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Número 441-442

Serie XLIV

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Pedro Carasa (dir.): Élites castellanas de la Restauración

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
instauración de todas las cosas en Cristo", la consumación_ en la
plenitud de los tiempos del designio divino del advenimiento del
Reino
que pedimos en el Padrenuestro ( véase Catecismo de la
Iglesia Católica, 2818) y
con él la "restauración universal de que
Dios habló por boca de los profetas' (Ibídem, 674)". "El Padre Or­
landis era apóstol
de la Esperanza, de la esperanza del reino de
Cristo en el mundo por el Amor misericordioso del Sagrado Co­
razón
de Jesús. También estaba convencido de que la conversión
del mundo, si es imposible
para los hombres, puede ser el efec­
to
de la misericordia y de la gracia de Dios. Lo que no se puede
esperar es la paz en el mundo sin el Reino de Cristo, mientras la
mayoría de la humanidad desconozca a Cristo y el mismo mundo
que fue cristiano se glorie de su ,apostasía• y se jacte de construir
una ciudad terrena desechando a Cristo".
Estamos seguros
de que la lectura de este breve pero denso
tratado
de Teología de la Historia ayudará a discernir el signo de
los actuales acontecimientos, a entender las afirmaciones del Ma­
gisterio de la Iglesia sobre la esperanza escatológica y, al mismo
tiempo, a descubrir las consoladoras promesas que el Sagrado
Corazón
de Jesús ha revelado para alimento espiritual de los
hombres y mujeres de nuestro tiempo.
JOSÉ MARÍA Al.sINA
Pedro Carasa (Dir.): ÉLITES CASTELLANAS
DE LA RESTAURACIÓN'''
Tomo 1: DICCIONARIO BIOGRÁFICO DE PARLAMENTARIOS
CASTELLANOS Y LEONESES (1876-1923)
Tomo
II: UNA APROXIMACIÓN AL PODER POLÍTICO
ENCASTILLA
Interesante obra colectiva publicada bajo la dirección de Pedro
Carasa. En el primer volumen responde exactamente a su subtí­
tulo.
Y no dudamos en calificarlo de excelente si lo comparamos,
(') Junta de Castilla y León, Salamanca, 1997, 567 y 556 págs.
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por ejemplo, con el Diccionario biográfico del Trienio Liberal, de
Gil Novales, con el Diccionario de Historia Eclesiástica de España,
en cuatro volúmenes más un Suplemento, de Vives, Marin y Aldea,
o con el Diccionari
d'bistória eclesiastica de Catalunya, en tres
volúmenes,
de Corts, Galtés y Manent.
Fácilmente se entiende
que las voces de las obras de este tipo
no pueden ser acabadas monografías sobre cada uno de los per­
sonajes.
Yo me contento con que no estén plagadas de errores y
que aporten algún conocinúento sobre el personaje en cuestión.
Lo primero, con una excepción a la que luego nos referiremos,
lo cumple perfectamente esta
obI"a. Los errores, y vuelvo a insis­
tir en la salvedad mencionada, son excepcionales, lo que no ocu­
rre con las tres obras antes citadas, por lo que se lee sin que se
suscite la irtitación permanente que las otras producen. Si ade­
más, como es el caso, las biografías están trabajadas, pues den­
tro
de lo sintético, que es obligado, constituyen una fuente nota­
ble
de conocinúentos. Repetimos que el trabajo nos parece muy
logrado.
El tomo segundo es más bien una sociología de las eleccio­
nes
que tuvieron lugar en Castilla y León durante el periodo de
la Restauración borbónica. O, mejor dicho, hasta la dictadura de
Primo de Rivera. El estudio, hecho por provincías, está trabajado.
Al ser varios los autores adolece de cierta falta de homogeneidad.
Y sectoriza demasiado la cuestión. Es tnás una aportación a la
Wstoria local que a la general. Pero sin duda interesante y con
datos extrapolables a la gran Wstoria. Tras la lectura
de ambos
volúmenes se conocerá mejor la historia de España, y ciertamen­
te
la de Castilla y León, en aquellos años que vienen denomi­
nándose
la Restauración.
Y ahora, la rebaja. Los diputados accedían al Congreso tras
unas elecciones. Aunque en ocasiones fuera único el candidato.
