Índice de contenidos
Número 343-344
Serie XXXV
- Textos Pontificios
-
Estudios
-
Qué es tolerancia
-
La disolución actual de la comunidad política. Reflexiones sobre la experiencia española
-
Los nuevos totalitarismos
-
La inevitable estructura mediática de la acción humana
-
Sobre el matrimonio y la familia. Notas sobre algunas corrientes actuales
-
El papel de la educación en la preparación del hombre para la vida política
-
Fukuyama señala límites a la economía. A propósito de «Trust», su último libro
-
El Regeneracionismo de 1898. De la «crisis de 1898» a «¡Todavía el 98!». Historiadores-ideólogos ante la ciencia histórica
-
-
Información bibliográfica
-
Francisco Canals Vidal: La tradición catalana en el siglo XVIII ante el absolutismo y la Ilustración
-
Juan Bms. Vallet de Goytisolo: Metodología de la determinación del Derecho
-
Jean Marie Guéhenno: El fin de la democracia
-
Paul Johnson: Intelectuales
-
Ángel Sánchez de la Torre: La tiranía en la Grecia antigua
-
Jacques Heers: La invención de la Edad Media
-
Sobre los fundamentos de Europa y la reconstrucción europea: Bienvenido Gazapo Andrade. Fundamentos de Europa; Andrés Ortega. La razón de Europa; Enrique Barón. Europa en el alba del milenio; Ulrich Im Hof. La Europa de la Ilustración
-
Gabriel Alférez Callejón: Historia del carlismo
-
Antonio Caponnetto: Hispanidad y leyendas negras. La Teología de la Liberación y la Historia de América
-
AA.VV.: La Gamazada. Ocho estudios para un centenario
-
Autores
1996
Jean Marie Guéhenno: El fin de la democracia
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
]ean Marie Guéhenno:
EL FIN DE LA DEMOCRACIA <•J
«¿Sobrevivirá la democracia en el año 2000?». El libro res
ponde a tan estimulante cuestión. En la·· contraportada se repro
ducen las críticas que
ha merecido en la prensa europea: «¡Un
libro soberbio!»
(Le Fígaro); «Un profundo conocimiento del
mundo contemporáneo»
(Le Monde); «Soberbiamente escritd y
minuciosamente planificado»
(L'Express); «Provocativo y lúci
do» (Les Echos); «Un libro de gran altura intelectual» (The
Economist).
Lo abre una cita de Daniel: «Y habrá un cuartd
reino duro, duro como
el hierro que todo lo pulveriza» (Dan.
2, 40-43 ). Creo que empieza donde termina «El fin de la Histo
ria y el último hombre» de F. Fukuyama (ver Verbo 305-306,
págs. 732 y sigs.): Al acabar la «larga marcha hacia el Oeste»,
guste o no el sitio de llegada, hay que empezar una nueva vida.
Esto
es lo que hace Guéhenno. Además del Preámbuld tiene
nueve capítulos:
«El final de las naciones», «El final de la po
lítica»,
«¿Libani,,aci6n del mundo?», «Un imperio sin empera
dor», «Cadenas invisibles», «El necesario conformismo», «Reli
giones sin Dios», «El Becerro de Oro»
y «La violencia impetial».
Termina con un Epílogo
La obra se inscribe en
el actual discurso filosófico que certi
fica el fin del ciclo post<:artesiano, desarrollándose en el plano de
la política: «La evolución de las ideas políticas habría alcanzado
así
su última fase, y la república. liberal, heredera del siglo XVIII
y de la filosofía de la Ilustración, representaría la forma más per
fecta
de la organización humana. Habría triunfado Condorcet y
nos ·acercaríamos al final de la historia ... Este libro propone un
diagnóstico del todo diferente
... Clausura lo que se ha institucio
nalizado gracias a 1789. Pone final a la era de
los Estados -nacio
nes» (págs. 11-12). Cambio tan drástico obliga, «porque no he
mos conocido nada distinto, las palabras democracia, política o
libertad, definen nuestro horizonte mental,
perd ya no estamos
tan seguros
.de conocer su significado» (pág. 13). El autor con
creta este cambio en lo que llama .« 'el cuarto impetio',. a la vez
duro y frágil, más cerca de Roma y del mundo antiguo que de
la cristiandad, nace de los escombros de la ideología» (pág. 15).
¿Cómo ha de sobrevenir esta transformación? No a causa
del derrumbe ideológico, sino por el desarrollo de los principios
(*) Editorial Paidos, 1995 (138 págs.).
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INFORMACION BIBUOGRAFICA.
inscritos en la modernidad que exigen el agotamiento de las. ins
tituciones sociales, políticas y económicas, .alumbradas por la
misma: «Una nación se define ante todo por lo que no es: no
es un grupo social, no
es un. grupo religioso, no es un grupo
racial»
(piíg. 20). Pero, ¿qués es?: «Es el lugar de un destino
compartido» (ib.),
un territorio y una historia. Y hoy, por «ra
zones» tecnológicas, «el
territorio, la proximidad espacial, tiene
cada vez menos importancia desde el momento en que no sólo
la agricultura, sino también
la industria, representan una parte
d=eciente de la actividad económica. . . Ser dueño de tierras cul
tivables... fue durante mucho tiempo el primer objetivo polí
tico
... El control de las materias primas ... la necesidad. de reunir
en las minas a millares de hombres
... contribuyeron a vincular· la
actividad económica con cierta organización del espacio
... En un
automóvil ... las materias primas representan del 30-40 % del
valor.
En un componente electrónico, producto símbolo de la
nueva era, apenas el 1
% » (pág. 23 ).
Como consecuencia politica, «el impuesto ya no es una de
cisión soberana desde
el momento en que ya no existe una nece
sidad territorial, que el lugar
de residencia y de la inversión ya
no será
un dato, sino.una opción ... Tan pronto como se pretenda
gravar
las nuevas fórmulas de creación de riqueza, el Estado
nacional entra en competencia con el mundo entero» (pág. 26
).
Es decir: «el nuevo cuestionamiento de la base territorial del im
puesto tiene, pues, consecuencias mucho
más. fundamentales que
lo que sugiere
un liberalismo superficial» (pág. 27).
Se impone, pues, una nueva topologí-a; La anterior, que en
la modernidad hace del Estado-nación la pieza fundamental po
lítica, no vale ya: «Demasiado lejana para manejar los problemas
de nuestra vida diaria, la nación sigue siendo
... demasiado es
trecha para hacer frente a los problemas globales que nos afec
tan» (piíg. 28 ). Con las nuevas tecnologías de comunicación, «la
legitimidad exige
un marco multilateral de la comunidad de las
naciones.
La nación ya no es el marco natural de la seguridad»
(pág. 30). Hoy, en efecto, «todo
cambia. cuando la actividad hu
mana se libera del espacio, cuando la movilidad
de los hombres
y de la economía hace volar
en pedazos las demarcaciones geo
gráficas» (pág. 32). De ahí surge la pregunta: «¿Sobrevivirá la
política a semejante revolución? ¿Puede todavía haber política?»
(pág. 33
), por lo menos entendida desde las. categorías actuales.
