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Número 333-334

Serie XXXIV

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La doctrina política del Catecismo [En la presentación del libro «La catequesis política de la Iglesia»]

LA DOCTRINA POLITICA. .DEL CATECISMO
Esto no es teocracia. Sólo es coherencia. Por supuesto que
democráticamente. Sin coacciones y respetando al máximo
la libet­
tad. Pero exigiendo firmemente también que no se nos coaccione
y que se respete
la libertad de los católicos. Porque una cosa es
la caridad cristiana y otra, muy distinta, hacer el primo.
La caridad política dijo un gran pontífice que era una forma
excelsa de caridad.
Y se comprende fácilmente porque no es amor,
entrega, servicio a una persona sino a todo el pueblo. Ejercitemos
esa caridad haciendo política católica y terminará agradeciéndo­
noslo la sociedad y
además habremos cumplido con nuestro debet.
Y hagámoslo, no con vergüenza, ocultando nuestra identidad,
sino a pecho descubierto, invocando nuestra condición de católi­
cos. De esa manera habremos arrinconado la actual cobardía que
pesa como una losa sobre la Iglesia y sobre
la patria.
No me queda sino felicitar a Luis María Sandoval por su libro
que no dudo
hará reflexionar a sus lectores sobre cuáles deben
ser sus obligaciones políticas con la religión que profesan.
LA DOCTRINA POLITICA DEL CATECISMO
POR
Lms MARlA SANDovAL
Introducción.
Sin duda mis gracias van a ser mucho más breves de lo que
merecen la hospitalidad de la
Gran Peña, los parciales elogios de
mis amigos presentadores, y la asistencia de ustedes, que me hon­
ran con su atención para
mi libro.
Precisamente porque ereo
que lo que les interesa es el asunto
del
-mismo, paso a hablar de él inmediatamente. Ahora bien, no
puedo ni debo intentar resumir
el libro mismo. Se da la circuns­
tancia de que el verano anterior a que se publicara
el nuevo Ca­
tecismo de la · Iglesia Católica, cuando su aparición ya era inlilÍ·
nente, reunido con Estanislao Cantero y Miguel Ayuso asumí la
tarea de escribir
para Verbo un artículo acerca de la vertiente
política que pudiera extraerse del Catecismo. Luego, cuando lo
pude leer y comencé el trabajo, el proyecto
se independizó, aun­
que todavía como libro de bolsillo, y
si ha alcanzado la actual
dimensión ha sido como algo absolutamente necesario, para no
omitir ninguna de las perspectivas que
el Catecismo ofrece. Por
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LUIS MARIA SANDOVAL
eso mismd, el resumen de este libro me resultaría a mí particular­
mente enojoso por la sensación de traicionarlo o mutilarlo.
Res­
pecto al contenido no puedo conformarme sino dirigiéndoles al
libro entero. Y como oralmente no suelo alcanzar la misma sín­
tesis que por escrito es
por lo que he preparado unas palabras
que leer en un tema en
el que querría abarcarlo todo.
En cambio, puedo referirme a los móviles principales que lo
han inspirado y que, si se comparten o interesan, son los que
pueden llevar a leer el trabajo.
La Catequesis Pol!tica de la Iglesia se mueve entre la utiliza­
ción y
la exaltación del Nuevo Catecismo, que es algo a lo que
todos los fieles debemos contribuir, y la necesidad
de que la polí­
tica española se haga aceptable para los católicos que quieran ser
consecuentes con su Fe
en toda su integridad.
El Catecismo.
Y a sabemos que
el nuevo catecismo fue el libro superventas
del invierno de 1992. Pero no se escribió para un año, ni sólo
para comprarlo, sino para leerlo, aprovecharlo y gustarlo, a lo
mejor no menos tiempo que el de Trento.
La idea de un Catecismo universal y autorizado en medio de
la confusión imperante en los añas _ ochenta y noventa era una
aspiración vivamente sentida porque era una necesidad. Ahora
que
ya tenemos esa clarificación largamente ansiada, y que es me­
jor de lo que podíamos soñar, debemos recurrir a ella sin cesar
para aprovechar todo su jugo. Después de
haber sobrevivido a la
amarga época de «la autodemolición de la Iglesia», hay que es­
forzarse . desde el punto de vista humano en restaurar todo el es­
plendor del mundo cristiano con la base firme de este Catecismo.
