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Número 401-402

Serie XLI

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Julián Casanova: La Iglesia de Franco

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
cas del Descubrimiento de América y este a modo de prólogo
constituido
por las etopeyas de Colón, de los reyes del Descu­
brimiento, los Reyes Católicos, del
papa del Descubrimiento
-Alejandro VI-y que también incorpora. un ensayo sobre el
Emperador Carlos
en la controversia de las Indias y una nota final
sobre
"la grandeza hispánica cuando los Austrias".
Vuelven a aparecer
en el volumen, bien editado, algunas de las
tesis más características del autor, expuestas con la misma pasión y
competencia de siempre. As!, expone que, desechadas las explica­
ciones de simple aventura marítitna renacentista, o de ambiciones
económicas, el Descubrimiento fue presidido por el ideal cristiano
medieval de Cruzada, con
la concreta intención de frenar la expan­
sión islámica:
"A favor del ánimo levantado, producto de la victoria
castellana sobre los musulmanes de Granada, se autorizó el pro­
yecto de vincularse por mar con los miticos reyes de Indias
y, en
alianza común, caerle por la retaguardia al Islam y rescatar el Santo
Sepulcro". Luego, advertidos los iniciales errores cosmográficos,
no
se torció el signo fundacional, como pudiera haber acaecido, sino
que
la cruzada se tomó en misión evangelizadora. Asi pues, la tie­
rra que pudo haberse llamado con justicia Cristianoamérica mues­
tra la grandeza hispánica de la Casa de Austria.
Libro hermoso y entusiasta para
un tiempo en que falta nos
hace recuperar el signo de la hispanidad común.
MIGUEL AYUSO
Junán Casanova: LA IGLESIA
DE FRANCO ,.,
Un libro absolutamente sectario, anticatólico y antifranquista,
que
puede tener una segunda lectura interesante. El autor, pro­
fesor de Historia contemporánea de
la Universidad de Zaragoza,
parece especialista en anarquismo. O, al menos, a eso ha dedi­
cado todos los trabajos que indica la contraportadilla del libro. Y,
si de lo que hay en el corazón habla la boca ...
(*) Temas de Hoy, Madrid, 2001, 323 págs,
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La tesis es sencillísima. La Iglesia española aprobó de todo
corazón, la sublevación militar de
1936, bendijo sus crímenes y se
aprovechó a tope de sus resultados. Pues ... , casi
sí. Sí a la prime­
ra, sin duda alguna. Sí a la tercera, sin duda alguna. No a la segun­
da, con algunas actitudes personales
tal vez penosas. Y escasas.
La estupidez al uso ha llegado a convencer al estúpido habi­
tual de
que toda sublevación contra un régimen elegido demo­
cráticamente es el mayor de los pecados y la mayor de las barba­
ries. Y como entre bobos anda el juego,
no llegan a entender
que, según esa regla, no se podría intentar derrocar a Hitler, que
fue elegido democráticamente. Cosa que les parecería maravillo­
sa. Todo régimen malo
debe ser derrocado por todos los medios
legítimos, incluso los legales. Claro que este "malo" tiene sus
graduaciones.
Si es levemente malo, habrá que procurar desem­
barazarse de él en unas próxitnas elecciones. Y sin poner de1na­
siada carne en el asador. Si es gravemente malo ya nos compro­
mete más directamente. Debemos participar en las ca1npañas
contrarias, hacer propaganda activa para derrocarle, dedicar a
ello trabajo y hacienda. Y
si es malísimo, pues acabar con él
como se pueda. Por supuesto que sin acudir a inedias intñnse­
camente perversos -terroris1no, por ejemplo-; procurando no
causar peores males que los que supone ese mal régimen -para
acabar con la dictadura de un -Stroessner, traer la de un Stalin­
' y siempre que sepa1nos que con nuestra acción tene1nos -posi­
bilidades de éxito. Vamos, que no pueden cuatro católicos chi­
nos, atacar la sede del Gobierno comunista. No conseguirán
nada más que hacerse matar
y represalias sin cuento sobre sus
hermanos en la fe:
Pues esto es lo que impone la moral cristiana. Lo demás son
consideraciones políticas. Riego contra Fernando VII, los sargen­
tos de La Granja contra María Cristiana, Espartero también contra
ella, Diego de León contra Espartero, y después Narváez, O'Don­
nell contra San
Luis, Serrano contra Isabel, Pavía contra la Repú­
blica,
Martinez Campos contra Serrano, Primo de Rivera, Sanjutjo,
socialistas y nacionalistas
en 1934, Franco y Mola en 1936 ...
¿Todos
son criminales de guerra? ¿También Maciá, Companys,
Prieto y Largo Caballero?
