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Número 427-428

Serie XLII

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Ignacio Martínez y Juan Luis Arsuaga: Amalur: Del átomo a la mente

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Ignacio Martínez-Juan Luís Arsuaga: AMALUR:
DEL ÁTOMO A LA MENTE <'l
Para el que conozca la labor de sus autores en Atapuerca, se
acerca a Amalur -Madre Tierra en vasco-pensando encontrar
la obra
de unos científicos sobre la aparición del hombre en
España y probablemente en Europa.
Esta primera ünpresión parece confir1narse al iniciar el primer
capítulo con una descripción- de Atapuerca, ese pequeño centro
que por una extraña casualidad, en los escasos 100 kilómetros de
radio a su alrededor que constituye el territorio de caza de una
pequeña comunidad, incluye nombres tan significativos como
Santo Domingo de la Calzada, San Millán de la Cogolla, Santo
Domingo
de Silos, Burgos, Covarrubias, ... , donde se desarrolló
durante casi
un millón de años, la vida de los que posiblemente
son los europeos más antiguos y donde al cabo de cientos de
miles de años acabó naciendo Castilla.
Para mi sorpresa, la obra que encontré me recordó Introduc­
ción a la Ciencia,
de Asimov, bajo cuya influencia parece estar
escrita
-naturahnente en la parte dedicada a la Biología y a la
Química-y con la finalidad de tratar de mostrar el proceso evo­
lutivo
de la vida que acaba en la aparición del hombre, según las
hipótesis de la ciencia actual.
El libro es lo suficientemente sencillo como para que se com­
prenda con la formación del bachillerato -al menos del anti­
guo-y siendo una obra amena, actualizada con los últimos des­
cubrimientos y bien construida, tiene, a mi juicio, el defecto de
que sus autores parecen obsesionados por la pretensión de des­
montar el tomismo y por añadidura la religión, y ello con un
enfoque que recuerda a algunos de los enciclopedistas del siglo
XVIII con su tufillo volteriano. Ese barniz que impregna la obra, a
(f) Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 2002.
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1ni juicio desmerece su valor, pues además de ser un objetivo inú­
til en el contexto de la obra, resulta una pretensión fuera del
alcance de la aparente formación filosófica y religiosa de los
autores.
Resulta curioso que no
sea raro que algunos científicos pre­
tendan mezclar sus obras de divulgación con la pretensión de
demostrar, o mejor dicho sugerir, la inexistencia de Dios. Si un
científico católico se atreviera a hacer lo contrario, sería inmedia­
tamente descalificado y ridiculizado.
Muchos autores de divulgación científica y también algunos
científicos, tienden a confirmar las hipótesis
con que trabaja la
ciencia con la VERDAD absoluta, las abstracciones 1natemáticas y
fonnulaciones químicas que representan la realidad con la REALl­
DAD, la tosca co1nprensión del cosmos y la naturaleza, realizada
penosamente de
nia:hera progresiva por millones de ho1nbres a
lo largo de la historia, con su CREACIÓN.
La Tierra es plana, la tierra es el centro del Universo, el Sol
es el centro del Universo, no son más que hipótesis falsas -al
. menos en parte-que han ayudado a la construcción de mode­
los que nos facilitan, cada
vez con mayor aproximación, la com­
prensión del cosmos y la naturaleza,
al igual que ocurre en físi­
ca, biologfa o cualquier ciencia
con la exposición de diferentes
teorías. Todavía resulta más chocante
el que la comprensión de
determinadas leyes que parecen regir la naturaleza, en lugar de
dar lugar a la admiración por el Creador de esas leyes, sitva para
concluir
que dicho Creador no existe.
La ciencia, no es más que una serie de hipótesis, que pro­
gresivamente explican mejor el cosmos y la naturaleza, y aun eso
ni siquiera de una manera lineal, sino con avances y no pocos
retrocesos. El considerar las hipótesis científicas frecuentemente
como dogmas, lleva a algunos científicos a la obcecación
de con­
siderarse una especie de sacerdotes de una religión sin Dios, que
permanentemente descalifican, ridiculizan y excomulgan a los
que
no piensan como ellos escudándose en la Ciencia, entendi­
da como algo irrefutable.
