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Número 355-356

Serie XXXVI

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La propagación escrita de la Fe

LA PROPAGACIÓN ESCRITA DE LA FE
POR
ESTANISLAO CANTERO (*)
A estas alturas de las Jornadas, cuando estamos a las puertas
de su clausura, parece innecesario aludir a la obligación que tene­
mos todos los católicos de contribuir a la propagación de nuestra
fe y a la imperiosa necesidad de apoyar a aquellas iniciativas que
se dedican específicamente a dicha labor por diversos medios.
Si
estamos aquí es porque, ante el panorama actual de nuestra
España, ante los rumbos que ha tomado, o mejor, que han toma­
do por ella, comprendemos que, en cuanto católicos españoles,
estamos obligados a procurar que se corrija y se recupere la uni­
dad católica perdida, ideal al que muchos de los presentes os ha­
béis solemnemente comprometido.
Vivimos en una sociedad revolucionaria e inmersos en un
ambiente revolucionario, en cuanto contrarios a la voluntad de
Dios. La
tarea de reconstrucción de la ciudad cat6lica, a lo que
San Pío X exhortaba a todos los católicos y constituyó parte cen­
tral de su pontificado, y que hoy podemos decir que, con la fór­
mula de «nueva evangelización», sin solución de continuidad,
encontramos en la insistente predicación de Juan Pablo 11, es cier­
tamente difícil y el éxito no parece próximo sino más bien inal­
canzable para nuestras fuerzas. Pero esto, lejos de llevarnos al
pesimismo y al abandono, nos tiene que servir para redoblar nues­
tros esfuerzos.
(*) Conferencia desarrollada en las VIII Jornadas de la Unidad Católica
(Zaragoza,
18-20 de abril de 1997), sobre el cerna general: Los católicos espa­
ñoles y la propagación hoy de la
fe.
Verbo, núm. 355-356 (1997), 535-541 535
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No debemos olvidar que una de las causas del retroceso del
mundo católico es la desidia y el conformismo de los católicos.
No es que no creamos íntegramente rodas las verdades de la fe o
que no intentemos cumplir, a pesar de todas nuestras caídas, los
mandamientos. El abandono de los católicos, nuestros propios
abandonos,
no están ahí, están sobre todo, en el terreno de la
acción y del apostolado. Cuántas veces los católicos se han con­
formado
-nos hemos conformado-con una vida religiosa y unas
prácticas devoras, pero
sin ir acompañadas de un cometido esen­
cial,
como es el de ser permanentemente testigos de Cristo, y en
consecuencia, realizar
un apostolado continuado. Sin descansos.
En todos los ámbitos de la vida y respecto a todas las cuestiones.
Y es que el católico no puede, sin traicionar a Cristo Nuestro
Señor, rehuir su condición, renunciar a sus obligaciones. Nuestra
vida ha de ser una continua y constante entrega al combate por
Cristo. Y esta obligación parece más perentoria en cuanto los avan­
ces
de la Revolución son mayores y mayores, también, los aban­
donos
de los católicos. En esta empresa contrarrevolucionaria de
reconstrucción
de la ciudad católica, para mayor gloria de Dios,
bien de las almas y nuestra propia santificación, interesa sobre­
manera que comprendamos y seamos plenamente conscientes de
que lo más importante de todo, después de encomendarnos a Dios
y rogarle su ayuda, es la fuerza de la acción de los hombres. Nada
es capaz de reemplazarla y sin ella todo estará perdido. Por consi­
guiente, nuestro trabajo, el de cada uno en nuestra esfera de com­
petencia, ha de aumentar considerablemente.