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Pero, el 18 de julio de 1936 "no era posible la Paz". No es un
testimonio franquista, es de Gil Robles, proscrito de la España de
la Victoria. Y aunque él no lo hubiera dicho. El odio sarraceno
que mostraron unos con otros, u otros con unos, lo acredita de
modo absoluto.
La mitad de los españoles quería matar a la otra
mitad. Y viceversa. Y así lo hicieron.
Es evidente, nadie lo pone en cuestión, que la Iglesia no par­
ticipó
en la preparación del Alzamiento del 18 de julio. En las
conversaciones que
hubo no participaron obispos ni delegados
de éstos. Tampoco se alzaron los militares para defender los
derechos de la Iglesia. Eran otros los motivos
que les llevaron a
la s11blevación aunque, en no pocos de ellos, pi~nso en un
Dávila, por ejemplo, pesarán también los agravios a la Iglesia. Y
es cierto también que la inmensa mayoría de los católicos
-es
imposible precisar el número pero creo que más de un noventa
por ciento-, pedían a Dios el golpe 1nilitar. Los testimonios son
irrecusables. Hasta de monjitas de clausura.
Producido el golpe,
y al no triunfar en los primeros días, se
desata una hecatombe de cruelísitnos asesinatos. No vacilo en la
palabra: asesinatos.
En a1nbos bandos. En el nacional se mata, en
vergonzosos paseos, a los partidarios de la situación política de­
rrocada: diputados, alcaldes, concejales
.. :, sobre todo socialistas,
y militantes de partidos y sindicatos de izquierda significados. En
el rojo se hace exactamente lo mismo. Diputados, alcaldes, con­
cejales, militantes carlistas, cedistas, falangistas, albiñanistas, de
Renovación Española. Y, además, a militares, todos, salvo los
adheridos a su bando; sacerdotes, todos; religiosos, todos; ricos,
casi todos; católicos militantes, todos; shÚplemente católicos,
muchos;
aristócratas, casi todos; terratenientes, no grandes terra­
tenientes, simplemente terratenientes, casi todos; profesionales,
salvo los adscritos, muchísimos. . . Desgraciadamente no es una
caricatura. Algunos se salvaron,
en ambos bandos, pero esas per­
tenencias eran
un seguro de muerte. Y ello, antes de que la Iglesia
dijera
una palabra sobre nada. Expectante pero sorprendida.
Porque a la Iglesia
no le dijeron ni el día ni la hora. Que se ale­
gró del día.
Es evidente en donde triunfó. En los otros lugares, ese
mismo día comenzó su Calvario. Pero no un Calvario analógico,
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metafórico, no. Un horrible, trágico y glorioso Calvario de autén­
tica sangre, de horribles martirios.
España se despertó
en un baño de sangre. Unos se apunta­
ron a
él desde el primer día, otros quedaron sorprendidos y para­
lizados ante la tragedia. No era fácil la reacción. Para unos
si. Se
dejaron matar, sin una apostasía, perdonando a los asesinos. A
los otros les era más difícil la reacción. ¿Qué iba a hacer el párro'
co de un pueblo de la España nacional ante la noticia de que
habían asesinado a uno o a tres de sus feligreses? Si ni sabía quié­
nes eran los asesinos. Aunque se los pudiera imaginar. Y, el obis­
po. Al que un día le llegarían noticias de lo ocurrido en la capi­
tal de su sede
y, después, el rosario de los pueblos. En aquellas
horas
en las que no sabía bien quienes eran las nuevas autorida­
des ni cual era el plazo
en el que ejercerían su autoridad ... ¿Sería
él el próximo "paseado" si el coronel o el comandante que ha­
bían proclamado el estado de sitio eran derrocados por los corre­
ligionarios de los "paseados"?
Pues, esta es la tesis principal del libro que comentamos.
El
silencio cómplice de la Iglesia ante los asesinatos de la España
nacional. Ante los asesinatos "calientes", de primera hora, produ­
cidos
en los ptimeros días del Alza1niento.
Los testimonios aducidos, sin referencias documentales, hay
solamente
un índice bibliográfico pero sin referencias en el texto
al mismo, salvo la cita de algún autor que, en ocasiones no figu­
ra
en la bibliografía, son por su ocasionalidad, deplorables. Entre
los curas, como entre los notarios, los peones camineros, los
ingenieros de Telecomunicaciones o los secretarios de Ayunta­
mientos,
puede aparecer de todo. Santos, muy pocos, pasables,
la 1nayoría, malos, algunos y pésimos, pocos. Pues la escasa
nómina que facilita Casanova es deplorable.
