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Número 371-372

Serie XXXVIII

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La vertiente político-social

LA VERTIENTE POLÍTICO-SOCIAL
POR
EsTANISLAO CANTERO
Sería engañarnos, o en otro caso, deconocer los hechos,
afirmar que las sociedades actuales viven en un orden social
cristiano. Los caracteres que permiten considerar a una socie­
dad con10 tal han desaparecido en cuanto coinpuesto armonio­
so y, todo lo más, alguno de ellos, mutilado o deformado, se
manifiesta
de modo renqueante. Es un fenómeno general que
ha enfrentado a la modernidad con la Iglesia y las sociedades
católicas en un largo proceso de n1ás de tres siglos y que en
España ha eclosionado tras la llan1ada transición política, lo­
grando in1ponerse.
Precisa1nente por la desaparición de ese orden social y
político cristiano que antaño rigió las sociedades el n1undo
1noderno
se encuentra enfer1no. Pero esta enfern1edad, que
abarca al Estado, a la sociedad y al hombre es, ante todo, de
orden religioso. Y por ello lo es, también, de orden político,
social, institucional y n1oral. Es, ta1nbién, entre 1nuchos católi­
cos que intelectualmente aún permanecen en la integridad de
los ¡Jrincipios, una crisis de coherencia entre la fe y el co1n­
portan1iento.
Es bien sabido que desde que hace ya más de tres siglos se
produjo la crisis de la conciencia europea, el inundo tnoderno
se ha caracterizado por su creciente secularización que no ha
sido otra cosa que el progresivo rechazo, hasta hacerse siste­
n1ático, de Dios
y de la religión revelada. Pero un 111undo sin
Dios no hace sino rendirse ante diversos ídolos que lo do1ninan
hasta destruirlo. Cuando el hombre rehusa la verdad, sustituye
la realidad
por ficciones y apariencias, ante las que se rinde de
Verbo, núm. 371-372 (1999), 63-77. 63
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modo absoluto, y lo que niega a aquella, se lo concede gusto­
so a éstas.
Ta1nbién
es lugar co1nún que España no sufrió esa crisis con
igual intensidad y
que su enfrenta1niento a ella durante su gesta­
ción
y posterior eclosión, la preservó de esa ruptura, haciendo
posible que el enfrenta111iento, ya
en su propio interior durante
los siglos
XIX y xx, no presentara sínto1nas de ruptura definitiva
hasta el tien1po presente,
en el que, aparente1nente, de 111odo ofi­
cial, tal ruptura se ha consumado
(1).
En cuanto enfern1edad, la del inundo 1noderno ha sido reite­
radamente diagnosticada y continuamente señalado
su remedio:
el
abandono de los falsos principios y el retorno a la ley natural
y a la ley
de la gracia.
En esa línea, lo
que debemos preguntarnos es si esa enfer-
1nedad,
que es un cáncer crónico que devora a la sociedad actual,
si esa desaparición del
orden social cristiano, debe considerarse
definitiva o
si, por el contrario, es legítitno aspirar y pretender, un
orden social católico en nuestros tien1pos.
El orden social cristiano no es aleatorio, ni 1nera1nente histó­
rico o sociológico, ni puran1ente voluntarista o consensual,
por el
contrario,
obedece a un orden preexistente o connatural al hotn­
bre.
Los principios que sustenta la doctrina católica y que fueron
los que hicieron posible el
orden cristiano de antaño, son per-
1nanentes
y no -sin1plen1ente históricos. Por otra parte, hay que
plantearse si el
orden social cristiano o un orden social cristiano
es hoy
-mejor dicho, mañana-, viable, factible.
Quisiera, pues, plantear el tema
en una doble perspectiva:
una doctrinal y otra práctica, bien entendido que este últhno
aspecto
no puede consistir en una receta para lograr la restaura­
ción
de ese orden que desean1os, si no 1nás bien, única1nente, en
indicar algunas de nuestras obligaciones para intentar que su via­
bilidad se haga realidad.
(1) Cfr. EsTANISLAO CANTERO, "La quiebra de la tradición jurídica española", en
AA.W., El Estado de Derecho en la España de hoy, Editorial Actas, Madrid, 1996,
págs. 387-454.
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En el aspecto doctrinal me voy a referir a dos cuestiones.
La primera relativa a los principios de la doctrina social de la
Iglesia (2).
