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Número 375-376

Serie XXXVIII

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Sentido de la Hispanidad

SENTIDO DE LA HISPANIDAD
POR
ÜSVALDO LIRA, SS.CC. (t) (")
El racionalismo materialista que esteriliza y marchita implaca­
ble las manifestaciones todas, especulativas y prácticas,
de la acti­
vidad humana, descarga toda la fuerza de la trágica pesadumbre
dentro de los ámbios de la vida internacional. Existe
una falange;
no muy copiosa, ciertamente, pero sí selecta y apretada que, en
los campos de la especulación filosófica y cientifica, de la crea­
ción poética, de la actuación práctica pública y privada,
se pro­
clama cristiana,
y se esfuerza seriamente, al mismo tiempo, por
amoldar sus acciones a sus creencias dogmáticas y principios filo­
sóficos. Pero cuando esa falange apretada y escogida
se traslada
al terreno en que se desarrollan las actividades internacionales,
se produce un fenómeno a primera vista curiosa: la inteligencia
pierde de vista los principios, la voluntad vacila, la cohesión se
relaja, las filas
se ralean y núcleos numerosos se desprenden para
ir a engrosar los contingentes ordenados bajo los emblemas del
más bajo y grosero materialismo.
Ni la actitud desolada de los fie­
les ni el hacerles ver los absurdos
en que incurren son bastantes
a provocar
en los desertores sentitnientos y una actitud más acer­
tada: o
nada oyen o proceden como si no oyeran. Siguen, pues,
(*) Nuestro amigo el profesor chileno Cristián Garay ha compilado para la
Universidad Bernardo O'Higgins de Santiago
de Chile algunos de los artículos que
el eximio filósofo Osvaldo Lira, de la congregación de los Sagrados Corazones
escribió
para la revista Estudios, dirigida por Jaime Eyzaguirre, entre 1934 y 1953.
Reproducimos
con muchísimo gusto el comentario que el profesor Lira escribió
en mayo de 1934 sobre la recién aparecida Defensa de la Hispanidad, de Ramiro
de Maeztu (N. de la R.).
Verbo, núm. 375-376 0999), 497-515.
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OSVALDO URA, SS.CC. (t)
impertérritos, a compartir la suerte de sus enemigos, gozosos de
ver arribar
un auxilio del campo mismo que deben combatir.
Aunque los caracteres del fenómeno lo solicitan fuertemente, no
nos detendremos a desentrañar sus causas porque además de ser
ellas fácilmente cognoscibles,
poco o nada tienen que ver con el
asunto de
que aquí se trata.
• • •
El principio operativo fundamental de la vida cristiana es el
amor. Así
se lo afirma categóricamente el Hijo al doctor de la ley
que se lo pregunta para tentarlo: "Amarás al Señor Dios tuyo de
todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente: este es
el máximo y primer mandamiento; el segundo es semejante a
éste: amarás a tu prójimo como a ti 1nismo. En estos dos manda­
mientos está cifrada toda la ley y los profetas" (1). No habla aquí
Jesucristo, claro está, de
un amor cualquiera sino del amor de
benevolencia, de aquella unión afectiva con el objeto amado que
nos lleva a procurarle un bien conforme a su naturaleza. Porque
la vida cristiana está constituida esencialmente por la Gracia san­
tificante
que reside en la entidad misma del alma e influye en el
orden operativo mediante las virtudes sobrenaturales que, reuni­
das
en cortejo, siempre la acompañan. Procediendo de un prin­
cipio
de vida sobrenatural, el amor, acto de la caridad, es algo
radicalmente ordenado y
nada puede desear que no sea plena­
mente conforme
con la naturaleza del objeto de su dilección.
Es evidente que la intimidad de Dios y su causalidad univer­
sal
son un obstáculo insuperable para que la criatura racional
pueda conseguir un bien independientemente de Él o que Él no
lo haya derramado primero; pero no lo es menos que la libertad
de la criatura racional permite, asimismo, que a ella le sean impu­
tados los esfuerzos que desarrollare en obtener para Dios la glo­
ria externa, el
que sea conocido y amado de los hombres.
Podemos y debemos adquiñrselo, con la palabra y el ejemplo.
Ahora bien, esforzarse
en que Dios sea conocido y amado de los
(1) Matth., XXII, 37-40.
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SENTIDO DE LA HISPANIDAD
hombres es procurarles a éstos el bien conforme a la naturaleza
humana:·
"hoc enlm debemus in próximo diligere, ut in Deo slt",
dice Santo Tomás (2). Y como toda predicación eficaz debe par­
tir
del ejemplo, resulta que, para hacer conocer y amar a Dios,
debemos conocerlo y amarlo nosotros; debemos,
en una palabra,
amamos a nosotros mismos. Amor a Dios, al prójimo y a sí
mismo son tres cosas absolutamente inseparables. De alli que
Jesús, junto con el amor al prójimo; en cuanto al amor en sí
mismo, únicamente se lo insinúa: tratándose
de un judío, no
habla necesidad de más.
