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El pluralismo social

EL PLURALISMO SOCIAL
POR
FEDERICO J. CANTERO Númz
Se me podrá acusar de perspectiva parcial, pero es lo cierto
que,
en mi despacho, por el que, sin duda, se presentan a diario
las inquietudes reales de las personas,
de todas las personas
-de los jóvenes y de los mayores, de los solteros, los casados y
los divorciados,
de los hombres de la ciudad, de los del campo
y de los del mar,
de los empresarios, de los profesionales y de
los trabajadores, de los
que tienen mucho y de los que tienen
muy
poco-, he constatado que estas inquietudes se refieren
siempre a problemas muy concretos.
Veo a los padres repartiendo
su herencia a fin de evitar con­
tiendas entre sus hijos;
veo a los esposos protegerse de las con­
secuencias de su futura viudez, cuando se legan reciprocamente
el usufructo universal; los veo tratando de disminuir los males de
una orfandad prematura, cuando disponen sobre la tutela de sus
hijos.
Me hablan de la confianza y de la desconfianza cuando revo­
can
un poder; se quejan de los impuestos que tienen que pagar
cuando
se compran una vivienda, de los trámites burocráticos
que tienen que soportar en su Ayuntamiento cuando quieren
dividir
una finca o dar de alta una casa; de los intereses y las
comisiones
que les cargan cuando firman un préstamo hipoteca­
rio
con una entidad bancaria.
Buscan consejo acerca de
si su empresa se adapta mejor a la
forma de sociedad anónima o
de responsabilidad limitada; los he
visto incluso haciendo profesión de fe, de fe católica.
Pero
no los veo realmente interesados ni preocupados por
los congresos de la Internacional Socialista o de la Internacional
Verbo, núm. 357-358 (1997), 715-728 715
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FEDERICO]. CANTERO NÚÑEZ
Liberal, tampoco por la Unión Europea o por el Tratado de
Mastrique.
Ni siquiera por los Congresos Nacionales o Provincia­
les de los partidos
pollticos. Cuando, fuera del despacho, tomo
café
con alguna de estas personas, tampoco hablamos de los sec­
tores oficiales o de los sectores críticos.
De todas estas cosas, que son de las que todos los días nos
habla la Televisión,
no hablamos nunca. Cuando hablamos de lo
que también habla la ,tele, suele ser (y para eso sin gran preo­
cupación, aunque sí con apasionamiento) del
Depor, del Super­
depor y, a veces, como una condescendencia, del Madrid.
Pues bien, cuando nos movemos en el campo de estas rea­
lidades
y preocupaciones concretas, nos estamos moviendo en
el marco adecuado para el desarrollo de la libertad civil, que
sólo es operativa y creativa cuando se inserta en una sociedad
plural que, a su vez,
sólo existe cuando se manifiesta en una
variada multiplicidad y entramado de corporaciones, asociacio­
nes, familias, escuelas, universidades, Colegios Profesionales,
entidades,
en fin, de la más variada índole y naturaleza que, por
haber nacido para la solución de concretas y reales inquietudes
y necesidades, tienen
una vida propia e independiente (libre) y
a través de las
que se canaliza y conduce la proyección y la
libertad personal de cada
una de las personas que de ellas for­
man parte.
La necesidad de armonizar esa pluralidad social con el Bien
común justifica lo
que hoy entendemos por Estado -concebido,
con Valle!, como la comunidad politicamente organizada-cuya
función
no puede por menos que respetar, fomentar y suplir lo
que esa pluralidad social no es capaz de conseguir y, a veces,
cuando los ,intereses· de
una determinada corporación se apar­
ten del Bien común, corregir e incluso sancionar, debiendo insis­
tirse en que ese centro de referencia al que llamamos Bien
común, no tiene que coincidir de modo necesario con el de la
mayoría, ni puede consistir en la satisfacción de la masa sino que
se trata, en enseñanza de Vallet, ,del Bien de todo el pueblo, visto
temporalmente, en su sucesión de generaciones ...