No ocurría lo mismo con
el Senado que diseñó la Constitución
de Canovas. Que estuvo vigente durante todo este plazo. Había
senadores por derecho propio, los había vitalicios y también elec­
tivos. Y, entre estos últimos, algunos eran elegidos por corpora­
ciones restringidas como una Universidad
o una provincia ecle­
siástica.
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Tenemos pues entre los senadores unos arzobispos y unos
obispos que, los primeros
por derecho propio y los segundos
por votación superrestringida y corporativa, integraban un grupo
peculiar
en el Senado. Las semblanzas de estos eclesiásticos se
encargaron a Berzal de la Rosa, de alguna
de cuyas obras ya he
dado cuenta a los lectores. Y no precisamente con elogio. No era
necesario ser profeta para imaginamos los peores resultados de
esta colaboración. Que verdaderamente afea una obra que sin
ella sería muy digna. Y
aún lo es, pese a ella.
Bien sé
que a todo historiador le resbala una tecla y sale
una fecha inexacta, una palabra incorrecta. Y que, aún poniendo
atención, se escapa a relecturas posteriores. Nada diría ante
media docena
de gazapos de este tipo. Pero no es ese el caso.
Son docenas y algunos incluso de concepto. Su repetición es ver­
daderamente irritante. No se acertó
en el colaborador. No sabe y
escribe
mal. Pues imaginable el resultado.
El primer obispo que aparece es Enrique Almaraz y Santos.
Que según Berzal "preside la sede de Palencia en 1903 (toma de
posesión el 22 de abril)" (pág. 76). Ya la palabra presidir no nos
parece
la adecuada pero en lo que está equivocadisimo es en el
año, porque fue nombrado para regir la diócesis palentina diez
años antes.
En 1893.
Peor suerte
aún tenemos con el segundo: Vicente Alonso
Salgado. "Arzobispo
de Cartagena el 25 de junio de 1903 (hacien­
do su entrada solemne el 29 de agosto) y de Murcia" (pág. 90).
Cualquier lector
no instruido entenderá que en 1903 le hicieron
obispo de Cartagena y posteriormente,
no sabemos cuándo, de
Murcia. Pues no. Murcia no existe. Como diócesis. Por lo que no
le pudieron hacer ni arzobispo ni obispo de la misma. Y Carta­
gena
no es arzobispado ni Salgado fue arzobispo. Simplemente
obispo. Tampoco está muy
ducho en V'rrgenes y patronas. La
"Virgen de Fuensanta" (pág. 90) es naturalmente la Virgen de la
Fuensanta como saben no sólo todos los huertanos sino otros
muchos que no lo son.
Con el obispo Álvarez Miranda también tiene
un tropiezo
-y hemos de decir que no estamos contrastando todas sus afir­
maciones sino sólo señalando las que saltan a la vista-, al decir
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que el pueblo de su naturaleza es asturiano: "Miñera (Oviedo)"
(pág. 98), cuando pertenece a León.
Tampoco pasa incólume
por Antonio Álvaro Ballano .. Hombre
de confianza del cardenal Sancha, también lo fue de su sucesor
en la archidiócesis primada, pero éste no era "D. Miguel Aguirre"
(pág. 100), sino
D. Gregorio Maña Aguirre.
En la voz correspondiente al obispo Ramón Barberá y Boada
dice
que éste se manifestó "en contra de los preceptos de la
Gloriosa (1869)" cuando era sacerdote (pág. 139).
Yo no sé cuan­
do se manifestaría nuestro cura contra los preceptos de la
Gloriosa pero sí
sé, como sabe todo el mundo con una mínima
cultura histórica que la "Gloriosa" es de 1868. Y aquel alud de
preceptos antieclesiales de "Lutero" Ortiz fueron también de ese
año. Aunque
en 1869, y en 1870, y en 1871... hubiera habido tam­
bién disposiciones contra la Iglesia. En este caso
no me atrevo a
afirmar la ignorancia de Berzal porque, como redacta tan mal, tal
vez el error no sea histórico sino sólo gramatical. Cabe que lo
que quisiera escribir fuera "hemos de resaltar la intensa obra
(1869) en defensa de la unidad católica y en contra de los pre­
ceptos
de la Gloriosa durante su sacerdocio". Y ni aún así.
Porque su sacerdocio rebasó con mucho a la Gloriosa.
