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Número 397-398

Serie XL

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El aristotelismo político de Marino Gentile

EL ARISTOTELISMO POLÍTICO DE
MARINO GENTILE
POR
DANIW CASTELLANO (')
1. Introducción
A pesar de que Marino Gentile, en un trabajo de madurez (1),
declare explícitamente su aristotelismo político (que podria pare­
cer una consecuencia de _su aristotelismo metafísico propuesto de
nuevo como "problemática pura", después de la "modernidad" de
la filosofia); resultaría improcedente, si
no erróneo, sostener que
su pensamiento político es intrínseca y esencialmente aristotélico.
Las principales objeciones que· se pueden proponer contra
esta tesis son,
en mi opinión,· las siguientes:
a) Marino Gentile más que de la política de Aristóteles se ha
ocupado del pensanúento político de Platón, adhiriéndo­
se a él sustancialmente
en diversos aspectos, Berti, por
ejemplo, sostiene que Marino Gentile, desde el punto de
e) Marino Gentile (1906-1991), catedrático de la Universidad de Padua, es
uno de los filósofos italianos más notables del siglo XX. En este ensayo de nuestro
ilustre colaborador, el profesor Danilo Castellano, de la Universidad de Udine, pro­
fundiza
una interesante cuestión relativa a su pensamiento político. Precisamente,
Castellano,
en 1995, junto con el desaparecido Gian Cario Giurovich guiaron un
congreso sobre el pensamiento de Marino Gentile, cuyas actas, repetidamente cita­
das en este trabajo, se editaron en, 1996, bajo el título Modernita. della classidta. Es
un honor para Verbó publicar estas páginas en el décimo aniversario del faµeci­
miento
del profesor Gentile. La traducción es de Coral García (N. de la R).
(1) Cfr. M. GENTILE, "Introduzione a Rivoluzione francese e coscienza euro­
pea oggi: un bilancio", a cargo de D. Castellano, Nápoles, Edizioni Scientifiche
Italiane, 1991, pág.
14.
Verbo, núm. 397·398 (2001), 615-632.
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DANILO CASTELLANO
vista de su pensamiento ético-político, debe ser conside-¡
rado básicamente, aunque no totalmente, platónico (2).
b) Marino Gentile, al estudiar el pensamiento político de Pla­
tón
en un momento histórico fuertemente condicionado
por el régimen fascista, dio motivos para creer que, al
menos
en parte, cedió a la tentación totalitaria; o mejor
dicho:
aun viendo la incompatibilidad entre Estado unitario
y fuerte (unitario y fuerte
en sentido platónico) y Estado
democrático,
no extrajo conclusiones coherentes con una
metafísica inspirada en el concepto de "problemática pura",
la cual
----<:ontinúa Berti-no sólo no puede comportar el
rechazo de la democracia, sino que incluso exigiría una
concepción de la vida social de tipo democrático (3).
e) Marino Gentile ha llegado a afirmar que la concepción
política aristotélica
no seria incompatible con el concep­
to de soberanía popular, aunque advierte que es cons­
ciente
de "las contrariedades en las que cae dicho con­
cepto
cuando estaba demasiado relacionado con la hipó­
tesis del nacimiento
de la sociedad a partir del encuentro
de individuos separados los unos de los otros" (4).
También podria
parecer que esta tesis (que fue motivo de
discusión entre Marino Gentile y el que personalmente
considero su auténtico
y tal vez único discípulo) da cabi­
da al pluralismo moderno y, por tanto, está abierta al pri­
mado de la "doxa" sobre la filosofía. Esto representaría,
entre otras cosas, el reconocimiento, al menos implícito,
de la validez de la tesis de Popper acerca del Platón polí­
tico (5), tesis que, sin embargo, Marino Gentile rechazó
(2) Cfr. E. BERTI, "Platone nel pensiero etico-politico di Marino Gentile", en
ModernJta della classidt!J.. La filosofia etico-politica in Marino Gentile, a cargo de
D. Castellano e G. Giurovich, Údine, Forum, 1996, pág. 55.
(3) Cfr. BBRTI, "L'approccio •neournanistico-alla fdosofia antica", en Jam
rude donatus, Padua, Antenore, 1978, pág. 7. Veáse también el citado trabajo de
Berti sobre el pensamiento ético-político de Marino Gentile, pág. 59.
C 4) GENTILE, Introduzlone, cit., pág. 14.
(5) Para esta cónocida tesis popperiana, véase K. POPPER, The Open Society
and Jts Enemies. The Spell of Plato, trad. it., Roma, Armando, 1973.
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EL ARISTOTELISMO POLÍTICO DE MARINO GENTILE
en numerosas ocasiones: su interpretación de Platón
supone más bien el punto de partida para demostrar la
imposibilidad de su misma formulación.
2. El núcleo aristotélico .del pensamiento .
político de Marino Gentile
Me parece que las tres objeciones señaladas no pueden ser
aceptadas
por las ra?ones que intentaré desarrollar sintéticamen­
te más adelante.
