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Número 385-386

Serie XXXIX

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Carlo Francesco D'Agostino

IN MEMORIAM
CARLO FRANCESCO D'AGOSTINO
El pasado 7 de diciembre, vigilia de la fiesta de la Inmacu­
lada Concepción de la Santísima Virgen
Maria, a la edad de
noventa y tres años, y
en la pequeña localidad de Osnago, a las
puertas de Milán, a donde se había trasladado los últimos dece­
nios,
ha entregado su alma a Dios, con las manos llenas de una
larga y entregada militancia católica, el abogado Cario Francesco
d'Agostino. Figura histórica del catolicismo político italiano, pro­
siguió hasta el final su "buen combate"
por devolver Italia a Dios
--consagrándola formalmente a su Sagrado Corazón y al de su
Santísima
Madre-y restituir la "racionalidad" de la política.
Durante
la TI Guerra Mundial fundó en Roma el partido cató­
lico Centro Político Italiano,
que participó -es cierto que con
poco éxito-en diversas lides electorales. Tomó esta iniciativa,
ardua y obstaculizada decididamente
por parte del clero, a fin de
cumplir con Jo que consideraba su deber moral de oponerse al
"modernismo social" sostenido
por la Democracia cristiana.
Fundó igualmente el quincenal
L 'Alleanza Italiana, con el que
pretendía adelantar los principios católicos en la política italiana,
y la casa editorial homónima, que dio a la estampa
una serie de
ensayos cuyo objetivo era igualmente difundir la doctrina social
de la Iglesia y demostrar la apostasía de la Democracia cristiana.
Entre ellos, el más célebre fue
L 'illusione democristiana, apareci­
do en 1951 y reeditado en 1988.
• • •
Nacido en Roma el 12 de mayo de 1906, de una familia noble
de origen napolitano, su
padre y su abuelo sirvieron en la magis­
tratura,
en la prefectura, en el ejército y en la enseñanza. Vivió
en Roma hasta 1927, donde, jovencísimo, se licenció en derecho.
Religiosamente se formó
en la Congregación Eucarística de San
Claudio
-fundada por don Massimo Massimi, después cardenal
de la Santa Iglesia Romana-, y en el Colegio de San Ignacio,
habiendo frecuentado los ejercicios
egpirituales en la tradición de
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la Compañía de Jesús. En 1927 se trasladó a Milán, donde se ini­
ció
en el ejercicio de la abogacía, que continuó después, nueva­
mente
en Roma, entre 1939 y 1962, época en la que también
desempeñó el puesto de pretor honorario, dictando sentencias
famosas como la
de 1950 sobre "Juramento de fidelidad y gobier­
no de hecho".
Más allá del quehacer profesional se dedicó, desde el perío­
do milanés, al apostolado católico, con distintos cargos en la
Acción Católica
-primero en la parroquia de Santa María de
Pasión de Milán, luego en la de Osnago, perteneciente por enton­
ces a la provincia de Como--,
en el Secretariado de la Buena
Prensa
-del que fue consejero diocesano---y en las Conferen­
cias de San Vicente
de Milán y Roma.
Colaboró
en el diario L 'Italia, dirigido por Sante Maggi, en los
años
en los que el periódico llevaba a cabo una valiente campa­
ña de denuncia del carácter neopagano del nacional-socialismo
alemán y cuando
el mismo diario fue objeto de los ataques de
Farinacci a causa de su carácter demasiado tibio respecto del
régimen de Mussolini, a cuya
ideología D'Agostino nunca se
adhirió, rechazando
-pese a la promesa de suculentas ventajas
si lo
hiciese--afiliarse al Partido Nacional Fascista.
En 1939 retoma a Roma
con su familia constiruida nueve
años antes, cuando se casó
con Paola Ambrosini Spinella, de la
que
ruvo cuatro a los que hizo estudiar privadamente en su casa
para sustraerlos
al influjo de la escuela fascista. A la calda del fas­
cismo considera que su deber
es implicarse en la lucha política,
y es presentado a De Gasperi
en septiembre de 1943, en el bufe­
te romano del abogado Giuseppe Spataro,
por el profesor Orlo
Giacchi, de
la Universidad Católica de Milán. Sin embargo, la lec­
tura de
un opúsculo de presentación de la DC, que recibió en tal
ocasión,
le suscitó graves dudas sobre la validez y la ortodoxia
-desde el punto de vista católico--- del partido democristiano.
Acrecidas con posterioridad tras sus conversaciones
con los dipu­
tados Mario Cingolani y Nicola Angelucci,
que le llevaron a pedir
consejo a
un querido hermano de la Conferencia de San Vicente;
el general Paolo Piella.
Quedó convencido asi de que la DC,
