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Número 343-344

Serie XXXV

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Paul Johnson: Intelectuales

INFORMACION BIBUOGR.AFICA.
dio, «volver a los estoicos... que supieron dar a la libertad un
sentido más filosófico que político»
(ib.), porque «no existe re­
ceta política para hacer frente a los peligros de la era post· polí­
tica ... En este sentido es en el que la revolución a llevar a cabo
es de orden espirirual.
Los debates del futuro se referirán a la
relación del hombre con
el mundo, serán debates éticos» (ib.).
Esta es, efectivamente, la siruación acrual: la dialéctica entre
la ética metafísicamente fundada (Spaemann, J. Pablo II, Rat·
.zinger,
etc.) frente a la pretensión de una ética inmanente (Rot·
ty), puesta en un brete jurídioo por Dworkin. Lo cierto es que
«ya no sabemos qué es la libertad en la esfera frecuentada du­
rante demasiado tiempo por la política ... El final de la era de
la Ilustración y su ambición de revelar mediante la política el
orden de la razón no será, pues, necesariamente, una renuncia
a la razón y una vuelta a las pasiones oscuras. Para evitar ese
riesgo es preciso hoy recuperar la sabiduría. . . preservar
la inde­
pendencia del espíritu, nd sólo ya de la política de los dictaclotes,
sino del empobrecimiento de las oonciencias» (pág. 138). Volver,
pues, al «Comentario del De Trinitate de Bdecio» -el último
hombre clásico o el primero de la
Cristiandacl-hecho por T <>­
más de Aquino, donde distingue la Sabiduría de la Ciencia po­
niéndolas en su propio lugar.
Viendo el panorama actual
de la política se ve el valor .del
análisis. de Guéhenno. Hoy impera el puro verbalismo en la dis·
cusión intelectual, nadie
se· atreve a sacar las últimas consecuen,
das racionales. Guéhenno lo hace, poniendo .en evidencia la fala­
cia del actual discurso politico, pleno de rancios «razonamientos»
( ¿ ? ) periclitados, puestos fuera de juego por «la astucia de la
razón».
ANTONIO. SEGURA FERNS
Paul Johnson: INTELECTUALES (*)
Una breve nota bibliográfica sobre un libro interesante ... y
divertido, pareja que rara
vez se da en la producción editorial.
Tras
su lectura el juicio rápido de quien aún conserve algún resto
de cultura cristiana, matriz se quiera o no de la cultura occidental,
puede resumirse en
dos palabras: ¡Qué sinvergüenzas! Y no se
hace una valoración moral de intenciones, sino sobre los hechos
(*) Ed. Javier Vergara, 1990.
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existenciales de los biografiados. Son Rousseau, Shelley, Marx,
Ibsen, Tolstoy, Hemingway, Russell, Brecht, Sartre, entre los «in­
telectuales» que de uno u otro modo han influido en el discurso
moderno. Además de estos, todos ellos de primera línea en la
cultura moderna, cita a
dtros, sin duda no tan importantes, pero
no menos influyentes, a veces no por lo que escribieton sino por
su posición influyente en
el mundo editorial,· como Víctor Gollanz
o Lillian Hellman. Y dedica un último capítulo, titulado signifi­
cativamente «La huida de la razón» a escritores de «la gauche
divine»
filomarxista que proliferó tras la Guetra Mundial II:
Orwell, Waugh, Connolly, Mailer, Tynan, Fassbinder, Baldwin y,
finalmente, Chomsky. De estos los supervivientes al declive y
caída final del marxismo, señala
el giro ideológico que forzosamen­
te tuvieron que soportar. As!, Connolly «pronto
se dio cuenta de
que era un hedonista por
naturaleza y describía su meta no tanto
como la perfecci6n, sino la perfecd6n en la felicidad» (pág. 323 ),
para lo que expone un programa de objetivos en diez puntos: «los
principales indicadores de una sociedad civilizada eran los siguien­
tes:
1) abolición de la pena de muerte; 2) reforma penal ... ; 3) eli­
minación de los barrios. bajos; 4) luz y calefacción subsidiada;
5) medicinas gratis y alimentos subsidiados; 6) abolición de la
censura
... ; 7) reforma de las leyes contra los homosexuales y el
aborto y divorcio; 8) limitaciones a la propiedad inmobiliaria;
9) conservación de la bellezas arquitectónicas y naturales ....
;
10) leyes. con.tra la discriminación racial y religiosa» (pág. 325).
Programa actual de la izquierda progresista .
. Hemos empezado por este «profeta menor» pues expone ad­
mirablemente el programa «progresista» que la izquierda ha tenido
que tomar a toda prisa tras el fracaso del «socialismo real» que
les encandiló en los últimos 70 años.
La otra caraterística de este
grupo
es la justificación de la violencia . . . siempre que proceda
de
la izquierda: «La asociación de los intelectuales con la violencia
