
Fundaci\363n Speiro

GALILEO GALILEI
porque es, antes bien, el sistema de dimensiones en que, y única­
mente
en él, puede moverse o reposar algo» (pág. 271 ).
Así se ve cómo desde la ontología del espacio y el móvil, no
es el «tema Galileo» una confrontación entre la fe y la ciencia,
sino dentro de ésta de
dos estadios de su desarrollo, del páso de
la cinemática a la dinámica, paso que posibilitará el marco de
referencia para determinar el centro del giro y la órbita «en
la
que» se desplaza el móvil. La cultura de los redactores de la Bi­
blia obviamente se movía solamente en el marco cinemático y
«en esta
posibilidad descanca el que no sólo la conciencia ingenua
sino también en una ciencia edificada con rigor matemático
(la
egipcio-mesopotámica, A. S.) pudiera tener por verdad la rota­
ción diurna aparente del
cielo» (pág. 270).
Por lo
demás todo este discurso físicd-matemático · es tan
accesorio para el contenido
de la verdad eterna revelada como
si fue escrita en pápiros o pergaminos, en un idioma o en otro.
Pero también es obvio que Galileo «rechazó la sugerencia que se
le hizo de presentar como hipótesis el sistema copernicano hasta
que fuera confirmado con pruebas irrefutables. Esa era, por lo
demás, una exigencia del método experimental, del que fue ge­
nial iniciador», nos dice ahora el Papa.
En un precioso librito, muy indicadd para los que quieran
saber la verdad sobre Galileo, W. Brandmüller (2) señala
cómo
«hoy está bien claro que ni Copérnico, ni Galileo, adujeron prue­
bas verdaderas en favor de que el
Cosmos estuviera ordenado,
según el sistema heliocéntrico. Es evidente que Galileo, gracias
a sus observaciones con el telescopio, aportó
razones de mucho
peso en contra de la teoría geocéntrica .

. . Eso también lo sabía
Tycho Brahe,
al que Galileo·.no quiso ni leer» (pág. 155). Por
eso, «desde la perspectiva del presente se puede afirmar con ab­
soluta seguridad que para demostrar que los planteamientos · de
Tycho
Bráhe y Copérnico no bastaba la mera aplicación de los
métodos geométrico y cinemático hacían falta consideraciones
dinámicas. Y sería Newton
el que -basándose en la últimas in-
(2) WALTER BRANDMfu.LBR, Galileo y liz lglesúl, Ridp, 1987. P,!gi­
nas entre paréntesis.
1121
Fundaci\363n Speiro

ANTONIO SEGUR.A FB:RNS
vestigaciones de Galileo-descubriera en 1684 las leyes de la
gravitación, demostrando con ellas la realidad del sistema
. helio­
céntrico .

. . prueba que
Galileo. no logró aportar en su época»
(págs. 156-7). Y no deja de ser paradójico que fue justamente la
prolúbición de la Inquisi_ción romana de escribir de temas teoló­
gicos lo que llevó a Galileo a formular, en sus últimos años, las
leyes de la dinámica, de las que no disponía cuando le pidieron
pruebas.
· En suma: «Se da el hecho grotesco de que, a la postre, la
Iglesia, tanta veces acusada de error al meterse en un terreno tan
alejado de su competencia como
es el de las ciencias naturales,
tuvo la
razón al exigir a Galileo que defendiera como hipótesis el
sistema copernicano. Ya en 1908, el f!sico Pierre Duhem, al opi­
nar desde su punto de vista sobre el proceso,
lúzo la asombrosa
declaración de
que 'la lógica estuvo de parte de Osiander, Bellar­
mino y Urbano
VIII, y no de Kepler y Galileo; los primeros
comprendieron el verdadero significado del método experimen­
tal, los últimos lo entendieron mal'. Todo esto conduce
al para­
dójico resultado de que Galileo
se. equivocó en el campo de la
ciencia y los eclesiásticos en el de la teología, mientras que estos
acertaron en los terrenos
cient!ficos y el astrónomo en la exége­
sis» (págs. 176-8).
Estamos, pues, ante
la ahora señaladd por el Papa: «La nue­
va ciencia, con sus métodos y libertad de investigación que su­
ponían, obligada a los teólogos a interrogarse acerca de sus propios
criterios de la interpretación de la Escritura.
La mayoría no supo
hacerlo». Y esto
es lo que el sensacionalismo de los «mass-media»
ha calificado de «rectificación de la Iglesia». Pero... ¿es absolu­
tamente así?
Por lo menos de «toda la Iglesia», no; sólo de esa
«mayoría» de teólogos que «no supo ha=lo». Pero habla tam­
bién
otros: J. Dumont (3) estudiando «el hecho Galileo» nos
dice que «la Inquisición espafiola supo gnardar una feliz y res­
ponsable libertad respecto a Roma, sobre todo en aquello que
(3) JEAN DuMONT, L'Eglise au risque de l'Historie, Criterion, 1984
(págs. entre paréntesis). Hay · edición-española de este libro en Ediciones
Encuentro.
1122
Fundaci\363n Speiro