Me corresponde hablaros de la propagación escrita de la fe. El
impreso,
es decir, todo aquello que cabe englobar bajo esta pala­
bra, desde el libro hasta la hoja volandera, pasando
por la revista,
el periódico y el folleto, resulta un medio indispensable para la
propagación de la fe y la tarea de reconstrucción de una sociedad
católica. Pero
aunque indispensable, no deja de ser un medio se­
cundario. Secundario
ante el principal, constituido por la acción
personal de cada uno y de las redes de grupos concertados entre
sí. Nunca la lectura suplirá a esta acción, a la actividad personal
que habla, razona y puede convencer. Esta consideración, sin em-
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bargo, no nos debe llevar a minimizar la importancia del escrito,
sino
tan sólo a situar cada cosa en su lugar y ser conscientes de
que la propagación de la
fe y la reconstrucción de la sociedad
católica ha de hacerse
contemplando el asunto en su totalidad,
conscientes del fin
que se pretende y de la armonía entre los me­
dios para conseguirlo.
Es necesario
partir de un hecho desgraciado ante su evidente
realidad. El retroceso de las fuerzas católicas, no en el plano so­
brenatural,
por supuesto, sino en los aspectos sociales y políticos.
Lejos estamos de aquellos años
en los que Pío XI en su Quas Pri­
mas estableció la festividad de Cristo Rey, con el ánimo de im­
pulsar el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo animando a
los hombres a su reconocimiento.
Ante este retroceso es cada vez más necesario impulsar todo
tipo de apostolado, y, por tanto, también el que es posible reali­
zar
por medio del impreso. Para rebatir desvaríos, errores, falsifi­
caciones
y mentiras;_ para difundir la sana doctrina; para conser­
var la memoria histórica;
para poder elaborar un trabajo sobre
fundamentos verdaderos.
Así, este medio
de propaganda resulta imprescindible, en pri­
mer lugar, como sólido y permanente auxiliar de nuestra forma­
ción. Como católicos
y como españoles, como católicos españoles,
tenemos
un ideal. Y parece evidente que el ideal es lo primero.
Sin él, todo lo demás cae, carente de base. Tanto porque carecere­
mos
de fin al que dirigirnos como de causa que nos motive para
entregarnos a ella. Y
sin esto no hay trabajo eficaz. Y en esa en­
trega a la causa codos tenemos un puesto: el que resulte más apro­
piado a nuestras
aptitudes y conocimientos y a nuestra vocación,
o el que sea preciso
cubrir para tapar una brecha cuando las cir­
cunstancias lo exigen. Pero,
en cualquier caso, la labor que reali­
cemos la debemos conocer a fondo, no dejando nada para la
im­
provisación, pues esta es una de las razones de muchos fracasos.
Las buenas intenciones, por si solas no conducen a
buen fin. De
ahí la importancia y la necesidad de la formación y del estudio.
Ambos son necesarios para
poder precisar el ideal ¿Qué queremos
y qué rechazamos? ¿Por qué? ¿En qué forma se puede lograr? ¿Qué
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es lo que contribuye a conseguirlo o, por el contrario, nos aparta
de él? ¿Qué medios hay que emplear?
El
patriotismo no consiste sólo en el amor a la patria en que
vivimos. Es también, y sobre todo, amor a la historia de España,
a los antepasados
que la forjaron, a la tradición que la hizo posi­
ble y a las generaciones
futuras que hemos de legarla. Por otra
parte, sólo cabe amar aquello que se conoce, y cuanto mejor sea
ese conocimiento, más fuertes
podrán ser los vínculos de unión.
¿De
dónde sacará el patriotismo sus fuerzas? Se nutre del senti­
miento y de la razón. El sentimiento por sí solo no basta. Así, el
romanticismo político,
movimiento disgregador y nocivo que está
en la raíz de la democracia moderna, colocaba el sentimiento como
guía y director, usurpando la funciones de la razón. Por eso, con­
trarrevolucionarios como Maurras o Vegas Latapie lo
combatían,
no porque rechazaran el sentimiento, sino porque había sido ele­
vado a
un rango que no le corresponde.
El
patriotismo exige, pues, conocer a la patria que decimos
amar. Condición
para saber qué es lo que realmente amamos y
por qué lo amamos. Y para ello es neGesario formarse y estudiar.
