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Número 453-454

Serie XLV

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Vallet de Goytisolo cumple noventa años

VALLET DE GOYTISOLO CUMPLE
NOVENT A AÑOS
POR
MIGUELAYUSO(*)
Juan Vallet de Goytisolo, príncipe de los juristas hispanos de
la segunda mitad del siglo
X X, cumple noventa años. F r a n c i s c o
Elías de Tejada, coetáneo suyo, pero malogrado en plena madurez
hace casi seis lustros, escribió de él que era maestro en técnica,
ciencia y filosofía del de re c h o. Jurisconsulto total. Lo que es
mucho decir. Aunque, en el presente caso, de estricta justicia.
Vallet, notario ejemplar desde principios de los años cu are n t a
hasta bien entrados los ochenta, en profesión ejercida sace rd o t a l-
mente, por extraño que pueda parecer hoy a algunos con el mudar
de los tiempos y, por qué no también, la sempiterna envidia.
Notario, que es lo mismo que decir hombre de buena fe, pues
—en sus palabras— “la buena fe ha de sentirse, pues la imposi-
ción no creída se derrumba rápidamente”. Vallet, co nve rtido en
abogado, desde su jubilación a los setenta años, informando con
j ovi alidad de espíritu, hasta fechas recientes, ante la Sala de lo
Civil del Tribunal Su p remo y resolviendo en equidad o según ley,
p e r o siempre en derecho, arbitrajes delicados. Vallet, también tra-
tadista, sin abdicar de su condición de jurista práctico, y con pre-
coz madurez, en los mismos años cuarenta, en variadas materias
del derecho civil, y singularmente del derecho sucesorio, en el que
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(*) E l pasado 21 de febr ero cumplía Juan Vallet de Go ytisolo noventa años. E l
secretario de redacción de Verboredactaba estas cuartillas dirigidas al diario nacional
que habitualmente acoge sus colaboraciones con la intención de homenajear a nuestro
querido dir ector. Aunque el origen del texto lo condicionan, como no puede ser de otra
manera, lo r eproducimos con idéntica intención (N. de la R.).
Verbo,núm. 453-454 (2007), 203-205. 203
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ha dejado —en opinión de algunos de sus máximos cultores en la
cátedra— “una contribución impar” .
En todo momento, sin embargo, no simple técnico que apli-
ca leyes, ni siquiera científico que las integra en un sistema, sino
j u r i s p rudente que —en la inmortal definición de Ulpiano— ejer-
cita el arte de lo justo, discerniéndolo de lo injusto, valiéndose del
conocimiento de las cosas divinas y humanas. Por ahí, pr o n t o
había Vallet de acceder a la filosofía, y —de nuevo en palabras
p r estadas del D i g e s t o— a la ve rdadera, no a la aparente. P r i n c i p a l -
mente a la filosofía práctica, jurídico-política, es cierto, pero no
sin incursiones en la teorética, metafísico-gnoseológica. Así, su
obra escrita de los últimos veinte años se ha contraído en especial
a este quehacer, en su ve rtiente de metodología jurídica, objetiva-
da en varios miles de páginas, cuyo mayor valor —como quiera
que sea— no se mensura según el sistema métrico decimal. En tal sentido, quizá se halle Vallet entre los más conspicuos
c o n o c e d o r es del pensamiento de Santo Tomás de Aquino, contán-
dose entre los fundadores de la sociedad internacional que se
acoge a su patrocinio y habiendo sido presidente durante algunos
años de su sección española. También, académico, y doblemente,
lo que es menos frecuente aún: de la Real de J u r i s p rudencia y
Legislación, desde 1963, de la que ha sido secretario general y pre-
sidente; y de la Real de Ciencias Morales y Políticas, desde 1986,
reconocimiento tardío —escribí entonces en A B C— del valor de
su obra filosófica, política y social. Hoy Vallet es el académico más
antiguo de la primera, en la acepción latina de antigüedad e vo c a-
da por uno de sus compañeros en la Corporación: antiquior ei fuit
laus quam r e g n u m, es decir, siempre dio p re f e rencia al cumpli-
miento del deber que a la extensión de su poder. Esa es la clave de
su escuela, que se funda en la amistosa búsqueda en común de la
ve r dad, algo inédito e incluso inaudito entre las banderías (¿jau-
rías?) que campean en nuestra U n i versidad.
G e n e r oso no sólo con el disponer de sus saberes, desde finales
de los cincuenta acometió, de la mano del inolvidable E u g e n i o
Vegas Latapie, mayor que él diez años y un día, una obra de apos-
tolado intelectual que llega hasta el presente: la revista Ve r b o y los
amigos de la Ciudad Ca t ó l i c a. A ellas ha consagrado —y no es
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casual o retórico el término— también partes de su tiempo y
hacienda. En ellas he tenido la gracia de tratarle, no una vez, sino
varias por semana. Desde hace casi treinta años. Y hasta hoy, en
que raro es el día que no hablemos por teléfono para tratar de la
p reparación de los números de la revista y de la “acción cultural
según el derecho natural y cristiano” que está en su base. Cerca de
cincuenta años de promoción de la doctrina social y política de la
Iglesia, siempre con docilidad a su magisterio perenne, a menudo
pese a sus tomas de posición contingentes, con frecuencia por ello
—tras el II Concilio Vaticano— en soledad apenas acompañada.
V e r b o y la Ciudad Ca t ó l i c a , son, en este sentido, una de las prin-
cipales obras del pensamiento tradicional español y aun hispano.
Un tradicionalismo que, hoy igual que aye r, considera —según
dejó escrito un notable historiador y filósofo social en los años
c u a ren ta— que la estabilidad de las existencias crea el arraigo, ori-
gen de dulces sentimientos y sanas costumbres; éstas cristalizan en
saludables instituciones, las cuales, a su vez, conservan y afianzan
las buenas costumbres. Arraigo existencial, buenas costumb re s ,
instituciones edificantes... Quizá parezcan un pensamiento y un
lenguaje periclitados. P e ro, si se piensa serenamente un instante,
es posible que haya de concluirse que son el único lenguaje y pen-
samiento posibles. El Reinado social de Jesucristo no es una sim-
ple opción. Cada vez menos. Napoleón III dijo en una ocasión
que no había llegado el tiempo de que Jesucristo reinara. Y hubo
de escuchar la réplica del Cardenal Pie de que entonces no era aún
momento de que los gobiernos duraran. Hoy quizá se perciba en
la frase un eco singularmente p ro f é t i c o. Por eso, la Ciudad Cató-
lica, con distintos tonos y acentos, aunque centrada en la concre-
ción de la sociabilidad natural del hombre en cuerpos interme-
dios, reglada por el principio de subsidiariedad, no se ha m ov i d o
un milímetro de la tesis del Estado católico. Por más que le ace-
chen las hipótesis, ayer modernas, hoy postmodernas, de quienes
s i e m p r e están ágiles en replegarse a la trinchera demócrata-cristia-
na del propagar e influir.
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