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Número 407-408

Serie XLI

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Gonzalo Puente Ojea: Mi embajada anta la Santa Sede

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
de Maurras que les acusaba de silenciarlo, ni tampoco podían
elogiarlo sin darle la razón a Maurras, que descubña
un Fuste!,
nacional
y tradicional, que habían desconocido o ignorado.
La cuestión de la relación perjudicial entre historiograffa y
política, el enfrentamiento entre la elaboración histórica y el par­
tidismo político,
y la difícil, cuando no imposible, objetividad en
el historiador marcado por la ideología política, surgen con natu­
ralidad a lo largo
de este estudio sobre Fuste!.
La obra contiene una amplia selección de textos (págs. 221-
417)
de Fuste!, que explican, tanto el aprecio de los nacionalistas
monárquicos hacia el partidario de una república aristocrática
y
corrector de los males del sufragio universal mediante la repre­
sentación de intereses, como su rechazo por los republicanos
demócratas.
ESTANISLAO CANTERO
Gonzalo Puente Ojea: MI EMBAJADA
ANTE LA SANTA SEDE,.,
Penoso libro. Que es el colofón frustrado de una vida frus­
trada. Siempre me ~orprendió en las múltiples intervenciones
televisivas del personaje su gesto hosco, su actitud atrabiliaria
y
desconfiada, su autoestima constantemente proclamada y reivin­
dicada si pensaba
que alguien la menoscababa... Tras la lectura
de este texto se entiende todo. Porque, ¡qué fracaso la vida de
Puente Ojea! Y el fracaso continuado termina reflejándose hasta
en la cara.
Un joven, seguramente brillante e inteligente, ingresa en la
carrera diplomática.
La vida le sonreía y todo hacia suponer un
futuro brillante en el que los triunfos se sucederían como las fies­
tas, recepciones, embajadas, conocimiento de personalidades ...
Por entonces, aquel joven prometedor tenía afanes apostólicos
(') Foca, Madrid, 2002, 621 págs.
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que le llevaron a militar entre las nuevas generaciones de los pro­
pagandistas. Y hete
aquí que se le cruzan dos demonios que
entre si se potencian y que terminan desbaratando aquel futuro
prometedor.
El joven, o ya menos joven, pierde a Dios y se
encuentra a Marx. Y como no perdió nunca los afanes apostóli­
cos pues siguió en ello aunque ahora fuera otro el objeto de sus
afanes.
En Espafia mandaba Francisco Franco. Que no se metía
mucho en si uno creía en Dios siempre que no fuera dando
demasiado la tabarra con lo de su ateísmo. Lo otro, lo de Marx,
ya le fastidiaba más aunque posiblemente no tuviera demasiada
idea de lo
que aquello era. Le bastaba con un raciocinio ele­
mental.
Si Marx era el padre del comunismo, los que se declara­
ban sus hijos son mis enemigos. Como digo, elemental, pero no
muy desencaminado.
Tuvo suerte Puente Ojea de
que en esos momentos ya el
gobierno de Franco era bastante benévolo y
no le mandó a la
cárcel.
Ni siquiera le echó de la carrera. Pero los buenos puestos
eran para otros. Y ya se vela jubilado sin haber pisado una emba­
jada salvo
de visita. Muere Franco, llegan a1 fin los socialistas, y
aunque se lleva
el gran disgusto de que el PSOE renuncie al mar­
xismo, le queda al menos la esperanza de
que en sus últimos
afios
pueda al menos disfrutar de los brillos de una carrera que
hasta entonces se le habían negado. Pues, tampoco. Femando
Morán, de parecidísima trayectoria incluso
en el gesto desabrido,
le hace Subsecretario.
Es decir, le da el trabajo pero no el luci­
miento. Hasta que por fin y tras no poca insistencia, consigue una
embajada de dulce: el Vaticano.
Cabrían consideraciones psicológicas sobre el empeño de Puen­
te. ¿Por qué
un anticomunista rabioso puede pedir la embajada de
Cuba?
¿O un judío la de Arabia Saudí? ¿O un antiyanky declarado la
de Washington?
¿Volvemos a los afanes apostólicos? ¿Quería Puente
convertir al Papa y a los cardenales a su
ate!stno> ¿Quería sufrir vien­
do el esplendor de lo que odiaba? ¿Conocer mejor al enemigo? Va­
yan ustedes a saber. Porque si lo que quena era el relumbrón de una
buena embajada había bastantes otras que podían haber satisfecho
la sequía de tantos años. Sin crear los problemas que se crearon con
