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Número 341-342

Serie XXXV

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Del «socialismo sin rostro» a la «hegemonía liberal». A vueltas con la sociedad civil

DEL "SOCIALISMO SIN ROSTRO" A LA "HEGEMONIA
LIBERAL"
A VUELTAS CON LA. SOCIEDAD CIVIL
POR
MIGUEL Aroso
l. Pórtico
El signo de la postmodemidad política, sin salir de la lógica
moderna de la totalidad social, para
la que el bien común ,carece
de significado, se ha resuelto, tras la difuminación de los suce­
dáneos «modernos» de éste, tales como la soberanía, el consense>
social o el bien público, en el reino del puro bien particular ( 1 ).
Bajo la rúbrica de la «hegemonía liberal» (2), encarnación ho­
diema de la perennal herejía del utopismo (3 ), el profesor Tho­
mas Molnar, siempre analista agudo y sugerente, ha silueteado la
fluida situación cultural, política y religiosa de nuestro mundo,
que años
atrás había visto presidida por · el despuntar de lo que
llamó
el «socialismo sin rostro» ( 4 ). En un tiempo en que la
mayoría de los pensadores
continuaban denunciando -y no sin
razón-el Estado tentacular, Molnar descubría las lineas de evo-
(1) Cfr. MIGUEL AYUSO, «Bien privado, bien público y bien común
(Una lectura desde
el derecho constitucional)», pendiente de aparición en
el volumen de DANILO CAsTBLLANO (ed.), Europa e bene comune ·o/tre
moderno e postmoderno.
(2) Cfr. THOMAS MoLNAR, L'hégémonie Ubérale, Lausana, 1992. Cfr.
MIGUEL Awso, «La hegemonía liberal,, Verbo (Madrid), núm. 307-308
(1992),
págs. 841 y sigs.
(.3} Cfr. THOMAS :M;oLNAR, L'utopie, éternelle hérésie, París, 1967.
(4) Cfr. In., Le socia/,isme sans visage, París, 1976.
Verbo, núm. 341-342 (1996), 85-91 85
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MIGUEL A YUSO
lución futura en el debilitamiento del Estado y de las institucio­
nes originado por el liberalismo. Así como describía que el mun­
do no evolucionaba hacia la convergencia de los sistemas liberal­
democrático y marxista, sino hacia la monolitización del Estado
sobre
los elementos. basilares del Ejército, un nacionalismo celoso
y un socialismo sin teoría precisa e incluso sin ideología.
Tal vez pudiera pensarse que un cuadro como
el anterior
contiene elementos entre sí difícilmente encajables, cuando no
netamente contradictorios. En puridad creo, sin embargo, que
resultaba correcto en sus trazos maestros, si bien cabía percibir
dos partes diferenciadas en función de dos experiencias sin duda
alguna diversas. Por un lado,
la primera parte del diagnóstico,
precedida por su comprobación geográfica, en
el mundo estado­
unidense (5),
y temática, en sede de la cuestión de la autori­
dad ( 6
), es la que se ha cumplido sin dificultad, prolongándose
hoy en
sus últimos análisis. Mientras que la segunda, deudora
de una situación geopolítica e ideológica por el momento
supe­
rada, y avistada desde la realidad política del llamado tercer mun­
do, distaba
de ser generalizable.
2. Sociedad civil y hegemonía. liberal
Llegadds a este punto, podemos abordar ahora la reconstruc­
ción que el distinguido colaborador de
Verbo, en una serie de
ensayos recientes, ha
trazado del tránsito de la fase fuerte a la
débil dentro de la común lógica moderna de la totalidad (7).
A su juicio,
las naciones occidentales se alimentaban del equi­
librio entre tres
polos de existencia social: la Iglesia, el Estado
(5) Cfr. In., Le modCle défiguré. L'Amérique de Tocqueville a· Carter,
Par!s, 1978.
(6) Cfr. In., Authority and its enemies, Nueva York, 1976.
(7) ar. In., L'hégémonie libérate, cit., que es el ensayo miis extenso
al tiempo que más global. A continuación se irán citando los demás, al hilo
de
las aportaciones más significativas, aunque en todos se hallan presentes,
en mayor o menor medida, las miSDlas claves.