El bien debe ser objeto constante e interrumpido de las ten­
dencias
de un ser racional. Bonum babet ratlonem finis, decían
los escoláticos, y
un ser que teniendo el dominio de sus actos no
tiende hacia su fin es a manera de monstruo, una entidad sin
explicación posible, sin razón
de ser. Se considera un monstruo
en la naturaleza material una criatura cuya conformación defec­
tuosa la imposibilita para desempeñar la misión que le corres­
ponde; la criatura racional
que deliberadamente se aparta de su
fin, no llena tampoco la misión que le ha sido asignada y altera
el
orden propio de la vida humana. Ni pueden serle obstáculos
los sacrificios,
porque ceder ante ellos equivale a posponer el
bien propio a una utilidad material cualquiera que ha de satisfa­
cer, tal vez, el egoismo de la sensibilidad
pero de ningún modo
las aspiraciones normales de la naturaleza racional. Enfermeda­
des, dolores, contrariedades, la muerte misma, todo aquello
son
males relativos, no absolutos; el único mal del hombre en cuan­
to tal es la pérdida de Dios por la conversión a las criaturas, y,
para evitarlo, no puede la persona humana retroceder ante esos
otros males
que en modo alguno perturban obligadamente la
tendencia normal a nuestro fin.
Por constante e ininterrumpida, la tendencia
al fin último
debe ser universal, debe informar -vivificar-toda actividad
humana sin excepción. Sea que se investigue o se contemple, se
cree o se actúe, la finalidad suprema, la norma directiva, debe
ser el bien conforme a la naturaleza racional del hombre. No
(2) S. Th., 11 Le, q. XXV, a l.Oc.
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OSVALDO LIRA, SS.ce (t)
vaya a suponerse que la precedente afirmación propugna el ani­
quilamiento o la absorción de los objetivos subordinados que
pueden provocar en la persona humana una actividad determi­
nada; nada de eso: se trata no de absorción sino de armonía, de
slntesis: Si Spiritu ducimi, non estis sub lege (3). El cristianismo
que se deja conducir por el Espiritu Santo se halla emancipado
de toda ley que no sea de la Gracia. Operará ordenadamente en
el orden humano con la más perfecta espontaneidad y, no obs­
tante, respetará sin esfuerzo -antes bien, con dulce fruición­
las finalidades subalternas que detenninen su actividad. Si inves­
tiga, se preocupará sólo de las leyes de
su investigación; si crea,
no perseguirá más que el bien de su obra; si actúa en la vida
práctica, contemplará el
bien de los demás. Porque todos esos
bienes, todos esos diversos objetivos los toma y los resuelve,
junto con el suyo propio en la unidad infinita, sintesis suprema,
armonía perfecta de todo cuanto existe, Dios.
Peccatum in bunc mundum intravit et per peccatum mors ( 4).
Rota la armonía original de la Creación, el hombre no puede
alcanzar su fin sin violencia, sin superar los obstáculos que
amontona a su paso la sensibilidad. Lejos de ser este pensamien­
to motivo de desalentarse,
debe convertirse para él en acicate y
estimulo de victoria. Son clarísimas las palabras de Jesucristo:
Regnum coelorum vim patitur et vilenti raplunt illud (5). A mane­
ra del atleta que, para triunfar
en los juegos se deshace de todo
cuanto pudiere entrabar
sus movimientos, debe el hombre en la
propia Hnea de la actividad humana renunciar a todo bagaje
material que, impidiendo
su libre actividad espiritual,J.e indinara
a pactar
con lo sensible en vez de atarlo y derrotarlo.
Así llegamos a la aplicación de estos principios a la vida de
sociedad. Creado el hombre como animal político para que aso­
ciándose a sus congéneres obtuviera el bienestar material com­
patible con la realización de su fin temporal y llegar asi a su fin
último, la sociedad civil se encuentra sometida a la personalidad
500
(3) Ib1dem.
(4) Rom., V-12.
(5) Math.,
XI, 12.
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SENTIDO DE LA HISPANIDAD
humana. La autoridad, constitutivo formal de la sociedad, debe
ajustar, por ello, toda su actuación, a la observancia esencial de
los deberes y derechos emanados directamente de ser el hombre
criatura racional, libre y sobrenaturalizada
por la Gracia, condi­
ciones todas ellas
que lo afectan en el orden actual de la Provi­
dencia Divina. En
eso consiste su bien propio de autoridad.
El bien de la autoridad y el de la sociedad por ella regida
podrán exigir, llegado el caso, un sacrificio de prosperidad y
fuerzas materiales para resguardar o asegurar la existencia de
algún elemento espiritual. La autoridad no puede vacilar: salvar
la preponderancia política o la riqueza de la nación a costa de
su
acervo espiritual implica nada menos que su aniquilamiento
como autoridad
porque violó su finalidad y la ruptura del orden
social, más que ninguno celoso de jerarquía (6).
La maravillosa síntesis medieval en que tan fielmente se
armonizaban los deberes
de la sociedad para con la persona
humana y con la ciudad cristiana fue sucumbiendo paulatina­
mente a los golpes repetidos que, con tenacidad increíble, le iba
propinando el viejo espíritu
pagano reverdecido ya por entero en
el Renacimiento. Los legistas de Felipe el Hermoso, en los albo­
res
del siglo XIV, le dan el primer empellón cuyo eco trágico,
repetido de siglo
en siglo, fue suficiente para terminar con el
grandioso edificio.