La segunda a la continuidad de esa doctrina, como
quiera que esa ausencia del orden social cristiano podría ser con­
siderada por algunos consecuencia de una variación de la dotri­
na
que hoy defiende la Iglesia G).
En el aspecto de los principios la doctrina social de la Iglesia
coincide con la política natural, pues sustenta los mismos princi­
pios
que mediante una análisis racional podemos descubrir en la
naturaleza de las cosas. Y
sobre esa política natural, que la fe
confirma y ayuda a descubrir, sostiene unos principios de per­
fección
que solamente la fe proporciona.
Esos principios de política natural, algunos
de los cuales
fueron formulados ya
por algunos paganos y que el cristianis­
mo depuró, son la existencia de un orden de las cosas en la rea­
lidad; la apreciación de
una naturaleza humana, común a todos
los hombres; la existencia
de la verdad y del bien. En el orden
político, la sociabilidad natural, el bien común, los principios de
totalidad y de subsidiariedad, la complementariedad
entre los
hombres y las sociedades,
la solidaridad. Sobre estos principios,
la
fe nos proporciona, en relación con el principio de trascen­
dencia,
que en el orden de la creación, Dios creó al hombre a
su imagen y se1nejanza, siendo Dios el principio y el fin del
hombre, para el cual hemos sido creados. Que Cristo, verdade­
ro Dios y verdadero hotnbre, se encarnó para redimirnos del
petado y darnos ejemplo de vida. Que nuestro prójimo es nues­
tro
hermano y que a la virtud de la justicia se añade la caridad
con10 exposición perfecta de nuestras obligaciones para con
Dios.
(2) Cfr. E. CANTERO, "¿Existe una doctrina política católica?, en AA.VV., Los
católicos y la acción política, Speiro, Madrid, 1982, págs. 5-48.
(3)
Cfr. E. CANTERO, "Razón de la doctrina social de la Iglesia" y "El desarro­
llo
de la doctrina social de la Iglesia", en Verbo, núm. 297-298, agosto-septiem­
bre-octubre 1991, págs. 929-939 Y 976-986.
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En el orden de los principios, la fe nos dice, también, que la
sociedad organizada,
en cuanto sociedad, tiene que dar culto
público a Dios y
que Cristo es Rey, en sentido genuino y no
metafórico, de las sociedadades. Y que los principios que rigen
las relaciones entre la sociedad y el Estado
son también conse0
cuenda del orden sobrenatural.
Estos y otros principios, como el origen divino del poder, la
libertad del hombre, el sometimiento a la verdad, la autoridad y
el
poder sometidos al bien común y otros muchos; han sido per­
manentemente enseñados, proclamados y defendidos
por la
Iglesia, formando parte de
la denominada doctrina social de la
Iglesia. No son un producto histórico o de un periodo más o
menos largo de la humanidad,
ni la esxpresión de un sociologis­
tno, ni fruto de un pacto o consenso, sino que responden al
orden natural y al orden sobrenatural. Son permanentes, válidos
para todo tiempo y lugar.
Que se apliquen o no, que se haga de
forma más o 1nenos certera y correcta, es cuestión que depende
de la libertad del hombre, pero no afecta a su perenne validez.
Es cierto que desde las filas de lo que, en sentido amplio se
ha llamado progresis1no, se afinnó que la doctrina social de la
Iglesia ya no tenía sentido, que había fenecido y que debía ser
sustituida por otras doctrinas o actitudes que mostraran la encar­
nación de la Iglesia con el inundo, ~s decir, con las 1nodificacio­
nes de todo orden -incluso doctrinales-que la evolución de la
sociedades presenta; sobre todo, tuvo especial ü11portancia por
su extremosidad la mal llamada teología de la liberación, que ni
es teología
ni libera de nada a lo que no se deba estar sometido,
antes bien, se echaba en brazos del marxistno.
También es cierto que, desde otro frente y horizonte muy
diferentes, entre algunos católicos se difundió un cierto escepti­
cismo -provocado por el auge y difusión que llegaron a tener
algunas de las afirmaciones sostenidas
por quienes se calificaban
de progresistas o de izquierdas-, y sin distinguir con suficiente
precisión
-y, en ocasiones, con poca prudencia-, se llegó a
afinnar que
la Iglesia estaba ca1nbiando su 1nensaje. Sin caer,
desde luego, en las filas del progresisimo, sin embargo, fue como
si aceptaran sus argu1nentos, puesto que en cierto 1nodo, consi-
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LA VERTIENTE POLÍ1'ICO-SOCIAL
deraron sus doctrinas -que eran las que ca1nbiaron-como
representativas de la doctrina de la Iglesia.
