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Número 385-386

Serie XXXIX

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Vicente Marrero

INMEMORIAM
VICENTE MARRERO
I
Recuerdo perfectamente cómo conoci a Vicente Marrero, des­
pués de haber trabado contacto con su obra y con su fama. Aun­
que,
en puridad, recuerdo que conoci antes al mayor de sus
hijos, Bernardino, conocido familiarmente
por "Charri", a quien
me presentó
en marzo de 1979 Enrique Zuleta junior, que a la
sazón vivía
en España y frecuentaba asiduamente nuestras reu­
niones
de los martes, tras una conferencia suya en la Fundación
Universitaria Española,
en el seno de un seminario en que tam­
bién intervino don Angel González Álvarez. Con tal motivo,
Bernardino comenzó a aparecer durante un breve periodo de
tiempo, e incluso discontinuamente a lo largo
de los años
siguientes, por las dichas reuniones de los martes. Un par de
meses después, en mayo, me encontré por vez primera con
Vicente. Fue en el consejo de redacción de la revista Iglesia­
Mundo, que por entonces funcionaba regularmente, y donde
tuve ocasión de tratar a personas excepcionales,
con muchas de
las cuales coincidí también
en otros círculos: Juan Sáenz-Díez,
Juan Maria Bonelli, Eulogio Ramírez, Ignacio Toca, los padres
dominicos Victorino Rodtiguez y Tuya, etc. Dirigía la revista Jesús
Maria Zuloaga y la animaba
con el entusiasmo y la devoción de
siempre Rosa
Maria Menéndez, viuda de Jaime Caldevilla, que la
había fundado. En aquel consejo,
que siguió a una resonante
conferencia
en el club Siglo XXI -a la que por cierto yo había
acudido
también-del cardenal Marcelo González Martín, arzo­
bispo
de toledo y primado de España, asistí a un scontro a pro-
Verbo, núm. 385-386 (2000), 467-477. 467
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INMEMOR!AM
pósito de la misma entre Vicente Marrero y Rafael Gambra, a
quien también conod personalmente aquel día. Vicente y Rafael,
por entonces para mí don Vicente y don Rafael, contendían sobre
la interpretación
de su valor. Lo que a Vicente había complacido
en grado sumo desagradaba en forma pareja a Rafael. Recuerdo
incluso
que Rafael Gambra, contundentemente, concluyó que el
propio título
de la disertación cardenalicia -"¿Qué queda de la
España católica? ¿Qué quedará a fin de siglo?" -reflejaba acepta­
ción, siquiera resignada y
quién sabe si cómplice, a la erosión
del catolicismo
en España y su vivencia comunitaria. Gambra y
Marrero, conmílites
en empresas culturales tradicionalistas en
los años cincuenta -de la mano de Ignacio Remando de
Larramendi, que acreditaría su vocación empresarial cimentando
la asociación---, y distanciados luego aun sin el menor enfrenta­
miento, evidenciaban
en sus posturas divergentes los cambios
introducidos
en la Iglesia por el II Concilio Vaticano y en España
por la llamada "transición democrática".
Reconozco que mi cabeza y mi corazón se situaron
de inme­
diato
con Gambra, cuyo magisterio me ha guiado desde enton­
ces
en tantas cuestiones. A Vicente, por otra parte, seguí encon­
trándole en los consejos de Iglesia-Mundo, a los que él acudía de
cuando en cuando y yo regularmente, y pronto en la Asociación
de Escritores para el Fomento del Libro que el año 1981 funda­
mos y pronto se malogró. Recuerdo las pocas reuniones
que de
ésta se celebraron en la notaría de Juan Vallet y que me dieron
ocasión
de conocer y tratar también, entre otros, a José María
Ramón
de San Pedro, Gonzalo Fernández de la Mora, Gregario
Marañón Moya y Amalio Garda-Arias. Pese a algunas reiteradas
discrepancias que procedían
de la misma causa que la que acabo
de referir tuvo con Gambra, debí caerle en gracia a Vicente, por­
que
me invitó a su casa, cercana a la de mis padres, donde empe­
cé a visitarle. De esta manera nuestra amistad comenzó a estre­
charse y se ensanchó a
su mujer, Paquita, dama de extraordina­
rio temple,
que ha llevado durante años ejemplarmente la terri­
ble enfermedad de Vicente, y sus hijos.
