Índice de contenidos

Número 355-356

Serie XXXVI

Volver
  • Índice

Homilía del P. Agustín Arredondo, S. J. [San Fernando 1997]

FESTIVIDAD DE SAN FERNANDO 1997
HOMILIA DEL P. AGUSTÍN ARREDONDO, S. J.
El ser como somos, es lo que nos reúne aquí anualmente la tarde del
30 de mayo, cabe el altar del Señor, porque a El reconocemos Autor de
todo lo bueno; y creemos bueno, positivo, debido a El ante todo, el patri­
monio ideológico que siempre tratamos de conservar, aumentar y difun­
dir,
en nosotros mismos como centro vital, y en nuestra vasta periferia de
España y América.
Como a Dios esperamos suba nuestra oración y agradecimiento, de El
también oímos la palabra, que seguiría siempre firme, por más que con­
tra su Voluntad se cuarteara a nuestra vista esta ciudad católica en que
vivimos.
Y hoy esa palabra de Dios es en primer lugar del Libro del Eclesiás­
tico, que se complace en la consideración de la auténtica Sabiduría.
Después San Marcos nos narra aquellos primer lunes y martes santo
del cristianismo. Cristo lamenta la actitud de aquel pueblo estéril que
tres días antes de consumar su gesta se le escapa de las manos; maldice la
higuera,
defiende la dignidad de su Padre en el templo, e insiste en la
necesidad de nuestra fe y nuestra oración.
El Eclesiástico se abre con numerosas sentencias que conducen al buen
sentir y obrar. Exulta después ante las maravillas de la Creación; y casi
como consecuencia ecológica se alegra de la sabiduría humana que nos
lleva a obrar el bien, sin la que toda la grandeza creada habría queda­
do descabalada. ¡Si ella es lo más importante de la Creación, y el incom­
parable destello de la Sabiduría increada!
El comportamiento admirable de tanto héroe histórico que luego enu­
mera, lo encabeza Jesús Ben Sirac con un proemio, que es el texto leído
aquí, dedicado en general a los hombres de bien que vivieron sabiamente,
cuya memoria pervivirá por los siglos.
Y a continuación el autor sagrado empieza a rememorar nominal­
mente esos estimables hombres de bien. Henoc y Noé dan principio a su
letanía; todavía ellos en plena era prehistórica, y aún perdura el « gran
568
Fundaci\363n Speiro

FESTIVIDAD DE SAN FERNANDO 1997
nombre» que se dice nos legaron. Desde ellos siguen otros y otros, entre
Abraham, hacia entonces unos doJ mil años, hasta el guerrero y Sumo
Sacerdote Simón 11, hermano del]onatán ya prisionero que había suce­
dido a Judas Macabeo doscientos años antes de Cristo, y unos veinte
antes de la escritura del libro de Ben S irac que acabamos de oir.
A ejemplo de dicho autor, y con la gracia del Espíritu Santo ( que no
con la inspiración exclusiva de los Libros Sagrados), serla un placer el
recuerdo de tanto « hombre de bien» de nuestra historia patria. De los
reyes de judá dice allí Dios que «fuera de David, Ezequías y Josías,
todos los restantes incurrieron en pecado grandemente». De uno solo de
nuestros reyes tratamos hoy aquí precisamente. De extraordinaria mag­
nitud
es, por fortuna nuestra, el gigante que aquí nos reúne, a quince
siglos de distancia del Eclesiástico, y más de siete siglos distante de noso­
tros; entre los que han seguido transmitiendo «su heredad de hijos a
nietos».
Y, por cierto, que los sorprendentes carismas con que Dios adornó a
nuestro Rey Fernando, vienen a coincidir -ni podía ser fundamental­
mente de otro modo-con los alabados en aquellos hombres bíblicos ideales.
Guerreros y reyes de dominios extensos; consejeros y profetas orienta­
dores hacia el futuro; gobernantes y maestros conocedores de leyes divinas
y
humanas; poetas y músicos, comburentes con su incandescencia en los
ánimos del pueblo; y bienhechores con la riqueza y el poder que para e/!o
habían recibido del Dador de todo bien. Esto es lo que hizo indiscutible
su prestigio e irresistible su proyección en el futuro.
Porque Murcia, Córdoba,Jaén y Sevi!!a son reconquistadas para el
dios verdadero con la espada de Fernando, sin contar con numerosas po­
blaciones de menor importancia; aún con rey.es, como el de Granada, cons­
tituído desde entonces en vasallo del Rey de Casti/!a.
Ni tampoco le pasó inadvertida a un hombre tan poderoso la labor
de un cuerpo de consejeros aptos en aquel pueblo de Dios posprofético. El
mismo negoció lo que pudo con el emir de los benimerines en Marruecos,
gracias a lo cual pudo el papa Alejandro IV enviar un legado al sul­
tán. Y para
un más acertado gobierno instituyó para sí en germen los
futuros Consejos del reino al designar un colegio de doctos y prudentes
varones, en número de doce, que le asesoraran; sin ninguna posible som­
bra de validos.
569
Fundaci\363n Speiro