se da demasiado a menudo para que se pueda descartar como una
aberración» (pág.
328). En efecto, «dado que la furia, cuando se
vuelve hacia adentro, es un peligro para la creatividad, ¿no era
entonces la violencia, cuando se usa, exterioriza y desfoga, creativa
en sí misma? .. . Este fue el primer intento seriamente pensado
y bien escrito, de dar legitimidad a la violencia personal
(como
opuesta a la violencia institucionalizada)» (pág. 331). Y este fue,
precisamente, el caso de Mailer: «Mailer compendiaba
el entrete­
jido
de permisividad y violencia que caracterizó a las décadas de
1960 y 1970» (pág. 333).
He empezado el comentario por el final, porque es el que ahora
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nos afecta. Pero este final tiene un principio y una historia. Que
es, precisamente la que con gracia fina cuenta Johnson. El mismo,
al final de la obra, da cuenta y resumen no sólo de ella, sino del
método que
ha seguido: «Hace alrededor de doscientos años que
los intelectuales laicos
comenzaron a reemplazar al antiguo clero
como mentores
y guías de la humanidad. Hemos observado cierto
número de casos individuales de aquellos que buscaron aconsejar
a la humanidad. Hemos
examinado sus credenciales morales y de
criterio para esta tarea.
En especial hemos examinado su actitud
hacia la verdad,
la manera que buscan y evalúan las pruebas, su
postura no sólo ante la humanidad, sino ante los seres humanos
individuales; la manera que tratan a
sus amigos, colegas y servi­
dores
y sobre todo a sus propias familias. Hemos mencionado
las consecuencias políticas y sociales de seguir su consejo .. .
¿ Qué
conclusiones deberían sacarse?
Los lectores juzgarán por sí mis­
mos . . . Hoy día detecto un cierto escepticismo público cuando
los intelectuales se paran para predicarnos, una tendencia crecien­
te entre la gente común a discutir
el derecho de los académicos,
escritores y filósofos, por eminente que puedan ser, a decirnos
cómo debemos comportarnos»
(pág. 350).
Tras esto poco hay que añadir, pero no me resisto a traer
al­
guna «perlas» que seguro excitarán la curiosidad del lector. Así,
vgr., de Rousseau -«el santo hecho a sí mismo» que dice J. H.
Huizinga-cuenta cómo sus hijos naturales los enviaba al asilo:
«ninguno tuvo nombre. Es improbable que sobreviviera alguno de
ellos por mucho tiempo
... Un promedio de catorce de cada cien
sobrevivía hasta los siete años, y de estos cinco llegaban a la
ma­
durez. Rousseau ni siquiera anotó la fecha de su nacimiento de sus
cinco hijcl; y nunca mostró interés alguno por enterarse de su des­
tino» (pág. 33 ). Por su parte, «Shelley, lo mismo que Byron,
siempre se consideró que estaba exento a perpetuidad de las reglas
normales de conducta sexual»
(pág. 46 ). Lo cual prueba fehacien­
temente el autor.
De Marx cuenta algo que no me resisto a transcribir: «En
todas
sus investigaciones sobre las iniquidades de los capitalistas
británicos, encontró muchos ejemplos de obreros mal pagados
pero
nunca logró descubrir alguno que no recibiera ningún sueldo en
absoluto. Sin embargo
el casO se dio en su propio hogar. Cuando
llevaba a su familia al paseo formal de los domingos, una figura
femenina baja
y gorda cerraba la marcha llevando una canasta de
picnic y otro bártulos. Era Helen Demuth, conocida en la familia
como Lenchen . ..
se había incorporado a la familia von W estpha­
len (la esposa de Marx, A. S.) cuando tenía ocho años como
ni-
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ñera. Comía y vivía, pero nd recibía sueldo alguno . . . Lenchen
fue la amante de Marx
y concibió un hijo de él . . . A Marx le
aterraba la posibilidad de que se descubriera que era el padre de
Freddy y que eso le hiciera un daño
falta! como dirigente y profeta
de la revolución . . . Finalmente convenció a Engels
de que reco­
nociera en privado comc:J una pantalla para disimular en familia ...
Engels murió de cáncer de garganta ... imposibilitado de hablar,
pero decidió que Eleanor no siguiera creyendo que su padre era
inmaculado y escribió en la pizarra: 'Freddy
es hijo de Marx'»
(pág. 90).
Ibsen,
creador del moderno concepto del teatro, «que había
pisoteado las convenciones
y había predicado las libertades de la
vida bohemia, presentaba el mismo una estampa severamente or­
todoxa ... quizá hasta el extremo de la caricatura» (pág. 98), y
más adelante señala cómo «tuvo toda su vida una verdadera pa­
sión por las medallas y las condecoraciones» (pág. 99). Más alec­
cionador es el caso de Tolstc:Jy: «Afirmó que los siervos debían
ser
liberados .