Antes
considero oportuno detenerme en comentar dónde se
debe buscar el aristotelismo de Marino Gentile. En mi opinión
(incluso
dejanc\o de lado su metodologia, siempre atenta a la
experiencia,
la cual -metodología-ofrece ya una indicación
importante para comprender
no sólo su concepción de la filoso­
fía, sino también para entender su pensamiento político, inde­
pendientemente de la terminología utilizada), hay al menos tres
núcleos temáticos de los cuales emerge el aristotelismo político
de Marino Gentile. Esto
no excluye, como es obvio, que sea deu­
dor también
ck, otros pe,;.adores, empezando por Platón y, en
cierta medida, incluso de Hegel:
a) El primer núcleo temático está representado por la natu­
raleza del
poder político (entendido como "mando",
como orden proveniente de la autoridad política).
b} El segundo por el carácter ético del Estado.
e) El tercero por la relación, necesaria, entre filosofía y polí­
tica y por el primado de la primera respecto de la segun­
da; mejor dicho,
por la intrínseca caracterización filosófi­
ca de la política.
2.1. En lo
que respecta a la naturaleza del "mando" politico,
hay que tener en cuenta en primer lugar que Marino Gentile
pone de manifiesto, considerando la experiencia "política" mo­
derna, la insuficiencia del contractualismo político para la consti-
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DAN/LO CASTELLANO
tución del mismo concepto de público que, en sí y de por sí, no
es todavía (ni necesariamente) equivalente a político, aunque se
plantee
la cuestión d,e lo político. En efecto, hay que señalar que
el contractualismo político, invocando
un principio jurídico váli­
do, pero exclusivamente para los asuntos jurídicos
que tienen
una causa lícita y
no para toda la experiencia jurídica -sería
insuficiente para justificar, por ejemplo, la institución de la tutela
o el delito de abandono
de menores o incapacitados-, no logra
constituir
una sociedad política: efectivamente, el principio nema
plus iuris in alium transferre potest quam ipse habet; invocado,
por ejemplo, también por Locke (6) (es decir, por el autor apa­
rentemente más abierto al derecho natural entre los teóricos polí­
ticos),
no es idóneo para fundar ni explicar la naturaleza o para
legitimar el simple ejercicio del mando político;
es más, repre­
senta
un obstáculo insuperable para el ejercicio legítimo no sólo
de la autoridad, sino, fijándonos bien, también del poder, de
cualquier poder: la "soberanía" individual,
en el campo político,
desemboca
en la conclusión según la cual cualquier mando debe
entenderse como abuso
en ausencia del consenso individual (7).
Poco importa si se intenta remediar esta dificultad recurrien­
do a la utilidad, con frecuencia de grupo o de categoría. Hay que
subrayar,
en efecto, la relevancia meramente "privada" del "inter­
cambio".
Los grupos organizados o los individuos que tienen un
poder contractual con el denominado poder político -prescin­
diendo de la consideración (por otro lado importante) según la
cual la política
no es lo económico-reducen lo público a con-
(6) Cfr. J. LocKE, ·~econdo Trattato sul Governo", en Due Trattati sul Go­
vernó e altri scrftti polltid, a cargo de L. Pareyson, Turín, lITET, 19823, pág. 245.
(J) Sobre esto hay que notar que algunos autores sostienen que el consen­
so es fundamental para imponer el respeto de la ley, para cuya aprobación sería
necesaria,
por tanto, la unanimidad. Si esto no sucediese, el legislador tendría que
prever "el derecho a no obedecer" (cfr., por ejemplo, C. CASINI-F. CIERI, La nuova
disciplina deli'aborto, Padua, Cedam, 1978, págs. 148 y sigs'.), el cual sería, enton­
ces, la válvula de escape para el respeto de la -libertad de quien no aprueba la
ley. El problema de la moderna objeción de conciencia, por ejemplo, parece
encontrar,
en último análisis, su fundamento y su (aparente) solución en este
planteamiento de pensamiento. Sobre este argumento, véase D. CASTBLLANo; La
razlonalit/J. della politica, Nápoles, Edizioni &ientifiche Italiane, 1993, págs. 25-44.
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EL ARISTOTELISMO POLÍTICO DE MARINO GENTILE
!raparte de un contrato privado: lo público, por tanto, sería esen­
cialmente privado; tendría solamente los poderes
que derivan del
contrato, y además dichos poderes se podrían ejercer sólo frente
a
la contraparte contractual. Por consiguiente, hay que excluir la
misma posibilidad de la constitución de lo público (y,
con mayor
razón, de lo político) a través
del contrato, ya que, por un lado,
lo denominado público se convierte
en parte contractual y, por
el otro, ningún privado (en el respeto del citado principio jurídi­
co según el cual
"no se puede conferir a otro un poder mayor del
que se posee"), tiene la autoridad de atribuir a los demás un .
poder que se puede ejercer sobre otros: al máximo se puede pre­
ver
-en algunos casos con dificultad (8)-la posibilidad del
ejercicio del poder sobre sí mismos. También la política como
politologia (consolidada como consecuencia de
la disolución del
Estado moderno, y
en cuyo proceso de formación ha participado),
por tanto, concibe el Estado como mera fuerza; representa la
negación de sí misma; pone de manifiesto la brutalidad y la arbi­
trariedad del poder, del poder organizado únicamente sobre bases
utilitarias y ejercido
en ausencia de fundamento. Un poder np
político, lo cual supone, entonces, la negación del poder político.
