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Número 407-408

Serie XLI

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Mª Rosa Madariaga: Los moros que trajo Franco

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Libro muy importante. Cuya lectura recomendamos. ¿Defectos?
No se los encontramos. Tal vez
uno de mdole formal y \le escasísi­
ma entidad.
Lo apretado de la impresión. Apenas hay márgenes. Se
nos antoja que, tratándose de una editorial modesta ha querido
ahorrar páginas reduciendo márgenes.
Y, con tantos miles de nom­
bres, era imposible que
no se deslizara algún error. El propio autor
lo reconoce y pide correcciones con vistas a una posible nueva edi­
ción. Yo apenas las he encontrado y alguno de ellos es pura errata
de imprenta como llamar Teófico al dominico Teófilo Urdánoz. Un
lapsus, en cambio, es considerar a mosén José Ricart Torrents vica­
rio en la clandestinidad en Barcelona cuando en aquellos tiempos ·
sólo era seminarista (pág. 38).
El mismo Tovar atribuye el cargo, en
otra página, a quien verdaderamente lo desempeñaba, don José
Torrents Lloveras (pág. 303). Minucias que
en nada empañan un
empeño colosal que Tovar ha conducido espléndidamente.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGO! M. • Rosa de Madariaga: LOS MOROS
QUE TRAJO
FRANCOC'l
l. Introducción
La época actual se caracteriza por la abundancia de conti­
nente
con poco contenido, como decía D. Alberto Galarreta para­
fraseando a Ortega y aplicándolo a los medios de comunicación.
Efectivamente, en todos los campos de la comunicación,
desde la industria editorial hasta la televisión, pasando por la
radio o la prensa,
uno de los mejores medios de ocultar y mani­
pular la información
-sin que sea preciso tergiversarla burda­
mente como resulta frecuente y
pone de manifiesto J ean Fran~ois
Revel en El conocimiento inútil-es aplastar al sujeto con una
superabundancia de información anodina, cuando no sesgada,
(6) Ediciones Martínez Roca, S. A., Barcelona, 2002.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
dándole la impresión de que tiene una amplia gama de perspec­
tivas de información libre.
Este ha sido
el caso, durante los últimos años, del tratamien­
to de la Guerra
Civil española (1936-1939) y que curiosamente, si
bien en general con inferior calidad, rebasan ampliamente el
carácter sesgado de las obras editadas
en el exterior hasta el año
1976
que aunque prohibida su distribución en España, como es
el caso de lo editado
por Ruedo Ibérico o editoriales argentinas o
mexicanas, estaban profusamente presentes en buena parte las
librerias del país.
Me acerqué al libro de referencia, atraído por el título y en la
confianza de conocer mejor
una faceta de la Guerra del 36 insufi­
cientemente tratada, pero
me encontré con una obra que me pare­
ció mediocre sin más interés
que alguna anécdota o testimonio de
primera mano curiosa
y pensé que había perdido el tiempo a pesar
de
que debo confesar que no conseguí terminarla. Teniendo en
cuenta esto, no merecerla la pena mencionarla, si no fuera por ser
un paradigma de lo que desde hace bastantes años se pretende
fabricar, con
el fin de ocultar o al menos minimizar las causas de
tipo religioso e ideológico que originaron la Guerra
Civil.
Todos los historiadores reconocen -algunos a regañadien­
tes-que la guerra civil 36-39, o quizás mejor "octubre del 34 -
abril del 39", tuvo unas implicaciones religiosas tan patentes y de
tal magnitud, que no es exagerado llamarla cruzada o guerra o
guerra
de religión, incluso con más propiedad que muchas otras
admitidas como tales
por la historiografía clásica. Por otra parte,
tal denominación se empleó hasta el abuso incluso para la cam­
paña americana en Europa durante la II Guerra Mudial, como
"Cruzada
en Europa" o la campaña alemana en la URSS durante
la misma guerra.