FESTIVIDAD DE SAN FERNANDO 1997
Por lo demás, con sagaces consejeras de toda excepción contó, que no
eran de plantilla ni de cuota, sino de inteligencia y corazón, en momen­
tos cruciales como lo fueron la sucesión real en León y Castilla, o la
determinación de sus matrimonios con Beatriz de Suabia y con Juana de
Ponthieu. Se trataba de do; hermana;, hijas ambas del héroe de Las
Navas: Berenguela,
su propia madre; y Blanca, madre también del san­
to Rey-de Francia, Luis.
Amigo de trovadores,
se le atribuyen algunas cantigas marianas.
También
se nos dice que era buen cantor y promotor de la música. Poe­
sía y música tomaría del hogar paterno su hijo Alfonso el Sabio; y el
infante Don Sancho, otro de los trece hijos de los dos matrimonios, de
quien se alaba su canto y excelente voz.
En fín, grandes hazañas de un hombre tan grande fueron la cons­
trucción de las catedrales de Toledo, Burgos, León y Palencia iniciadas
en su reinado, el fomento de universidades como la de Palencia -luego
en Salamanca según algunos-, la oficialidad de la lengua castellana,
la creación de la marina de guerra, la colonización no fácil de los terri­
torios que iba conquistando,
la lealtad en los compromisos adquiridos
con el enemigo, la magnanimidad con los adversarios que se le sometían,
perdonándoles evangélicamente según la palabra aquí oída del Señor.
Y la religiosidad de Fernando, émula de la de aquellos escasos
reyes de] udá que la Biblia recomienda, la manifestó al declararse a sí
mismo en el fuero de Sevilla, enfermo ya de muerte, «caballero de Cris­
to, siervo de Santa María, alférez de Santiago», del que sabemos que
tres días antes de su boda veló sus armas una noche en las Huelgas de
Burgos; que oraba
ya enfermo por su pueblo, porque de lo contrario -
decía-no podría su pueblo dormir tranquilo; que tenía a su Virgen
de los Reyes como conquistadora de Sevilla; que agotado por su febril
trabajo,
sólo aliviado a veces por el ejercicio deportivo o por el juego del
ajedrez, muere al fin orando y pidiendo perdón. «Su tránsito -a decir
de Menéndez Pe/ayo-oscureció y dejó pequeñas todas las grandezas
de su vida».
Y por lo que toca a nuestros amigos de la Ciudad Católica: ¿ Acaso
se podrá decir de los que nos precedieron y esperamos gocen ya de la vista
de Dios, que fue poco en su vida formar en nuestras filas, en esta misma
reconquista que tuvo su punto de inflexión en los días de Fernando, que
570
Fundaci\363n Speiro

FESTIVIDAD DE SAN FERNANDO 1997
tardó desde su tiempo dos siglos y medio todavía en consumarse como
unidad política, y que deja aún tanto que hacer en Jo cristiano, como fue
su verdadera ambición? Esa fe de la que nos ha hablado Cristo, capaz
de trasladar montes, nos alcance de Dios nuestro Patrono que la tuvo, y
la
intercesión de nuestros compañeros por quienes pedimos y a quienes nos
encomendamos.
Leo, a propósito de las miras del Rey Fernando sobre A/rica, adonde
su muerte le impidió pasar, que «con varios Sanfernandos hoy tendría el
A/rica una faz distinta». Sin el San Fernando que existió, forjador
insigne de España, me preguntó cuál sería ahora la faz de esta parro­
quia de Santa Bárbara o de nuestras citas en José Abascal.
En fin, preguntémonos también incisivamente: e" sería muy distinto
este mundo sin nosotros? Seamos conscientes de la visión de San Fernando
sobre España; de la de los amigos que nos precedieron -Dios les premie
su interés y su colaboración-; no permitamos que nuestra sociedad cada
día
que pasa siga siendo lo mismo que si no estuviéramos aquí nosotros;
agradezcámosle a Dios la irradiación de nuestro pensamiento y de nues­
tras publicaciones: SEMBRAR es nuestra obsesión. Gracias a Fernando
el Rey pensamos así nosotros. Ante Cristo también nosotros, como hemos
leído de la higuera del Evangelio, demos siempre copioso fruto, incluso a
destiempo. Y aspiremos a esa única gloria que Dios prodiga en el Ecle­
siástico a los egregios que recibieron su Sabiduría; y así, como allí dice,
perduren nuestros bienes en nuestra descendencia para siempre.
DISCURSO DE MIGUEL TOLEDANO LANZA
Queridos amigos:
Por primera vez os acompaño en este homenaje de la festividad de
nuestro Patrón, dado que la Berenguela particular de quien os habla -
mujer hábil y perspicaz, de gran personalidad y dedicada como la reina
al cumplimiento del deber-tiene la fortuna de celebrar años exacta­
mente en el día de San Fernando y hoy por tanto festejo en este ámbito de
verdadera comunidad lo que otras veces ha permanecido en el familiar.
Y siendo la primera vez, me ha correspondido, como no podía ser menos
571
Fundaci\363n Speiro