Los tratados de Westfalia son la consumación
de la obra demoledora. En vez de una construcción annoniosa
cuyos elementos, si bien algo rudamente labrados, se ajustaban
al conjunto y se iluminaban con el esplendor de la idea-síntesis,
los políticos de Wesfalia descubrieron a los ojos del mundo un
conglomerado informe de 111enudas construcciones, opacas y
defor1nes, de
tal manera extrañas entre sí que cla1nan por per­
derse de vista mutuamente. El proceso de desarrollo del engen­
dro westfaliano duró tres siglos; de entonces acá todo se ha redu­
cido a pronunciar los toques más y 1nás, para desvanecer así las
últimas posibilidades de integración y de síntesis.
(6) La hipótesis forjada es la de un caso extremo. En la realidad cotidiana
ha}' circunstancias que le modifican la especie. Al forjar los caracteres sólo se ha
perseguido el propósito
de hacer resaltar la antinomia resultante de encontrarse
frente a frente materia
y espíritu después de la catástrofe del Paraíso terrenal.
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OSVALDO LIRA, SS.CC. (t)
El organismo medieval no cayó sin lucha. Uno de sus miem­
bros hizo todos los esfuerzos imaginables para apuntalarle y
comunicarle,
al mismo tiempo, nueva vida, la suya propia: la
España. Entregado el
por innumerables títulos admirable y he­
roico pueblo hispano a la expulsión liberadora de los bárbaros
islámicos, se identifica radicalmente con la Cruz, de Ella hace
su
enseña y a su triunfo dedicará en adelante sus mejores energías.
Cuando
en el resto de Europa el espíritu cristiano declinaba más
y más, la
enorme vitalidad sobrenatural de la nación ibérica,
exasperada
por la lucha contra el fatalismo degenerador de los
muslimes, debía ahogar forzosamente cualquier intento destruc­
tor. Todo era allí Guerra Santa, y cuando ella termina
con la toma
de Granada, el impulso adquirido era tan grande que saltan los
iberos el Atlántico, someten el continente americano, plantan
firme el pie
en Italia, combaten a los protestantes en Flandes,
Francia y Alemania, destrozan a los turcos en Lepanto, en un
esfuerzo sobrehumano por restaurar la Unidad que la Reforma,
con ayuda de muchos príncipes católicos, acababa de romper en
definitiva. España se extenúa, se desangra, se arruina, y ella
misma lo ve. Acepta, sin embargo,
su misión a sabiendas de que
materialmente ha de sucumbir. Debía cumplir con su deber, y lo
cumple. Tenía
que dar su palabra al mundo y la da: contrarre­
forma
en Europa, evangelización de América y Filipinas .. Palabra
más augusta
no la ha pronunciado jamás pueblo alguno de la
Tierra.
Ese conjunto de tradiciones gloriosísimas, de aspiraciones
grandiosas, de realizaciones inverosímiles, de prosperidad exu­
berantes, de sacrificios dolorosos, constituye la esencia de la
patria hispánica, de la patria
que no se encastilla en los límites de
la península sino que se desborda por el mundo y que nosotros
los hispánicos de todo el
mundo la encontramos regada por el
Mediterráneo y el Cantábrico, colmando el Nuevo Mundo y las
Filipinas, acariciada
en su amplitud inmensa por las ondas del
Atlántico y del Pacífico. Ese riquísimo tesoro espiritual derrama­
do por el mundo todo constituye la hispanidad.
En la
época actual, materialista, la hispanidad torna cobrar
relieve.
Es el humanismo integral, que se yergue frente al pseu-
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SENTIDO DE LA HISPANIDAD
do humanismo renacentista que mutila bárbaramente al hom­
bre desconocido en él su vida sobrenatural. Porque la hispani­
dad abarcó a todo el hombre, por eso abarcó a todos los hom­
bres: es la realización imperial del catolicismo. Y como el moti­
vo del amor al prójimo es la convicción de la igualdad esencial
de todos los individuos del género humano, convicción que a
raiz del pasado se traduce en la creencia de que todos los hom­
bres sean capaces de salvarse, el principio vital de hispanidad
es el que enuncia el gran González Arintero: a todos los hom­
bres se les da -proxime o remot-la gracia necesaria para
salvarse.
Este centro vital de la hispanidad lo utiliza Ramiro de Maeztu
con visión certera en su Defensa de la Hispanidad, obra que bas­
taría
por si sola, a colocarlo entre los más grandes pensadores
de nuestra época y que José Pemartín considera la aportación
más fecunda y definitiva a la Filosofía Católica de la historia
desde Bossuet a nuestros días (7). No repta Maeztu
pegado a la
materia, porque sabe que eso es el 1nejor método para cerrarse
horizontes, sino que, en i!llpulso poderoso, se alza por sobre
todo lo contingente hasta el cielo azul de los principios, y desde
allí lanza una mirada escrutadora por la a1nplitud in1nensa de la
hispanidad para descubrir su principio de vida, seguro de que
hay alli algo más de un informe conglomerado puramente mate­
rial. Adivina y encuentra lo
que ama. Ya en posesión del objeto
preciado de sus velos, desciende de las alturas y lo va aplican­
do a cada hecho, considerando bien de cerca, de todos los que
integran la actividad de España. Triunfa también en esta empre­
sa y el resultado final
es la aparición de la hispanidad como un
organismo gigantesco, palpitante de vida. La construcción maez­
tiana, además de revelar
en su autor inteligencia profunda y cul­
tura asombrosa, manifiesta
que es, en el más alto y sublime sig­
nificado,
un poeta.