No está acertado tampoco con Tomás Belesta y Cambeses de
quien dice que "fue senador por el arzobispado de Valladolid y
por las provincias de Gerona y Zamora" (pág. 145). Madeja ya
indesmadejable. Como obispo
de Zamora está claro que pudo ser
senador por la provincia eclesiástica de Valladolid si le eligieron
sus coprovinciales. Pero, ¿senador por Gerona
y Zamora? ¿Se pre­
sentó a esas elecciones por el turno de senadores electivos?
¿Y le
eligieron los gerundenses
y los zamoranos con derecho a voto?
No se sostiene. Y revela una absoluta ignorancia sobre el modo
de acceder los obispos al Senado.
Y como
no hemos salvado todavía a un solo obispo no iba a
ocurrir
con Juan Benlloch y Vivó. Que nunca fue preconizado
"obispo
de Burgos" (pág. 151) porque la capital castellana era,
desde hacía muchísimos años
un arzobispado. "Fue elegido sena­
dor por el arzobispado de Tarragona, arzobispado de Burgos y
por derecho propio" (pág. 153). No nos cabe duda lo del dere-
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
cho propio como arzobispo de Burgos. Tampoco que lo fuera
por la provincia eclesiástica de Tarragona cuando era Adminis­
trador Apostólico
de Solsona u obispo de Urge!, pero, ¿en con­
cepto
de qué le eligió la provincia eclesiástica de Burgos si nunca
fue sufragáneo
de la misma? Puede ser que estemos equivocados
pero tenemos muchísimas dudas al respecto.
La voz sobre José Cadena y Eleta es muy breve y en nada
afortunada. No nació
en "Pitillas (Pamplona)" (pág. 166). Nacerla
en Pitillas (Navarra). ¿O es que era Pitillas un barrio de la capital
del viejo reino? En 1896 es
nombrado ''vicario general de la
Iglesia Catedral
de Madrid" (pág. 166). Pues no. La Iglesia Cate­
dral
de Madrid tendria su deán, sus dignidades, sus canónigos de
oficio, sus canónigos y sus beneficiados pero no sus vicarios
generales. Esos lo eran de la diócesis y no de la catedral. "El 7 de
julio de 1901 es elevado al episcopado de Segovia. Es trasladado
a Vitoria el
14 de noviembre de 1904. El 18 de julio de 1913 es
trasladado
de nuevo a Burgos" (pág. 166). No me ha apetecido
contrastar esa fechas. Seguramente serán ciertas. Aunque con
Berzal todo es posible. Pero, ¿de nuevo a Burgos?
¿Era ya arzo­
bispo
de Burgos cuando le nombraron obispo de Segovia? Todo
un puro dislate. Respecto a su "obra magistral" (pág. 166) como
insigne canonista,
que lo fue, de 1896, nos parece recordar edi­
ciones muy anteriores a ese año. Pero en el inmenso desorden
de mis libros me llevarla gran esfuerzo encontrarla. Quede esto
pues simplemente como duda.
Sobre el controvertido obispo salmantino Fray Tomás Cáma­
ra, del
que se podrian escribir libros dado su tormentoso pontifi­
cado, no vamos aquí a extendernos. Nos limitaremos a las afir­
maciones de Berzal. "Destaca su intervención en las instiruciones
políticas locales y provinciales en los años 1899 y 1890, con éxito;
las causas fueron dos hechos: el conflicto
en 1890 entre el
Obispo y el Ayuntamiento
de Salamanca por la acumulación de
escombros y el "estado ruinoso de varias iglesias, y el «caso Arés~
en 1891" (pág. 175). Luego el 1899 y 1890 debería ser el 1890 y
1891. ¿Digo
yo?
Bien sé que todos los obispos de entonces, aun los más libe­
rales, eran de doctrina integrista. Pero de ahí a caracterizar a uno
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de los más antinocedalianos y anticarlistas, como lo fue Cámara,
diciendo
que "resalta su talante conservador (para algunos inte­
grista) y antimodemo" (pág. 175), o
que "destaca el tono reac­
cionario" (pág. 175)
de alguna de sus obras pues uno ya no sabe
en que quedarse para con los que todavía eran mucho más extre­
mosos que él.
