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Número 347-348

Serie XXXV

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El proceso de unificación europea y la pérdida de la identidad nacional

EL PROCESO DEUNIFICACION EUROPEA
Y
LA PERDIDA DE LA IDENTIDAD NACIONAL
POR
ESTANISLAO CANTERO (*)
Doy por sentado que·con el término :nación, 'a pesar de la vaguedad
que la expresión pueda encerrar, aludimos a una realidad lo suficiente­
mente explícita como para que se pueda entender correctamente
esta comunicación.
A pesar de estar convencido de que el patriotismo constituye la
virtud especial de la pi etas como advertía Santo Tomás ( 1) -insusti­
tuible pata que sea posible la existencia de una auténtica comunidad
política, pues de otro modo los egoísmos particulares hacen inviable
los sacrificios que requiere la contribución al bién común-, no
creo que las naciones estén defirtidas para siempre ni, en consecuencia,
tengan una vida futura perrhanente tal como aparecen en momentos
o periodos de la historia. Son realidades históricas y en la historia
nacen, se consolidan, crecen o menguan, declinan o resurgen, o
desaparecen. U nas son obras de un latgo y lento proceso de decantación
y sedimentación, mientras que ottas ·pueden ·surgir de la noche a la
mañana, con toda su attificialidad y provisionalidad, como ha demos­
trado el· proceso de descolonización del presente siglo; unas son
obra de generaciones alentadas
pót un común sentir generoso, heróico,
(*) Comunicación en el.XXXV Congre.so Internacional-del Institut Inter­
national d'Études
Européennes { 11 y 12 de octubre de 1996, sobre el rema Patrie, Regioni, Stati e il processo di
unificazione
europea.
(1) Suma Teológica, 2ª-2 q. 101, a. 3, ad. 3, BAC, Madrid, 1955. vol.
VIII, pág. 402.
Verbo, núm. 347-348 (1996), 76'5-77'5 76'5
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ESTANISLAO CANTERO
universal y misionero (como fue el caso de España), mientras que
otras aparecen casi en un instante de ímpetu -ya sea patriótico,
revolucionario o egoísta inmediato---, ya sea integrador o segrega­
dor.
La actuación de los hombres, sobre todo de las clases dirigen­
tes,
especialinéhte de los connacionales, suele·ser determinantes en
ese proceso.
Pero pese a
su contingencia, también histórica, no obstante, la
nación, ha sido fundamental
en la historia de Europa. Y lo ha sido
en
un doble sentido. Así, e~ su más co~recta expresión, como sumi­
nistradora de bienes y aglutinadora de esfuerzos, voluntades y con­
ciencias, en cuanto
comunidad política fundamental, pero relativa,
no absoluta.
Otras veces de modo erróneo, por la maquiavélica vo­
luntad de poder, por considerar al príncipe «legibus solutus», o
por µ.n exacerbado nacionalismo -a veces de nuevo cuño, creando
artificialmente
una nación-, que vuelve del revés al patriotismo-,
exigiendo al
amor a la patria, hecha un absoluto, que se convierta
en odio a todo lo
que se enfrenta a esa patria diyinizada. Y es que la
nación sigue siendo fundamental, puesto que «los derechos del hombre
sólo
se hacen efectivos en el. interior de las comunidades naturales
en las que desarrolla su vida» (2).
La~ di-versas naciones se diferencian entre si por múltiples ras­
gos o características,
que pueden tener poca o gran entidad, de
modo tal que cuanto más importante sea una de esas característi­
cas, mayor
es la diferencia que causa respecto a otras· naciones. Esas
características diferenciadoras, a
su vez, pueden referirse a diversos
ámbitos: jurídico, político,_ religioso, lingüístico, racial, económi­
co, al
modo de entender la vida; a una cosmovisión. A su vez, unas
diferencias
pueden ser tan sólo circunstanciales o coyunturales,
mientras
que otras son más permanentes hasta afectar a lo más ín­
timo y profundo de una nación. Así, mientras que la diferencia de
lengua es de escasa o incluso nula trascendencia o la forma de go­
bierno ·puede ser transitoria
y·no arraigada, en cambio, otras resul-
(2) JUAN PABLO II, «Discurso a algunos líderes de partidos demócratas
cristianos», 23 de noviembre, cfr.