Lo cierto es que la doctrina social de la Iglesia no ha cam­
biado. A pesar de
la existencia de pésimos moralistas y teólogos,
de sacerdotes e incluso obispos que
no se han ocupado debi­
damente de su grey -en 1ni opinión, especiahnente fruto de su
ignorancia y mala formación, de lo que sin duda constituye un
ejemplo el papel desempeñado por buena parte del episcopado
español
en los albores de la llamada transición y durante ésta,
co1no Fernández de la Cigoña mostró en su conferencia de
ayer-, la Iglesia ha mantenido y sigue manteniendo la integridad
de su doctrina.
La historia de la Iglesia está cuajada de doctrinas
y opiniones erróneas y de comporta1nientos escandalosos en
parte de sus miembros, por lo que el fenómeno actual no es
nuevo, y si aquellas desviaciones de antaño no las considera1nos
hoy como doctrina de la Iglesia, tampoco las desviaciones actua­
les, nos
deben conducir a la confusión de que hoy representan o
constituyen la doctrina de
la Iglesia.
Que la Iglesia sigue manteniendo la integridad de su doctri­
na no es sólo una afirmación lógica coherente con la naturaleza
de los principios, pues si lo son no pueden cambiar -lo que se
discute en realidad, es que se han abandonado esos principios,
con lo que
la doctrina de la Iglesia se habría convertido en otra
cosa,
por lo que no es suficiente apelar a su consideración de
principios-, sino un hecho comprobable al ascender al faro
lu1ninoso, punto de referencia obligado para el católico, que es
el Papa, 1náxüne en estos tie1npos en los que en el interior de la
comunidad católica entre los que
se 111anifiestan co1no católicos,
han penetrado buen nú1nero de concepciones y opiniones erró­
neas, tal como Juan Pablo II afirma en la Veritatis splendor, como
antes lo habían hecho,
em este mismo siglo, Pablo VI, Pío XII o
San Pío
X.
Para ver esa continuidad de la doctrina social de la Iglesia me
voy a fijar en cuatro aspectos: el pluralismo, la democracia, los
derechos hun1anos y la obligación de trabajar para la restauración
de un orden social cristiano. Estos cuatro aspectos -no hay tiem­
po para más-me parecen suficientemente representativos para
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ESTANISLAO CANTERO
poder ver de modo palpable el juicio de la Iglesia, formulado por
Juan Pablo Il, respecto a algunos aspectos, suficientemente
itnportantes, que caracterizan al inundo moderno.
El pluralismo que se propugna hoy en las sociedades occi­
dentales consiste, teorica1nente,
según se dice, en la posibilidad
de coexistencia de varios sistemas de legitimación de valores en
el interior de una misma sociedad. Se trata de un pluralismo que
sólo tiene sentido en una sociedad secularizada en la que la reli­
gión no tiene prioridad. Es preciso indicar que esa posibilidad de
coexistencia es sólo teórica porque ese pluralis1no ideológico,
que es un pluralismo moral, expulsa al verdadero sistema de legi­
timación que tiene que partir
de la verdad, tal como la admisión
de circulación de la moneda falsa expulsa a la auténtica, aunque
en sentido y por razones contrarias. Así, ese pluralistno es inco1n­
patible
con un sistema de legitin1ación basado en la ley natural y
en la religión católica. A su vez ese pluralismo ideológico con­
duce a un pluralismo político cuya característica es que no hay
nada que quede fuera del ámbito de lo decidible, pues no admi­
te
nada como indiscutible (4).
