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Número 399-400

Serie XL

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Ignacio Echániz, S. J.: Pasión y gloria. La historia de la Compañía de Jesús en sus protagonistas. Otoño invierno. Segunda primavera

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
caballe1ia andante es el Bien mismo y propio de cada cosa y de
cada hombre, pues correponde
y no por especulación o mezqui­
na conveniencia.
El caballero no ha de ser hombre de partidos y de facciones,
que tantas veces adjetivan la Verdad hasta desfigurarla, hasta el
desprecio, hasta el manoseo
y el escarnio, tomándola de rehén.
En estas páginas que Ayuso enhebra y que es de justicia agra­
decerle, queda felizmente claro
que todavía podemos tener en
Chesterton un peregrino desinteresado y jovial, amigo de la ver­
dad
y de los hombres, caminando con nosotros, insrándonos al
combate sufrido, denodado y riente, puesto él mismo a la cabeza.
Si Don Quijote dejó al fin sus empecinadas caballerías -y
esto corre por nuestra cuenta-quizás ya entrevió que su tiem­
po había acabado y que un nuevo tiempo venía a tratar de barrer
el l1eroismo generoso. Tal vez no sea fantasioso pensar que
Quijote sabía que no habría él mismo de poder con ese tiempo.
Siglos más tarde, menos enjuto que
él pero cristianísimo como
él, bien podria nuestro inglés ser un Sancho redivivo, el apóstol
rotundo del hombre común, como heredero de su señor Don Qui­
jote, ahora su hermano
y vuelto él mismo un Caballero Andante.
EDUARDO B. M. ALLEGRI
Ignacio Echániz, S. J.: PASIÓN Y GLORIA.
LA HISTORIA DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN SUS
PROTAGONISTAS. OTOÑO INVIERNO.
SEGUNDA
PRIMAVERA<'>
El jesuita Echániz completa, en este segundo volumen, la
serie de semblanzas de sus hermanos de Orden que eligió como
más apropiados para darnos una imagen de la Compañía de
Jesús, verdadera gloria de
la Iglesia católica durante muchos
años. Toda selección es discutible
y podrían incluirse muchos
e) Mensajero, Bilbao, 2000, 450 págs.
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otros, o prescindir de algunos, sin que la obra perdiera o ganara
gran cosa. Me refiero a los jesuitas históricos, pues los criterios
para los contemporáneos son mucho más discutibles.
Las semblanzas son ágiles, caracterizan bastante bien al per­
sonaje y ciertamente reflejan la importancia de la fundación de
San Ignacio
en la Iglesia. Entre los miles y miles de jesuitas, no
pocos de ellos fueron de no escasa relevancia eclesial y algunos
figuras reahnente insignes. No pocos de los citados fueron espa­
ñoles, lo que
no es de extrañar dado el peso de nuestra patria en
la Compafüa.
No voy a entrar yo
en la polémica probabilismo-probabilio­
rismo que
ha hecbo correr ríos de tinta y que enfrentó al gene­
ral español Tirso González
con su Compañia. La semblanza no es
favorable, pero esa es
la doctrina oficial interna. Allá ellos. Yo
personalmente prefiero la tesis menos rigorista, que fue la soste­
nida siempre
por los jesuitas, pero, con lo que hoy está cayendo,
esas polémicas de escuela son menudencias.
Juzgo acertadas las de los confesores reales -Nidhard, siem­
pre le había visto citado
por Nithard, La Chaize y Le Teilier. Y las
de los
que Echániz agrupa bajo el epígrafe de predicadores: el
gran portugués Antonio Vieira, personaje polimórfico, apasio­
nante y apasionado, Segneri, Bourdaloue, al que con toda justi­
cia se calificó de "rey de los predicadores y predicador de los
reyes", magnus in omnibus, como se le calificó, con premonito­
ria visión al término de sus estudios, San Francisco de Gerónimo,
apóstol de Nápoles, Baldinucci, nuestro gran Pedro Calatayud,
que recorrió España convirtiendo a los pecadores y enfervori­
zando a los pueblos, sólo comparable a su contemporáneo, algo
más joven,
el capuchino Diego José de Cádiz. Fue, sin duda, en
sus días, "el jesuita más prestigioso de España", personaje curio­
so, pionero de los
estudios sobre el vascuence y defensor de los
fueros de Guipúzcoa, confesor de Mariana de Neoburgo en su
destierro de Bayona, defensor de causas perdidas, Manuel de
Larramendi es de los que
pudiendo figurar en esta nómina, tam­
poco pasaría nada por no aparecer.
