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Número 451-452

Serie XLV

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El Eugenio Vegas que conocí

EN EL CENTENARIO DE EUGENIO VEGAS LATAPIE
EL EUGENIO VEGAS QUE CONOCÍ
POR
MIGUELAYUSO(*)
Se cumplen ahora los cien años del nacimiento de Eu g e n i o
Vegas Latapie. A su muerte, en 1985, ya se trataba de un nombre
desconocido del común de los lectores, pese a la importancia polí-
tica e intelectual que tuviera en distintos momentos de su vida. El
paso del tiempo sólo ha podido contribuir a desdibujar su fama,
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(*) E ugenio Vegas, fundador de esta revista, con J uan Vallet de Go ytisolo, entre
otros, nació en I rún el 20 de ener o de 1907. Se cumplen, pues, cien años de su naci-
miento . A su muerte, en septiembr e de 1985, Verbole dedicó un número monográfi-
co, el 239-240, en el que se publicaron además de la homilía pronunciada en su fune-
ral por don Demetrio Pér ez O caña, párroco a la sazón de la Iglesia de la Concepción,
y de algunos textos suy os escogidos, artículos y semblanzas de Gabriel Alférez (“U na
trayectoria invariable ”), José Antonio García de Cortázar (“Lealtad, fidelidad y servi -
cio ”), Estanislao Canter o (“El pensamiento político de Eugenio Vegas”), Francisco
Canals (“R omanticismo y democracia ”), Andrés Gambra (“A propósito de Catolicismo
y República”), Miguel Ayuso (“La política como deber: deber y servicio de la política ”),
F rancisco J osé Fernánde z de la Cigoña (“Acción Española: exigencia de un deber reli-
gioso ”), Francisco de Gomis (“El apostolado político de un caballero cristiano espa-
ñol ”), Rafael Gambra (“El r ealismo político de Vegas Latapie ”), Jean Ousset (“Vegas
Latapie y la Cité Catholique”) y J uan Vallet de G oytisolo (“E ugenio Vegas y la Ciudad
Católica ”). En el aniversario de su fallecimiento, Verbo(n.º 247-248, 1986) publicó
sendos artículos de J uan Vallet y Francisco J osé Fernánde z de la Cigoña, r espectivamen-
te sobr e “Eugenio Vegas y las der echas españolas ” y “¿Cruzada o guerra civil? La pers-
pectiva de Eugenio Vegas”. Y en el décimo aniversario (Verbo n.º 337-338, 1995), de
nuevo, ensay os de Juan Vallet (“La formación doctrinal de la Ciudad Católica. Su intr o-
ducción entre nosotros por E ugenio Vegas”), Gabriel Alférez (“ Apóstol del der echo
público cristiano ”), Francisco de Gomis (“Dignificador de la política ”), Francisco J osé
Verbo,núm. 451-452 (2007), 9-12. 9
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p e ro no a desleír su signo. Me acojo a las páginas de A B C ,que lo
despidió como a los grandes, para ejercitar una vez más, que todas
son pocas en nuestro mundo, la virtud de la piedad, que per t e n e-
ce al cuarto mandamiento de la Ley de Di o s .
En ve rdad que el caso de Eugenio Vegas nos lleva hasta ot ro s
tiempos insólitos desde el hoy. Uno de sus amigos, y luego de los
míos, el caballero que es Francisco de Gomis, lo ha descrito de
modo cer t e ro, que resumo: hombre maduro a los 15 años, licen-
ciado en derecho a los 17, teniente del Cuerpo Jurídico del
E j é rcito a los 19, letrado del Consejo de Estado a los 23, p re s i d e n-
te de la J u ventud M o n á rquica de Madrid a los 24, fundador de
Acción E s p a ñ o l aa los 25, conspirador contra la República y exilia-
do a los 26 y, sucesivamente, durante la guerra, miembro de la
primera Junta Técnica del Estado, embrión del Gobierno, del pri-
mer Consejo Nacional del Movimiento (del que fue destituido
por telegrama a los pocos días de su nombramiento), lueg o vo l u n-
tario por tres veces en el frente —la última de ellas, bajo nombre
supuesto, en la 4.ª Bandera de la Legión— por afán de ejemplari-
dad y desprecio de los “ e m b o s c a d o s”. Más adelante, campeón de
la M o n a rquía tradicional, de nuevo conspirador, ahora contra
Franco, varias veces desterrado, expulsado del Consejo de Estado,
s e c r etario político del Conde de Ba rcelona y primer preceptor del
Príncipe Juan Carlos, hasta que finalmente —desencantado—
abandona la política en 1948, apenas cumplidos los cuar e n t a
años. Re g resado a España en agosto de 1949, sólo será re a d m i t i-
do en el Consejo de Estado, y no sin dificultades, en 1955, ocu-
pando hasta entonces plaza (en la que continuaría después) en la
asesoría jurídica del Banco Central. P e ro el re t i ro político no
implica la deserción de la doctrina ni de su apostolado intelectual,
fundando así, a finales de los cincuenta, la Ciudad Ca t ó l i c a, cuya
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Fe r n á n d e z de la Cigoña (“El Eugenio Vegas que conocí”), Estanislao Cantero (“E u g e n i o
V egas y Elías de Tejada: dos pensamientos coincidentes a la sombra de M enéndez