Para
el autor, «el desaparecer de la nación lleva en sí la muerte
de la política. . . Estas construcciones abstractas resisten mal la
realidad de
la sociedad moderna: en la era de las redes ... con
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la infinidad de conexiones que establecen fuera ( del cuerpo po
lítico) ... la política, lejos de ser el principio organizador de la
vida de
los hombres en la sociedad, aparece como una actividad
secundaria. . . construcción artificial, inadaptada para
la solución
de
los problemas prácticos» (pág. 35) de la época actual.
Y a ha pasado
el tiempo de los políticos -más aun de los
ideólogos-y «hoy la acción lobbysta pocas veces amenaza la
moral, pero transforma
el funcionamiento mismo de la máquina
democrática.
El lobbysta es el intermediario de informaciones»
(pág. 36
), el técnico que domina el conocimiento práctico de
cosas concretas, de los casos
reales: «la profesionalización de los
intereses disuelve la política en una multitud de enfrentamientos
particulares» (pág. 39). Y esto responde a
la pregunta: «¿Se
trata
todavía de política? El malentendido originado alrededor
del
lobbying consiste en creer que el interés general nacerá na
turalmente de la confrontación honrada de los intereses particula
res»
(pág. 38). Planteada así la cuestión, «la política no existe
como simple resultante de los intereses privados, pero supone un
contrato social que precede y sobrepasa todos
los contratos par
ticulares»
(pág. 39): estamos, pues, en la posición contraria de
Locke y el «bien común», que el autor llama «contrato social»,
NO
ES la «suma de todas las propiedades», como dice Locke
en sus
Dos tratados. Si así no fuera, «en ausencia de un principio
regulador reconocido por todos como un principio superior a los
intereses particulares, la tendencia natural es,
para todos, la de
llegar lo
más lejos posible en la defensa de sus intereses: ¿En
nombre de qué habría
de limitarse?» (ib.).
Estamos, pues, en las antípodas de la filosofía política libe
ral y formalista que intentando conciliar los «intereses» -igno
rando los «principios», por naturaleza irrenunciables-- llega a
bloquear el
pluralismo. Entonces, «al perder la dimensión de
duración y
encerrarse en situaciones, en lugar de organizarse al
rededor de principios, al debate se le vacía de su sustancia y
sólo mediante
el abuso del lenguaje puede llamársele todavía
político» (pág. 42): No otra cosa es el Crepúsculo de las ideolog!as
(F. de fa Mora), ya que «se habría alcanzado de hecho el estadio
último de la democracia mediatizada cuando
el debate político ya
no se refiere a decisiones efectivas, sino a la percepción colectiva
que el pueblo tiene de sí mismo... Puede suceder que esta per
cepción esté muy alejada de la realidad»
(pág. 45), vivir en puro
engaño. Esto depende en una sociedad de masas del
«hombre
producto»
(pág. 4 3 ). En todo caso, es obvio que «estamos en
todos los aspectos
muy lejos de las ambiciones del siglo XVIII
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y de su más acabada expresión, la democr<\CÍa parlamentaria»
(pág. 45).
Algo hay que decir del extraño título del capítulo 3: «La
libanización del mundo». Se relaciona con el principio básico de
la obra: el Estado-nación no es «ni frío ni caliente», demasiado
pequeño
para resolver con los medios actuales los grandes pro
blemas mundiales, es demasiado grande para sentirse integrados
en
él como personas, ahogadas por una burocracia anónima: en
medio los
hombres reales, no solo con sus intereses, sino tam
bién con sus
afectos: en todo caso solicitaciones in-mediatas muy
alejadas
de los macroproyectos tecnocráticos. El autor, sacando
enseñanzas de los hechos reales, lleva esta problemática a los
desplazamientos humanos de muy distinto origen
-migraciones,
guerras, etc.-poniendo como ejemplo el próximo Oriente, Lí
bano e Israel, donde cohabitan diferentes grupos étnicos y reli
giosos: «Se plantea, como en
el Líbano, la cuestión de compro
misos entre la lógica de la comunidad y la lógica de la soberanía»
(pág. 57), es decir,
la vieja división de F. Tonnies en «Comuni
dad y Asociación», realidades que responden a motivaciones di
ferentes: la comunidad es
de afectos; la asociación, de intereses.
Frente a la fría lógica de la técnica de las «redes», «la suave
tibieza de la comunidad, con su sencillez unidimensional, es en
tonces una tentación muy natural» (pág. 60), Pero plantea una
compleja problemática
no fácil de entender y, menos aún, de
resolver satisfactoriamente.
Difuminada
la Nación y fragmentado el cuerpo social en «co
munidades» cohabitantes, pero dificultosamente «convivientes»,
el vacío que deja la
política, hoy ideológicamente concebida, ven
drá rellenado
por el «imperio», un «nuevo imperio que no tendrá
su capital en
Washington ni en Bruselas, ni en Tokyo ni en
Moscú. Roma ya no estará en Roma, y no se impondrá ninguna
evidencia territorial ... No será una super~nación, ni una repú~
blica universal. No lo gobernará ningun emperador» (pág. 61),
será
un imperio al modo de los imperios Chino o Romano, «cul
turas» antes que «Estados». Sin capital ni emperador, tendrá una
filosofía distinta. Ya no se busca
el equilibrio social, politico o
económico sino, al contrario, «la
era de la complejidad es la era
de lo inacabado y del desequilibrio
... Entramos en la era de los
sistemas abiertos, ya se trate
de Estados o de empresas, y los
criterios
de éxito son lo opuesto de la era institucional y de los
sistemas cerrados» (pág. 63
). Ahora lo importante es «el número
de aperturas y de puntos de articulación que se mantienen con
todo lo que le es exterior»
(ih. ). En suma, este es «un conjunto
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de instituciones competidoras, que no obedecen a ninguna ar
quitectura
clara y que escapa incluso, a veces, a la lógica terri
torial
------mmo en el caso de los mercados financieros» (pág. 68 ).
Es justamente lo · contrario del modelo racionalista y está más
cerca
de los modelos naturales: «Acaso la Alta Edad Media,
con su profusión de príncipes, duques, obispos, etc., se aproxi
mase a este modelo» (pág. 69). Formalmente, pues, es una «nue
va Edad
Media», pero con otro «espíritu». O, mejor dicho, «sin
ningún espíritu».
En este poder difuso, «más que en jefes los
dirigentes se convierten en intermediarios, ajustando permanen
temente la organización
de las relaciones entre las diferentes uni
dades» (pág. 75). Es, pues, «un mundo de reglas más bien que
de principios» (pág. 79), más biológicos que físicos. Al pasar de
los
principios metaf!sicos, universales, a meras reglas de uso oca
sional, el esp!ritu se ha evaporado.
Importante cuestión: «¿Qué es la libertad en un mundo de
reglas? ¿Cómo se limita el poder en
un mundo sin principios».
Así empieza
el capítulo 5, significativamente titulado «Cadenas
invisibles».