Verbo, núm. 317-318 (1993), pág. 677.
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tan de mayor importancia, como el sistema jurídico basado en la
ley o
la costumbre, hasta llegar a algunas que son trascendentales
como ocurre con la radical diferencia entre
una nación que es cató­
lica,
otra que no lo es y otra que es musulmana.
La nación
se define, ante todo, por un patrimonio espiritual, si
se quiere cultural en su más amplio sentido, que es la tradición.
Con ello
se atiende al ser más íntimo de la nación y de sus hombres.
Atendiendo al sentido más profundo
y fundante de la tradición,
hay naciones con tradiciones
muy dispares y hasta antagónicas,
mientras que otras tienen tradiciones
más similares. Así, por ejem­
plo, las naciones que formaron
la Europa de la Cristiandad medie­
val, además de estar embebidas
en los principios católicos, vivían a
la sombra del Papado
y del Imperio. Con ser diferentes, sin embar­
go, parece ser que era mucho más
lo que las unía que lo que las
separaba
-a pesar de las rencillas-lo que hizo posible aquella
realidad.
En cambio, el descubrimiento, colonización y evangeliza­
ción de América, supuso para los españoles el tener que erradicar la
lacra de los sacrificios humanos y el
culto a los demonios, tradicio­
nales en algunas culturas precolombinas. O
la concepción de la
libertad del hombre, propia de las naciones europeas forjadas a la
sombra del mejor pensamiento griego
y del cristianismo, y que no
aparece en otras naciones ajenas a ese
ámbito cultural.
Esto
permite indicar, de pasada, que no todas las tradiciones
«valen» lo mismo; que las hay mejores y peores, buenas y malas. Y
es que, en cierto modo, tradición es lo pasado que merece conser­
varse,
y que, por eso mismo, es plenamente actual, transmitido de
generación en generación y acrecentado
y mejorado por sucesivas
generaciones.
La tradición es. condición de progreso, pero no es an­
quilosamiento, ni conservadurismo
(3 ). De un lado, tiene que estar
abierta a la verdad y de otro,
tiene que ser tamizada por el crisol de
la moral.
Lo contrario haría imposible una vida humana para la
inmensa mayoría-los más débiles-, enfangándonos en una jungla
(3) Cfr. AA. VV., Revolución, ConJef"Vadurismo y Tradición, Speiro, Madrid,
1974.
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EST ANISLAO CANTERO
sin verdadera ley y haciendo de la sociedad un hormiguero totalitario
o una asociación de malhechores.
En la historia se produjo hace dos
mil añ~s un hecho fundamental y gratúito, en absoluto condicionado
por la historia, que fue la Encarnación de Cristo Nuestro Señor,
verdadero Dios
y verdadero Hombre .. Desde entonces, en un lento
proceso el criterio valorativo que
se impuso por si mismo, fue la
moral católica, sobreañadida a
la moral natural practicada por aquellos
que cumplían la ley natural. Y la cristianizac~ón operada sobre las
ruinas del Imperio romano con
la conversión de los pueblos bárbaros,
fue lo que hizo posible las naciones que formaron
la Cristiandad
medieval;
es decir la primitiva europea.
De este -modo,
mientras que hay naciones que se distinguen
mucho de otras, otras son muy similares entre si. En principio,
estas últimas parecen mejor
dispuestas que aquellas para un proceso
integrador entre ellas, e incluso unificador si las diferencias son
mínimas o resultan inexistentes. Aunque puede ocurrir que se
logre mejor
entre naciones más diferenciadas, si entre las más
similares prevalecen los egoísmos respectivos, mientras que entre
las otras existe la disposición real a trabajar
por una causa común,
que respete su diversidad. Caben, pues, procesos integradores en
organizaciones políticas más amplias
que las de la nación, como
ocurrió,
por ejemplo, con las Españas de los Austrias. Así, las
tradiciories respectivas-son un obstáculo a los procesos unificado­
res, mientras
que no tienen por qué serlo respecto a los procesos
integradores
que busquen un superior ·bien compartible y com­
patible con todas ellas.