(J) JOSÉ PEMARTfN, "Cultura y nacionalismos", en la revista Acción española,
núm. 62-63, pág. 31.
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OSVALDO.LJRA, SS.CC. (f)
Observemos más en detalle la construcción
maeztlana
El 26 de octubre de 1546 es, a mi juicio, el día más alto de la
historia de España
en su aspecto espiritual. Fue el día en que
Diego La!nez, teólogo del Papa, futuro general de los Jesuitas
-cuyos restos fueron destruidos en los incendios del 11 de mayo
de
1931 como si fuéramos ya los españoles indignos de conser­
varlos-... pronunció en el Concilio de Trento su discurso sobre
la Justificación (
). El discurso de La!nez, sentando la doctrina de
que el hombre se justifica por la fe y las buenas obras sin nece­
sidad de
una imputación especial de los méritos de Jesucristo
efectuada en el último instante -tesis esta últilna sostenida por
Jerónimo Seripando--colocaba a todo el género humano en pie
de igualdad: lo que realmente se debatía all1 era nada menos que
la unidad moral del género humano (9). Porque el amor eficaz,
manifestado
por la procuración eficiente de un bien al objeto
amado,
supone en el que ama la convicción de que el objeto de
sus dilecciones es capaz
de recibirlo. El amor humano integral
que es, a fin de cuentas, el atnor cristiano -la caridad-, supo­
ne, pues, la creencia en la igualdad esencial, natural y sobrena­
tural, de los hombres.
Sin esta creencia, la Reconquista, las luchas
encarnizadas contra protestantes-y turcos, la civilización del
Nuevo Mundo, quedar!an eternamente inexplicables.
De aqu! también el singular concepto de la raza
que posee la
hispanidad. En su lucha gigantesca pro
unidad moral de la espe­
cie humana, España
comprende que es necesario proceder por
etapas y del inmenso Panteón que era la América, hace un tem­
plo al verdadero Dios (10). Emprende entonces la asimilación de
las poblaciones sometidas para constituir la raza hispánica que,
fisiol6gica1nente, es la 1nás itnpura que existe y, por lo mismo,
exponente irrefutable de la inmensa potencialidad asimiladora y
504
(8) Defensa de la Hispanidad, págs. 11-112.
(9) Defensa ... , pág. 112.
(10) Monseñor Gomá, arzobispo
de Toledo.
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SENTIDO DE L4 HISPANIDAD
de la inagotable caridad de la nación española ... los españoles
no damos importancia a la sangre, ni al color de la piel, porque
lo que llamamos raza no está constituido por aquellas caracterís­
ticas
que puedan transmitirse a través de las oscuridades proto­
plásmicas, sino
por aquellas otras que son luz del espiritu, como
el habla y el credo.
La hispanidad está compuesta de las razas
blanca, negra, india y malaya, y sus co1nbinaciones, y sería absur­
do buscar sus características por los métodos de la etnografía (11).
No parece sino
que Dios, para cortar de raiz toda posibilidad de
entronizarse el racismo en española mente, per1nitió tal mesco­
lanza, que habría de servir, además, para hacer irradiar sobre ella
misma el espíritu apostólico de España
en toda su gloria. For­
mada ya la raza hispana, poderosamente una gracia al principio
espiritual que la amalgama, España se manifiesta
al mundo cla­
mando en alta voz: he cumplido mi misión; una de las piedras
angulares del edificio de la humanidad hela aquí, labrada
por mis
esfuerzos y por el roce de tanta sangre co1no ha caído sobre ella,
lista, en fin, para integrar construcción que entre todos debemos
levantar.
He aquí al humanismo español; humanismo integral; hutna­
nismo cristiano,
en suma. Hu1nanis1no que plantea cara al Rena­
cimiento pagano, refinado
en sus apariencias pero bárbaro en la
realidad, que reinaba sin contra peso, por entonces,
en las cortes
de la Italia y de otros países europeos. El humanismo español
consideraba al hombre integral, criatura de Dios, inteligente, libre,
destinado a una finalidad trascendente y enriquecido,
por ello,
con el don inefable de la Gracia: este humanismo español es de
origen religioso.
Es la doctrina del hombre que enseña la Iglesia
Católica (12).
Su carácter integrista lo hizo misionero. Porque cató­
lico, fue apostólico: la fraternidad de los hombres no puede tener
más fundamento
que la conciencia de la común paternidad de
Dios (13). De la
noción cabal del hombre y del alcance que el
hecho de la Revelación da a la paternidad divina, no le quedaba
(11) Defensa ... , pág. 20.
(12) Defensa ... , pág. 53.
(13) Defensa ... ,
pág. 95.
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OSVALDO llRA, SS.ce. (t)
al pueblo español más coyuntura que constituirse misionero en
masa, dado, por otra parte, que el género se encuentra some­
tido al
pecado original y sus fatídicas consecuencias: toda
España es misionera
en el siglo XVI. Toda ella parece llena del
espíritu
que expresa Santiago el Menor cuando dice al final de
su epístola que: "El que hiciera a un pecador convertirse del
error de su camino salvará su alma de la muerte y cubrirá la
muchedumbre de sus pecados". ('l. 20). Lo mismo los reyes,
que los prelados, que los soldados, todos los españoles son
misioneros (14).