Schall y Verbiest, alemán el primero y flamenco el segundo,
son también de los suprimibles. Valiéndose de su ciencia logra-
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ron notable prestigio en China y persecuciones sin cuento. La
cuestión de los "ritos chinos" es demasiado conocida para que
entremos en ella. Y lo mismo cabe decir de Beschi entre los tami­
les y de Zipoli entre los paraguayos.
Los que Echániz califica de
pioneros bien se prodrían llamar los aventureros. Marquette y el
Mississipi, Kino, Salvatierra y Ugarte y California, Gumilla y el
Orinoco, Andrade, Gruber y Desideri y el Tibet. En los confines
del mundo los jesuitas arrostraban toda clase de peligros.
La his­
toria de sus hazañas era en verdad una apasionante novela de
aventuras.
Y llegó la hora de la tragedia. La persecución de las monar­
quías católicas
que terminarán consiguiendo de Clemente XIV la
extinción de la Compañía
de Jesús. Hasta ese momento, la per­
secución implacable
al pobre Malagrida a manos de Pombal, la
bancarrota de Lavalette, que precipitó
la disolución de la Compa­
ñía francesa, la expulsión de España con especial mención a Pig­
natelli, el único jesuita que comparecerá
en dos ocasiones, hasta
la extinción pontificia con la consiguiente prisión del general
Ricci que morirá en Santángelo, "cordero acorralado por una jau­
ría de lobos".
La Compañia sobrevivió en el frío. Czemiewicz fue la gran
figura que jugó con
la ambigüedad del obedezco y no obedezco,
del Papa y
la zarina, del no existo y existo. Mientras tanto, la per­
secución de
la Revolución francesa que acabó con la vida de
varios ex-jesuitas, al estar disuelta la Compañía. Hasta, de nuevo,
Pignatelli,
el restaurador. Mientras tanto, en Rusia, Gruber, man­
terua aquel pequeño núcleo que permite decir que, pese al breve
de extinción, los jesuitas siguieron subsistiendo.
La Compañía restaurada es ya siglo XIX. El general Roothan
encabeza las semblanzas. Y aquí comienzan las sorpresas. Resul­
ta que "se había formado en la Compañía rusa, alejada de los
acontecimientos que conmocionaron el continente europeo, hos­
til a las novedades que venían de Francia (no todas malas), cerra­
da
al liberalismo y a la modernidad". Era, sin duda, un integrista
reaccionario contrario a la modernidad. Aunque la semblanza ter­
mina siendo favorable a Roothan, fue
un gran general de la
Compañía, tomemos nota de estas reseivas: "No se sintonizó con
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el siglo xrx como había sintonizado Ignacio con el siglo XVJ". Esto
es una estupidez aunque la diga Padberg y
la haga suya Echániz.
Su misma relación de los hechos que le tocó vivir a la Compañía,
e,qJulsada y perseguida en numerosos lugares, demuestra la
imposibilidad de cuadrar el circulo. ¿Cómo
iba a sintonizar con·
sus perseguidores que, además, la perseguían por ser la Compa­
ñía de Jesús? Sólo renunciando a su carisma fundacional, a su
cuarto voto, a la defensa de la Iglesia.
Ryllo fue una fuerza de la naturaleza, un pintoresco persona­
je y
un jesuita atípico. De Smet otro de aquellos aventureros que
merecería figurar en el capítulo dedicado a ellos si no fuera por­
que fue más de un siglo posterior. El español San Román lleva
como encabezamiento de su semblanza este significativo título:
"Expulsado de siete países". Por jesuita. Y seguramente
porque
no supo sintonizar con las generosas intenciones de sus perse­
guidores. Bien e,qJulsado estaba por ser un cerrado integrista. Y,
además, aristócrata. ¡Qué falta de vista y de capacidad de inte­
gración la de esta gente!
Hopkins,
un converso del anglicanismo e importante poeta.
