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Número 411-412

Serie XLII

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Agustín Chil Estévez: Pildain. Cartas y documentos inéditos

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
La bibliograña citada que, supera las 300 obras, en español,
italiano e inglés y algunas
en francés, puede resultar de gran uti­
lidad a quién esté interesado tanto
en los aspectos científicos
como en los éticos y jurídicos.
ANTONIO DE MENDOZA CAsAs
Agustm ChH Estévez: PILDAIN.
CARTAS Y DOCUMENTOS
INÉDITOS~,
El sacerdote canario Agustín Chil Estévez, fallecido en 1998,
tenía prácticamente concluido, cuando le llegó la muerte, el com­
plemento, mejor que la segunda parte,
de la biografía que había
publicado
en 1987 del que fuera notabilfsimo obispo de Canarias,
Antonio Pildain. En
su día dimos cuenta (Ve1bo, 263-264, [1988],
págs. 565-568) del excelente trabajo de Chil y hoy podemos feli­
citamos
de la aparición de estas páginas que completan la sem­
blanza
de tan singular prelado. La carencia de monograñas sobre
nuestros obispos, que tantas veces hemos lamentado,
no existe ya
respecto a Pildain.
Se podrá añadir algún dato, precisar extremos,
pero lo sustancial ya está escrito. Podemos felicitamos de ello.
El libro está dividido en dos partes de igual interés. La pri­
mera (págs. 23-384)
son cartas y documentos, redactados por el
obispo o dirigidos a él,
con una breve introducción histórica
sobre cada
uno de los momentos a los que la documentación se
refiere.
Los principales son, a nuestro juicio, los siguientes:
Su actitud ante las ejecuciones ocunidas en su diócesis, con
actuación de tribunales o sin ella, cuestión que le desasosegó
siempre y le llevó a remover Roma
con Santiago para conseguir
indultos y conmutaciones,
que muchas veces llegaron y algunas
no, con
gran disgusto del prelado. Algunas de las cartas, denun­
ciando hechos ocurridos, son de una valentía extraordinaria en
aquellos momentos.
(*) Tomo 11. Mapfre Guanarteme, las Palmas de Gran Canaria, 2001,
611 págs.
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Su actitud firmísima, sin admitir matiz alguno, ante dos cues­
tiones más que discu~bles, ciertamente hoy, y ta1nbién entonces,
aunque en sus días eran menos claras. El baile moderno y Pérez
Galdós. Todo lo
que tuviera que ver con el baile o con el ilustre
escritor canario le sacaba tanto de quicio que sus reacciones lle­
garon al extremo de cerrar a Franco las puertas de la catedral en
el único viaje que hizo a las Islas de las que había salido para
protagonizar el
18 de julio de 1936. O a expulsar a las autorida­
des de las ceremonias religiosas
en las que sólo podrían partici­
par a título individual.
El lector puede imaginarse las reacciones
que se produjeron, de las que queda documental constancia.
Pildain era uno de los escasfsimos obispos del momento que
no estaban encantados con el régimen de Franco y de ello queda
testimonio, por ejemplo -luego aduciremos algún otro-, en su
carta al Nuncio de
13-XII-1950 dando la opinión que el repre­
sentante del Papa le pedía sobre la situación. Pildain acusa al
régimen de totalitario, de
no pennitir ningún partido político
salvo el estatal, de
no permitir la libertad de prensa que estaba
sometida a una férrea censura, de que los alcaldes y consejeros
del Cabildo Insular no eran elegidos democráticamente sino a
dedo
y destituidos por igual procedimiento a arbitrio del
Gobierno. Y la verdad es
que era asi, sólo que lo que initaba a
Pildain parecía
no molestar en absoluto al resto de los obispos.
Y eso
no fue la causa del cierre de la catedral al Generalísimo,
con supresión del
Te Deum programado. Pildain se dirigió en
más de una ocasión al Jefe del Estado y muchas a los 1ninistros,
con respeto y deferencia. Incluso, cuando Franco pensó en un
segundo viaje a Canarias en 1965 -el anterior tuvo lugar en
1950--, tenia la natural preocupación de que el obispo no fuera
a montarle otro número,
¡:,or lo que el nuncio hizo una gestión
oficiosa con Pildain.
La respuesta de éste fue meridiana: "Puede
el alto Personaje
al que se refiere Vuestra Excelencia Reverendí­
sima, desechar en absoluto todo recelo, y venir con la plenísima
seguridad de que el Obispo, Dios mediante, le recibirá con todo
el sincero afecto que le profesa y con todos los honores que se
le deben, tanto
en la Santa Iglesia Catedral, como fuera de la
1nisma". Pero, eso sí, siempre que no hubiera baile. Con baile, ni
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obispo ni catedral. Notable personaje que daba miedo al mismo
Franco.
Tampoco tenían la simpatía del obispo los sindicatos vertica­
les que, para él, conculcaban derechos fundamentales de los
obreros, a los
que defendió siempre. Y no entendía el silencio al
respecto de los demás obispos. Una pastoral suya
al respecto
indignó
al Gobierno y preocupó al nuncio, que le impuso la cen­
sura previa del cardenal primado para posteriores escritos
de esa
mdole. Un informe a Pío XII, que al final no llegó a remitir, indi­
ca clarisimamente cual era su postura ante el sindicalismo vertical.
El <;oncordato, que terminaría resultando la tapadera de cual­
quier ilegalidad sacerdotal al negar
por sistema los obispos,
amparándose abusivamente
en él, el procesamiento de los cléri­
gos, le parecia a Pildain
una entrega de los derechos de la Iglesia
al Estado y así se lo escribe al director de Ecclesia que lo había
calificado como "uno
de los más destacados en cuanto al reco­