Este pluralismo social de una Sociedad de sociedades lo
hemos entendido siempre
como armonía -que sólo es posible
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EL PLURALISMO SOCIAL
en la variedad-y no como dialéctica, sea de clases, de sectores
económicos o de territorios integrados en una misma Nación.
La armonía -que, como hemos aprendido en este foro, es el
fruto de conjugar los Principios de subsidiariedad y de totalidad
por medio del Bien común-fortalece a todos los que participan
en ella. La dialéctica sólo puede fortalecer al vencedor en la
medida
en que elimina o aniquila a su adversario.
Frente a esto, nos encontramos
con la actual estructura teóri­
ca
de la sociedad, puramente artificial. Vattimo, cuyo principal
objetivo es la descripción de las sociedades modernas,
y, funda­
mentalmente latinas, haciéndolas el ejemplo de la llamada
pos­
modernidad, habla de tres posiciones respecto al mito o al
dogma,
que puede representar también las teorías sociológicas
actuales, es decir,
el arcaísmo, entendiendo como tal la vuelta
al individualismo total, asumiendo las teorías de Nietzsche y
Heidegger, y dando valor tan sólo a lo
que son conductas indivi­
duales; el relativismo cultural,
según el cual los principios y ai mas fundamentales que definen la racionalidad no son objeto de
saber racional o de demostración, ya
que de ellos depende la
posibilidad de cualquier demostración ( véase la teoría
de los
paradigmas de Thomas Kuhn) y el irracionalismo moderado o
teoría de la racionalidad limitada,
que estaría en su esplendor en
la sociologfa de los mass-media, y que, según él, corresponde a
la corriente mayoritaria de pensamiento
en nuestras sociedades
actuales. No tratemos de encontrar
en ninguna de ellas una aproxima­
ción a la sociedad real, ni siquiera
una teoría para una sociedad
futura, ya
que se enmarcan dentro del nihilismo que parte de su
propia desconfianza hacia el futuro.
Finkielkraut señala como
una característica de los tiempos
modernos europeos la prioridad del individuo sobre la sociedad
de la
que es miembro. El olvido de la existencia de un orden
natural y objetivo
que marcaba la posición de cada uno en la
sociedad
en que habitaba se quiebra definitivamente. Las colec­
tividades humanas ya
no se conciben como totalidades que atri­
buyen a los seres una identidad inmutable sino como asociacio­
nes de personas independientes. En resumidas cuentas, el triunfo
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de los derechos subjetivos, individuales, frente a los derechos
sociales. Europa y América
han vivido pendientes de la defensa
de los derechos subjetivos durante los dos últimos siglos, lo que
les
ha llevado a desconfiar seriamente de cualquier ente suprain­
dividual
que pudiera, con alguna fuerza, desbancar estos dere­
chos tan trabajosamente conseguidos.
Y ello aunque, incluso analizándolo superficialmente, se
demuestra
que la desprotección a que lleva el aislamiento que
impera
en nuestra sociedad es la causa primera de que estemos
ante
una de las épocas de la historia en que más se ha explota­
do al individuo por los poderes pol!ticos y económicos y en la
que se registran mayores desequilibrios emocionales, por falta de
apoyo de instituciones intermedias, actualmente desaparecidas,
en el ·liberado individuo• que vive inserto en lo que Miguel
Ayuso ha definido como •universo homogeneizado, sometido a
leyes mercantiles ... y
en el que la tolerancia pregonada no es otra
cosa
que la imposición de un consenso en el que todas las posi­
ciones valen y se anulan a un tiempo".