El humanismo español consigue dar al mundo el espectácu­
lo inaudito de
un Imperio que llenando un continente se man­
tiene casi sin soldados: sin apenas soldados, y con solo
su fe,
creó un imperio en cuyos dominios no se ponía el sol (15). Junto
con las primeras avanzadas militares llegaron a estas tierras los
misioneros, y a medida que se ganaban batallas, se conquistaba
para el cielo.
¿Se ha pensado alguna vez con detención en la exi­
güidad absurda de los medios empleados
por Cortés, Pizarra y
demás conquistadores frente a los resultados obtenidos?
Los
recursos militares eran para desbrozar el can1ino; tras ellos, la
labor espiritual. Y una vez que España hubo asimilado las pobla­
ciones indígenas incorporándolas a
la fe de Cristo que también
era la suya propia, españoles e indios se 1niraron como herma­
nos; cayeron los recelos y se fonnó la comunidad. Armas se
necesitaron siempre, sí) pero para lo exterior: corsarios y arauca­
nos. Si la leyenda negra, forjada al margen de la realidad y de la
lógica,
ha logrado ocultar la obra de España, ésta va poco a poco
venciéndola con la irradiación de su gloria gracias a los intelec­
tuales honrados, españoles e Wspanoamericanos, entregados a la
noble empresa de libertar a la Madre Patria de las escorias acu­
muladas
por la ingratitud, la torpeza, los prejuicios, la calumnia.
Algún día
no lejano esa irradiación, libre y diáfana, iluminará con
tal fuerza los espíritus que los obligará a rendirse ante su magni­
ficencia y su grandeza.
(14) Defensa ... , pág. 115.
(15) Defensa ... , pág. 42.
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SENTIDO DE L4 HISPANIDAD
España pudo aplicar su humanismo a la politica imperial por­
que ya lo había realizado en su organización político-social den­
tro
de su propio territorio. La síntesis flexible y natural en que
concurrian, por una parte, las aspiraciones de los reinos penin­
sulares -naciones incipientes afluentes del ria nacional, como
los llamó Vázquez de
Mella-y las exigencias de la unidad nacio­
nal,
por la otra: síntesis que constituyó lo que se reconoce bajo
el nombre
de regionalismo español elaborada por los Reyes Cató­
licos y mantenida
en vigor, aunque no en toda su pureza, por
Carlos V y Felipe II, es el sistema politico que más perfectamen­
te realiza el ideal preconizado
por los pensadores escolásticos. El
Rey no de España, sino de Castilla y de Aragón, Señor de Vizcaya,
es el vinculo de unidad, la cristianización de las aspiraciones
nacionales, depositario
de la soberanía politica con su triple
poder ejecutivo, legislativo y judicial. Dirige, vigila, urge, castiga,
según los casos y la necesidad Jo exigen (16), deja a las socieda­
des inferiores la resolución
de los negocios que no le competen
y se preocupa sólo de que integren la armonia del conjunto.
Conducta semejante
es la expresión práctica de la convicción de
que el hombre animal sociable, se une con sus semejantes sólo
para aquellos ftnes
que no puede realizar por sí solo, y que
-aplicación lógica de este principio-una sociedad superior no
debe tomar a su cargo sino aquellos que las sociedades inferio­
res
no podían conseguir. Por eso el Rey, personificación del
Estado o
de la soberanía politica veía alzarse frente a él la barre­
ra nacional y, por consiguiente, benéfica, de la soberania social
radicada
en los consorcios inferiores, municipios, corporaciones,
universidades, representados por sus delegados, limitación fun­
dada en la naturaleza humana, esencialmente diversa de la que
elaboró el espíritu insignificante del barón de Montesquieu, lleno
de doctrinarismos huecos de utopías.
El sentido integralmente humanista ha permitido a la nación
española sacar fuerzas de flaqueza cada vez
que ha visto su inde­
pendencia amenazada o que la corrupción
politica conducía a la
patria hacia el caos, y la ha colocado en condiciones de conser-
(16) Pío XI.
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OSVAWO LIRA, SS.CC. (f)
var incólume el sentimiento de su valor relativo frente a naciones
circunstancialmente más prósperas o de mayor influencia políti­
ca: cuando cae sobre los españoles un suceso adverso, como per­
der una guerra, por ejemplo, no adoptamos actitudes exageradas,
como la de
suponer que la justicia del Universo se ha violado
porque la suerte de las batallas nos haya sido contraria, o
que
toda la civilización se encuentra en decadencia porque se hayan
frustrado nuestros planes, sino que nos conducimos de
tal modo
que "siempre se puede decir de nosotros que somos hombres",
porque
ni nos abate la desgracia ni perdemos nunca, como pue­
blo, el sentido de nuestro valor relativo en la totalidad de los pue­
blos del mundo (17). Nunca se ha insistido lo suficiente sobre lo
reveladora
que es la actitud de España ante la invasión napoleó­
nica, cuando sin autoridad
-que estaba en poder del extranje­
ro--, sin medios materiales, casi, se levanta, heroica y sublime,
ofreciendo en esa larga y cruenta guerra de Francia contra
Europa el único caso de resistencia nacional.