Hemos mencionado sus atentados a la gramática que,-como
la historia, no parecen lo suyo. Las he venido pasando por alto
para
no hacer esto demasiado largo pero ahora me encuentro
con una y vaya como muestra para que no se me tache de acu­
sador imaginario: "Destaca sus esfuerzos ... " (pág. 176). ¿Destacan?
Cerramos la voz Cámara
con otra perla: "En 1907 aceptó el
gobierno
de Maura" (pág. 176). Sería desde el cielo. O donde se
encontrara. Porque había muerto
en 1904.
El cardenal Cascajares tampoco se salva en esta serie de des­
propósitos. Según Berzal "murió
en Zaragoza" (pág. 197). Pues
resulta
que murió en Calahorra cuando se dirigía a la capital del
arzobispado para el que acababa
de ser nombrado. No estudió
en el "Colegio de Masamao" (pág. 197) sino en el de Masarnau.
Nombre
que le debería sonar pues el hermano del dueño de tal
colegio fue
un seglar insigne, con fama de santidad que introdu­
jo
en España esa obra benemérita de la Iglesia que fueron las
Conferencias
de San Vicente de Paúl.
Era "nieto del diplomático
José Nicolás de Azara" (pág. 197).
Pues
yo creo que aquel ilustrísimo diplomático, factotum de los
empeños
de Carlos III en la extinción de la Compañía de Jesús,
murió soltero y sin descendencia. Al menos reconocida. El car­
denal debía ser sobrino nieto del embajador.
Es de todos conocido que Cascajares abandonó su carrera
militar
por un desengaño amoroso y se hizo sacerdote. Pero es
bastante ininteligible esta afirmación
de Berzal: "Al mismo tiem­
po que estudiaba su nueva carrera, se preparaba con aplicación
para recibir las Sagradas Órdenes" (pág. 197). ¿No sería ese el
caso
de casi todos los que aspiraban al sacerdocio?
Concluimos con el cardenal diciendo que creemos que no
se dice "presbiteriado" (pág. 197) sino presbiterado. Y que el titu­
lo
de algunos clérigos de entonces era el de "beneficiado" (pág.
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197) y no el de "beneficiario" (pág. 197), aunque evidentemente
se beneficiasen.
Llegamos a Manuel Castro y Alonso (págs. 201-203), a quien
todo el
mundo suele llamar Manuel de Castro y Alonso, y tam­
poco se irá de rositas Berzal. Nótese que hasta el momento no ha
habido un solo obispo en el que no debiera ser corregido. Pues
este joven y preparado sacerdote, como tantos otros
de los que
destacaban en la época, pensó en opositar a canonjías. Y así lo
hizo. A "las catedrales de Jerez de la Frontera, de Valladolid y
Zamora" (pág. 202). Pues no. Jerez
de la Frontera no tenía cate­
dral. Fue erigido obispado en la segunda mitad del siglo xx. Hasta
entonces
no hubo templo catedralicio. Pero, bueno, puesto a
inventar obispados, ¿por
qué no arzobispados? Y también. "El
arzobispado de Zamora" (pág. 203).
Julián de-Diego y
García Alcolea es Juan Diego y García
Alcolea (pág. 236).
Al final de sus días fue nombrado "obispo de
Santiago" (pág. 237), como si aquella Santa Iglesia Apostólica
no fuera metropolitana. Y ahora ya el colmo de la ignorancia.
Porque, al fin y
al cabo, el arzobispo es obispo y entre Juan y
Julián,
qué mas da. Pues este obispo, y al final de sus días, arzo­
bispo, encargó a Gaudí
un palacio episcopal en Astorga (pág.
237). Lástima
que el palacio ya estuviera construido porque quien
lo había encargado y prácticamente concluido,
al genial arqui­
tecto había sido
su antecesor en la mitra, Grau Vallespinós. Y
entre Grau y
de Diego, fueron obispos de aquel viejo obispado
nada menos que Alonso Salgado, Cidad y Miranda.
El clero de aquella diócesis no es "asturiano" (pág. 237), sino
astorgano o asturicense. Y también nos choca que edificara "un
amplísimo local para su Cfrculo de Obreros y otras sociedades
importantes" (pág. 237). No
pongo en duda lo del amplísimo
local,
que lo seña, pero en la Astorga de su tiempo, que no lle­
garla a los 6.000 habitantes, no era importante ni el Círculo de
Obreros.