Se está debilitando incluso el concepto mismo de «persona•,
logro esencial de la Civilización, al dividirlo o descomponerlo
desde perspectivas parciales: el usuario, el consumidor, el para­
do, el desaparecido,.el afectado ... y
un larguísimo etc., lo que, a
mi juicio,
supone manifestación de una crisis de identidad social
de hondo calado y que, curiosamente, alumbra nuevos colectivos
intermedios basados
en categorías artificiales de vocación dialéc­
tica y egoísmo puro, que permiten contemplar a
un mismo indi­
viduo manifestándose contra sí mismo cuando,
por ejemplo, par­
ticipa como consumidor contra la implantación de
un peaje en
una autovía y al día siguiente en otra reclamando aumento de
subsidio de desempleo, a cuya financiación contribuirá aquel
peaje. Creo
que la realidad social actual permite sostener la afirma­
ción de
que una vez lograda la desintegración de la sociedad tra­
dicional de lo
que se trata ahora es de desintegrar a la persona
misma como ente individual, segmentándola
en sus accidentali­
dades y resaltando estas accidentalidades,
en función del ángulo
contemplado,
por encima de la persona misma esencialmente
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considerada. El hombre no es él y sus circunstancias, sino una
circunstancia predominante.
Y, al legislar desde perspectivas parciales, el hombre deja de
ser siempre y
en todo caso sujeto de derechos, ya que el sujeto
del derecho
es la circunstancia predominante que reclama pro­
tección jmidica. (Ley
de Defensa del Consumidor, Ley de Protec­
ción de la Infancia,
Ley reguladora de la interrupción del emba­
razo y defensa de la igualdad
de la mujer, etc.)
Al vincularse siempre esa circunstancia predominante con el
reconocimiento de
un derecho subjetivo -individual o colecti­
vo-, el sujeto de derecho llega a ser el mismo derecho subjetivo
del que
la persona sólo es titular en cuanto asuma la condición de
circunstancia predominante. Bajo este planteamiento
la persona
como tal puede llegar a ser contemplada como objeto de derechos
en la medida en que no concurra en ella la -circunstancia predo­
minante• a
la que se le atribuye el derecho y es jmidicamente posi­
ble que el feto se convierta
en simple objeto frente al sujeto del
derecho que ostenta la
-circunstancia predominante•, que en este
caso sería el derecho a
la libertad sexual de la mujer.
En esta situación de disolución, fragmentación o parcializa­
ción del concepto de persona no es de extrañar que Juan
Pablo II, en la exhortación apostólica Famillarls Consortio, la­
mente
·la mentalidad que considera al ser humano, no como per­
sona, sino como cosa, como objeto de compraventa, al servicio
del interés egoista y del solo placer,.. Pensemos en las, ya sin
rubor, llamadas •compraventas de futbolistas•,
en las que la per­
sona y su dignidad ceden ante los beneficios económicos que su
comercio genera.
Empiezan a surgir voces, antes pretendidamente modernistas,
que tratan de dar marcha atrás en muchos de estos planteamien­
tos, pero sin querer asumir
el verdadero fondo del asunto, dán­
dole una
visión puramente existencialista. Es decir, se trata de
corregir las consecuencias a
que ha llevado la desaparición de las
estructuras sociales tradicionales, sin
entrar a discutir la base del
problema
de la incomunicación y la insatisfacción del hombre
que se encuentra en la ausencia de trascendencia alguna en la
vida humana.
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Mientras todo siga girando en tomo a la felicidad momentá­
nea y al placer inmediato, ya sea material o espiritual, seguirá
existiendo la insatisfacción y será muy difícil reconstruir la socie­
dad.
El mismo hecho de integrarse en una institución supraindi­
vidual,
supone el reconocimiento por parte de la persona de un
objetivo trascendente a ella misma. Un objetivo por el que mere­
ce la
pena sacrificar el tiempo y muchas posibilidades de felici­
dad y placer individual para conseguir algo mejor para un colec­
tivo. Y
eso sólo es posible si explicamos la propia existencia del
hombre
en función de algo que le trasciende a él y al propio
mundo
en que vivimos.
