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Número 451-452

Serie XLV

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La Misa de la amistad

LA MISA DE LA AMISTAD
POR
FRANCISCOJOSÉFERNÁNDEZ DE LACIGOÑA
Acabo de estar, ayer día 20 de feb re ro, a las 20.30 horas, en la
Misa que unos amigos de Eugenio Vegas quisieron celebrar con
m o t i vo del centenario de su nacimiento. Se realizó en los Carmelitas de Ayala y la celebró O l e g a r i o
Go n z á l e z de Cardedal. Yo no hubiera elegido ese celebrante y c re o
que puedo asegurar que Eugenio Vegas tampoco. P e ro fuero n
o t r os amigos de él quienes organizaron el acto y respeto absoluta-
mente su decisión.
La homilía estuvo discretamente bien. El celebrante es inteli-
gente y salvó con dignidad notables discrepancias. En el pecho
de ambos recayó, en el de Don Olegario todavía está, la medalla
de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Pues era un
m o t i vo para que él celebrara la misa. Encontré al teólogo bien de
aspecto pero notablemente m ayo r. Los años no pasan en va n o.
La asistencia fue reducida. ¿Cincuenta personas? Y las ausen-
cias notables. La primera la del Rey de España. A quien Eu g e n i o
dio tanto afecto y dedicación a su persona. Bien sé que el Rey se
re s e r va. Pe ro aquí me pareció ex c e s i vamente re s e rva d o. Le dio a él,
y sobre todo a la monarquía, muchísimo más Eugenio Vegas que
esa pobre muchacha suicidada hace unas semanas. E s t oy convencido de que la M o n a rquía no sería posible en
España sin la labor de Eugenio Vegas y de su obra señera, Ac c i ó n
Es p a ñ o l a .
P e ro bien sabemos que los re yes son desagradecidos y los
Borbones incluso exageran. Me parece que no se le haya concedi-
Verbo, núm. 451-452 (2007), 13-18. 13
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do un título de Castilla, al menos a título póstumo, una notable
ingratitud. Por el actual rey y por la memoria de su padre .
Sus amigos, o los que lo fueron y luego se despistaron, ya
han muerto todos. Ma eztu, Pradera, Calvo Sotelo, Ma rc i a l
Solana, José Ignacio Valdeiglesias, José María, Antonio y L u c a s
Oriol, Eugenio Montes, Pemán, López I b o r, Ma r tín Almagr o ,
A reilza, Castiella, Yagüe, Gil Robles, López Oliván, el conde de
los Andes, Jorge Vigón, José Luis V á z q u ez Do d e r o, Pa b l o
Antonio Cuadra, Rafael Gambra, Juan Antonio Br a vo, Jo s é
Antonio G a rcía de Cor t á z a r, Sor Cristina Arteaga, el marqués de
Q u i n t a n a r ... Y tantos mucho más desconocidos pero que le fue-
ron fieles siempre: Gabriel Alférez, Juan José Morán, Antonio
O c h o a . . .
Dos viven todavía. E intimísimos fueron. Tengo absoluta
constancia. Por él y por ellos. Pablo Beltrán de He redia, que mejo-
ró muchísimo mi pobre redacción del segundo volumen de sus
M e m o r i a s , y Paco Gomis. Un santanderino y un catalán que le
f u e ron fidelísimos hasta el último momento de la vida de E u g e n i o
y que él sabía cuán grande era esa amistad. Allí estaban los últimos de Filipinas en el afecto. Tres de ellos
entrañables para él. Me consta porque mil veces me lo dijo. El pri-
m e ro de todos, Eugenio Hernansanz. Entró como administrativo
en Acción Es p a ñ o l a con poquísimos años y por su trabajo cabal y
su honradez acrisolada puedo asegurar que siempre sintió por él
Eugenio un afecto superior. Creo que bien puedo decir que ha
sido una de las personas a quienes más quiso. M u c h í s i m o. Cu a n d o
nos dimos un apretado abrazo, en presencia de Fina, su encanta-
dora mujer, aunque sea tan especial en las comidas pues casi todo
le hace daño —Fina, qué guapa estás, cómo llevas a Eugenio, tan
d e r echo, tan señor, tan él, y tan tuyo y tan nuestro, por lo que no
puedo menos que re c o rdar aquellos maravillosos encuentros de
los dos matrimonios en Playa América—, sabemos los dos que el
re c u e r do de Eugenio Vegas es algo imborrable en nuestras vidas.
