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Número 457-458

Serie XLV

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Dignidad de la persona humana

DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA
POR
BERNARDINOMONTEJANO(*)
“Despierta, oh hombr e y reconoce la dignidad de tu natur aleza: recuerda
que has sido cr eado a imagen de Dios ”
San León M agno(Sermón 27).
Este texto, que ponemos como capitel de esta br eve exposición,
tiene muchos años. Es de un P apa del siglo V, pero no ha per dido
su v erdad ni su actualidad y nos sir ve para entrar en el tema.
E n primer lugar , se dirige a los hombres dormidos de ese tiem-
po y de los futuros, para que despierten. En segundo lugar , apela a la naturaleza, para que el hombre
advierta y reconozca su dignidad. En nuestros días, los hombres dormidos, adormilados, aneste-
siados, abundan. P arecería que existiera un gran complot para man -
tenerlos en esa situación con el fin de poder manejarlos mejor .
Y también se multiplican aquellos para quienes no tiene senti-
do la inquisición por la naturaleza de las cosas. Esto se traduce en
negar la pregunta que siempr e se hizo la filosofía: ¿qué son las
cosas?, ¿cuál es su naturaleza? La r espuesta a este interrogante es la
única que nos permite forjarnos convicciones sólidas y fundamen-
tadas. Por todo esto, una de las características de este tiempo, es el
“barullo de las ideas ”, la confusión en las inteligencias.
Y es por eso que urge, en cualquier tema impor tante, como el
de la “ dignidad de la persona humana ”, huir de los lugares comunes,
Verbo,núm. 457-458 (2007), 549-560. 549
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(*) P alabras pronunciadas por el Dr . Bernardino Montejano en la J ornada de la
F acultad de Medicina de la Univ ersidad de El Salvador (B uenos Aires) el 6/9/2007. S e
le agregaron las notas (N. de la R.).
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de las afirmaciones vacías, grandilocuentes, y analizar , precisar , cla-
rificar la cuestión. En esta línea, nuestro aporte se dividirá en tr es acotados capí-
tulos: consideración de los términos y su etimología, para lo cual
r ecurriremos al ámbito recoleto de los diccionarios; consideración
filosófico-jurídica del tema; perspectiva teológica.
I. Consideración de los tér minos.
Dignidad, según el D iccionario de la Real Academia Española,
es, en su primera acepción, calidad de digno, y el adjetivo digno sig\
-
nifica “ que merece algo, en sentido favorable o adverso. C uando se
usa de una manera absoluta, se toma siempre en buena parte y en
contraposición a indigno”; en su segunda acepción, significa
“corr espondiente, proporcionado al mérito y condición de una per -
sona o cosa ”.
E timológicamente, el término dignidad tiene raíces latinas.
T iene su origen en la v oz decet, que significa conveniente, ser apro-
piado, estar o sentar bien. Adecet se vinculan dos sustantivos decusydecor y un adjetiv o
dignus .Decus significa nobleza, decencia; decor, quier e decir bello,
magnífico, y dignus, merecedor. Dedignus derivadignitas, que sig-
nifica mérito y también se refiere al mer ecimiento de cargos públi-
cos que también se llaman dignidades, honores o magistraturas. También es ilustrativ a la etimología griega, en la cual el térmi-
no axioma , que significa lo que es merecido, equivale al dignitas lati-
no . De este origen viene el término moderno axiología, que alude
al estudio de los v alores.
P ersona significa “individuo de la especie humana ”, en la pri-
mera acepción del Diccionario de la R eal Academia. Viene del latín,
persona, que significaba máscara de teatr o, pero ya en Cicerón
encontramos la división entr epersona yres (cosa), distinción que es
constante en el campo del der echo.
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II. Consideración filosófico-jurídica.
La persona humana es el hombr e.Y el hombr e es un todo sustan -
tiv o formado por dos co-principios intrínsecos: el cuerpo material
y el alma espiritual, unidos en un abrazo entrañable y sustancial. El
cuerpo del hombr e es humano y su alma también. U n cadáver no
es un hombr e y un alma separada tampoco .