Ahora ya nadie se sacrifica
por nada porque ya no tiene
sentido la propia idea de sacrificio, porque, querámoslo o no,
la sociedad
•desarrollada• actual ha dejado de asumir como pro­
pia la cultura cristiana que durante muchos siglos ha sido su
soporte. Sigue manteniendo algunos simbolos, pero los ha
vaciado totalmente de contenido. En frase de un sociólogo ale­
mán, las tradiciones
carecen de poder, pero la cultura también.
No hay nada
que sea inmutable ni que tenga garantizada una
permanencia en el tiempo, y, desde esta mentalidad, la propia
idea
de una institución verdadera en la que los individuos
renuncien a algo de sí mismos sin ser coaccionados y por
voluntad propia durante un tiempo indefinido, tiene muy poca
aceptación.
Se
huye de la palabra compromiso en todos los órdenes de la
vida, pero,
en contraposición, la dependencia de los poderes fác­
ticos es completa.
Es decir, nadie quiere asumir un compromiso
voluntario,
y, sin embargo, todos parecen estar de acuerdo en
delegar el ejercicio de su libertad en un poder cada vez más
omnimodo, cual es el
de los Estados democráticos basados en la
fuerza
de los votos.
Resultaría muy fácil
hacer un análisis de cuál es la sociedad
que queremos. Todos los
que aquí estamos reunidos conocemos
perfectamente la importancia de los cuerpos intermedios,
su defi­
nición y
su valor para una estructura social que fomente el desa­
rrollo del individuo como
persona y le haga ejercer su libertad de
manera más racional,
aunque su posibilidad de escoger se refie-
TJJJ
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EL PLURALISMO SOCIAL
ra a unos ámbitos concretos y no pueda opinar directamente
sobre la política internacional
de su país, por ejemplo.
No vamos a abundar aquí
en el planteamiento de cuál sería
la sociedad ideal, de sobra conocida, puesto que
ha sido objeto
de debate, durante muchos años, de muchos estudios y congre­
sos promovidos
por Speiro.
En este momento de nuestra existencia nos planteamos cómo
es posible conseguir esa sociedad ideal y a través de qué medios
podemos convencer a los demás
de la perfección de la idea. Para
ello, tenemos
que partir del hecho cierto de que el panorama
actual
en nada se parece al de hace veinte años. No hay socie­
dades estáticas, y,
por tanto, tampoco las soluciones de hace
veinte años nos pueden servir para conseguir los objetivos,
aunque el fin sea el mismo. El campo de batalla ha cambiado.
Cuando se celebró
el primer Congreso de los Amigos de la
Ciudad Católica al que yo asistí, en el año 1974, la gran contra­
posición
se daba entre la sociedad liberal y la sociedad tradicio­
nal,
pero desde la perspectiva de que las estructuras sociales tra­
dicionales
aún existían, si bien minadas y debilitadas en sus
contenidos, y la lucha se centraba
en cómo evitar que desapare­
cieran tragadas
por el únpetu modernista. De la lectura de las
Actas de los Congresos de aquellos años se desprenden verda­
deras profecias de lo
que después iba a suceder, que no eran sino
el desarrollo lógico de las ideas
que por entonces se veían por la
población
en general como un avance inmediato, sin calibrar las
consecuencias
en cuanto a cambios profundos a largo plazo.
Podemos decir, aunque
no con satisfacción, que las predic­
ciones se
han cumplido. En nada se parece la sociedad de la que
se partía en los años setenta, e incluso en el año 1980, con la
actual.
La pregunta que cabría hacerse es ¿siguen siendo válidos
los medios apuntados
en aquel momento?
Y
no lo son porque entonces se trataba de parar un cáncer
que avanzaba, y tratar
de que, el eliminarlo, los tejidos dañados
se revitalizasen por sí mismos hasta volver a formar un organis­
mo sano. Actualmente, la enfermedad ha llegado a su fin. Ya no
existe el organismo, ni tejidos enfermos a los que revitalizar. La
sociedad civil ha desaparecido, y ha sido sustituida por una
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sociedad politica artificial, cuyo poder se basa, precisamente, en
evitar que se forme un entramado social lo suficientemente fuer­
te
como para que la fuerza del Estado se vea debilitada, bien en
si misma o en la de los poderes económicos que la sustentan
para su mayor beneficio o control.