Nuestro Catecismo debe ser objeto
de veneración para los
fieles, y estimularla es uno de
los propósitos que encierra el ce­
ñirme a él en los temas tratados y el citarlo sin cansarme una y
otra vez.
Pero por otra parte hay que asimilar su singular autoridad.
Por su contenido, por su larga y meditada redacción, verdadera­
mente ecuménica,
y por la solemnidad de su promulgación posee
una autoridad oficial absolutamente
itnpar.
El Papa en la Constitución Apostólica Fidei depositum y el
texto del propio Catecismo lo conceptúan como «una exposición
orgánica, sintética, auténtica, segura, fiel y autorizada de todo lo
que los fieles cristianos han de creer y practicar a utilizar cons­
tantemente». Son todos calificativos literales.
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LA. DOCTRINA. POLITICA. DEL CATECISMO
A partir de esa autoridad, oficial e intrínseca, he procurado
extraer las lecciones
polltico-sociales que se contienen en el Nuevo
Catecismo. Porque si hay que
utilizar constantemente la Cate·
cismo y tener una vida consecuentemente cristiana en todos los
órdenes, siendo el hombre un ser
social, mal podría vivir su re­
ligión sin repercusión en la sociedad y sin ayuda de la sociedad.
El Catecismo afecta e ilumina
la vida polltica de los católicos.
La enseñanza social de la Iglesia ha sido una gran víctima de
la confusión de los pasados decenios, pues, en tanto que acerca
de la sexualidad
la existencia de sedicentes católicos con ideas
peregrinas no oculta a nadie cual ha sido siempre la enseñanza
de
la Iglesia, en materia social la confusión es tal que muchos
no tienen conciencia de estar rompiendo con
la misma. Y si se
desconoce el remedio mal puede haber curación. Para España el
oscurecimiento de
la conciencia social católica es una de las claves
esenciales de
sus males pollticos.
Así pues, admitiendo como hijo de
la Iglesia todo lo que Ella
nos propone de manera auténtica y autorizada, y· aprovechando
que lo ha hecho de modo orgánico, completo y trabado he pro­
curado redactar un a modo de manual de la Doctrina Social de la
Iglesia refiriéndome siempre a un Magisterio solemnísimo y bien
reciente.
Si no se admite la autoridad del Catecismo, en el que la
Iglesia no predica su opinión sino que transmite
la Revelación
de que
es mera depositaria, y si se prefiere la propia opinión, a
uno u
otro lado de la senda que marca el Catecismo, doy por se­
guro que no se podrá concordar en absoluto con mi libro.
Los católicos y la política,
En notoria la crisis política que atraviesa España, que algunos
opinan que es ya de las instituciones. Es notorio que la polltica
existente no puede ser satisfactoria para
los católicos, y al mismo
tiempo, la ausencia de participación manifiesta y reconocible de
los católicos en la vida pol!tica. Así, tenemos que esperar a que
se muera Rodríguez Sahagún para saber que el alcalde de Madrid
había sido católico practicante y poco menos que ejemplar, si no
fuera para empezar porque mal sirve como ejemplo lo que no se
hace público ni
se manifiesta externamente. ·
La verdad es que entre los católicos españoles, incluso entre
los comprometidos con la Fe, se cae con frecuencia en la tenta­
ción del apoliticismo, por convicción o resignación, y, si no, en
el descuido y banalización del tema. Ningún fiel cree que en ma-
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teria de matrimonio, sexo y procreación se pueda ser buen católico
optando a su les! saber
y entender entre los modelos que presenta
el mundo
--que es lo que la mayoría entienden por obrar en con­
ciencia-sin procurar atender y atenerse a los criterios de la
Iglesia. Y sin
embargo, en política, que es una cuestión natural,
sin duds, pero no más ni menos que la
anterior, dicha actitud
se adopta sin mayor escrúpulo con excesiva frecuencia.
Conste que la calificación de tentación al apoliticismo y

a la
despreocupación de los laicos no
es mía sino del Papa Juan Pa­
blo
II en la exhortación Christifideles laici:
«En particular, se puede recordar dos tentaciones a las que
no siempre [los laicos]
han sabido sustraerse: la tentación de
reservar un interés tan marcado por los servicios y las tareas
eclesiales,
de tal modo que frecuentemente se ha llegado a una
práctica dejación de sus responsabilldsdes específicas en el mundo
profesional, social, económico, cultural y político;
y la tentación
de legitimar la indebida separación entre fe
y vids, entre la aco­
gida del evangelio y la acción concreta en las más diversas reali­
dades temporales
y terrenas».
