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Número 433-434

Serie XLIII

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Homilía del Cardenal Joseph Ratzinger en la Misa «Pro eligendo Pontífice»

la Madre de Dios, tu Madre, que te ha guiado cada día y te guiará ahora
a la glori.a eterna de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. Amén.
2. HOMIÚA DEL CARDENAL JOSEPH RATZINGER EN LA MISA
"PRO ELIGENDO PONTÍFICE"
Is 61, 1-3. 6. 8-9
Ef4, 11-16
Jn 15, 9-17
(Ciudad del Vaticano, lunes U} de abril de 2005)
En esta hora de gran responsabilidad, escuchemos con particular
atención cuanto nos dice el Señor con sus mismas palabras. De las tres
lecturas quisiera elegir sólo algún pasaje, que nos conderne directa­
mente en un momento como este.
La primera lectura presenta un retrato profético de la figura del
Mesías, un retrato que recibe todo su significado desde el monyento en
que jesús lee este texto
en la sinagoga de Nazaret, cuando dice: ªEsta
E;critura se ha cumplido hoy" ¡1.c 4, 21). En el centro del texto profético
encontramos una palabra que, al menos a primera vista, parece contra­
diclDria. El Mesias, hablando de sf mismo, dice que ha sido enviado "a
proclamar el año de miseri.cordil!, del Señor, día de venganza de nuestro
Dios" Os 61, 2). E;cuchamos, con alegria, el anuncio del año de miseri­
cordia: la misericordia divina pone
un limite al mal, nos dijo el SanlD
Padre. Jesucristo es la misericordia divina en persona: enc.ontrar a Cristo
significa encontrar la
misericordia de Dios. El.mandato de Cristo se ha
convertido en mandato nuestro a través de la unción sacerdotal; estamos
llamados a prodamar, no sólo con palabras sino también con la vida, y
con los signos efi.caces de los sacramentos, "el año de misericordia del
Señor". Pero ¿qué quiere decir /salas cuando anuncia el. "día· de ven­
ganza del Señor"? jesús, en Nazaret, en su .lectura del texto profético, no
pronimció estas palabras; concluyó anunciando el año de misericordia.
¿Fue este, quizás, el motivo del escándalo que se produjo después de su
predicación? No Jo sabemos. En todo caSo, el Señor hizo Su comentario
auténtico a estas palabras con la muerte en la cruz.
"Sobre el madero,
llevó nuestros pecados en su cuerpo ... ", dice San Pedro (1 P 2, 24). Y san
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Pablo escribe a la< Gálatas: "Cristo nos rescató de la maldidón de la ley,
hadénda la< gentiles, en Cristo jesús, la bendición de Abrabam, y por la fe recibié­
rama< el Espfritu de la Promesa" {Ga 3, 13-14).
La misericordia de Cristo no es una gracia barata; no implica tri­
vializar el mal.. Cristo lleva en su cuerpo y en su alma todo el peso del
mal, tOQa su fuerza destructora. Quema y transforma el mal en ol sufri­
miento,
en el fuego de su amor doliente. El día de venganza y el año de
misericordia coinciden en el misterio pascual, en Cristo muerto y resud­
ta.da. F.sta es la venganza de Dios:. él mismo, en la persona de su Hijo,
sufre
por nosotros. Cuanto más nos toca la misericordia del Señor, tanto
más somos solidarlos con su sufrimiento, tanto más estamos dispuestos a
-completar en nuestra carne "Jo que falta a las tribulaciones de Cristo"
{Col 1, 24).
Pasemos a la segunda lectura, a la carta a los Efesios. Aqui se trata,
en sustanda, de tres cosas: en primer lugar, de los ministerios y de los
carismas en la lgles/iJ., como dones del Señor resucitado y elevado al delo;
Juego, de la maduradón de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios,
como condidón y conl(!nido de la unidad del cuerpo de Cristo; y, por últi­
mo, de la partidpadón común eil el crecimiento del cuerpo de Cristo, es
decir, de la transformación
del mundo en la comunión· con el Señor.
Detengámonos sólo en dos puntos. El primero es el camino hacia "la
madurez de Cristo"; así dice, simpllftcando un poco, el texto italiano.
