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Carlos Fonseca: Trece rosas rojas

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Carlos Fonseca: TRECE ROSAS ROJAS
(*)
La ¿historia o nov ela? refiere la actuación política y el triste
final de 13 chicas idealistas del P artido Comunista, durante la
Guerra Civil y sobr e todo una vez finalizada esta, y que fueron ajus -
ticiadas en agosto de 1939.
1. ¿N ovela?
Apar entemente el autor trata de escribir una historia, pero bien
por no encontrar documentación suficiente, bien por que la his-
toria no es suficientemente emotiva para los fines pretendidos, o
bien por que la historia completa no encaja en la hipótesis previa,
se ve obligado a escribir una nov ela en la que se intercalan episo-
dios históricos. Como en otras no velas históricas, el autor abando-
na en algunos casos la historia y recurr e al estilo del folletín mez-
clado con el de la nov ela negra americana.
La parte no velada con comisarías siniestras pobladas de perso -
najes igualmente siniestros, posiblemente no se aleje de la realidad,
per o el autor no tiene más remedio que inv entarlos con un pobre
resultado . Baste una muestra: “E l funcionario… tecleaba la máqui -
na de escribir con los dedos índice a un ritmo desdeñoso y torpe a
un tiempo ” (capítulo 9), u otras frecuentes y truculentas expr esio-
nes como las que apar ecen en el capítulo 13: “ Aquellos policías
feroces…, ebrios de euforia…”. E n muchos casos, tales expresiones
ponen el relato al borde del ridículo. Tampoco se recata en las exa-
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897Verbo,núm. 459-460 (2007), 897-903.
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(*) Ediciones T emas de hoy, Madrid 2004.
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geraciones, como cuando en el capítulo 12 al hablar de los fusila-
mientos que comenzaron el 6 de mayo y alcanzan su máximo en el
mes de junio con más de 200 pr esuntos fusilados, entre los que
estaban las dos primeras mujeres ejecutadas, dice que las descargas
y el tir o de gracia en el Cementerio del Este, se oían en Manuel
B ecerra y las presas los iban contando; como si los tir os de gracia
con pistola y los fusilamientos fueran a cañonaz os.
2. La historia.
La parte histórica, que predomina en la obra, tiene especial
valor , precisamente porque el episodio es r elatado desde la izquier-
da, pr oporcionando datos, que aun siendo conocidos, la izquierda
se r esiste a aceptarlos. Algunos de los hechos reflejados, si fueran
relatados por Pío M oa o por Ricardo de la Cierva, por poner dos
ejemplos, serían descalificados por buena parte de los medios de
comunicación. En cuanto al relato sobre las chicas, de la obra se deduce hasta
qué punto fuer on utilizadas por sus compañeros, sin consideración
a los riesgos, sir viendo de enlace y de cobertura a la estr uctura del
PCE y a sus grupos armados. Su captación al finalizar la guerra, en
parte bajo el engaño de la pronta vuelta de N egrín con un nuevo
ejército, demuestra la candidez de las chicas a pesar de que todas
llev aban tiempo integradas en el PCE, y algunas desde antes de la
guerra. Se incluy en varias fotografías, de las que sólo dos corres-
ponden a la época de la guerra civil y una de ellas es de Dionisia
M anzanero, en 1938, con un fusil.
Ahora bien, también queda clar o que su participación en casi
ningún caso era r elevante y lo lógico hubiera sido que con los duros
criterios de entonces, su condena se hubiera limitado a unos años
de cár cel, como ocurrió con casos aparentemente más graves, como
la de comisarios políticos de grandes unidades. El concurso de otras
circunstancias que hay que agradecer al autor que apar ezcan reco-
gidos en la obra, dio otr o resultado.
P or ejemplo, Matilde Landa V az, a pesar de conocerse su cali-
dad de secretaria general del PCE en España, es condenada a pri-
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sión y muere en 1942 después de tirarse por una ventana. El autor
presume que el suicidio se debió a las presiones que r ecibió en la
cárcel para que se convir tiera al catolicismo. Esta suposición es gra -
tuita y menos lógica que, por ejemplo, la hipótesis siguiente:
M atilde Landa V az, licenciada en Ciencias N aturales, se encontró
de bruces con una realidad del PCE, cada v ez más siniestra, pri -
mero se entera en toda su dimensión de los crímenes cometidos por
el PCE durante la Guerra Civil, después del saqueo de España en
beneficio de la URSS, a continuación de la traición de los dirigen-
tes socialistas y comunistas a los militantes de base huy endo carga-
dos de botín, no sólo abandonándolos a su suer te sino encima
impulsándolos a una resistencia a ultranza y suicida, después la
nueva traición del PC en alianza con los nazis con el pacto
Germano-So viético para el repar to de Polonia, y todo ello acom-
pañado por el contraste entr e el trato que ella recibía y el que el
propio PCE dio en las más de 300 checas que controlaba durante
la guerra, solamente en Madrid y que al final se redujer on a solo
200. Ante este panorama, carente de fe, no encontró otr o camino
que el suicidio .