Marino Gentile
no llega a estas conclusiones, sino que más
bien parece tomar en consideración la justa, aunque insuficiente,
crítica que el Hegel maduro dirigió contra todos los contractua­
listas (pero
en concreto contra Locke), los cuales, identificando al
Estado con la sociedad
civil, teorizaron el Estado "policía" (es
decir,
un Estado en el que se garantice el respeto de la ley, en
función de la libre iniciativa individual), asignándole la finalidad
de proteger el interés del individuo como tal (9). Además, Gentile
(8) Por ejemplo, ¿un_ hombre tiene el poder de esclavizarse.? La respuesta
debefia ser afirmativa si se considera válido el principio enunciado, interpretado
a
la luz del derecho natural moderno. La limitación, rectius la reglamentación, de
la capacidad contractual o encuentra un fundamento en el orden metafísico o se
convierte en una pretensión contradictoria: la exigencia del orden· público, con­
siderado
desde un punto de vista positivista, no representa, en efecto, la condi­
ción suficiente para "limitar" un poder con otro poder, aunque sea más fuerte
pero racionalmente (entendiendo
la racionalidad en sentido clásico) injustificado
e injustificable.
(9) Cfr. G. W. F. HEGEL, Lineamenti di fllosofla del dirltto, n. 258.
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DANILO CASTELLANO
subraya cómo la experiencia política, impuesta también por la
ciencia política moderna, revela exigencias que
la misma ciencia
política
moderna no puede satisfacer. Pero eso no es todo: en su
opinión, la experiencia manifiesta exigencias a las
que la ciencia
política no puede dar respuesta, pero, al mismo tiempo, éstas se
imponen de hecho y contradictoriamente respecto a los postula­
dos del pensamiento político moderno. Y ofrece dos ejemplos: el
primero procede del comentario a
una afirmación de Napoleón,
el cual afirmó
que es duro hacer entender a un hombre que debe
obedecer a otro hombre (10). Esto es posible sólo si se llega a
persuadido
de "que la obediencia es debida a alguien colocado
más arriba" (11), donde
la superioridad no puede tener otro sig­
nificado que el de la superación del contrato: de
la naturaleza
social y política del hombre deriva, según Marino Gentile,
que
aquí se aleja de Hegel, el carácter público propio de la sociedad
política.
El segundo ejemplo procede de los enunciados de la
Revolución francesa, acontecimiento de la modernidad. Ésta,
en
efecto, ha afirmado, entre otras cosas, el principio de la fraterni­
dad que, excluyendo
"el principio de dominio, es decir de la rela­
ción que se instaura con
el Estado" (moderno), deberla hacer sur­
gir el problema político como problema propio de la inteligencia,
no de la razón, es decir como problema filosófico y no científico.
La cuestión es de capital importancia, ya que de la imposibi­
lidad del contractualismo para constituir la sociedad política deri­
va la imposibilidad
de "constituir un orden superior a las necesi­
dades y a los intereses
de los individuos", es decir, el orden que
caracteriza a lo público. Es más, se deberla decir que el contrac­
tualismo excluye la posibilidad de constituir
un orden auténtica­
mente. político
en cuya base son posibles la obediencia y el
mando políticos, es decir, lo que para Aristóteles constituye la
naturaleza de la relación política:
"[. .. ] hay una forma de mandar
(10) GENTIL.E, Introduzione, Cit., pág. 13. El problema lo plantea también, por
ejemplo, Kelsen, el cual se pregunta sobre qué base un hombre igual a otro hom­
bre tiene el derecho de mandar a su semejante (cfr. H. KEI.sEN, La democrazfa,
Bolonia, 11 Mulino, 1981, pág. 39).
(11) Cfr. GENrILE, Introduzione, cit., pág. 14.
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EL AI/ISTOTELJSMO POL!TICO DE MARINO GENTILE
con la cual el hombre rige a personas libres y de la misma estiipe.
A esta forma de mand_ar nosotros la denominamos política. [...]
Ahora bien, la virtud del que manda y del que obedece es diversa,
pero
el buen ciudadano debe saber y poder obedecer y mandar, y
es ésta precisamente la virtud del ciudadano: conocer el mando que
conviene a los hombres libres en ambos aspectos" (12).
Por tanto, la conveniencia para la naturaleza del hombre es
la condicio sine qua non para el ejercicio del poder político legí­
timo. Su carácter
de racionalidad no racionalista permite afrontar
y resolver lo que por ejemplo Duso considera el núcleo central
del problema político (13)
y que sin duda es uno de los proble­
mas básicos: el
de la representación (considerado por Rousseau
para excluir -coherentemente-la posibilidad de que la sobe­
rarúa fuese representada (14), y propuesto de nuevo por diversos
autores contemporáneos a
la atención de los cultores de la filo­
sofia de la política y del derecho público, sobre todo para justifi­
car la relación entre el pueblo
y el parlamento, o, simplemente,
para justificar la legitimidad del
mando sobre los que no tienen
derecho al voto o sobre los que no lo ejercen) (15), tratado
por Marino Gentile para demostrar que, contradictoriamente, la
misma soberanía
popular está obligada a recurrir a la representa­
ción,
es decir a considerar el modo en el cual se pasa del indivi­
duo al Estado (16).
(12) ARisróm.Es, Política, III, 1m b.
(13) Cfr. G. Duso, La rappresentatJza: un problema di filosofía polltica,
Milán, Franco Angeli, 1988, pág. 54.
(14) Cfr.]. J. RoussEAu, Del contratto sociale, 111, XV. La voluntad no puede
delegarse, ya que celui qui d~Jégue, abdique. También KmsEN (La democrazia,
cit.,
pág. 125) nos lo recuerda.