El autor señala que «la libertad tiene dos sentidos ...
para una colectividad humana, ha sido el derecho de hacerse
cargo
de su destinei. .. También el derecho de cada hombre de
protegerse frente a los derechos del poder» (pág. 81). Ahora,
«con el advenimiento
de la era imperial, es evidente que está
muriendo la primera concepción de la libertad
... Pero. ha estado
tan amenazada la libertad-derecho de la minoría por la libertad
ejercicio
de la voluntad general que... habría de alegrarse de
ellei... Desde este punto de. vista, el advenimiento del Estado
de derecho, designado sucesor de la democracia ... nos prometería
la libertad con mucha más
segurid.ad que una era democrática en
la que el sufragio univl'!"sal ha conferido una temible legitimidad
a la concentración sin precedentes del poder político» (ib. ).
En la nueva situación, «los controles de la era imperial con
fieren un
sentidc; nuevo a la palabra libertad... Las cuestiones
sobre personas se imponen ya sobre las cuestiones
de principios ...
El debate sobre un problema se transforma en el debate sobre
la integridad personal
de un hombre, de su respete; a las normas
institucionales, último criterio de juicio en
un mundo en el que
d juego político no tiene otro objeto que el de la preservación
de la regla de juego, único estándar de funci911amiento aceptado
en una sociedad sin objeto» (pág. 82)
.. Bajo estos principios(¿?),
«¿cómo puede el débil atreverse a entablar batalla, cuando su
derrota está inscrita en el orden social?
... En la era imperial,
los fuertes son suficientemente fuertes desde el momento en que
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los débiles han sabido reconocer su lugar» (pág. 84 ). Estamos,
pues, ante el conformismo social, «el silencio de
los borregos»,
pero «esta tranquilidad apacible de la era imperial no
es la del
triunfo de la razón»
(ib.).
Entramos en el segundo problema; «Si bien no hay ley que
permita arbitrar los conflictos,
ni trascendencia que permita decir
dónde está
la verdad, ni poder que pueda contrarrestar el poder,
es vital que el poder se autolimite para que la sociedad no se
desintegre en la violencia» {pág. 86 ). Ahora, «la difusión del
poder ha desactivado los conflittos
... (pero) esta forma de limi
tación del poder no
es el triunfo de la libertad ... El mecanismo
de autolimitación está efectivamente amenazado desde el momen
to en que el poder se autolimita, no en virtud de un principio
que lo superase, sino por fidelidad a un conjunto de comporta
mientos
... (Así) el formalismo de la regla revela toda su fragi
lidad si aparece una cuestión fundamental o una cuestión de
principios»
(pág. 87), es decir, una cuestión de fondo (noumeno
kantiano, Bien, Verdad), más allá de la forma fenoménica (utili
dad, opinión, etc.), con lo que
se ve cómo la «libertad imperial»
no deja de
ser una «libertad negativa», como la que Hegel re
prochaba a Stuart Mili.
Por eso, en esta sociedad se precisa «el necesario conformis
mo» ( cap. 6 ), fundado en la mutua utilidad que da el sistema
en el que «a la estructura jerárquica opone los beneficios del tra
bajo en equipo. A los polos de
poder prefiere una circulación
cada vez
más extensa de información, cuyo objeto es disolver el
conflicto por medio de una multitud de microajustes preventi
vos»
(pág. 89), quitando importancia a todo, a todo menos a
seguir
· distrutando las ventajas .inmediatas del sistema. Por esto,
así como «la tradición cristiana nos había enseñado que cada
hombre lleva en sí una fuerza interior que lo constituye como
sujeto y lo autoriza a juzgar el mundo, que cada hombre
es una
conciencia, y que esta conciencia
es irreductible. A ese YO es
al que nos pide que renunciemos» (pág. 91). Anteriormente, «el
sujeto de Descartes podía afirmar; pienso, luego existo. (A-hora)
el
semejante de la era de las redes. podría decir: Comunico, luego
existo» (ib.
). Desaparece, pues, el hombre, reducido a mera fun
ción, «el seme¡ante no interesa, ni en sí mismo, ni por referencia
a un todo social» (ib.). Ahora, «en una sociedad sin finalidad ni
significación,
el mensa¡e social se reduce, pues, a la idea del víncu
lo, y el vínculo
es tanto más eficaz cuanto está perfectamente
vacío de sentido
... la red ... , un elemento esencial del juego so
cial se impone sobre el individuo... impone una supra-conducta
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generalizada que ya no deja espacio a las diferencias individuales»
(pág. 92).
En otras palabras, «el conformismo tradicional implica
la subordinación a una clase dominante... El conformismo
mo
derno es más difícil de captar y, aparentemente, más tolerante ...
Tiene su utilidad por los impulsos que aplica a la máquina social.
Pero no sabe cómo existir, en la medida que no encuentra ver
dadera resistencia
... Igual que ya no hay polos de poder, tam
poco hay un polo de conformismo y otro
de anticonformismo.
Hay solamente una carrera hacia la semejanza, interminable»
(pág. 93).
Ahora, «la adaptación se ha convertido en un valor
esencial, y se juzga
al gestor moderno por su plasticidad»
(pág. 95).
El problema más grave que analiza el autor es el de cómo
se conjuga esa nueva sociedad con una innegable aspiración hu
mana, la «religiosidad» inscrita en el «ser» -no ya en el «es
tar»-del hombre. Constata cómo hechos como el himno colecti
vo de la empresa japonesa, el cántico de las catedrales y el
«tele
evangelismo» americano son «signos todos de que no hay entre
la religión
--<> la religiosidad-y la modernidad aquella incom
patibilidad que habían creido descubrir los cientificistas del
si
glo XVIII» (pág. 103 ). Para el autor, más que el retomo a lo
religioso, lo importante es «la multitud de formas que puede
adoptar esta aspiración»
(ib.).
Ahora bien, en esta variedad ¿está, de verdad, la Religión?,
pues «la
dinámica histórica lanzada por la era de la Ilustra
ción no conduce a la muerte de las religiones, sino a su rena
cimiento bajo formas nuevas y
a veces degradadas» (ib.). El pa
norama que describe
es inquietante: «No es de extrañar, pues,
que dos
mil años después de la era cristiana y justamente cuan
do la ciencia pretende ser la triunfadora,
se desarrollan las reli
giones en lo que
más tienen de mágico» (pág. 104 ). Es decir,
estas nuevas religiones dicen más a lo emocional psicosomático,
al espectáculo, que al núcleo moral ---conocimiento y voluntad
del hombre. Estas religiones ( ¿ ? ) «en un mundo en el que todo
tiene una posición, pero en el que nada tiene
sentido, la religi6n
es en adelante el único condicionamiento aceptado y deseado»
(pág. 107). ¿Por-y-para-qué?: «En los países ricos esta inspira
ción religiosa
... siempre traduce la misma decepción frente a la
política
... Habiendo renunciado a encontrar en el orden político
soluciones para las desgracias de los hombres, los nuevos militan
tes de lo humanitario han hecho de la urgencia el principio de
su acción» (ib.). Esto puede ser filantropía, pero ¿puede llamarse
religión?: Conteste el lector. Para
el autor «esta experiencia con-
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INFORMACION BIBLJOGRAFICA.
creta de una relación con los otros. .. es lo que pedimos hoy a la
religión» (pág. 108), por lo que «en adelante hay que entender
por religión, no la creencia en una trascendencia, un Dios, unos
principios, sino, mucho
más modestamente, esa suma de ritos y,
por decirlo así, de hábitos. . . que modelan nuestro comporta·
miento»
(pág. 110). En suma: «El detecho que instaura carece
de Estado, de Dios, de fundamento. En el cielo no sitúa Dios
alguno ni hace descender ninguno a la tierra. Es, hablando con
propiedad, ateo; deja el campo libre a nuevas religiones»
(pág.
