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La tentación democrática

LA TENTACIÓN DEMOCRÁTICA
POR
JUAN GAYÓN PEÑA
.,5¡ un pueblo es moderado, sensato y guardián dili­
gentísimo de la utilidad común, es justa la ley hecha para
que a tal pueblo le sea lícito elegir sus magistrados para
administrar los asuntos públicos. Pero si ese mismo pue­
blo, maleado poco a poco, convierte en venal su sufragio
y entrega el gobierno a hombres criminales y pervertidos,
en ese caso es justo quitarle la potestad de otorgar hono­
res, para dejarla al arbitrio de unos pocos selectos» (1).
El fenómeno democrático moderno puede ser afrontado
desde muy distintos puntos de vista, pero el titulo así como el
marco del congreso
en general, ha servido para orientar estas
reflexiones
en una línea que fuera de nuestros habituales circu­
las
de estudio y trabajo no es demasiado conocida.
La mal llamada democracia, esto es, la forma de Estado que
expresa los ideales de la modernidad y que poco o nada tiene
que ver con la democracia clásica entendida como forma de
gobierno, es, bajo mi punto de vista, la más grande ofensa que
el mundo moderno ha podido infringir a la Verdad en su mani­
festación sociopolítica y,
por ello, se configura como una autén­
tica tentación
en la que no pocos hombres de buena fe han caído
creyendo defender la Justicia
para entregar el Derecho al arbitrio
del casi todopoderoso Estado.
Intentaremos desarrollar siquiera brevemente estas ideas
que
acabamos de enunciar atropelladamente de manera más
(1) SANTO TOMÁS, Summa Tbeologica, Biblioteca de Autores Cristianos,
Madrid, 1956, I.•, 11.ª, q. 97, art. 1, citando a San Agustín en l De libero arbi­
trio, cap. 6.
Verbo, núm. 357-358 (1997), 759-783 759
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JUAN GAYÓN PEÑA .
organizada, estudiando primeramente la separación entre las
dos democracias antagónicas
para después, y en el marco del
tema general de la reunión, profundizar algo más en el hipoté­
tico pluralismo
que caracteriza la metafísica y la sociologfa
democráticas, para,_ finalmente, determinar cómo esta forma de
Estado se nos presenta como el paso más decisivo hacia la
separación definitiva del
hombre respecto de su Creador y el
Orden por Él querido, y, en consecuencia, como una de las fal­
tas graves
en las que no debieran incurrir quienes buscan con
sinceridad la Salvación.
Asi las cosas, y como es sabido, la democracia clásica
puede entenderse como forma de gobierno (en sus dos ver­
tientes justa y corrompida,
según los autores) y también como
mayor o menor participación del pueblo en los asuntos de
gobierno (y no sólo como mero ejercicio del gobierno por el
mismo)
en aquellos regimenes mixtos defendidos entre otros
por Aristóteles y Polibio que, participando de la naturaleza de
varias
de las formas puras, en su opinión serian los que mejor
se adecuar!an al recto gobierno de la ciudad. En esta misma
opción se encuadra también el Aquinate al afirmar en la Suma
Teológica que ·la mejor constitución en una ciudad o nación es
aquella en que uno es el depositario del poder y tiene la pre­
sidencia
sobre todos, en cuanto que todos pueden ser elegidos
y
todos toman parte de la elección. Tal es la buena constitu­
ción politica, en la que se juntan la monarqufa -por cuanto es
uno el que preside a toda la nación-, la aristocracia -porque
son muchos los que participan en el ejercicio del poder-y la
democracia,
que es el poder del pueblo, por cuanto éstos que
ejercen el poder pueden ser elegidos del pueblo y es el pue­
blo quien los elige· (2).
Teniendo
presentes estas coordenadas, podemos hablar de
dos aspectos fundamentales que, aun siendo externos al pro­
pio concepto de la misma democracia, la matizan y perfilan
extraordinariamente; a saber, el número de personas que inter-
(2) SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teol6gica, op. cit., 1-11, q. 105, ª· 1, resp.;
cfr. también del mismo autor, 1-11, q. 95, a. 4, resp.
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viene en el gobierno democrático y la extensión territorial del
,Estado• gobernado democráticamente.
Respecto de las personas
que participaban activamente en el
gobierno democrático antiguo, todas las fuentes coinciden en
señalar que era un número sumamente restringido, pues se redu­
da escasamente a los varones libres, quedando, en consecuencia,
excluidos tanto los metecos o extranjeros como los esclavos que
suponían la mayoría de la población (3), al igual que las muje­
res. Con independencia de cuál fuese
la proporción exacta, pare­
ce indudable
que en realidad el grupo de ciudadanos que ejercia
el
poder en la época más floreciente de la democracia clásica no
escapaba de ser una clase minoritaria, y de ah! que pueda afir­
marse
que en realidad nos encontramos, desde el prisma moder­
no, no con una democracia como las actuales, sino más bien con
una aristocracia más o menos amplia. Por otra parte, los territo­
rios gobernados democráticamente
no dejaban de ser muy redu­
cidos
en comparación con las extensiones territoriales de la
mayoría de los Estados modernos. Por todo ello,
la democracia
ateniense, puesta de ejemplo
en todos los órdenes como forma
de gobierno ideal, sacralizada
por algunos clásicos y románticos,
teórico modelo de la democracia actual,
hoy sería con total segu­
ridad calificada de oligarquía totalitaria y tiránica, excluida
de las
organizaciones supranacionales y vetada
en los ámbitos econó­
micos y pollticos del mundo moderno. ¿Cómo es posible que esto
ocurriera si
en ambos casos estamos tratando de ,democracias•?
La respuesta sólo puede venir por el hecho de que entre una
(entendida como forma de gobierno) y la otra (entendida como
forma de Estado), tan
sólo existe un nombre en común, pues
obedecen a situaciones fácticas (de población, territorio, momen­
to histórico) y teóricas (concepto de totalidad, rectitud del gobier­
no, aproximación gnoseológica a la realidad) radical y absoluta­
mente diferentes e incluso contrarias.
(3) No hay común acuerdo en la proporción existente entre hombres
libres y esclavos, pero el común de las fuentes coincide en señalar que
el núme­
ro de esclavos era muy superior al de hombres libres; así, por ejemplo, es la más
popular
la proporción establecida en el censo de Atenas hacia el 310 a. C., en el
que se habla de 21.000 ciudadanos, 10.000 extranjeros y 400.000 esclavos.
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JUAN CAYÓN PEÑA
Entenderemos por democracia como forma de gobierno, en
definitiva, la que Madiran define en su clásica obra Les deux
democraties como •aquella que existe desde siempre y que, por
tanto, podríamos denominar, en sentido relativo, eterna: es un
modo de designación de los gobernantes•, esto es, tan sólo uno
de los medios posibles por los que se eligen los gobernantes de
determinada comunidad política,
amén de la participación direc­
ta
de ésta en la toma de decisiones que no requiere quizás dema­
siada explicación.
Este
es el sentido que la propia etimología nos señala, pues
democracia proviene del griego
demos y krateo, esto es, gobier­
no popular, que, como hemos visto, históricamente se ha plas­
mado con mayor o menor pureza, en forma mixta casi siempre.
Este es el sentido en el que Herodoto (4), Platón (5) y Aristóte­
les (6)
se han referido al mentar el término democracia con inde­
pendencia de cuál fuera
su posición concreta respecto de dicha
forma de gobierno. En cualquier caso, como destacó Estanislao
Cantero
(1), aun cuando el sentido peyorativo del término [que
también existió al
entender por democracia la forma corrompida
del gobierno del
pueblo o poltteta (8)) no fuera de uso general,
la palabra democracia siempre
se circunscribió a designar una
forma de régimen polltico, bien fuera recto o corrupto.