(15) De la amplia literatura sobre este argumento, véanse, entre otros, C.
ScHMTIT, Verfassungslehre, Berlín, 1928 '(trad. it., Dottrina della Costituzione,
Milán, Giuffre, 1984); E. VoEGBLIN, The New Science Polltics, Chicago, 1952 (trad.
it. La nuova sclenza politica, Tuñn, Borla, 1968); G. LEIBHOLZ, Das Wesen und der
Gestaltwande/ der Democratie in 20. 0 ]ahrhundert, Berlín, 1966 (trad. it., La rap­
presentanza ·ne11a democrazia, a cargo de S. FoRTE, Milán, Giuffre, 1989); La rap­
presentanza polltica, a cargo de D. FISICHEIJ.A, Milán, Giuffre, 1983; B. ACCARINo,
Rappresentanza, Bolonia, Il Mulino, 1999; M. FRACANZANI, 11 problema della rap­
presentanza nella Dottrina
deJJo Stato, Padua, Cedam, 2000.
(16) Cfr. GBNTILE, lntroduzlone, cit., pág. 13.
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DAN/LO CASTELLANO
E paso necesario -necesario porque es impuesto por la
experiencia
metaffsica, no por la experiencia meramente socioló­
gica-del individuo al Estado, sin que el primero, en respuesta a
las exigencias de
la realidad, sea absorbido totalmente en el
segundo o sea "instituido"
por éste, es la demostración de que la
soberanía es insostenible, sea
la del Estado o la popular. Esto
plantea, entonces, la cuestión de la naturaleza del mando político,
de la cual Aristóteles se ocupa
en diversas ocasiones para soste­
ner con insistencia que es necesario, precisame:nte pará tener
mando político, que sea la razón y no el hombre el que gobier­
ne: quien ejerce
el poder es el guardián de lo justo, sostiene el
Estagirita (17), porque lo justo es el bien
en el campo politico (18),
lo cual equivale a decir que la representación se hace posible gra­
cias a
la politica entendida como "regalidad"; la soberanía, al con­
trario, la haría imposible. En efecto, la representación no puede
concebirse donde el mando denominado político sea la imposi­
ción, hecha efectiva, de
un querer regulado simplemente por la
voluntad: la voluntad, como puro querer, no es representable.
Por consiguiente, creo que la afirmación de
Marino Gentile,
según
la cual la concepción aristotélica de la política no sería
incompatible con el concepto de soberarúa popular,
debe ser
entendida como una afirmación de la imposibilidad, teórica y
práctica, de la soberanía como se ha intentando teorizada y lle­
varla a
la práctica históricamente. En otras palabras, Gentile sos­
tiene paradójicamente que, desde
un punto de vista histórico,
nunca
ha sido posible un ejercicio de la soberanía coherente con
los postulados de los que parte. Y esto
no sólo porque dichos
postulados
no se dan en la experiencia, sino también porque la
experiencia misma demuestra que, para ejercer el poder, también
el que se afirma que deriva del contrato, es
necesario ir más allá
del contrato.
La superación del contrato es exigida por la naturaleza misma
del hombre y de la comunidad politica, ya
que ambos necesitan
el comando
no sólo público, sino auténticamente político: la
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(17) ARISTóTELF.S, Etica Nicomachea, V, 6, 1134 b.
(18) ARISTó'J'Ern;, PoliUca, lll, 1282 b.
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EL ARISTOTELISMO POlÍTICO DE MARINO GENTILE
autoridad, sea sobre quien no es capaz de dominar rectamente o
de dominarse, sea sobre quien es capaz de autodisciplinarse y de
comandar,
no es entonces el principio· puramente formal de la
fundación de cualquier unidad orgánica social
-tesis que creo
que
ha llevado a algunos estudiosos a interpretar erróneamente
el pensamiento de Aristóteles, considerándolo precursor sea de
Hobbes que de Rousseau
(19)-, sino .el principio sustancial -y,
en cuanto sustancial, también formal.,-de la experiencia social y
política; es la condicio
sine qua non para la misma existencia de
las sociedades naturales
y, sobre todo, de la comunidad política.
2.2.
El segundo núcleo temático está representado por el
carácter ético del Estado.
Es bien sabido que la modernidad, sobre todo con Rousseau
y la Ilustración,
ha convertido al Estado en la fuente de la mora­
lidad y del derecho: el "paso del estado natural al estado civil
provoca
en el hombre un cambio L .. ] notable, sustituyendo en su
conducta
al instinto por la justicia, y dando a sus acciones la
moralidad
que les faltaba. Sólo entonces -afirma Rousseau-al
sustituir la voz del deber al impulso físico y el derecho al apeti­
to, el hombre, que hasta entonces no había mirado nada más que
a si 1nismo, se ve forzado a obrar según otros principios y a con­
suitar a su razón antes de escuchar a sus tendencias" (20).
También es sabido que
con Hegel el Estado se convierte en
la "realidad de la idea· ética" (21); realidad que da objetividad,
veracidad y carácter ético
al mismo individuo en cuanto compo­
nente del Estado (22), por el cual, por tanto, es "mantenido", es
decir, conservado, como persona (23), y al mismo tiempo "recon­
ducido" a la vida de la sustancia universal (24).