nocimiento de los derechos de la Iglesia". Pildain,
uno de los
pocos obispos
que no habían sido presentados, abominaba de
esta regalía, verdaderamente insostenible, y la creía nefasta para
la Iglesia. En una intervención en el Concilio Vaticano II, años
después, se ratificará en las mismas ideas de la necesaria libertad
de la Iglesia para nombrar a sus obispos.
La libertad religiosa tuvo en Pildain un decidido adversario.
Crítico con el Gobierno
por no respetar una serie de libertades
individuales
que el obispo consideraba inberentes a la condición
humana,
no estaba la religosa incluida entre ellas. Seguramente
fue éste el mayor
de los disgustos que sufrió a lo largo de su agi­
tada vida.
Y bastantes cosas más por este estilo salen a relucir es estas
páginas apasionadas
y apasionantes. Se niega a dar licencias, en
general, a sus hermanos obispos porque de alguno no se fiaba
nada.
Si hasta se atrevía a decir que él era un exagerado en lo
del baile. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Escribe a Franco protestan­
do de la intención de Francia de hacer pruebas nucleares en el
Sahara francés. Y sobre el
paro en Tirajana ... Y tenía tal libertad
personal que
en 1946 se atrevía a escribir al cardenal primado
que debía desaparecer el 'juramento
de fidelidad al Régimen por
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pane de los nuevos obispos" por "el escándalo que produce
tanto a los amigos
como a los enemigos de la Iglesia, pues lo
reputan como un menoscabo de la libertad e independencia de
ésta, máxime dado el alarde informativo y gráfico de que suelen
rodear la ceremonia los periódicos". Cree también
que debe
reclamarse al Gobierno "la libertad de organización política y sin­
dical para los católicos", a los obispos, "una declaración enérgica
y taxativa de las exigencias de la justicia social en las circunstan­
cias
por que atravesamos". Reclama "estudiar el modo de que ni
estén, ni aparezcan identificados ni entrelazados los intereses de
la Iglesia con los de un Régimen, que como todo régimen políti­
co busca su política ante todo" y denuncia el destierro de los
obispos Vida! y Múgica, el
haber acabado con la prensa católica,
y el silencio
sobre el comunismo mientras duró el pacto ruso-ale­
mán. Si a eso se añaden "escandalosas inmoralidades administra­
tivas" y la tolerancia de gobernadores y civiles y demás autorida­
des subalternas
con "la inmoralidad en bailes, playas, etc." no
puede extrañarnos que tan belicoso obispo reclame en notable
batiburrillo la derogación
de la legislación sobre cementerios y de
la que prohibe el traslado del cadaver a la iglesia, la derogación
del servicio militar obligatorio, la exención del servicio militar a
sacerdotes y seminaristas y la supresión
de la jurisdicción cas­
trense.
Algo contradictorio resultaba este obispo pues el régimen
social cristiano que quería, sin bailes, sin piscinas, sin playas y sin
Pérez Galdós y además con unidad católica iba a ser inviable con
las libertades políticas y sindicales que, por otra pane, postulaba.
Repito que
de las páginas en cuestión y de toda la docu­
mentación aportada podrá el lector conocer mucho mejor a
don
Antonio Pildain, activísimo obispo de Canarias.
Las páginas siguientes (387-611) recogen testimonios escritos
de diversas personas sobre el obispo y sus obras que también
contribuyen a
un mejor conocimiento de Pildain, uno de los obis­
pos más notables y, también, más pintorescos, del episcopado de
la época.
Libro, pues, del mayor interés y que en nlás de una ocasión
sorprenderá al lector con las andanzas de un obispo muy poco
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convencional, integrista en unos aspectos, muy avanzado en
otros, y siempre celosísimo de los derechos de la Iglesia.
FRANCISCO JOSÉ FllRNÁNDEZ DE LA CIGO!lrA
Antonio Capannetta: HISPANIDAD Y LEYENDAS
NEGRAS.
LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN
Y
LA HISTORIA DE AMÉRICA ri
La 1"oría política de la modernidad -se ha podido escribir­
ha situado en su médula worética la cuestión de la dialéctica
entre razón y tradición y ha optado por la primera como instru­
mento de desencantamiento del mundo y de liberación precisa­
men1" respecto del depósito de actitudes reaccionarias a que ha
reducido el enwndimiento de la segunda: así las ciencias sociales
-a las que cabría añadir también las humanas, que no se con­
funden con ellas--exhiben una 1"nsión íntima en la que razón y
tradición
se enfrentan entre sí como dos instancias antitéticas y
mutuamen1" excluyenws.
En es1" párrafo hallamos varias claves bien útiles a la hora de
presentar la nueva edición del libro de Antonio Caponnetto sobre
la teología de la liberación y las leyendas negras.
• • •
En primer lugar, nos sitúa en la juntura de .la relación entre la
teoría y la historia. Caponnetto, que es un historiador de raza, se
mueve también admirablemen1" entre las cuestiones doctrinales.
En términos que nuestro autor no podrá sino convenir, pues
algunas páginas vigorosas han salido de su pluma al respecto, y
('") 2. ª edición, Ediciones Nueva Hispanidad, Buenos Aires, 2002, 256 págs.
Publicamos aqui el prólogo del profesor Miguel Ayuso a esta segunda edición,
que está fumado en Madrid el 2 de febrero, festividad de la Purificación de
Nuestra Señora, de 2002. La primera llevaba un prólogo del padre Alfredo Sáenz,
que también se ha con.servado en la presente.
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