De este modo, y
una vez que tenemos formado el triple sig­
nificado histórico del término, esto es, gobierno del pueblo,
corrupción del gobierno del
pueblo y participación del pueblo en
el gobierno, estaremos en condiciones de poder compararlo con
( 4) HERooOTo, Historia, en la traducción del padre Bartolomé Pou, EDAF,
Madrid, 1969, III, 80-82.
(5) PLATÓN, La república, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid,
1981, libro VIII, 544c y 545c entre otros, así como en El político, Centro de
Estudios Constitucionales, Madrid, 1981, 291d
y sigs.
(6) ARlsTÓTEI.ES, Política, op. cit., libro 111, l.279b y Etica a Nicómaco, libro
VIII, l.160b, traducción de María Araújo y Julián Marías, Centro de Estudios
Constitucionales,
Madrid, 1989.
(T) CANTERo, Estanislao, ·Evolución del concepto de democracia.o, en ¿Crisis
en la democracia? Speiro, Madrid, 1984.
(8)
ar. VoN HIPPEL, Ernst, Historia de la filosojia política, traducción de
Francisco Fernández Jardón, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1962.
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L4 TENTACIÓN DEMOCRÁTICA
el moderno concepto de democracia para poder determinar sus
analogías y diferencias, con la implícita presunción de
que la
comunidad política tiene
un fin concreto (previo a la propia
determinación de la forma de gobernarse), fin que básicamente
podñamos resumir
en llegar al bien común, a la justicia o recti­
tud del régimen político, como ya señalara el propio Aristóteles,
o centrándolo más
en el tema general de este congreso, con la
armonía de lo plural presente
en la comunidad.
Cuando Juan Jacobo Rousseau trata de la democracia y la
alienación total a la voluntad popular,
en su esquema intelectual
aparecen dos ideas cuya vinculación
con la visión cristiano­
medieval de la política
es clara: la que él llama volonté générale
(que, recordemos, en su concepción tiene un carácter absoluto e
infalible)
no es sino un reflejo de lo que para la cosmovisión polí­
tica cristiana era
la ley de Dios a la que absolutamente todo debe
supeditarse, del mismo modo que la necesidad de que se pro­
duzca
en el ciudadano la total adhesión interior, la sumisión ciega
a dicha voluntad general, se
nos presenta como la versión secu­
larizada de la fe, virtud teologal cristiana. Como afirma Widow,
..ge mantiene, pues, la subordinación de ese orden a un impera­
tivo absoluto, infalible y universal, y la necesidad de un asenti­
miento interior, de conciencia, como impulso principal de la
unión de las partes al todo. Pero al desaparecer la trascendencia
de la norma primera
y objeto de la fe, la verdad en que se funda
el orden se transforma
en ideología, y se confunden en una solo
entidad el Estado,
el poder secular y el religioso· (9). La trascen­
dencia
de esta identidad aparente, pero que en el fondo prosti­
tuye todo
el sistema democrático moderno, resulta vital para
poder entender en todos sus extremos la moderna concepción
democrática asi como los problemas de todo
orden que ésta
genera.
En este sentido, la democracia se convierte en la nueva reli­
gión a la que se exige rendir culto público y privado, y en la que
por exigencia •moral• todos los ciudadanos deben creer, respetan-
(9) WIDOW, Juan Antonio, •La revolución en el lenguaje político•, en Verbo
(Madrid), núm. 177 (1979), pág. 779.
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do sus propios dogmas con preferencia sobre cualesquiera otros.
La unión entre lo público y lo religioso que caracterizaba el sis­
tema clásico y
el medieval, unión sin la que difícilmente es enten­
dible la esencia
de dichos sistemas, se transforma en auténtica
confusión
en esta nueva etapa de la humanidad, aunque en este
caso
nos encontramos con una religión totémica y secularizada,
de caracteres peculiares que la perfilan como casi todopoderosa.
En la
modernidad ya no son los dioses naturales y los hados
quienes protegen la polis, ni tampoco los mandamientos de la ley
de Dios los que inspiran todo el actuar público y privado de los
dirigentes y
sus súbditos, sino que, por el contrario, la nueva divi­
nidad se hace inmanente y reside en el propio soberano ante el
que toda voluntad se supedita, en la sacrosanta voluntad general
que no entiende de nada que la trascienda y que, en todo caso,
acierta a manifestarse
como verdad absoluta ante la que no cabe
resistencia alguna.
La democracia moderna, como bien señala de nuevo
Estanislao
Canten;, (10), en la que el presupuesto básico de la
existencia
de un fin propio y caracteñstico de la comunidad polí­
tica
que trasciende a la propia colectividad tiene en sí misma su
propia justificación, sin necesidad alguna de recurrir a parámetros
que la trasciendan, al mismo tiempo que ella lo justifica todo, lo
legitima todo; de ahí que en realidad la democracia moderna,
más
que ser una forma de gobierno de entre las posibles, se
constituye en forma de Estado, aún más, en la única forma de
Estado legítima, y todo ello en virtud de una serie de transfor­
maciones,
de cambios revolucionarios producidos en la propia
filosofia política y más tarde
en las costumbres, usos y creencias
de la colectividad. La democracia moderna abarca todos los cam­
pos posibles, las instituciones, las leyes, los gobiernos y los pue­
blos de modo tal que no hay realidad diferente de ella misma y
se hace a
sí misma, único dios •verdadero•.
Precisamente, y
en relación con el supuesto respeto a la plu­
ralidad, cada día es más
evidente que, pese a que las vertien-
(10) CANTERO, Estanislao, •Evolución del concepto de democracia·, loe. cit.,
págs. 20 y 21.
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tes más duras de la ideologfa democrática van entrando en decli­
ve (me refiero
al totalitarismo marxista y al Estado intervencio­
nista de corte occidental) ante la imposibilidad material
de dar al
hombre su •tierra prometida•, los últimos tiempos se están carac­
terizando
por la continuidad de la senda democrática caracteri­
zada entre otros factores
por el irracionalismo, el politeismo de
los valores y el indiferentismo religioso (11), llegándose bajo
numerosos puntos de vista a un «universo h_omogeneizado, some­
tido por entero a las leyes mercantiles dictadas por la sociedad
civil reinante, y
en el que la tolerancia pregonada no es otra cosa
que la imposición
de un consenso en el que todas las opiniones
valen y
se anulan a un tiempo• (12).
Señala Raymond Aron
que la esencia del totalitarismo es pre­
cisamente
•la voluntad de transformar fundamentalmente el
orden existente
en función de una ideologfa• (13) y, de hecho, si
acudimos a
un diccionario encontramos definido el totalitarismo
como
-régimen político y social de partido único, que asume
todos los poderes estatales, y
en el que las funciones de gobier­
no. se dirigen a desarrollar el ideario oficial, para el que se exige
la adhesión de los ciudadanos. Doctrina
que sirve de base a ese
régimen• (14). Ese totalitarismo, que caracteriza a la democracia
moderna,
se produce por los propios fundamentos doctrinales de
ésta
que llevan a la total confusión del Estado con la sociedad, o
mejor dicho, a la total absorción
de la sociedad por parte del
Estado, aniquilador de los cuerpos intermedios naturales y
en
absoluto respetuoso con las vertientes positiva y negativa del
principio
de subsidiariedad.