La evidencia del profundo carácter religioso de la Guerra Civil
resulta clara mirando el campo nacional en el que una buena
parte de los combatientes estaban convencidos de luchar por la
supervivencia de su cosmovisión católica de
la existencia y de la
propia Patria. Ese carácter resulta todavía más patente contem­
plando el reverso, puesto que en el bando gubernamental o rojo
la persecución tuvo un tinte mucho más intenso en su vertiente
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religiosa que politica, hasta el punto de que el asesinato sistemá­
tico de sacerdotes y religiosos solo guarda parangón
con la repre­
sión en la Vandea durante la Revolución Francesa o la perse­
cución de los jud!os por los nazis en los años 40, con la parti­
culatidad de
que el porcentaje de sacerdotes asesinados en las
diócesis controladas
por el gobierno de la República, probable­
mente sea muy superior
al de jud!os en las mismas circunstancias
en la Europa ocupada por los alemanes.
Las tesis que machaconamente se repiten hasta convertirse en
un tópico aceptado como una premisa por pretendidos historia­
dores
que se consideran más o menos "progres", pueden resu­
mirse en lo siguiente: "Un gobierno legal y democrático, respal­
dado
por el pueblo, y formado o apoyado por un conjunto de
partidos de tinte liberal y progresista de izquierdas,
que conviven
pacíficamente, es agredido
por el Ejército, formado principal­
mente
por moros y legionarios, apoyados y financiados por los
capitalistas, la Iglesia, los nazis y los fascistas".
Con ello se pretende disimular cualquier matiz religioso
en el
conflicto. Aunque desconozco los antecedentes de la autora,
tengo la impresión de que la obra que comento es tan deficien­
te
que no responde a un plan premeditado en este sentido, sino
que simplemente trata de seguir una moda o un esquema que se
ha impuesto en determinados ambientes.
11. "Los moros que trajo Franco ... "
En el prólogo se percibe la inclinación de la obra, al deno­
minar a las dos facciones en la Guerra Civil, llamando (pág. 16)
a los que integraron el campo gubernamental, rojo o republi­
cano, como republicanos, antifranquistas y de izquierda y a los
integrantes del
bando nacional como facciosos, rebeldes y fran­
quistas. Con lo sencillo que es dar la impresión de coherencia y ecua­
nimidad
-al menos aparente-bien llamado a ·cada bando tal
como lo denominaban los adversarios o a como se reconoáan
ellos mismo. En lugar de eso, busca una forma mixta, elaborada
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más recientemente, tratando de aplicarles a unos una etiqueta
edulcorada
y aparentemente más aceptable, eliminando la de
rojos con
la que frecuentemente se llamaban ellos mismos y apli­
cando a los adversarios del
bando nacional una mezcla de los epí­
tetos pretendidamente más descalificadores del pasado
y de la
actualidad. Curiosamente la imagen
de un Ejército sublevado casi profe­
sional, fonnado
en gran parte por moros, han contribuido a for­
marla
en el pasado, y aún lo hacen, divulgadores de ideologías
de signo dispar.
Por otra parte,
y aunque ahora pueda resultar extraño, los
moros del
Rif se consideraban en buena parte a sí mismos como
españoles
de África, hasta el punto de que cuando oían a un
español hacer la distinción de españoles y moros, solían puntua­
lizar molestos: "europeos y africanos".
Durante
el Régimen de Franco, se quiso evitar la impresión
de un Ejército dividido y se dio a entender que efectivamente el
Ejército se sublevó, cuando la realidad
es que prácticamente el
50% de la tropa y más de la mitad de los generales y altos man­
dos permanecieron fieles
al gobierno republicano, como ocurrió
con el resto de la población y como se pone de manifiesto en
cualquier historia que mencione el tema y utilice datos en lugar
de tópicos.
Al mismo tiempo en el entorno del Régimen, el deseo de
reconciliación e integración y la vergüenza de pertenecer al
mismo pueblo que cometía tales desmanes, trató de disimular, o
mejor dicho poner sordina, a que los incendios, saqueos y miles
de asesinatos de sacerdotes, religiosos y seglares, fueran realiza­
dos con el consentimiento, la participación o la complicidad de
los diferentes gobiernos republicanos, tanto centrales como peri­
féricos
-incluido el confesionalmente católico del PNV-, de
gran parte de las organizaciones de los partidos y
no pocas veces
jaleados
por parte del propio pueblo.
Respecto a los moros,
la legión y al llamado pomposamen­
te Ejército de África, se le dio una relevancia exagerada con la
pretensión de halagar a Franco y darle una relevancia indis­
cutible.
