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Número 347-348

Serie XXXV

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Julián Gil de Sagredo

IN MEMORIAM:
JULIAN GIL DE SAGREDO
Le conocí a mediados de los años sesenta, -la «década infa­
me»-, en un homenaje a Don Joaquín Pérez Madrigal con motivo
de haber editado el número cien de su pintoresca -y fundamen­
tal-revista «¿Qué Pasa?». En el preceptivo discurso, Julián estu­
vo brillantísimo; tanto, que aquella intervención fue un.hito en su
carrera paralela de servicio a Dios y a la Patria; algo así como «su
puesta de largo».
No es que fuera un recién llegado; desde siempre,
Julián Gil de Sagredo había sido un trabajador de los contratados
en la hora
de prima. Pero a partir de aquel éxito quedó articulado
permanentemente con todos los grupos católicos
que iban surgien­
do a impulsos de los sorprendentes avances de la Revolución, rehecha.
Se habían acabado las rentas de la Cruzada de 1936. El asedio
internacional, más
sutil y experimentado que en 1946, constreñía
a Franco a replegarse,
metro a metro, tesoneramente. La situación
se había agravado y complicado por la aparición de un factor nuevo
e inesperado, la crisis religiosa en
torno al Concilio Vaticano 11. La
libertad religiosa implicaba para más adelante otra igualdad jurí­
dica entre
la verdad y el error, ésta en el ámbito de los partidos
políticos. Puesta en marcha, la Revolución
se acrecía, cada vez más
atrevida. Lentamente, los católicos iban saliendo
de su estupor ini­
cial,
se despertaban -algunos-, y surgían grupos e iniciativas
para
la defensa y promoción ----con independencia del Estado y de
la Iglesia
oficial-de la presencia viva del catolicismo en la vida
pública y política. En aquella primera gran movilización defensiva
de la postguerra,
Julián Gil de Sagredo fue de los primeros, y más
que como soldado de filas, como abanderado.
Así entroncó con La
Ciudad Católica y la Editorial Speiro que
habían nacido poco antes, cuyo brío inicial se había estancado con
Verbo, núm. 347-348 0996), 831-833 831
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IN MEMORIAM
la crisis periconciliar. Fue asiduo de nuestras reuniones semanales,
a las que trajo
mucha gente que luego,- como el joven rico del Evan­
gelio,
se marchaba al ver que de ellas no salían directores generales,
ni embajadores, ni siquiera gobernadores civiles o cónsules. El per­
severó hasta el fin y el Señor le
habrá dado ya la corona de laurel
que guarda

para los que corren
en el estadio y llegan hasta la meta.
Sus intervenciones eran valiosas
por la gran cultura y preparación
remota que tenía; como los buenos maestros, decía lo que
tenía que
decir y
luego, en vez de entedarse en polémicas, se retiraba discre­
tamente, con señorío andaluz.
En los índices de Verbo se encuentra
muy repetido su nombre y también en los programas de nuestros
congresos anuales. Su oratoria era
muy sistematizada, con un cierto
aire profesoral, escolástico, sin latiguillos y
muy didáctico.
En polftica tenía
un cierto abolengo falangista y franquista y
una visión global de la situación, poco propicia para las fragmenta­
ciones del mal menor. Esto le llevo a buscar una extrapolación política
para su celo apostólico; y como
La Ciudad Católica no podía pro­
porcionársela
por su esencial espíritu, la fue a buscar a Fuerza Nueva
donde realizó
una labor meritoria y dilatada, simultánea a la ofre­
cida a Speiro.
Se presentó por este grupo a las elecciones a Procuradores
en Cortes, por Guadalajara primero, y·por Almería, después. Llegó
tarde; la Revolución ya estaba
muy instalada en la sociedad española.
Con ser tantas y tan buenas cosas las que h-izo en esta organización,
una destaca sobre todas, su libro Educación y subversión, en que de­
nuncia, creo que el
primero en España, el· carácter y la conducta
anticristianas de la
UNESCO. La mentalidad acomodaticia, mal­
minori.Sta y cobarde de la época postconciliar ha sepultado esta
pequeña joya.
La biografía de
Julián Gil de Sagredo sirve de hilo conductor
para recordar y ordenar la historia de España en aquellos años. Al
final de la vida de Franco las olas de la Revolución batían la piel de
toro como la cubierta de
un buque desmantelado y a la deriva. Con
un doble efecto contradictorio: seguían suscitando grupos de resis­
tencia católicos, pero
por otro lado inhibían ya a muchos pusiláni­
mes. A los pechos de la
Hermandad Sacerdotal Española nacieron
las Uniones Seglares
y Julián Gil de Sagredo presidió muchos años
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INMEMORIAM
la de Madrid, bajo la advocación de Ntra. Sra. de la Almudena. Un
grupo de veteranos cuyas miradas traspasaban las cortinas de humo
y del mal menor centró sus tiros en la Reconquista de la Unidad
Católica,
tan vilmente entregada, y que es el nudo gordiano de la
situación; él nos ha presidido hasta su muerte y, como tal, ha con­
currido todos los años a las Jornadas
Nadonales de las Uniones
Seglares organizadas
por la revista «Siempre P1Alante». Guarda
ésta, en su colección
-ya más de trescientos números-, un fabu­
loso acervo de datos y comentarios para escribir la historia religiosa
de «la transición»; en buena
parte este tesoro se debe a las rapidísi­
mas y oportunísimas incursiones en sus páginas, de
Julián Gil de
Sagredo, nacidas en su observatorio de Madrid. Era
un hombre ex­
cepcionalmente bien informado.
Su recuerdo tardará mucho
tiempo en borrarse; sus escritos per­
manecerán para siempre.
MANUEL DE SANTA CRUZ
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