112). ¿Qué religiones? ¿Meros ritos mágicos? ¿Espectáculos de
masas? Peto hay que reconocer que este
es el papel que muchos,
aun en ambientes cristianos, tienen de la religión en el mundo
actual
o futuro.
La implacable lógica del autor, al analizat el trasfondo de lo
que tenemos ante
la vista, le obliga a tener que taponar el vacío
de una política
ya caducada y de una religión que prescinde de
la trascendencia, que
es atea: «El becetro de oro» ( cap. 8) des
cribe cómo el ídolo ha suplantado a Dios, pues «pata unificar
un mundo imperial fragmentado por las religiones y las comuni
dades si sólo hubiese procedimientos, no
existiría el imperio»
(pág. 113
). De este modo, «la era de la información, abrumán
donos de saber, hace ilusoria
la espetanza de llevat a cabo una
opción sobre una base técnica...
la respuesta más lógica... es
reintroducir fidelidades en ese mundo abstracto» (pág; 115). Y
nada consigue más fieles adeptos que el dineto. Pero
... «en un
mundo en el que el poder
emana de la capacidad relacional más
que del saber, en que el interés público y el interés privado
tratan de vinculatse
pata una mayor eficacia, la corrupción se
convierte en un término tosco... (Pero) la corrupción sólo es
nociva si no está genetalizada. . . (pues) se traduce en un acceso
desigual a los
servicios del poder público. Peto, desde el momen
to en que este poder público se limita
a prestar unos servicios,
no es anormal, en una economía de mercado, que estos servicios
se remuneten» (pág. 116 ). Así, la corrupción se convierte en
una norma
más de buen funcionamiento social y, además, «con·
cede un agradable consuelo a
los hombres políticos que teman
verse privados de la realidad del podet
... De hecho, nuestro re
chazo instintivo de la corrupción es todo lo que queda de otro
mundo, en vías de desapatición
... hay cietta ingenuidad en ese
querer que los políticos --oficiantes de una religión desapareci
da-mantengan su especificidad» (pág. 117).
Se trata, pues, de cambiat la pequeña «fidelidad» del grupo,
de la comunidad, por el interés retributivo
universal del dinero,
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pues «la retribución social, en prest1g10 social, ha desaparecido
hace mucho tiempo.
Los funcionarios ... han· perdido el respeto
de sí mismos al mismo tiempo que perdían el de sus administra
dos» (pág. 118
). En suma: «La transacción está hoy consagrada
como verdad única de nuestra era y toda demanda solvente
es
una demanda legítima. ¿Cómo no habíamos de hacer del becerro
de oro la divinidad suprema?» (págs. 119-120). Pero surge
la
pregunta: «¿Será suficientemente robusta la universalidad abs
tracta del mundo imperial para resistir la fuerza muy concreta
de las experiencias particulares? . . . ¿
... o vamos hacia un mundo
sin violencias, pacificado por la muerte de las ideas y el triunfo
del becerro de oro?» (pág. 121).
Es decir, subsistirá en algun
ignorado rincón el «salvaje» descontrolado en este «mundo
feliz»
de Huxley o, PQr el contrario, todos serán «hombres sin pecho»
que Fukuyama pide prestados a Nietzsche?
Para el autor, «toda nuestra
cultura se opone a semejante
homogeneización... Acaso
se construyan varios imperios en lugar
de uno solo» (pág. 122). Sería, pues, como alternativa a Huxley,
El Amo del Mundo que R. H. Benson escribió en 1908. Gué
henncJ no es tan apocalíptico, pero advierte que «la guerra mun
dial no sucederá a la
paz. Pero ya no habrá nunca paz ... La era
mundial
es la era de una violencia difusa y continua» (pág. 128).
Estamos, pues, llegando
al final, si no del mundo al menos del
libro, al Epílogo que
yo subtitularía «¿Quo vadis homo?». Em
pieza señalando cómo en «las sociedades de la era imperial ...
todo hombre se convierte en policía y ya no hay policía-jefe con
tra
el que dirigir nuestra rebelión. Y a no estamos · privados de
libertad, sino del pensamiento de libertad. Hemos perdido lo que
cimentaba nuestra dignidad de hombres libres, la aspiración a
formar un cuerpo político. Esta indiferencia tiene efectos más
solapados que las antiguas tiranías ; es dulce como una lenta e
irremediable hemorragia» (pág. 131).
Y así, ¿ qué religión exclusiva y brutal inventaremos para
justificar ante nuestros propios ojos nuestra felicidad en medio
de tantas desdichas? . . . ¿ Sabremos reaccionar de otro modo que
por el temor,
y vivir sin pasiones en el mundo de las pasiones?»
(pág: 133
). Sigue: «A veces, como un soplo, pasa un pensamien
to sacrílego: ¿Cuándo quedaremos liberados de la tiranía del ¡,ro"
greso?» (pág, 134). Para ello, «tenemos que realizar una revolu
ción, y esta revolución no es de orden político, sino espiritual»
(pág. 135). El autor, que constata la
añoranza de la Edad Media,
dice: «pero
no hay Sacro Imperio sin Cristiandad» (pág. 136) y
cree más fácil -«quiere creer»-, al menos como paso interme-
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INFORMACJON BlBLIOGRAFICA
dio, «volver a los estoicos ... que supieron ciar a la libertad un
sentido más filosófico que político»
(ib. ), porque «nd existe re
ceta política para hacer frente a los peligros de la era post -polí
tica
... En este sentido es en el que la revolución a ]levar a cabo
es de orden espiritual.
Los debates del futuro se referirán a la
.relación del hdmbre con el mundo, serán debates éticos» (ib.).
Esta es, efectivamente, la situación actual: la dialéctica entre
la ética metafísicamente fundada (Spaemann, J. Pablo II, Rat
zinger, etc.) frente a la pretensión de una ética inmanente (Ror
ty), puesta en un brete jurídico por Dworkin. Lo cierto es que
«ya no sabemos qué
es la libertad en la esfera frecuentada du
rante demasiado tiempo por
la política ... El final de la era de
la Ilustración y su ambición de revelar
m
orden de la razón no será, pues, necesariamente, una renuncia
a la razón y una vuelta a las pasiones oscuras. Para evitar ese
riesgo
es. preciso hoy recuperar la sabiduría.. . preservar la inde
pendencia
del espíritu, nd sólo ya de la política de los dictadores,
sino del empobrecimiento de las conciencias» (pág. 138). Volver,
'pues, al «Comentario del De Trinitate de Bdecio» -el último
hombre clásico o el primero
de la Cristiandad-hecho por To
más de Aquino, donde distingµe la Sabiduría de la Ciencia po
niéndolas en su propio lugar.