Me hice asiduo, uno de los pocos amigos que le frecuenta­
ban,
pues a decir verdad había comenzado un discreto aparta-
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miento de toda actividad pública, acrecido tras su jubilación uni­
versitaria a finales de los ochenta. De hecho,
en esa época, y
hasta que la enfermedad le impuso el retiro, apenas creo haber­
lo encontrado
fuera de su casa sino en unos almuerzos periódi­
cos
en que Juan Vallet nos reunía también con Rafael y Andrés
Gambra
y José Maria Ramón de San Pedro. También acompañé
a su casa en diversas ocasiones a amigos españoles o de paso
entre nosotros. Entre los primeros, a Estanislao Cantero y a Javier
Badía, a quienes obsequió
sus libros tras haber participado en
una de nuestras reuniones anuales de amigos de la Ciudad
Católica;
y a los amigos brasileño, chileno y argentino respecti­
vamente, José Pedro
Galviio de Sousa, Juan Antonio Widow y
Enrique Zuleta senior. Pero, sobre todo, en su casa, llena de
libros y de papeles, pasamos muchas veces revista al panorama
cultural, político y religioso español, especialmente el del micro­
cosmos
que es el tradicionalismo, en una relación llena de gui­
ños
por las simpatías y antipatías no siempre alineadas.
Por ejemplo,
sabedor de mi admiración y aun devoción por
Eugenio Vegas, le gustaba mortificarme con leves ironías que
recibían de mi parte contrapunto inequívoco. Lo que le divertía
en gran manera. Vegas y Marrero, hombres de signo bien dife­
rente,
no habían podido sino chocar en algunas de sus actitudes
prácticas,
pues a Eugenio le parecía oportunismo cierta versatili­
dad a que Vicente era dado, mientras que éste no podía sino
encontrar rigorista la celosa intransigencia
de Vegas. Sé incluso
de alguna sabrosa anécdota al respecto. Con Juan Vallet tuvo más
sintonía
y siempre le oí admirar, más allá de su obra, que por lo
demás apreciaba, su cualidad de
manager cultural. Y no podía
sino ser sincero el elogio en quien, durante los años en que diri­
gió
Punta Europa, pretendió -en otro terreno, es cierto-algo
semejante. Y
es que el secreto de la Ciudad Católica, a más de la
idea fundacional de Eugenio Vegas y sin desmerecer los aportes
tan singulares
de tantos y tan variados como notables talentos y
tipos humanos que aparecen unidos a su quehacer, está en el
tesón y organización sostenidos de Juan Vallet y de quienes
le han seguido en buena parte por el aliento que de él han re­
cibido.
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Respecto de Rafael Gambra, de quien también estaba bien
lejos
por tantas cosas, le conmovía la pureza de su tradicionalis­
mo y siempre destacaba los acentos de autenticidad de su pen­
samiento y lealtad
no sólo tradicionalistas sino inconsútilmente
carlistas. En
el caso de Elías de Tejada se sobreporúa sin dificul­
tad el agradecimiento por haberle apadrinado su tardía tesis doc­
toral a las polémicas
-de cierta acritud-que les envolvieron a
propósito del menéndezpelayismo político cuando la aparición
del resonante libro de Vicente sobre la guerra
de España y el
"trust" de cerebros. E igualmente solía ponderar
el tipo humano del
dominico español,
al estilo de los padres Ramírez o Victorino
Rodríguez. Creo que con el tiempo las fobias se fueron reducien­
do y el justo aprecio asentándose con firmeza. Sobre todo los últi­
mos años le gustaba seguir preguntándome
por los amigos de aquí
y de allá, con quienes yo conservaba una relación epistolar o
per­
sonal constante y él la había perdido o espaciado. En tomo de una
gran tetera, podíamos permanecer toda
la tarde del sábado con-·
versando sobre un sinfín de asuntos literarios, filosóficos y políti­
cos. De manera que, sin dificultad alguna, antes
al contrario natu­
ralmente, integré el magisterio de Vicente
en el acervo del pensa­
miento tradicional que
por gracia de Dios ha marcado mi queha­
cer intelectual y vital En este sentido,
Vegas, Vallet, Gambra o
Galarreta, que
son de quienes me he lucrado más constantemen­
te,
han venido para mí acompañados de Elías de Tejada, Leopol­
do Palacios, Alvaro d'Ors, Francisco Canals o Vicente Marrero. No
es escaso motivo para dar otra vez
más gracias a Dios.