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DEL «SOCIALISMO SIN ROSTRO» A LA «HEGEMONIA LIBERAL»
y la vasta sociedad civil. Y la intetacción de las tres fuerzas ga­
rantizaba precisamente su vitalidad y su libertad, de manera que
el triunfo de una de ellas a expensas de las otras dos siempre
es signo de un totalitarismo que
se aproxima. A difetencia de
los dos primeros, que podríamos designar de forma neutra como
«templo» y «palacio», la sociedad civil
se ha distinguido siem­
pre por el hecho de que nunca ha gozado de independencia y de
contornos claros. Así, mientras aquéllos se manifiestan como ins­
tituciones estables, codificadas, con petsonalidad bien definida y
-pese a los conflictos ni escasos ni despreciables--- que se pres­
tan mutuo apoyo; en cambio, la sociedad civil ha permanecido
durante mucho tiempo amorfa, ampliada o comprimida, pero
siempre legislada desde
el exterior, a menudo saqueada, cubierta
de impuestos, maltratada. En una palabra, frente a las dos
·ins­
tituciones por antonomasia, jamás fue independiente y no pudo
convertirse en una institución ( 8
).
Este equilibrio se rompe bruscamente én 1789 y, en pocos
años,
los representantes de la sociedad civil se impondrán sobre
templo y palacio. Una especie de pacto social
se firma con la
tinta visible e invisible que arrebata a Estado e Iglesia lo
esen­
cial de su autoridad y la sociedad civil acapara todo el poder, con
la ayuda de la ideología cartesiana, spinoziana
y lockiana, liberal
en una palabra. El liberalismo,
así pues, no es sino la ideología
por
la que la sociedad civil ha logrado, en los tiempos modernos,
lanzarse al asalto, combatir a sus adversarios tradicionales e impo­
nérseles. Para ello, esto es, para diseñar y dirigir la sociedad en
su conjunto,
hubo de debilitar, en primet lugar, a la Iglesia
(Ecraser l'Infame!), principalmente por la multiplicación de gru·
pos signatarios del contrato social, todos iguales, para a continua­
ción doblegar al Estado privándole de sus apoyos naturales en las
instituciones estables y en la lealtad de los ciudadanos (9).
(8) Cfr. fa, «The liberal hegemony: the rise of civil society>, The
Iniercollegiate Review (Bryn Mawr), vol. 29/2 (1994), págs, 7 y sigs.
(9) Cfr. In., «Le noyau totalitaire du libéralisme», en el volumen
Augusto del Noce: Il problema della modernitfl, Roma, 1995, págs. 185
y sigs.
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MIGUEL A YUSO
El liberalismo, por esta vía, se viene a convertir en la ú.rµca
expresión ideológica autorizada de la sociedad civil, mientras que
la Iglesia y el Estado parecen parasitarios, sin casi nada que.:4ecir
al público, en

cuanto que su «ideología» no está fundada sobre
el interés de un grupo social, de un grupo de presión o de una
société de pensée bien determinados y aceptables por la agenda
liberal. Junto a
él, y por su causa, Estado e Iglesia ~ufren una
degradación profunda:
el Estado, queda reducido a un instru·
mento de gestión en manos de los
lobbies, y su democracia desen­
carnada pero obligatoria disimula un modo de gobierno cada vez
más opaco; en cuanto a la Iglesia --considerada como sociedad-,
es un grupo de presión entre otros, que ofrece un producto es­
piritual en el mercado mundial de los valores. Esto es, el libera­
lismo
tolera la presencia y la participación estatal y religiosa a
condición de que
no tengan ni vocación de Estado ni misión
evangélica de Iglesia, y de que !its dos funciones se dejen absor­
ber por la sociedad civil liberal, autoorganizadora si no autónoma,
que confiesa una religión llamada «humanista», «ético-humanista»
o francamente laica ( 1
O).