E l hombre es un dato de la realidad, es un prius, o sea un antes,
que el ordenamiento jurídico r econoce. Por eso nuestro Código
Civil habla de ente al definirlo. Ente que existe desde el momento
de la concepción. Son afirmaciones importantes, y ellas se encuentran en las antí -
podas de ciertas doctrinas, como la de Hans Kelsen, para quien la
persona, es un centro de imputación de normas, un invento de las
mismas. E l jurista vienés textualmente dice así: “El concepto de
persona física o individual no es otra cosa que la personificación de
un complejo de normas jurídicas. E l hombre, como hombre indi-
vidualmente determinado, es sólo el elemento que constituye la
unidad en la pluralidad de esas normas… La afirmación de que una
persona tiene deberes y derechos carece de sentido… es un conjun -
to de deberes y derechos… La persona física o natural no es una r e a-
lidad natural sino una construcción del ordenamiento jurídico” (1). Todo esto es sumamente peligr oso si se lo quisiera aplicar a la
realidad. Este es un aspecto que siempre tenemos que tener en
cuenta, pues en el plano teórico, se enuncian errores importantes
que muchos repiten, como si fueran loros, sin advertir sus conse -
cuencias, muy graves e injustas, que apar ecen en las aplicaciones
prácticas. Así, el ordenamiento podría negar a cier tos hombres el carácter
de personas o establecer distintos tipos de personas: a), b), c) d),\
e),
imputadas por las normas que señalarían diversas categorías, o \
crear
personas-animales o personas-vegetales o personas-cosas. Esto es
propio de la ciencia ficción; ya lo imaginó Aldous H uxley en “Un
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(1) Teoría G eneral del Derecho y del E stado, Universidad N acional Autónoma de
México, 1958, p . 112.
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mundo feliz” (2), donde los óvulos fecundados en las incubadoras
producían hombres de diversas categorías: Alfas, Betas, Gammas,
D eltas y E psilones.
A demás, la Teoría Pura de Kelsen también ser viría como instru-
mento jurídico positiv o para iniciativas como el “P royecto Gran
Simio ”, impulsado por el gobernante español J osé Luis Rodríguez
Zapater o, que exige “ derechos humanos ” para chimpancés, gorilas
y orangutanes, basándose en la gran cantidad de genes que compar-
ten con los humanos. N o nos los imaginamos, sin embargo, votan-
do en el cuarto oscuro y menos asumiendo cargos, pues la demo-
cracia no puede trastocar en ese or den la naturaleza de las cosas,
como no lo pudo hacer el loco de Calígula cuando designó cónsul
a su caballo, quien no pudo ejer cer el consulado, ni tampoco el pue -
blo de S an Pablo, B rasil, cuando v otó para intendente a Cacar eco,
el hipopótamo de su z oológico (3).
a) D ignidad ontológica.
El hombr e tiene una dignidad ontológica: es la más per fecta de
las criaturas visibles. Como escribe el P adre Julio M einvielle: “N o
hay ni puede haber discusión sobre el hecho de que la persona
humana posea una dignidad ontológica y operativ a que la coloca
por encima de cada uno y de todos los ser es privados de razón” (4).
Esa dignidad ontológica , la posee por sí o la recibe de otr o; no
existe una ter cera posibilidad. Si la posee por sí, el hombr e se auto-
cr ea. Es lo que afirma sin dudarlo F ederico Engels: “el trabajo ha
cr eado al propio hombr e…” y es el trabajo el “ signo distintivo entre
la manada de monos y la sociedad humana ” (5).
Si la recibe de otro, que es Dios, lo hace en el carácter de cria-
tura, que es engendrada con una peculiar naturaleza, la cual distin-
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(2) D iana, México, 1964, p . 12.
(3) Según De este tiempo, B uenos Aires, julio-agosto 1961, p. 6, Cacareco obtuvo
una amplia mayoría. (4) Crítica a la concepción de Maritain sobr e la persona humana, Nuestro Tiempo,
Buenos Air es, 1948, p.19.
(5) El papel del tr abajo en la transformación del mono en hombre, P rogreso, M oscú,
1979, ps. 3 y 8.
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gue a la persona humana de los animales irracionales, los vegetales
y las cosas inanimadas. Esa dignidad se funda en la idéntica natura-
le za racional y libr e; al participar de una común naturaleza todos los
hombres participan de esa dignidad, a pesar de las desigualdades
propias de la vida social; ella permanece en todos los hombres a
pesar de sus limitaciones y carencias, e incluso de sus errores y per-
versidades. Dios en su pr ovidencia tiene un especial cuidado del hombr e en
tanto individuo; en cambio, el resto de las criaturas es gobernada
según la especie. Así, escribe S anto Tomás: “Únicamente la criatu -
ra racional es dirigida a sus actos por Dios no sólo atendiendo a la
especie, sino también al individuo… porque el individuo que es
gobernado según la especie no es gobernado por sí mismo, y la cria\
-
tura racional es gobernada por ella misma ” (6).