Quiero recordsr también los mensajes, más pr6ximos, que
nos dirigió el Papa expresamente a los españoles
en su último
viaje a España en 1993:
· «Segdn esto, no debemos seguir manteniendo una situación en
la que la fe
y la moral cristianas se arrinconan en el ámbito de
la más estricta privacidsd, quedsndo así mutiladas de toda in­
fluencia en la vida soda! y pública. Por eso, desde aquí animo
a todos los fieles laicos de España a superar toda tentación
inhi­
bicionista y a asumir con decisión y valentía su propia responsa­
bilidad de hacer presente y operante la luz del Evangelio en el
mundo profesional, social,
económico, cultural y politico, apor­
tando a
la convivencia social unos valores que, precisamente por
ser genuinamente cristianos, son verdadera
y radicalmente huma­
nos» (Huelva, 14-Vl).
Y en Madrid, en la dedicación
de la Catedral de la Almudena:
«En una sociedad pluralista como la vuestra, se hace necesaria
una mayor
y más incisiva presencia católica,. individual y asociada,
en los diversos campos de
la vids pública. Es por ello inacepta­
ble, como
contrario al Evangelio, la pretensión de reducir la re­
ligión al ámbito de lo estrictamente privado, olvidsndo paradóji­
camente la dimensión esencialmente pública
y social de la persona
humana. ¡Salid, pues, a
la calle, vivid vuestra fe con alegría,
aportad a los hombres la salvación de Cristo que ·debe penetrar
en
la familia, en la escuela, en la cultura y en la vids pólitica!».
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LA DOCTRINA POLITICA DEL CATECISMO
Con esto ya he presentado la otra motivación del libro: si
uno se interesa por la suerte de su comunidad, de su Patriá, y si
escucha
las exhortaciones del Papa para no evadirse de la política,
debe procurar intervenir en ella como católico,
y empezar por
formarse adecuadamente
para ello, preocupándose de saber bien
lo que la Iglesia enseña al respecto.
Oertamente, hay también en mi libro un motivo de congra­
tulación, y no ha de ser que nos alegremos porque el Catecismo
nos haya 'dado la razón', sino que hemos de
alegrarnos porque
no nos hemos separado de la razón de la Iglesia, custodia de
la
única Verdad.
La lección sobre la política española.
Hablemos pues de política española pata católicos.
No creo equivocarme si adivino una cierta expectación acerca
de si, como Monseñor Gea, el obispo de Mondofiedo,
voy a afir­
mar que votar al socialismo es incompatible con ser coherente
cristiano, o si, con tal
de que 'esto' acabe, afirmaré que el cat6-
lico debe apoyar activamente un voto útil del mal menor.
Sin duda abordo esas cuestiones en el último capítulo: el sano
pluralismo político, la cuestióti de los partidos católicos, (su exis­
tencia, conveniencia y pluralidad), el mal menor y
sus resultados
históricos, etc.
Pero me parecería poco honrado hacer de la cate­
quesis política de
la Iglesia un instrumento partidista a priori.
No se trata de avalar nuestro deseo de cambiar de postura con
el Catecismo,
ni de plantear cuestiones con la respuesta adoptada
de antemano, que
es lo que suele pasar con los que de entrada
plantean
la cuestión del mal menor.
Lo intelectualmente honrado, que concide con lo limpiamente
cristiano, es abarcar toda la enseñanza de la Iglesia acerca de
cuál debe ser el orden social, y sólo después de penetrados de
ella preguntamos por el modo de satisfacerla íntegramente. La
conclusión y
la actuación han de ser posteriores a la plena acep­
tación de la política católica.
Recordemos que Dios no desea una conducta que satisfaga
algunos mandamientos, sino todos. Que los Mandamientos no
pueden ser objeto de regateo y compensación. Que tampoco es
cosas de hacer de una sola cuestión el quid de lo católico, sean
los pobres o
el aborto. Tomemos este último caso. Por supuesto
el Catecismo refrenda
las consecuencias sociales de la defensa de
la vida
--a las que el Papa pronto va a dedicar una encíclica en-
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LUIS MARIA &4.NDOVAL
tera-, pero el Quinto Mandamiento contiene muchas más afir­
maciones que hay que abrazar con igual ardor. Y no me refiero
a
la pena de muerte, que se declara aceptable --aunque no se
recomiende-cosa que algunos ya no están dispuestos a aceptar
de igual grado, sino más aún al escándalo, que
es ocasión de
muerte para las almas, y
toda la materia, a él ligado de los debe­
res de los medios
de comunicación al respecto. Repetidamente se
nos dice en el Catecismo que la libertad
no consiste en hacer
o decir cualquier cosa.