A yer me dijiste Eugenio, una vez más, todo lo que le debías. Y
como yo te dijera que tus Memorias, eterno y fidelísimo sec re t a-
rio de Don Juan y a su fallecimiento de Doña María, eran de obli-
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gada publicación, con tu mirada clara y serena, que tantas cosas
ha visto, me respondiste que desde el primer momento tuviste cla-
rísimo que no. Y que hasta renunciaste a llevar el más mínimo
diario porque de tu boca, que tanto podría decir, jamás saldría
nada. Y eres tan puñetero, con perdón, que ni a mí me lo cuen-
tas. Dios te pagará tanta entrega, tanta fidelidad, tanta hombría
de bien. Y si los Re yes fueran como debieran, y esto lo digo yo
p o rqu e tú jamás lo dirías, tú deberías ser también marqués o
conde de la Lealtad, de la Fidelidad, del Real Se rvicio o del Amor
a la M o n a r q u í a .
Vi también al teniente general Go n z á l ez del Ye r ro, teniente
que fue de Eugenio cuando en la guerra se alistó voluntario en la
Legión como simple legionario, siendo ya capitán. Desde enton-
ces tuvieron una relación amistosísima. En la que el superior, aun-
que no lo fuera porque el legionario era ya capitán, si bien nadie
lo sabía, admiró a aquel voluntario que terminaría siendo su
entrañable amigo. En el último acto de las F u e rzas Armadas se
i n ve n t a ron un protocolo nuevo. Que me pareció muy acer t a d o.
Cu a t r o generales o almirantes distinguidos de los tres E j é rcitos y
de la Gu a rdia Civil acompañaron la corona que se iba a of re n d a r
a los que murieron por España. Y allí ibas. El más tieso. El más
m a r cial. Me encantó ve rte. Pe ro más de uno se sorprendería al ve r
tu pecho. Los de los demás estaban llenos de condecoraciones.
Infinitas. El tuyo llevaba apenas una pequeña medalla. Que pasa-
ba casi desapercibida. P e ro que lo llenaba todo. La medalla mili-
tar individual en campaña. Todas las demás son filfa. Esa, sólo esa,
valía mil veces más que todas las demás juntas. Y su brillo era tal
que no permitía que a su lado hubiera ninguna otra. En la última
cena de San Fernando tuve el honor de p re s e n t a rte a mi hijo, hoy
capitán de tu Infantería. Y cuando re g resábamos a nuestra mesa
me decía con asombro: Papá, ¿de ve rdad es medalla individual?
Creo que no vo l veré a conocer otro en mi vida. De esos ya no que-
dan. Pues quedas tú. Y ojalá por muchísimos años. De entre las
muchísimas cosas por las que tengo que dar gracias a Dios, por
mediación de Eugenio, es por haberos conocido a Eu g e n i o
Hernansanz y a ti. Y porque me tengáis por vuestro amigo. Lo del
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reto a la partida de mus queda en pie. En eso yo soy de laure a d a .
Aunque su valor no valga nada. También saludé al duque de P a rcent por quien Eu g e n i o
s i e m p re tuvo especial cariño y él por Eu g e n i o. Era bastante más
j ove n que él y creo que participó en una anécdota que ahora
tengo bastante borrada. La del n e q u a q u a m. Él, si quiere, la
podrá pr e c i s a r.
De aquella inolvidable tertulia de la calle Gu rtubay me
encontré, con gran alegría, pues a algunos hacía muchos años que
no veía, a los organizadores del acto. Darío V a l c á rcel, Ramón
J o rdán de Urríes, Íñigo Laula. Al último le vi de lejos. Darío y
Ramón me p are c i e ron jovencísimos para los años que han pasado.
Tampoco debo estar yo muy mal porque me r e c o n o c i e ron inme-
diatamente. Con gran afecto.