Y esta ver dad se compr ueba mediante la obser vación del fina-
lismo presente en todo el universo: mientras los seres inanimados
persiguen ejecutivamente su fin y los animales irracionales lo hacen
en forma instintiva, el hombre es el único que se mueve hacia él de
modo peculiar , inteligente y libre, es r esponsable de su obrar.
Y ahora recurriremos a un escritor , al cual debemos mucho,
quien a pesar de haber perdido la fe, como hereder o de los valores
de la Cristiandad, nos ilustra acer ca de las consecuencias de la dig-
nidad ontológica r ecibida de Dios.
Es S aint-Exupéry , quien, en Piloto de guerr a(7), escribe: “El
hombre ha sido cr eado a imagen de D ios. Se respetaba a Dios en
el hombr e. Este reflejo de Dios confería una dignidad inalienable a
cada hombre. Las r elaciones del hombre con D ios fundaban con
evidencia los deberes de cada uno respecto de sí mismo o de otr o”.
Cabe destacar aquí lo correcto del enfoque: el dato de la cr eación es
el punto de par tida que funda la dignidad ontológica y los deber es
respecto a Dios, para consigo mismo y para con los demás. El acen -
to se pone en el deber ligado al ser . Debes porque eres.
Continúa S aint-Exupér y: “La contemplación de D ios fundaba
a los hombres iguales porque eran iguales en Dios. Y esta igualdad
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(6) Suma contr a los gentiles, L. 3, C. 113, B.A.C., Madrid, 1968, T. II, p. 442.
(7) XXVI, en Oeuvres, Gallimar d, París, 1965, ps. 373/374.
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tenía una significación clara. La igualdad no es más que una pala-
bra vacía de sentido si no existe nada en qué anudar esta igualdad”.Esta igualdad fundamental, que en realidad es per tenencia a
una común naturaleza humana, se concretiza en personas todas dis -
tintas y no constituy e ningún igualitarismo La misma se armoniza
con todas las desigualdades que existen entre los hombres, que per-
miten su complementación y enriquecen la vida social.
b) D ignidad moral.
Esta criatura singular que es la persona humana tiene otra dig -
nidad que es la moral, pues ha sido creada con un fin que debe
alcanzar libr emente; consiste en el buen uso de la liber tad, en ajus-
tar la conducta al fin asignado por el C reador; es lo que hace que
un hombr e sea digno de estima y alabanza; ese fin es el bien común,
término análogo que abarca los bienes comunes terr estres y el Bien
común trascendente, a los cuales la persona humana se encuentra
ordenada. Por eso, como escribe Guido S oaje Ramos, “desde el punto de
vista práctico, la dignidad y perfección de un ente se han de apre-
ciar… por el fin o bien al que está ordenado y por su dotación de
medios para alcanzarlo… Entre los seres del universo, las personas
tienen un estatuto práctico peculiar; están or denadas al bien común
y pueden actuar expresamente para él, como de que son capaces de
conocerlo por medio de su inteligencia y amarlo por su voluntad
libr e. La persona tiene su dignidad en razón del fin que puede y
debe alcanzar ” (8).
En su per egrinaje cotidiano la persona puede crecer o decaer en
esa dignidad, de acuer do con sus actos buenos o malos. Como ya lo
había advertido Aristóteles “ así como el hombre cuando llega a su
perfección, es el mejor de los animales, así también es el peor de
todos cuando está div orciado de la ley y de la justicia ” e insiste: “es
el hombr e sin virtud el más impío y salvaje de los animales” (9).
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(8) “S obre la politicidad del der echo”, Boletín de E studios Políticos, Universidad
N acional de C uyo, 1958, ps. 91/92.
(9) Política , L. I, P orrúa, México, 1970, p . 159.
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Santo Tomás de A quino, en la misma dirección, afirma que “ el
hombre al pecar, se separa del orden de la razón y por ello decae en
su dignidad humana…húndese en cier ta forma en la esclavitud de
las bestias ” (10).