La incompatibilidad entre uno y otro concepto de democra­
cia
se manifiesta ya incluso desde el mismo origen atribuido al
poder, ya
que en la democracia clásica, y especialmente en la
(11) Cfr. Aruso TollRES, Miguel, ¿Después del Leviatban? Sobre el Estado y su
signo, Spelro, Madrid, 1996, pág. 70.
(12) Ibid., pág. 88.
(13) A.RON, Raymond, Democracia y totalitarismo, Seix Barral, Barcelona,
1968, pág. 240.
(14) SERRANO GóMEz, Miguel, Diccionario de términos sociopolíticos, Everest,
Madrid, 1977, voz -totalitarismo•.
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perfilada por Santo Tomás como participación del pueblo en las
decisiones políticas, se manifiesta claramente su origen divino
fundamentado
en la máxima evangélica de que todo poder terre­
nal viene dado de lo alto, esto es, tiene un origen sobrenatural,
mientras que en el caso de la democracia moderna el origen divi­
no del poder queda excluido doctrinal y teóricamente (15). Las
diferencias entre una y otra, al margen de las caractensticas for­
males
de la clásica ya mencionadas (reducido número de sujetos
activos y pequeños territorios) y
que la hacen incompatible con
la -internacional democrática• son incluso más profundas (16) si
cabe.
La democracia clásica no suponía en ningún caso una con­
cepción antropológica, metafísica o social diferente de la
que
fundamentaba el resto de los reg!menes politicos posibles, sino
que,
por el contrario, se fundamentaba en una misma forma de
entender al.hombre y a la sociedad, al contrario de lo que supo­
ne la democracia modernamente entendida, pues ésta, amén de
atribuir teóricamente (y sólo en teoría) el ejercicio del poder a
todos y cada
uno de los componentes de la sociedad política y
pretender aplicarse a cualquier Estado
con independencia de su
amplitud territorial o circunstancias socioculturales concretas y
dispares, obedece a
una filosofia radicalmente nueva y opuesta a
cualquier otra anterior.
Es precisamente ese el segundo objeto de estas reflexiones,
determinar la fundamentación última
que hace la democracia
moderna radicalmente incompatible
con el verdadero pluralismo,
al
que nos estamos refiriendo como pluralidad, y la libertad rec­
tamente entendida.
Respecto del planteamiento clásico a la hora de concebir
al
hombre en su relación con la sociedad, en definitiva, el principio
(15) liERBERA ORIA, Angel, en el prólogo a la obra de DEMONGEOT, Marcel, El
mejor régimen politico según Santo Tomás, B.A.C., Madrid, 1959, págs. XV y sigs.
(16)
De hecho, las diferencias formales a que hacemos referencia, en la
práctica tampoco son absolutas, pues en ningún caso las democracias modernas
han logrado que el número
de gobernantes y gobernados sea el mismo, esto es,
que se produzca indentidad entre los grupos humanos dirigentes y dirigidos, y,
de hecho, así lo reconoce el propio Rousseau en el Contrato Social al afirmar que
•tomando el término rigurosamente, nunca ha existido ni existirá verdadera demo­
cracia..
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IA TENTACIÓN DEMOCRÁTICA
de totalidad en la explicación tradicional, ya ha sido suficiente­
mente tratado
en este mismo foro, por lo que no me adelantaré
en su exposición, pero sí quisiera referirme a la subversión de
ese principio de totalidad que sirve de fundamentación a la
democracia moderna, subversión
que hace confundir, con mati­
ces netamente totalitarios,
al todo con la parte.
Reducida
la comunidad a una mera colectividad de sujetos
individuales,
pura agregación de individuos, las tesis contractua­
listas permitirán que el Estado se autojustifique, sin recurrir a
nada
que le trascienda, mediante la ficción de la voluntad gene­
ral que, originaria de los individuos agregados, se constituye
en
el nuevo ·derecho natural·, causa final de la nueva sociedad y
ante
el que todos los sujetos individuales y cuerpos intermedios,
de existir éstos últimos
aún desnaturalizados, deben operar con
el máximo respeto, de modo tal que se sometan total e lntegra­
mente a la misma.
La nueva conceptuación del principio de totalidad, absoluta
y radicalmente incompatible
con la explicación clásica, permite,
en consecuencia, poder hablar de dos lógicas de la totalidad
como ya explicara entre nosotros Zuleta Puceiro.
La moderna,
que es, en definitiva, la que intentamos describir en este momen­
to,
se fundamenta en ese mito del contrato social del que Del
Vecchio (17), por mencionar un autor no sospechoso, comentan­
do la obra de Jellinek (18), ha resumido brillantemente: el con­
trato social •tiene
una sola cláusula que comprende la completa
alienación
de todos los derechos del individuo a favor de la
sociedad.
El individuo, desde el momento en que entra en el
Estado,
no se reserva para si ninguna partícula de derecho. Todos
cuantos derechos obtiene,
se los concede la voluntad general,
que es la única que determina sus limites, y ni es ni puede estar
juñdicamente limitada
por ningún poder>. La aséptica descripción
que acabamos de transcribir encaja perfectamente como funda-
(17) DEL VECCHIO, Giorgio, Persona, Estado y Derecho, Instituto de Estudios
Políticos, Madrid, 1957, pág. 192.
(18)
jEWNEK, Georg, Die Erklamng der Menscben und Bürgerrecbte,
Leipzig, 1904.
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JUAN GAYÓN PEÑA
mento metaf'isico de la democracia moderna, en la que ante el
Estado democrático
nada ni nadie puede objetar razón alguna
que sobrepase las previstas por la propia voluntad general, de
contenido etéreo
pero materializada en la fuerza del Estado que
no encuentra así más limite a su actuación que su propia •autoli­
mitación,. Para el mismo autor (19) la autoeliminación del Estado
a través de las leyes, •que
deben ser iguales para todos los ciu­
dadanos• es la única salvaguardia efectiva ante los posibles abu­
sos
del poder soberano y lleva en sí misma la garantía que nos
protege de
la arbitrariedad estatal. La ingenua insuficiencia de tal
criterio es tan manifiesta
que ni siquiera incidiremos en ella.
Toda la construcción intelectual
que acabamos de describir
subvierte el principio
de totalidad haciendo que podamos hablar
de totalitarismo, esto es, absoluta sumisión de la parte al todo, del
hombre al Estado,
en todos los casos y sin excepción, no como
medio de
su propio perfeccionamiento a través de su participa­
ción
en la comunidad sino más bien como un simple elemento
cuantitativamente,
pero también, cualitativamente inferior al pro­
pio Estado que representa la voluntad general.
Como entre nosotros
ha destacado Miguel Ayuso (20), ,la
lógica de la totalidad ínsita
en el totalitarismo contradice tales
supuestos básicos (refiriéndose a los de la explicación clásica de
la totalidad que da pleno sentido al problema planteado, esto es,
la
unidad de lo comunitario frente a la diversidad de lo individual
entendiendo la totalidad como pluralidad).
Al contrario que Santo
Tomás, parte del individualismo disgregador y
egoísta, que des­
compone los conjuntos en sus átomos constitutivos; es la hipóte­
sis del •estado de naturaleza, elaborada
por los partidarios del
contrato social para acabar entregando las personas al dios esta­
tal• (21).
(19) DEL VECC!iIO, Jorge, ap. cit., plig. 193.
(20) AYUSO TORRES, Miguel, •El totalitarismo democrático•, en ¿Crisis en la
democmcia?, Speiro, Madrid, 1984, pág. 136.
