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Número 413-414

Serie XLII

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Santiago Pérez López: Guadix y su Obispado en la Guerra de Independencia

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Santiago Pérez López: GUADIX Y SU OBISPADO
EN LA GUERRA DE INDEPENDENCIA
(*)
La historia local, tan en boga en estos días autonómicos,
en los que tantos organismos no saben en qué tirar el dinero,
suele aportar -miles
de datos verdaderamente inútiles, sin la
menor trascendencia incluso para la historia local
y, entre ellos,
algunos útiles que,
en ocasiones, incluso trascienden el loca­
lismo para integrarse
en la historia nacional o en la de algún
personaje representativo
de la misma. Me temo que no es el
caso, este último, el del libro
de Santiago Pérez López, abso­
lutamente prescindible.
La labor de estos historiadores suele ser la de sumergirse
en Archivos distantes en los que en ocsiones aparece un docu­
mento importante para esclarecer algún
hecho confuso o ilus­
trativo
de la biografía de algún personaje ilustre o de algún
suceso
con entidad histórica. En la mayoría de los casos se
limitan a informamos del
número de ovejas que en 1803 había
en San Serenín del Monte de Abajo, cuantas de ellas pertene­
cian al tío Calabazas y, si el investigador local es muy volun­
tarioso, del
nombre de cada una de las ovejas, con lo que sin
duda creen que hacen un gran beneficio a la Historia, a San
Sererím del Monte y

