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Número 423-424

Serie XLII

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Andrés Azkue: La cristiada. Los cristeros mexicanos (1926-1941)

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tipia (puntuación, expresión repetida) que pueden subsanarse en
una nueva edición (págs. 35, 50, 89, 107, 133, 134, 139, 140,
146 ... ), en la que esperemos que se corrijan los errores, juicios y
hasta insultos hacia San Ezequiel Moreno y Díaz y Pedro Schu­
macher. Además, esto
seña lo más justo hacia el Cura Santa Cruz,
y para la sociedad colombiana
que estos Pastores atendieron es­
piritual y también materialmente.
Jos~ FERMÍN GARRALDA ARIZCUN
Andrés Azkue: LA CRISTIADA.
LOS CRISTEROS MEXICANOS (1926-1941)'''
La historia de los "cristeros", la revuelta de los católicos meji­
canos desarrollada, principalmente, entre 1926-1929 contra los
gobiernos revolucionarios
de Plutarco Elias Calles y Emilio Portes
Gil
(un presidente titere manejado por el plimero de los aquí cita­
dos) constituye, sin duda,
uno de los más bellos y apasionantes
episodios de
la historia de Méjico. Lo curioso del caso es que
también
es uno de los episodios menos conocidos y más oculta­
dos
por la historiografía oficial, la cual ha pretendido presentar
aquellos hechos como
un acto de barbarie cometido por unos
cuantos bandoleros. Todo ello hace que cualquier aporte biblio­
gráfico
que trate el tema, sobre todo si se hace desde la visión
del lado católico, sea bien recibido, 1nás aún cuando con ello se
quiere contribuir a reconstruir la historia tal y como fue, y no
como algunos pretenden presentar.
El libro que aquí se comenta, y que aparece bajo la autoña
de Andrés Azkue, constituye
una de las pocas aportaciones que
desde Espafia se han realizado al estudio y análisis de "La Cris­
tiada". No obstante,
habña que precisar que el presente volumen
(•) SCIRE/Balmes Distribuidora, Colección-Historia Viva (n.º 1), Barcelona,
s/f (2000), 109 págs.
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no es propiamente una monografía sobre el tema, sino la repro­
ducción de un número especial que sobre tal acontecimiento
dedicó la revista
Ahora Información, en el verano de 1998, en un
intento de difundir el conocimiento sobre los diferentes movi­
mientos contrarrevolucionarios (de hecho, esa misma revista tam­
bién dedicó otro monográfico a la rebelión de la Vandea duran­
te los agitados años
de la Revolución Francesa).
El libro, siguiendo casi el mismo orden en que apareció en la
citada revista, y con ligerísimas modificaciones, repasa los ante­
cedentes al conflicto bélico, prestando una especial atención a las
politicas antirreligiosas impulsadas
por Benito Juárez y los gobier­
nos del Méjico postinsurgente; la rebelión cristera; los "arreglos"
(pactados entre el gobierno mejicano, el embajador norteameri­
cano y
una gran parte de la jerarquía eclesiástica, mediante los
cuales se .pone fin -más bien se traiciona, aunque el asunto es
complejo--a la rebelión de los cristeros); aquellos otros hechos
acontecidos entre 1932-1942 y que se conocen
como la "II
Cristiada"; el espíritu cristero; el papel de la mujer en estos suce­
sos y, finalmente, una breve aproximación a los mártires de la
citada causa.
Afirmados el interés del tema y la corrección del enfoque, por
los que autor y editor se han hecho acreedores de agradeci­
miento sincero, a nuestro juicio el volumen contiene algunos
errores
qt1e conviene corregir y otros aspectos que es preciso
puntualizar.
Entre aquéllos se encuentra el hecho
de que por el autor, o
autores, de algunas partes de este trabajo, se utilice casi como única
fuente de referencia una obra que el historiador Jean Meyer estam­
pó sobre el tema hace ya más de treinta años Oa primera edición
de este trabajo, base
de su tesis doctoral, fue publicado en 1973).
Se asumen, así, opiniones tales como que "una gran mayoña de los
cristeros opinan que Zapata fue
un amigo del campesinado y que,
de haber vivido, hubiera sido cristero" (pág. 81).
Habña que decir,
a este respecto, que es sabido que el reconocido historiador fran­
cés ha tratado
de encontrar un tanto forzadamente el hilo conduc­
tor entre el zapatismo, el agrarismo y el movimiento cristero.
El
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hecho de que algunos jefes militares cristeros fueran antiguos cola­
boradores de Emiliano Zapata, asi como que
una buena parte de
sus militantes fueran campesinos que reclamaban el cumplimento
de la prometida reforma agraria son los fundamentos en los que
trata
de basar, no sin razón, pero con exageración, esta afirmación.
Pese a todo, y sin
una aclaración del tema, podria darse a entender
que entre el zapatismo y
el movimiento cristero hay un hilo con­
ductor, cosa que
en absoluto puede establecerse; aunque conven­
dria añadir que este hilo conductor tampoco puede encontrarse
entre Emiliano Zapata y esa izquierda
de charanga y pandereta que
ha pretendido apropiarse de su figura.
Entre los desaciertos interpretativos
en los que cae el libro
está el hecho
de tratar de desligar a la Unión Nacional Sinarquista
