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Número 377-378

Serie XXXVIII

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José Ramón Díaz Sánchez-Cid: El Seminario Conciliar de San Ildefonso de Toledo. Cien años de historia (1889-1989)

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
ríos ... : Paz, Guadalete, Fraternidad, Sincero, Caridad, Esperanza,
Rhin, Constancia, Lealtad, Lepanto, Numancia ...
Por último, y lo
que nos parece más significativo, los hay que
llevan nombres, y en elevado número, de personajes del libe­
ralismo español o extranjero,
con mayor o menor carga de anti­
catolicismo. Y
no pocos de ellos con la máxima. Así, entre los
casi
502 masones censados, algunos sin que se mencione su
nombre simbólico, nos encontrarnos con
14 que eligieron el de
Salmerón, cosa
que en Almería es más explicable, 10 del de Prim,
7 el
de Espartero, 6 el de Riego, 5 el de Garibalcli y Gambetta, 4
el de Ruiz Zorrilla, 3 el de Rousseau, Menclizábal y Torrijas, 2 el
de Campomanes, el Empecinado, Victor Hugo, Mirabeau, García
Vao, Morayta, Sagasta, Argüelles, Barda y Castelar, y 1 el de
Giordano Bruno, Orsini, Sixto Cámara, Krause,
Martínez de la
Rosa, Olózaga, Dantón, Cavour, Juárez, Rivera, Sanz del
Río,
Orense, Pi y Margall, Zurbano, Calatrava, Victor Manuel, Voltaire,
Volney, Pierrad, Villacampa, Quintana ...
¿Es necesario algo más?
FRANOSCO Jost FERNÁNDEZ DE LA C!GoJllA
Díaz Sánchez-Cid, José Ramón: EL SEMINARIO
CONCILIAR DE
SAN ILDEFONSO DE TOLEDO.
CIEN AÑOS DE HISTORIA (1889-1989)
c•i
Un libro que da mucho más de lo que promete. El sacerdote
toledano, ordenado
en 1978, José Ramón Díaz Sánchez-Cid,
escribe la historia del centro
en que realizó sus estudios de pre­
paración al sacerdocio y del
que después sería profesor, con
amor evidente y natural. Pero se engañarla quien creyera que
estamos ante una monografia de puro interés local, y aun dentro
de este reducido campo, circunscrita además
al meramente reli­
gioso.
No. El libro abarca mucho más y tiene notable importan­
cia aunque haya
que leer entre líneas no pocas de sus conclu­
siones más interesantes.
(*) Estudio Teológico de San lldefonso, Seminario Conciliar, Toledo, 1991, 534 págs.
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INFORMACIÓN BIBL!OGJIÁFICA
Estamos ciertamente ante una historia del seminario de san
Ildefonso de Toledo, cuestión
de no demasiada importancia, pero
es también una historia de la archidiócesis primada en los últimos
den años y, por tanto, en la parte correspondiente, una historia
de la Iglesia de España. Y Toledo no es, precisamente, Guadix,
Ciudad Rodrigo o Mondoñedo. Hay mucho contenido
en este
libro
que voy a procurar desentrañar para los lectores, ya que
una lectura apresurada tal vez dejara desapercibidas importantísi­
mas cuestiones.
Los cien años estudiados por el autor no lo han sido de
igual forma. Hay
una gran diferencia entre los primeros, escri­
tos más a vuelapluma, y los últimos,
que analiza de forma casi
exhaustiva. De los doce arzobispos primados
que comprende el estudio
-Francisco Álvarez, el actual, fue nombrado bastante después de
que se imprimiera el libro-, los siete primeros (Payá, Monescillo,
Sancha, Aguirre, Guisasola, Almaraz y Reig) sólo son evocados
en
las cuestiones más trascendentes y ligadas al seminario. Muy
poco aporta, pues, a
la historia de esos prelados y hechos tan
resonantes como el "motín" de 1897
son apenas apuntados.
Creemos
que bastará para probar nuestra afirmación el señalar
que los siete cardenales mencionados, figuras importantísimas de
la Iglesia hispana, ocupan solamente cuarenta y tres páginas de
las más de quinientas de libro. No se busque, pues, el trabajo de
José Ramón Díaz para conocer
la historia de esos primados, aun­
que
no deja de tener alguna noticia de interés.