(21) No obstante, tal opinión
con la que coincidimos plenamente, no es
aceptada por los defensores del contractualismo social o
al menos para los defen­
sores
de Rousseau, ya que para ellos el contrato social y la alienación del hom­
bre
con todos sus derechos a la voluntad general, -es un puro principio regula-
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LA TENTACIÓN DEMOCRÁTICA
El hombre, que ya no vive en sociedad por ser en ésta en la
que mejor
puede cumplir los fines que tiene asignados y estar
naturalmente llamado a ella, sino que,
por el contrario, se
encuentra liberado
de todo yugo o responsabilidad y convive en
sociedad simplemente porque esta es su voluntad, no se rige a la
hora de expresar
su opinión en asambleas por norma alguna que
le supere, sino que, por el contrario, su propia y egoísta volun­
tad es soberana
en todos los casos (22), por lo que simplemente
se limita a servir a su interés particular. Apreciamos netamente,
en consecuencia, la totalidad entendida no como pluralidad sino
como
unidad atomizada, en combinación con la idea de hombre,
no como ente real sino como una mera abstracción de la mente.
La ficción del contrato social casa perfectamente con estos plan­
teamientos y da su cobertura ideal a dichas posiciones (23). De
doro metodológico, que sólo sirve para explicar el tránsito de los derechos del
hombre desde el orden natural al civil; y responde solamente a aquella exigencia
de lógica jurídica, por la cual al cambiarse un título de posesión por otro) se debe
suponer anulado el primero pra dar lugar a la validez del segundo. Realmente al
individuo
no se le priva ni por un instante de sus derechos; sólo existe una trans­
formación
respecto al modo como ha de ser dueño de ellos-en la cita de Dm.
VECCHio, op. cit., págs. 295 y 296. Consideramos que los hechos de nuevo se opo­
nen a las teorlas, por más que éstas sean brillantemente expuestas, y en lo que
se refiere a este tema, la sumisión del hombre a la abstracta voluntad general es
patente en el Estado moderno.
(22) De dichO planteamiento en el que se fundamenta la democracia
moderna, esto es, la soberanía popular defendida a todo trance, se deducen direc­
tamente dos consecuencias a las que de hecho ya nos referimos en el cuerpo de
este trabajo: primeramente, ninguna autoridad es aceptable si no se funda sobre
la voluntad popular expresada mediante el sufragio universal, y, en segundo
lugar, la moral social puede y debe evolucionar en sus contenidos en el mismo
sentido en el que el pueblo soberano se exprese mediante dicho sufragio uni­
versal. Como destaca Arnaud de Lassus en Philosophie de la revolution et droits
de 11,omme, A.F.S., Pañs, 1985, pág. 42, •los ciudadanos comprometidos con la
doctrina católica
en los países occidentales, han solido protestar airadamente res­
pecto de ambas consecuencias pero sin remontarse a la causa que las provoca-,
esto es, la ftlosofia meramente subjetivista y relativizadora que permanece en el
substrato
de todo el sistema democrático moderno en particular y de la revolu­
ción en general.
(23)
De hecho, es esa la finalidad que se propone. La antítesis entre la cons­
titución nativa del hombre Oibre e igual a sus congéneres) y su condición social
(en la que se encuentra sometido y la desigualdad es la norma común) es el
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JUAN GAYÓN PEÑA
un modo similar a la explicación aportada por las antiguas mito­
logías politeístas en las que se explicaba el génesis de la civiliza­
ción a partir de
la vida y lucha entre diferentes dioses según los
mitos y
las tradiciones heredadas de antiguo, los modernos demó­
cratas explican el origen
de la sociedad con una nueva mitología
que se concentra en el contrato social que pretende explicar la
génesis de la sociedad, de la comunidad política, partiendo de un
pacto legendario verificado por individuos que hasta entonces
permanecian asociales
en un más o menos idílico estado de natu­
raleza previo a cualquier vestigio de sociedad moderna
que puede
encuadrarse perlectarnente dentro de
la lógica de la totalidad
que hemos venido en denominar totalitaria. Como concluye
Fontaine (24), estado de naturaleza y contrato social se configuran
como elementos constitutivos e inseparables de una misma meta­
física social
en la que no podemos tratar el contrato social sin refe­
rimos
al estado de naturaleza, y a la inversa, es imposible tratar de
un estado previo a la sociedad sin referirnos al momento en el que
la sociedad queda artificialmente constituida mediante el contrato;
•la exigencia de acabar con las instituciones históricas, y con sus
ataduras y vinculaciones, obliga
(. .. ) a pensar en su sustitución.
Habrá que crear constitutivamente, por convención racional
o pacto social, una sociedad de nueva planta•, como destaca
Ayuso (25). Aniquilada la comunidad (26) tradicional,
el ordena­
miento polltico de la sociedad
queda separado de todo funda­
mento
que no sea el simple consenso de los miembros que la
componen, originándose
un sistema fundado en el individualis­
mo que nace viciado y con tendencia natural a lo totalitario, a la
ausencia
de respeto a la pluralidad consustancial a la propia natu­
raleza del hombre
en su calidad de ser social.
supuesto y la razón determinante de la teoria del contrato social, como indica DEL
VECCHIO, op. cit., pág. 209.
(24)
Cfr. FoNTAINE, Rémi, Génese d'une mytbologie, A.F.S., París, 1987, pági­
nas 44 y 45.
(25) AYUSO ToRRF.S, Miguel, .Orígenes filosófico-jurídicos de la Revolución
Francesa.,
Anales de la Real Academia de Jurisprudencia y I.egislación, núm. 20
(Madrid), 1989.
(26) Como participación del grupo social en un todo que trasciende a las
partes más que
como mera coexistencia más o menos organizada.
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LA TENTACIÓN DEMOCRÁTICA
El principal problema con el que nos encontramos, y entra­
mos
con ello ya en el núcleo de la exposición, es que el plura­
lismo ideológico
que caracteriza la moderna democracia es
incompatible con el verdadero pluralismo, la pluralidad, que no
es ideológica sino social. Como destacó en su día Canals, ·el bien
finito exige orden, y el orden exige distinción y diversidades gra­
duadas (. .. ) de
modo que asi entendida la unidad de la vida
social exige
que no sea suprimida la pluralidad· (27). Por el con­
trario, la trasposición democrática y los nuevos valores imperan­
tes, pretenden la igualdad entre todos los componentes de la
sociedad entendiendo la participación de los ciudadanos
no
como interacción armónica de lo múltiple con lo uno, esto es, de
la sociedad con la unidad funcional superior, sino en función de
las ideologias destructoras mediante la dialéctica de la verdadera
pluralidad social.
·La multiplicidad se diluye en una nueva unidad
colectiva cuando
se pretende que el conjunto de elementos múl­
tiples gobierne la totalidad de
un modo general, y entonces, para­
dójicamente, la participación real desaparece sustituida
por una
pseudo participación que se limita a discut:iP, como ya destacó
Juan Vallet hace más de veinte años. Ciertamente, •lo múltiple
sólo
es tal mientras cada elemento mantiene su individualidad
propia dotada
de ámbito propio con competencia determina­
da· (28). La tentación democrática engaña al hombre haciéndole
pensar
que todos participamos en todo, lo que en realidad entra­
ña finalmente
una pérdida definitiva de las competencias que nos
eran propias en aras del Estado que representa esa voluntad
general a la
que todo se somete y que absorbe todas las fun­
ciones.
Tenemos, por tanto, que la armorua social supone la partici­
pación de los individuos,
pero no la participación abstracta y a
fin de cuentas falsa
de las democracias modernas en las que cada
cierto tiempo
se elige al grupo de oligarcas de tumo en función
de la mayor o
menor credibilidad de su propaganda electoral,
(27) CANALS VIDAL, Francisco, ·Monismo y pluralismo en la vida social•, en
Verbo, núm. 61-62 (Madrid), 1968, pág. 31.