como antes el Partido Popular de don Sturzo, no merecía con-
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fianza, al carecer de una auténtica fundamentación racional y
cristiana y no ser en suma sino una facción estrechamente ligada
con las fuerzas
polfücas anticristianas derivadas de la Revolución
francesa.
No existiendo, pues, en Roma otra iniciativa verdaderamente
católica, D'Agostino, junto con el también abogado Giovanni
Silvestrini, fundó
--tras haber consultado la !mea programática a
diversos laicos y conocidos eclesiásticos, entre ellos los jesuitas
de
La Civlltá cattollca-el Centro Político Italiano, al que dedicó
la incansable actividad de toda su vida y
-ejemplo extraordina­
rio
en el mundo político contemporáneo--casi mtegramente su
no escaso patrimonio personal.
Sus escritos
son numerosos. Pues además de haber dirigido
el periódico
L 'Alleanza italiana, publicó también una colección
de más de veinte cuadernos, dos volúmenes y
un diccionario de
doctrina política pontificia. Entre los primeros merecen ser recor­
dados:
La democrazia cristiana, ecco Jl nemico!; La soluzione
razionaie e cattollca del problema del/'autorita nell'attuale
dram­
ma polltico italiano; Associazionismo aziendale; Cattolicesimo
per J'Italla;
De modernismo sociaii, etc. Los segundos son el ya
citado
L 'Jllusione democristiana e Il dramma degll itaiiani e la
certezza della rinascita.
También apareció una contribución suya
en los Studi in memoriam di Paola Maria Arcari, promovidos
por la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Cáller.
Finalmente
ha publicado diversos artículos en revistas como
Adveniat Regnum de Roma e Instaurare omnia in Christo de
Udine. En el campo internacional anudó relaciones con cuantas per­
sonas y grupos
advertían la necesidad de trabajar por el triunfo
del reinado social de Cristo, y
en tal sentido -entre otros-des­
tacó su relación con
La Cité Cathollque, participó activamente en
los Congresos de Lausana y animó dentro y fuera de Italia dis­
tintas iniciativas culturales y políticas. Principalmente
en Roma,
su hermosa y amplia casa del Parioli era lugar de encuentros e
iniciativas múltiples (ediciones, reuniones, etc.),
punto de refe­
rencia imprescindible para quienes deseaban conocer el
signifi­
cado de su incansable combate.
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Un grupo de admiradores le dedicó en 1987 un Líber amico­
rum, el volumen Questione cattolica e questione democristiana,
publicado por la
CEDAM de Padua y hace tiempo agotado, al
igual que algunos párrafos de sus escritos acaban
de reproducir­
se
en el volumen Costituzione criticata aparecido en Nápoles el
pasado año
en las Edizioni Sctentifiche ltaiiane. Finalmente una
tesis de licenciatura durante el curso 1988-1989 abordó su pen­
samiento
y su obra.
Con
la desaparición de D'Agostino se ha apagado una voz
católica, libre
y responsable; un defensor convencido del legiti­
mismo político
-fueron conocidas también sus relaciones con
Humberto
Il, del que fue huésped en Cascaes en la mitad de los
años sesenta
y quien envió a L 'ADeanza italiana un mensaje el 4
de marzo de
1969 que escandalizó al mundo monárquico "oficial"
italiano--;
un apóstol del pensamiento católico. Mantuvo enhiesta
la bandera del catolicismo político entre dificultades, incompren­
siones
y hasta burlas, en un momento en que incluso parte de la
jerarquía católica,
en contradicción con la doctrina social enseña­
da desde
la Cátedra de Pedro, parece haberse adherido a las tesis
de la apostasía política
(y no sólo política), juzgando "intolerante"
y, por lo mismo, inaceptable la realeza social de Cristo.
D'Agostino sostenía con fundamento que
no podemos nada
contra la verdad.
Los italianos, sobre todo los católicos, le deben
el reconocimiento por su testimonio, ofrecido con frecuencia con
un heroísmo que tantas veces exige la vida diaria común. Un tes­
timonio que ha permitido a muchos
-a los pocos que han com­
partido sus anhelos
y a los que lo han combatido-- tomar
conciencia
de la "cuestión católica" en una Italia que, siendo cris­
tiana
y pese a ser gobernada durante casi medio siglo por el
partido que se apoderó arbitrariamente del adjetivo "cristiano",
D'Agostino vio proféticamente
desde finales de los cuarenta
cómo se encaminaba hacia una crisis moral de diménsiones
pavorosas.
DANILO CASTELLANO
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