P or eso, es fundamental distinguir la dignidad moral de la dig -
nidad ontológica, pues como bien lo aclara Leopoldo Eulogio
Palacios: “son sus obras concretas las que nos tienen que decir si un
hombre es buena o mala persona, persona digna o persona indig -
na… se es malhechor o se es justo por algo diferente a la persona
humana tomada en su aspecto ontológico ” (11).
Hace poco murió en los Estados U nidos una persona muy rica
en bienes materiales llamada “la r eina del mal” o “la reina de los
avaros ” (12). I mplacable en los negocios, dura con su familia, arbi-
traria, egoísta, dejó en su testamento la rúbrica de su indignidad
moral. Desher edó a dos de sus cuatro nietos por motivos esotéri -
cos, y lo peor es que, además de los millones de dólares destinados
a su mausoleo, dejó doce millones de dólares para el cuidado de su
perra, en un mundo en el cual tanto abundan el hambre, la desnu -
trición, la falta de agua potable, etc. En el año 2005 y en el mismo país del norte murió un conoci-
do escritor . Tuvo cuatro hijos de dos matrimonios; el último nació
enfermo, mogólico, “no deseado ”. La reacción del padre fue elimi-
narlo de su vida, y lo vio recién 19 años después. N o figura en su
testamento, aunque firmó un fideicomiso en el que deja la cuarta
parte de su fortuna (13). En este caso, la indignidad moral de una
vida paterna degenerada, que nunca cumplió con sus deber es más
elementales respecto al hijo que más lo necesitaba, no se sana con
un parcial r econocimiento póstumo .
Estos casos muestran cómo la dignidad moral puede decaer y
hasta esfumarse por una conducta contraria al orden respecto al fin
que los hombres están obligados a respetar para conservarla y acr e-
centarla.
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(10) Suma Teológica, 2-2 q.64, a. 2, T.VIII, B.A.C., Madrid, 1966, p . 434.
(11) “Iglesia y libertad r eligiosa”, Anales de la R eal Academia de Ciencias Mor ales y
Políticas, Madrid, 1979 n°56, p. 295.
(12) “Leona H elmsley le dejó una fortuna a su perra ”, La N ación, 31/8/2007.
(13) Mario D iament, “El lado oculto de Arthur Miller”, La Nación, 1/9/2007.
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Por todo esto constituye un grave error , como escribe Miguel
Ayuso, “ considerar la per fección ontológica como si fuera la perfec -
ción moral ” (14).
III. Perspectiva teológica.
Es la perspectiva de la R evelación divina que encontramos en la
B iblia, que desde el primer libro del Antiguo Testamento se ocupa
del hombre.
a) E l tema en las S agradas Escrituras.
La ley antigua nos enseña que Dios cr eó al hombre a imagen
suya, que es lo que lo define como tal, y lo creó varón y mujer y lo
colocó en el paraíso, el “jardín de Edén”, contrario al desierto y a la
estepa, “ para que lo labrase y cuidase ” (Génesis, 2, 15). P orque nos
encontramos con una criatura, distinta de las demás criaturas de
este mundo, pues también es imagen del C reador.
“El libro del Génesishabla de la cr eación como don… Dios es
el donante… El hecho de que el hombr e es ‘imagen y semejanza’ de
D ios significa… que es capaz de r ecibir el don… y que es capaz de
corr esponder a él”. Estamos ante un regalo y la respuesta honesta
del beneficiario es la gratitud. La tentación del P araíso terrenal “toca al anhelo de conocer qué
hay en el hombre y al anhelo de dignidad. Sólo que el uno y el otr o
se falsifican de tal manera que… son utilizados para contraponer al
hombr e con D ios. El tentador coloca al hombre contra D ios sugi-
riéndole que… pr etende ‘limitarlo’ para subyugarlo” (15).
El hombr e está tentado de querer ser como D ios, sin Dios, con-
tra D ios. La rebelión de A dán y Eva, el pecado de soberbia, conti-
núa cometiéndose en nuestros días. En este sentido, afirma J uan
P ablo II: “El hombre sigue sintiendo siempr e la tentación de eman-
ciparse del plan divino, de ponerse en lugar de D ios para convertir-
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(14) “Libertad y dignidad”, en Verbo, M adrid, n° 419/20, 2003, p . 857.
(15) Juan Pablo II, Enseñanzas al pueblo de Dios , B.A.C., Madrid, 1979, ps. 66 y 70.