* * *
¿Qué nos dice el Catecismo acerca de la política católica con­
templada globalmente?
Ante todo, mucho. Hay multitud de
párrafos que, bien ínte­
gra o parcialmente, contienen enseñanzas para
la vida social. No
son menos de 300, dispersos a lo largo de todo el Catecismo, es
decir, un 10 %.
En segundo lugar, no contiene sólo preceptos. Para algunos
la política cristiana no sería más que una amonestación a portarse
bien en
la vida social, con mucha caridad, pero dentro de los
mismos conceptds que los demás. Y no es así, la Iglesia
no se
limita a dictar mandamientos o indicar pecados, sino que su
Ca­
tecismo contiene párrafos puramente doctrinales, en los que en­
seña verdades conceptuales acerca
de la vida social. Así, la parte
más instructiva al respecto
-insisto, no la única-se encuentra
, en el capítulo de «La comunidad humana», en el apartado de mo­
ral general, que áborda lo que es la sociedad, su connaturalidad
al hombre
y principios fundamentales como la autoridad y el bien
común, la solidaridad y la subsidiariedad.
Previos a estas enseñanzas con conceptos de antropología
cristiana como
el sentido verdadero de la libertad o la igualdad
de los hombres en su naturaleza racional
y libre y su origen y
destino divinos.
Y con precedencia a
todo la competencia de la Iglesia para
iluminar y refrendar los principios
naturales de la moral con su
magisterio derivado de
la Revelación, función necesaria en el pre­
sente estado de naturaleza caída, que incluye el distinguir los
verdaderos derechos humanos de los abusivos o falsos.
Y luego,
particularizando, en la exposición de los mandamien­
tos encontramos
la doctrina respecto a la familia como célula
básica de
la sociedad, a cuya prosperidad está estrechamente
ligada la salvación de cada persona y de
la humanidad, tan abun-
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LA DOCTRINA POLITICA DEL CATECISMO
dantemente reiterada, que se puede decir que la Iglesia profesa
una
visión familiarista de la sociedad que alcanza tonos emdcio­
nantes. Encontramos el ·derecho a la intimidad, el honor y la
verdad, con
la proscripción del escándalo proveniente de. autori­
dades o medios de comunicación. O
encontramos el destino uni­
versal de los bienes materiales, compatible con la propiedad
privada v que sienta las bases de
un ecologismo sensato, muy
distinto del ideologizado.
* * *
Comd véis, a todo he aludido y no he querido detenerme en
ningún extremo para mantener la visión general de mi propósito.
Porque hasta aquí sólo he aludido a lo que he denominado Polí­
tica Natural puesto que se refiere a verdades y deberes alcanza­
bles por la sola luz de la
razón, aunque no siempre sea fácil.
Pero además, hay consecuenicas políticas de revelaciones de
orden estrictamente sobrenatural, que por
eso he llamado Políti­
ca Sobrenatural.
En primer lugar el deber de los cristianos de consagrar
el
mundo. El Catecismo retoma como en tantas otras cuestiones
numerosos pasajes del Concilio, baste éste de
Apostolicam actuosi­
tatem:
«En el amor a la patria y en el fiel cumplimiento. de los
deberes civiles, siéntanse obligados
los católicos a promover el
verdadero bien común, y hagan pesar de esa forma su opini6n
para que el poder civil se ejerza justamente y las leyes respondan
a
los principios morales y al bien común. Los católicos preparados
en los asuntos públicos, y firmes como
es debido en la fe y en la
doctrina católica, no rehúsen desempeñar cargos públicos,
ya que
por ellos, bien administrados, pueden procurar
el bien común,
y preparar a un tiempo el .camino del Evangelio» (§ 14).
Esa doctrina nos. conduce al tema polémico de la confesiona­
lidad, al cual no
me hurto, sino que le dedico dos ei;;t.ensos capí­
tulos, puesto que, al margen de las palabras empleadas y los
malentendidos existentes, el Catecismo reafirma
la doctrina tra­
dicional del deber religiosd de las sociedades -incluso aludiendo
a
los más conocidos documentos ¡,reconciliares sobre el tema-,
ya que toda sociedad y lo reitera dos veces el Catecismo, profesa,
siquiera implícitamente, una jerarquía de valores que si
no es
cristiana conduce al totalitarismo.