Lievens fue
un apóstol de la India y uno de los primeros que
debieron e1npezar a ocuparse de, además de salvar ahnas, de
corregir las injusticias de que eran objeto sus indios. Pero en todo
momento tuvo clañsimo cuál era su principal cometido. Berthieu,
admirador del padre Ramiere, una de las llamativas ausencias sin
duda
por no parecerle a Echániz "políticamente correcto", apóstol
y mártir de Madagascar. Cuatro jesuitas asesinados
por los boxers
en 1900. Nuestro famosísimo padre Tarin, "el león de Cristo", infa­
tigable misionero de Andalucfa, Extremadura,
La Mancha y Murcia,
integrista, como toda
la Compañía de entonces, que "traía un pen­
tecostés
por dondequiera que pasaba". Lo de Miguel Mir extraña
un poco. Fue jesuita pero abandonó la Compañía por voluntad
propia, la consideraba
un nido de integristas, y la hizo objeto de
implacables denuncias
en auténticos libelos. No cabe el irenismo
de Echániz
-"sus superiores pudieron haber sido más tolerantes
y menos cicateros y no tomarlo tan a la tremenda"-, porque su
carácter independiente y su voluntad de vivir como le diera la gana
era incompatible entonces con la disciplina de la Orden.
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Doyle es uno de esos casos menores que el autor ha indui­
do
en su libre elección de personajes. No así nuestro hermano
Gárate, ya
en los altares desde su humilde cargo de portero. Era
también integrista. A los "poyaneos"
-los que habían pasado por
el destie1rn francés de Poyane, como el padre Tarin-se les
había inculcado "una espiritualidad profundamente marcada
por
la piedad y la resistencia a los tiempos". ¿No perciben los lecto­
res
si no el abierto rechazo al menos la incomodidad? A quién se
le ocurre resistir a los tiempos. Otro santo hermano. También
español, había nacido
en las Islas Canarias, aunque fue en Argen­
tina donde vivió su andanza jesuítica, Figueroa, compaginó su
humilde cometido de portero con otras actividades que estimaba
compatibles con su actividad principal y
en las que desarrollaba
sus afanes apostólicos. Y
no se le ocurrió quehacer mejor que
difundir
"la buena prensa". Aquel "canarión" de escasos estudios
adquirió "una enorme erudición bibliográfica", estuvo
en contac­
to con más de
25 editoriales nacionales y extranjeras, difundía los
libros católicos y
una clientela numerosa consultaba al hermano
coadjutor la lectura más recomendable.
Kaszap es también otro caso voluntarista. Joven húngaro que
quiso ser jesuita y al que la enfermedad se lo impidió. Apenas
pocos meses de noviciado y tuvo que ser devuelto a su casa. Murió
cristianamente antes de cumplir los veinte años. No así el padre
Pro, martir de los Cristeros mejicanos. Caso ejemplar y paradigmá­
tico del jesuita de entonces, gloria de la Compañía y de
la Iglesia.
Dos víctimas de nazismo, Mayer y Delp, el primero muerto de
muerte natural y el segundo ejecutado. Y dos víctimas del comu­
nismo, el norteamericano de origen polaco Ciszek y el albanés
Luli, muertos ambos muchos años después ya en libertad. Me pare­
ce injusto el trato dado a ambos deplorables y perversos sistemas.
Dos y dos. Y el único ejecutado lo fue por los nazis.
La Iglesia, y
la Compañía de Jesús, sufrieron mucho más del comunismo que
del nazismo.
Sin que esto signifique la más mínima simpatía por
mi parte hada el nazismo. Que no tengo ninguna. Pero a lo mejor,
o a lo peor, algunos aún tienen alguna
por el comunismo.
Nuestro padre Rubio, ya en los altares, es lo suficientemen­
te conocido como para que digamos nada de él, salvo mencio-
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narle con veneración. El dlileno Hurtado fue más controvertido.
Si, con toda justicia, al primero se le puede llamar el "apóstol de
Madrid", me parece excesivo llamar
al segundo "el apóstol de
Chile".
Que a su pensanliento y a su acción se les califique de
"proféticos", palabra verdaderamente tan prostituida
en los últi­
mos tiempos aunque su utilización afortunadamente ya empieza
a hacer crisis, es, por lo menos, sospechoso. ~ruvo problemas
con las autoridades de la Compañía y con los obispos. Lo que
no es de e"·t:rañar si era un profeta. Y desde muy pronto "quedó
la impresión de que sus principios no eran sanos: la necesidad
de actuar por convicción personal y espíritu filial, minusvaloran­
do la tradición, la disciplina religiosa y las observancias exterio­
res". Este galimatías requiere explicaciones. ¿Cómo se compagi­
na la convicción personal y el espíritu filial si la convicción llega
a la conclusión de que el
padre está equivocado' Parece claro
que la tradición y la disciplina religiosa no eran lo suyo. ·¿Y las
observancias exteriores qué son? Pregúntenselo a Echániz.
