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Número 369-370

Serie XXXVII

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Gabriel Alférez Callejón

INMEMORIAM
GABRIEL ALFÉREZ CALLEJÓN
Acaba de morir, tras larga y penosa enfermedad, un viejo y
queridisimo amigo mío personal y de la Ciudad Católica: Gabriel
Alférez. Hacía muchos años
que le conocía, unos cuarenta, y
desde entonces, conforme iba creciendo la amistad, me iba
dando cuenta de las excepcionales cualidades, calidades mejor,
dé este hombre. Su bondad, que yo me atrevería a calificar de
santidad, su caballerosidad,
su generosidad, su modestia, que tal
vez hiciera que personas. superficiales
no llegaran a valorar todo
lo muchísimo que encerraba
su alma, su saber ... Más de una vez
he hablado del inmenso don de Dios para conmigo al haber
puesto en mi vida tantas personas ejemplares. Hoy, evocando
a Gabriel, es ineludible repetirlo porque verdaderamente fue
ejemplar.
Nació en Dalías, Ahneria, tierra a la que sietnpre estuvo vin­
culado. De familia con profundos sentimientos religiosos, un t!o
suyo era sacerdote y, como tantos de aquella época, próximo al
integrismo de Nocedal, la República le aproximó a "Acción Espa­
ñola", y el conoci1niento de Eugenio Vegas 1naréó decisivamente
su vida. Posiblemente ninguno de los discípulos de Eugenio, por­
que en él la amistad era sie1npre magisterio, asumió tan perso­
nalmente como Gabriel lo que tantas veces le oímos repetir, en
eco de Pablo en la primera a los Corintios: "Si comiéreis, si bebié­
reis, si hiciéreis cualquier cosa, que sea todo para gloria de Dios".
La guerra fue especialmente cruel en Almería, donde fue ase­
sinado su obispo, junto con
el de Guadix, que había siclo con­
ducido a aquella ciudad, además de sesenta y cinco sacerdotes
seculares, algunos religiosos, entre ellos el jesuita
P. Luque, de
quien Gabriel escribió en julio de 1939 una sentida evocación de
Verbo, núm. 369-370 (1998), 925-931. 925
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su muerte, y numerosos seglares. Si hablamos de aquellos años
alguna vez, cosa más
que probable, ahora no Jo recuerdo. Pero
entre algunos papeles
que me entregó en una ocasión están unos
versos sin firma que evocan aquellos días. No sé si los compuso
él, cosa posible,
pues me consta que versificaba bien, o si le gus­
taron y los copió.
El que no tengan nombre de autor me inclina
todavía más,
dada su modestia, a creer que son suyos. Pero sí me
parece que, los escribiera él o los copiara, reflejan Jo que debió
ser su peripecia personal.
Así dicen:
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Caballero, caballero prisionero,
mártir de la tierra hispana.
Marcl1a
al tajo,
marcha al tajo del trabajo,
caballero prisionero,
de Totana.
Lleva
como un digno orgullo,
como un blasón puro y tuyo,
que te define y con1pleta,
tu vestir de condenado;
en ti el traje de penado
es un traje de etiqueta.
No
dejes que el corazón
se quiebre en el sentintiertto1
ni que el resentimiento
forme
toda tu opinión:
sé lo mismo que el león,
que en la jaula aprisionado,
sufre las burlas del necio,
y en tan triste situación,
aún sigue siendo león
para sentir e1 desprecio.
Lleva
con furia en la entraña
el dolor de tu calvario.
¡Hinca el
pico, presidiario,
que es por Dios y por España!
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Si en la presente campaña
tuviste triste lugar,
al no poder pelear,
no te desprecies tú mismo:
el sufrir por patriotismo
es un modo de lud1ar.
Purifícate
al sufrir
y espera la redención;
tú alientas con tu vivir
el gesto de tu Nación,
que de tus an1ores reo
y en un nu.ternal deseo
bajo un sol de clara luz,
España al llevar su cruz
te quiso de Cirineo.
Caballero, caballero prisionero
perseguido por la ley,
porque ofrendaste a tu Rey
tu afecto, hacienda y persona,
sopesa el pico de acero,
y así luego, sin exceso,
podrás ayudar al peso
del oro de su corona.
Caballero falangista,
contesta con10 en tu lista,
ante el esfuerzo, ¡presente t
Perla de su.dor tu frente,
extrae con tu pala tierra,
y
cual tu canto de guerra
ante la marxista saña,
tú, falangista español,
ve poniendo, cara al sol,
trozos del sueto de España.