Tal pluralismo ni lo
ha admitido ni lo admite la Iglesia. Asi,
en la Gaudium et spes, podemos leer: "por la propia naturaleza
de la creación todas las cosas están dotadas de consistencia, ver­
dad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el
hombre
debe respetar" (5). No hay, pues, una autonomia enten­
dida como independencia absoluta del
orden providente estable­
cido
por Dios. No todo es o()inable, ni, en consecuencia, sus-
( 4) Sobre la cuestión, véase el volumen Pluralidad y pluralismo, monográ­
fico de Verbo, núm. 357-358, agosto-septiembre-octubre 1997, con artículos de
MIGUEL AYUSO ("Pluralidad y unidad"), EUDALDO FORMENT ("Verdad y pluralismo"),
CONSUELO MARTÍNEZ-SICLUNA. y SEPÚLVEDA ("Pluralismo y orden natural"), JOSÉ MIGUEL
SERRANO RUIZ·CALDERÓN ("El pluralismo niara!: consenso y pluralismo"), FEDERICO
CANTERO NÚÑEZ ("El pluralismo social"), DANILO CASTELLANO ("Pluralismo y bien
común"), JUAN VALLITT DE GOYTISOLO ("Pluralidad, pluralismo y derecho"), JUAN
CAYÓN PEÑA ("La tentación dernocrática") y JosÉ MARÍA PETIT SULLÁ ("El sentido cris·
tiano de la historia"). También, E. CANTERO, "Moralidad, pluralismo y bien común",
en Verbo, núm. 341-342, enero-febrero 1996, págs. 113-125.
(S)
Gaudiuinetspes, núm. 36, en Concilio Vaticano JI, BAC, 7.ªed., Madrid,
1970, pág. 308.
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ceptible de ser decidido por el hombre. Juan Pablo II en su viaje
a Brasil de 1980 indicaba: "En una sociedad que gusta definirse
«pluralista», existe, en efecto, una diversidad de creencias, de ide­
ologías, de ideas filosóficas. Pero a pesar de todo, esta pluralidad
no exime a los cristianos de afinnar la base necesaria, los princi­
pios indiscutibles que deben sostener toda la actividad orientada
hacia la construcción de
una sociedad que debe responder a las
exigencias del hombre, tanto a nivel
de los bienes materiales
como de los bienes espirituales
y religiosos". El Papa ante la
situación de hecho de
ese pluralismo ilimitado establece como
límites del pluramismo político
y como criterio de legitimidad dd
mismo el bien co1nún, tanto en su sentido inmanente co1no tras­
cendente. Y en la Veritatis splendor se enfrenta a la pretensión
del mundo moderno de
un pluralismo moral personal junto, en
el mejor de los casos, a una ética civil de 1nínimos consensuada
y relativista. Etica por naturaleza imposible, todo lo más suce­
dáneo intelectual para pensamientos débiles o políticamente
correctos (6).
Respecto a la democracia moderna (7), la lectura de dos tex­
tos me parece suficientemente ilustrativa. En la encíclica Cente­
simus annus se sigue estableciendo la distinción entre la demo­
cracia que admite la Iglesia -como cualquier otra forma de
gobierno
y de participación política justa-y la que rechaza, con
expresa remisión al radiomensaje de Navidad de 1944 de Pío
XII:
"La Iglesia aprecia el sisten1a de la de1nocracia, en la medida en
que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones
políticas
y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y
controlar · a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos
oportuna1nente de manera pacífica. Por esto n1ismo no puede
favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por
(6) Cfr. E. CANTERO, ~¿Nueva moral o moral de siempre? (A propósito de la
encíclica Veritatis splendor de Juan Pablo II y de la obra de Dario Composta La.
nuova mora/e e i suoi problemt)", en Verbo, núm. 335~336, mayo-junio-julio 1995,
págs. 519-544.
(7) Sobre la cuestión véase AA.W., ¿Crisis en la democracia?, Speiro,
Madrid, 1984.
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intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el
poder del Estado".
"Una auténtica de1nocracia es posible sola1nente en un
Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la
persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias
para la promoción de las personas concretas mediante la educa­
ción y la for1nación en los verdaderos ideales, así co1no de la
> de participación y de corresponsabilidad".
"Hoy se tiende a afirmar
que el agnosticismo y el relativismo
escéptico
son la filosofia y la actitud fundamental correspondien­
tes a las fonnas políticas democráticas, y que cuantos están con­
vencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza
no son fiables desde el punto de vista democrático, al no acep­
tar
que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea varia­
ble según los diversos equilibrios
politicos. A este propósito hay
que observar que si no existe una verdad última, la cual guíe y
oriente la acción política, entonces las ideas y las convicciones
humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines
de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad
en un totalitaris1no visible o encubierto, co1no de1nuestra la his­
toria" (8).