Viendo el panorama actual
de la política se ve el valor .del
análisis . de Guéhenno. Hoy impera el puro verbalismo en la dis
cusión intelectual, nadie se · atreve a s.acar las últimas consecuen
cias racionales. Guéhenno
lo hace, poniendo en evidencia la fala
cia del actual disc:w;so político, pleno de rancids «razonamientos»
( ¿ ? ) periclitados, puestos fuera d.,, jul'go por «la astucia de la
razón».
ANTONIO SEGURAFERNS
Paul Johnson: INTELECTUALES (*)
Una breve nota bibliográfica sobre un libro interesante . . . y
divertido, pareja que rara
vl'Z se da en la producción editorial.
Tras su lectura el juicio rápido
de quien aún conserve algún resto
de cultura cristiana, matriz se quiera o no de la cultura occidental;
puede resumirse en dos palabras: ¡Qué sinvergüenzas! Y no se
hace una valoración moral de intenciones, sino sobre los hechos
(*) Ed. Javier Vergara, 1990.
411
Fundaci\363n Speiro
]ean Marie Guéhenno:
EL FIN DE LA DEMOCRACIA <•J
«¿Sobrevivirá la democracia en el año 2000?». El libro res
ponde a tan estimulante cuestión. En la·· contraportada se repro
ducen las críticas que
ha merecido en la prensa europea: «¡Un
libro soberbio!»
(Le Fígaro); «Un profundo conocimiento del
mundo contemporáneo»
(Le Monde); «Soberbiamente escritd y
minuciosamente planificado»
(L'Express); «Provocativo y lúci
do» (Les Echos); «Un libro de gran altura intelectual» (The
Economist).
Lo abre una cita de Daniel: «Y habrá un cuartd
reino duro, duro como
el hierro que todo lo pulveriza» (Dan.
2, 40-43 ). Creo que empieza donde termina «El fin de la Histo
ria y el último hombre» de F. Fukuyama (ver Verbo 305-306,
págs. 732 y sigs.): Al acabar la «larga marcha hacia el Oeste»,
guste o no el sitio de llegada, hay que empezar una nueva vida.
Esto
es lo que hace Guéhenno. Además del Preámbuld tiene
nueve capítulos:
«El final de las naciones», «El final de la po
lítica»,
«¿Libani,,aci6n del mundo?», «Un imperio sin empera
dor», «Cadenas invisibles», «El necesario conformismo», «Reli
giones sin Dios», «El Becerro de Oro»
y «La violencia impetial».
Termina con un Epílogo
La obra se inscribe en
el actual discurso filosófico que certi
fica el fin del ciclo post<:artesiano, desarrollándose en el plano de
la política: «La evolución de las ideas políticas habría alcanzado
así
su última fase, y la república. liberal, heredera del siglo XVIII
y de la filosofía de la Ilustración, representaría la forma más per
fecta
de la organización humana. Habría triunfado Condorcet y
nos ·acercaríamos al final de la historia ... Este libro propone un
diagnóstico del todo diferente
... Clausura lo que se ha institucio
nalizado gracias a 1789. Pone final a la era de
los Estados -nacio
nes» (págs. 11-12). Cambio tan drástico obliga, «porque no he
mos conocido nada distinto, las palabras democracia, política o
libertad, definen nuestro horizonte mental,
perd ya no estamos
tan seguros
.de conocer su significado» (pág. 13). El autor con
creta este cambio en lo que llama .« 'el cuarto impetio',. a la vez
duro y frágil, más cerca de Roma y del mundo antiguo que de
la cristiandad, nace de los escombros de la ideología» (pág. 15).
¿Cómo ha de sobrevenir esta transformación? No a causa
del derrumbe ideológico, sino por el desarrollo de los principios
(*) Editorial Paidos, 1995 (138 págs.).
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Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBUOGRAFICA.
inscritos en la modernidad que exigen el agotamiento de las. ins
tituciones sociales, políticas y económicas, .alumbradas por la
misma: «Una nación se define ante todo por lo que no es: no
es un grupo social, no
es un. grupo religioso, no es un grupo
racial»
(piíg. 20). Pero, ¿qués es?: «Es el lugar de un destino
compartido» (ib.),
un territorio y una historia. Y hoy, por «ra
zones» tecnológicas, «el
territorio, la proximidad espacial, tiene
cada vez menos importancia desde el momento en que no sólo
la agricultura, sino también
la industria, representan una parte
d=eciente de la actividad económica. . . Ser dueño de tierras cul
tivables... fue durante mucho tiempo el primer objetivo polí
tico
... El control de las materias primas ... la necesidad. de reunir
en las minas a millares de hombres
... contribuyeron a vincular· la
actividad económica con cierta organización del espacio
... En un
automóvil ... las materias primas representan del 30-40 % del
valor.
En un componente electrónico, producto símbolo de la
nueva era, apenas el 1
% » (pág. 23 ).
Como consecuencia politica, «el impuesto ya no es una de
cisión soberana desde
el momento en que ya no existe una nece
sidad territorial, que el lugar
de residencia y de la inversión ya
no será
un dato, sino.una opción ... Tan pronto como se pretenda
gravar
las nuevas fórmulas de creación de riqueza, el Estado
nacional entra en competencia con el mundo entero» (pág. 26
).
Es decir: «el nuevo cuestionamiento de la base territorial del im
puesto tiene, pues, consecuencias mucho
más. fundamentales que
lo que sugiere
un liberalismo superficial» (pág. 27).
Se impone, pues, una nueva topologí-a; La anterior, que en
la modernidad hace del Estado-nación la pieza fundamental po
lítica, no vale ya: «Demasiado lejana para manejar los problemas
de nuestra vida diaria, la nación sigue siendo
... demasiado es
trecha para hacer frente a los problemas globales que nos afec
tan» (piíg. 28 ). Con las nuevas tecnologías de comunicación, «la
legitimidad exige
un marco multilateral de la comunidad de las
naciones.
La nación ya no es el marco natural de la seguridad»
(pág. 30). Hoy, en efecto, «todo
cambia. cuando la actividad hu
mana se libera del espacio, cuando la movilidad
de los hombres
y de la economía hace volar
en pedazos las demarcaciones geo
gráficas» (pág. 32). De ahí surge la pregunta: «¿Sobrevivirá la
política a semejante revolución? ¿Puede todavía haber política?»
(pág. 33
), por lo menos entendida desde las. categorías actuales.
Para
el autor, «el desaparecer de la nación lleva en sí la muerte
de la política. . . Estas construcciones abstractas resisten mal la
realidad de
la sociedad moderna: en la era de las redes ... con
.403
Fundaci\363n Speiro
lNFORMACION BIBLIOGRAFICA
la infinidad de conexiones que establecen fuera ( del cuerpo po
lítico) ... la política, lejos de ser el principio organizador de la
vida de
los hombres en la sociedad, aparece como una actividad
secundaria. . . construcción artificial, inadaptada para
la solución
de
los problemas prácticos» (pág. 35) de la época actual.
Y a ha pasado
el tiempo de los políticos -más aun de los
ideólogos-y «hoy la acción lobbysta pocas veces amenaza la
moral, pero transforma
el funcionamiento mismo de la máquina
democrática.
