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Número 411-412

Serie XLII

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Antonio Caponnetto: Hispanidad y leyendas negras. La Teología de la liberación y la Historia de América

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convencional, integrista en unos aspectos, muy avanzado en
otros, y siempre celosísimo de los derechos de la Iglesia.
FRANCISCO JOSÉ l'ERNÁNDEZ DE LA CIGOJS!A
Antonio Caponnetto: HISPANIDAD Y LEYENDAS
NEGRAS.
LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN
Y
LA HISTORIA DE AMÉRICA,.,
La teoría politica de la modernidad -se ha podido escribir­
ha situado en su médula teorética la cuestión de la dialéctica
entre razón
y tradición y ha optado por la primera como instru­
mento de desencantamiento del mundo
y de liberación precisa­
mente respecto del depósito de actitudes reaccionarias a que
ha
reducido el entendimiento de la segunda: así las ciencias sociales
-a las que cabría añadir también las humanas, que no se con­
funden con
ellas-exhiben una tensión íntima en la que razón y
tradición se enfrentan entre sí como dos instancias antitéticas y
mutuamente excluyentes.
En este párrafo hallamos varias claves bien útiles a la hora de
presentar
la nueva edición del libro de Antonio Caponnetto sobre
la
teología de la liberación y las leyendas negras.
• • •
En primer lugar, nos sitúa en la juntura de la relación entre la
teoría y la historia. Caponnetto,
que es un historiador de raza, se
mueve también admirablemente entre las cuestiones doctrinales.
En términos
que nuestro autor no podrá sino convenir, pues
algunas páginas vigorosas
han salido de su pluma al respecto, y
(") 2.• edición, Ediciones Nueva Hispanidad, Buenos Aires, 2002, 256 págs.
Publicamos aquí el prólogo del profesor Miguel Ayuso a esta segunda edición,
que está firmado en Madrid el 2 de febrero, festividad de la Purificación de
Nuestra Señora, de 2002. La primera llevaba un prólogo del padre Alfredo Sáenz,
que también se ha conservado en la presente.
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que por mi parte debo a un escrito anterior de quien fue uno de
1nis amigos y maestros, Leopoldo Eulogio Palacios, pero que pro­
cede -de ahí la feliz convergencia-del viejo y siempre nuevo
Aristóteles, al igual que la razón histórica elevó el conocimiento
del hombre
que proporcionan las ciencias biológicas y psicológi­
cas, la razón poética viene a superar a aquélla, al descubrir la
intencionalidad última de los hechos; que en cambio escapa al
historiador. Como la historia es mucho más que lo que los clási­
cos llamaban
res gestae, sólo merece el nombre de historiador
quien además
de restaurar con cuidado las teselas del mosaico,
es capaz
de trazar el bastidor o el cuadro en que reciben pleno
encaje. Por ello,
para medir los hechos históricos es preciso apoyar­
se en un sistema metaffsico previo al devenir histórico, lo que le
llevó a Francisco Ellas de Tejada -y sigo con los maestros del
pensamiento tradicional hispano
de este siglo-a afinnar que
sólo engarzando metafísica e historia, encontrando respuesta al
problema de cómo estimar los criterios con que han de medirse
los hechos, es hacedero trazar el camino que consiente el paso
del análisis a la síntesis. Para lo que procedió en cuatro escalo­
nes sucesivos
que le llevaron a rechazar el subjetivismo -en
cuanto los hechos deben someterse a módulos objetivos-, el
positivismo
-ya que los tales módulos no nacen de los hechos,
sino
que les son ajenos y anteriores-, el historicismo -pues las
normas reguladoras no surgen del ambiente histórico-, y a afir­
mar la necesidad de que se apoyen en un sistema metafísico.
En segundo lugar,
la apoyatura metafisica dicha, por serlo en
verdad, y no sólo de nombre, nos lleva a una instancia en la que
la relación entre tradición y razón se inserta en una dialéctica que
podríamos denominar clásica, esto es, que no excluye a ninguna,
sino que requiere ambas.
Así pues, ni una razón racionalista ni
una tradición historicista,
pues la tradición supone --ciertamen­
te--una perpetuación sociológica, que -insuficiente-llama
seguidamente a
una selección moral incompatible con la encar­
nación
de la injusticia, aunque no pueda impedir la pervivencia
de múltiples injusticias
que la condición humana no puede eli­
minar; mientras que la razón desligada de las cosas, soñadora,
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sólo puede engendrar -según la conocida rúbrica goyesca­
monstruos. El liberacionismo, que excede con mucho de liberta­
rismos, liberalismos y
aun liberismos de toda laya, mucho más de
la escueta libertad, sólo se entiende
en una errónea dialéctica
(moderna) de razón y tradición,
en la que aquélla -ahora es
Rafael Gambra quien acude en nuestro auxilio-se toma en ins­
trumento "liberador" de éstas, esto es,
en la que rompe la depen­
dencia del hombre respecto
de la superestructura ideal Oeyes,
costumbres, poderes, creencias) que, creada
-según las versio­
nes-por la facticidad o por la misma evolución económica, ha
quedado vacía. La tradición, pues, es sólo motivo de opresión o
de alienación.
En tercer término, nos conduce a situarnos por encima de las
oposiciones mendaces de la modernidad, aún más visibles en su
disolución postrnoderna (¿supermodema?), y a buscar con ahín­