Este carácter del liberalismo, es cierto, se mantuvo todavía
oculto durante
el siglo .XIX, por la razón de que los grandes libe­
rales todavía estaban marcados pór la impronta cristiana propia
de
la civilización occidental al tiempo que pertenecían a la clase
de
gentlemen. En cambio, los liberales modernos no se ven a
menudo embarazados por tales trabas
y sus tomas de posición
encuentran origen en el mercado y sus sedicentes leyes. En la
traducción de la sociedad civil se percibe, pues, un deslizamiento
social
tanto comó terminológico que vá ptivandd de sus raíces y
de significado a las grandes instituciones. sociales en beneficio
exclusivo de
la sociedad civil. Así se adviene a este universo
homogeneizado, sometido por entero a las leyes mercantiles dic­
tadas por la sociedad civil reinante,
y en el que la tolerancia
pregonada no es
Otra cosa que la imposición de un consenso en
el que todas las opiniónés valen y se anulan a un tiempo. La vida
(10) Cfr. In., The Church, pilgrim of centuries, Grand Rapids, 1990.
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DEL «sOCIALISMO SIN ROSTRO» A LA «HEGEMONIA LIBERAL»
intelectual y espiritual, en consecuencia, se empobrecen, dando
lugar a la tiranía de los medios de comunicación
crecientemente
embrutecedora y a diversiones cada vez más vulgares. La nive­
lación universal en que se resudve, resulta por lo mismo progresi~
vamente más difícil de combatir en cuanto que viene disfrazada
de progreso
y justifkada por las leyes «objetivas» del liberalismo.
Se trata, en el fondo, de
un modelo anglosajón, sobre todo
norteamericano,
ya que los Estados Unidos son el país occidental
donde el contrato social, llamado Constitución,
sacraliza la socie­
dad y debilita conscientemente el Estado y las Iglesias. El libera­
lismo
es allí absolutamente autóctono, y a falta de una conciencia
nacional y estatal con raíoes
en la historia -que ya casi no se
enseña en los
colegios--y de una fe vertebrada, se establece
una religión a gusto de . cualquiera, hecha
de democracia, de
bussiness y de pluralismo, que. permite a tal lobby radicalizado
ocupar el terreno. En Europa, la doctrina de Mastrique acumula
los dos errores, esro es,
por un lado, una super-burocracia de
tendencia jacobina;
y, por el otro, una sociedad civil vasta y
amorfa, a la americana, que disuelve las. instituciones, sustituyén­
dolas por
lobbies efímeros y ávidos de logros inmediatos, eh el
fondo feudalidades casi clandestinas, que se apropian de
la res
pi.;blica y obran a su capricho con la moral y la cultura. Final­
mente, en cuanto a las naciones de
Europa oriental, también se
avecina su asalto inminente por la sociedad civil. Con la diferen­
cia de que en estos países sólo
e,dste de ésta una. capa relativa,
mente estrecha
y localizada en las capitales, destruida por la ocu­
pación soviétka y hoy a menudo de procedencia extranjera, que
permiten pensar en un neo-colonialismo { 11 ).
3. Una sociedad civil anfibológica
El diagnóstico del pensador húngaro
naturalizado estadouni­
dense
-pero nunca «americanizado»--resulta atractivo y parece
(11) Cfr. · ID., «Los fundamentos de liberalismo», Gladius (Buenos
Aires), núm.
30 (1994), págs. 69 y sigs.
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MIGUEL A YUSO
compadecerse con las etapas que vienen caracterizando los «sig­
nos de los tiempos políticos» ( 12 ). El ensayo de Thomas Molnar
que publicamos a continuaci6n recoge nuclearmente al comienzo
la tesis que -para facilitar su comprensión-- acaho de exponer
sintética pero
algo más desarrolladamente. Lo que luego sigue,
y que resulta de aplicar a la actitud cultural y politica de la
Iglesia contemporánea algunas de
esas claves interpretativas, no
deja de portar indudablemente a senderos tan incitantes como
inquietantes, en los que merecería la pena internarse. Esperemos
tomar sobre ellos en otra ocasi6n. Baste hoy -tiene cada día su
afán-con acantonar algunas precisiones, principalmente termi­
nológicas, relativas a la utilización que del término «sociedad
civil» hace el autor y sin las que el entero desarrollo corre el
riesgo de ser ininteligible
o, más allá, profundamente injusto. (Lo
mismo cabría hacer respecto de la identificación «estatal» de la
comunidad
polltica). El artículo de Juan Vallet de Goytisolo,
que reproducimos tras el del profesor Molnar, comunicación

al
pleno de numerarios de la Real Academia de Ciencias Morales y
Políticas, de la que
es miembro, durante el curso 1994-1995, y
publicada en el volumen correspondiente de los
Anales de la cor­
poración, viene a subrayarlo adecuadamente (13).