El lobbysta es el intermediario de informaciones»
(pág. 36
), el técnico que domina el conocimiento práctico de
cosas concretas, de los casos
reales: «la profesionalización de los
intereses disuelve la política en una multitud de enfrentamientos
particulares» (pág. 39). Y esto responde a
la pregunta: «¿Se
trata
todavía de política? El malentendido originado alrededor
del
lobbying consiste en creer que el interés general nacerá na
turalmente de la confrontación honrada de los intereses particula
res»
(pág. 38). Planteada así la cuestión, «la política no existe
como simple resultante de los intereses privados, pero supone un
contrato social que precede y sobrepasa todos
los contratos par
ticulares»
(pág. 39): estamos, pues, en la posición contraria de
Locke y el «bien común», que el autor llama «contrato social»,
NO
ES la «suma de todas las propiedades», como dice Locke
en sus
Dos tratados. Si así no fuera, «en ausencia de un principio
regulador reconocido por todos como un principio superior a los
intereses particulares, la tendencia natural es,
para todos, la de
llegar lo
más lejos posible en la defensa de sus intereses: ¿En
nombre de qué habría
de limitarse?» (ib.).
Estamos, pues, en las antípodas de la filosofía política libe
ral y formalista que intentando conciliar los «intereses» -igno
rando los «principios», por naturaleza irrenunciables-- llega a
bloquear el
pluralismo. Entonces, «al perder la dimensión de
duración y
encerrarse en situaciones, en lugar de organizarse al
rededor de principios, al debate se le vacía de su sustancia y
sólo mediante
el abuso del lenguaje puede llamársele todavía
político» (pág. 42): No otra cosa es el Crepúsculo de las ideolog!as
(F. de fa Mora), ya que «se habría alcanzado de hecho el estadio
último de la democracia mediatizada cuando
el debate político ya
no se refiere a decisiones efectivas, sino a la percepción colectiva
que el pueblo tiene de sí mismo... Puede suceder que esta per
cepción esté muy alejada de la realidad»
(pág. 45), vivir en puro
engaño. Esto depende en una sociedad de masas del
«hombre
producto»
(pág. 4 3 ). En todo caso, es obvio que «estamos en
todos los aspectos
muy lejos de las ambiciones del siglo XVIII
404
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
y de su más acabada expresión, la democr<\CÍa parlamentaria»
(pág. 45).
Algo hay que decir del extraño título del capítulo 3: «La
libanización del mundo». Se relaciona con el principio básico de
la obra: el Estado-nación no es «ni frío ni caliente», demasiado
pequeño
para resolver con los medios actuales los grandes pro
blemas mundiales, es demasiado grande para sentirse integrados
en
él como personas, ahogadas por una burocracia anónima: en
medio los
hombres reales, no solo con sus intereses, sino tam
bién con sus
afectos: en todo caso solicitaciones in-mediatas muy
alejadas
de los macroproyectos tecnocráticos. El autor, sacando
enseñanzas de los hechos reales, lleva esta problemática a los
desplazamientos humanos de muy distinto origen
-migraciones,
guerras, etc.-poniendo como ejemplo el próximo Oriente, Lí
bano e Israel, donde cohabitan diferentes grupos étnicos y reli
giosos: «Se plantea, como en
el Líbano, la cuestión de compro
misos entre la lógica de la comunidad y la lógica de la soberanía»
(pág. 57), es decir,
la vieja división de F. Tonnies en «Comuni
dad y Asociación», realidades que responden a motivaciones di
ferentes: la comunidad es
de afectos; la asociación, de intereses.
Frente a la fría lógica de la técnica de las «redes», «la suave
tibieza de la comunidad, con su sencillez unidimensional, es en
tonces una tentación muy natural» (pág. 60), Pero plantea una
compleja problemática
no fácil de entender y, menos aún, de
resolver satisfactoriamente.
Difuminada
la Nación y fragmentado el cuerpo social en «co
munidades» cohabitantes, pero dificultosamente «convivientes»,
el vacío que deja la
política, hoy ideológicamente concebida, ven
drá rellenado
por el «imperio», un «nuevo imperio que no tendrá
su capital en
Washington ni en Bruselas, ni en Tokyo ni en
Moscú. Roma ya no estará en Roma, y no se impondrá ninguna
evidencia territorial ... No será una super~nación, ni una repú~
blica universal. No lo gobernará ningun emperador» (pág. 61),
será
un imperio al modo de los imperios Chino o Romano, «cul
turas» antes que «Estados». Sin capital ni emperador, tendrá una
filosofía distinta. Ya no se busca
el equilibrio social, politico o
económico sino, al contrario, «la
era de la complejidad es la era
de lo inacabado y del desequilibrio
... Entramos en la era de los
sistemas abiertos, ya se trate
de Estados o de empresas, y los
criterios
de éxito son lo opuesto de la era institucional y de los
sistemas cerrados» (pág. 63
). Ahora lo importante es «el número
de aperturas y de puntos de articulación que se mantienen con
todo lo que le es exterior»
(ih. ). En suma, este es «un conjunto
405
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
de instituciones competidoras, que no obedecen a ninguna ar
quitectura
clara y que escapa incluso, a veces, a la lógica terri
torial
------mmo en el caso de los mercados financieros» (pág. 68 ).
Es justamente lo · contrario del modelo racionalista y está más
cerca
de los modelos naturales: «Acaso la Alta Edad Media,
con su profusión de príncipes, duques, obispos, etc., se aproxi
mase a este modelo» (pág. 69). Formalmente, pues, es una «nue
va Edad
Media», pero con otro «espíritu». O, mejor dicho, «sin
ningún espíritu».
En este poder difuso, «más que en jefes los
dirigentes se convierten en intermediarios, ajustando permanen
temente la organización
de las relaciones entre las diferentes uni
dades» (pág. 75). Es, pues, «un mundo de reglas más bien que
de principios» (pág. 79), más biológicos que físicos. Al pasar de
los
principios metaf!sicos, universales, a meras reglas de uso oca
sional, el esp!ritu se ha evaporado.
Importante cuestión: «¿Qué es la libertad en un mundo de
reglas? ¿Cómo se limita el poder en
un mundo sin principios».
Así empieza
el capítulo 5, significativamente titulado «Cadenas
invisibles».
El autor señala que «la libertad tiene dos sentidos ...
para una colectividad humana, ha sido el derecho de hacerse
cargo
de su destinei. .. También el derecho de cada hombre de
protegerse frente a los derechos del poder» (pág. 81). Ahora,
«con el advenimiento
de la era imperial, es evidente que está
muriendo la primera concepción de la libertad
... Pero. ha estado
tan amenazada la libertad-derecho de la minoría por la libertad
ejercicio
de la voluntad general que... habría de alegrarse de
ellei... Desde este punto de. vista, el advenimiento del Estado
de derecho, designado sucesor de la democracia ... nos prometería
la libertad con mucha más
segurid.ad que una era democrática en
la que el sufragio univl'!"sal ha conferido una temible legitimidad
a la concentración sin precedentes del poder político» (ib. ).
En la nueva situación, «los controles de la era imperial con
fieren un
sentidc; nuevo a la palabra libertad... Las cuestiones
sobre personas se imponen ya sobre las cuestiones
de principios ...