De la tertulia sí he echado faltas. Luis María Ansón, G o n z a l o
Muñiz, Emilio de Miguel. La asistencia de Poto F i g u e roa era
imposible por los miles de kilómetros de distancia. De estar más
c e r ca seguro que no habría faltado. Tengo mucha cor re s p o n d e n-
cia con él y me consta. Ya de los más jóvenes contertulios, no voy
a decir la estupidez de tertulianos, me extrañó la no presencia de
Estanislao Cantero y de Enrique de la Cier va .
Hubo una que sentí muchísimo. La de Pepe Cervera. Las últi-
mas veces que le vi le encontré deteriorado. Su ausencia aye r, con
la devoción que tenía a Eugenio, muy preocupante. Pepe, o
M a rta, si me leéis, todo mi cariño. Y a ti felicitarte por la compa-
ñera que elegiste para tu vida. No hubiste podido hacer mejor
n e g o c i o .
Y creo que debo, porque es de elemental justicia, hacer un
párrafo especial sobre las mujeres de los amigos de Eu g e n i o. Es
que es casi como para pensar que es falsa la manida frase de que
detrás de un gran hombre hay una gran mujer. Yo casi pienso,
ahora, tan m ayo r, que son las grandes mujeres las que hacen, o
consolidan, a los grandes hom bre s .
Cabe, Eugenio fue un caso, que algunos va rones culminen
hazañas sin mujeres al lado. P e ro qué hermoso, y qué digno, atar-
decer de su vida con Leonor al lado. Dios te pagó c re c i d a m e n t e
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con ella lo que tú quisiste darle. Me he referido a Ma rta y a F i n a ,
admirables ambas. Y qué voy a decir de Litas, la mujer de P a c o
Gomis. T e resita Vallet, con algunos celos de las actividades apos-
tólicas de su marido, siempre me pareció mujer admirable, pro x i-
mísima, y que seguro ahora ve que a quien quiere de ve rdad J u a n
es a ella. Carmen, la viuda de Augusto Díaz Cordobés, es paradig-
ma de lo que se quiera. Qué persona más íntegra, más cabal, más
bondadosa ese coronel de Artillería que fue uno de los más ínti-
mos amigos de Eugenio Vegas hasta su muerte. Y ellos supie ro n ,
Carmen lo sabe, lo que yo les quise y a ella la quiero. A la del
general G o n z á l ez del Y e r ro la traté menos. P e ro, hermana del
jesuita P. Valdés, seguro que no desmerece nada. Tengo cer t eza del
afecto de Eugenio por la mujer de Rafael Gambra, tan belicosa,
tan inteligente, tan consagrada a la causa de Dios. Me olvidaré de
algunas, seguro, pero no puedo dejar de mencionar el cariño
paternal que Eugenio profesó a mi María del Carmen. Sin duda
ella es el mayor favor que Dios quiso darme. La mujer con quien
me casé. Del último periplo intelectual de Eugenio Vegas, la Ciudad
Católica, estaba como era obligado el actual presidente de la
misma, por tantos años de la Real Academia de J u r i s p r u d e n c i a
y Legislación y me parece que sucesor de la medalla de Eu g e -
nio en la Real de Ciencias Morales y Políticas, Juan Vallet de
G oy t i s o l o . Ciertamente la persona a quien Eugenio admiró más
en sus últimos años. Ambos empr e n d i e ron juntos la a ve n t u r a
intelectual y católica de la revista Ve r b o que todavía sigue publi-
c á n d o s e .
Y dentro de este último ámbito estaban también presentes el
actual animador de la revista y su secretario, Miguel Ayuso, y
Manuel de Santa Cruz, acreditado historiador del carlismo en su
última etapa. Miguel fue, sin duda, el amigo más joven de
Eugenio Vegas de quien sobradamente me consta el afecto que le
t u vo. Leíto y sus cinco hijos. Pues claro que estaban allí. Tan jóve-
nes la madre y los hijos. El mayor tiene diecisiete años. Quizá no
entiendan todavía lo que significó su abuelo en la historia de
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España. Aunque seguro que ya lo van entendiendo. Buena es Leo
para no contárselo.Se hizo un acto de gratitud. Vaya la mía para quienes lo orga-
n i z a r on. Por una de las personas más rectas, más patriotas y más
católicas que yo he conocido. Seguramente la más.
Fue una misa entrañable. De sus amigos. De sus últimos ami-
gos. Ninguno, tantos años después, le hemos olvidado.
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