Se le
acusó de ''falta de sumisión a la jerarquía, la acción política y el
espíritu de división". Pero no había que preocuparse, era un pro­
feta. No quiere ello decir
que no cometiera el P. Hurtado obras
excelentes a favor de unos pobres a los que tanto amaba. Pero
no cabe duda de que fue un jesuita controvertido, con amigos y
enenligos, posiblemente todos creyendo que queñan lo mejor
para su Iglesia.
El italiano Lombardi fue un hombre desbordante y desborda­
do. Paladín anticomunista,
se hizo, desde la radio, populañsimo
en Italia y ante las amenazas del partido precisa ~scolta person.tl.
Sus osadías crecen y la reforma de la Iglesia que propone empie­
za a alarmar. Y hasta se distancia de Pío
XII que tanto le había
apoyado y con quien tantas entrevistas tuvo.
El Mundo mejor,
aventura en la que entonces se embarca, no es ya una obra jesuí­
tica sino lombardiana en la que colaboran sacerdotes diocesanos
y de otras órdenes y congregaciones religiosas. Y hasta corrige
los Ejercicios ignacianos dándoles su sello personal.
El éxito es
notable pero enseguida surgen también las complicaciones. Quie­
re unificar su movimiento con los focolarinos y se le oponen la
práctica totalidad de sus huestes. Él se empeña en seguir adelan-
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te y sólo le detiene la prohibición terminante de su general
Janssens. Pío
XII, que tanto le había amado y tanto le había con­
sentido, le hace su último regalo. Días antes de
m01ir aprueba su
obra. Juan
XXIII "era temperamentalmente opuesto al jesuita
batallador. No le gustaban
ni sus acentos patéticos ni su visión
pesimista, de profeta apocalíptico, ni el carácter de conquista de
sus campañas, ni
el nombre de cruzadas que les daba". Tampoco
su radical anticomunismo gustaba al Pontífice. Y terminó desauto­
rizando
un libro del jesuita. Con Pablo VI las cosas no mejoran y
su obra se disuelve como un azucarillo.
La semblanza de Teilhard de Chardin es totalmente favo­
rable. Y la de Lubac. Daniélou
no existe. Y Rahner, a nuestro
entender el teólogo más peligroso de estos últimos tiempos, es
un "coloso", nada menos que "el Tomás de Aquino de nuesu·o
tiempo". ¡Qué barbaridad! Y John Courtney Murray, el paladín
de la libertad religiosa y
el cardenal Bea, el hombre del ecu­
menismo,
son otros de los hitos. ¿Qué había pasado en la
Compañía? De ser los guardianes de la fidelidad habían pasado
a la frontera si
no la habían cruzado algunos. Siempre los jesui­
tas habían sido fronterizos. Se les encontraba en los rincones
más apartados del mundo llevando la fe a donde nadie había
llegado incluso hasta donde
pareáa imposible llegar. Pero ahora
estaban
en las fronteras de la ortodoxia. Y éstas son las glorias
de Echániz.
Al lado de estos "colosos", magnificados por la prensa mun­
dial, figuras mucho menos conocidas. Beyzym, que ejerció su
ministerio entre
)os leprosos de Madagascar, el navarro Esteban,
que murió prisionero de los comunistas chinos, el italiano Cairo­
ni, apóstol de los parias de la India, tan dispuesto a soltar una
bofetada como a sacrificarse
por sus queridos feligreses. Le acu­
saron de independiente, rebelde y desobediente. Y
en verdad lo
era. Nuestro simpático padre Llorente, misionero de Alaska. Son
figuras de segundo orden y como ellos
podría hablarse de otros
miles. Enomiya-Lasalle es otra cuestión.
Le dio por el Zen y por
conciliado con la música y la espiritualidad cristiana. Simplemen­
te
me parece una estupidez peligrosa. Aunque haya tenido gran
éxito.
El número de los necios es infinito.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
El epílogo lleva el siguiente subtítulo: "Pedro Arrupe y com­
pañeros mártires".
Yo comprendo que un súbdito de Arrupe,
identificado con sus ideales, quiera poner
en buen lugar a quien
por muchos años fue su prepósito general. Pero al tratarse de
uno de los peores generales que tuvo la Compañía la tarea es
imposible.
Echániz no oculta los hechos aunque intenta salvar al
protagonista. Amonestado gravemente por tres Papas, llegando el
tercero de ellos a despojarle
·del gobierno de los jesuitas y esta­
bleciendo por primera vez en la dirección de la Orden un siste­
ma extraordinario para regirla por medio de un delegado ponti­
ficio,
no es susceptible de una interpretación benévola. Por
mucho que lo intente el autor. ¿Qué sus intenciones eran buenas?