GALILEO GALILEI
no tocaba a la fe. Ella supo así evitar los grandes errores de l.a
Inquisición rol)lana ... No prohibió, ni sometió a revisión, las
obras
de Giordano Bruno, Galileo ni Descartes, quemadas o pro­
hibidas por la Inquisición romana» (pág. 397). Hecho este tam·
bién señaladd por Menéndez Pelayo. Se pregunta Dumont:
«¿Cómo fue posible? En
primer lugar los Indices españoles fue­
ron preparados por la Inquisición en estrecha colaboración con
lo mejor de la cultura española, principalmente las Universidades
de Salamanca y Alcalá. Además España contaba entonces en
As­
tronomía cdn una importante escuela copernicana, preparada para
aceptar a Galileo, a la que pertenecía el consultor inquisitorial
Juan de Zúñiga que había puesto el sistema de Copérnico en
1594 como programa de la Universidad de Salamanca. Y
se en­
contrará a J. de Zúñiga en 1602 ... en el puesto de. Inquisidor
General .

. .
La posición española favorable a Galileo se declaraba
perfectamente lícita, pues
el astrónomo italiano no había sido
condenado, subrayan los españoles,
más que 'por ciertos carde­
nales' cuya
era la discutible posición, pero no por el Concilio ni
por
el Papa hablado ex cathedra . . . Y el teólogo cisterciense Ca­
ramuel, lo expuso oficialmente en 1676 en su Theologia Funda­
menta/is» (pág. 398). Cita a continuación la fundamental obra
de H. Kamen ( 4) que en este tema dice lo mismo: «El Indice
de
Quiroga, de 1583, tuvo una influencia insignificante en los tra­
bajos científicos y las obras de Galileo, por ejemplo, nunca
fueron
incluidas en la lista de libros prohibidos».
No son, pues, los motivos científicos la base de la cuestión
sino,
como dice el Papa, fue «el segundo aspecto del problema:
el problema pastoral»: lo que la hipótesis
de Galileo presentaba
como tesis signifícaba, en aquel momento histórico en que el
«libre examen protestante» sometía la Revelación a la interpreta­
ción individual, una posición pastoralmente inaceptable. Y así,
nos dice el Papa, «si la cultura contemporánea está marcada por
una tendencia
al cientificismo, el horizonte cultural de la época
era unitario
... Ese carácter unitario de la cultura, que es en sí
(4) liENRY KAMEN, La Inquisición española, Critica, 1979, pág. 138.
1123
Fundaci\363n Speiro

ANTONIO SEGURA FBRNS
deseable y positivo aún hoy, fue una de las causas de la condena
de Galileo . . . Y como el cosmos entonces conocido se hallaha
contenido totalmente en
el sistema solar, no se podía situar un
punto de referencia
más que en la Tierra o en el Sol. Hoy, des­
pués
de Einstein, y en la perspectiva cosmológica contemporánea,
ninguno
de. esos dos puntos de vista reviste la importancia que
tenían entonces».
El antes citado N. Hartmann, en la linea de este
Discurso, desarrolla todo este tema; pero
ya es otro tema. Para
nosotros lo importante fue, no la pretendida ruptura entre la
ciencia y la fe
-como si Dios que se «revela» en la Creación y
en la Escritura pudiera ser contradictorio' consigo mismo--, sino
la ruptura de ese «carácter unitario» de la cultura moderna, cuyas
consecuencias estamos hoy padeciendo.
Brandmüller
~loe. cit., cap. in...:. analiza este aspecto de la
cuestión bajo el epígrafe «Problemas político-confesionales» (pá­
ginas 162 y sigs.): «La cuestión que subyacia en es.a discusión era
la interpretación y comprensión de la Biblia y la polémica contra
el protestantismo. Esa, y no otra, fue la razón verdadera de
la que una instancia eclesiástica (la Inquisición
romana, A. S.),
después de haberse mantenido callada y al margen durante seten­
ta años,
se metió y se comprometió de pronto en una cuestión
hoy considerada estrictamente
c:ientífica» (pág. 165). De este
modo, «se comprende que el instinto de autoconservación indu­
jera a los eclesiásticos de
Roma a aferrarse inquebrantablemente
a
.la interpretación literal ele su texto.Como esctibiera más tarde
el Obispo y teólogo español Caramuel, ¡ dónde iríamos a parar si
etnpezamos a interpretar la
:Biblia metafóricamente! . . . A juicio
del Obispo Caramuel había que agradeoer a

los Cardenales de la
Inquisición que
echaran -en su sentencia contra Galileo-un
sólido cerrojo a
esa errónea

interpretación de la Esctitura» (pá­
gina 164). Y ese
mis.roo Obispo Caramuel fue; como vimos, un
;eguidor «científü;:o» de Galileo.
Puede verse en todo lo anterior
cómo el «escándalo Galileo»
es, en substancia, una mezcla de igoorancia
y escándalo farisaico,
apropiado
para los que « quieren» escandalizarse y para los bobos
e' ignorantes que' dé todo es escandalizan ..
Fundaci\363n Speiro