. . Declaró que emanciparía a sus siervos contra el
pago de la renta de treinta años . . . Resultó que los siervos
creye­
ron los rumores que circulaban entonces, de que el nuevo rey,
Alejandro
II, tenía la intención de liberarlos sin condiciones ... y
rechazaron la propuesta . . . Esta era la situación cuando en 1861
Alejandro
II emancipó a los siervos por decreto imperial» (págs
132-13 3
). ¡ La Historia suele jugar terriblemente con los «profe­
tas»!
En nuestro días esto se repite: «La leyenda de B. Brecht ·re­
lata que en la escuela no sólo reJ)udió la religión sino que quemó
la
Biblia y el Catecismo en público y casi le expulsan por sus
opiniones pacifistas. En realidad parece que escribió poemas pa­
trióticos y tuvo problemas no por
su pacifismo, sino por copiar
en los exámenes» (pág. 182).
B. Russell, especialista en lógica del
lenguaje
y autor de Principia Mathematica, cuenta cómo «du­
rante la invasión soviética de Checoeslovaquia . . . le convencieron
de que firmara una carta de protesta junto con otros escritores ...
Decidí . . . que podría tener más efecto en el mundo comunista si
leías
'Del Conde Russell OM y otros'. Pero Russell se dio cuenta
del engaño
y se enojó ... Me dijo que lo había hecho a propósito
para
dar la falsa impresión de que él mismo había organizado la
carta. Lo negué y le dijo que la Ú!Úca intención había sido dar a
la carta
el máximo impacto. 'Después de todo', dije, 'si aceptó
firmar la carta, no se puede quejar si ponen
su nombre primero ...
no es lógico'. '¡Al diablc:J con la lógica!', dijo Russell» (págs. 231·
232). Russell era anticomunista
... pero menos.
Terminamos con algo sobre Gollanz:
«Fue importante no por-
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lNFORMA.ClON BlBLlOGRA.FlCA.
que él mismo produjera alguna idea sobresaliente, sino porque fue
agente a través del
,cual muchas ideas se grabaron en la sociedad
con gran fuerza» (pág. 277). Ideológicamente «fue algún tipo
de
socialista toda su vida, que según él estaba dedicada a ayudar a
los 'trabajadores' .
. .
Pero no hay prueba alguna vez conociera a
algún trabajador ... Tenía diez sirvientes en su casa de Londres ...
Es curioso que la participaci6n de. Gollanz en la causa activa anti­
capitalista date de
1928-30, justo cuando él mismo se estaba con­
virtiendo en
un capitalista de gran éxito» (pág. 284 ). L6gicamente
«esto fue
el preludio de un largo amorío con la Uni6n Soviética»
(ib.), a cuyo servicio puso su
organizaci6n editorial: «En los libros
de
Gollanz comenzaron a usarse .

. . todo
tipo de recursos para en­
gañar a sus lectores . . .
Es as! como en una carta a W ebb Miller
acerca de
un libro sobre España le orden6 la supresi6n de dos ca­
pítulos que sabia decían la verdad» (pág. 286 ). En efecto: «Las
publicaciones del
Club del Libro de Izquierdas estaban concebida
deliberadamente para promover
la Iinea del PC por medio del en­
gaño
... La década del treinta, más aún que otras décadas, fue la
edad de la mentira,
tanto grande como pequeña» (pág. 290).
«Si Víctor
Gollanz fue un intelectual que altero la verdad en
el interés de sus objetivos milenaristas, Lillian Reliman parece
que fue una de aquellas para quienes la mentira
es. algo natural.
Como
Gollanz, form6 parte.de la gran conspiraci6n de Occidente
para
ocultar los horrores del estalinismo» (pág. 297). Era una de
esas intelectuales marxistas
que tenía «otro hábito .peligroso: no
pagaba
el impuesto a las rentas. Como sugieren los casos de Sartre
y de Wilson, entre los intelectuales radicales se nota una tenden­
cia común a exigir programas ambiciosos del Gobierno sin sentir
ninguna responsabilidad de contribuir a ellos» (pág. 308
).
Esto s6lo son unas pocas muestras del análisis que hace Paul
J ohnson de los intelectuales que han conformado el mundo moder­
no, vistos no s6lo
en sus obras, sino en su vida. Podemos terminar
diciendo con el Autor:
« Uno de los temas de este libro es que las
vidas privadas
y las actitudes públicas de los intelectuales desta­
cados no pueden separarse: cada una ayuda a explicar a
la otra.
Los vicios y debilidades privadas se reflejan casi invariablemente
en la conducta en el teatro del mundo» (pág. 282). Porque, como
dice_ el aforismo clásico, «cuando no se piensa como se vive, se
vive·como se piensa».
Y al revés.
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