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La división del Ejército, con cierta ventaja gubernamental en
cuanto a material (aviación, marina y parques de artillería), está
muy estudiada y suficientemente probada.
La complicidad del
gobierno republicano y
de los partidos en los asesinatos, incen­
dios y saqueos del patrimonio religioso, histórico, artístico e
incluso de bienes particulares, también.
El predominio del parti­
do comunista y la persecución implacable, con traiciones y ase­
sinatos incluidos,
sufiida por los trotskistas y anarquistas en el
propio
bando republicano, ha sido igualmente probada de sobra.
En cambio,
no ha pasado lo mismo -al menos que yo conoz­
ca-con la valoración de las tropas de origen afiicano.
El propio Arzallus, que nos tiene acostumbrados a las más
pintorescas intervenciones, af1rma, y cito de memoria, que "como
cuando Franco les mandó a la morisma para conquistar Euskadi".
Por lo visto
-con esa denaminación despectiva-confunde la
txapela de las Brigadas Navarras, formadas
en buena parte por
vascos y navarros junto con soldados de otras regiones, con el
vistoso turbante moro
de los regulares, por cierto encuadrados en
los tábores por casi un tercio de españoles, entre los que se
encontraban también
una buena parte de oficiales y suboficiales
vascos y navarros.
A pesar de lo anecdótico de esta muestra de la persistencia
del tópico, resulta
que no se debe solamente a la propaganda o
a la televisión, si comprobamos como queda reflejado
en la frase:
"le quedaba solo a la Santa Sede conseguir
que las Brigadas Na­
varras y la horda mora reservaran un trato más 1nórbido o menos
brutal, a los católicos separatistas". Tan increíble perla literaria,
no aparece en un panfleto de ETA, sino en la página 211 de
Historia de España 13, 1 (España Actual -La Guerra Civil, 1936-
1939},
de varios autores y editada nada menos que por Gredas
en el año 1989. Es decir, publicada en una editorial hasta hace
poco de gran prestigio, lo
que indica a su vez donde ha caido el
nivel intelectual de la sociedad española.
Independientemente
de que la persecución religiosa en el
minúsculo enclave gobernado
por el PNV no fue ni mucho
menos benévola como lo demuestra el asesinato de 54 sacerdo­
tes, lo más curioso
es que la frase está en el capitulo dedicado a
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INFORMACIÓN BJBLIOGRAFICA
la Campaña del Norte, y dos páginas después de incluir la des­
cripción
de las fuerzas nacionales que llevan a cabo la ofensiva
formada
por "32 batallones de las Brigadas Navarras y 7 de la bri­
gada de Flechas Negras con oficialidad predominantemente ita­
liana, mandos intermedios mixtos y tropas españolas, salvo la del
batallón
de asalto italiano", que se enfrentará "a los 63 batallones
del
Cuerpo
de Ejército Vasco", teóricamente muy superiores,
sobre todo si se tiene en cuenta que sólo teman que defender la
pequeña franja de territorio que gobernaba el PNV desde el
comienzo de la guerra y
que apenas sobrepasaba los 2.000 km'.
El propio Ricardo de la Cierva (1), citando a otros autores
como
J. Salas o R. Cerezo da la cifra de 89.861 del total de hom­
bres que pasaron
de África a la Península, de los que estima que
casi 70.000
son voluntarios de Marruecos. En esta cifra gustosa­
mente coinciden incluso historiadores claramente sectarios.
Lo
curioso es la base de la estimación, que se circunscribe al número
estimado
de personas que pasaron el Estrecho, cifra seguramente
exacta,
pero de la que se deben deducir los que volvían a África
de penniso o por otra causa o simplemente habían llegado antes
de la PellÍnS\lla para integrarse en las unidades de Marruecos, ins­
truirse e incorporarse a uno de los frentes más adelante.
m. Datos
La autora de Los moros que trajo Franco ... , cita en la página
187 al capitán inglés Francis Horace Mellor, autor
de Morocco
Awakas en 1939, y que afinna que la zona española no estaba en
condiciones de mantener una cifra superior a 25.000 hombres.
Sin embargo,
en la misma página un poco más adelante, dice
que la
cifra que estima es muy superior, y se basa en que la pobla­
ción musulmana
de Marruecos español en 1936 la estima en unos
750.000 habitantes, partiendo del censo de 1928
de 555.150 habi­
tantes y del de 1938
de 810.418. De esto deduce que el número de
soldados debió de ser de 75.000, el 10% de la población.