Y
no estamos hablando para nada de las sociedades consi­
deradas tradicionalmente
como totalitarias o dictatoriales, sino
precisamente
de las llamadas democráticas, y que, por ello
mismo, están
empezando su propia destrucción. Ya Tocqueville
habla advertido de la gran debilidad de la democracia, que esta­
ña en su excesiva dependencia de la opinión pública o, más bien
diñamos nosotros, de la necesidad de contar con el puro núme­
ro
de votos. En la actualidad, el problema con el que se encuen­
tran las democracias, tal
como están estructuradas, es que no se
pueden permitir el lujo de tomar medidas que sean impopulares
para una mayoría de la población, ya que ello haña a los gober­
nantes
perder las elecciones y, por tanto, la posibilidad de seguir
ejerciendo
el poder. Parece claro que pocas soluciones se pue­
den dar a los problemas con esas miras tan cortas. Y esta es la
base real del gran poder de la prensa y los medios de comuni­
cación social
en la actualidad, el hecho de que deciden el senti­
do de los votos.
El poder politico en las sociedades democráticas está cada
vez más sostenido por los grandes capitales anónimos, las más de
las veces integrados en formas societarias y como tal poder es
también más anónimo, perdiendo relevancia la persona fisica que
lo representa y a quien, seguramente, le resulta muy dificil adop­
tar decisiones guiadas
por la justicia o el buen hacer, que ceden
ante el criterio de la •oportunidad,,.
Las mismas ideologias incorporadas a los partidos politicos
son la máscara tras la que se esconden los intereses de los ver­
daderamente poderosos.
Esta realidad es
una consecuencia de haber canalizado la par­
ticipación politica
sobre un pluralismo artificial: me refiero al plu­
ralismo ideológico que
ha sido absolutamente sobredimensiona­
do y en el que, como Vallet nos ha enseñado, •cada ideologia
representa mentalmente
una concepción unilateral y, por lo
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tanto, parcial, de ese mundo real; concepción que se convierte
en totalizante y que trata de imponerse en una constante con­
frontación dialéctica
con las demás ideologlas y con la propia
realidad•. No
se pueden ignorar estas circunstancias a la hora de tratar
de llevar a efecto una reforma de la sociedad, so pena de caer en
la pura utopfa o en realizar un ejercicio intelectual, sin duda inte­
resante, pero de muy poco contenido práctico. Y no creo exage­
rar si afirmo que la situación actual
no da opción a muchas
demoras. Nos arriesgamos a hacer
una magnifica exposición de
filosofía del pensamiento, mientras otros, seguramente menos
preparados, pero más operativos, toman las posiciones y confor­
man la sociedad futura.
Como hecho positivo,
podemos señalar que en este momen­
to todas las ideas que se
daban como indiscutibles hace veinte
años desde una perspectiva liberal, están siendo objeto
de discu­
sión,
una vez que se ha comprobado, incluso para algunos que
las defendieron
con el mayor ardor, que sus consecuencias han
sido nefastas para el desarrollo de la persona, precisamente
por
dejarla desamparada frente a la fuerza del Estado y de las ma­
yorias.
Desde este foro, siempre hemos sido defensores
de un plu­
ralismo social, entendiendo el Estado como una «sociedad de
sociedades•.