El debate sobre un problema se transforma en el debate sobre
la integridad personal
de un hombre, de su respete; a las normas
institucionales, último criterio de juicio en
un mundo en el que
d juego político no tiene otro objeto que el de la preservación
de la regla de juego, único estándar de funci911amiento aceptado
en una sociedad sin objeto» (pág. 82)
.. Bajo estos principios(¿?),
«¿cómo puede el débil atreverse a entablar batalla, cuando su
derrota está inscrita en el orden social?
... En la era imperial,
los fuertes son suficientemente fuertes desde el momento en que
406
Fundaci\363n Speiro
INFORM,ACION BIBUOGRAFl,CA.
los débiles han sabido reconocer su lugar» (pág. 84 ). Estamos,
pues, ante el conformismo social, «el silencio de
los borregos»,
pero «esta tranquilidad apacible de la era imperial no
es la del
triunfo de la razón»
(ib.).
Entramos en el segundo problema; «Si bien no hay ley que
permita arbitrar los conflictos,
ni trascendencia que permita decir
dónde está
la verdad, ni poder que pueda contrarrestar el poder,
es vital que el poder se autolimite para que la sociedad no se
desintegre en la violencia» {pág. 86 ). Ahora, «la difusión del
poder ha desactivado los conflittos
... (pero) esta forma de limi
tación del poder no
es el triunfo de la libertad ... El mecanismo
de autolimitación está efectivamente amenazado desde el momen
to en que el poder se autolimita, no en virtud de un principio
que lo superase, sino por fidelidad a un conjunto de comporta
mientos
... (Así) el formalismo de la regla revela toda su fragi
lidad si aparece una cuestión fundamental o una cuestión de
principios»
(pág. 87), es decir, una cuestión de fondo (noumeno
kantiano, Bien, Verdad), más allá de la forma fenoménica (utili
dad, opinión, etc.), con lo que
se ve cómo la «libertad imperial»
no deja de
ser una «libertad negativa», como la que Hegel re
prochaba a Stuart Mili.
Por eso, en esta sociedad se precisa «el necesario conformis
mo» ( cap. 6 ), fundado en la mutua utilidad que da el sistema
en el que «a la estructura jerárquica opone los beneficios del tra
bajo en equipo. A los polos de
poder prefiere una circulación
cada vez
más extensa de información, cuyo objeto es disolver el
conflicto por medio de una multitud de microajustes preventi
vos»
(pág. 89), quitando importancia a todo, a todo menos a
seguir
· distrutando las ventajas .inmediatas del sistema. Por esto,
así como «la tradición cristiana nos había enseñado que cada
hombre lleva en sí una fuerza interior que lo constituye como
sujeto y lo autoriza a juzgar el mundo, que cada hombre
es una
conciencia, y que esta conciencia
es irreductible. A ese YO es
al que nos pide que renunciemos» (pág. 91). Anteriormente, «el
sujeto de Descartes podía afirmar; pienso, luego existo. (A-hora)
el
semejante de la era de las redes. podría decir: Comunico, luego
existo» (ib.
). Desaparece, pues, el hombre, reducido a mera fun
ción, «el seme¡ante no interesa, ni en sí mismo, ni por referencia
a un todo social» (ib.). Ahora, «en una sociedad sin finalidad ni
significación,
el mensa¡e social se reduce, pues, a la idea del víncu
lo, y el vínculo
es tanto más eficaz cuanto está perfectamente
vacío de sentido
... la red ... , un elemento esencial del juego so
cial se impone sobre el individuo... impone una supra-conducta
.407
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLIOGRAFICA.
generalizada que ya no deja espacio a las diferencias individuales»
(pág. 92).
En otras palabras, «el conformismo tradicional implica
la subordinación a una clase dominante... El conformismo
mo
derno es más difícil de captar y, aparentemente, más tolerante ...
Tiene su utilidad por los impulsos que aplica a la máquina social.
Pero no sabe cómo existir, en la medida que no encuentra ver
dadera resistencia
... Igual que ya no hay polos de poder, tam
poco hay un polo de conformismo y otro
de anticonformismo.
Hay solamente una carrera hacia la semejanza, interminable»
(pág. 93).
Ahora, «la adaptación se ha convertido en un valor
esencial, y se juzga
al gestor moderno por su plasticidad»
(pág. 95).
El problema más grave que analiza el autor es el de cómo
se conjuga esa nueva sociedad con una innegable aspiración hu
mana, la «religiosidad» inscrita en el «ser» -no ya en el «es
tar»-del hombre. Constata cómo hechos como el himno colecti
vo de la empresa japonesa, el cántico de las catedrales y el
«tele
evangelismo» americano son «signos todos de que no hay entre
la religión
--<> la religiosidad-y la modernidad aquella incom
patibilidad que habían creido descubrir los cientificistas del
si
glo XVIII» (pág. 103 ). Para el autor, más que el retomo a lo
religioso, lo importante es «la multitud de formas que puede
adoptar esta aspiración»
(ib.).
Ahora bien, en esta variedad ¿está, de verdad, la Religión?,
pues «la
dinámica histórica lanzada por la era de la Ilustra
ción no conduce a la muerte de las religiones, sino a su rena
cimiento bajo formas nuevas y
a veces degradadas» (ib.). El pa
norama que describe
es inquietante: «No es de extrañar, pues,
que dos
mil años después de la era cristiana y justamente cuan
do la ciencia pretende ser la triunfadora,
se desarrollan las reli
giones en lo que
más tienen de mágico» (pág. 104 ). Es decir,
estas nuevas religiones dicen más a lo emocional psicosomático,
al espectáculo, que al núcleo moral ---conocimiento y voluntad
del hombre. Estas religiones ( ¿ ? ) «en un mundo en el que todo
tiene una posición, pero en el que nada tiene
sentido, la religi6n
es en adelante el único condicionamiento aceptado y deseado»
(pág. 107). ¿Por-y-para-qué?: «En los países ricos esta inspira
ción religiosa
... siempre traduce la misma decepción frente a la
política
... Habiendo renunciado a encontrar en el orden político
soluciones para las desgracias de los hombres, los nuevos militan
tes de lo humanitario han hecho de la urgencia el principio de
su acción» (ib.). Esto puede ser filantropía, pero ¿puede llamarse
religión?: Conteste el lector. Para
el autor «esta experiencia con-
408
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBLJOGRAFICA.
creta de una relación con los otros. .. es lo que pedimos hoy a la
religión» (pág. 108), por lo que «en adelante hay que entender
por religión, no la creencia en una trascendencia, un Dios, unos
principios, sino, mucho
más modestamente, esa suma de ritos y,
por decirlo así, de hábitos. . . que modelan nuestro comporta·
miento»
(pág. 110). En suma: «El detecho que instaura carece
de Estado, de Dios, de fundamento. En el cielo no sitúa Dios
alguno ni hace descender ninguno a la tierra. Es, hablando con
propiedad, ateo; deja el campo libre a nuevas religiones»
(pág.
112). ¿Qué religiones? ¿Meros ritos mágicos? ¿Espectáculos de
masas? Peto hay que reconocer que este
es el papel que muchos,
aun en ambientes cristianos, tienen de la religión en el mundo
actual
o futuro.