(1) Historia de la Guerra Civil Espa:flola (3.ª ed., Ed. Fénix, 1996), pág. 203.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Las estimaciones de población de la autora, coinciden con las
cifras del anuario estadístico de población de 1940, que da la
cifra
de 914.067 musulmanes, a los que hay que sumar 62.438 espa­
ñoles
en la zona, más otros 136.000 de la población de Ceuta y
Melilla.
Sin embargo, suponer que el número de voluntarios es el
10% de la población es un despropósito, teniendo en cuenta
que en cualquier guerra con una movilización total ese es
prácticamente el limite, que no llegó a alcanzarse en la Guerra
Civil (aproximadamente el
6% de la población) a pesar de lle­
gar a una movilización casi total. Es más, esa proporción ni
siquiera es aplicable a la población española del norte de
África, incluyendo Ceuta y Melilla,
que era de unas 200.000
personas y
de la que difícilmente se movilizarían 15.000 espa­
ñoles (7,5%).
Por otra parte, y
aún sin tener datos precisos, cualquiera que
conozca mínimamente el Rif, en cualquier época posterior a la
Guerra Civil y de manera especial entre los años
50 y 70, sabe
que no era raro encontrar a hombres que teniendo una edad
entre 16 y 30 años en el año 36, habían luchado como comba­
tientes
en la guerra civil, pero la mayoría, como es lógico, no
habían sido soldados españoles.
Suponer
que se llegó a movilizar el 3% de la población del
Rif, representa que aproximadamente un tercio de los musulma­
nes de edades comprendidas entre
17 y 30 años, eran soldados
voluntarios
en el Ejército español, lo que parece demasiado pero
si posible, y al mismo tiempo es muy improbable que se sobre­
pasara ese limite.
Es decir, daría una cifra de 22.500, que se apro­
xima a los 25.000 hombres
que da como limite el ya menciona­
do capitán inglés Francis Horace Mellor.
Sin ser exactamente comparable, baste a titulo de ejemplo lo
ocurrido poco después
con los voluntarios españoles en la cam­
paña de Rusia de 1941-1944, en que a pesar de una fuerte moti­
vación, el número de voluntarios que pasó
por la División Azul
(unos 16.500 hombres), apenas llegó a 40.000.
Lo mismo podría
decirse de los voluntarios judíos
en una brigada británica duran­
te la Il Guerra Mundial.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Otro argumento que se maneja frecuentemente es el atracti­
vo del sueldo para alistar a unos mercenarios. Sin embargo, debe
tenerse en cuenta que la soldada era de 5,25 pesetas/día (2), supe­
rior a 1 peseta/ día que se pagaba a los soldados de reemplazo
del Ejército Nacional,
pero muy inferior a las 10 pesetas/ día que
pagaba el gobierno de la República a los soldados movilizados
obligatoriamente
por su quinta, y que resultaba muy atractivo en
comparación con las 3 pesetas/día de jornal de un obrero en
aquellas fechas, convirtiéndolos probablemente en los soldados
mejor pagados del mundo, al nivel de los oficiales del Ejército
Nacional.
Por mucho esfuerzo de propaganda
que se hiciera, incluso
asimilando la guerra civil
con la Guerra Santa, planteada la gue­
rra como
un conflicto entre los hombres de fe y los enemigos de
Dios, difícilmente eso podía ser decisivo.
Por cierto, el contenido religioso de
la guerra, había sido un
éxito entre los musulmanes, hasta el punto que aún 10 o 15 años
después
de terminada la guerra, uno de los epítetos más descali­
ficadores o insultantes utilizados
por los moros era: "tu estar rojo".
Ese pretendido insulto no tenía ninguna connotación política, a
la que eran totalmente ajenos, sino que la traducción podría s.er:
tu eres un hombre sin fe, que despredas todo Jo sagrado y que
odias a Dios. Para un musulmán esto hacía indigno a cualquier
hombre.
