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Número 371-372

Serie XXXVIII

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Herbert Lottman: La Depuración

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tas en su interior, y ello a pesar de la distorsión realizada por el
autor para criticar
al Fuero.
Es desafortunado tachar de apasionan)iento (pág. 457) a uno
de los estudios más importantes de ese profundo investigador
que es Rodríguez Garraza, lo que quizás sea reflejo del propio
apasionamiento que parece sufrir nuestro autor. González Antón
tan1poco entiende
la coherencia de tránsito que existe entre el
nacionalismo racionalista (v. gr., Sieyes) del primer liberalismo y
el nacionalismo romántico del siglo
XIX; ni advierte que el nacio­
nalismo del siglo
XIX fue la puesta en práctica del propio libera­
lismo y una reacción a la frialdad racionalista de pensadores
como
Sieyes; ni, al fin, cae en la cuenta que el liberalismo fuese
la antesala del socialismo.
Sin negar el esfuerzo de síntesis, los aciertos, y la facilidad
con la que se lee este libro, considero que el autor no ha com­
prendido los principales hitos y el sentido general de la Hístoria
de España. No obstante, en varias ocasiones ofrece una acertada
crítica a las posiciones nacionalistas, surgidas éstas durante
el
siglo pasado en un sentido ajeno y aun contrario a la verdadera
historia de España.
JOSÉ FERMÍN GARRALDA ARIZCUN
Herbert Lottman: LA DEPURACIÓN'"
La historia de Francia, como la de casi todas las naciones de
Europa, se ha forjado,
en buena parte, en los campos de batalla.
Es una historia de victorias y derrotas en las que el honor de
Francia y el de sus ejércitos ha quedado siempre a salvo (casi
sie1npre, pero en fin, habla1nos en térntinos generales).
Esta situación quiebra absolutamente a causa de la derrota
infringida a Francia
por el ejército alemán en 1940, y no por el
hecho de la derrota en sí, sino por el modo en la que ésta se
t) Ed. Tusquets, col. Andanzas, Madrid, 1998, 547 págs.
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produce. La derrota, que es absoluta y sin paliativos, supone la
desbandada de los ejércitos y la huída despavorida de la pobla­
ción hacia la frontera española: el sálvese quien pueda. No sólo
la falta de acometividad, sino la de la más elemental voluntad de
defensa caracterizan
no sólo al Ejército sino a la entera sociedad
francesa.
La derrota no se justifica tanto por una aplastante supe­
rioridad nlilitar gern1ana, que no era tal, co1no por la profunda
desmoralización social, por la frivolidad de la clase política y por
la incompetencia del alto mando militar anclado en estrategias ya
obsoletas
en la Primera Guerra Mundial.
En una situación de· caos absoluto, avanzando las tropas ale~
manas a marchas forzadas y cerniéndose la catástrofe sobre
Francia, el Senado y la Asamblea, constituidos en Asamblea Na­
cional, se
reúnen el 10 de julio de 1940 en Vichy y confieren, por
569 votos a favor y 80 en contra, al anciano Mariscal Petain,
designado Presidente del Gobierno el 16 de junio por el Presi­
dente de la República, "los poderes del gobierno de la república
con el propósito de pron1ulgar una nueva constitución que garan­
tice los derechos de la familia, el trabajo y la Patria". Se otorgan
plenos poderes al héroe de Verdún para
que aupado sobre su
indiscutido prestigio trate de salvar lo salvable de la total derro­
ta. Tras la capitulación sin co11diciones sobreviene la ocupación
de la mitad del territorio francés, ostentando el gobierno de la
otra 1nitad el Mariscal, constituido en escudo protector de los
franceses ante
la poderosa Alen1ania. El gobierno de Petain, ins­
talado en la ciudad balnearia de Vichy, lleva a cabo su función
entre luces y so1nbras, aciertos y errores, péro en cualquier caso)
no hizo sino aquello que pudo hacer, siendo aceptado fervoro­
san1ente por
la inn1ensa n1ayoña de los franceses, excepción
hecha de un reducido número de militares que responden al lla­
mamiento del General de Brigada De Gaulle desde su incómodo
refugio británico para seguir con1batiendo a Alen1ania. Pero no
existe ni ason10 de una resistencia popular contra el ocupante. La
resistencia interior apareció tarde, li1nitándose a pequeñas esca­
ra1nuzas de hostiga1niento a la retaguardia ale1nana o a acciones
de guerrilla urbana difícihnente diferenciables,
en 111uchos casos,
del puro terrorismo. La actitud de los auténticos resistentes resul-
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ta no sólo respetable, sino en ocasiones heroica, pero general­