La superficialidad
de los historiadores no ha sabido ver allí la expresión del con­
vencimiento profundo
en que se hallaban los españoles de que,
fuere cual fuere
la situación por que atravesaba su patria, todos
debían respetarla, y ellos, sus hijos, defenderla a cualquier pre­
cio. Profunda penetración demostró,
en cambio, Pit cuando en
memorable reunión del consejo de tninistros sentó la tesis de que
sólo se podía derribar a Napoleón provocando contra él una
resistencia nacional y de que esa resistencia sólo podía brotar en
España.
En la política interior vemos como la Castilla de Enrique
IV
anarquizada y caída hasta lo más hondo del abismo por una
nobleza que sólo se preocupaba en explotar la incapacidad ver­
gonzosa del monarca se convierte de súbito
en la Castilla de
Isabel la Católica, núcleo central
de la unidad española y civili­
zadora de todo
un mundo. Aun en el reinado de Felipe V, cuan­
do comienza el abandono de las tradiciones nacionales, esa
España, que con Carlos II había descendido hasta el punto de
despertar ideas de reparto entre las potencias europeas, vuelve a
(17) Ibídem.
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SENTIDO DE L4 HISPANIDAD
resurgir lozana y pujante, por arte de Alberoni, de tal modo que
provoca contra ella nada menos que una coalición de la Europa
occidental. Esa vitalidad nacional la sienten
aun hoy día los espa­
ñoles y ya la advirtió René Bazin
en su viaje por la península,
deduciendo de
alll que era la España una nación que forzosa­
mente debía resurgir pues tal confianza en sí misma revelaba al
través de las opiniones de sus ojos (18).
Organización interna cristiana, política imperial cristiana, vita­
lidad exuberante
que sólo puede nacer del cristianismo, he aquí
la grandeza de la obra realizada
por España: no hay en la histo­
ria universal obra comparable a
la realizada por España, porque
hemos incorporado a la civilización cristiana a todas las razas que
estuvieron bajo nuestra influencia (19). La misión imperial lleva­
da a cabo
por el pueblo hispano es una prueba de incompara­
ble magnificencia de que, a despecho de signos
en contrario,
permanecerán siempre incólumes las palabras de la Eterna
Palabra:
Ego sum vitis, vos palmites: qui manet in me ego in eo,
ble fert fructum multum: quia sine me nihil postestis facere (20).
¿Y no se yergue acaso ante todos los espíritus el caso de Filipinas
en donde la fecundidad espiritual de España incorporó a su
imperio, que era el de la fe, un pueblo que fisiológicamente nada
tenía de europeo? La civilización filipina es obra de nuestras
órdenes religiosas y muy especialmente de la de Santo Domingo,
y a su magnífica Universidad de Santo Tomás de Manila, con sus
350 profesores, sus 3.500 alumnos, sus siete u ocho facultades, en
las que ha puesto su mejor espíritu y los mejores maestros ... Los
norteamericanos se han encontrado con un pueblo que, penetra­
do de la idea católica quiere su justicia y su derecho, y que el
pensamiento
de que un hombre puede salvarse, deduce que le
es imposible el mejoramiento en esta vida por lo que también
podrá equivocarse, rectificarse, progresar y convertirse en una de
las razas gobernantes de la tierra (21).
(18) RENÉ BAZIN, Terre d'Espagne.
(19) Defensa ... , pág. 105.
(20) Joann, XV, 5.
(21) Defensa ... , pág. 123.
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OSVALDO URA, SS.ce. (t)
En sus ansias de hacer brillar la grandeza de su patria no se
contenta Maeztu
con esbozar vigorosamente la obra hispánica en
el Mundo novísimo, sino que trae también a colación social de
los hindúes, a fin de
que la comparación restablezca la verdad en
sus derechos. Por una parte, civilización radical de un pueblo
que, gracias a la labor hispánica, opone una resistencia irreducti­
ble a los intentos de penetración extranjera¡ por la otra, trescien­
tos cincuenta millones de individuos fácilmente dominados por
setenta y cinco mil ingleses gracias a la absoluta desidia de los
dominadores
por hacer salir de su barbarie a los dominados.
Al contemplar la obra inmensa realizada por su patria, excla­
ma Maeztu poseído de entusiasmo: saturados
de lecturas extran­
jeras volvemos a mirar con ojos nuevos la obra
de la hispanidad
y apenas conseguimos abarcar su grandeza.
Al descubrir las rutas
marítimas
de Oriente y Occidente hizo la unidad fisica del
mundo;
al hacer prevalecer en Trento el dogma que asegura a
todos los hombres la po,sibilidad de salvación,
y, por tanto, de
progreso, constituyó la unidad de medida necesaria para que
pueda hablarse con fundamento de la unidad moral del género
humano. Por consiguiente, la hispanidad creó la historia univer­
sal, y
no hay obra en el mundo, fuera del cristianismo, compara­
ble a la suya (22). He aquí la gran misión histórica de
la España:
imprimir
un sentido católico a la vida humana. Los materialistas
modernos -y, por desgracia, tnuchos que no son materialistas­
considerando que la nación quedó postrada después de tanta gue­
rra, la hacienda pública arruinada, la marina desaparecida y sus
admirables tercios clareados,
han encontrado a los grandes
monarcas del Siglo de Oro y a sus sucesores Habsburgos culpa­
bles de
no haber procurado más bien la prosperidad material de
su nación. Es cierto que para comprender a Carlos V y más aún a
Felipe
II es necesario poseer un mínimum de cualquiera nobleza
de corazón, y el materialismo equipara al hombre
con la bestia.