Porque el estudio es la base de toda acción eficaz que pretenda
edificar con fundamento.
Pero no es sólo nuestra propia formación la que necesita el
impreso.
También es necesario para la divulgación de las buenas
ideas, de la verdad,
para que pueda llegar a otras personas, alejadas
de nuestros círculos, a las que no conocemos y que de otra forma,
muchas veces, no
tendrán otro modo de acceder a ellas. Ignora­
mos, casi siempre, los efectos saludables que producen una buena
revista o un buen libro, porque, sencillamente, desconocemos a
la mayoría de quienes los compran y los leen. Los ejemplos de
San Ignacio de Loyola o de Edith Stein no requieren comentarios.
Además, el
libro -y a veces la revista-resultan esenciales
en los círculos de estudio. En él se encuentra el punto de referen­
cia básico
para la formación doctrinal. Siempre permaneciendo
fieles
al Magisterio de la Iglesia, sirve para precisar la doctrina,
los
puntos básicos para la labor que queremos desarrollar. Es, pues,
un elemento de trabajo insustituible. Por eso, para que otros pue-
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dan estudiar la sana doctrina en buenos libros éstos han de publi­
carse. De ahí la necesidad de emprender acciones editoriales o
apoyar a las ya existentes.
En cuanto a las revistas, además de la importancia intrínseca
por los contenidos de sus artículos, que permiten afirmar los prin­
cipios, difundirlos, divulgarlos en forma asequible para un pú­
blico más amplio, al tiempo que el comentario, la crítica o el
apoyo respecto a cuestiones
cotidianas con prontitud, tienen un
valor adicional múltiple y diversificado.
Por una parte, constituyen un testimonio de una labor persis­
tente; dan fe de la existencia de quienes defienden y propagan la
causa, en una palabra, de que se vive y se trabaja. Por otra, crea
lazos
de unión, no sólo entre sus colaboradores, sino entre la re­
vista y sus lectores.
Contribuye a sostener en su empeño a los
lectores, a veces
muy aislados, para los que las revistas suponen,
tantp un recordatorio para la perseverancia, como un balón de
oxígeno para no desfallecer y no abandonar el combate. Además,
las revistas dan cuenta, también, de las tareas que realizan otros
grupos en otros lugares y permite, en cierto modo, romper el ais­
lamiento de la sociedad en que vivimos. En cuarto lugar, posibi­
litan la aparición de nuevos escritores que harán en ellas sus pri­
meras armas, cuestión en absoluto despreciable hoy que hay tan
pocos lugares donde podamos defender las ideas y las razones para
la restauración e instauración del reinado social de Nuestro Señor.
Por estos motivos es muy importante suscribirnos a cuantas
buenas revistas podamos; desde las más elevadas, con
enjundio­
sos y eruditos estudios, hasta las más sencillas, no tan profundas
como aquellas, pero
sin duda más al alcance de todos, al tiempo
que, en ocasiones, más incisivas respecto a los hechos cotidianos.
Libros, revistas, conferencias, impresos
de todo tipo, todos
tienen su importancia y todos deben continuar e incrementarse
su difusión. Como en el Ejército, unos representan el Estado Mayor,
otros la Infantería y sus avanzadillas, otros
la artillería pesada o el
fuego
de contrabatería. Todos son necesarios y complementarios.
Es lamentable la cantidad de revistas y periódicos que han
desaparecido, como lo es también, el escaso número de novedades
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editadas por las editoriales. Por eso no podemos dejar que se pierda
ni una sola de las que hoy continúan en la brecha.
¿Cómo se
puede contribuir a esta tarea?