Para avalar esta hipótesis, basta con acudir a la propia obra. Ya
al comienzo (pag. 23), dice: “Manuel Azaña había dimitido de su
cargo desde su exilio en Francia el 27 de feb re ro, ...”. En la página
26: “Al día siguiente (6 de marzo), Negrín y la mayoría de sus minis-
t r o s a b a n d o n a r on España rumbo a Francia en dos aviones D o u g l a s
...”, el mismo Negrín que “un mes antes había dicho: O todos nos
s a l v amos o todos nos hundimos en la exterminación y el opr o b i o”
(pag. 24). Poniendo de re l i e ve la contradicción entre la huida bien
p rotegi da y el discurso a la resistencia a ultranza… de las “bases ” .
En el capítulo 3, dedicado a la r eorganización del PCE, para
introducirnos en materia dice: “La huída de dirigentes del PCE ini\
-
ciada tras la caída de Bar celona, alcanzó caracteres de desbandada
tras el golpe del coronel Casado. Dolor es Ibarruri, Rafael Alberti,
Mª T eresa León, H idalgo de Cisneros, Vicente U ribe, o Irene
F alcón lo hicieron en avión, unos rumbo a T oulouse y otros a
Orán. U na evacuación, que a finales de mar zo, en los días previos
al fin de la guerra, se encontraba ya muy avanzada, aunque no
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alcanzó a todos. Para los que consiguieron escapar, la esperanza era
continuar su exilio en “la casa”, como se llamaba a Moscú en el
argot del partido, …” Al final del capítulo, afirma algo, que n\
o por
sabido r esulta menos inter esante por provenir de un autor de tan
claras inclinaciones: “La J uventud Socialista U nificada, que era
contr olada por el PCE ...”.
P or supuesto el autor incurre en juicios de valor totalmente dis -
torsionados, como al valorar como una insignificancia los fondos
de que disponía el PCE en M adrid al tratar de reorganizar su acti-
vidad sub versiva y de lucha armada una vez terminada la guerra.
H abla de 12.000 pesetas, que desde luego sin ser una cantidad
ex orbitante tampoco era despreciable pues podía ser equivalente a
4 ó 5 millones de pesetas actuales (unos 30.000 E uros), o las
500.000 pesetas que les enviaban del comité central (más de 200
millones de pesetas actuales) para evitar que se financiaran con
atracos como tenían pr evisto, poniendo en peligro la estructura
clandestina del PCE. O cuando habla del valor del dinero republi-
cano, –como si fuera un abuso– porque sólo era canjeable el que\
se
emitió antes del 18 de julio de 1936, cosa elemental en cualquier
guerra y cualquier economía, aun sin tener en cuenta el saqueo del
B anco de España.
Al r eferirse a los prisioneros de guerra, se manifiesta como si
fuera algo extraño su existencia, cuando lo cier to es, que por el con-
trario es inexplicable la insensatez de los vencedores que a los pocos
días de terminar la guerra ponen en liber tad a la mayoría de los que
luego reconstruy eron el PCE en España e incluso montan el asesi -
nato del comandante G abaldón. Tampoco se entiende muy bien la
obsesión por considerar a algunas de las chicas como menor es de
edad, cuando ninguna de las condenadas lo era según el código
penal que siguier on manteniendo sucesiv amente todos los gobier-
nos socialistas o no . En fin, la lista de juicios de v alor irracionales
es interminable, sobr e todo por contradecirse con los pr opios datos
históricos que aporta el autor .
Otro tanto cabría decir del br ote de fervor religioso popular en
la posguerra, que el autor trata con sar casmo de manera sistemáti-
ca. S in embargo nada induce a pensar que no fuera sincero y como
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lógica reacción a un período anterior en el que se había dado rien-
da suelta a los peores instintos sin ninguna cortapisa, persiguiendo
con saña cualquier indicio de manifestación religiosa.
D esde luego en la emocionante historia de las 13 mujeres eje-
cutadas el 5 de agosto de 1939, confluyeron varios hechos que
desembocaron en algo tan penoso .
1º) Que un gr upo de insensatos del PCE, se escudaran en unas
pobr es chicas para continuar la sub versión o terrorismo, después de
finalizada la guerra.
2º) Que todas ellas, excepto una, tuvieran antecedentes de perte-
necer al PCE y a las JSU (controladas por el PCE).
3º) Que días antes, el 29 de julio, se produjera el asesinato a sangre
fría del comandante de la G u a rdia Civil Isaac Gabaldón I ru rz u n , su
hija de 18 años y el conductor del coche en el que viajaban, preci-
samente por militantes del JSU.