Sus intenciones son problema de su conciencia y el confesor. Lo
que cuentan son las manifestaciones externas y ellas, no a quien
esto escribe,
que también, sino a Pablo VI, a Juan Pablo I y a Juan
Pablo
II les parecieron pésimas.
¿Adónde condujo el generalato de Arrupe? Nos limitaremos a
recoger lo que dice Echániz: "La granítica estructura de antaño
pareció rajarse. La tradición, la autoridad, la discipÍina, se convir­
tieron en contravalores; se hizo moda despreciarlas. Hubo deser­
ciones masivas; la Compañía se desangró". ¡Pues vaya mandato!
Y a continuación Echániz no dice la verdad. "De los que queda­
ron, los razonables superaron
la crisis asimilando lo bueno de lo
nuevo. Pero
un núcleo duro aferrado a la tradición exigía medi­
das drásticas, un retorno a lo antiguo y auténtico, una afirmación
a ultranza de la autoridad". El núcleo duro no consiguió nada y,
entre los que han quedado, y esa es la tragedia de la Compañía,
muchos tienen las mismas ideas que los que se fueron. Por eso
con Kolvenbad1 apenas ha habido rectificación. Se cortaron los
hechos más escandalosos
pero el mal sigue presente y actuante.
Y ya
es de aurora boreal cuando constata que algunos de los que
salieron eran de ideas tradicionalistas como
si fuera lo mismo
cambiar la Compañía de Jesús
por la de Maña ... De Maña Isabel,
Maria
Luisa, Maria del Carmen ... que es lo que hizo la mayoria
de los
que colgaron los hábitos, que abandonar la Compañía a la
que ven irremisiblemente conducida al principio. Y no se puede
juzgar por sus posiciones de hoy a algunos ex-jesuitas como
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Malachi Ma1tin o Ricardo de la Cierva. Si es cierto que el aban­
dono del primero se debió a sus discrepancias con la linea pro­
gresista de la Orden, el segundo la dejó hace muchfsimos años y
no precisamente por sus ideas tradicionalistas que no eran esas,
entonces, las del conocido l1istoriador.
¿Por qué las malas relaciones de Pablo VI con Anupe? Echá­
niz lo atribuye a las denuncias integristas, tanto del interior como
del exterior de la Orden. Pero, o las denuncias eran ciertas y era
lógico el enfado del Papa o
eran falsas. Enton-ces el Papa queda
por un pobre hombre que se deja engañar por cualquiera que le
iba con una calumnia contra Arrupe. No parece verosúnil que
podamos aceptar esto último.
Las denuncias eran fundadísimas y
mostraban hasta donde llegaba la crisis de la Compañía.
Lo de las
diferencias de temperamento es
un recurso tan fácil como vano.
Y la situación empeoró con sus sucesores, incluso en los brevísi­
mos días en que Juan Pablo I ocupó el solio pontificio.
Despt1és vienen los "mártires" más recientes, sobre todo en
Iberoamérica. Del propio relato de Echániz, sumamente elogio­
so, resultan las evidentes motivaciones polfticas que les movían.
Rechazo absolutamente los crfmenes deplorables. Sin la menor
vacilación. Pero así como es metidiano que al padre Pro, por
ejemplo, lo asesinaron por odio a
la religión de Jesucristo, en
estos casos es mucho menos evidente. Sin que ello reste nada a
la barbarie de los asesinos. Dos jesuitas mozambiqueños y un
obispo jesuita
en Ruanda y un sacerdote indio y otrn filipino, ase­
sinados los cinco, cierran esta larga lista de miembros de la
Compañía, santos no pocos, notables casi todos ellos humana­
mente hablando
y, a partir de un momento dado, algunos de
dudoso valor eclesial.
Cierra el libro una conclusión de apenas treinta y siete
li­
neas. Que lleva este sugerente titulo: "¿Y si la Compañía desapa­
reciera?". Creo que es la primera vez que veo
que desde sectores
oficiales de las
órdenes y Congregaciones religiosas se reconoce
el peligm de desaparición
de las mismas. Han pasado ya, al pare­
cer, los
dias del disimulo y del aquí no pasa nada. En el Sínodo
sobre los religiosos se ocultó deliberadamente
la crítica situación
del clero regular para no dar razones y reconocimientos a los que
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INFORMAC!ON BIBLIOGRÁFICA
llamaban "profetas de calamidades". Pero la enfermedad y la
ruina
no pueden disimularse mucho tiempo y terminan manifes­
tándose con toda su gravedad.