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se en el único árbitro de su vida y de la historia, determinando por
propia decisión lo que está bien y lo que está mal” (16).Y el actual P apa Benedicto XVI, en su homilía de la Asunción
del año pasado sostiene que “ donde desaparece Dios, el hombre no
se vuelv e más grande, sino que pierde su dignidad, se vuelve el fruto
de una ev olución ciega y por eso puede ser usado y abusado ”.
Así, hace muy poco, vemos un caso paradigmático de abuso:
“ Amnistía Internacional” proclamó el der echo humano al aborto en
caso de estupro (17). C urioso derecho en cuyo nombre se destr uye
a un inocente en sentido estricto. U na persona que es igual que la
víctima del delito . Falso remedio que duplica las víctimas, la del
estupro, que es la menor violada, más la del aborto y falso derecho,
por que no existe justo título alguno que legitime la muerte del feto.
E n la concepción cristiana, “ cada hombre singular, en cuanto
tal, es llamado a un destino supremo ”. Y así se lee en los Salmos:
“Mi embrión tus ojos lo v eían” (139, 16) “Tú me tejiste en el seno
de mi madr e” (139, 139, y en Isaías, el profeta: “T e puse nombre,
mío eres tú” (43, 1). “Mi embrión tus ojos lo veían ”, pareciera una adver tencia para
todos aquellos que en nuestros días, olvidando la sentencia de
Rabelais: “ ciencia sin conciencia es la ruina del alma ”, manipulan,
trafican o destruy en embriones.
D ios no cr ea esquemas, sino hombres individuales, cuyo último
destino no es disolverse en la colectividad, ni desapar ecer en el
Nirv ana, sino integrarse como personas en la comunidad del Reino
de D ios.
P orque, como señala J uan Pablo II, “la persona humana tiene
una dignidad especial porque tiene una vocación eterna ” (18). En
esto reside la grandeza del hombr ey por eso se pr eguntan los Salmos:
“¿Q ué es el hombre para que te acuer des de él, y el hijo del hombre
para que de él cuides? Y lo has hecho poco menor que los ángeles,
le has coronado de gloria y honor . Le diste el señorío sobre todas las
obras de tus manos; todo lo has puesto bajo sus pies… las bestias
del campo, las aves del cielo, los peces del mar…”(8, 2/10).
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–––––––––––– (16) Ob. cit., p.296.
(17) P aolo Conti, “ Aborto dopo lo stupr o, i cattolici di Amnesty sono d’accor-
do ”. Corrier e della S era, Milán, 22/8/2007.
(18) Ob. cit., p. 300.
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Pero el hombre puede entender mal esta grandeza, ser un dona -
tario ingrato y r ebelarse contra su Creador . Por eso Dios interr oga
a J ob: “¿Quién determinó, si lo sabes, las dimensiones de la tierra?
¿Q uién tendió sobre ella la regla? ¿Quién cerró con puertas al mar?
¿A caso has mandado tú en tu vida a la mañana y has enseñado su
lugar a la aur ora? ¿Has llegado tú hasta las fuentes del mar , te has
paseado tú por las pr ofundidades del abismo? ¿Eres tú el que a su
tiempo hace subir las constelaciones?”. A través de estas preguntas la pedagogía divina instruye a un
justo del Antiguo Testamento y lo corrige en un momento de r ebel-
día; ante esto el interpelado reconoce: “H e hablado a la ligera. ¿Qué
voy a r esponder? Taparé mi boca con la mano ” (Job, 38/41).
Esta rebelión se ha transformado ho y en algo cotidiano. Se ev a-
pora la imagen de Dios en el hombr e. Los hombres han dejado de
ser sagrados para los hombres. Este desorden afecta en primer lugar
a ser es humanos indefensos, sometidos al poder de otros hombres.
H ace pocos días, en un hospital de Milán, se practicó un aborto
selectivo, eugenésico, r especto a un feto enfermo, down, por lo
tanto “ no deseado ”. Por un error , se mató al gemelo sano, para
luego hacer lo mismo con el enfermo (19). Y debemos ante estos
hechos terribles, pr oducto de hombres “ autónomos”, cuya única ley
es su arbitrio, hacernos la gran pr egunta: si Dios no existe ¿en qué
queda la dignidad humana?
b) La dignidad de los hijos de D ios.
V ocación eterna, destino trascendente del hombr e como ima-
gen de D ios; pero el hombre está llamado a más: a ser hijo de D ios.
La gracia perfecciona el alma de la imagen de Dios por cr eación,
para conver tir al hombre en hijo de Dios por adopción.