Ya dedica más atención al cardenal Segura, notable persona­
lidad de nuestra Iglesia absolutamente necesitada de
una buena
biografia que he reclamado insistentemente a sus sobrinos y que­
ridísimos amigos, Santiago (ya fallecido), Antonio y María Teresa,
con escasisimo resultado. También son más las páginas dedica­
das a Gomá, aunque también nos parecen insuficientes.
Y, como ocurre en tantos libros escritos por eclesiásticos, que
derrocharon horas y trabajos en acumular datos sobre su tema
específico, también
en éste se hace notar el desconocimiento
sobre el entorno politico y social de la cuestión analizada. No nos
sorprende si el mentor elegido para esos menesteres
es el parcial
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Joaquín L. Ortega y la intendencia un par de manuales de histo­
ria eclesiástica.
Nos nos extraña,
por tanto, que hable del cierre de conven­
tos y el destierro de los jesuitas decretado
por O'Donnell -¿cuál
de ellos? ¿El conde de La Bisbal? ¿Don Leopoldo?-, que ni cerró
conventos ni desterró jesuitas o
que feche la primera República
de
1868 a 1870, cuando aún faltaba algún año para que se pro­
clamase. Pero
son ignorancias que en nada afectan a lo sustan­
cial del libro.
Más grave nos parece, por más reciente y de mayores conse­
cuencias, atribuir la guerra civil al enfrentamiento de comunistas
y falangistas (pág. 98). Eso supone no saber nada de los hechos,
sobre algo que fue trágico para la Iglesia española
y, ciertamen­
te, para la de Toledo. Tampoco
es tratada con ecuanimidad la
actitud de la Iglesia ante el régimen nacido el 18 de julio
que
venía a salvarla de una muerte cierta (págs. 107, 112-114), aun­
que,
en esta ocasión, las parias ofrecidas al progresismo vienen
contrapresadas con el reconocimiento inequívoco de
la gesta
martirial
y de los apoyos materiales del nuevo régimen a la Iglesia
católica y concretamente a la de Toledo. Pero, repetimos, estos
pequeños lunares no desmerecen el valor del trabajo.
El martirio de la Iglesia toledana es reclamado como gesta
heróica y
no ocultada (págs. 99-103). Fueron "asesinados" -no
muertos de gripe o de no se sabe qué epidemia-208 sacerdo­
tes de los 425
que integraban el clero parroquial. Y doce de los
veintitrés canónigos, catorce
de los veintidós beneficiados, dos de
los cuatro adscritos, seis de los diez capellanes de Reyes, los ocho
capellanes mozárabes. Y cuarenta y cuatro franciscanos, veinti­
seis dominicos, dieciseis carmelitas, diez maristas, seis salesianos,
cuatro jesuitas, tres paúles y siete escolapios. Más tres monjas car­
melitas,
una de la Caridad y otra de una tercera congregación
(págs. 102-103).
Pasamos
por alto el largo y fecundo pontificado de Pla y
Deniel para detenernos
en el de Tarancón que supuso la ruina
del Seminario, pese a la brevedad del mismo.
Su imprudente pro­
gresismo llevó a aquella institución al borde de la desaparición,
al igual que aconteció
en otras diócesis gobernadas por otros
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
obispos de la misma ideología. ¿Lo dice así el autor? Ciertamente,
no. Pero interprétense los siguientes párrafos:
"La experiencia de los pisos (genial idea de Tarancón, la
apostilla es nuestra) -un grupo de seminaristas en la parroquia
de Santa Bárbara y otro en la de Santiago--había resultado un
fracaso. En los mismos términos se puede aludir a la llamada
-etapa intermedia» (otra genial idea del mismo) -entre Preuni­
versitarios y Estudios Eclesiástico&- o presunto periodo -por lo
general de un año de duración-de maduración vocacional para
alumnos del Seminario que quefian repensar su vocación al tiem­
po que cursaban estudios civiles. Ante resultados tan lamenta­
bles, se decidió suprimir (ya por don Marcelo, también es nues­
tra la apostilla) ambas experiencias" (pág. 154).
"Se presuponía con ingenuidad rousoniana en los alumnos
una madurez inexistente, aún
no lograda. Y la presunta respon­
sabilidad
de los mismos se tornó en muchos casos relajamiento
disciplicar y abuso manifiesto de libertad" (pág. 263).
Desde luego se puede decir con menos circunloquios pero
más claro imposible.
El estudio del pontificado del cardenal González Martín está
lleno también de sustanciosas noticias
que es preciso asimismo
interpretar. Se encuentra con un seminario casi vado -22 semi­
naristas en el curso 1971-72 (pág. 222) y aun esos, revoluciona­
dos.