En la encíclica
Evangeltum vitae, tras rechazar una concep­
ción de la libertad que "no reconoce ni respeta su vínculo cons­
titutivo con la verdad" y
"se cierra a las evidencias pri1narias de
una verdad objetiva y común, fundamento de la vida personal y
social", indica sus consecuencias para la vida social y
politica:
"Así, desaparece toda referencia a valores co1nunes y a una ver­
dad absoluta para todos; la vida social se adentra en las arenas
movedizas de
un relativismo absoluto. Entonces todo es pactable,
todo es negociable: incluso el primero de los derechos funda­
mentales, el de
la vida".
"Es lo que de hecho sucede también en el ámbito más pro­
piamente político o estatal: el derecho originario e inalienable a
(8) JUAN PABLO 11, Centesimus annus, núm. 46, Paulinas, Madrid, 1991,
págs. 80-81.
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la vida se pone en discusión o se niega sobre la base de un voto
parlamentario o de la voluntad de una parte -aunque sea mayo­
ritaria-de la población. Es el resultado nefasto de un relativis­
mo que predomina incontrovertible: el •derecho· deja de ser tal
porque no está ya fundamentado sólidamente en la inviolable
dignidad de la persona,
sino que queda sometido a la voluntad
del más fuerte. De este modo la democracia, a pesar de sus
reglas, va
por un camino de totalitarismo fundamental. El Estado
deja
de ser la ·casa común· donde todos pueden vivir según los
principios de igualdad fundamental, y
se transforma en Estado
tirano
(. .. ). Parece que todo acontece en el más firme respeto de
la legalidad, al menos cuando las leyes que permiten el aborto o
la eutanasia
son votadas según las, así llamadas, reglas de1nocrá­
ticas. Pero
en realidad estamos sólo ante una trágica aparie.ncia
de legalidad" (9).
En cuanto a los derechos hu1nanos, en la enseñanza de Juan
Pablo 11 (10) no hay diferencia de contenido con el magisterio de
los
papas anteriores. La diferencia es de lenguaje, pero no afecta
a las cosas
que se expresan con él. Si el fundamento próximo de
los derechos hu1nanos es la dignidad hu1nana, el remoto es Dios,
y esa dignidad hutnana consiste en que el ser hu1nano es ünagen
de Dios. Por eso no puede ser alegada en contra de Dios o de
sus preceptos.
Se trata
de una concepción de los derechos humanos que los
enmarca
en un orden 1noral y en un orden social objetivos, acor­
de con los principios a que antes 1ne referí, y están vinculados y
son dependientes de la verdad y del bien. La mayor crítica a los
derechos hu1nanos
en su concepción 1noderna, laica y seculari­
zada, contraria a la ley de Dios y a la naturaleza del hombre-
se
contiene, sin duda, en la reiterada enseñanza de Juan Pablo II1
bastando co1no muestra su encíclica Evangelium vitae> en la que
advierte que frente a las declaraciones de derechos "se contra-
(9) JUAN PABLO 11, Evangelium vitae, núms. 19 y 20, San Pablo, Madrid, 1995,
págs. 38 y 39-40,
(10) Cfr., con mayor amplitud, E. CANTERO, La concepción de los derechos
humanos en juan Pablo ll, Speiro, Madrid, 1990.
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pone lamentablemente en la realidad su trágica negación", hasta
el
punto de que "la afirmación misma de los derechos de las per­
sonas y de los pueblos se reduce a un ejercicio retórico y estéril"
(n. 18).
Respecto a la restauración de un orden social cristiano, unas
breves alusiones a la predicación de Juan Pablo II resultarán sufi­
cientes (11). En la alocución a los obispos
de Uruguay, al referir­
se a la "nueva etapa
de evangelización" destacaba la importancia
capital
de la labor de formación a fin de que pueda "repercutir
en toda la vida social, impregnando todos los aspectos de la cul­
turan, pues 1'no basta 111irar a que se conserve la fe de algunos:
hace falta
-lo sabeis bien-que la vida misma del pais en todas
sus manifestaciones sea confonne con los principios evangéli­
cos". Con el camino
de la evangelización se "conseguirá restau­
rar la civilización del amor y conducir a todos a la plenitud del
gozo del reino de los cielos" (12). Y cuando exhorta continua­
mente a los jóvenes
1 como a los de Bolivia, a prepararse "para
ser los hombres y mujeres del futuro, responsables y activos en
las estructuras socales, económicas, culturales, políticas y eclesia­
les
de vuestro pais (. .. ) que pennitan un desarrollo cada vez más
hutnano
y 1nás cristiano" (13), está incitando a la construcción, a
pesar
de las deficiencias hun1anas, de una co1nunidad que res­
ponda a las exigencias cristianas, y no a una mera actitud defen­
siva, mera1nente
perso'nal o todo lo más de algunas instituciones,
de respuesta permanente a la agresi~n continua realizada por un
inundo secularizado que rechaza a Dios.