mente simbólica y carente de eficacia.
No es mi intención exponer o analizar la actuación del
gobierno de
Vichy, su itnpronta ideológi-ca·ni.-sus-avatares o evo-·
lución (teniendo sietnpre presente,
eso sí, que no fue sino el
albacea de una descomunal derrota), lo que sí es menester des­
tacar es que a 1nedida que las tornas se vuelven contra Aletnania,
la medrosa ciudadanía francesa va cambiando su adhesión inque­
brantable al Mariscal, con1enzando a coquetear veleidosatnente
con el General, aunque la mayoría nada y guarda la ropa.
Alemania
es derrotada y De Gaulle entra en París cuyo cami­
no han dejado expedito las ballonetas aliadas, y como el presti­
digitador que de
su chistera saca un conejo blanco, de su quepis
extrae una flan1ante victoria. Francia, la gran derrotada, pasa a
formar parte, por arte de birlibirloque, no sólo del grupo las
naciones liberadas del dominio alemán, sino del
de las grandes
potencias vencedoras.
La derrota que nunca existió. La colabora­
ción que nunca existió.
El gobierno de Vichy que nunca existió
como
legitimo gobierno de Francia. Un paréntesis de cinco años
se abre en la historia francesa que c01nienza a reescribirse desde
la óptica conveniente a los vencedores. Pero hay algo.incómodo,
molesto, que
se opone tozudan1ente a la nueva versión de los
hechos, que e1npaña
la 111.ágica victoria, el heroisn10 unúnitne, la
gran ilusión: todos aquellos que de una forma u otra colaboraron
con las autoridades petainistas o de ocupación, todos los que no
se opusieron: funcionarios, 1nagistrados, militares, intelectuales o
empresarios que por su actividad profesional destacaron de la
masa neutra y sobre los
que ha de pasar implacable el esmeril de
la depuración.
Herbert Lott.J.nan, norteamericano afincado en Francia y espe­
cialista
en su reciente historia, aborda la depuración intentando
alcanzar la objetividad, tratando de descorrer el velo que cae
sobre unos sucesos a1nargos y bochornosos.
A medida que las tropas aliadas van expulsando al ejército
ale111án o éste se retira ante la inminencia de su llegada, co1nien­
za
la depuración y es en estos casos cuando reviste sus caracte­
res
1nás sobrecogedores: ejecuciones sumarias de colaboradores,
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mujeres a quienes se rapa al cero al cabeza por haber manteni­
do relaciones con soldados alemanes, palizas, torturas y vejacio­
nes.
Las nuevas autoridades francesas tratan de atajar estos des­
manes llevados a cabo
por presuntos resistentes, constituyendo
órganos depuradores de carácter judicial o administrativo,
pero
junto a las actuaciones oficiales proliferan actos de venganza
indiscriminados.
Los tnalos tratos, las sevicias, no fueron patri­
monio de la represión extraoficial, resultando a este respecto
muy significativa la descripción que el autor hace del siniestro
ambiente que reinaba
en las prisiones en las que los detenidos
se encontraban previamente a ser juzgados, destacándose de
entre ellas la de Fresnes
en la que se hacinaban miles de hom­
bres y mujeres.
Se celebran innumerables juicios por tribunales
de nuevo cuño, de composición mixta judicial y política: así,
junto a miembros de la carrera judicial toman asientos militantes
de los partidos políticos de inspiración "resistente". Por su parte,
la jurisdicción militar por medio de consejos de guerra lleva a
cabo una a1nplísin1a depuración en el seno de las Fuerzas Arma­
das.
Asitnis1no, organis1nos adtninistrativos sancionan a los llama­
dos colaboradores con la confiscación de sus bienes (en algunos
casos de 1nodo espectacular, co1no fue el de la nacionalización
de las empresas Renault, de las que su propietario fue despo­
seído después
de haber sido encarcelado y maltratado ferozmen­
te), la imposición de multas o prohibición del ejercicio de deter­
minadas profesiones, la inhabilitación para el desempeño
de
cargos o la retirada de honores o distinciones.
Todas las actuaciones represivas comienzan virulentamente
en
1944 y finalizan, ya más atemperadas, con la Ley de Amnisúa _de
1953. Lottman analiza minuciosamente este período, siendo el pri-
1ner autor que se ocupa de estos asuntos desde un punto de vista
crítico, aunque su juicio, no obstante
el esfuerzo de objetividad rea­
lizado, resulta acaso en exceso benévolo. Con todo, este libro abor­
da
un moderno tabú, desvela aspectos desconocidos de la depura­
ción y muestra al lector un triste episodio de la historia de Francia
que
ha pennanecido demasiado tiempo oculto o enmascarado.
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