(19) Cfr., por ejemplo, G. SEEL, ªLa giustiflcazione del dominio nella ,Politica·
di Aristotele", en Etica, PolitJca, Retorica. Studi su Artstotele e la sua presenza
nell'ettJ. moderna, a cargo de E. Berti y L. M. Napolitano Valditara, L'Aquila,
Japadre editare, 1988, págs. 72-73.
(20) ROUSSEAU, Del contrato .. ,, cit., I, VIII.
(21) HEGEL, LJneamentJ ... , cit., n. 257.
(22) !VI, n. 258.
(23) HEGEL, Endclopedia del/e scienze fllosoflche, n. 537.
(24) Ibídem. ·
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DANILO CASTELLANO
Marino Gentile considera que el diseño del Estado moderno
se cumple con el paso de la concepción ilustrada a la concepción
dialéctica, la cual
supone el intento de eliminar todo residuo de
individualidad que la concepción rousseauiana del Estado con­
servaba, admitiendo que,
en contra de la voluntad general, fuen­
te
de la verdad y del bien, existían en el mundo no-verdades y
el no-bien (25). La concepción dialéctica del Estado representa,
entonces, la tentativa de llevar a las últimas consecuencias, es
decir, hacer estrictamente riguroso, el proceso iniciado por la
modernidad
y con la modernidad; ésta, segón Gentile, intenta
atribuir al
E~tado un carácter absoluto y la total autosuficiencia y,
para conseguirlo, encarcela y doblega en (y a través de) la dia­
léctica
de la inmanencia cualquier "resistente" realidad en el
momento del devenir en el cual la contradicción se convierte en
el principio en lugar de ser la condición para alcanzarlo. Ya no
es la filosofia la que explica la historia, sino que es la historia la
que explica la filosofia. Esto lleva a la confusión de filosofia
moderna y Estado moderno, y, por tanto, a la conclusión de que
la existencia del Estado, entendido hegelianamente como sustan­
cia ética consciente
de si misma (26), es la condición necesaria
para que un pueblo tenga historia, es decir, históricamente ha­
blando, existencia. El Estado, por consiguiente, en cuanto volun­
tad divina que tiende a ser forma real y · organización de. un
mundo" (27), es la misma ética (28). Pero dicha ética, epifanía de
la dinámica dialéctica de la vida civil y social, en cuanto reduci­
da en último análisis a costumbre, termina por negarse a si
misma: los meros hechos no expresan ni valores ni racionalidad
y, faltándole la posibilidad del fundamerit.o (que el devenir dia­
léctico
de la modernidad no puede admitir), no le es consentida
tampoco su exégesis.
Marino Gentile nQ acepta semejante concepción de la ética y
del Estado, que asigna al filósofo el deber servil de ser el exége-
(25) GENTILE, lJ fllosÓfi:J di fronte a/Jo Stato moderno, N:ipoles, Scalabrini edi-
tore, 1%4, pág. 11.
(26) HEGEL, Enddopedia ... , cit., n. 535.
(27) HEGEL, !Jneamentf ... , cit., n. 270.
(28) HEGEL, Enciclopedia ... , cit.1 n. 552.
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El ARISTOTELISMO POL/TICO DE MARINO GENTILE
ta del Estado o, lo que es lo mismo, el que debe "justificar" la
efectividad continuamente
ca,mbiante, tomándola por realidad y
. presentándola como. tal. El filósofo, para él, no es el comentaris­
ta del producto del proceso histórico, sino el que
pone todo en
discusión, empezando por el mismo proceso que revela toda su
"abstracción" sobre todo cuando llega a la resolución integral del
individuo
en el proceso de la voluntad general, es más -añade
Marino Gentile--, en el proceso dialéctico de toda la realidad (29).
No se soluciona la situación, creada por semejante con~ep­
ción del hombre y de la vida social, dando sólo la vuelta a las
perspectivas, sin discutir los puntos de partida. Quiero decir
que
la reacción al totalitarismo "fuerte", producido por la democracia
moderna, sobre todo la democracia de inspiración rousseauniana,
es
un falso remedio: las denominadas filosofías "narrativas" con­
temporáneas,
por ejemplo, conciben la libertad a la manera de
Rousseau y Hegel. Con
una diferencia, es verdad: mientras éstos
reconocen exclusivamente
al Estado el derecho de "narrarse" a si
mismo (o de explicarse, haciéndose mundo), otros autores como
Rorty atribuyen este mismo derecho al sujeto individual. También
para estos estudiosos la filosofía es historia: historia de la subje­
tividad individual,
no del Sujeto con la S mayúscula; historia,
entonces, que para hacerse necesita afirmar el primado de
la de­
mocracia sobre la filosofía
en caso de contraste entre ambas (30);
historia,
por tanto, que necesita identificar filosofía con ideologia.
Esto significa negar cualquier posibilidad
de confrontación, en
cuanto es imposible y, de. todas formas, inoportuno e innecesa­
rio subir de la opinión a la idea: donde el arbitrio, entendido
como sinceridad es decir como inmediatez, se convierte
en dere­
cho ya que, aunque existiesen la verdad y el orden, serían irre­
levantes para
la democracia pol!tica -como, por ejemplo, afirma
Rorty
(31)-; alú la ética procede de su negación, ya que se redu­
ce a la praxis del individuo, al hacerse de su mera "determina­
ción", a su costumbre individual.