El Papa reitera una y otra vez nuestra obligación de procurar
la restauración e instauración
de un orden social cristiano con lo
que den01nina nueva evangelización. Esta ha de "fructificar en
criterios de juicio, modelos de comportamiento y en fuentes de
(11) Más ampliamente, E. Cantero, "Nueva evangelización y contrarrevolu­
ción",
en Verbo, núm. 317-318, septiembre-octubre 1993, págs. 911-935.
(12)
JUAN PABLO 11, "Alocución a los Obispos de Uruguay en la Nunciatura
apostólica
de Montevideo (8 de mayo de 1988)", en La nueva evangelización.
Viaje apostólico a
Uruguay, Bolivia, Perú y Paraguay {7-19 de mayo de 1988),
BAC, Madrid, 1988, págs. 40 y 39.
(13)
JUAN PABLO 11, La nueva ... , págs. 122-123.
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LA VERTIENTE POLfrICO-SOCIAL
inspiración de toda la vida de una sociedad, en perfecta cohe­
rencia
con los valores del mismo Evangelio" (14). Tras recordar
la exigencia de coherencia entre lo que cree111os y lo que hace-
1nos, añade:
"A los laicos os co111pete de 1nanera específica
estructurar la sociedad según el querer de Dios, procurando que
haya leyes justas, instituciones adecuadas y que a a nadie le fal­
ten los medios necesarios para llevar una vida digna y plena,
abierta a
la dimensión sobrenatural" (15).
La reconstrucción social a la que se nos exhorta a todos los
católicos y a la que estan1os todos obligados,
en congruencia con
la integridad de la fe, es la de una sociedad plenamente católica
en todas sus instituciones: " ... puesto que la 1nisión salvífica y
liberadora de la Iglesia se lleva a cabo en el contexto de la his­
toria humana y de las relaciones sociales, ella ofrece y sostiene
su propia visión del hombre y de la sociedad e invita a aceptar
sus orientaciones que debieran considerarse esenciales por quie­
nes estan dese1npeñados (sic) de veras en la construcción de un
orden social más justo y humano". El Papa advierte en relación
con los principios de la doctrina social de la \glesia, que "el
principio básico de la primacía de la persona sobre las cosas", es
la consideración fundamental de donde "surge la concepción
del orden social, político, econ61nico y cultural, así con10 todo
principio relacionado con ellos". Y ante el proceso de seculari­
zación de la sociedad boliviana, exorta a los católicos a transfor-
1na esa sociedad "en una sociedad nueva, en una sociedad
profunda1nente cristiana
en sus funda1nentos y en sus expresio­
nes" (16).
Expuesto el aspecto doctrinal, es preciso hacer alguna consi­
deración práctica.
En este terreno hay que huir de todo planteamiento que en
relación a la cuestión de cómo lograrlo, crea que la respuesta
correcta supone la consecución inn1ediata del fin, el restableci-
1niento,
ya, de ese orden social católico, al modo en que se arre-
(14) JUAN PABLO 11, La nueva ... , pág. 139.
(15)
JUAN PABLO 11, La nueva ... , pág. 153.
(16) JUAN PABW II, la nueva ... , págs. 162, 162-163, 163 y 165.
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ESTAN!SLAO CANTERO
gla un coche con llevarlo al técnico apropiado o se cura una
enfermedad con tomar la medicina correcta.
En pritner lugar, se podría pensar que una fon11a de conse­
guirlo
es 1nediante los políticos actuales; bastaría su conversión
para que aceptaran esos principios intangibles y se propusieran
aplicarlos y obrar confor1ne a ellos. Evidentemente,
no cabe des­
cartar tal posibilidad, pero creo que si depositára1nos nuestra
esperanza en ello, pecarfamos de falta de realismo, y, en todo
caso, está fuera de nuestra alcance, pues sólo nos cabe rezar por
ellos y pedir a Dios su conversión.