(28) VALLET DE GoYTisow, Juan B., •Unidad y pluralidad: ni dialéctica ni
colectivización•,
en Verbo, núm. 105-106 (Madrid), 1972.
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Fundaci\363n Speiro

JUAN GAYÓN PEÑA
sino, por el contrario, se precisa la participación de cada uno en
,aquello a lo que directamente está ligado por el fin perseguido
por el todo (. .. )• (29) y de lo que se tiene el conocimiento direc­
to o al menos
el imprescindible para poder decidir sin necesidad
de ser dirigido y manipulado. No hay
por tanto verdadera parti­
cipación si existe
una dialéctica irreconciliable, como es el caso
en las democracias modernas, entre las partes que forman en
todo social, o entre dichas partes y el todo integrador en si, del
mismo modo
que tampoco encontramos verdadero pluralismo en
el caso de la acción uniformante total que desarraiga y separa los
elementos para luego fusionarlos
en forma de masa fácilmente
moldeable
al antojo de los poderosos.
No
es consecuencia la democracia moderna de una realidad
que respete la armonfa social, sino más bien al contrario, como
por otra parte no paella ser de otro modo, pues ,una vez que la
dialéctica (ideológica) llega a la culminación de su devastadora
operación
de descomposición social, no queda sino un único y
gra protagonista• (30), la síntesis final a la
que todo y todos se
subordinan, el nuevo principio de totalidad
que necesariamente
deviene
en totalitarismo y que modernamente ha cristalizado en
la figura del Estado que llaman social y democrático de derecho
por utilizar el modismo más cercano.
Como vemos,
en realidad nos estamos encontrando ante el
no por más repetido menos real problema del enfrentamiento de
dos cosmovisiones radicalmente opuestas e irreconciliables, igual
que opuestas e irreconciliables eran las dos democracias a las
que hadamos referencia al comienzo de nuestra exposición. Son
dos visiones politico-sociológicas enfrentadas pese a verificarse
sobre
un mismo objeto, la sociedad. Se trata del pluralismo
ideológico frente
al pluralismo social, del idealismo frente al rea­
lismo, del fenómeno social dirigido frente a la sociabilidad espon­
tánea o natural, del .intervencionismo estatal frente al principio de
(29) CANTEllo NúÑEZ, Estanislao, •La armonía•, Actas de la XVII Reunión de
Amigos de la Ciudad Católica, en Verbo, núm. 173-174 (Madrid), 1979, pág. 392.
(30) ZULETA PuCEIR.o, Enrique, -Armonía y dialéctica en el orden politico•,
Actas de la XVII Reunión de Amigos de la Ciudad Católica, Verbo, núm. 178
(Madrid), 1979, pág. 1063.
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L4 TENTACIÓN DEMOCRÁTICA
subsidiariedad, del hombre demiurgo y director absoluto de su
propia existencia y destino frente al hombre causa segunda a tra­
vés
de la cual actúa la causa primera de Dios, del ¿por qué no?
que ayer mismo nos explicaba la profesora Martinez-Sicluna fren­
te a lo debido
según el orden natural, en definitiva se trata de la
lucha entre el mal y
el Supremo Bien.
Así, las bases ideológicas de la democracia modernamente
entendida podríamos resumirlas básicamente
en tres, a saber,
desvitalización del orden social (mediante una conceptuación
errónea y opuesta a la clásica
con perversión del principio de
totalidad), masificación social (a través de la despersonalización
del hombre y
su concepción como objeto o cosa a manipular
mediante los nuevos y potentes medios de control social) y
por
último, aunque derivado de lo anterior, lo que podríamos aven­
turar como •anestesia social•, consecuencia lógica del adormeci­
miento del cuerpo social teledirigido desde las esferas del poder.
La sociologia democrática aparece, pues, intñnsecamente
relacionada
con la metafísica del contrato social en la que se fija
como patrón el principio de totalidad entendido como alienación
total de los individuos y de la sociedad,
en definitiva, a la abs­
tracta voluntad general
que representa el poder político tal y
como ya hemos descrito anteriormente. Intimamente ligada al
proceso
de desvitalización social, tanto que resulta complejo
intentar diferenciar
una y otra realidad a la vista de sus implica­
ciones e interrelaciones,
se encuentra el fenómeno de la masifi­
cación demoledora de todo pluralismo real. Señaló Vallet, cómo
«esa naturaleza racional, que implica una inteligencia dotada de
individualidad, hace de la persona humana el elemento singular
básico de
toda universalidad, comunidad, colegio, ciudad,
nación•.
• Y esa individualización hace del hombre un ser concre­
to,
no un ente abstracto; ser dotado de existencia singular y dis­
tinta
en cada uno· (31). Esta idea, propia de la concepción clási­
ca, hace imposible entender al hombre como parte de
una masa,
pues
«no existe (. .. ) entre nosotros la igualdad de las partículas
(31) VALLEI' DE GoYTI50LO, Juan B., ·El hombre en la sociedad de masas•, en
Verbo (Madrid), núm. 159-160 (1977), págs. 1383 y sigs.
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JUAN CAYÓN PEflA
en una masa• G2). Sin embargo, los planteamientos sociol6gicos
en los que se desarrolla la democracia moderna si tratan al pro­
pio hombre y lo que queda de su sociedad como masa. Cada per­
sona de las que componen cualquier sociedad se desarrolla ope­
racionalmente
en comunidad con la finalidad de alcanzar los
fines a los
que por su propia naturaleza tiende, entendiéndose
tradicionalmente al Estado (33) como sociedad de sociedades, y
no como una mera adición de individuos sin más organización
que la de pertenecer a esa ,macrosociedad, política. De ah! el
importantísimo papel
que juegan en la concepción tradicional los
cuerpos intermedios, auténtico motor de vitalidad social y cuyo
adecuado funcionamiento y autonomía es la mejor muestra de la
buena salud de una comunidad politica, pues ,el hombre no se
desarrolla en un s6lo grado, en una única comunidad política
totalizante, sino
en distintos 6rdenes y graduaciones de comuni­
dades humanas• (34), adecuándose asi a su propia naturaleza.
Por el contrario, la democracia moderna
se funda en una
masa social, esto es, en una mera adición de individuos a los que
se ha conseguido desprender de sus medios sociales naturales
Oos cuerpos intermedios) aniquilándolos directa o indirectamen­
te, de
modo tal que no hay más vinculación entre unos y otros
que la tabula rasa igualitaria, por lo que ha definido la masa
como «pura cantidad, una aglomeración sin trabazón interna y sin
forma externa; implica homogeneidad de sus partes componen­
tes o, cuando menos, la insignificancia de las diferencias que
pudieren
existir,, (35) entre ellas.
(32) !bid., pág. 1383. In extenso, cfr., del mismo autor, Sociedad de masas y
Derecho, Taurus, Madrid, 1968, primera parte, capítulo primero, págs. 15 y 22, así
como capítulo quinto, págs. 171 y sigs.
(33) Empleamos dicho término análogamente, habida cuenta
de la reflexión
que ya hemos hecho en estas mismas páginas en virtud de la cual en nuestra opi­
nión no se puede hablar de Estado. sino desde la perspectiva moderna. En reali­
dad,
lo que queremos significar con esta analog"i.a, es la comunidad política, si
bien a los efectos de efectuar un estudio comparado de ambas perspectivas; uti­
lizaremos aquí
en ambos casos la terminologia moderna.
(34) VAUET DE GoYTISOLO, Juan B., loe. ult. cit., pág. 1384.