La voz de Don Leopoldo Eijo y Garay es una de las menos
rechinantes. Pero aún así tiene sus cosas. "El 28 de mayo es nom­
brado obispo de Tuy. Posteriormente es trasladado a Vitoria,
donde le vemos ejercer como obispo en julio de 1917. En junio
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de 1923 es nombrado obispo de Madrid-Alcalá, a donde es de
nuevo trasladado" (pág. 245) ¿Cómo que de nuevo? ¿Es qué lo
había sido antes?
La caracterización que hace del Patriarca es de obispo ultra­
franquista, "pese a
que varios prelados critican al régimen" (pág.
246)
¿Varios? ¿Cuáles? Debe estar hablando de la década de los
cincuenta
porque Don Leopoldo murió en 1963. Claro que el
régimen franquista tenia cosas criticables, y algún
obispo las cri­
ticaría en conversaciones particulares con otros hermanos, pero
lo que parece deducirse de Berzal es que había ya en los años
cincuenta un grupo de obispos, como después lo hubo, que
manifestaban sus distancias ante el régimen imperante. Me pare­
ce una imaginación de Berzal.
La voz Fernández de Piérola es brevísima y parece denotar
una absoluta ignorancia sobre quién fue aquel obispo. Tanta,
que, figurando todos los parlamentarios
con sus dos apellidos,
éste
aparece como si fuera Fernández por parte de padre y de
Piérola por su madre (pág. 258). Pues no. Se llamaba Femández
de Piérola y López de Luzuriaga. No nació en "Ontiñano
(Pamplona)" (pág. 258) sino en Ontiñano (Navarra). Ya es cursi­
lería designar a
su primera diócesis como "San Cristóforo de la
Habana" (pág. 258). O
La Habana, o San Cristóbal de La Habana.
Y ya puestos a puristas larinizantes
Sancti Cbristopbori. Y otra
corrección gramatical: "las pérdidas
de las colonias españolas"
(pág. 258).
Con la pérdida basta y sobra. Aunque fueran Cuba,
Puerto Rico y Filipinas. Y
queda mucho mejor.
De Gandásegui y Gorrochátegui, teniendo en cuenta que es
autor de una biografía del prelado, cabría esperar una voz impe­
cable. Pues, si quieres arroz. "Es ordenado sacerdote en el año
1893, y promovído el 27 de mayo de 1894, con dispensa de edad"
(pág. 277). ¿Promovido a qué? Porque
se promueve a algo.
Gandásegui no, es simplemente promovido. "A continuación (de
doctorarse) se lanza al campo de la oposición" (pág. 277). No se
alarmen los lectores. No es que se haya sublevado contra su obis­
po o contra la Iglesia. No, simplemente quiere ser canónigo. "Por
la Canonjía vacante
de la Catedral de Cádiz (. .. ); para la Canonjía
vacante
de la Iglesia Metropolitana de Valladolid" (pág. 277). A
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sus muchas ignorancias añade la de las preposiciones. Se oposi­
t.a a. No por, ni para. Pero, en todo caso, siempre debería ser por.
O para. No lo que se le ocurra en cada caso. Y en la misma frase.
El "obispo Alela" (pág. 277), que tanta confianza depositó en
Gandásegui, ya lectora] de Zaragoza, era naturalmente arzobispo
de Zaragoza. Y Gandásegui no fue nombrado nunca "obispo de
Ciudad Real" (pág. 277) sino obispo titular de Dora, Prior de las
Órdenes Militares
que efectivamente tenía su sede en Ciudad
Real. Pero
no es lo mismo. Tampoco creo que Castilla la Vieja
tuviera nunca "nueve provincias" (pág. 278) hasta los días recien­
tísimos de las autonomías. Pero de eso en los días de Don
Remigio Gandásegui no se tenía ni idea.
También con Valentín García Barros patina Berzal: "Cursó
en
el Seminario de Tuy "con honrisimas notas", hizo a continuación
latín y humanidades, filosofía, 4 años de teología" (pág. 281). Las
honrisímas notas son pues anteriores a sus estudios sacerdotales:
latín, humanidades, filosofia y teología. Sin duda el Seminario
tudense debía tener
una guardería infantil donde los bebés
aprendían aquello de la p con la a pa, y con la e, pe. Y como les
parecería dar honrosísimas notas por esas elementalidades las
daban tan sólo honrisimas. No se me alcanza otra interpretación.