En segundo lugar,
se podría pensar que la solución podría
venir de una especie de cirujano de hierro, como Joaquín Costa
consideró
en un 1non1ento deter1ninado de nuestra historia, pero
creo que esta solución es tan irreal como la anterior,
y en todo
caso, tambien, fuera de nuestro alcance.
En tercer lugar, se podría pensar que la solución podrá venir
de la propia fuerza de las cosas,
por la vía de la terquedad de la
realidad, y, en consecuencia, que ter1ninará por triunfar sobre los
planteamientos ideológicos; es decir, esperando que el país real
termine
por imponerse al país legal. Pero la conferencia de ayer
de Alsina, pone de relieve que-el país real no es lo que era cuan­
do Maurras o Joaquín Costa empleaban esta expresión. El cáncer
ideológico se ha apoderado, también, del país
reaL Con todo, y
a pesar de ello, es
por esa vía por la que la solución podrá lle­
gar algún día. ¿Qué hay
que hacer para ello?
Antes de intentar responder a esta pregunta
me parece
importante recordar algo que, cuando se olvida, considero que .es
causa de 1nuchos abandonos en el combate por la causa de nues­
tro Señor Jesucristo.
El orden social cristiano que desea111os y procuramos ver ins­
taurado
y restaurado, en los 1no1nentos en que floreció, no se
forjó en un instante, ni fue obra de una generación, ni lo fue tam­
poco de
una planificación. Y no me refiero sólo a la labor de la
reconquista española contra los tnusuhnanes, sino a la fortnación
de la Europa cristiana. Ni las catedrales, ni el orden político, ni la
reconquista española hubieran sido posibles si
la fe se hubiera
puesto
en lograr el resultado inmediatamente. Resultado, que en
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LA VERTIENTE POL!TJCO-SOCIAL
lo que respecta al orden político cristiano, ni siquiera fue imagi­
nado durante siglos. Fue fruto natural del desarrolllo, a lo largo
de un periodo histórico, de unos comportamientos determinados,
basados
en una fe concreta. Una vez recordado esto, para evitar
que podamos caer en el desánit1101 y, por tanto, que abandone­
mos nuestras obligaciones, vean1os cual podría ser la respuesta a
la pregunta ¿qué
hay que hacer para lograr de nuevo un orden
social católico?
Lo que hay que hacer es trabajar (17). Entendiendo el traba­
jo con10 entrega a
una causa que es la de Nuestro .Señor
Jesucristo, para mayor gloria
de Dios, bien de las almas y nues­
tra propia santificación. Por eso,
en ese trabajo es preciso co1no
presupuesto indispensable
una vida espiritual profunda y fecun­
da.
Don Manuel Martínez Cano en la hornilia de ayer, nos recor­
dó,
una vez más, la llamada a la santidad que Cristo hace a todos
los hombres. También a nosotros. Sin vida espiritual, sin la
unión
con Cristo, nuestra labor está condenada al fracaso. Pero, dicho
esto, el trabajo incluye la fonnación
de cada uno para poder
difundir lo que creernos y lo que esperarnos. Para poder con-
' vencer a otros. Para que la élites sociales, que a pesar de la 1nasi-
ficación
y del individualistno, continúan existiendo, se convenzan
y participen
en esa tarea.
Trabajar significa transmitir a los demás la integridad
de una
doctrina que es la única que salva. Lo que en los tiempos que
corren nó es poca cosa. Trabajar para restaurar el país real que
pueda permitir, en un 1no1nento determinado, acudir con fuerza
a la política o incluso exigir otros comportamientos a los políti­
cos o recla1nar soluciones restauradoras
de ese orden cristiano.