Existe otro aspecto de la Revelaci6n sobrenatural con reper­
cusi6n en la pol!rica, el del Pecado original y el Misterio de
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Iniquidad. De una parte hace falso todo cálculo politico basado
en la rusoniana bondad natural del hombre, riesgo
del que el
Catecismo previene explicitamente.
De otra parte se refiere a que
la vida cristiana posee una dimensión de combate espiritual contra
las potencias del mal, que tienen también su reflejo en la esfera
social. Las ideologías modernas deben verse como esbozos del
supremo mesianismo antropocéntrico del Anticristo.
Conclusión.
Y entonces sí, cuando hemos contemplado, conocido, aceptado
y asimilado la plenitud de la aspiración cristiana •=ca de la po­
litica. -Porque no olvidemos que [los fieles] «en cualquier
cuestión temporal han de guiarse por la conciencia cristiana. En
efecto, ninguna actividad humana, ni siquiera en
los asuntos tem­
porales, puede sustraerse a la soheranía de Dios» (Catecismo,
núm. 912)---es entonces, y sólo entonces, cuando podemos plan­
tearnos todas las cuestiones acerca de aplicaciones y conclusiones
prácticas sobre la participación de
los católicos en la politica, par­
tidos católicos, presunto mal menor, etc.
En realidad, lo más importante es descubrir como en nuestra
época, desde que imperan en ella «corrientes hostiles a la
reli­
gión» no hay una politica, sino dos políticas que compaginar
simultáneamente.
,
La politica clásica, la de todo pueblo unido en torno a su
ortodoxia pública, versa acerca de lo concreto, opinable y
nego,
ciable. Pot el contrario, cuando entran en juego las ideologías
modernas, no cabe discusión ni transacción sobre lo que afecta
a la verdad y el bien.
Se suele citar sólo el caso del aborto y la
vida material, pero
se refiere, también, al matrimonio, a la pro­
piedad,
la libertad, la subsidiariedad, etc.: todos los principios
que hemos enunciado. En tomo a ellos sí existe una sola política
católica
tanto como en cuestiones institucionales, incluso el ré­
gimen, que es más profundo que· las formas de gobierno, los
ciudadanos católicos gozan de la
más amplia libertad.
El
ertor es seguro en nuestros días cuando prescindimos de
alguna de las dos ópticas: si se involucran los principios se im­
pone la dinámica de defensa y no la del compromiso entre opcio­
nes plurales, Es aquí por donde se nos pretende introducir el
error,
como si las opciones ideológicas sobre principios, que no
sirven al auténtico bien
camón, pudieran ser legítimas. Cada vez
más el Papa está teniendo que enfrentarse contra este relativismo
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que impregna las democracias, como se ve nítidamente en la
Centesimus annus (núm. 46) y en la Veritatis splendor (núm. 101).
* * *
Si habéis tenido la paciencia de escuchar hasta ahora, tenéis
el derecho a escuchar la conclusión
de mi libro:
Los católicos españoles estamos necesitados de una política
mínimamente satisfactoria
y España de una buena política. Y pre­
cisamente los católicos podemos ofrecer la mejor política: una
política católica.
Veamos primero nuestra meta social cristiana en su plenitud,
que
es a lo que debemos tender, y luego preguntémonos si algún
partido existente lo satisface de verdad, y si no es así, o sus
opciones particulares
no nos gustan, formemos el que nos satisfa­
ga. El ideal de la· actuación política católica es la existencia de
grupos varios, distintos en las cuestiones concretas, pero unidos
y hermanados en la doctrina social de la Iglesia.
El deber de participar en política no se satisface sólo con
vdtar de vez en cuando,
conformdndose entonces con la opción
menos funesta, sino haciendo
la política y no sólo sufriéndola:
unos,
presentdndose como dirigentes y candidatos y aspirando al
gobierno de nuestra nación, y los demás apoydndolos con denuedo.
A fundar
y extender ese estado de dnimo es a lo que va dirigido
mi libro.
No he acabado.
Sé que eso es difícil hoy. Pero eso es lo que
nos ha
pedido el Papa, hace dos años, en Huelva:
«Los signos de descristianización que observamos no pueden
ser pretexto para una resignación conformista o . un desaliento
paralizador; al contrario, la Iglesia discierne en ellos
la voz de
Dios que nos llama a iluminar las conciencias con la luz del Evan­
gelio». Nada más.
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