El nuevo primado no dudó un instante y ya de 1973 -había
tomado posesión de la archidiócesis primada el 17 de enero de
1972-es su memorable pastoral Un Seminario nuevo y libre que
supuso el renacer de lo que parecía morir irremediablemente.
Quince años después, el Seminario toledano contaba con más de
doscientos seminaristas, cifra desconocida
en todo lo que iba de
siglo (págs. 220-222).
Que se consiguió por la vuelta a los crite­
rios tradicionales y por el celo, la dedicación, la inteligencia y el
amor a su diócesis
de un gran cardenal.
Este hecho portentoso, cuando a su alrededor todo se hun­
día, bastaría para elevar a cumbres memorables
la egregia figura
de Marcelo González Martín.
Así lo reconoció Roma en 1978
(págs. 198-199). Pero el libro, que estudia exhaustivamente el
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
último pontificado toledano, excluido, claro está, el de Francisco
Álvarez, nos deja inequívocos datos de otras muchas actuaciones
del cardenal González Martín: su apoyo a los estudios mozárabes
y su liturgia, las Semanas de Teología Espiritual que se convirtie­
ron en el pulmón intelectual de la mejor Iglesia hispana, su aper­
tura a las necesidades formativas de otras diócesis del extranjero
que encontraron
en Toledo un clima adecuado para la formación
de sus sacerdotes, el encuentro de patrólogos, las jornadas de
Derecho canónico ...
No tiene sentido resumir en esta breve nota los extraordina­
rios resultados del pontificado toledano del cardenal González
Martín. Aunque quepa dar gracias a Dios
por ellos. Pero sí quie­
ro señalar otro aspecto
que pudiera pasar desapercibido al lector.
Si se repasa el elenco de los ponentes de las Semanas de Teolo­
gía, de los conferenciantes que con otros motivos acudieron a la
archidiócesis, de los obispos
que celebraban las eucaristías de
tales actos, hay algo
que salta inmediatamente a la vista. No apa­
recen, o es una pura excepción, teólogos de avanzada
y de dudo­
sa o más que dudosa ortodoxia.
Es como si el cardenal hubiera
escogido con minuciosidad, hasta con lupa, diríamos, las perso­
nas
de los que iban a hablar a sus sacerdotes, a sus seminaristas,
a sus monjas, a sus laicos.
Apenas uno o dos nombres sospechosos entre cientos de
ellos.
Los teólogos más sólidos, más seguros, eran invitados una
y otra vez a Toledo. Y el resultado fue espléndido.
Otro apunte más. Entre los últimos ordenados aparecen
muchos que habían nacido fuera del territorio diocesano. Porque
Toledo se convirtió
en el refugio de muclúsimos jóvenes de España
con vocación sacerdotal que buscaban
un ámbito religioso donde
no se matara el germen de la llamada interior que sentían, sino
donde se cultivara, hasta fructificar
en la ordenación sacerdotal.
Ello,
en circunstancias normales, no sería una gloria de la dió­
cesis
y su arzobispo sino lo elemental. Pero en los tiempos que
corrían, con lo que llovía, el seminario toledano es la mayor coro­
na del cardenal González Martín
y, al tiempo, la vergüenza de
aquellos otros obispos que,
por seguir unas modas estériles,
están
hoy sin seminaristas y sin sacerdotes.
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Concluye el trabajo de José Ramón Diaz con el censo de los
sacerdotes ordenados
en Toledo desde el año de 1889. Es impre­
sionante la apostilla
que sigue al nombre de tantos de ellos.
Muerto
en 1936. Seis de los ordenados en 1889, dos de los de
1890, dos de los de
1891, tres de los de 1892, cinco de los de
1893, dos de los de 1894,
nueve de los de 1895, cuatro de los de
1896, nueve de los de 1897, cinco de los de 1898, seis de los de
1899, tres de los de 1900, ocho de los de 1901, seis de los de
1902, diez de los de 1903, cinco de los de 1904, ocho de los de
1905, siete de los de
1906, cinco de los de 1907, que en realidad
son seis, pues por omisión, sin duda involuntaria, no añade tal
circunstancia a Narciso Esténaga, obispo mártir de Ciudad
Real,
ocho de los de 1908, dos de los tres ordenados en 1909, diez de
los 1910, tres de los de 1911, cuatro de los
de 1912, cinco de los
de 1913, uno de los de 1914, siete de los de 1915, tres de los de
1916, seis de los de 1917, seis de los de 1918, cinco de los de
1919, seis de los de
1920, cuatro de los de 1921, cuatro de los de
1922, dos de los de 1923, nueve de los de 1924, uno de los de
1925, dos de los de 1926, nueve de los de 1927, seis de los
de
1928, seis de los de 1929, dos de los de 1930, cinco de los de
1931, dos de los de 1932, tres de los de 1933, ninguno de los
cinco ordenados
en 1934, uno de los de 1935 y cinco de los de
1936. Les era igual que fueran jóvenes jóvenes o viejos, párrocos
de pequeños pueblos o canónigos de la catedral. Eran sacerdo­
tes y había que matarlos.