Valle! recoge la distinción de Mella de soberanía
social y
soberanía política, y distingue también entre las ideolo­
gias que dominan la esfera política, y la participación, como base
de la sociedad. La participación se entiende por el autor de
Sociedad de masas y derecho como •una interacción entre lo múl­
tiple y lo uno. Una interacción que confiere a la multiplicidad
un
cierto sentido de unidad funcional superior. Produce una armo­
nía de lo múltiple con lo uno, de modo tal que, sin romper
la unidad de éste, tampoco destruye aquella
multiplicidad,. El
tiempo nos da la razón cada vez con más fuerza, porque esto
mismo
se pretende actualmente desde foros teóricamente
opuestos. Pero
no debemos dejamos engañar por las palabras. Aun
cuando haya muchas instituciones_
que abogan por una estructu-
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FEDERICO]. CANTERO NÚÑBZ
ración del tejido social a través de la participación, no se trata de
la misma, desde el momento en que, como indicamos al princi­
pio de este trabajo, les falta la idea de trascendencia del ser
humano y todo lo circunscriben a la supervivencia de la especie
y del planeta, sin llegar más allá.
Y ahí es
donde entramos a considerar que las soluciones que
antes nos servían se han quedado obsoletas. Ya no vale con esta­
blecer el diagnóstico y
que éste sea aceptado por los demás,
suponiendo que, comprendiéndolo, se
van a sentir identificados
con nuestras posiciones. El diagnóstico ha sido aceptado. Hay
una gran mayoría que denuncia la desintegración social y el ais­
lamiento del individuo.
En muchas ocasiones con los mismos
argumentos.
La diferencia está en que las vías de solución son la
creación de cuerpos intermedios, sí, pero para esa mayoría, pura­
mente inmanentista y dependiente. La teoría de los cuerpos inter­
medios y del principio de subsidiariedad está de
plena actuali­
dad.
Ya no hace falta convencer a nadie de la exéelencia de la
idea. Mastrique, la Comunidad Europea, la Europa
de las regio­
nes, los ecologistas, todos
lo defienden.
Pero
¿a qué tipo de cuerpos intermedios se refieren? Cuando
hablamos,
por ejemplo, de familia, ¿todos entendemos el mismo
concepto?
Es evidente que no. No hay tampoco un concepto uni­
tario de
familia, ni siquiera de lo que se ha venido en llamar
familia tradicional. Podemos decir que la familia tradicional,
base de nuestra sociedad, estaría constituida para nosotros por un
primer núcleo formado por un matrimonio cristiano y los hijos
nacidos de esa unión,
rodeado por círculos concéntricos que
representarían los distintos parentescos de los
cónyuges, desde lo
más cercanos, representados
por los padres, a los más alejados,
como primos
en sus distintos grados.
Pero si,
una vez establecido el concepto, pasamos a tratar de
la organización
de la misma, no creo que sea ian fácil definir cuál
sea el modelo de participación de cada uno de sus miembros
para que sea la base de regeneración de la sociedad en el si­
glo
xxr. Y es ese modelo de participación el que hace a la insti­
tución, no la definición de la misma. ¿En qué manera se integran
los distintos miembros
en la familia? Sociológicamente muchas
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EL PLURALISMO SOCIAL
cosas han cambiado y no se pueden ignorar. La rebeldía de los
hijos frente a las ideas de los padres,
que se daba por supuesta
y tenía como consecuencia el afán de independencia
de aquéllos
respecto a éstos, empieza a formar parte de la historia del movi­
miento del sesenta y ocho. Antes
se veía como un éxito el rete­
ner a los hijos
en casa el mayor tiempo posible, mientras que
ahora mismo lo difícil es que lleguen a independizarse algún día.
En este contexto, y suponiendo una convivencia mucho más
larga entre padres e hijos, ¿sigue siendo válida la idea de padres
dirigiendo y proveyendo, responsabilizándose del bienestar de su
prole, e hijos
que reciben una educación y tienen unas tareas,
pero
que son totalmente irresponsables del devenir de la familia
hasta
que forman la suya propia?
En cuanto a la propia participación de los componentes del
matrimonio,
no sé hasta qué punto se puede afirmar que el hom­
bre sigue siendo el responsable del bienestar material, mientras
la mujer
se ocupa, casi con exclusividad, del aspecto espiritual y
afectivo. Sobre todo, si tenemos
en cuenta que, aunque todos
seamos conscientes de
que lo ideal es que la mujer se dedique
exclusivamente a su hogar,
en las parejas jóvenes el porcentaje
de matrimonios
en los que trabajan ambos fuera de casa es muy
superior a aquellos que pueden constituirse como tales con la
aportación de
un solo sueldo.