(35) Recogemos aquí la definición
de LERscH, Philipp, El hombre en la
actualidad, traducción de José Pérez Riesco, Gredas, Madrid, 1958, pág. 74. En
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LA TENTACIÓN DEMOCRÁTICA
Frente a los principios básicos del correcto orden social, esto
es, primacía del bien común, principio
de subsidiariedad con
autononúa de los cuerpos intermedios, unidad que exige la fide­
lidad al plan del Creador,
pero respetuosa de la riqueza de lo
múltiple
en la acción, en los modernos Estados democráticos, la
jerarquía social y las corporaciones tienden a desaparecer y
el
bien común se ignora para favorecer los bienes particulares de
quienes se encuentran
en situación de poder. Previa la desvitali­
zación del orden social, sin
la cual no hubiera sido posible el
posterior proceso de masificación,
el vacío creado por la desapa­
rición de los cuerpos intermedios naturales es
ocupado paulati­
namente
por el Estado, que se ve en la necesidad de afrontar
numerosísimos problemas y aspectos que,
pese a no ser de su
estricta incumbencia, regula mediante
un sin fin de leyes y regla­
mentos, presentándose con ello lo
que se ha conocido bajo el
nombre de omniestatalidad que, incluso, últimamente se está
viendo superada
en los planteamientos postmodernos en una
especie de carrera frenética hacia el abismo por una inexistencia
de acuerdos siquiera
en lo fundamental. En la explicación de
Danilo Castellano, el radical individualismo
que pretende funda­
mentar
un nuevo personalismo, la reducción del Derecho a la
fuerza (separado
de toda axiología relacionada con la Justicia o
el Bien Común) y
la visión negativa de la libertad que caracteri­
za a las democracias modernas, son todos ellos factores que nos
permiten aproximamos al nuevo estado de la cuestión.
sentido similar, dos de las acepciones de María Moliner para el vocablo masa:
cffiezcla homogénea y consistente que se forma deshaciendo en un líquido una
substancia sólida o
pulverizada-y el -conjunto de gente (nótese la precisión que
ni siquiera hace referencia a personas) indiferenciada que tiene importancia y
pesa
en la marcha de los acontecimientos solamente por su número,,, Lo trascen­
dental
de una y otras reside en que la masa se caracteriza, entre otros aspectos,
como veremos
en el cuerpo de estas líneas, por la pulverización previa de lo que
hasta entonces eran todos individuales, la pérdida de identidad
de los sujetos que
se
unen artifialmente en masa y su valor sólo en cuanto a número, críterio que,
por lo demás, es el natural para
el sistema democrático.
En el mismo sentido, BRUNNER, Emile, !.ajusticia, traducción de Luis Recasens
Siches, U.N.A.M.,
México, 1961, pág. 229, al señalar que la masa se caracteriza por
no tener
trama, urdimbre ni estructura, siendo la mera reunión de partículas
iguales.
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JUAN CAYÓN PEfitA
La «masificación es, pues -señala Vallet-, la destrucción de
toda trama, urdimbre y estructura y la reducción a partículas igua­
les• y •aplicada a la sociedad, es tanto como su destrucción, al
reducirla a una suma de individuos, conglomerándolos, y que, de
ese modo, pierden su vida propia y
se ven privados de los ve­
hículos de la participación social
que aquéllos constituyen. Por
eso
ha de ser articulados mecánicamente y movidos artificial­
mente
por el Estado• (36), que no sólo no respeta la pluralidad
propia de la sociedad sino
que tiende a eliminarla: las caracterís­
ticas de
esa masa en la que se desarrolla la democracia moderna
a la perfección, las explica también
Vallet-(37) con acertada pers­
pectiva: uniformidad, carencia
de estructura propia y manipula­
ción externa.
Respecto de la uniformidad, ésta responde al mito igualitario
que ya hemos apuntado en estas mismas páginas. Se trata de
igualar lo desigual, de segar cualquier diferencia entre los hom­
bres
que componen la comunidad política, para lo cual, y previa
su conceptuación como simples elementos moldeables, se inten­
ta
por todos los medios uniformar conciencias, mentalidades y,
en definitiva, a los hombres mismos. La paradoja que se produ­
ce
con el mito igualitario es evidente; está condenado necesaria­
mente al fracaso,
pues no se puede luchar contra lo que la natu­
raleza hizo desigual,
y, en cualquier caso, jamás serán iguales
quienes
imponen la igualdad a los demás y los que se encuen­
tran sujetos a la imposición. No obstante, el daño
que se hace a
la sociedad
es evidente, y es que los medios para intentar esa
uniformidad
son de una u otra forma siempre agresivos (38).
Resumiremos
con Gambra el panorama que intentamos describir:
·humanidad de hombres
de mentalidad amorfa, educados en la
(36) VALLET DE GoYTISOLO, Juan B., •La masificación de la cultura•, en Verbo
(Madrid), núm. 231-232 (1985), pág. 55.
(37) !bid., págs. 56 y sigs.
(38) No se puede igualar sin utilizar la fuerza. Del mismo modo que el jar­
dinero recorta las ramas del seto que despuntan sobre las demás, los dirigentes
de la -nueva sociedad• siegan las diferencias empleando la violencia, unas veces
directamente con deportaciones o campos de concentración, otras de forma más
sutil mediante la marginación y la descalificación de los oponentes a través de los
mass media.
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LA TENTACIÓN DEMOCRÁTICA
sola idea de la igualdad y la envidia; de hombres empeñados
en parecer mujeres, de mujeres empeñadas en parecer hom­
bres, de clérigos obstinados en parecer seglares; de ancianos
en disimular su edad, su condición, su jerarquía, los límites y
el
sentido que aún conserve su vida ... Sociedad nivelada de
almas en serie que aborrece las diferencias de situación o
inserción
humana que la constituían en verdadera sociedad y
la
guardaban de convertirse en masa o rebaño ... • (39). Todas
las opiniones
son iguales, todas merecen el mismo respeto,
con independencia de que sean correctas o no, de modo que
la verdad se diluye entre las mentiras que la alcanzan en dig­
nificación pública. Como destacó Estanislao Cantero refirién­
dose a la llamada
objeción de conciencia del servicio militar,
·hoy es frecuentísimo escuchar que todas las creencias y opi­
niones son respetables, y, en consecuencia, los comporta­
mientos derivados de ellas. De que nadie puede ser penado
por sus ideas o creencias, se ha pasado a que se tiene dere­
cho a pensar o creer lo que se quiera (. .. ) todo ello fruto de
no distinguir lo que es opinable de lo que no lo es· (40).
En lo
que se refiere a la ausencia de estructura propia jerar­
quizada,
no es sino consecuencia del proceso desvitalizador de
la sociedad
en combinación con el criterio igualitario. La masa,
formada
por una aglomeración de individuos, previamente se ha
visto ·desmenuzada•, privada de manera más o menos burda de
toda organización social propia, de toda tradición o costumbre,
de modo tal
que las élites naturales y la propia organización
social espontánea tiende a desaparecer.
Al fenómeno que descri­
bitnos, de nuevo
es Vallet de Goytisolo quien con más detalle se
ha acercado denominándolo desarraigo, y es que, como señala
De Corte,
·destruam, en primer lugar, aedi.ficabo, después, esta
es la divisa del racionalismo militante, cuyas consecuencias
van a
ser mortales para el anitnal político•.
•Para ser creador es preciso
(39) GAMBRA CIUDAD, Rafael, El silencio de Dios, Prensa Española, Madrid,
1%8, pág. 143.