Yo no sé si es cierto que Luis Fernández Magaña, "adminis­
trador del conde de Rodezno" y "coadjutor de la parroquia de
Murchante" fuera
el requeté que daba los tiros de gracia a una
serie de presos de la cárcel de Tafalla que fueron "paseados" el
21 de octubre de 1936. Si así ocurrió, ¡pobre sacerdote! Y a lo
mejor creyó que hacía una obra de misericordia aliviando la ago­
rua de los moribundos. Malvados, o enfermos mentales, los hay
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en todos lados. Pero un caso entre miles y miles de sacerdotes,
¿qué dice? Estoy seguro de que habrá alguna fulana entre las
mujeres
de los diputados socialistas, o entre las de los abogados
del Estado, o entre las de los oficiales de la Guardia
Civil ¿Dice
ello algo sobre las restantes? Evidenten1ente, no. Los otros casos
aducidos no certifican nada más. Y esta1nos seguros de que si
Casanova pudiera aportar mil ejemplos más los hubiera aporta­
do. Basura, miserias humanas, y escasísima basura y escasísimas
miserias. Tuvo que haber más. Seguro. Pero también estoy segu­
ro de que, dado el inmenso amor que esta gente tiene por nues­
tra Santa Madre Iglesia, cuando no pueden aportar más casos es
que debió haber poquísimos más.
Constan, en cambio, actuaciones de signo contrario a las adu­
cidas por Casanova. Y, alguna, la aporta él mismo. Aquel gran
hombre de Iglesia que fue el entonces obispo de Pamplona
y,
después, arzobispo de Valencia, Marcelino Olaechea, el 15 de
noviembre de 1936, protestaba contra la sangre derramada fuera
de las trincheras. Podríamos aducir bastantes 1nás. Mencionemos
solamente al obispo canado Pildáin, que con su valiente actitud,
incluso con presencia ffsica, clausuró una penosa sima isleña.
En cuanto a lo de bendecir el alzamiento ... De todo corazón.
Era
una cuestión de supervivencia. No ya personal. Que también.
De
la religión en España. Era ello tan evidente que hasta el
1nis1no Casanova viene a reconocerlo.
Su capítulo sobre el martirio de la Iglesia española, en el que
sigue fundamentalmente a Antonio Montero, es concluyente. Y lo
mejor del libro. Claro
que podría decir mucho más, hasta tres­
cientos, o trescientos mil, libros más, pero lo dicho, dicho está. Y
es bastante concluyente.
¿Franco se benefició del apoyo de la Iglesia? Claro.
¿La Iglesia
se benefició del franquis1no? Mucho. Pues, si estamos de acuer­
do, ¿para qué comentarlo más? Matices, muchos. Pero el libro,
creo que
no vale la pena que le dediquemos más atención. Lo
que a él le parece bueno, es malo. Lo que a él le parece malo,
es bueno.
Lo del final, ¿concluida la guerra o, algo antes, ocupa­
da la zona
roja? Tampoco quiero entrar en ello. Certificar que un
asesino era un asesino era hasta una obligación moral. ¿Que a
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Casanova le hubiera gustado que todo cura mintiera diciendo
que era un santo quien era un asesino? No lo podemos asegurar
¿Imaginar? Que cada cual piense lo que quiera. ¿Que la represión
fue dura? Estamos seguros. ¿Pudo ser más benévola? Ciertamente.
Pero también estamos seguros
de que hubo asesinos que tuvie­
ron mucha mejor suerte que aquellos a los que ellos asesinaron.
No deseamos
buena suerte al libro de Casanova. No la mere­
ce. Pero, publicado, estamos seguros
de que habrá lectores que
serán capaces de entenderle bien. La historia pesa más que el
oportunismo político de algunos historiadores.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOiSIA
AA. VV.: LA DIFESA DEL REGNO:
GAETA, MESSINA, CIVITELLA DEL TRONTO'''
El libro reúne cuatro estudios sobre los últimos momentos
del Reino de las Dos Sicilias.
En el primero Silvio Vitale, la figu­
ra más representativa de la historiografía napolitana tradicionalis­
ta, presenta la situación del Reino en el momento de la agresión
piamontesa, mostrando la falsedad de los tópicos de la versión
oficial del liberalismo y,
en consecuencia, la situación normal y
próspera del Nápoles del
segundo 'tercio del siglo XIX. En el
segundo, y más extenso, Maurizio Di Giovine, conocido por su
volumen sobre la República partenopea de 1799, trata de la
defensa militar, con particular referencia a la resistencia en Gaeta,
Messina y Civitella del Tronto. Se ocupa luego de la prolongación
bélica
en el denominado "brigantaggio". En el tercero, Gennaro
De Cresenzo, autor también de un libro sobre los sucesos de
1799, se ocupa del carácter popular de la defensa del Reino.
Mientras que, en el cuarto1 Giovanni Turco expone el juicio que
la gran revista católica del momento, La Civtltá Cattolica, de la
Compañía
de Jesús, dio sobre los sucesos bélicos.
(*) ll Giglio, Nápoles, 2001.
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