Dada la envergadura intelectual y el nivel moral de sus detracto­
res, las dos cumbres políticas
de la España imperial ganan gloria
más sólida casi con las diatribas de sus enemigos
que con los
(22) Defensa ... , pág. 42.
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SENTIDO DE LA HISPANIDAD
panegíricos de sus admiradores. "La gloria de los pueblos está en
sus sacrificios" (23). Y se podría añadir, en justificación de la pre­
ocupación en apariencia exagerada por los asuntos religiosos
que manifestó Felipe II, que la existencia misma del catolicismo
la vinculó Dios a la obra de España como
al instrumento de que
Él se valió para conservarla: sin la defensa tenaz que desarrolló
la España
en su propio territorio contra moros, judíos y protes­
tantes, cristalizada
en la Inquisición y demás medidas adoptadas
que ahogaron las intentonas disociadoras; sin la ayuda prestada
a los católicos
en el resto de Europa, el protestantismo se habría
apoderado de los países todavía católicos de la Europa occiden­
tal y
de sus respectivos imperios coloniales, y al catolicismo no
se le habría abierto más camino que el de las catacumbas. Si al
cabo de más de tres millones de fusilamientos y de dieciséis años
de esclavitud y
de miseria el pueblo de Dostoiewsky no tiene en
la actualidad más perspectiva que las de las grandes hambres que
se anuncia, lo que ella revela es que la Revolución ha fracasado,
y
que cuanto España hizo en sus buenos siglos por alejar de
sí los fermentos revolucionarios del Renacimiento y la Reforma
no puede ya merecer otro juicio que el de obra previsora y be­
néfica (24).
Anotando el radical sentido ecuménico
de la España imperial,
detenemos nuestro análisis, y agregan1os para concluir, una que
otra reflexión sobre las causas del derrumbe del gran Imperio.
Es un profundo error el atribuir la decadencia española a la
ruina material acarreada
por sus gestas guerreras; bueno es eso
para liberales como Cánovas, forzosamente superficiales por doc­
trina y
por tendencia. Claro está que la ruina material repercute
en cualquier sociedad, pero no explica nada por sí sola; en el
caso
de España fue el precio que pagó por su gloria de nación
misionera. Fue el debilitamiento de la
fe de sus gobernantes lo
que causó la disolución del imperio; aniquilado o emigrado el
principio vital, el organismo
por fuerza se disuelve: el imperio
español era una 1nonarquía misionera que el mundo designaba
(23) Defensa ... , pág. 194.
(24) Defensa ... , pág. 191.
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OSVALDO URA, SS.ce. (t)
propiamente con el título de monarquía católica. Desde el mo­
mento
en que el régimen nuestro, aun sin cambiar de nombre, se
convirtió en ordenación territorial, militar, pragmática, económi­
ca, racionalista, los fundamentos mismos de la lealtad y de la
obediencia quedaron quebrantados (25).
Es inútil observar que
con la disolución del imperio corrió pareja la decadencia inte­
rior de España gobernada
por monarcas extranjerizantes, someti­
dos además a las órdenes
de la masonería. Ese ha sido también
el
pecado original de las naciones hispanoamericanas. Frutos en
sazón, se desprendieron del árbol cuando había perdido la pure­
za de
su savia por el trabajo de cultores torpes y malévolos, y
adquirido gérmenes de enfermedades
que aquellos frutos debían
recoger.
El racionalismo individualista extranjero, opuesto al per­
sonalismo cristiano español, ha esterilizado sus potencias y entra­
bado sus vuelos: si nos creemos inferiores a otros pueblos es por
ignorancia de nuestra historia. Cuando ésta nos muestra la pers­
pectiva de nuestros genios, el magnífico sentido de justicia de
nuestras instituciones tradicionales, el espíritu moral de nuestra
civilización, las mentes escogidas pensarán, con Menéndez y
Pelayo, que la extranjerización de nuestras almas es la razón de
nuestra decadencia (26). Porque si la extranjerización es ya de
por sí un motivo de turbación y de desorden en cualquier orga­
nismo social, sus consecuencias se tornan nlás funestas cuando
trae consigo el elemento disociador 1naterialista. Por eso las
naciones hispanoamericanas no son pueblos de inventores ni de
grandes emprendedores, sus investigadores
son también esca­
sos ... El hecho es que viven al día, sin un ideal que el mundo
entero tenga que agradecerles (27). Los grandes ideales son gran­
des afirmaciones y los países hispanoamericanos semejan aque­
llos colegiales, débiles de carácter porque carecen
de doctrina y
de convicciones, que, en vez de regir sus acciones por una
norma interna adquirida con el propio esfuerzo, sólo se preocu­
pan de ser el reflejo de sus compañeros más desarrollados o más
(25) Defensa ... , pág. 32.
(26)
Defensa ... , págs. 203-204.
(27) Defensa ... , pág. 171.
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SENTIDO DE U HISPANIDAD
audaces. Carentes de personalidad, de confianza en si mismos, se
condenan así a lastimosa esterilidad: ¡Y ojalá fuera eso sólo! Sino
que las energías que aún poseen las emplean en recelar unos de
otros convirtiéndose
en un turbio río revuelto propicio para las
pescas de los audaces
que arrebatan cada vez que pueden, algún
jirón de independencia.