Como este joven debía ser un portento bonrisímo fue desti­
nado a dos parroquias perdidas que ni yo mismo, siendo galle­
go, tengo la
menor idea de donde están. Pues allí "destacó por
sus conocimientos científicos" (pág. 281). Me imagino que sería
ante la mirada mansa e ignara de alguna vaca realmente asom­
brada por los conocimientos científicos del nuevo
cura. También
García Barros quería ser canónigo y también opositaba. Pero en
esta ocasión "se presenta a las oposiciones". Nada de por ni de
para. Pues tan honrisimo y científico sacerdote no podía aspirar
a
la Penitenciaría del cabildo palentino o de la catedral de
Palencia, que es donde se encontraban las canonjías, fueran de
oficio o no. El ganó, nada menos, que la de "la Iglesia de Palen­
cia" (pág. 281). Como si fueran la misma cosa la diócesis
que la
catedral.
Al obispo José María García Escudero dedica solamente siete
líneas.
Es la nota más breve, con mucho, que nos hemos encon-
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trado. Pero sobran para llenarlas de errores. Comienza omitiendo
el apellido materno,
que era Ubago. Apellido que figura en todos
los demás párlamentarioS excepto, como ya hemos dicho, en
Fernández de Piérola, también de la autoña de Berzal. Cuando
alguno
de estos personajes nace en un pueblo suele aparecer a
continuación, entre paréntesis, la provincia. Pues nuestro obispo
nació en "Badarán (Calahorra)" (pág. 284). Quizá sea ésta la
explicación de las nueve provincias castellanas. Nadie había con­
tado nunca la inexistente provincia de Calahorra.
Hemos visto también que es confusa la idea que tiene Berzal
de los canónigos. Que unas veces son de la catedral y otras de la
diócesis. Pues todavía existe una tercera clase de canónigos: los
del Seminario. Porque también existen: "nombrado canónigo en
el Seminario Conciliar de Logroño" (pág. 284). Y todavía riza más
el rizo. Porque no vayan a creerse que tal nombramiento lo hizo,
como sería normal, o al menos le diera la colación, el obispo de
Calahorra y La Calzada. No, fue el arzobispo de Valladolid que
nadie sabe que pito toca en esta historia. Si es cierto que lo tocó
el cardenal Cascajares no sería como arzobispo de Valladolid, que
lo era, sino como Administrador Apostólico de la diócesis cala­
gurritana,
en el caso de que lo hubiera s_ido. Pero nos parece que
por aquel entonces la diócesis la regía Palacios como vicario
capitular.
Seguimos con los dislates
pues siete líneas dan para mucho:
"Con
el decreto de ocupar la dignidad abacial vacante en la
Iglesia Colegiata
de Logroño, es obispo de Osma-Soria el 19 de
abril de 1897" (pág. 284). Pues tampoco. Con el decreto nom­
brándole abad
de la colegiata de Logroño sólo puede ser abad de
la colegiata de Logroño. No arzobispo de Burgos, obispo de
Guadix ni gobernador civil de Murcia. Para ser obispo de Osma,
no de Osma-Soria pues esa diócesis entonces no existía, es abso­
lutamente necesaria la bula de nombramiento para tal diócesis.
No para la colegiata
de Logroño.
Tampoco se salva Manuel Lago González. "Gana la oposición
a la canonjía
de la catedral de Lugo" (pág. 338). Que en castella­
no hay que entenderlo como si la catedral lucense tuviera una
única canonjía que ganó Lago. Sigue insistiendo en lo de Osma-
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Soria, que, como decimos, no existía como diócesis y rebaja a
Santiago a simple obispado. "Es obispo de Osma-Soria en 1909,
de Tuy en 1917 y de Santiago de Compostela en 1924" (pág. 338).
Más confusa es esta afirmación: "Destacan sus conocimientos de
las lenguas bíblicas y de las europeas, así como de la ciencia anti­
gua y moderna" (pág. 338). Nada hay
que oponer a su poliglo­
tismo, tanto
de lenguas modernas como antiguas pero ya lo del
conocimiento destacado
de la ciencia antigua y moderna ya nos
parece algo exagerado.