Y todas estas preguntas
nacen de una definición univoca de
Jamtlta tradtctonal, sin entrar a considerar cuál es el significado
que a la palabra Jamtlta se le da por una gran mayoría de la
población. Creo que, desde
la perspectiva que estamos tratando este tra­
bajo, parece claro
que el fin que debe perseguir la familia es ser
el soporte de la sociedad futura,
y, en este sentido, contribuir con
su organización a la perfección de los miembros que la compo­
nen y, a través de ellos, de la propia sociedad. Constituir una ver­
dadera familia cristiana,
en la que impere la participación que
queremos para todas las instituciones sociales, de cada uno en el
ámbito de su competencia, y en las decisiones que le atañen. La
familia tiene que ser la estructura más flexible, precisamente por
la sencillez de su composición, y, por lo tanto, no estar sujeta a
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esquemas rígidos de participación, sino ir haciéndose día a día en
función de las necesidades de sus miembros y de su fin último,
que no es otro que la santificación de todos ellos.
Quiero decir algo acerca de la representación política de la
familia:
Resulta
que el Derecho privado descubrió, ya en la Roma clá­
sica, el instituto
de la representación de los menores e incapaces
a través de la patria potestad y la tutela. Resulta
que nuestro
actual Derecho privado, fiel a su herencia, garantiza la plena
representación de los menores y de los incapaces.
Y, ... el hijo
menor de
edad o incapacitado que puede comprar, vender o par­
ticipar
en un Sociedad mercantil representado por sus padres o
tutores, ¿nos darnos cuenta
de que está totalmente desasistido,
imposibilitado,
de que es plenamente incapaz en el ámbito po­
litico?
¿No habria llegado la hora de poner esta contradicción clara­
mente de manifiesto y reclamar decididamente las reformas que
aseguren la
plena representación de los menores e incapaces por
sus padres o tutores y que tengan así igualdad de derechos
mediante el reconocimiento
de su derecho de sufragio y con­
fiando éste
-igual que sus asuntos privados--a sus represen­
tantes legales?
Esta reforma
no entra en el fondo del problema, pero al
menos
reforzarla notablemente la fuerza de las familias, obvia­
mente más cuanto más numerosas.
Una vez superado el ámbito puramente familiar, nos encon­
trarnos con otra institución
que es fundamental revitalizar, en aras
de una cristianización total de la sociedad. Me refiero, obvia­
mente, a la parroquia que,
en Galicia, tiene una importancia
extraordinaria
en el ámbito rural (y la tiene hasta el punto de
constituir no sólo un ente religioso, sino, incluso, administrativo),
pero que, en las ciudades se presenta como algo impuesto por la
organización
de la Iglesia, precisamente por la poca participación
de sus miembros. Yo no sé cuántos de los aquí presentes partici­
pais
en vuestra parroquia aportando vuestros conocimientos para
lograr ayudar a los
que no los tienen en aras de conseguir el per­
feccionamiento y la salvación última de todos los miembros de la
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EL PLURALISMO SOCIAL
misma. Supongo que una mayoria, pero tenemos que ser cons­
cientes de
que eso no es lo que impera en la generalidad de los
cristianos. Y me refiero exclusivamente a los
llamados cristianos
practicantes, que ya son una minarla dentro de la sociedad en la
que vivimos. Y va a
ser muy difícil la integración en la Iglesia de
toda
esa mayoria de no practicantes si no es a través de la pa­
rroquia. Podemos seguir analizando distintos cuerpos intermedios y
en todos ellos nos daremos cuenta de que la dificultad no está en
ponemos de acuerdo sobre su necesidad, sino en entender de la
misma manera los fines y la participación necesaria para la con­
secución de los mismos. Y es
en esta discusión entre familias tra­
dicionales entre
si y cristianos practicantes entre ellos, cuando
nos
van a ganar la batalla. Si no se tiene una idea clara del mode­
lo
que se persigue, acabarán por imponemos otro que para nada
contribuirá a la consecución de nuestros fines, que es lo que está
sucediendo
en la actualidad.