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su nombramiento. Porque que España enviara al Vaticano un emba­
jador ateo y marxista era,
por lo menos, ganas de incordiar.
Obtenido, con dificultades y retraso, el
placet comienzan
unos breves
días de vino y rosas. Puente está encantado, los car­
denales le parecen encantadores, inteligentes, amabilisimos
... Los
visita de uno en uno, los invita a la Embajada, se deshace en elo­
gios de todos o de todos menos uno, cada vez que se encuentra
con alguno de ellos se lo cuenta a su "respetado y querido minis­
tro" dándole a entender que hasta su llegada no había habido
prácticamente ningún embajador de España ante la Santa Sede
...
Tiene todas las puertas abiertas, le aprecian hasta extremos insos­
pechados y hasta ya
no le parece tan malo el Opus Dei. Sus rela­
ciones con Martínez Somalo son ya de verdadero enamoramien­
to recíproco. Disfrutaba tanto que el lector llega a sentir cierta
pena de que se le terminara el caramelo. Pobrecillo, para una vez
~n la vida, a sus años, que era feliz ...
Pero otro enamoramiento, este ya en el sentido real de la
palabra, se le cruza ahora en el camino, como ames se le había
cruzado Marx y se había alejado Dios. Con lo
que además de
tener
un embajador en el Vaticano ateo y marxista lo íbamos a
tener también divorcíado. Habrá sin duda personas
que crean
que, con más de sesenta años, es maravilloso que renazca el
amor con una '.nueva mujer, abandonando a la primera. Yo creo
que lo realmente maravilloso es seguir, a los sesenta años, ena­
morado de
tu mujer. Lo otro es un nuevo fracaso que intenta
paliarse de algún modo. Incluso llamándole amor. Y como por el
libro nos enteramos de que la nueva mujer era viuda, terúa cua­
tro hijos ... y de él no queda la menor constancia de progenie, tal
vez sea porque no existiera. ¿Un fracaso más?
Y el cuasi definitivo, porque aun hay otro al que nos refe­
riremos después, el embajador feliz, el embajador perfecto,
es
puesto por su querido ministro de patitas en la calle. Sin expli­
caciones, o cuando se dan, peor: lo hacía
fatal, en el Vaticano le
tenían aislado
... Indignación de Puente a quien sólo le queda el
recurso del pataleo.
¿Los culpables' No los oculta: Felipe Gon­
zález
y, sobre todo, su ministro, Francisco Fernández Ordóñez.
Del amor
por éste pasó a un odio africano. Además, contribuye-
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ron, confusamente, no se sabe ni como ni cuandd, el nuncio ·
Tagliaferri, el cardenal Suquía y otros cuyo nombre no desvela y
que da la impresión
de que ni conoce. '
Y el último de los fracasos, el inmenso fracaso·
de Puente
Ojea. Está tocando ya los
ochenta años --exactamente ha cum­
plido setenta y
ocho el 21 de julio pasado (2002)-, ha dedica­
do numerosos libros, artículos, conferencias, comparecencias
ante la radio y la televisión a denunciar la gran falsedad del
catolicismo,
pues ... los muertos que vos matais gozan de buena
salud. Sus argumentos, tan parecidos a los del siglo XVIII, no han
hecho la más mínima mella en la Iglesia católica. Es más, aun­
que él los crea importantísimas aportaciones a la desmitificación
eclesial, nadie los utiliza, ningún
pensador serio los cita --evi­
dentemente no tengo por pensador serio- al señor Savater~,
se va a ir a la tumba, cosa en la que no tengo la merior prisa,
como también me tendría sin cuidado que volviera a conocer el
amor, una vez más, a los ochenta años, sin que la Infame sea
aplastada.
¿Es o no una vida fracasada? Me parece que pocas le supera­
rán
en el fracaso. ¿Y el libro? Pues es un centón de sus informes
a Madrid y de los artículos de prensa
que se refieren a él. Los
informes no informan prácticamente de nada salvo del entusias­
mo que despierta su persona en los distintos cardenales. No falta
algún hipócrita que los considera geniales y asi se lo dice.
Coincidiendo totalmente
con la opinión que el redactor tenía de
si mismo. Libro, pues, absolutamente prescindible. Porque,
¿a
estas alturas, a quién le importa el fracaso existencial de don
Leoncio Gonzalo Puente Ojea, aún en 1982 ministro plenipoten­
ciario de segunda clase?
FRANCISCO JOSÉ FERNANDEZ DE LA Cioo1"A
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