a ellos mismos.
Pues, con este libro, más o menos.Y eso que el momento
escogido es
uno de esos que no ocurren todos los siglos. Nada
menos que la invasión francesa que padeció Guadix durante
tres años. Desde los tiempos moriscos y la sublevación
de
Aben Humeya en el siglo XVI, no se había vivido allí nada
semejante. Y habría que esperar a 1936, con la trágica domi­
nación
roja, para que la ciudad vuelva a vivir la historia, en
esta ocasión mucho más trágica y más bárbara que bajo
Napoleón.
Como digo, tenía el
autor un toro espléndido que lidiar y
se lo dejó escapar,
con las orejas en su sitio, hasta el desolla-
(•) Caja Sur, Córdoba, 1998, 268 págs.
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dero. Cierto que un obispo bastante anodino, Marcos Cabello,
no daba para mucho, pero si para algo más. Y, además, esta­
ba por allí algún personaje curioso, como Vicente Ramos
García, y luego había clérigos patriotas, otros afrancesados,
autoridades civiles, algún guerrillero ... Pues, nada.
El otro inconveniente de muchos de estos historiadores
locales
es que saben poquito, por lo que suelen linútarse a
transcribir y transcribir los documentos
que encuentran en
archivos episcopales, capitulares, municipales ... Y el saber poco
lleva a dos inconvenientes: como se desconoce lo que se trans­
cribe
y su valor, se copian unas veces páginas y páginas inú­
tiles. Y otras, se interpretan mal o se dicen barbaridades sobre
las mismas. ¿Ejemplo
de este último caso? Pues una alucinada
página 94 merecedora
de figurar en las antologías del dispara­
te histórico: "Durante el periodo constituyente (se refiere a las
Cortes
de Cádiz) el Partido Judicial de Guadix no contó con
representación alguna, ya que coincidió con la presencia fran­
cesa
en la ciudad y con el exilio de su representante, el arce­
diano capitular Vicente Ramos García". Dejando aparte
que el
arcediano suele ser siempre capitular y
no del Ejército, la
Marina o el ministerio
de Hacienda, la presencia francesa no
impidió la asistencia a Cádiz de diputados provenientes de las
provincias ocupadas, bien
en calidad de titulares, bien en la de
suplentes. Que el representante estuviera exiliado era precisa­
mente
lo que podía permitir la presencia del diputado que, de
vivir en zona ocupada, no iba a tener posibilidades de trasla­
do a la capital del territorio enemigo. Y como, además, Vicente
Ramos,
no representaba entonces nada más que a si mismo,
pues el párrafo no hay por donde cogerlo. ¡Qué cosa más fácil
que el arcediano, refugiado entre los patriotas, hubiera ido a
ocupar
su puesto en las Cortes gaditanas. Lo que pasaba es
que no tenía puesto.
"Cuando Ramos Garcia acude
(a las Cortes de Cádiz), lo
hace ya en calidad de deán de la catedral, vicario general y
gobernador eclesiástico del Obispado, y lo
que es más impor­
tante, como hombre
de confianza del obispo fray Marcos
Cabello y López". Pues
que tampoco. Aunque al investigador
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guadijeño, o accitano, le parezca muy importante para acudir
a Cádiz la confianza del obispo,
no tenía importancia ninguna.
La mayoría de los diputados no tenía ninguna confianza de su
obispo y la inmensa mayoría
de los que tenían la confianza de
los obispos no fueron diputados. Vamos, que no tenía nada
que ver lo uno con lo otro. Y Ramos García no acudió "en
calidad de deán de la catedral, vicario general y gobernador
eclesiástico del Obispado", sino
en su calidad de diputado
electo, aunque, además, fuera todo lo anterior.
Aunque para Pérez, todo lo anterior, y sobre todo la con­
fianza del obispo, eran
lo fundamental, ya que "el articulo 86
de la Constitución establecía que el representante a Cortes
serla el obispo y en su defecto el eclesiástico de mayor digni­
dad,
por lo que le correspondía al deán. El prelado accitano
alegó
que había estado fuera del Obispado demasiado tiempo
y no podía ausentarse de nuevo para estar presente en Cádiz".
Sin que nadie se hubiera dado cuenta, las Cortes de Cádiz eran
estamentales. Todo obispo tenía
en ellas asiento y, en su
ausencia, los deanes. ¡Vaya descubrimiento, capaz de alterar
todos los estudios hechos hasta la fecha!
¡Qué pervertido tenía
que estar el episcopado español de
la época para que siendo los obispos, o en el caso de que
estuvieran muy ocupados sus deanes, los diputados a Cortes,
éstas fueran tan adversas a la Iglesia! Pero cuando
uno repasa
los diputados, apenas encuentra obispos. En las extraordinarias,
el
de Sigüenza, Bejarano; el de Ibiza, Bias Beltrán; el de Ma­
llorca, Nada!; el de Calahorra, Aguiriano; el de Plasencia, Igual
de Soria y el Prior
de San Marcos de León, Casquete de Prado.
Y
en las ordinarias, apenas el de Almería, Mier y Campillo, el
de Salamanca, Vázquez de Parga y el de Pamplona, Arias
Teijeiro, salvo error u omisión. Deberian estar entonces llenas
de deanes. Pero tampoco. Lo que pasa es que, como todo lec­
tor algo avisado de liberalismo podía su poner, el autor se
inventó el articulo.
Ni Cabello tenía derecho a ir ni Ramos acu­
dió
por la negativa de Cabello sino por derecho propio.
Y
no fue este monumental despiste el único. El obispo de
Guadix recibe cartas antes
de que éstas fueran escritas
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(pág. 117), aunque en la página 247 se ve que se trata de un
error. Dos hermanos afrancesados, doctoral uno y magistral
otro
en Baza, adoptan diferentes actitudes tras la derrota fran­
cesa. Uno huye a
Francia y otro permanece, arrostrando sus
responsabilidades. Pero el
que huye en la página 122 es el que
se queda en la página 205 y viceversa. ¿Quién se fue y quién
se quedó? Vayan ustedes a saber. Y en el fondo, es que da lo
mismo. Porque,
¿qué importan los hermanos Centeno incluso
a la diócesis
de Guadix?
Estamos ante
un libro de valor nulo, que no entendemos
como ha podido superar el mínimo, muy mínimo, de exigen­
cias
que la institución editora tendrá para dar al público un
escrito.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA C!GOÑA
Femando Hülalgo: "ELECTRA" EN SEVILLA(*)
Electra marcó un hito en el anticlericalismo español. La obra
de Pérez Galdós, estrenada a comienzos de 1901, por encima de
sus valores literarios, fue pretexto para innumerables manifesta­
ciones contra la Iglesia,
tanto en artículos como en algaradas
callejeras
-se se representaba en la calle una vez que se bajaba el telón-, en
las que los vivas y los mueras solían dar paso a la agresión, la
pedrada e incluso el intento de incendio de alguna casa religio­
sa, preferentemente de jesuitas.
Fernando Hidalgo
Femández (Sevilla, 1961), personaje abso­
lutamente desconocido para
mi, ha escrito un opúsculo de 116
páginas,
las restantes son transcripción de artículos de diversos
periódicos
que se ocuparon del terna. Y el tema, en Sevilla, fue
como aquello de fuese, o llegóse, y no hubo nada. Pues a ese
nada se dedican estas páginas. El santo arzobispo Spínola, al
conocer que la obra iba a llegar a Sevilla publicó una circular
(*) Ayuntamiento de Sevilla, Sevilla, 1985, 190 págs.
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