Esta faceta religiosa
son incapaces de comprenderla los lla­
mados progres, y así queda patente
en la opinión del autor de
España
y el Norte de Áli'ica: El protectorado en Marruecos (1912-
56) (3), cuando en la página 159, nota 31, mencionando al ara­
bista
Asín Palacios, y su artículo "Por qué lucharon a nuestro lado
los musulmanes marroquíes", dice que es poco explicable esta
interpretación religiosa.
Pasando ahora a una estimación con una base realista, las
cifras quedañan como sigue:
(2) VfCTOR MORALES lEZCANo, España y el Norte de África: El protectorado en
Marruecos ([9I2-56}; edhado por U.N.E.D., 1986, pág. 129.
(3) Ibídem.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
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EJ~RC!TO EN ÁFRICA EN JULIO DEL 36 (4)
europeos........................ 24.831
moros............................. 8.809
---
total...................... 33.640
Debe tenerse
en cuenta, en estas cifras tomadas del anuario
de 1936:
a) Que son teóricas sobre el papel y sirven de base a los pre­
supuestos
y, por tanto, por encima de la realidad, sobre
todo
en cuanto al número de moros, como saben los ofi­
ciales
que sirvieron en Marruecos.
b} Habria que deducir el personal militar que permaneció
favorable al gobierno, aunque
no fue muy numeroso.
Estas
son las cifras máximas del llamado exageradamen­
te Ejército
de África, formado por 8.800 musulmanes y menos
de 25.000 españoles,
de los cuales unos 4.500 formaban en
la Legión, todos ellos encuadrados en unidades tipo batallón,
con muy escasa artillería, muchos mulos y casi nula motori­
zación. Es decir, el equivalente numérico a dos divisiones de
infanteria ligera con armamento anticuado y
de una eficacia
de combate muy inferior a dos divisiones francesas de infan­
teria de la I Guerra Mundial.
A

la cifra máxima inicial de 33.640,
habria que sumar a lo
largo de los 3 años de guerra,
un máximo de 15.000 españo­
les movilizados, de la población de 200.000 residentes
en el
Norte de
África, y un máximo también de 15.000 moros como
nuevos alistados.
Con esto llegariamos a unas cifras finales que
darian como
tope 63.640 movilizados procedentes del Norte de
África para
toda la contienda, desglosados
en un núnimo de 18.000
(4.000 moros y 14.000 españoles)
que permanecen en África,
(4) Ibídem, cuadro en pág. 118, que refleja el anuario de 1936.
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y un máximo de 45.640 (19.000 moros y 26.640 españoles)
que pasañan a la Península.
Estas
cifras guardan relación, si bien rebajando sensiblemente
el número, con las que daba el Deuxierne Bureau francés en aque­
llas fechas y que se reflejan
en la nota 37 de la página 159 (5), "a
mediados de 1937, había en el frente de combate peninsular 32.000
hombres del Ejército de África, mientras
que las guarniciones del
Marruecos español, muy
vadas durante los primeros meses de la
Guerra
Civil, contaban aproximadamente con 18.000 soldados".
De ser exactas estas últimas cifras, y el Deuxieme Bureau era
con mucho el mejor informado del mundo
en este tema, tendñ­
amos la cifra mucho más lógica, de un mínimo de 18.000 hom­
bres de guarnición
en Marruecos, durante un breve plazo (unos
5.000 moros y unos 13.000 españoles) y de 32.000
en la Penín­
sula (unos 8.000 moros y 24.000 españoles). A estas cifras
habña
que sumar un fuerte desgaste en bajas, que como máximo podña
alcanzar unos 5.000 moros y unos 7.000 u 8.000 españoles, que,
en parte, aunque alistados en el Ejército de África, eran proce­
dentes directamente de
la Península.
La bajísima cifra de un minimo de 18.000 hombres permane­
ciendo
en el Norte de África, tuvo que serlo durante un peñodo
de tiempo muy breve, puesto que el Norte de África estaba sien­
do sujeto a una triple amenaza.
Por
un lado la amenaza de sublevación de la propia pobla­
ción indígena
en armas hasta 9 años antes, cosa que el propio
gobierno
de la República trató de provocar, bombardeando cri­
minalmente la población civil indígena de la medina de Tetuán
el mismo 19 de julio del
36, por otro, la amenaza francesa con un
Gobierno de Frente Popular, desde su zona de protectorado y
cuya realidad ahora está probada documentalmente mediante la
existencia de planes concretos
en el peñodo 36-39 y, por último,
la amenaza de
un ataque por parte de las fuerzas del propio
gobierno republicano español
qtie disponía del control de la flota.