P or eso el P apa San León Magno, ya citado, se r efiere al llama-
do que Cristo r ealiza a todo hombr e para que lo siga, para que abra -
ce el cristianismo: “ Reconoce, oh cristiano tu dignidad, pues parti-
cipas de la naturaleza divina. R ecuerda de qué cabeza y de qué cuer-
po er es miembr o. Piensa en el hecho de tu liberación del poder de
las tinieblas y de tu traslado a la luz y al reino de D ios” (Sermón 21).
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(19) Gian Guido Vecchi, “L’ eugenetica è un vir u s”, C o r r i e r e della S e ra, Milán, 30/8/2007.
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Y aquí insistimos: todos los hombres nacen con la potenciali-
dad de esta dignidad; todos han sido llamados, incluso los sabios
como Tomás de Aquino y los ricos como J osé de Arimatea, a pesar
de lo que digan cier tos cantos.
Esta dignidad es la de la gracia que se adquiere con el Bautismo,
que hace al hombr e hijo adoptivo de Dios; por eso, el P apa León
XIII habla de “la altísima dignidad de hijos de Dios ”. También J uan
XXIII afirma que “ si consideramos la dignidad de la persona huma -
na a la luz de las ver dades reveladas por Dios, hemos de valorar en
may or grado aún esta dignidad, ya que los hombres han sido r edi-
midos por la sangre de J esucristo, hechos hijos y amigos de D ios
por la gracia sobrenatural y herederos de la gloria eterna ”(Pacem in
T erris, 10).
Y el P apa Paulo VI compara la dignidad natural y sobrenatural
del hombre: “S e habla muchísimo de la dignidad de la persona
humana a escala natural: ¡es hombre! N ivel que debería evitarnos las
degradaciones animales, bárbaras e infrahumanas, a las que cede tan
fácilmente nuestra civilización… pero esta dignidad está extraor di-
nariamente superada por el nivel sobrenatural… el humanismo no
nos basta… le falta aquel suplemento de fuer za y de sabiduría que
sólo podemos hallar en el orden de la r edención” (20).
E l pecado mortal hace que el cristiano pierda la gracia y la filia -
ción divina; el hombre nuev o nacido del bautismo se pierde en las
tinieblas. Es por eso que la filiación divina de cada uno no es algo
definitivo sino tras la muerte. Esa filiación es pro visoria en el hombre itinerante, pero posi -
ble, pues leemos en el E vangelio: “El Verbo era la luz ver dadera que
ilumina a todo hombre que viene a este mundo…V ino a su casa y
los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo r ecibieron les dio
poder de hacerse hijos de D ios” (Juan, 1, 9, 11/12).
E n el Antiguo Testamento encontramos anticipos de la paterni-
dad divina, pero casi siempre con carácter colectivo: D ios es padre
del pueblo de Israel; en cambio en el N uevo Testamento esa pater-
nidad aparece con frecuencia: desde el P adre Nuestro hasta la pará -
bola de la o veja perdida; desde la comparación entre los padr es
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(20) A udiencia general del 1/10/1969 en L’Osservatore Romano ,14/10/1969.
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terrestres, que siendo malos, dan cosas buenas a sus hijos, hasta la
parábola del hijo pródigo, que nos enseña acerca de la paciencia y
de la misericor dia divinas.
Es San P ablo quien escribe en su Epístola a los Romanos: “Reci-
bisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace ex clamar ¡Abba,
Padr e!… Y si hijos también hereder os” (8, 15 y 17).
Entonces, este mundo, que es nuestra morada terr enal, es la
“ casa del P adre”. La familia, la pr ofesión, la patria, serán dones del
amor de D ios. Habrá una hermandad universal concr eta entre los
hombr es anudada en torno a un P adre común. Y habrá también
una consideración especial al resto de las criaturas, llamadas meta-
fóricamente “hermanas ” por San Francisco de Asís.
Es lo que nos propone construir el mensaje evangélico; pero
como su r ealización depende del hombre, siempr e será relativa, a
v eces, como en nuestros días, casi imperceptible: un mundo distin-
to en el cual la ver dad nos hace libres, sin pr epotencias, sin arbitra-
riedades, en el cual el odio cede su primacía al amor , como escribe
M iguel de U namuno:
N o canta libertad más que el esclavo.
El libr e canta amor .
T e canta a Ti, S eñor.
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