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Número 381-382

Serie XXXIX

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Miguel de Santiago: Un río desbordado. Vida y obra de D. Doroteo Hernández Vera

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Miguel de Santiago: UN RÍO DESBORDADO.
VIDA Y OBRA DE D. DOROTEO HERNÁNDEZ
VERA(')
Miguel de Santiago publica, sin duda movido por las Cruza­
das Evangélicas, la biografía de su fundador,
el sacerdote don
Doroteo Hernández Vera, en un libro de fácil lectura que no
tiene otras pretensiones que las de dar a conocer la figura del
biografiado ante
una probable o posible beatificación. Es un
hecho muy repetido el de la gratitud de las hijas hacia el fun­
dador o la fundadora y hay
que reconocer que gracias a estos
afanes y encargos se nos
han hecho más próximas· personas
que,
en general, están dotadas de más que notables virtudes y
valores.
Es el caso de este sacerdote, nacido en Matutes de Almazán
(Soria)
en 1901 y muerto noventa años después tras una vida
laboriosa y fecunda,
en Coslada. Llegó a Santander, con un bene­
ficio
de sochantre, en 1929 y vivió activamente los años revolu­
cionarios
en la capital montañesa. No fue aquella diócesis de las
arrasadas
en sus efectivos sacerdotales pero, aun así, perdió el
15% de su clero secular. Y cuando digo perdió quiero decir que
fue asesinado. Don Doroteo fue detenido ya tarde, el 14 de abril
(") BAC, Madrid, 1997, 205 págs.
Verbo, mlm. 381-382 (2000), 167-183.
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de 1937, y permaneció encarcelado hasta la liberación de la ciu­
dad, el
26 de agosto de aquel año.
Interrogatorios, bofetadas, vejaciones, miedos, estrecheces
carcelarias, ejercicio del ministerio sacerdotal clandestinamente ...
es
una historia demasiado repetida como para insistir en ella. En
este caso, afortunadamente, no terminó en un "paseo" sino en la
liberación.
Después ... La fundación, o su germen, para atender a las
presas y su ministerio como capellán de prisiones con su
correspondiente asistencia a ejecuciones, peticiones de indulto,
etc. Aunque
no se pormenoriza el tema, quedan atisbos de la
importancia del mismo. Novecientas presas
parecen muchas
presas (pág. 67).
Las ejecuciones de mujeres se repetían. No sé
hasta qué número pero se repetían: "Las cruzadas son llamadas
para acompañar a unas pobres mujeres que iban a ser ejecuta­
das, y después otras, y más tarde otras. Sólo una presa se negó
a recibir los sacramentos (pág. 62). Por supuesto que hay una
gran diferencia entre el sacerdote o la monja asesinados en la
cuneta
de una carretera y el asesino juzgado y condenado, tal
vez sumarísimamente o demasiado sumarisimamente, y al fin
ejecutado. Diferencia abismal. Aunque también hubo "paseos"
en la otra zona. El autor no profundiza en el tema pero lo indi­
ca al estar
don Doroteo tan vinculado a aquella meritoria y a
veces ingrata tarea de capellán de presos. Creo
que es indubi­
table mi posición ante la gesta martirial de la Iglesia de España
en 1936, que no desmerece de la romana de los primeros
siglos.
Si España no hubiera alcanzado ya gloria inmarcesible
en el cielo con su historia anterior, esta última bastaría para
alcanzarla
por ella sola. Pero ello no santifica todo. La última
declaración
de la Conferencia Episcopal, tan medida y tan com­
partible, me excusa de insistir
en este tema importante. Una
gloria hispana
para los siglos de los siglos. Y para el cielo. Una
vergüenza
· execrable para los asesinos. Y miserias también,
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propias de la naturaleza humana calda, en el bando de quienes
salvaron a la Iglesia.
Don Doroteo Hernández Vera lo veía muy
claro cuando también veía muy clara la muerte, que al final le
respetó.
Tras aquellos días trágicos, o mejor,
en aquellos trágicos
días, nació su
obra apostólica de la Cruzada Evangélica.
Siempre me pareció excesiva la proliferación de congregacio­
nes o institutos dedicados a lo mismo y, prácticamente, con el
mismo espfritu. Pero el Espfritu sopla donde quiere, los re­
sultados
han sido espléndidos y, por tanto, el equivocado
soy yo.
Este
buen sacerdote, trasplantado de los frfos sorianos a
las
humedades montañesas, creó, humildemente, como suelen
nacer casi todas estas empresas, una institución profundamen­
te eclesial que,
poco a poco, fue creciendo en actividades y
miembros.
Y este sacerdote, de profundos sentimientos sociales: presos,
pobres... eran el objeto
de sus preocupaciones y atenciones;
avanzando
en sus concepciones eclesiales al discurrir un institu­
to secular que era entonces novedad en la Iglesia, era, por otra
parte, un sacerdote absolutamente tradicional. En las numerosas
fotografias
que contiene el libro nunca se le verá de paisano, y
ni siquiera de clergyman. Su gran devoción a Maria, el rezo del
rosario, las horas de confesionario, los ejercicios espirituales
dados y recibidos, la puntualidad en el coro ... , en fin, un cura
como Dios manda.
Sólo quiero subrayar,
por último, que este excelente sa­
cerdote,
al que no me extrañaría ver pronto en los altares,
desarrolló parte de su gran
labor social -él y sus cruzadas-en
fntima relación con las autoridades del franquismo, que le
secundaron y apoyaron y
que recibieron de él una leal y since­
ra colaboración. ¡Qué diferencia entre
don Doroteo y los cléri-
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gos de la cárcel de Zamora! Claro que uno iba para santo. Los
otros ... ¿dónde han ido?
FRANCISCO }OSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOilA
Aníbal Fosbery, O. P.: LA CULTURA
CATÓLICA<'>
El padre dominico argentino Anlbal Fosbery, fundador de la
Fraternidad de Agrupaciones
de Santo Tomás de Aquino
(FASTA), que agrupa a más de veinte mil familias y cuenta con
diversos colegios y una Universidad, es conocido principalmen­
te
por su infatigable actividad apostólica, que le ha situado
entre los milagros de la renovación católica
en su pais. Pero fray
Anlbal

Fosbery, doctorado
en Teología en el Angelicum, es tam­
bién
en destacado lugar un impulsor de labores académicas e
intelec- tuales y
un cultor de la filosofía cristiana. Rector duran­
te veinte años de la Universidad del Norte Santo Tomás de
Aquino y presidente del Consejo de Rectores
de las Universida­
des privadas argentinas,
es actualmente vicepresidente de la
Sociedad Internacional Tomás de Aquino
(SITA). La obra que
presentamos a nuestros lectores, La cultura católica, parte del
rechazo de la ruptura
que la modernidad ha producido entre el
Evangelio y la cultura, y
busca la restauración de su vínculo,
diamantino
en el mundo hispánico. Lo original de la cultura
católica, escribe el autor, "se muestra
al conciliar lo inmutable
del dogma con lo cambiante
de la vida", es decir, en la conju-
(*) Tierra Media, Buenos Aires, 1999, 736 págs.
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