co allí donde estén los rastros del ser, para desde ellos recons­
truir con afán el orden humano y cristiano. De ahí la necesidad
del combate, del
buen combate, librado pugnazmente desde la
verdad y
en pro de la verdad, con piedad hacia nuestros padres
y maestros y hacia nuestras patrias.
• • •
Antonio Caponnetto, tan conocido en su Argentina natal, y
tan apreciado en círculos más o menos amplios --que nuestro
tiempo es indigente-de toda la Hispanidad, es un historiador
cabal, y este libro, como toda su extensa y acribiosa producción,
lo exhibe sin dejar lugar a
la duda. Su manejo de las fuentes his­
tóricas se combina admirablemente con el dominio de las cate­
gorías políticas, sociales, filosóficas o aun teológicas. En este sen­
tido, sus escritos son siempre ricos y enriquecedores, pues la
información que aportan es formación al tiempo, y por ello con­
tienen criterios y juicios, sin por ello ser huecamente senteciosos.
Volviendo a la primera parte de estas líneas, Antonio Caponnetto
cultiva la ciencia histórica profundamente ligada a
la metafísica.
La metafísica digna de su nombre nos lleva, y era el segundo
de los niveles
que antes examinábamos, a un tradicionalismo
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medular, esencial, en que razón y tradición se componen ines­
cindiblemente. El ardo bonorum del profesor Caponetto no se
mueve en otros parámetros y, así, las denuncias del liberacio­
nismo racionalista
no nos libran a la suerte de un conservadu­
rismo simplemente egoísta. La tradición católica, templada y
ordenada, refulge ejemplarmente
por entre todas sus páginas. Y
bien expresivo es de la fecundidad y el vigor del tradicionalismo
argentino.
Finahnente, Antonio Caponnetto ejerce con sus libros -con
este libro-un oficio del alma. La piedad traspasa todas y cada
una de sus páginas y es en verdad emocionante seguir la senda
de amor a la hispanidad que late en ellas. Suelo decir que el
"hispanismo" es térnúno incorrecto para aludir a quienes en ver­
dad son hispanos. Valga para quienes, franceses o anglosajones,
se acerquen con interés-, quizá con cariño, ójala con devoción,
a nuestro mundo. Pienso, y perdóneseme
la expansión, en nú
gran amiio Jean Dumont, recientemente fallecido, y que nos ha
dado algunos de entre los mejores libros de apológetica hispá­
nica a fuer
de católica en los últimos decenios. En cambio, los
hispanos
no pueden ser hispanistas. Son hispanos, y basta. El
padre Osvaldo Lira, cuyo recuerdo guardo con veneración, me
decía poco antes de morir, en su casa de Providencia, con su
tono impaciente y cortante, pero envuelto en la bondad y san­
tidad
que expandía, que no era hispanista ni hispanófilo, que
era español por chileno. No es cuestión de gustos sino de onto­
logía. No
es cuestión de filias sino de filiaciones. Hoy, además,
como también me gusta decir, la hispanidad está más viva en
aquella vuestra margen que en la vieja península ibérica, pese
a que no son pocos los ataques que allá -quizá por su vigor­
sufre.
Más allá
de los juicios singulares de los que se podría discre­
par,
y respecto de los que bien contento disputarla con el autor,
y que no es razonable siquiera enumerar o anotar en estas pági­
nas liminares, cuando son tantas
las coincidencias y, sobre todo,
común el pálpito que las preside, hoy es la emoción la que nubla
cuando
debo ponerles punto. La emoción de compartir el acervo
del tradicionalismo hispánico.
La de tener una patria grande
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común más allá de las contingencias de los tiempos, que nos han
separado, aunque no tanto para borrarla. Y la de gozar de la
amistad y
el saber de personas como Antonio Caponnetto.
MIGUEL AYUSO
]os~ García Oro (Coordinador): HISTORIA DE
LAS DIOCESIS ESPANOLAS, XV: IGLESIAS DE LUGO,
MONDOÑEDO-FERROL Y
ORENSE('>
Ya tenemos el segundo volumen de esta Historia de la Iglesia
española y es tan lamentable como el primero que habíamos
comentado
en el número 407-408 de Verbo. Cosa por otra parte
presumible al ser
el mismo el coordinador y varios de los auto­
res.
Si han desaparecido Garcia Cortés y Hemández Matfas,
siguen Baudilio Barreiro, Ofelia Rey y Garcia Oro, más alguna
otra adquisición, obsequiándonos
con sus despistes y el coordi­
nador brillando sobre todo por su ausencia.
Prescindiendo, co1no hicimos en nuestro anterior comentario,
de los siglos antiguos, medievales y aun de buena parte de los
modernos, señalaremos los errores y deficiencias que hemos
advertido
en una priinera lectura que presumiblemente serían bas­
tantes más si hiciéramos un estudio más detenido de sus páginas.
La diócesis de Lugo en la Edad Moderna se encomendó a
nuestra ya conocida Ofelia Rey Castelao
que nos dice que el obis­
po fray Francisco Izquierdo OP fue obispo entre 1748 y 1761
(pág. 118). Pero Guitarte nos dice que murió,
ocupando la mitra,
en 1762, fecha que confirman Amador López Valcárcel, autor de
un excelente Episcopologio lucense, y al que es lástima no se le
hubiera encargado las páginas correspondientes
de aquella dió­
cesis,
el P. Pazos y Garcia Conde. No tenía que haber ido muy
lejos para comprobar las fechas. Su sucesor fue un prelado espa­
ñol bastante conocido que
tenninó sus días como arzobispo de
(º) BAC, Madrid, 2002, 710 págs.
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