La participación de Vicente Marrero en nuestra obra de algún
modo vino ligada a nuestra amistad. Pues aunque también
amigo
-con los matices que se quiera-de buena parte de los
operarios
de la primera hora, e incluso habiendo aparecido su
firma
en Verbo a propósito de su libro ya referido sobre el padre
Ramírez, su colaboración, sin ser nunca habitual,
se espació
menos
en los ochenta, siendo además ponente en una de nues­
tras reuniones
(Crisis y revolud6n en la cultura, Valencia, 1984)
y dirigiéndonos también la palabra a los postres de
una de nues­
tras cenas anuales de San Femando. Lector cuidadoso de
Verbo
siempre me comentaba en la visita siguiente a la aparición de un
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número los artfculos que más le habían interesado, al tiempo
que prolongaba, matizaba, discutía los juicios contenidos en la
revista.
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Discúlpeseme el relato anterior, que me he permitido incluir,
pese al riesgo
de ser malinterpretado como una simple ocasión
de hablar del propio relator más
que del objeto de estas páginas,
en atención a cierto tono personal que -sobre la etopeya inte­
lectual del desaparecido-- encuentro
deben tener también estas
notas necrológicas.
Vicente Marrero (Arucas, 1922-Madrid, 2000) es
una de las
figuras intelectuales más netas, ricas y fecundas del pensamiento
tradicional español de la segunda mitad del siglo
xx. Pues su con­
dición ensayista filosófico, cultural, politico, literario y artístico lo
hace difícilmente parangonable. Lector de español
en la Univer­
sidad
de Friburgo de Brisgovia durante los años de la II Guerra
Mundial, donde trata a Heidegger y a Guardini, los avatares béli­
cos y la falta de noticias de
su parte durante un pedíodo hacen
que sus amigos incluso lo den por muerto y le organicen un
funeral. Regresando bien vivo, su salida al ruedo de la vida públi­
ca nacional tiene lugar, como antes se apuntó, a través
de la edi­
torial Cálamo, fundada con Rafael Gambra e Ignacio Hernando
de Larramendi
en 1951, donde aparecen sus primeros tres libros:
Plcasso y el toro, El acierto de la danza española y El poder entra­
ñable.
Este último, que a mi juicio se cuenta entre los más agu­
dos libros
de pensamiento político del periodo, fue varias veces
reelaborado
por su autor con el correr de los años, pero nunca
reimpreso. Pero es 1953 el
año que marca la historia de su fama,
pues se incorpora en tal fecha a la secretaria de la prestigiosa
revista
Arbor -del Consejo Superior de Investigaciones Cientí­
ficas--,
donde comienza a ocuparse de la crónica cultural y
donde publica
un resonante articulo a propósito del catolicismo
de Ortega, mejor, del propósito descristianizador del pensamien­
to orteguiano, réplica a personalidades de altísima significación y
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en buenos casos notoria influencia (Ridruejo, Marias, Garáa Val­
decasas, Aranguren, Lafn y Diez del Corral entre otros) que hablan
protestado precisamente por tal calificación. Su vinculación al
grupo Calvo Serer-Pérez Embid,
no obstante la independencia de
nuestro hombre respecto
de algunos de los compromisos de los
anteriores, le lleva también a las páginas de Ateneo y a los libros
de la Biblioteca del Pensamiento Actual y de la Colección de
Bolsillo
de Rialp. Así, en 1955, afto de su matrimonio con Paquita
del Toro, obtiene el Premio Nacional de Literatura
por su biogra­
fía de Maezru, libro de referencia insoslayable para conocer el
pensamiento del ilustre escritor y periodista
mártir y hoy muchas
veces silenciado. Y
en 1956 funda, con el mecenazgo de Lucas
Oriol,
Punta Europa, revista que dirige hasta 1966, es decir, la
mayor parte y la más floreciente de su existencia, durante la cual
convirtió sus páginas
en un monumento inteligente y delicado de
las posiciones del pensamiento católico tradicional. Durante
buena parte de esos años despliega también una intensa vida
social, recibiendo a los conferenciantes extranjeros invitados
por
el Ateneo, época de la que siempre le oí hablar con nostalgia.