(5) RICARDO DE LA CIERVA, Historia esencial de la Guerra Civil Española, Edi­
torial Fénix, 1996, págs. 770 y 771.
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Lógicamente el reemplazo de tropas en África solo podia
hacerse desde
la Pen4Jsula con españoles y complementada con
el aislamiento de moros.
Si el número de musulmanes en la Petúnsula alcanzó en
algún momento la cifra de 15.000, cosa que como se ve es alta­
mente improbable, es
un número considerable pero de ninguna
forma decisivo, sobre todo teniendo en cuenta que estaban
encuadradas en unidades de infanterla ligera, tipo batallón (tabor
con unos 400 hombres), con
una incidencia sobre todo psicoló­
gica.
Es decir, en ningún caso alcanzó el 2% del Ejército Nacional,
salvo quizás durante el primer mes de guerra.
Iv. Conclusión
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1) Las cifras que se manejan en diversas publicaciones, y
concretamente en la obra de referencia, de 50, 60, 70 e
incluso 100.000 moros,
son totahnente arbitrarias y care­
cen de la más mínima base.
Aunque
no hubiera otros datos, existe prácticamente
la imposibilidad demográfica de llegar a esas cifras, inclu­
so sumándole las moras,
que según la autora pasaban en
gran número para ejercer la prostitución cerca del frente
y siguiendo a las unidades de Regulares.
Una estimación basada
en la demografia del Rif, y en
las estimaciones del Deuxieme Bureau francés indican
que la participación de musulmanes en el Ejército nacio­
nal (incluidos los 5.000
que permanecieron en África), en
ningún caso debió de alcanzar la cifra de 25.000, y pro­
bablemente a duras
penas sobrepasarla los 20.000, y eso
al final de la guerra. Esto nos darla una proporción máxi­
ma del
2% del Ejército Nacional.
Al final de la guerra, los ejércitos de ambos bandos
sumaban 2.000.000 de hombres (800.000 en el bando del
gobierno
y 1.200.000 en el bando nacional) (5), para una
población total de casi 26 millones de españoles, y con
una movilización que era de prácticamente todos los
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hombres útiles de 16 a 30 años, sin contar los voluntarios.
Lo que por si solo probaría hasta qué punto es pura fan­
tasía alcanzar
con voluntarios moros del Marruecos espa­
ñol, con 750.000 habitantes, la cifra de 60.000 hombres.
2) Curiosamente,
la pequeña y entusiasta participación de
los moros en la guerra no desvirtuarla su carácter religio­
so, sino que más bien lo reforzarla, si bien con el matiz
de lucha, por parte de los musulmanes, de los que creen
en Dios contra los que lo niegan u odian.
ANTONIO MENDOZA
Elena Calderón Cuervo: EL DISCURSO DEL NUEVO
MUNDO:
ENTRE EL MITO Y LA HISTORIA('>
¿Puede decirnos aquel epistolario singularísimo de los prime­
ros descubridores algo más
que historia y geograffa? Aunque la
respuesta parezca bastante evidente, y el estudio de estos docu­
mentos haya sido abordado
por muchos investigadores, la pres­
tigiosa escritora argentina, Elena Calderón, nos ofrece
un original
y atractivo ensayo,
que ahonda en la dimensión literaria del epis­
tolario del Descubrimiento. Colón y Vespucio
son los protago­
nistas. Ambos "hombres de oficio", como nos dice la autora,
redactaron aquellas impresiones bajo el arquetipo literario de una
"tradición italianizante", muy distinta a la de la generación de
conquistadores, españoles la mayoría. Esto en cuanto a su forma,
porque el contenido de estas "narraciones" epistolares, si bien
constituía
una experiencia absolutamente única y rebosante de
sorpresa, bebía
en gran medida de una crónica ya existente,
sobre todo, de
la marcopoliana. ¿Cómo se combina entonces la
experiencia nueva y la tradición literaria? Forma parte de ese dis­
curso
magnifico del descubridor, que la autora a lo largo de este
('') Ediciones Nueva Hispanidad, Buenos Aires, 2002.
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