3. La historia subterránea.
E l autor sugiere (págs. 159 y ss.) que el asesinato del coman-
dante Gabaldón pudo ser or denado por algunos masones que mili -
taban en el bando nacional, –y nombra al teniente coronel
F rancisco Bonell, el comandante Cristino T orres, y algunos más–
que se sentían amenazados por las investigaciones de Gabaldón. Es
curioso que el autor cierre el círculo, resaltando que en los interr o-
gatorios a los asesinos del comandante Gabaldón, su hija y el cho-
fer , par ticipa el entonces capitán M anuel Gutiérrez M ellado, que
precisamente estaba a las órdenes del teniente coronel F rancisco
Bonell. Da la impresión de que sin decirlo explícitamente, el autor
quiere sugerir que tanto el asesinato como la repr esión posterior
fueron operaciones para “ cerrar bocas” y de hecho en la r eseña de
J uan Carlos Merino en “La V anguardia” de 17-04-2004 apunta cla -
ramente a la inducción por los propios ser vicios secretos naciona-
les. Se volvería a repetir la historia de ciertos asesinos que militan
en la izquierda y que de hecho actúan por encargo, desde los aten-
tados a P rim, Cánovas, Canalejas, D ato, etc. a nuestros días. No es
coincidencia que el asesinato del comandante Gabaldón, aparezca
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en el tomo III de las memorias (2) de Eugenio Vegas Latapie, que
estuvo siempr e convencido de sus extrañas conexiones.
4. Conclusión.
Fueron condenados a muerte y ejecutados, 43 hombres y 13
mujeres. Todo en este extraño y siniestro suceso huele mal desde el prin -
cipio y resulta tanto o más vergonzoso para la izquier da y sus alia-
dos o jefes masones que para la der echa, siendo sorprendente que
no haya sido silenciado cuidadosamente este relato . Desde luego,
las únicas que quedan bien en esta historia son esas 13 chicas idea-
listas del PCE. H ay que agradecerle a Carlos F onseca su valor al
publicarlo a pesar de su frustrada intención en distorsionar la
memoria histórica. Siguen en el aire multitud de preguntas sin respuesta:
¿A que v enía un apresuramiento tal, que en menos de una
semana son interrogados, juzgados y ejecutados los autores del ase -
sinato del Comandante Gabaldón, su hija y el conductor? ¿Y que
decir de la ejecución del resto, hasta 13 mujeres y 43 hombr es,
todos los implicados dir ecta o indirectamente en le asesinato, sin
dar tiempo a que se firme el “ enterado” por el J efe del Estado, como
era pr eceptivo en las sentencias de muer te y que se realiza 8 días
después de la ejecución? Da la impr esión de que con tal precipita-
ción se evitaría cualquier medida de gracia parcial como era habi-
tual, impidiendo que quedaran “ cabos sueltos” que pudieran dar
lugar a pr ofundizar en la investigación.
Según la obra, las células en las que participaron las chicas fue-
ron organizadas por cur tidos militantes del PC. ¿Cómo se explica
que militantes del Ejército Popular –algunos con importantes res-
ponsabilidades– estuvieran en libertad 2 meses después de termi -
nada la guerra? ¿Es que tenían complicidades dentr o de las fuerzas
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(2) E ugenio V egas Latapie, La frustración en la victoria, 1938-1942, Edit. Actas,
Madrid, 1995. Las páginas 436-439, están dedicadas a tan oscur o asunto, en el que se
acumula el saqueo, al día siguiente, del chalet de la Ciudad Lineal en el que el coman -
dante Gabaldón archiv aba la documentación y el asesinato, también al día siguiente,
de su secretario.
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nacionales, que pensaban utilizarlos? Desde luego la obra despeja
algunos interrogantes, pero plantea muchos nuevos a r esolver por
la investigación histórica en el futuro. La ejecución de estas chicas, se hubiera dado de forma inme-
diata en cualquier guerra –no digamos en el gobierno del F rente
P opular en el que no se necesitaba pretexto para asesinar a los con-
siderados adversarios o a los afines anar quistas o trotskistas insufi -
cientemente sumisos–, pero creo que al nuev o régimen le era exi-
gible más, y en todo caso debió de volcar su rigor sobre los induc -
tor es y jefes de estas chicas y haber actuado con clemencia con ellas.
N o par ece que ninguna de ellas mereciera más prisión que muchas
de las que estuvieron encarceladas dos o tr es años o ni siquiera
sufrieron prisión como relata el pr opio autor.
En definitiv a, una obra mediocre por sus formas pero con cier -
tos datos interesantes y que para al lector atento le da como resul -
tado llegar a unas conclusiones que son justamente lo contrario de
lo que se pr etende, contribuyendo irónicamente al r establecimien-
to de la “ memoria histórica ”.
D ebo agradecer a las Bibliotecas Públicas la posibilidad de la
lectura de esta obra, pues así como si quier o leer una de un autor
de derechas, o simplemente neutral, tengo que adquirirla, si es un
autor de izquierdas, por mediocre que sea, inmediatamente está en
la biblioteca.
A
NTONIO DEMENDOZACASAS
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