(40) CANI'ERo, Estanislao, en su aportación a Guen-a, Moral y Derecho,
Actas, Madrid, 1995, pág. 260.
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JUAN GAYÓN PEÑA
que el hombre sea libre respecto de todo lo que no sea él mis­
mo,
que no dependa de nada que no haya sido hecho por él
mismo(. .. )• (41).
El desarraigo (42), que se produce en lo religioso, lo intelec­
tual
y, desde luego, en lo existencial, es, por tanto, el primero de
los procesos
que terminan con la dominación y dirección de la
masa social a manos del
poder y que caracteriza el marco socio­
biológico
en el que se desenvuelve la democracia moderna, pero
no entraremos más en ese tema por no separamos del objeto
final
de esa comunicación, sino tan sólo para destacar cómo la
evolución de los acontecimientos
en el orden social ·ha produci­
do la desaparición de las antiguas comunidades, ha tendido a
hacer desaparecer,
por ello, mismo, los vínculos comunitarios
que existen entre los individuos•
de modo que •el Estado de masa
tiende actualmente a integrar esos individuos
en una comunidad
invisible, planetaria y uniformante, de la cual, corrientemente, no
tienen conciencia• (43).
En la sociedad democrática actual,
una vez que contamos con
una sociedad compuesta de entes individuales sin relaciones
vivas entre ellos y
que idealmente se encuentran en situación de
ser adecuadamente manejados, es preciso
que se produzca su
homogeneización.
Es aqui donde la ilusión igualitaria juega su
(41) DE CORTE, Marce!, ·De la sociedad a la termitera pasando por la diso­
ci_edad•, en Verbo (Madrid), núm. 131-132 (1975), pág. 120.
( 42)
Para un desarrollo en profundidad del tema del desarraigo, cfr. VALLET
DE GoYTISoLO, Juan B., Sociedad de masas y derecho, op. cit.; asi como In., •El
hombre en la sociedad de masas-, en Verbo (Madrid), nüm. 159-160 (1977).
También resulta muy interesante
la aportación de BRUNNER, Emil, La justicia, op.
cit., pág. 230, respecto del desarraigo religioso; la de DE CORTE, Marce!, •La edu­
cación
política.-en versión española publicada en Verbo (Madrid), núm. 59 (1967),
págs. 664 y sigs.,
y también lo., L"homme contre lui meme, París, N.E.L., 1962,
págs.
18 y sigs., respecto del desarraigo intelectual; asi como WEIL, Simone, ·Le
df:racinement•, en L~eriracinement, GalliIIlard, Patís, 1945, págs. 45 y sigs., y
GAMBRA CIUDAD, Rafael, El silencio de Dios, Prensa Española, Madrid, 1968, pági­
nas
SO y sigs.
(43)
CTr. COHEN-SÉAT, Gilbert y FOUGEYROLLAS, Pierre, L~action SUr rbomme
du cinéma et télévision, Danoel, París, págs. 63 y sigs. Más bien al contrario, caen
en el espejismo de sentirse liberados de sus opresiones y ataduras, se consideran
en mejor situación que en el pasado que, por cierto, ignoran. Por fin son todos
iguales ...
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LA TENTACIÓN DEMOCRÁTICA
papel más transcendental hasta llegar a lo que en su dfa
Tocqueville preconizó: ·Todos los ciudadanos participan casi
igual
por derecho en la formación y en los bienes•, de modo tal
que los hombres
•que se parecen el uno al otro (. .. ) se limitan a
reclamar ser absorbidos
por la masa como tal, que, en su opi­
nión,
es el único factor que representa el derecho y la fuer­
za• ( 44). Destruida la estructura metafisica, intelectual y hasta
existencial del hombre es fácil someterle a la unifonnidad
que
caracteriza a la masa, pues ninguno quiere ser' discriminado en el
mismo sentido avanzado por el propio Tocqueville: ·Todo poder
central que sigue sus instintos naturales ama la igualdad y la favo­
rece; pues la igualdad facilita singularmente la acción
de seme­
jante poder, lo extiende y asegura• (45).
El problema radica en
que esa igualdad antinatural (46), promovida desde el poder para
garantizar su ejercicio
omnlmodo termina por igualar no sólo los
derechos o las oportunidades de los miembros de la comunidad
politica, lo
que no es necesariamente pernicioso, sino que, por el
contrario, acaba igualando materialmente,
en la práctica, a los
propios individuos, o al menos lo intenta ( 47). Y la prospectiva
del fenómeno
que intentamos describir no es más esperanzado­
ra; naciendo del falso pluralismo en el que todos los credos, las
culturas, las ·opciones sexuales• tienen los mismos derechos, los
restos de sociedad
que hablan sobrevivido a la intervención esta­
tista
se diluyen y atomizan aún más en un sin fin de micromun-
(44) Cfr. TOCQUEVILLE, Alexis de, La democracia en América, vol. 11, parte IV,
capítulo 1, del que hemos manejado la edición de Aguilar, Madrid, 1971.
(45) /bid., capítulos 11, IV y V, donde se recogen numerosas referencias al
tema de la igualdad y sus peligros en política.
(46) No
discutiremos la igualdad de todos los hombres si consideramos su
común origen y naturaleza, así
como el fin último al que todos están ordenados,
así como los derechos y obligaciones que de dicho fin dimanan, si bien discuti­
mos el mito igualitario
en cuanto no todos los hombres son iguales en cuanto a
sus cualidades personales, las virtudes
y defectos de cada uno, etc .... La igual­
dad entre los hombres
es palpable en lo esencial, pero no en lo accidental en
contra
de lo pretendido por la filosof'ta igualitaria. Para un adecuado acercamien­
to
al tema resulta interesante la encíclica de León XIII, Humanus genus (1884).
(47) Cfr. LERCH, Philipp, El hombre en la actualidad, Gredas, Madrid,
1958, en la traducción de José Pérez Riesgo, especialmente el capítulo IV.
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JUAN GAYÓN PEÑA
dos, actuando dicho pluralismo como fuerza centñfuga social
que desperdiga por doquier las miserias desmenuzadas de la
antigua sociedad.
La nivelación o estandarización destructora del verdadero
pluralismo social alcanza y
se extiende a numerosos ámbitos de
la vida
en sociedad, y muy especialmente a las mentalidades o
idearios, a los patrones de actuación
por los que se rige el hom­
bre
una vez desarraigado, y que son dictados desde el poder. Las
opiniones se fabrican e introducen en los componentes de esta
nueva sociedad masificada a través de los medios
de comunica­
ción
que desde ese momento adquieren una relevancia trascen­
dental:
·Sin la predicación, la misión, la propaganda, sin la acción
sobre la opinión de la palabra emitida a través
de la prensa, radio
y televisión(. .. ) la ideologfa resulta incapaz de persuadir al hom­
bre
<¡Ue desde ese momento se encuentra en disposición de
aceptar la sociedad y la politica
que le es ofrecida para colmar
sus aspiraciones. Cuando todos han sido engañados, nadie
ha
sido engañado• ( 48), señala De Corte.
Otro de los factores añadidos
que facilitan la muerte de la
sociedad y el alumbramiento
de la masa que caracteriza la base
sociológica de la democracia moderna
es el de las concepciones
económicas, tanto de signo capitalista como de signo socialista.
En
uno y otro caso, nos encontramos con hombres tenidos sim­
plemente
por productores y/o consumidores, con la conversión
de la relación entre el hombre y el mundo que lo rodea simple­
mente bajo
el prisma de la productividad, del economicismo exis­
tencial
que prefiere tener a ser.