Caballero prisionero,
sosiega
el corazón fiero
que dentro del pecl10 salta,
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pronto podrá hacerte falta
para el esfuerzo postrero.
No reniegues de un destino
que para
ti es un canlino,
lleno de rosas y hohores;
si mueres tendrás la Gloria,
si vives serás Victoria;
Tú eres ayer,
hoy, mañana,
ya
ves tú si tiene honores
tu destino
y su camino.
Caballero, caballero prisionero,
ten fe, la victoria grana;
mientras tanto,
niarcha al tajo,
niarcha al tajo del trabajo,
caballero prisionero de Totana.
Su sentido patriótico y religioso están perfectamente refleja­
dos en estos hermosos y sentidos versos. Después, con la Victo­
ria, clausurada "Acción Española" y su an1igo Eugenio Vegas en
el exilio, concluye sus estudios de Derecho que la guerra habla
interrumpido, se doctora en 1948 con muy brillantes calificacio­
nes, oposita y logra,
en oposición directa y libre a plaza única, su
ingreso en el cuerpo de Letrados del Ministerio de Justicia, en el
que se jubilará al llegarle la edad.
No
voy a reseñar aqui sus trabajos profesionales publicados
en diversas revistas juridicas: Pretor, Critica de Derecho Inmobi­
liario, Información
Juridfca, Boletín de Información del Minis­
terio
de Justicia, Documentación Administrativa, etc.
De sus trabajos ideológicos si
que hay que hacer, en cambio,
siquiera una somera 1nención, ya que un estudio crítico de los
mis1nos lo
hará próxitnatnente Estanislao Cantero en esta misma
revista según
1ne ha anunciado, como pago, bien escaso, según
sus palabras, a todo el trabajo, a todo el cariño y a toda la ilusión
que Gabriel puso en la Ciudad Católica.
Pero esos trabajos tienen
un camino y es preciso referirse a
él. Regresado Eugenio Vegas del exilio, desde el que intercam­
biaba frecuente correspondencia con su amigo, el reencuentro
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fue inmediato. Y, una vez 1nás, la identificación total. No fre­
cuentaba Gabriel las inolvidables tertulias de Gurtubay 5. Yo diría
que nunca le ví en ellas. Pero si alguna vez me adelantaba a la
hora, me
encontpba con él despidiéndose, o en el portal de la
casa, camino ya 1de la suya. Algunas veces con Juan José Morán,
otro amigo incondicional de Eugenio, que tampoco se quedaba
a las reuniones que solían empezar, todos los don1ingos, hacia las
ocho de la tarde.
Desde esa intimidad de afectos y afanes tenfa
que ser Gabriel
uno de los primeros amigos de la Ciudad Católica que Eugenio,
siempre
tan volcado hacia lo francés materno -recuérdese el
indudable influjo maurrasiano de "Acción Española",
aunque con
singularidades propias derivadas del
hondo catolicismo de Vegas
Latapie-, intentaba implantar en España siguiendo ahora el
modelo
de Jean Ousset. Aquel trabajo de chinos, que yo con­
templaba desde la lejania,
debido sin duda a mis pocos años, que
fue la traducción del
Pour qu 'Il regne, debido a los afanes per­
feccionistas de Eugenio, tuvo en Gabriel Alférez a uno de sus
principales colaboradores. Y desde entonces, fue habitual concu­
rrente a las reuniones de formación que semanahnente se cele­
bran. Y de las que no desapareció hasta que la enfermedad hizo
imposible su presencia.
Creo
que soy testigo de excepción de otra colaboración de
Gabriel Alférez
con Eugenio Vegas, desde una amistad nunca
des111entida -Eugenio, que conoció a tantos a1nigos que se per­
dieron
en el camino--, y que fue la de su participación en las
Memorias que, en tres to1nos, 111e dictó nuestro queridísimo
amigo
poco antes de concluir su trayectoria en este inundo. Ese
trabajo ingrato de recuperar en una he1neroteca un documento,
de recorrer periódicos
en los que no -se sabía el día, a veces el
mes
y en ocasiones se dudaba del año, encontró en ese colabo­
rador fraterno y devoto un elemento insustituible. Todo aparecía,
las fotocopias tranquilizaban una 111e1noria excepcional pero
escrupulosa y cada semana, gracias a su
trabajo oscuro y eficací­
simo, avanzábamos un episodio o concluía1nos un capítulo.