Allan Bloom hace
un análisis en profundidad de la sociedad
americana
en su libro El cierre de la mente moderna. En una gran
parte, es totalmente aplicable a lo que,
en la actualidad, se está
viviendo
en España, pero la conclusión no es totalmente pesi­
mista,
en el sentido de que mientras exista un sólo hombre que
luche por la trascendencia, la esperanza en conseguir un mundo
mejor permanece. Sócrates fue ejecutado por sus propios con­
ciudadanos,
y, sin embargo, fue semilla de toda la filosofía occi­
dental, y responsable
de muchas generaciones.
Hace muchos años
que me impresionó una frase que citó
Rafael Gambra
en una de sus múltiples conferencias. Afirmaba
que Dios nos manda luchar, pero no necesariamente vencer. Lo
que es indudable es que no se puede abandonar la lucha, ni refu­
giarnos
en nuestras posiciones, amparados por nuestros correli­
gionarios. Hay
que luchar para convencer de nuestras ideas a los
demás, haciendo de ellas
una práctica de vida. Aplicándolas en
nuestro trabajo, en nuestra familia y con nuestros hijos y amigos.
Demostrando
que son viables y que contribuyen a la creación de
un mundo mejor y a un desarrollo de la persona en aras a su
misión trascendente. Dios
nos puso en el mundo para dominar la
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tierra y para que diésemos ciento por uno, no para que esperá­
semos con resignación y paciencia a que pasara este valle de
lágrimas, diciendo la cómoda frase de
•yo sabía que esto iba a
salir mal,, pretendiendo
que otros lleven a la práctica nuestras
teorías, pero sin experimentarlas directamente en nuestra vida.
Jesús González Pérez, en un libro de reciente publicación1 y
tras un detallado estudio acerca de la dignidad de la persona
humana, concluye que
-el hombre únicamente recuperará la
seguridad y la
co!Úianza cuando vuelva a tener conciencia de que
su dignidad es intangible, no porque así lo haya decidido una
Asamblea internacional, un Dictador o un Parlamento, sino por­
que así lo prescribe la Ley eterna. Es intangible porque, dima­
nando directamente de Dios, nada ni nadie se la podrá arreba­
tar ... Sólo así encontrará
el hombre fuerza para enfrentarse con
serenidad a las arbitrariedades de los poderes políticos, a la pre­
sión de
un ambiente social degradante y a las llamadas de lo más
bajo
de su irracionalidad•.
La responsabilidad que tenemos todos los que vivimos este
momento de la historia es tremenda,
en el sentido de que tene­
mos
que mantener viva la idea del fin último del hombre, tras­
cendente a este mundo. No nos ha tocado el comienzo de la
Reconquista, ni me temo
que la toma de Granada. Pero tenemos
una misión concreta. Mantener viva la idea de una sociedad rica
y plural, en el sentido de potenciar estructuras sociales que agru­
pen a los hombres por sus intereses comunes, siempre sin per­
der de vista la idea de trascendencia. Sociedad plural
en la que
no habrá motivo para que el poeta lamentara: ·lo querian matar
porque era distinto,, sino
que antes al contrario, ante la diferen­
cia,
se podrá responder con Saint Exupery: •si difiero de tí, en
lugar de lesionarte, te aumento•.
Quizá estas estructuras las tengamos
que crear nosotros en
muchos casos prácticamente de la nada, pero también tiene la
ventaja
de que tenemos la posibilidad de hacerlas desde el prin­
cipio, prescindiendo de vicios preexistentes. Y eso,
en definitiva,
es lo
que da sentido a nuestra propia existencia.
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