Finalmente, la anestesia social, esto es, la pérdida de capaci­
dad decisional del propio destino politico que padecen los hom­
bres-masa que,
al contrario de lo que ellos mismos piensan, no
son sino meros juguetes tel¡,dirigidos en manos del poder. Para
la masa
es imprescindible un poder rector que le suministre qué
y cómo pensar, siendo ésta, como ya hemos apuntado, una de
(48) DE CORTE, Marcel, en su contribución a Politique et loi naturelle,
Maisonneuve, París, 1967.
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LA TENTACIÓN DEMOCRÁTICA
las principales paradojas del igualitarismo. En la sociedad de
masas, finalmente
hay quien ordena y quien obedece, aunque
para ello
se empleen medios más o menos sutiles. El nuevo
Estado que caracteriza a la democracia moderna, se propone
como meta de cara a sus ciudadanos la providencia de cuanto
éstos consideren necesario, mientras
que dichos súbditos, final­
mente, pierden libertad e independencia.
El bien común, criterio
tradicional de intervención
de las organizaciones sociales supe­
riores, se transmuta ( 49) restringiéndose
en el mejor de los casos
al mero
bien material, fisico, prescindiendo de otras vertientes
que constiruían el concepto clásico (50). El nuevo bien común,
elegido
y dirigido desde el poder, se convierte en un mero bien
material (que, por lo demás, ni siquiera se consigue). En defini­
tiva,
-se transmuta la finalidad clásica del bien común, de vivir en
la virtud mediante el logro de la paz, la concordia y la tranquila
convivencia
en el orden, por la actual consideración como fun­
ción primordial del Estado
de la -antes instrumental y acceso­
ria-de conseguir bienes materiales suficientes para dispensarlos
colectivamente a
todos,, (51).
La consecuencia directa de esta nueva subversión de un prin­
cipio clásico es la acaparación
de un poder inmenso en manos
del Estado ante el
vado absoluto dejado por Dios y secundaria­
mente
por la propia sociedad. La falta de responsabilidad del
hombre masa hace
que se vea dirigido desde fuera, convirtién­
dose el hombre
en una pieza más del engranaje en una sociedad
mecanizada (52).
La masa, dirigida desde los potentes medios de
(49) Cfr. VALJ.El' DE GoYTISOLO, loe. ult. cit., pág. 753, así como ID., Ideolo­
gía, praxis y mito de la tecnocracia, Montecorvo, Madrid, 1975, -pág. 118.
(50)
Resulta interesante sobre el particular el artículo de PALACIOS,
Leopoldo Eulogio, ·Bien físico y bien moral•, aparecido en el diario ABC el 26
de junio de 1975 en el que se destaca cómo •siendo bienes indudables y pre­
ciosos
Dos f'1Sicos] con todo son menos importantes que otros como la justi­
cia(. .. )•, y es que •el bien fisico no es el único bien posible, y no es ni siquie­
ra el mejor,,, teniendo en cuenta la dimensión moral humana.
(51) Cfr. VALLET DE GoYTISOLO, Juan B., loe. ult. cit., pág. 753,
(52) Es preciso recordar que el hombre masa no existía en la concepción
clásica, ni siquiera en tiempos precristianos. El hombre, como ya destacamos,
se concibe inserto en un todo con transcendencia social y metaf'ISica.
781
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JUAN GAYÓN PEÍVA
comunicación social, habituada a no reflexionar y pensar lo que
verdaderamente le conviene, acogida al subsidio y la providencia
estatal,
queda así en manos de un poder absoluto que necesaria­
mente se hace totalitario.
Lo que ocurra en un futuro con la llamada crisis del Estado
(incapaz
de atender siquiera materialmente a las necesidades de
los ,afortunados, ciudadanos del paraíso occidental), ya en boca
de muchos observadores, es ciertamente imprevisible, y más aún
si se tiene en cuenta la cada vez más importante cantidad de per­
sonas
sumidad en la pobreza, incluso en el Occidente demo­
crático.
Las bases sociológicas de la democracia moderna que tan
brevemente acabamos de perfilar, son, como resulta evidente,
necesariamente incompatibles
con un orden social justo y respe­
tuoso
de la variedad intrinseca a toda comunidad social, a toda
sociedad verdaderamente viva.
¿Cómo
se ha llegado a la aberración democrática moderna?
¿Cúal
ha sido su génesis y sus causas últimas? Son preguntas que
a uno se le plantean y cuyas respuestas difícilmente son unívo­
cas.
El proceso degenerativo que ha experimentado la socio-polí­
tica mundial hasta llegar al
punto en el que nos encontramos es
largo y
en él concurren factores de muy diversa índole cuyo
intento
de explicación no resulta ni posible ni procedente aco­
meter
en este momento. No obstante, sí cabria apuntar que la
inversión gnoseológica
que se produce en la filosofía occidental,
abandonando el realismo aristotélico tomista defendido por nues­
tros clásicos,
para abundar en el idealismo cartesiano que aspira
a explicar los
hechos partiendo de las ideas de forma tal que si
finalmente éstos
no se adecúan a aquellas deberán ser transfor­
mados y
adaptados al patrón ideal, se encuentra entre las causas
más directas
del problema que ahora afrontamos, y que, como
causa final,
no tiene sino la permanente y constante rebelión del
hombre contra Dios, patente en nuestra historia y nuestra con­
ciencia
desde el mismo pecado original, y que ha marcado toda
la trayectoria
de la humanidad con el estigma del error.
Finalmente, volvamos
sobre el título de esta comunicación: la
tentación es definida
por nuestra Real Academia de la Lengua en
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LA TENTACIÓN DEMOCRÁTICA
su primera y más común acepción como la •instigación o estí­
mulo que induce o persuade a una cosa mala,. A la vista de los
resultados
que para el hombre, la sociedad y el mensaje de
Nuestro Señor Jesucristo ha traldo la democracia moderna,
con su
falsa y engañosa conceptuaci6n del pluralismo circunscrito úni­
camente a la ideología destructora de los nexos que unian a los
hombres entre
si formando comunidad, y

a la misma comunidad
respecto de los fines que le
son propios y que vienen dados por
la Ley de Dios y el orden de las cosas por Él dictado, no cabe
duda
que ésta, la democracia moderna, es una realidad objetiva­
mente totalitaria y nefasta
por su manifiesta tendencia aniquila­
dora de tales realidades.
El hecho de que los medios y corrientes
de pensamiento •oficiales,
(por llamarlos de algún modo) incidan
en las conciencias de los hombres para que se sumen a la pers­
pectiva dominante
en la creencia de que alcanzarán mayores
cotas
de libertad o decisi6n, es, sin lugar a dudas, una tentaci6n
en la que, desgraciadamente, incurren la mayoña de nuestros
conciudadanos.
La obra y el esfuerzo que la Ciudad Cat6lica, sus amigos y
responsables realiza permanentemente
en pos de lograr el
común restablecimiento. de la Verdad, no obstante el aparente
triunfo de las tesis contrarias,
nunca quedará en el olvido, pues
como todos los
que aqul nos congregamos hoy sabemos, la
Victoria, finalmente, será de Nuestro Señor. Alisémosle
el camino
en la medida de nuestras posibilidades afianzando nuestro cono­
cimiento de su mensaje y garantizando la mayor difusi6n del
mismo
que seamos capaces, y, en definitiva, proclamando que
s6lo mediante el abandono de las tesis idealistas y relativistas,
liberales
en suma, y la vuelta a la gnoseologia realista tradicional,
la recuperaci6n moral, la revitalizaci6n social y
la reorganización
polltica, será posible escapar
de las nefastas consecuencias que
el huracán democrático hace prever para el siglo que viene.
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