del 1novi1niento cristero. En este caso la cosa es mucho grave,
dadas las aseveraciones que se realizan al presentar al sinarquis­
mo como una organización promovida por ricos hacendados
(pág. 69), como un movimiento nacido de la "modernidad" y "con
el propósito expreso de acabar con el espiritu cristero" (pág. 81).
La verdad es que esta cuestión es ya una vieja polémica, cuyos
primeros antecedentes
pueden rastrearse en la disputa manteni­
da entre Juan Ignacio Padilla (VII Jefe Nacional de la Unión Na­
cional Sinarquista) y René Capistrán Garza
(uno de los máximos
jefes poiitiéos del movimiento cristero y expresidente
de la Aso­
ciación Católica
de la Juventud Mexicana entre 1918-1923) en la
revista
La Mañana (ver números 345 y 351 de 8 de abril y 20 de
mayo, respectivamente, de 1950). Tal vez el error de los autores
provenga
de las fuentes consultadas, o tal vez del desconoci­
miento del sinarquismo al
pretender identificarlo con el fascismo
o
-tal vez-con la democracia cristiana (por aquello de la
modernidad, supongo). Desde luego
una y otra afirmación son,
por lo menos, inexactas.
En primer lugar podria recordarse que entre los fundadores
del sinarquismo sólo Antonio Santacruz,
un oscuro personaje que
servia de enlace entre la jerarquía. eclesiástica y el movimiento
sinarquista,
perteneáa a las clases patentadas del país; otro de los
fundadores, José Antonio Urquiza,
era miembro de una vieja
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familia de pequeños terratenientes desplazados por la revolución,
pero el resto de sus dirigentes formaba parte de las más humil­
des capas del campesinado o de los sectores más bajos de la
clase media. Afirmar
que el sinarquismo fue un movimiento de
las clases adineradas y de los terratenientes es desconocer la rea­
lidad social de aquel movimiento. En cuanto a las afirmaciones
de
que el Sinarquismo vino a frenar las acciones del movimiento
cristero, convendtia recordar que el sinarquismo nace en 1937
cuando el movimiento cristero ya había finalizado sus actividades
(1926-1929), pese a que algunos de sus jefes militares continua­
ran
con algunas escaramuzas Oa llamada "Segunda Cristiada":
1932-1941).
El sinarquismo, ante el fracaso militar, trató de amol­
darse a una nueva realidad política
en la que la vfa pacifica de
resistencia parecía más eficaz, sin que ello implicase necesaria­
mente una colaboración con el régimen revolucionario, cosa que
sí hicieron en cambio los católicos liberales del Partido de Acción
Nacional.
En relación a lo de "modernidad", es el propio Meyer quien
afirma
que los cristeros pertenecían al 'folclor" de la Revolución
Mejicana (al igual
que Villa, Zapata), es decir, la gente del campo
que se levantó
en armas, que se montaba a un caballo, que aga­
rraba el rifle
Oa famosa carabina 30-30), las cananas y las solda­
deras y se echaba al monte; era el estereotipo del viejo Méjico de
las películas al que califica de arcaico y violento, mientras que
el sinarquismo --al decir del citado historiador francés--recha­
zaría todo esto.
Es sólo en este sentido en el que el sinarquismo
pertenecería a la 'modernidad", dado que de alguna forma con­
tribuyó a la modernización
de Méjico, manteniéndose firme en su ·
discurso nacional católico.
En relación
con la militancia cristera y sinarquista convendría
precisar
que son dos generaciones diferentes y que por otro lado
la mayoría de los dirigentes cristeros fueron cobardemente asesi­
nados
tras la firma de los "arreglos". No obstante, la relación
entre
un movimiento y otro parece evidente: el sinarquismo llego
a contar el
1941 con cerca de cuatrocientos mil militantes [casi el
50% de esta militancia se encontraba en los Estados de Jalisco
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(20.000 militantes), Guanajuato (75.000) y Michoacán (85.000);
curiosa1nente los Estados donde el movilniento cristero tuvo un
mayor presencia social, politica y militar).
Entre las grandes ausencias del libro, y sin que tuviera
una
relación directa con el moviniiento cristero -aunque si coinci­
dente en el tiempo-se nota la falta de alguna referencia a la
campaña presidencial
de José Vasconcelos, y al fraude electoral
protagonizado
por el entonces Partido Nacional Revolucionario
en 1929, circunstancia que consolido la dictadura de todopode­
roso
PRl por cerca de setenta largos años.
Sin querer alargar más
este comentario, tan sólo queda reco­
mendar la lectura del trabajo que ahora comentamos1 una vez sal­
vadas las que nos parecen deficiencias y omisiones, resaltando
sus virtudes: la
de un libro que trata de hacer justicia al sacrificio
de miles de católicos mejicanos que se alzaron en armas, contra
un gobierno despótico y tiránico, en defensa de su Fe y de su
Patria; su sacrificio no logró la derogación de las leyes que les
atligían, pero
su lucha sí que contribuyó -al menos-a su rela­
jación en la aplicación, y en eso el sinarquismo -y otras organi­
zaciones paralelas-también desempeñó un papel destacado
( véase
si no el pequeño libro de Salvador Abascal sobre La
reconquista espiritual de Tabasco).
JOSÉ DfAZ NIEVA
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