Pelayo ”) y M iguel Ayuso (“Ley y democracia ”). Con motivo del centenario de su naci -
miento Verbovuelve a recordar su inolvidable figura, y para ello estampa textos inédi -
tos o poco conocidos, según se explica en las respectiv as notas introductorias, y el pre-
sente artículo escrito por nuestro secr etario de redacción para las páginas de ABC,
donde se ha publicado el día 21 de febr ero (N. de la R.).
M I G U E L AY U S O
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revista Ve r b o , dirigida por el gran jurista Juan Vallet de G oy t i s o l o ,
sigue apareciendo hoy cuarenta y cinco años después. Cifra
inusual para una empresa que no ha gozado nunca, bajo ningún
régimen o gobierno, de subvención o ayuda alguna, obra pues de
un esforzado equipo de cultores del pensamiento tradicionalista y
de la doctrina social de la Iglesia no mistificados. En 1965, al
tomar posesión de la medalla número 14, la misma de su admira-
do don Ma rcelino M e n é n d ez y Pe l a yo, como numerario de la R e a l
Academia de Ciencias Morales y Políticas, se consideró obligado
por un imperativo de conciencia a abordar el tema de la democra-
cia, en términos que no eran aceptables por el pensamiento domi-
nante, ni entonces ni ahora, y que se resumían en la consideración
de que la democracia no es una forma de gobierno sino una ideo-
logía que implica, propiamente, el desgobierno. Este es el Eugenio Vegas que conocí. Por estrictas razones cro-
nológicas, pues apareció fulgurante en mi vida en 1977, ya ancia-
no, pero de pie. Aunque en ve rdad es como si le hubiera conoci-
do siempre. Tal es lo invariable de su trayectoria ejemplar. En
alguna ocasión incluso llegó a decir expresamente que en la
Ciuda d Ca t ó l i c a, en cuyo seno cordial tuve la gracia de f re c u e n t a r-
le, continuaba la labor que en su día había realizado en Ac c i ó n
Es p a ñ o l a . Y así era, pues ra r a avis, más aún en el predio hispano,
s i e m p r e fue uno solo, cual si —quijotesco— hubiera repetido no
sin un punto de jactancia: “Yo sé bien quien soy yo”. No hay, no
ya fractura, ni siquiera cesura, entre el aún niño que columbró en
los años veinte la vocación de entrega total a Dios en el ser v i c i o
del bien común que es la política; el joven pero ya maduro que en
el decenio de los treinta levantó a golpe de tenacidad y rigor
moral, con los M a eztu, Pradera o Calvo Sotelo, la Covadonga de
Acción Es p a ñ o l a ; y el anciano que ya en los ochenta dictó unas
m e m o r i a s p rodigiosas en su lucidez, serenidad y —pásmense—
m e m o r i a . Se ha hablado mucho de su “integrismo”, de su inadaptación
a las transformaciones del siglo. Alguien llegó a escribir, condes-
cendientemente, que era inevitable su soledad final, llevada “ c o n
la dignidad de un viejo castillo que se desmo ro n a”, a cuenta de no
haber sabido mudar a tiempo el nombre ag re s i vo de “re vo l u c i ó n ”
E L E U G E NI O V E G A S Q U E C O N O C Í
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por el amoroso y re c e p t i vo de “mundo moderno”. Como si, más
allá de las palabras, no significaran esencialmente lo mismo. Esto
es, como si la “ re vo l u c i ó n”, más que un nombre agr e s i vo mante-
nido por los inadaptados al “ p ro g reso de la historia”, no estuviera
concernida en la lucha entre las “dos ciudades”. Y como si el
“mundo moderno”, entendido axiológicamente, no implicara el
incesante intento de divinizar lo humano y de humanizar lo divi-
no, en el ejercicio del impío desafío del hombre a Dios que se
conoce por “ s e c u l a r i z a c i ó n ” y que hoy, en sus premisas “ f u e r t e s ” ,
a p a r ece disuelto por la “ d e b i l i d a d” de la modernidad tardía cam-
pante. Los tiempos hodiernos, si algo han traído de claridad, ha
sido evidenciar la inanidad de los intentos de conciliar la fe sobre-
natural y el orden natural con un mundo moderno tan ajeno a la
una como al otro. La profecía del sílabo de Pío IX. En cuyo sur c o ,
Eugenio Vegas no dejó de sembrar fiel a su convicción arraigada
de que, de un lado, “las ideas gobiernan a los pueblos”, mientras
que consiguientemente, de otro, “los er ro res más que los vicios
son los que pierden a las naciones”. Fichte y Le Pl a y, re s p e c t i v a-
mente, pero trasfundidos en el molde de la filosofía clásica y cris-
tiana. La prédica titánica por Vegas de una “ ve rdad política”
encarnada en la monarquía tradicional me atrajo como el último,
y menor, de sus discípulos. Que, paradojalmente, fue a encontrar
abrigo, y con su aprobación, si bien no con su convicción, en la
opuesta ribera dinástica del maestro, la del legitimismo p ro s c r i t o.
En que, por gracia de Dios, inmerecida, per seve ro.
M I G U E L AY U S O
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