La idea de una organización supranacional no es, desde luego,
nueva. Y la comunidad universal de todos los pueblos con su bien
común universal, máxima· expresión del orden internacional, fue
.
formulada por Vitoria hace más de 450 años. Pero caben muchos
modos de realizar esa idea
de una organización supranacional. Uno
de ellos supone el respeto
por la historia, y, por ende, de la realidad
vital de las naciones. El
otro lo ignora. El primero es un proceso
integrador en el que cada parte conserva su propia especificidad.
Se
trata de un compuesto heterogéneo y no homogéneo en análogo
sentido al que Aristóteles refiere a la
polis, a la comunidad política
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EL PROCESO DE UNIFICACION EUROPEA Y LA PERDIDA DE LA IDENTIDAD NACIONAL
(4). El segundo es un proceso unificador, mejor dicho, uniformista,
en el que se pretende lograr una unidad homogénea, sin posibilidad
de toda diversidad incompatible con aquella concepción unitaria.
En el primero, la riqueza de la diversidad de la pluralidad es constitu­
tiva de su superior unidad; en el segundo, ésta se consigue aniquilando
la pluralidad y se erige sobre sus ruinas. Esto destruye lo característica­
mente propio de cada nación. El primero es hijo de la realidad na­
tural, asentado
en los principios naturales proclamados y defendidos,
por la doctrina católica. El segundo es un proceso iniciado por el
absolutismo monárquico y heredero de los revolucionarios de la
Revolución francesa.
Pero ese segundo proceso
admite otra variante, en la que la base
del edificio no
la constituyen ya las anteriores naciones --eso sí,
sin su respectiva identidad-· diferenciadora-, sino nuevas entida­
des desgajadas de las antiguas, o incluso, sin intermediación de
éstas, directamente los nuevos ciudadanos. Así el nuevo edificio
resultaría de la destrucción de lo que
se pretende integrar o unificar,
sobre la base de nuevas realidades territoriales y políticas que ofrezcan
menores dificultades al proceso unificador o
se vinculen directamente
a él; e incluso prescindiendo
de intermediarios de modo que .los
escombros puedan ser amalgamados más fácilmente entre si, al haberse
eliminado todo tipo de obstáculos.
¿Cuál de esos caminos es
el que ha sido elegido? Parece ser que
el primero, desde luego, no.
El proceso actual de la Unidad Europea se basa en los diversos
Estados, y tiene, entre otras, estas características fácticas principales:
En
primer lugar, las· diferencias entre las naciones son pequeñas.
Debido a un proceso iniciado al romperse la tradición común de la
Cristiandad, caracterizada por la unidad en la variedad, las naciones
actuales europeas no parecen
diferenciarse entre si en sus concepciones
fundamentales,
y la nueva cosmovisión de la modernidad, ha susti­
tuido a la católica. En esta senda se continúa presionando a los
(4) ARISTÓTELES, Política, III, 4, 1277a, (trad. de Julián Marías y María
Arauja), Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1983, pág. 73.
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Estados para que se prescinda de su historia y de sus caracteres más
específicos: «cada uno en su casa se ve obligado a cerrar el sepulcro
de su Cid con siete llaves» (5 ), lo que en el caso español ha sido
espectacular. Esto puede -traducirse, efectivamente, en una mayor
facilidad para «esa» unión.
En segundo lugar, el Estado moderno,
asentado en la dogmática del pluralismo ideológico relativista,
muestra,
in crescendo, su incapacidad para detener el proceso de des­
trucción interno que. abarca todos los ámbitos: religioso, cultural,
político, social, educativo, etc.
Este doble fenómeno, sin embargo, puede albergar en su seno la
paradoja de que la uniformidad
se traduzca, a la postre, en ruptura.
En efecto, si bien la pérdida de la tradición.nacional respectiva, de su
espíritu propio, puede llevar a la unificación igualitaria en un orga­
nismo supranacional, también es posible que pueda conducir a que
los Estados ya constituidos puedan fragmentarse al carecer de aquel
elemento cohesionador fundamental que era su respectiva tradición.