Según el texto griego, deberíamos hablar
más precisamente de la "medi­
da de la plenitud de Cristo", a la que estamos llamados a llegar para ser
realmente adultOS en la fe. No deberíamos seguir siendo niños en la fe,
menores de edad. ¿En qué consiste_ ser niños en la fe? San Pablo respon­
de:
significa ser "llevados a la deri.va y zarandeados por cualquier vien­
to de docirina ... " (llf 4, 14). ¡Una descripción muy actúa]/
¡Cuántos vientos de doctrina -hemos conocido durante estos últimos
decenios!,
'¡cu¿ntas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensa­
miento! ... La pequeña barca del pensamiento de mucha< cristianos ha
sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro:·
del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al indi­
Vldualismo radical; .del ateísmo a un vago misticismo religioso; del
agnostidsmo
al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se rea­
liza Jo que dice san· Pablo sobre el engaño de los h()fIJbres, sobre la astu-
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da que tiendeaindudra error {cf. Ef 4, 14). A quien tiene una fe clara,
según
el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de funda­
mentalismo. Mientras que el relativismo,
es dedr, deyarse ullevar a la
deriva por
cualquier viento de doctri.na ", parece ser la única actitud ade­
cuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del
relativismo que
no reconoce nada como definitivo y que d(lja como últi­
ma medida sólo el propio yo y sus an/Djos.
Nosotros, en cambio, tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el hom­
bre
vercJadero. Él es la· medida del verdadero humanismo. No es "adul­
ta"
una fe que sigue .las olas de la n1oda y la última novedad; adulta y
madura es una fe profundamente arraigada en la amistad con Cristo.
F.sta amistad nos abre a IDdo lo que es bueno y nos da el criterio para dis­
cernir entre lo verdadero y lo
falso, entre el engaño y la verdad. Debemos
madurar esta fe adulta; debemos guiar la grey de CrislD a esta fe. F.sta fe
-sólo la fe-crea unidad y se realiza en la caridad. A este propósito,
san Pablo,
en contraste con las continuas peripecias de quienes Son como
niños zarandeados
JX)r las olas, nos ofrece estas hermosas palabras:
"hacer la verdad en la caridad", como fórmula fundamental de la exis­
tenda cristiana. En Cristo coindden la verdad y la Caridad. En la medi­
da en que nos acercamos a Cristo, también en nuestra vida, la verdad y
la caridad se funden. La caridad sin la verdad serfa'ciega; la verdad sin
la caridad seria como "cimba/o que retiñe" (1 Co 13, I}.
Vajámos ahora al Evangelio, de cuya riqueza quisiera extraer sólo
dos
pequeñas observaciones. El Señor nos dirige estas admirables pala~
bras: "No os llamo ya siervos ... , sino que os he llamado amigos" (Jn 15,
15). Muchas veces nos sentimos -y es la verdad-sólo siervos inútiles
(et Le 17, 10}. Y, sin embargo, el Señor nos llama amigos, nos hace ami­
gos suyos, nos da
su amistad. El Señor define la amistad de dos modos.
No existen secretos entre amigos: Cristo nos dice todo lo que escucha del
Padre; nos
da toda su .confianza y, con la· confianza, también el cono­
cimiento.
Nos revela su rostro, su -corazón. Nos muestra su ternura por
nosotros, su amor apasionado, que llega hasta la locura de la cruz.
Confía
en nosotros, nos d8. el ¡ioder de hablar con su yo: "Este es. mi cuer­
po ...
", 'yo te absuelvo ... ". Nos encomienda su cuerpo, fa Iglesia. Enco­
mienda a nuestras mentes débiles, a nuestras manos débiles, su verdad,
el misterio de
DiOS Padre, Hijo y Espiritú Santo; el misterio de Dios que
"tanto amó al mundo que le dio a su Hijo único" {ct]n 3, 16). Nos ha
hecho amigos suyos, y nosotros_, ¿cómo respondemos?
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El segundo modo como Jestis define la amistad es la comunión de las
voluntades. 1dem velle, idem nolle
", era también para los romanos la
definidón de amistad.
"Vosotros sois mis amigos, si hacéis Jo que yo os
mando"
án 15,' 14). La aIIJistad con Crí.sfn coindde con Jo que expresa
la tercera petición del padrenuestro: "Hágase tu voluntad en la tierra
como en el delo". En .la hora de Getsemanf Jesús transformó nuestra
voluntad humana rebelde en voluntad conforme y unida a la voluntad
divi.na. Sufrió todo
el drama de nuestra áufnnomfa y, predsamente
poniendo nuestra voluntad en las manos de Dios, nos
da la verdadera
libertad: "No como quiero yo, sino como quieres tú" (Mt 21, 39}, En esta
comurlión de voluntadesi se realiza nuestra redención: ser amigos de
Jesús, convertirse en amigos de Jesús. Cuanto más amamos a jesús, cuan­
fn más Jo conocemos, tanto más crece nuestra verdadera libertad, crece
la alegria de ser redimidos. ¡Gracias, Jesús, por tu amistad!