(29) Cfr. GENTILE, Ji filosofo ... , cit., pág. 14.
(30) Cfr. R. RoRTY, ºLa prioritA della democrazia sulla filosofia", en FilosoOa -86,
a cargo de G. Vattimo, Roma-Bari, Laterza, 1987, pág. 44.
(31) Cfr. !bid., págs. 43-44.
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DAN/LO CASTELLANO
No se trata de hacer "rigurosas" la ética y la política, es decir,
de deducirlas
more geometrico de principios o, peor, de postula­
dos. Pero tampoco se
debe llegar a la conclusión de que, por su
carácter "problemático", la ética y la política deban ser "dejadas
a la libre decisión de la conciencia" (32), ya
que esta interpreta­
ción "débil" del pensamiento
de Aristóteles desemboca, en últi­
mo análisis,
en el totalitarismo "débil", es decir, el totalitarismo de
la anarquía (en ciertos aspectos peor que el. "fuerte"), lógica con­
clusión del nihilismo contemporáneo.
Marino Gentile
no toma en consideración estos problemas en
sus ensayos políticos, pero plantea las bases teoréticas para rea­
lizar una
critica radical a dichas tesis y

a las conclusiones que ·
llevan consigo.
En primer lugar, según Gentile, si se quiere analizar verdade­
ramente el problema de la experiencia, sobre todo la experiencia
social, hay
que empezar por la consideración del individuo
humano
en el cual está presente la ética. Marino Gentile, refi­
riéndose a Vico y apelando a la necesidad de dar explicación de
lo "dado", observa
que "la relación entre el individuo y el Estado
no se basa en la relación entre algo meramente impulsivo e ins­
tintivo y
un principio racional y ético, sino más bien entre dos
diversos grados de ética, la cual, incluso cuando se realiza en el
Estado, no tiene otra füente a la que acercarse o de la que ali-
1nentarse si no es la vena escaSa y pobre, que reside en el indi­
viduo mismo, considerado desde fuera de las relaciones socia­
les" (33). Esta tesis
es típicamente aristotélica: Aristóteles, como
se sabe,
al cerrar la Ética a Nic6maco, afirma que la investigación
política lleva a su cumplimiento la filosofia del hombre (34), del
hombre individuo, que es
la raiz del valor ético del Estado y la
raíz de la ética en el Estado. Por eso Marino Gentile puede con­
cluir platónicamente que "el Estado
no es lo absoluto, sino una
participación de lo absoluto; el instrumento que,
en el orden que­
rido
por Dios, nos ha sido dado, por el que, disciplinándonos, con-
(32) BERTI, L'appracdo ... , cit., pág. 70.
(33) GENTILE, 11 filosofo ... , cit., pág. 15.
(34) ARJSTÓTELES, Ettca ... , cit.,x; 1181 h.
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Fundaci\363n Speiro

EL ARISTOTELISMO POLfTICO DE MARINO GENTILE
seguimos ser siempre hombres mejores" (35). Independiente­
mente de las palabras utilizadas, resulta claro que se acoge la
tesis clásica sobre la naturaleza
intrínsecamente ética de la comu­
nidad política y sobre
su naturalidad.
La concepción clásica de la ética del Estado se contrapone de
manera radical a la concepción moderna: ésta -como hemos
dicha-' pretende ser la fuente y el criterio de la moral; aquélla
está subordinada a
la naturaleza y a la finalidad del Estado. Esto
significa
no sólo que el Estado es limitado, sino sobre todo que
es limitado por su misma naturaleza, es decir, intrínsecamente. En
otros términos, el Estado no puede ser totalitario ni en el modo
previsto,
por ejemplo, por Rousseau o Hegel, ni en el modo pre­
visto
por el liberalismo, tanto en la más amplia versión contrac­
tualista como en la más estrecha, aunque variada, versión consti­
tucionalista, que de todos modos representa siempre la invoca­
ción (incluso cuando
"se dice con la boca pequeña" o cuando
intencionadamente se contrapone a ella), del "principio" según
el cual el Estado es (y sigue siendo) -como sostenía Hegel-, la
realidad
de la libertad concreta (36). En efecto, los Estados
modernos, asumiendo la soberanía como
poder constituyente,
afirman
que la libertad, mejor dicho, la libertad negativa, no la
justicia, es el elemento constitutivo del Estado,
en el cual dicha
libertad, aunque sea de formas diversas, encuentra su cumpli­
miento.
Al contrario, para la concepción clásica, el Estado lleva
en si el límite representado por su naturaleza, la cual, por tanto,
es para el Estado
norma agendi (y si dicha norma fuese violada,
el Estado ya
no sería tal): la justicia -comenta Aristóteles-es
elemento del Estado; efectivamente, el derecho
es el principio
ordenador de la comunidad estatal y la justicia es detenninación
de lo
que es justo (37).
Por consiguiente, se
puede concluir afirmando, en primer
lugar, que
el carácter ético del Estado procede de su naturaleza,
pero sobre todo
que es el mismo de cualquier hombre (38). Lo
(35) GENTILE, JI filosofa ... , cit., pág. 17.
(36) HEGEL, Lineamentí ... , n. 259.
(37) ARlsTÓ'J'EIBS, Politica, 1, 1253 a.
(38) Cfr. !bid., VII, 1324 a.