Trabajar es, pues, vivir confor1ne a nuestras creencias. Una
de
las causas de la actual situación es el habemos acomodado a las
circunstancias
en las que vivin1os, confor1nándonos con la vida
agradable que nos proporciona
una sociedad desarrollada, de la
que llegarnos a compartir, quizá no de modo totalmente reflexi-
(17) Cfr. J. VALLET DE GoYTISOLO, "Qué somos y cuál es nuestra tarea", en
Verbo, núm. 151-152, enero-febrero 1977, págs. 29-50; E. CANTERO, 1'¿Qué es la
Ciudad Católica?",
en Verbo, núm. 235-236, mayo-junio 1985, págs. 529-543. -
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ESTANISLAO CANTERO
vo, incluso sus criterios de una doble verdad moral -lo que
debo hacer y lo que realmente hago-, sin aparente desasosiego
o fractura con nuestros principios. Pero no es indiferente para el
restablecimiento de una sociedad católica nuestros pecados. De
un lado, porque de ese 1nodo, cortan1os el hilo que nos une a
Dios, renunciado al poder de la gracia y fiándolo todo al poder
de lo natural; de otro, porque al final, lo que pretendemos y
esperan1os es que sean otros -los que viven coherente1nente su
fe-lo que se esfuerzen y, si es posible, consigan ese fin, que
aunque apetecido, no lo es st1flcientemente como para 1nodificar
nuestros comportamientos. Juan Pablo II en la exhortación apos­
tólica postsinodal Reconciliatio
et paenitentia, recordó con clari­
dad que el pecado que es "exclusión de Dios, ruptura con Dios,
desobediencia a Dios" (nútn. 14), repercute sie1npre, con daño,
en tod-a la fa1nilia hun1ana, -por lo que no afecta exclusiva1nente
a aquél que lo comete (núm. 16). Por eso, un catolicismo light o
un catolicistno tocado en 1nayor o 1nenor 1nedida por la "nueva
1noral", no puede, de ningún n1odo, contribuir a la recristianiza­
ción social. Hay que vivir y con1portarse co1no Dios manda.
Pero tampoco se puede olvidar que otra de las causas del
retroceso del mundo católico es la desidia, y la pereza
de los
católicos, nuestros propios abandonos, sobre todo, en el terreno
de la acción y del apostolado. El católico no puede, sin traicio­
nar a Cristo Nuestro Señor, rehuir su condición, renunciar a sus
obligaciones. Nuestra vida ha de ser una continua y constante
entrega al combate por Cristo. Y esta obligación parece más
perentoria
en cuanto los avances de la modernidad son mayores
y mayores, también, nuestros abandonos. En esta en1presa de
reconstrucción de la ciudad católica interesa sobremanera con1-
prender y ser plenamente conscientes de que lo más importante
de todo, después de encomendarnos a Dios y rogarle su ayuda,
es
la fuerza de la acción de los hombres. Nada es capaz de reem­
plazarla y sin ella todo estará perdido. Por consiguiente, nuestro
trabajo, el de cada cada uno en nuestra esfera de co1npetencia)
ha de aumentar considerablemente.
La profesión integral de la fe exige un comportamiento cohe­
rente con ella
en todos los ámbitos de la vida. Incluido el profe-
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LA VERTIENTE POL!TJCO-SOCIAL
sional, el social y el político. En este ámbito, donde más que en
ningún otro, se 1nuestra el cáncer de nuestro tie1npo, es donde es
1náS necesaria la presencia de co1nportanlientos católicos que
den, finalmente,
en una política católica. Pero esos políticos futu­
ros
no podrán aparecer sin una tarea de formación que se dedi­
que a ese menester. La de1nocracia y el pluralis1110 parecen ser
dogmas intangibles. Pero aquí es preciso reconocer que la demo­
cracia
y el pluralismo sólo caben en el orden de lo opinable y
que ambos han de sustentarse en el ser de las cosas, en la ver­
dad y en el bien. Por eso no cabe entendimiento con la demo­
cracia 1nodema, es decir, con la den1ocracia tal como la entiende
la modernidad,
en la que todo pertenece al campo de las deci­
siones hun1anas. Existe
en este terreno un equívoco y una ambi­
güedad que es preciso, pri1nera1nente, reconocer, para, poste­
rionnente, deshacer.
La reconstrucción de la sociedad católica no se hará por
decreto -y 1nenos en estos tietnpos-sino por exigencia social;
el retorno a la verdad
no ha de ser sólo de orden intelectual, sino
tan1bién
n1oral, puesto que, en definitiva, "es itnposible ser jui­
cioso si
no se es bueno". La vida en sociedad, la vida de una
con1unidad política, es, sobre todo, co1nporta1niento de sus
1nie1nbros.
La justicia, en cuanto proporción, ajusta1niento o atri­
buto de las relaciones es esencial; co1no lo es el bien común
co1no fin de la política. Pero no lo es 1nenos la justicia co1no vir­
tud moral. Y desde luego,
sobre ellas, la caridad en todas sus
esplendorosas 1nanifestaciones
personales, cuajadas posterior-
1nente
en institucionales.
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