Las necesidades hispánicas de Europa y América no podrán
encontrar o recobrar su personalidad histórica más que en la his­
panidad: de haber hallado
en España un sentido claro de la vida,
la
unión hispanoamericana sería ya un hecho, por lo menos en
el plano espiritual que es el que importa. Pero desgraciadamen­
te para los americanos estas décadas han sido las de nuestra
máxima extranjerización (28). No equivale esta afirmación a abo­
minar de lo extranjero; lejos de eso.
La hispanidad es obra asi­
miladora de pueblos y contribuye,
por tanto, a la unión fraternal
de las naciones; mirar hacia esa meta significa, pues, adquirir una
personalidad poderosa, capaz de asimilar elementos extraños y
hacerlos servir
en pro de un entenditniento general. Esta es la
misión histórica de los pueblos hispánicos. Nacidos de la creen­
cia
en la igualdad esencial de los hombres (29), su misión histó­
rica consiste
en enseñar a todos los hombres de la tierra que si
quieren
pueden salvarse, y que su elevación no depende sino de
su fe y su voluntad (30). Esta misión de apostolado
se toma ahora
más urgente cuando reinan
por doquier los nacionalismos encar­
nizados, degeneraciones bastardas
de la virtud del patriotismo.
Hoy se toma urgente la unión interior mediante la armonía cris­
tiana de las clases como condición
sine qua non de la unión
interhispánica, primer paso este, a su vez, de una eficaz coope­
ración internacional.
Unión de hombres, unión humana,
y, en consecuencia, espi­
ritual. Unidad intelectual en la fe y en los principios filosóficos
normativos de la actividad científica,
de la creación poética y de
la actuación moral. En presencia del caos, de la disgregación, del
(28) Defensa ... , pág. 274.
(29)
Defensa ... , pág. 274.
(30) Defensa ... , pág. 173.
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OSVAWO URA, SS.ce. (t)
torbellino de doctrinas que chocan, se entrecruzan y se comba­
ten, producto de la división operada
por el individualismo -la
materia es principio de división-, los ojos se vuelven ávidos
donde quiera se prevé una manifestación de fe, de confianza
en
la veracidad de la inteligencia humana. Por nuestra parte, mire­
mos dentro de casa: si ahora vuelven algunos espíritus alertas los
ojos hacia la España del siglo
XVI es porque creyó en la verdad
objetiva y
en la verdad moral (31). Volviendo a esos principios
volveremos a hallar la confianza
que tanto se necesita, y en el
orden político, la estabilidad esencial, base de todo
el orden
intrínseco de una sociedad: según la concepción predotninante
en los tiempos 1nodernos, el derecho no es sino la expresión de
la voluntad soberana, sea del rey, del Parlamento o de quien
fuere, por lo que la misión del jurista se reduce a buscar en
donde esa voluntad se hace explícita y mostrar su vigencia. En
cambio, para el antiguo espíritu español, el derecho
no era hijo
de la voluntad sino de la inteligencia. No era
una voluntad quien
lo declaraba
en primer término, sino la inteligencia la que des­
cubría la "ordenación racional enderezada el bien común", que
es la definición que Santo Tomás había dado del derecho (32).
La labor que se presenta a los caballeros de la hispanidad
tiene todos los visos de sobrehumana. Tan arraigados están los
gérmenes de rencores sembrados
por individualismo, tan ade­
lantada la disgregación,
la cadaverización, de las sociedades
modernas,
que se requieren dosis fantásticas de caridad cristiana
integral, y ésta
no se encuentra fácilmente. La caridad debe
comenzar por el principio, por enseñar al que no sabe, pri1nera
de las obras de misericordia. Hay que dar a conocer la tradición
hispánica para amarla, para desear hacerla revivir en nuestros
corazones, para adquirir la personalidad histórica que nos faltare
o recobrar la
que hubiéremos perdido. España, extenuándose,
sembró los gérmenes de esa personalidad con amor ilimitado
porque cabalmente cristiano, y no se desarrollaron porque los
desconocíamos y no los cultivamos.
(31) Defensa ... , pág. 195.
(32)
Defensa ... , págs. 197-198.
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SENTIDO DE LA HISPANIDAD
La obra capital de Ramiro de Maeztu es el paso inicial; es,
más bien,
el fundamento indestructible sobre el que ha de cons­
truirse
el edificio espiritual de la hispanidad. El autor condensó
en un volumen los materiales que necesitarían toda una bibliote­
ca para realizar la virtualidad que dentro de sí encierran. El amor
lo urgía y ponía presura y nervio en su estilo. Libro de amor y de
combate lo denominó su autor, y a fe de que, si es cierto el sí viS
me jlere ... de Horado, debe haberle temblado más de una vez la
pluma de emoción al cantar de modo tan gallardo las glorias de
su patria, de la patria de sus sueños y -¿por qué no decirlo?­
de nuestros sueños, y al tronar contra lo que él llama la Antipa­
tria. Todos los hispánicos, los de España y los
de América y
Filipinas, junto
con la admiración, debemos tributar cordial agra­
decimiento a quien nos ha dado un campanazo cuyos ecos han
de irse propagando hasta los últimos confines del mundo espa­
ñol a fin de advertir que ha llegado la hora de levantarnos del
sueño y lanzarnos a la conquista del ideal.
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