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DANILO CASTELLANO
que cuenta no es tanto la unidad y la fuerza del Estado (aunque
estas caracteristicas poseen, como es obvio,. su importancia): lo
que cuenta más bien (y principalmente) es indicar cuál es el obje­
tivo del individuo,
al cual no se llega a través del relativismo de
la democracia moderna (sea "fuerte" o "débil"), sino a través de
la filosofía que el hombre auténticamente político debe cultivar,
tal
y como lo hizo Marino Gentile.
Además, hay que precisar
que la concepción clásica del­
Estado, sobre todo la aristotélica, es el único y auténtico antído­
to al totalitarismo.
El juicio sobre la "adhesión" de Marino Gentile
al Estado fascista, que efectivamente existió, debe ser, entonces,
cauto
y articulado. Sobre esta cuestión, el primer problema pro­
cede de la interpretación del fascismo (39);
el segundo, de la pro-
(39) Del fascismo, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, se han dado
interpretaciones disconformes, a veces conflictivas, pero en la mayor parte de los
casos fruto
de análisis basados en una ideologia antifascista (sobre la cuestión,
véase, por ejemplo,
R. DB FBLICE, Le interpretazi.oni del fascismo, Bari, Laterza,
1972). Con Mussolini en el poder, salvo raras excepciones (excepto, obviamente,
las posiciones
·antifascistas entonces militantes), en general la "doctrina del fas­
cismo"
se interpretó como contrapuesta a la "ciencia del Estado" (cfr., por ejem­
plo,
C. CoSTAMAGNA, Dottrlna del fascismo, [s.I.], Editrlce "La tavola rotonda",
1982).
La "docuina del fascismo" reivindicaba, "contra todas las abstracciones
individualistas
de base metaf'tSica tipo siglo XVID, y contra todas las utopías y las
innovaciones jacobinas"
-como se expresó Mussolini (cfr. para la cita E. NOLTB,
· J tre voltl del fascismo, Verana, Mondadori, 1971, pág. 353)-, la noción y los dere­
chos de la "comunidad particular", identificada con la "comunidad nacional", a su
vez identificada con el Estado, mejor dicho con "un Estado dado", Por tanto,
resultaba fácil,
aunque fuese erróneo, ver en el fascismo la reacción al individua­
lismo moderno,
La "conciliación" entre el Estado italiano y la Iglesia católica con­
firmada por los Pactos Lateranenses, parecia favorecer la interpretación según la
cual la anti-modernidad fascista era la anti-modernidad clásica. Se trató de un
error cometido también por la cultura católica (piénsese en el padre Gemelli y en
la Universidad Católica de Milán), al cual, desde las füas de la misma cultura cató­
lica,
se contrapuso la vía de la "renovación" defendida entonces, entre otro5:, por
Montini (sobre este tema, cfr.
M. QUARANI'A, "Marino Gentile e Giovanni Battista
Montini:
un progetto per rinnovare la filosofta cattolica in Italia. Nota introduttiva
all'epistolario", en Modernita della dassicitli ... , cit., págs. 231-252, Sin embargo,
Quaranta
se olvida del aspe,cto del objetivo "clericalismo", entendido según la
definición propuesta por Augusto Del Noce, de las dos posiciones). A Marino
Gentile
no le bastaba la posición principalmente "anti" de Gemelli, ni -creo yo-­
compartía en los hechos el intento de diseñar una línea de renovación como
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EL ARISTOTELISMO POL!TlCO DE MARINO GENTILE
fundización de la naturaleza de la doctrina del Estado fascista;
el tercero, del análisis de
la matriz del modelo de totalitarismo
propuesto
por Mussolini. De todos modos, lo que se puede
excluir teniendo en cuenta lo dicho hasta aquí, es que Marino
Gentile
pueda compartir y haya compartido la perspectiva del
totalitarismo cuya exigencia
-como. afirma, por ejemplo, el es­
critor ruso Volkoff (
40)-, reside en la petición hecha a cada
individuo
por parte del Estado no sólo de actuar sino de pen,
sar según una norma expuesta por el mismo Estado y que, por
tanto, hay que considerar exclusivamente acto de su voluntad.
Este
es el requisito propio de la ética moderna, no de la ética
clásica.
2,3, El tercer núcleo temático del aristotelismo político de
Marino Gentile ya ha surgido de cuanto se ha dicho, y procede
de la consideración de la esencia filosófica
de la política.
Como ha puesto de manifiesto Claudia Finzi (41), siendo
consciente de
la provocación intelectual de su propuesta, es cier­
to
que Marino Gentile asigna el primado a la política sobre la
economía. No podría ser de otro modo
no sólo porque la eco-.
nomía (sobre todo para quien aristotélicamente considera la polí­
tica
por lo que esencialmente es: arte arquitectónica), representa
una única dimensión de la vida social, sino también porque la
economía, aun teniendo bajo ciertos puntos de
vista sus propias
leyes,
no posee en sí misma criterios de actuación.
"recuperación" y superación al mismo tiempo, propia de Montini. La posición de
Gentile en este aspecto todavía no ha sido estudiada. Para comprenderla es nece­
sario, en mi opinión, tener presente sus orígenes culturales «irredentistas", el
clima idealista en el que se formó (aun sin adherirse al idealismo), la exigencia
por él advertida de superar las posiciones contractualistas no idóneas para expli­
car la experiencia social y politica, la convicción de que el carácter ético del
Estado representa la condición de su misma existencia (convicción que, sin
embargo, llevaba a conclusiones diversas respecto a las del fascismo). En mi opi­
nión,
no se debe deducir que Gentile compartió la "doctrina del fascismo", aun­
que haya adherido formalmente al fascismo histórico.