En primer lugar, comprando los libros buenos y suscribién­
donos a las buenas revistas, incluso
aunque pensemos que tar­
daremos en poder leerlos, que sólo los consultaremos en tal o
cual ocasión, y, todavía
más, aunque creamos que nunca los lee­
remos. La
compra de un buen libro o la suscripción a una buena
revista debemos considerarla, no sólo desde nuestra perspectiva
egoista
-el provecho propio que obtendremos con ello-, sino
desde
un punto de vista altruista, de caridad cristiana, puesto
que con nuestra compra contribuimos económicamente para que
puedan ser editados y lleguen a las manos de otras personas que
los necesitan y los leerán. Puede parecer que esta contribución
es irrisoria, despreciable, porque ¿qué importa un libro o una
suscripción más? Sin embargo, no es así. Nuestra acción no cuenta
con las grandes editoriales,
ni siquiera con las medianas, sino
con minúsculas editoriales
que sólo gracias al esfuerzo desinte­
resado y a
la divulgación y propagación, muchísimas veces a
nivel personal y
de pequeños grupos, consiguen milagrosamen­
te continuar su labor editorial, siempre muy deficitaria econó­
micamente. Además, se pueden comprar para vender a los ami­
gos y conocidos, pues en muchas ocasiones nuestros más allegados
desconocen tales obras. Y no se
trata de un «sablazo», por otra
parte cuantitatívamente ridículo, pues se ofrece a cambio de su
precio una buena revista o un libro bueno. Se pueden también
comprar para regalar a parientes y amigos, incitándoles a la lec­
tura; interesándoles
para que se conviertan en potenciales com­
pradores.
Es muy difícil poner en marcha una editorial o una revista.
Por eso es una forma práctica de apostolado contribuir al sosteni­
miento de las ya existentes. Quizá no estemos de acuerdo con
ellas al cien
por cien, pero si hay acuerdo sobre su núcleo doctri­
nal fundamental, la diferencia será
mínima. Así, en cuanto a edi­
toriales, tenemos,
por ejemplo, Speiro, Ferna~do 111 el Santo, la
Fundación Elías de Tejada, revistas, como
Verbo, Siempre P'alante,
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Cristiandad, 4ve María, Meridiano católico, Roca Viva, boletines
de asociaciones, etc.
Hay que ser conscientes de que carecemos de canales comer­
ciales
de distribución, porque nuestras obras no interesan al dejar
poco margen de ganancia debido a las pequeñas tiradas, ya que al
mundo de hoy no parece interesarle la propagación de la doctrina
católica en su integridad, con todas sus implicaciones morales,
sociales
y políticas. Tampoco hay que olvidar que el impreso no
es el fin en sí mismo, sino tan solo un medio al servicio de un fin
superior.
Por ello, lo más importante, como decía al principio, es
el trabajo personal. Y no podremos quejarnos si nosotros no hace­
mos lo
que otros nO harán.
Hay muchísimas obras de ayuda a los necesitados y segura­
mente son insuficientes. Pero casi nadie repara en la necesidad,
gravísima necesidad, por la penuria en que se encuentran, de con­
tribuir económicamente al sostenimiento de las obras que se de­
dican a
la propaganda impresa de la fe y de sus consecuencias.
Nuestra solidaridad y caridad cristiana ha de movernos a no olvi­
darlas
y a apoyarlas con más fuerza que a otras de otro tipo, ya
que de las segundas casi nadie se ocupa, mientras que las prime­
ras, florecen continuamente.
Para concluir, quisiera animaros para que estas palabras que
habéis tenido la amabilidad de escuchar, las meditéis y en la
medida de vuestras posibilidades, dediquéis parte de vuestro es­
fuerzo personal y económico a la tarea de la propagación impresa
de la fe católica y al sostenimiento de las obras que ya han em­
prendido esa labor. Una fórmula eficaz puede ser por medio de la
Fundación Speiro, de carácter benéfico docente, que dedica sus apor­
taciones
al sostenimiento de obras de la Iglesia como los conven­
tos
de clausura y la formación de seminaristas y a la difusión de
obras de doctrina cristiana. Esta Fundación es propietaria mayo­
ritaria de la editorial del mismo nombre, que entre otras activi­
dades edita la revista Verbo. Las donaciones se benefician de la
desgravación fiscal establecida
por la ley.
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