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Nuestros autores dedican nada menos que buena parte de
los tres primeros capítulos, más algunas pinceladas en los pos­
teriores, a enfocar la aportación de interesantes datos científicos
en la dirección de intentar desmontar el tomismo y tratar de
demostrar que el ateísmo o el agnosticismo es la postura correc­
ta para un científico. Frecuentemente da la impresión de que los
que de-fienden esta postura hacen un titánico esfuerzo por
autoconvencerse, tanto más de lamentar en este caso en el que
la obra me parece muy estimable en el aspecto de divulgación
científica.
Debo confesar que a 1IÚ me parece 111ucho 1nás fascinante
que la secuencia
de la creación descrita tan sencilla como breve­
mente en el Génesis coincida con la secuencia que la ciencia
actual atribuye a la evolución del Cosmos; primero las plantas,
des¡)ués los peces, a continuación las aves, los animales terres­
tres y, por último, el hombre.
Es más, no se me ocurre una forma de descripción más sen­
cilla y breve, que la que aparece en el Génesis tan perfectamen­
te conectada
con la introducción del Evangelio de San Juan, para
expresar la maravilla de la Creación. ¿Cómo un científico actual,
explicaría mejor tamaña hazaña
de la evolución de la naturaleza,
a
un pueblo primitivo o a un niño?
Muchos de estos científicos, n1ás o menos agnósticos, tienden
a colocar la idea que se han formado de un dios hecho a su
1nedida o que quepa en su cerebro, en el espacio y el tiempo, sin
percatarse de que ambas dimensiones son también criaturas de
Dios en las que está colocado el cerebro humano y el resto de la
Creación.
Todo esto
al margen de que a los creyentes nos suele preo­
cupar 1nucho menos que a los no creyentes el grado de coinci­
dencia circunstancial de Ciencia y Religión.
Nuestros autores, ya
en el capítulo I (pág. 25), tratan de des­
calificar la famosa quinta prueba racional de la existencia de Dios
de Santo Tomás. Confieso que el fatigoso esfuerzo de los autores
en derribar tal argutnento, al margen de que a mf ·me parezca
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suficiente, me resulta estéril, puesto que lo que parecen no com­
prender los
no creyentes es que para los creyentes el argumento
racional
no es decisivo, de la misma forma que entendemos que
a los no creyentes les resulte .insuficiente, puesto que la Fe, sin
entrar
en contradicción con la Razón, como se desarrolla tan cla­
ramente en Ftdes et Ratio, pertenece a otro plano o es otra forma
de conocimiento.
Desde luego mi Fe sufre muchas agresiones, pero entre ellas
no se cuenta el que Dios haya elegido, entre las infinitas posibi­
lidades, que la Creación se someta a unas leyes
que puedan ser
interpretadas
por el hombre en lugar de escoger una forma de
creación aleatoria.
Más interesante me parece la argumentación de
que la Inqui­
sición, y
por ende la religión católica, fueron los responsables de
la decadencia científica de España (pág. 35), puesto
que este es
un tópico que se repite tan insistentemente como falto de sólidos
argumentos.
En arte, literatura, derecho y filosoria, no parece que se tenga
en pie el argumento, repetido machaconamente, de la correlación
entre Inquisición y los aspectos negativos, reales o supuestos, de
la producción cultural. Si efectivamente existiera esa correlación,
habria que atribuirle también, los· aspectos positivos, y el saldo,
entre
1492 y 1620, época de mayor actividad de los tribunales de
la Inquisición, es tan magnífico, que ello darla lugar a que todos
los países, incluida por supuesto la España actual, se apresuraran
a implantar los tribunales inquisitoriales para tratar de aproxi­
marse a los resultados obtenidos
en una de las épocas más bri­
llantes, no solo españolas sino universales.