(40)
Cfr. V. VoLKOFP, /1 Re, Nápoles, Guida, 1989, pág. 41.
(41)
Cfr. C. FINZI, "La questione dello Sta.to in Marino Gentile", en Modernfta
della dassícitB. ... , cit., págs. 117-135.
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DANILO CASTELLANO
Aún hay más. Marino Gentile, al considerar natural la comu­
nidad política,
no puede afirmar que el Estado sea el producto de
un "bloque histórico" que, por una parte, es visto como el resul­
tado de una situación socioeconómica
y, por otra, se quiere que
esté ligado a los intereses de
una específica clase social, la cual,
entonces,
en lugar de "sufrir" el proceso histórico seña protago­
nista del mismo.
El anti-marxismo filosófico de Marino Gentile
hay
que buscarlo en su rechazo crítico de la modernidad (enten­
dida axiológicamente), la cual ha llevado a la misma burguesía,
por un lado, a asignar a los factores económicos la superioridad
sobre las formas tradicionales
de la organización político-social,
y, por otro, a otorgar relevancia al saber cientffico como saber
técnico y productivo (42). Esto ha facilitado
-aunque obvia­
mente
no sea el único factor-también la errónea identificación
de filosofía y teoría que
ha caracterizado (y caracteriza aún) a
gran parte del pensamiento político moderno y contemporáneo.
La política de la modernidad es esencialmente "operativa". Le
falta, por tanto, lo necesario para ser realmente tal: espesor filo­
sófico.
La filosofía está ausente -a pesar de las apariencias contra­
rias-también en la política entendida como exégesis de su pro­
pio tiempo, como comprensión del presente tomado como lo
real, como justificación
de la efectividad en la cual se ha consi­
derado (y se sigue considerando todavía)
que reside la racionali­
dad ( 43): el deber ser coincidiría con el ser, en el hecho residiría
la idea no como realización de la teoría (lo que significaría afir­
mar el primado del ser del sujeto sobre el hecho), sino como epi­
fatúa del devenir que deviniendo se hace, y haciéndose existe (lo
que significa
que en el devenir reside el ser del sujeto cuya rea­
lidad procede de su objetivación o, mejor, la realidad seria su
objetivación). Políticamente hablando, tendríamos
que decir, con
· Rousseau, que "el soberano, por el mero hecho de que es, es
siempre todo lo
que debe ser" (44). No es ésta la experiencia a
630
( 42) GENrILE, f[ f)]osofo .. ., cit., pág. 12.
(43) HEGEL, !Jneamentf ... , Prefación.
(44) RoussEAU, Del contrato ... , cit., I, VIL
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EL ARISTOTELISMO POLÍTICO DE MARINO CENT/LE
la que se refiere continuamente Marino Gentile; al contrario,
parece la negación de
la experiencia política, al reducirse a
"transcripción" de
la efectividad del poder que, en sí y por sí
mismo, no es necesariamente poder político.
La filosofía está ausente, con mayor razón, en la polftica que
prograrnáticamente se propone la sustitución del "concepto de
verdad como correspondencia con la realidad por la idea de
que la verdad es la convicción que se forma durante enfrenta­
mientos libres y abiertos" ( 45); es decir, está ausente de
ese
modo de entender la política que, en lugar de tomar en consi­
deración la naturaleza humana, "sueña con crear -como afir­
ma Rorty-una forma de sociedad nunca vista antes" (46),
donde lo "nunca visto antes" no significa tendencia al ideal
como conquista
¡le
la perfección de lo real, sino persecución de
la utopía,
es decir de lo que por definición no puede llegar a
ser: la liberación de la metafísica permitiría conquistar la liber­
tad entendida
en el sentido propio de la utopía liberal ( 47). En
definitiva, la sustitución de
la filosofía por la nueva filosofía
postmetaffsica representaría la condición necesaria para realizar
la sustitución de la política basada en el orden natural por la
política como autocreación, a la cual, al máximo, se puede
pedir la "coherencia" pero no la argumentación justificadora de
sus propias decisiones:
no sólo no es posible la representación,
sino que ni siquiera es posible la comunicación, ya que el len­
guaje no llega a hacerse palabra.
3. Conclusión
Marino Gentile, al considerar la filosofía como dialéctica (en­
tendida
en el sentido clásico), no puede aceptar semejantes tesis
sobre la política.
( 45) RoRTY, La filosolla dopo la fflosofia, Roma-Bari, Laterza, 1998, págs.
85-86.
(46) !bid., pág. 9.
(47) Cfr. !bid., págs. 2-4.
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Se podria objetar que con esto no se demuestra su aristote­
lismo político, ya
que estas tres grandes cuestiones son clásicas,
no sólo aristotélicas, a lo cual se puede responder diciendo que
la consideración dirigida a la experiencia y en concreto al indi­
viduo,
en cierto modo obliga a Marino Gentile a mirar más a
Aristóteles que a Platón, ya
que el Estado, por ejemplo, necesita
unidad y pluralidad al mismo tiempo, aunque esté "constreñido"
por su naturaleza a rechazar la unicidad y el pluralismo de la
modernidad.
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