En efecto, si no hay ya una tradición nacional que se sobreponga a los
caracteres de la modernidad,
en los que, ese mismo pluralismo preco­
nizado se ha encargado de cegar las fuentes del bien común, cabe
preguntarse, ¿que razón hay para mantener esa unidad nacional? Así,
los movimientos separatistas o secesionistas encuentran en la misma
ideología que sustentaba al Estado moderno el caldo de cultivo para
todo tipo de aventuras y de egoísmos, casi siempre disfrazados me­
diante
la reconstrucción artificial de un pasado que asegura un mejor
porvenir con la escisión. ¿Sería posible ese proceso de unificación con
la ruptura de los Estados actuales? Sobre todo, porque si se inicia este
proceso con éxito en algún lugar ¿quién será capaz de detenerlo?
El actual proceso de la Unión Europea, en cuanto entidad política,
parece significar el certificado de defunción de la identidad nación­
estado-democracia, y el acta de nacimiento de una forma política
nueva, al margen del modelo constitucional democrático (6). Una
«nueva organización de poder, de tendencia tecnocrática» que insti-
(5) ENRIQUE BARÓN, Europa en el alba del milenio, Acento, Madrid, 1994,
pág. 3.
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tuye «una nueva comunidad política, superpuesta sobre las existen­
tes» (7), en la
que «los viejos Estados europeos serían cosoberanos
hacia la
unión y estrategas respecto de sus propias sociedades» (8).
Como organización supranacional,-no se basa en el principio de
subsidiariedad, ni en una idea-de orden diferente del que ella misma
pretende construir; por el contrario, parece asumir los mismos caracte­
res del centralismo
y el dirigismo que anteriormente ,utilizó el Estado.
Pero lo verdaderamente preocupante no
es la quiebra de la noción
de soberanía, pues además de ser errónea, el Estado
es una invención
moderna,
por lo .que la pérdida de competencias- consideradas exclusi­
vas no tiene, en principio,
por qué ser perjudicial. Es más, lo único
que hay que lamentar es que la razón de Estado se traslade a la
Unión. Lo preocupante es la filosofía que subyace en el proyecto de
unidad que se está construyendo.
Su finalidad parece ser
la potenciación de la influencia en el
mundo de cada uno de los Estados mediante una concentración de
poder, que asegure unos intereses básicamente económicos del estado
de
bienestar en Europa. Algunos de los .«principios» de la Unidad
Europea aparecen con claridad: indiferencia religiosa y laicidad
fundamental (9); la democracia como valor moral (10) y como
sistema
político (11) aunque se sustraiga a ella algo tan esencial
como la
política monetaria, lo que ha permitido a Rozas hablar de
invariante económica frente a la invariante moral
que se rechaza
(12); el
pluralismo ideológico con todas sus secuelas, el relativis­
mo moral. A su lado, hay otros no expresamente confesados, pero
(6) ANDRÉS ORTEGA, La razón de Europa, El País/Aguilar, Madrid, 1994,
págs. 95 y 99.
(7) JUAN MANuEL ROZAS, resefia crítica de la obra citada de Andrés Ortega;
Verbo, núm. 327-328 (1994), pág. 878.
(8) MIGlJEL HERRERO DE MlÑON, Prólogo a la obra citada de Andrés On:ega,
pág. 12.
(9) A. ORTEGA, op. ch., pág. 156.
(10) A. ÜRTEGA, op. cit., pág. 90.
(11) E.
BARÓN, op. cit., pág. 33.
(12) J.M. ROZAS, "La.invariante económica del Tratado de .Mastrique",
Verbo núm. 321-322 (1995), págs. 17-39.
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EST ANISLAO CANTERO
abiertamente visibles como si se· tratara de normativas comunes
que se han ido imponiendo. como si-fueran verdaderos derechos
como el divorcio
y el aborto.
Y
es· ·que la actual reconstrucción europea, aunque a ~eces se
aluda a orígenes-más lejanos, ,hunde sus-fundamentos más remotos
en la bifurcación que se produjo.en Europa al romperse la Cristiandad
y
-busca sus raíces .. en la filosofía iluminista con todo lo que vino
después.
Es fundamentalista en cuanto a la secularización. No es
clásica ni cristiana, sino moderna (13). Y creo que el diagnóstico de
Francesco
Gentile sigue siendo cierto hoy día: que el proyecto de
integración europea continúa por la senda de «la homogeneización
ideológica de los europeos, realizada por la evangelización secularizada
del racionalismo economicista» (14).