No
es que lo diga yo. El mismo Eugenio lo dejó constatado en vida
cuando en la dedicatoria itnpresa del prin1er ton10 hacía constar:
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"A mis amigos Pablo Beltrán de Heredia, Francisco José Femán­
dez de la Cigoña y Gabriel Alférez en agradecimiento a su cola­
boración". Y después, ya en el texto, volvía a hacer 1nención de
"mi gran amigo Gabriel Alférez". Fue realmente una grande y her­
mosa amistad.
El regreso de Eugenio Vegas a la actividad apostólica, que
aunque bastante tuviera de ello su genial logro de "Acción Espa­
ñola" fue determinante
en su segundo intento de la Ciudad
Católica, pareció transformar a Gabriel que, manteniendo siem­
pre su modestia habitual, comenzó a publicar libro tras libro
en
un esfuerzo ingente no sólo de elaboración, sino, sobre todo, de
conseguir la publicación.
Hablé
con él en incontables ocasiones de sus proyectos y he
de confesar que casi siempre, dadas las dificultades que encon­
traban nuestras ideas, 1ne parecían inalcanzables. Pero él, con­
vencido de que eran un trabajo por la causa de Dios y de España,
era inasequible al desaliento y tenninaba
por ver publicados títu­
lo tras título. Tenia muy clara la idea de
que no era un pensador
original. Le oi decir mil veces que sólo pretendia ser un divulga­
dor de verdades de salvación social, en otra expresión de indu­
dables raíces
en Eugenio Vegas. Y esa era verdaderamente la
capacidad de Gabriel Alférez. Hacer sencillos y
al alcance de
todos los principios y las verdades en las que creia. Y en ello,
una vez 1nás, con una n1odestia poco habitual. Su excelente his­
toria del carlismo me la entregó antes de su publicación para que
opinara sobre ella. En el texto le hice una serie de correcciones
y observaciones
según mi leal saber y entender. Creo que reco­
gió todas, o casi todas, sin
el más mínimo reparo. Él buscaba el
fin y lo demás
no le preocupaba. Por supuesto que siempre den­
tro de sus ideas. En lo fundamental no habria cedido ni un ápice.
También
se podria hablar de esos trabajos molestos y desa­
gradecidos como
son las traducciones o las recensiones de libros,
que todos suelen rehusar, pero que son absolutamente necesa­
rios en revistas como la nuestra. Nunca las pedía, pero, si nadie
queria hacerse cargo de ellas, ahí estaba Gabriel Alférez para lo
que hiciera falta. No voy a hacer aquí la relación de las numero­
sísimas notas bibliográficas
que firmó. Tal vez Estanislao Cantero
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en su anunciado trabajo deje constancia de ellas. Sólo diré que
eran concienzudas, doctrinales y militantes.
Se va haciendo ya larga esta necrológica, escrita desde la
amistad
y la emoción. Quienes creemos en la comunión de los
santos
bien sabemos que no hay pérdidas irreparables porque
Dios Nuestro Señor reparará, con su infinita sabiduría, lo que
puede parecer una ausencia sin sustitución.
Y, para un creyente,
los mejores amigos son los que están en el cielo. Esa es mi creen­
cia y n1i esperanza. Con gran indignación suya, en n1ás de una
ocasión le llamé San Gabriel. Repito, esa es mi creencia y mi
esperanza. Sin compron1eter, por supuesto, en nada la opinión de
la Iglesia, que acato, venero y respeto.
Pero, personahnente, debo decir algo tnás. Dos de tniS hijas,
Carmen y Pepa, tenían un inmenso cariño a Gabriel y le consi­
deraban uno de sus 1naestros. Afecto que, 1ne consta, era corres­
pondido por él. Por encima de edades y generaciones la verdad
hace fa1nilia. Hace amistad. Hace atnor. Yo no sé si alguna vez se
hará justicia a los importantes trabajos de Gabriel Alférez sobre
un orden social cristiano o a su excelente historia del carlismo
que es, tnás bien, la 1nejor historia la Contrarrevolución en nues­
tra patria, descontada la de Menéndez Pela yo, que concluía en la
segunda tnitad del siglo XIX. Mis años están en tnanos de Dios,
como los de todo el mundo, y ya no pueden ser muy largos.
Pero, salvo que la Providencia disponga otra cosa, dentro de
muchos años
aún se recordará a Gabriel, y mis nietos, y ojalá los
hijos de 1nis nietos, sabrán de su ntagisterio.
A Angelines, su vi1.1da, un abrazo en1ocionado que creo no
me extralimito al asegurarle que es el de fa Ciudad Católica.
FRANCISCO ]OSÉ FERNÁNDEZ DE LA ÜGOÑA
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