Que lo oculten los herederos ideológi­
cos
de los asesinos será una falsedad histórica. Pero que lo ocul­
ten sacerdotes de hoy
es una traición a la sangre de sus herma­
nos, a la sangre de Cristo crucificado. Afortunadamente
no es ese
el caso de José Ramón Díaz.
Otra constatación. Gracias a los vientos postconciliares
no
pocos frutos del Seminario cayeron del gran árbol sacerdotal.
Como el autor refleja los nombres
de los ordenados aparecen en
esa lista algunos más o menos conocidos, más bien menos que
más,
de personas hoy seglares, no se si canónicamente seculari­
zados, alguno incluso profesor de la Universidad de Madrid.
Y permítanme
una anotación puramente personal. Entre los
nombres citados
en el libro, que desgraciadamente carece de un
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
necesario índice onomástico, figuran los· de personas con las que
me he tropezado a lo largo de mi vida y que generalmente me
ha sido muy grato reencontrar aunque sea
en las páginas de un
texto. Algunos amigos de la Ciudad Católica conocerán a bastan­
tes de ellos.
En primer lugar, y llenando la obra, la figura insigne de
don
Marcelo, a quien desde aquí rindo, una vez más testimonio de
admiración, gratitud y afecto. Y otra figura egregia del episcopa­
do español, don José Guerra Campos.
Me es inevitable recordar
la hermosísima oración fúnebre
que le oí a don Marcelo en la
catedral de Cuenca con motivo del funeral de su hermano
en el
episcopado y fiel amigo.
Don Benjamín Morán, clérigo eternamente en vísperas de
ordenación, debido a graves problemas de salud, al que recuer­
do como asiduo visitante de la casa de Eugenio Vegas --de la
casa y no de la tertulia-, con su sotana impecable, su manteo y
su teja y unas ideas muy coincidentes con las de Eugenio.
Don
Vicente Vela Marqueta, teniente vicario de la Armada y director
de la Institución San Isidoro,
en cuya residencia madrileña cursé
mis estudios universitarios. Tenía
un aspecto feroce y un gran
corazón.
Mi queridísimo amigo José Miguel Gambra, algunos
años profesor del Seminario. Francisco Canals, que
en 1976,
durante cinco días, expuso sus acreditados saberes filosóficos
en
un curso de conferencias. Don Santiago Calvo, fidelísimo secre­
tario personal del cardenal con quien
en más de una ocasión he
mantenido cordialísimas conversaciones. Evencio Cófreces, de
quien guardo
un pésimo recuerdo por su actitud incomprensiva
y autoritaria con motivo de unas jornadas de las Uniones Seglares.
Me parece un sarcasmo que una intervención suya, de la que da
cuenta el libro, versara sobre
El estatuto jurídico de los fleles en
la Iglesia. Mi impresión es que aún cree que nuestro estatuto es
callar, obedecer y pagar. En la antesala episcopal desde hace
varios años creo que se le está pasando la
edad .. No lo lamento.
Y, por último, las ordenaciones postreras que han dado a la
diócesis unos excelentes sacerdotes procedentes algunos de ellos
de
la para nú inolvidable Congregación mariana que dirigía el
padre Rafael Ceña!, S. J., a la que tanto deben mis hijos y, por lo
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
mismo, yo. Los nombres de Pablo Cervera, que no era de la
Congregación, Luis Femando de Frada, Juan Manuel Sierra,
Gustavo Johanson y Carlos Sobrón
-otros podrian añadirse,
pero por más recientes no los he visto escritos-- me han hecho
elevar a aquel benemérito jesuita
una oración de gratitud.
Por lo dicho, y perdonada
por los lectores esta digresión sen­
timental, creo que estamos ante
un libro que da bastante más de
lo que su título prometía.
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