Echániz suministra datos irrefutables.
Los jesuitas eran 36.038
en 1965 y en 1999, treinta y cuatro años después, apenas alcan­
zaban la cifra de 21.673.
La primavera posconciliar y el mandato
de
Arrope se habían dejado en el camino nada menos que 14.365
jesuitas. Y cuando estas líneas se redactan apenas superarán los
20.000. Este
impresiona¡,te descalabro se debe a la concuITencia
de tres causas: un tnasivo abandono de religiosos que se seqila­
rizaron, los fallecimientos naturales y la caída en picado de las
vocaciones que hoy hace de la compañía, al igual que otras órde­
nes y congregaciones religiosas, masculinas y femeninas, institu­
tos verdaderamente estériles. Cierto que las secularizaciones
masivas se han atenuado muy notablemente pero, en cambio,
han aumentado espectacularmente los fallecimientos ya que más
de treinta años de carencia de vocaciones
han envejecido la fun­
dación
de San Ignacio que hoy es una verdadera pirámide inver­
tida. Y esos fallecimientos todavía crecerán pues
en estos mo­
mentos estamos ante una verdadera asociación de ancianos en la
que seguramente más ele la mitad de la Compañía supera los
sesenta años.
La política continuista de Kolvenbach, que se ha
limitado a cortar los hechos más escandalosos
pero sin atajar los
gérmenes de secularización, indisciplina y pérdida del carisma y
tradiciones que siempre caracterizaron -a los jesuitas que hoy
invaden el cuerpo del Instituto ha sido un parche pero no un
remedio. Y la postura oficial sigue siendo la de aquí no pasa nada
por la resistencia a reconocer sus eITores y pecados. Siempre es
mucho más
fácil pedir perdón por los pecados de los demás que
por los propios.
Se me dirá que ocurre lo mismo con casi todas las demás
Órdenes y Congregaciones religiosas que no padecieron un
Anupe. Cierto. Pero es que el caso Arrupe tuvo un doble efecto.
El propio, trágico para su instituto, y al ser la Orden más impor­
tante de la Iglesia, por número de miembros y
por la multiplici­
dad de actividades, otro mimético que indujo a las demás ór­
denes y congregaciones, sobre todo a las femeninas, a imitar a
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
los jesuitas en la secularización. El resultado es un desastre sin
paliativos. Echániz supone que el descenso no se detendrá hasta el año
2040 en el que la curva alcanzará su minimo de 14.814 jesuitas.
El cálculo me parece optimista. Llegarán a los 14.000 bastante
antes
de ese año. Y pueden seguir bajando. Los fallecimientos de
los próximos años van a vaciar casas y actividades mientras que
continuarán llenándose las residencias de ancianos existentes y
otras que
se crearán. ,
El expetimento, que no se ha hecho con gaseosa sino con
las vocaciones de muchos jesuitas, ha sido un fracaso. Nadie
me va a convencer de que los miles y miles de secularizados no
tuvieron vocación. Claro qu_e la tuvieron. En su inmensa mayo­
ría. Pero esa vocación, no cuidada con la tradicional ascesis
ignaciana, se perdió. Esa es la inmensa responsabilidad de
Arrupe y de los demás superiores de la Compañía
en estos años.
Tampoco con los nuevos métodos entran novicios. Salvo un
empeño suicida, que parece es el que impera hasta el momen­
to, solo hay dos soluciones: volver a la tradicional Compañía,
que fue hasta estos días
honor y gloria de la Iglesia, entonando
el mea culpa correspondiente o inventarse una tercera vía dis­
tinta de la actual. La seguida desde Arrupe lleva directamente a
la muerte.
Parece que empiezan a reconocerlo. Ese es el valor funda­
mental del libro que venimos comentando. Apenas una página
entre cuatrocientas cincuenta. Pero una página muy importante.
De las otras cuatrocientas cuarenta y nueve ya hemos dado nues­
tra opinión. Se leen muy bien. Permiten conocer mejor a la Com­
pañía. A
la de siempre y a la de hoy. Pero esa última es la fun­
dan1ental. Han hecl10 examen de conciencia y comienza la con­
fesión de boca. ¿Existen el dolor de corazón y el propósito de la
enmienda? Mucho nos tememos que todavía no. Pero es un paso
importante.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA C!GOÑ'A
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