Son también esos años finales de los cincuenta y todo el
decenio
de los sesenta los centrales de su vida. Amén de la direc­
ción de
Punta Europa, escribe y publica incesantemente. Y en
varios frentes. En el artístico da a las prensas su comunicación,
en italiano, sobre las corrientes estéticas en España, asi como su
libro sobre la esculrura en movimiento de Ángel Fe;,,ant y su evo­
cación
de Rubén Darío. Igualmente aparecen, en el ámbito de la
biografía, sus ensayos sobre Unamuno, Ortega, Heidegger y
Guardini, y su
Historia de una amistad, precioso relato de las
relaciones literarias y personales entre Pereda, Menéndez Pelayo,
Galdós, Valera, Clarfn o
Rubén

Daño. Finalmente,
en lo que hace
a su veta polftica, el libro ya citado sobre nuestra guerra y su pro­
longación sobre la
que llama "consolidación política", ocupan el
centro de
la polémica política nacional.
El siguiente decenio le lleva a la estabilidad profesional y al
sosiego
intelecrua~ tras los intensísimos años anteriores. Se incor­
pora a la jefatura del gabinete de prensa del Ministerio
de Gober­
nación y obtiene plaza
de profesor numerario en la Facultad de
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Ciencias de la Información de la Universidad Complutense. Los
libros, en cambio, se espacian, como también los artículos, no
obstante lo cual sigue escribiendo y leyendo infatigablemente.
Recopila también
su obra poética, hasta entonces aparecida en
cortas ediciones. Y se repliega, conforme comienza a sufrir la
marginación consecuente
al cambio político, en sus recuerdos,
sus libros, sus amigos. Desde finales
de los setenta, sobre todo
mediados los ochenta,
en que le llega la jubilación en la Univer­
sidad,
su aislamiento crece. Escribe ocasionalmente para Iglesla­
Mundo,
Ve.r:bo o la recién nacida Razón Española, pero sus libros
no logran horadar el muro levantado por los nuevos mandarines.
A finales
de los ochenta le dedico un libro recopilatorio de las
críticas recibidas
por su obra, con introducciones de mi pluma,
que edita la Sociedad Económica de Amigos del País de Las
Palmas de Gran Canaria y la Fundación Mutua Guanarteme. Llbro
en que Vicente babia puesto muchas ilusiones, su aparición le
compensa de muchos sinsabores y su presentación
en su isla
natal,
en el magrúfico local de la Fundación Mapfre Guanarteme,
de la mano del gran Julio Caubín, siempre amigo hasta el final,
se convierte
en un gran homenaje a su figura. Pues, coincidien­
do con la presentación dé sus nuevos libros de poemas, acuden
Carlos Murciano y José Hierro. Homenajes
que continúan los
años siguientes
en Canarias y también en el Hogar de sus paisa­
nos
en Madrid. La terrible enfermedad neurológica que padece,
sin embargo, empieza a hacer presa
en él, limitándole de modo
progresivo y pronto en forma casi total. Son los años del purga­
torio
en la tierra, que sufren especialmente Paquita y sus hijos.
También, más
en la distancia, los amigos. Sea todo para el bien
de las almas y nuestra santificación, mientras Vicente ya descan­
sa
en la paz del Señor. Reciban sus familiares nuestra condolen­
cia más
sincera.
MIGUEL AYUSO
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