Esto
permite preguntar, si, fenecida la ortodoxia pública (15),
quedará algún rasgo de-verdadera importancia y auténtico valor,
no ya de la tradición nacional respectiva, sino incluso, de la común
otrora compartida. En efecto, ante los problemas planteados por la
inmigración, no falta el interrogante sobre si la sociedad europea
del futuro, deberá recuperar una identidad tradicional, preservan­
do lo que áun queda hoy, propio de una sociedad integrada, o, por
el contrario, se establecerá, más allá del actual pluralismo -si­
guiendo su·dirtamismo lógico filosóficü----', una mezcolanza infor­
me, un melting pot (16).
(13) ESTANISLAO CANTERO, "Sobre los fundamentos de Europa y la recons­
trucción europea",
Verbo, núm. 343-344 (1996), págs. 424-431
(14)
FRANCESCO GENTILE, "11 _problema dell'integrazione europea", en Danilo
Castellano (ed.),
Al di la di Ocddentee Oriente: Europa, Edizioni Scientifiche Italiane,
Nápoles, 1994, pág. 22.
(1 S) RAFAEL GAMBRA ÜUDAD, "La unidad religíosay el derrotismo católico, (prólogo
de
Juan Vallet de Goytisolo), Editorial Católica·Española, Sevilla, 1965; IDEM,
Tradición o mimetismo, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1976, págs. 91-
96; MIGUEL AYUSO TO.RRES, "La unidad católica y la España de mañana", Verbo,
núm. 279-280 (1989), págs. 1421-1439.
(16) EUGENIO NASARRE, "Europa del siglo XX: Un colonialismo de ida y
vuelta", en Alberto Dou (ed.), Europa, raíces y horízontes, Universidad Pontificia
Comillas, Madrid, 1994, pág. 131.
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Y es que perdido el sentido de la política contaminado por la
ideología (17),
sustituida por una difusa y permanente razón de
Estado {18) y eliminado el bien
común (19), no se ve una tarea ni
un pensamiento común compartido-eri el proceso --que sean con­
fesables-que vayan más allá de los intereses económicos (¿de quié­
nes?) y de una dirección tecnocrática, ni una razón válida para man­
tener las tradiciones nacionales
ni la, cada vez más difusa, tradición
común europea.
Así,
.en España, por ejemplo, el desastre del 98 afectó al ser y a
la conciencia nacional, produciéndose
un gran debate y una crisis
no superada hasta el enfrentamiento de 1936.
En cambio, el ingre­
so
en la.Unión Europea; que ha supuesto un cambio radical institu­
cional. e ideológico, impuesto silenciando en lo posible las voces
realmente disidentes
-tradicionales-, aparentemente ha sido
aceptado por el stablisment político y de los medios de comunicación.
Y, así, lo que parece ·dar sentido a España como nación,
es lograr
estar
en la Unión Europea en las «mejores» condiciones. Peto siendo
cierto que
es una meta, parece que la principal, de la política guberna­
mental,
en .cambio, .no es seguro que haya alcanzado eco suficiente
como para entusiasmar a los ciudadanos
y uncirse a un carro del
que sólo
s_e ven los sacrificios que comporta.
Con todo, las naciones parece .que tienen que seguir siendo la
base para cualquier
tipo de organización supranacional, pero en
toda su complejidad, no sólo como entidades territoriales o adminis­
trativas. Son múltiples las alusiones, y a veces las comparaciones,
con la Cristiandad medieval y su pluriverso político, cuyos ejes no
los constituían los poderes soberanos bodinianos, sino el Imperio y
el
Papado: Sin embargo, aun cuando el símil pueda evocar aquella
época hay una diferencia esencial: aquella
se basaba en la naturaleza
de las cosas y en la fundamental
unidad de creencias religiosas, que
(17) Cfr .. F. GENTILE, op. cit., pág. 22.
(18) Cfr. F. GENTILE, Intelligenza politica e ragion di Stato, Giuffre, 2ª ed., 7ª
reimp., Milán, 1984.
(19) Cfr. DANILO CASTELLANO, La razionalitd dellapolitica, Edizioni Scien­
tifiche Icaliane, Nápoles;
1993, págs. 41, 55, y passim.