Me refiero, claro está, a la reducción que nuestro autor hace
de la sociedad civil a un complejo de intereses económicos y mer­
cantiles corporeizados en distintas formas jurídicas y sociales. De
ahí que pueda señalar como representantes de la sociedad civil
a Condocert,
Sieyés, Mirabeau o Robespierre. Mientras que en
el cuadro clásico de
la doctrina del bien común, la sociedad civil
viene a
significar el régimen orgánico natural, con cuerpos in­
termedios naturales, algunos otros en verdad voluntarios e in­
cluso artificiales, pero que en todo caso canalizan la tendencia de
(12) Cfr. MIGUEL AYUSO, «Romanticismo y democracia desde la crisis
pol!tica contemporánea,, Verbo (Madrid) ,núm. 329-330 (1994), págs.
1041 y sigs.
(13) Cfr. JuAN VALLET DE GoYTISOLO, «Deconstrucción, comprensión
y explicaci6n. A propósito de la sociedad civil>, Anales de la Real Acade­
mia de Ciencias Morales y Po/fticas (Madrid), núm. 72 (1995), p,igs. 41
y sigs.
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OBSERVAClONES SOBRE ·UN COMENTAR/O
sociabilidad ínsita a la naturaleza humana. Así, por un lado, frente
al triángulo totalitarismo-sociedad de masas-tecnocracia, tenemos
la sociedad orgánicamente estructurada, y no
sólo en un sentido
descendente y basado en
la ¡,atestas -jerarquía política, inte­
grante de la sociedad
política-, sino también en el ascendente,
con fundamento en
la auctoritas, desde la familia a los demás
cuerpos sociales
-sociedad civil o país real-; ambas deben con­
jugarse, respetando aquélla que la participación social se realice
a través de ésta (14).
OBSERVACIONES SOBRE UN COMENTARIO
POR
TH OMAS MoLNAR
En el número 333-334 de Verbo leo el artículo de Francisco
José
Femández de la Cigoña, en rigor un comentario de la obra
de Luis
María Sandoval, cuyas observaciones se alimentan de lo
que
llama la «cobardía» de los obispos y los laicos, la mayoría
de los cuales lleva una existencia intelectual más bien triste, tras
el camuflaje de una sociedad occidental democrática, próspera,
pluralista, liberal y capitalista. Mientras hubo uri conflicto ·entre
dos «superpotencias», al menos se podía optár por uno de los
lados, de
manera que -hablando con franqueza--había más li­
bertad cuando dos ideologías parecian enfrentarse, perfilando dos
(14) Cfr. In., Tres ensayos: Cuerpos intermedios, representación polí­
tica y principio de subsidiariedad, Madrid, 1982. Desde distintos ángulos
se han intentado diversas construcciones de la sociedad civil: cfr., por ejem­
plo, la liberal de VfcTOR PÉRBZ DfAz, La primacía de la sociedad. civil,
Madrid, 1993, págs. 75 y sigs.; la socialista-progresista cat6lica de fa Fun.
daci6n Friedrich Ebert y el Instituto Fe y Secularidad, Sociedad civil y
Estado: c"reflujo .o retorno de la sociedad civil?; y la original de IGNACIO
HERNANDO DE LARRAMENDI, Crisis de sociedad. Reflexiones para el siglo
XXI, Madrid, 1995, págs. 31 y sigs.
Verbo, núm. 341-342 (1996), 91-95 91
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