¿De toda la ciencia? ¿Incluida la Física, la
Matemática, la Médica
... ?
Con Narciso Martínez Izquierdo vuelve a tropezar
en la pie­
dra
de siempre de las canonjías. Y ahora por lo contrario a lo que
señalábamos en Lago González. Si en una catedral hay muchos
canónigos, penitenciarios sólo hay uno. Por tanto, no "obtuvo
por oposición una canonjía penitenciaria en la catedral de Si­
güenza" (pág. 383) sino la canonjía penitenciaria de la misma.
Después nos dice
que Castelar le propone para obispo de
Salamanca. Y añade, "Entra como tal el 16 de enero de 1874"
(pág. 383). ¿Dónde entra? Porque en Salamanca, no. Él mismo
Berzal reconoce
que no fue consagrado obispo hasta 1875.
Creemos también
que le hace bastante más integrista de lo que
era (págs. 383-384). En aquellos días un integrista no llegaba al
obispado
de Madrid. Si alguno por despiste se colaba, y como
excepción, ya
no salía de Plasencia. La "notable expansión de la
Orden" (pág. 384)
de los jesuitas no se debió en absoluto a que
Martínez Izquierdo les encomendara el Seminario salmantino. Por
aquellos días, al contrario
de lo que hoy ocurre, se expandía sola.
Prudencio Melo y Alcalde
no fue "obispo de Valencia" (pág.
389) sino arzobispo.
Sobre Julián Miranda Bistuer discrepan las fuentes sobre
si
nació en Tamarite de Litera, por lo que se inclina Berzal, o en
Segovia, pero lo que es ciertísimo es que dicho pueblo no está
en Lérida (pág. 400) sino en Huesca.
Del obispo
de Corla y Zamora, Luis Felipe Ortiz Gutiérrez nos
hace una inteligentísima precisión que no se le hubiera ocurrido
a nadie,
"Es presbítero" (pág. 428). Como si nos dice que era
varón. Porque
todo el mundo sabe que en aquellos días podían
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
hacer obispo a una mujer o a un bombero. Y como Berzal tiene
querencia a las intrusiones episcopales
no vacila en afirmar que
"en 1878 fue deán de la catedral de León gracias a la voluntad
del
obispo de Santander, D. Saturnino Fernández de Castro" (pág.
428). ¿Qué tendría
que ver el prelado santanderino en la provi­
sión
de dignidades de la catedral leonesa? ¿Seña íntimo amigo del
prelado leonés
y se lo recomendaría? ¿Vino la recomendación por
vía gubernativa al ser el de Santander persona a quien Cánovas
no negaba nada?. ¿Y si nos encontramos con que en Santander
no hubo ningún obispo Fernández de Castro? ¿ Y si resultara que
Don Saturnino Fernández de Castro y de la Cotera de donde era
obispo era
de León? ¿A qué así todo se entiende perfectamente?
La nota con la que finalizó sus estudios Juan Plaza García no
fue la de Meretisimus (pág. 450) sino la de Meritissimus. Obispo
in partibus de Hippos y Administrador Apostólico de Calahorra
nos encontramos ahora con una de esas afirmaciones de Berzal
de las que no se sabe como hincarles el diente: Trasladado a
Santander
el 1 de junio de 1921, fue promovido a obispo de esa
misma ciudad el 16 de diciembre de 1920" (pág. 451). Quiere
decir que,
nombrado obispo de Santander el 16 de diciembre de
1920, debió desplazarse a su nueva diócesis el 1 de junio de
1921. Con lo sencillo que es.
El obispo de Santander desde 1884, Sánchez de Castro, "es
nombrado obispo auxiliar por el Solio Pontificio el 8 de abril de
1892" (pág. 511). Todo lector creerá que pasó de residencial a
auxiliar por no se sabe que motivos. Y seguramente no buenos.
Pues nada de eso. El Papa le agració con una distinción: la de
asistente a Solio Pontificio.
No
'ha habido, pues, biografiado que se salve. Todo ello hace
desmerecer notablemente el libro. Pero, como decimos, lo que se
refiere a los parlamentarios seglares es notablemente mejor. El
error es Berzal. No la obra.
FRANOSCO }OSÉ FERNÁNDEZ DE LA CiGOÑA
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