Tampoco en la Inglaterra que sufrió las persecuciones secta­
rias y arbitrarias durante el periodo
que va del reinado de Enri­
que VIII a la dictadura de Cromwell, de una intensidad y cruel­
dad que hubieran asombrado en España, parece que tuviera efec­
tos tan negativos
en la cultura y en la ciencia. Lo mismo podria
decirse de Franc:ia, y de manera más intensa y sectaria durante el
periodo revolucionario.
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Si pasamos al ámbito científico en España, los resultados
igualmente parecen 1nás bien los contrarios, como incluso los
propios autores exponen antes de llegar a la contradictolia con­
clusión
de alribuir a la Inquisición el "efecto nefasto sobre la
ciencia" (pág. 35).
En la página anterior, además de citar el conocido hecho
de
la enseñanza de Copérnico en Salamanca, al menos desde 1561,
cita a
dos notables científicos españoles que defendían la supe­
liolidad del mo_delo del astrónomo polaco:
Diego
de Zúñiga (1536-1600), agustino de Salamanca que
defendía la supelioridad de Copérnico frente a Ptolomeo
y trata
de demostrar que el movimiento de la Tierra no es
incomparable con la Biblia. A partir
de 1616, Copérnico
desapareció
de las enseñanzas oficiales.
El astrónomo y matemático Jerónimo Muñoz (1520-1592),
observó
(1) en 1572 una nova que confundió con un
cometa, pero Muñoz dedujo que la nueva aparición esta­
ba más allá de la Luná. El método que empleó fue el de
calcular el paralelaje del supuesto cometa y concluir que
era inferior al de la Luna (pág. 40).
Dado que la Inquisición funcionó normalmente
en España
durante todo el siglo
XVI, si hay que sacar alguna conclusión, apli­
cando la racionalidad
de nuestros autores y de todos aquellos
que repiten rutinariamente lo mis1no -sin molestarse tan siquiera
acudir al argumento de autoridad, seria más lógico decir que la
Inquisición, al 1nenos en España, fue muy conveniente para el
desarrollo de la ciencia y la cultura.
Sin to1nar al pie de la letra mi anterior ironía, puestos a rea­
lizar deducciones, da la impresión de que las posturas cerradas
(1) Hay que suponer que con uno de los telescopios que construían los her­
manos Rogete o Roger
en Barcelona, medio siglo antes que el de Galileo en 16o9
(Enciclopedia Espasa, torno 51).
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ele la Inquisición en España sucedieron a la decadencia científi­
ca, ideológica y
en otros órdenes, en lugar de al revés. Baste
como muestra unos ejemplos
que se han empleado machacona­
mente como demostración
de la cerrazón del catolicismo ante la
ciencia y que a poco que se rasque demuestran exactamente lo
contrario, sobr_e todo en una época en que prácticamente todos
los científicos eran católicos, de for1nación católica y
en la mayo­
ría de los casos clérigos o religiosos.
El tantas veces convertido en estandarte de la revolución
científica, Copérnico (1473-1543),
no nació y estudió en un
ambiente heterodoxo, sino el católico de Cracovia y de las uni­
versidades
de Bolonia y Padua, enseñando en Roma y contando
con la aprobación del Papa Clemente
VII, y ejerciendo paáfica­
mente como canónigo hasta el final
de sus días. El mismo año de
la publicación ele la obra de Copérnico (1543), Sebastián Cruz se
la envía al propio Carlos I, aco1npañada de una carta co1nentán­
dola (2).
En cuanto a Galileo (1564-1642), citado como muestra re-pre­
sentativa
de la persecución de la Iglesia por confinnar las hipó­
tesis de Copérnico casi un siglo anteriores, estudió en el 1nonas­
terio agustino de Villambrosa y en la Universidad de Pisa, y fue
protegido del cardenal Bellarmino. Su proceso, que tenninó con
el retiro en su casa, se parece más a una oposición de cátedra
actual, con

sus frecuentes manejos e incluso presiones, que a
un
proceso propiamente dicho. Cuán diferente resulta esto de la
quema en la hoguera de Miguel Servet por los calvinistas en
Ginebra, o la guillotina aplicada por los ¿progresistas? revolucio­
narios franceses a Lavoisier.
