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Número 401-402

Serie XLI

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Francisco Gil Delgado: Conflicto Iglesia-Estado

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dores, pero eso demostraría que el código no era de
conocimiento común a los samurais
8. 0 Las armas de fuego fueron introducidas por portugueses
y españoles, pero no solo son armas lo que llegan, se
produce al mismo tiempo un cambio profundo en la
organización y estructura del ejército, que pasa de los
comienzos de la Edad Media a la Edad Moderna. Esto
implica asimilar además
la mentalidad del que transmite
las armas,
la técnica y la "doctrina militar".
Si la tesis de esta nota se confirmara con otros datos, resulta­
ría
que la influencia del tradicionalismo católico fue mucho más
lejos de lo que se suponía, impregnando o influyendo
en la cons­
titución de la manera de ser japonesa.
ANTONIO MENDOZA
Francisco Gil Delgado: CONFLICTO
IGLESIA-ESTADO (')
Hablar de un libro escrito y publicado hace más de un cuar­
to de siglo requiere
una explicación. Sobre todo no siendo una
obra extraordinaria que se recomiende a los lectores por su
intrínseco valor.
Su autor es un canónigo sevillano, nacido en
Riotinto en 1929. El libro es oportunista. Se escribió para un pre­
mio, el "Espejo de España", y
no lo obtuvo. Pero, ya esctito, a
publicarlo si se consigue editorial.
Yo Jo tenía perdido en mi
biblioteca, entre
esos libros que uno nunca tiene tiempo de leer,
y me acordé de él con motivo de la aparición, ahora mismo, de
la biografía del cardenal Segura que acaba de publicar
en la BAC
el mismo Gil Delgado. Biografía de la que me ocuparé, si no lo
hace antes alguién más autorizado -,-cuántas veces se la recla1né
(*) Sedmay Ediciones, Madrid, 1975, 362 págs.
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a mis queridísimos y admirados amigos Maria Teresa y Antonio
Segura, sobrinos del cardenal y seguramente las personas más
capacitadas para
escribirla-y que me ha llevado a querer cono­
cer mejor a su biógrafo.
El libro, como oportunista, es desiguaL Comienza con la
Asamblea Conjunta de
1971 que seguramente fue lo que pensó
el canónigo podría interesar al jurado. La postura ante dicha reu­
nión de obispos-sacerdotes es absolutamente positiva.
Es decir,
los buenos
son los malos y los malos son los buenos. Está bien
contada, periodísticamente contada, pero desde esa perspectiva.
Hoy, cuando hemos comprobado los funestos resultados de
aquella reunión con una perspectiva de más de treinta años, nos
confirmamos en el acierto de nuestra oposición de entonces y en
la equivocación de quienes la sostuvieron. Y cuanto 1nás alta era
su jerarquía, peor.
Las páginas que dedica a los "enganches" y "desenganches"
de la Iglesia y el Estado desde los días de Felipe V son tan ele­
mentales y superficiales que no merecen el menor análisis. Y así
pasamos páginas hasta llegar a la "nueva etapa profética de la
Iglesia española". Hoy está tan desacreditado el profetismo, con
el
que se encubrió, o pretendió encubrirse, la pura heterodoxia
o el puro dislate,
que parece hasta absurdo hablar de él. Los
que, cuando estaba de moda, lo impugnamos, a sabiendas de
que nos autoencerrábamos en el integris1no, colocándonos al
margen de los "signos de los tiempos", comprobamos también
ahora nuestro acierto. Pero, si no lo decimos, nadie lo recono­
cerá porque los patrocinadores de la Conjunta y los profetas de
entonces, que eran los mismos, ponen hoy cara de no saber
nada ni de la Asamblea ni del profetismo. Algo así como cuan­
do en los años cincuenta se preguntaba a un alemán por Hitler.
Ponían cara de
no tener ni idea de quién había sido. Y sólo fal­
taba que nos dijeran: ¿no preguntarán ustedes por algún polaco
o algún holandés?
Bueno, pues la Conferencia Episcopal, muerto Morcillo y ale­
jado Guerra, ya mantiene "una actitud profética", lo
que crea ten­
siones con el Estado pese a qt1e Franco, y eso lo repit~ en nu1ne­
rosas ocasiones, será siempre un elemento de distensión.
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La derecha se molesta, los contestatarios se crecen, el pro­
blema vasco se envenena. Franco sigue poniendo "una
nota de
prudencia", aparecen los "Cristianos por el socialismo", monseñor
Guerra agudiza sus críticas, asesinan a Carrero,
"Tarancón al
paredón", casi le
pegan al obispo auxiliar Oliver, los curas presos
en Zamora se amotinan, los contestatarios toman la nunciatura, la
policía detiene a un grupo de católicos en Barcelona ... Y, como
traca final, el caso Añoveros. Todo ello relatado pormenoriza­
damente
y, sorprendentemente, con cierta asepsia. Y, oh sorpre­
sa, Arias Navarro, es "un presidente esperanzador para la Iglesia".
Yo creo que el mismo Arias, que se caracterizó por no contentar
a nadie, debió quedar agradecidísimo
al autor si leyó sus elogios.
Las multas a los sacerdotes, la Asamblea de Vallecas y el
intento
de un nuevo Concordato cierran estas ·páginas escritas en
un estilo periodístico pero que recuerdan unos hechos que fue­
ron muy importantes para el catolicismo español. Conforme se
avanza
en la lectura decrece el progresismo, aunque el libro está
escrito desde ese campo.
Si bien es cierto que con moderación.
Emprendemos, pues, con interés, y sin rechazo previo, la lectura
de la biografía del cardenal Segura. Aunque hubiéramos preferi­
do otro biógrafo.
Los lectores tendrán, Dios mediante, cumplida
referencia
de la misma.
FRANCISCO Jos~ FERNÁNDEZ DE LA C!GOlsA
Abel Hemández; CRÓNICA DE LA CRUZ
Y DE LA ROSA<'>
Cuando apareció el libro me negué a leerlo. Hubo tres pe­
riodistas religiosos, con carácter sacerdotal -se puede ser perio­
dista religioso y
seglar-, Arias, Aradillas y Hernández que me
parecían bazofia eclesial. Hoy, casi veinte años después de la
aparición del libro, lo he adquirido
en una librería de lance, a
(6) Argos Vergara, S. A., Barcelona, 1984, 213 págs.
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