La implacable lógica del autor, al analizat el trasfondo de lo
que tenemos ante
la vista, le obliga a tener que taponar el vacío
de una política
ya caducada y de una religión que prescinde de
la trascendencia, que
es atea: «El becetro de oro» ( cap. 8) des
cribe cómo el ídolo ha suplantado a Dios, pues «pata unificar
un mundo imperial fragmentado por las religiones y las comuni
dades si sólo hubiese procedimientos, no
existiría el imperio»
(pág. 113
). De este modo, «la era de la información, abrumán
donos de saber, hace ilusoria
la espetanza de llevat a cabo una
opción sobre una base técnica...
la respuesta más lógica... es
reintroducir fidelidades en ese mundo abstracto» (pág; 115). Y
nada consigue más fieles adeptos que el dineto. Pero
... «en un
mundo en el que el poder
emana de la capacidad relacional más
que del saber, en que el interés público y el interés privado
tratan de vinculatse
pata una mayor eficacia, la corrupción se
convierte en un término tosco... (Pero) la corrupción sólo es
nociva si no está genetalizada. . . (pues) se traduce en un acceso
desigual a los
servicios del poder público. Peto, desde el momen
to en que este poder público se limita
a prestar unos servicios,
no es anormal, en una economía de mercado, que estos servicios
se remuneten» (pág. 116 ). Así, la corrupción se convierte en
una norma
más de buen funcionamiento social y, además, «con·
cede un agradable consuelo a
los hombres políticos que teman
verse privados de la realidad del podet
... De hecho, nuestro re
chazo instintivo de la corrupción es todo lo que queda de otro
mundo, en vías de desapatición
... hay cietta ingenuidad en ese
querer que los políticos --oficiantes de una religión desapareci
da-mantengan su especificidad» (pág. 117).
Se trata, pues, de cambiat la pequeña «fidelidad» del grupo,
de la comunidad, por el interés retributivo
universal del dinero,
409
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
pues «la retribución social, en prest1g10 social, ha desaparecido
hace mucho tiempo.
Los funcionarios ... han· perdido el respeto
de sí mismos al mismo tiempo que perdían el de sus administra
dos» (pág. 118
). En suma: «La transacción está hoy consagrada
como verdad única de nuestra era y toda demanda solvente
es
una demanda legítima. ¿Cómo no habíamos de hacer del becerro
de oro la divinidad suprema?» (págs. 119-120). Pero surge
la
pregunta: «¿Será suficientemente robusta la universalidad abs
tracta del mundo imperial para resistir la fuerza muy concreta
de las experiencias particulares? . . . ¿
... o vamos hacia un mundo
sin violencias, pacificado por la muerte de las ideas y el triunfo
del becerro de oro?» (pág. 121).
Es decir, subsistirá en algun
ignorado rincón el «salvaje» descontrolado en este «mundo
feliz»
de Huxley o, PQr el contrario, todos serán «hombres sin pecho»
que Fukuyama pide prestados a Nietzsche?
Para el autor, «toda nuestra
cultura se opone a semejante
homogeneización... Acaso
se construyan varios imperios en lugar
de uno solo» (pág. 122). Sería, pues, como alternativa a Huxley,
El Amo del Mundo que R. H. Benson escribió en 1908. Gué
henncJ no es tan apocalíptico, pero advierte que «la guerra mun
dial no sucederá a la
paz. Pero ya no habrá nunca paz ... La era
mundial
es la era de una violencia difusa y continua» (pág. 128).
Estamos, pues, llegando
al final, si no del mundo al menos del
libro, al Epílogo que
yo subtitularía «¿Quo vadis homo?». Em
pieza señalando cómo en «las sociedades de la era imperial ...
todo hombre se convierte en policía y ya no hay policía-jefe con
tra
el que dirigir nuestra rebelión. Y a no estamos · privados de
libertad, sino del pensamiento de libertad. Hemos perdido lo que
cimentaba nuestra dignidad de hombres libres, la aspiración a
formar un cuerpo político. Esta indiferencia tiene efectos más
solapados que las antiguas tiranías ; es dulce como una lenta e
irremediable hemorragia» (pág. 131).
Y así, ¿ qué religión exclusiva y brutal inventaremos para
justificar ante nuestros propios ojos nuestra felicidad en medio
de tantas desdichas? . . . ¿ Sabremos reaccionar de otro modo que
por el temor,
y vivir sin pasiones en el mundo de las pasiones?»
(pág: 133
). Sigue: «A veces, como un soplo, pasa un pensamien
to sacrílego: ¿Cuándo quedaremos liberados de la tiranía del ¡,ro"
greso?» (pág, 134). Para ello, «tenemos que realizar una revolu
ción, y esta revolución no es de orden político, sino espiritual»
(pág. 135). El autor, que constata la
añoranza de la Edad Media,
dice: «pero
no hay Sacro Imperio sin Cristiandad» (pág. 136) y
cree más fácil -«quiere creer»-, al menos como paso interme-
410
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INFORMACJON BlBLIOGRAFICA
dio, «volver a los estoicos ... que supieron ciar a la libertad un
sentido más filosófico que político»
(ib. ), porque «nd existe re
ceta política para hacer frente a los peligros de la era post -polí
tica
... En este sentido es en el que la revolución a ]levar a cabo
es de orden espiritual.
Los debates del futuro se referirán a la
.relación del hdmbre con el mundo, serán debates éticos» (ib.).
Esta es, efectivamente, la situación actual: la dialéctica entre
la ética metafísicamente fundada (Spaemann, J. Pablo II, Rat
zinger, etc.) frente a la pretensión de una ética inmanente (Ror
ty), puesta en un brete jurídico por Dworkin. Lo cierto es que
«ya no sabemos qué
es la libertad en la esfera frecuentada du
rante demasiado tiempo por
la política ... El final de la era de
la Ilustración y su ambición de revelar
m
a la razón y una vuelta a las pasiones oscuras. Para evitar ese
riesgo
es. preciso hoy recuperar la sabiduría.. . preservar la inde
pendencia
del espíritu, nd sólo ya de la política de los dictadores,
sino del empobrecimiento de las conciencias» (pág. 138). Volver,
'pues, al «Comentario del De Trinitate de Bdecio» -el último
hombre clásico o el primero
de la Cristiandad-hecho por To
más de Aquino, donde distingµe la Sabiduría de la Ciencia po
niéndolas en su propio lugar.
Viendo el panorama actual
de la política se ve el valor .del
análisis . de Guéhenno. Hoy impera el puro verbalismo en la dis
cusión intelectual, nadie se · atreve a s.acar las últimas consecuen
cias racionales. Guéhenno
lo hace, poniendo en evidencia la fala
cia del actual disc:w;so político, pleno de rancids «razonamientos»
( ¿ ? ) periclitados, puestos fuera d.,, jul'go por «la astucia de la
razón».
ANTONIO SEGURAFERNS
Paul Johnson: INTELECTUALES (*)
Una breve nota bibliográfica sobre un libro interesante . . . y
divertido, pareja que rara
vl'Z se da en la producción editorial.
Tras su lectura el juicio rápido
de quien aún conserve algún resto
de cultura cristiana, matriz se quiera o no de la cultura occidental;
puede resumirse en dos palabras: ¡Qué sinvergüenzas! Y no se
hace una valoración moral de intenciones, sino sobre los hechos
(*) Ed. Javier Vergara, 1990.
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