Ciñéndonos a la intervención
de la Inquisición en asuntos
científicos, hay que tener
en cuenta que la ciencia en esa época,
estaba muy próxima a la brujería, adivinación y magia y era difí­
cil establecer la frontera entre
una y otras. Incluso muy poste-
(2) FERNANDO CHECA: Felipe JI, Mecenas de las Artes, Madrid, Ed. Nerea, 1992,
pág. 25.
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riormente, el propio Newton ern un gran aficionado a la astrolo­
gía y adivinación.
Actualmente, los llamados sucesos paranormales
son ridiculi­
zados
por la ciencia oficial e incluso perseguidos a veces como
estafa, probablemente con bastante razón. ¿Cómo nos tratarán
nuestros sucesores dentro
de un siglo si resultara que algunos de
ellos tienen base científica?
Otra
de las muletillas constantes de algunos autores entre
los que se encuentran los reseñados (pág. 38), es la descali­
ficación del
argumento de autoridad, aplicado de manera
preferente a Aristóteles y como forma de ataque indirecto al
tomismo.
Nada hay que objetar a esta crítica, siempre que no se lleve
al extremo, puesto que de hecho se utilizó y se sigue utilizando
de 1nanera sistemática incluso por los propios autores en esta
1nisn1a obra cuando no1nbran a Darwin y a otros científicos, aun­
que sea sin caer en su versión más burda del magíster dixít.
Ejemplo ya clásico es la polémica durante más de un siglo, sobre
la naturaleza de la luz entre Newton y Huygens, ganada
por el
primero a pesar de estar equivocado, gracias a ese denostado
argumento de autoridad.
Los últimos capítulos están dedicados al hombre y funda-
1nentalmente al comportamiento humano, haciendo un resu­
men desde Darwin, Freud y Konrad Lorenz, hasta Edward O.
Wilson. y Richard Dawkins
(El gen egoísta), terminando en el
último capitulo
con Gaia, la hipótesis elaborada por Lovelock
que está de moda desde hace algún tiempo y de manera parti­
cular entre ciertos sectores ecologistas hasta convertirla en un
culto.
No
ha dejado de resultanne chocante el concepto de tra­
dición siguiendo a Dennett (pág. 316), aplicado
en sentido
a1nplio a los vertebrados que transfieren infor1nación de una
generación a otra,
al margen de la que está impresa en los
genes.
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Estos últimos capítulos, si bien me han resultado tan intere­
sá'.ntes como el resto del libro, me han dejado la sensación de
cierta confusión, no sé si achacable al lector por la acumulación
de información, a veces incluso contradictoria, o por falta de
poso de los propios autores.
Se podrían seguir poniendo objeciones a numerosas citas y
conclusiones del libro, pero eso desbordaría excesivamente el
objeto de una reseña.
En conclusión, a pesar del derroche que representael discu­
rrir demasiado frecuentemente por derroteros filosóficos, la obra
resulta, además
de interesante, amena y me ha servido para repa­
sar y actualizar las nociones básicas
de química, biología y las
diferentes teorías
en vigor sobre el comportamiento.
ANrüNIO DE MENDOZA CASAS
Enrique Cal Parda: EPISCOPOLOGIO
MINDONIENSE'''
Mondoñedo es una vieja e histórica ciudad episcopal. Vivió
y vive -hoy menos-, de su obispado, gracias a .su obispado.
Sin
él apenas pasaría de una aldea colocada en l1no de los más
hermosos lugares de Galicia. Estas ciudades episcopales, y sólo
episcopales: Mondoñedo, Tuy, Coría, Ciudad Rodrigo, Jaca, Bar­
bastro, Segorbe, Tarazana, -Osma, Vich, Seo de Ufgel, Solsona,
Tortosa, Guadix, Plasencia, Astorga, Orihuela, Sigüenza, Ibiza,
Albarracín, Tudela, Calahorra
-si alguna de ellas ha conseguido
afirtnarse
por otro 1notivo es una excepción-, han tenido una
e) Publicaciones de Estudios Mindonienses, Mondoñedo-Ferrol, 2003,
1252 págs.
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