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EST ANISLAO CANTERO
es lo que la hizo posible. Y una característica estructural de la con­
cienCia europea consiste en «specificare nel comune i diversi e ari­
conoscere fra la
diversit8. il comune», como recordaba en esta misma
sede Francesco Gentile en
el Convegno de 1992 (20). En esa diver­
sidad, no es la menos
imponante la necesidad de que se conserven
las auténticas tradiciones.
Creo que todo eso está
en vías de extinción. El rechazo de una
fundamentación natural
de la sociedad, sustituida por un funda­
mento convencional (21), la crisis del Estado
y del constitucionalismo,
puesto de manifiesto en diversas ocasiones
por Grasso, también en
esta sede (22), la intrínseca enfermedad de
la democracia (23) que
lleva a «la imposible fundamentación de
la política» como ha ad­
vertido Giurovich (24)
-y hasta a la incompetencia para gestionar
racionalmente
la política económica, tal como ha indicado Gaslini
(25),
tema que pretendía justificar el creciente poder desnatura­
lizador del
Estado-, no puede conseguir que los lazos comunitarios
los sustituyan, eficaz y válidamente, las ficciones voluntarista­
relativistas.
Por ello, cualquier proceso de integración supranacional,
y por
ende el europeo, debe asentarse necesariamente, si se quiere seguir
siendo herederos de la auténtica Europa, sobre la base del reforza­
miento de la tradición nacional, amparada en
una superior finali-
(20) F. GENTILE, "Il próblema ... ". op. cit., pág. 21.
(21) Cfr. D.
CASTELLANO, La razionalitd ... , cit., pág. 69.
(22) Cfr. PIETRO GIUSEPPE GRASSO, "Integrazione europea e Diritto costi­
tuzionale", en D. CASTELLANO (ed.), Nuove integrazioni dell'Europa, Edizioni Scien­
tifiche Italiane, Nápoles, 1993, págs.
85-97 y "La decadenza dello Stato nazio­
nale e l'Eurdpa", en
D. CASTELLANO (ed.), L'Europa tra autonomie e integrazione,
Edizioni Scientifiche Italiane, Nápoles, 1994, págs. 11-19.
(23) Cfr.
AA. VV., ¿CrisiJ en la democracia?, Speiro, Madrid, 1984.
(24)
GIANCARLO GIUROVICH, "Postille al dibattito sulla crisi istituzionale",
en D.
CASTEllANO (ed.), La decadenza della Repubblica e l'assenza del politico, Monduzzi,
Bolonia, 1995, pág. 150.
(25) Cfr.
MICHELE GASLINI, "Spunti critici, per un lineamento analitico
dell'orientamento legislativo
della prima Repubblica italiana, in tema di diritto
dell'economia";en la obra anterior, cit., págs. 122-123.
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EL PROCESO DE UNIFICACION EUROPEA Y LA PERDTDA DE LA IDENTIDAD NACIONAL
dad común, verdadero biei;i común supranacional, que tienda no
sólo al bien particular, sino al universal de la comunidad humana.
Juan Pablo II en reiteradas ocasiones ha expresado con vigor esta
necesidad. Y sólo de ese modo se podrá construir con fundamento.
Comenzando
la casa por los cimientos, y en consecuencia, abando­
nando
la pretensión de sustituir a Dios por la voluntad de los hom­
bres, y conscientes de que no sólo no somos dioses, sino que Dios
existe, hacer de
su voluntad y de sus leyes, normas para la convi­
vencia social, tal corno ocurrió
én la vieja Europa. Y es que, como
ha señalado recientemente Gazapo Andrade, "la creación carolin­
gia supuso el nacimiento de Europa, porque el Imperium no fue
tanto un territorio ( ... ), sino un estilo de vida tendente a encarnar
el «Reino de dios» en las realidades temporales" (26). Por eso, con
reiteración, Juan Pablo 11, exhorta, exige que Europa vuelva a sus
raíces auténticas, a las raíces cristanas (27).
(26) GAZAPO ANDRADE, BIENVENIDO Fundamentos de Europa, Fundación
Universitaria Española,
Madrid, 1994, pág. 291.
(27) Cfr.
VALLET DE GOYTISOLO, JUAN "Europa desde la perspectiva de
Juan Pablo II", Verbo, núm. 257-258 (1987), págs. 901-954.
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