El otro aspecto del Evang""elio al que quería aludir es el discurso de
Jesús sobre dar fruto: "Os he destinado para que vayáis y deis frufn y
vuestro fruto permanezca " (In 15, 16). Aparece aquí el dinamismo de la
existencia del cristiano, del
apóstol: os he destinado para que vayáis ...
Debemos estar impulsados por una santa inquietud: la inquietud de lle­
var a todos el don de la
fe, de la amistad con Cristo. En verdad, el amor;
la amistad de Dios se nos.ha dado para que llegue también a los demás.
Hemos recibido la fe para transmitirla a los demás; somos sacerdotes
pára servir a los demás. Y debemos dar un frufn que permanezca. Todos
las hombres quieren deyar una huella que permanezca. Pero ¿qué per­
manece? El dinero, no. Tampoco los edificios; los llbros, tampoco. Des­
pu_és de derto tiempo, más o menos largo, todas estas cosas desaparecen.
Lo único que permanece eternamente es el a/m¡a humana, el hombre
creado por Dios para la eternidad. Por tanto, el fruto que permanece es
todo.Jo que hemos sembrado en las aknas humanas: el amor:, el conoci­
mienfn; el gesto
capaz de tocar el corazón; la palabra que abre el abna
a la aiegria del Señor. Así pues, vayamos y pidamos al Señor que nos
ayude a
dar fruto, un fruto que permanezca. Sólo así la tierra se trans­
forma de vaile de lágrimas
en jardín de Dios.
Por último, volvamos, una vez más, a la carta a los Efesios. La carta
dice, con las palabras del salmo 68, que Cristo, ai subir al cielo, "dio
dones a los hombres" /llf 4, 8). El vencedor da dones. Estos dones son:
apóstoles, profetas, evangelizadores, pastores y maestros. Nuestro minis­
terio
es un don de Cristo a-los hombres, para construir su cuerpo, el
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mundo nuevo. ¡ "Wvamos nuestro ministerio así, como don de Cristo a Jo~
hombiesl Pero en esta hora, sobre todo, roguemos con insistencia al
Señor para que, después del gran don del Papa juan Pablo ll, nos dé de
nuevo
un pastor según sli corazón, un pastor que nos guíe al conoci­
miento de
Cristo, a su amor, a la verdadera alegria. Amén.
3. HOMILÍA S. S. BENEDICTO XVI EN LA MISA DEL SOLEMNE INICIO
DEL MINISTERIO
PETRINO DE OBISPO DE ROMA
(Plaza de San Pedro, domingo 24 de ahril de 2005)
Señor Cardenales,
venerables
Hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
distinguidas Autoridades y Miembros del Cuerpo diplomático,
queridos Hermanos y Hermanas
Por tres veces nos ha acompañado en estos días tan intensos el canto
de las letanías de los santos: durante
los funerales de nuestro SanfíJ
Padre juan Pablo ll; con ocasión de la entrada de los Cardenales en
Cónclave, y también hoy, cuando las hemos cantado de nuevo con la
invocadón:
Tu illum adiuva, asiste al nuevo sucesor de San Pedro. He
oído este
canfíJ orante cada vez de un modo completamente singular,
como
un gran consuelo. ¡Cómo nos hemos sentido abandonados tras el
fallecimiento de
juan Pablo DI El Papa que durante 26 años ha sido
nuestro pastor
y guia en el camino a través de nuestros tiempos. Él cruzó
el umbral
hada la otra vida, entrando en el misterio de Dios. Pero no dio
este paso
en solitario. Quien cree, nunca está solo; no. lo está en la vida
ni tampoco en la muerte. En aquellos momentos hemos podido invocar a
lds santos de todm_ los siglos, sus amigos, sus hermanos en la fe, sabien­
do que
serian el cortejo viviente que lo acompañaría en el más allá, hasta
la gloria de
Dios. Nosotros sabíamos que alli se esperaba su llegada.
Ahora sabemos que él está entre los suyos y se encuentra realmente
en su
casa. Hemos sido consolados
de nuevo realizando la solemne entiada en
cónclave para elegir al que Dios había escogido. ¿Cómo podíamos reco­
nocer su nombre? ¿Cómo
115 Obispos, procedentes de todas las cµIturas
y países, podían encontrar a quien Dios quena otorgar la misión de atar
y desatar?
Una vez más, Jo sabíamos; sabíamos que no estamos solos, que
estamos
rodeados, guiados y conducidos por los amigos de Dios. Y ahora,
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