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Número 463-464

Serie XLVI

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El personalismo, de la modernidad a la posmodernidad. Individualismo y reflexividad

EL PERSONALISMO, DE LA MODERNIDADA LA POSMODERNIDAD.
INDIVIDUALISMO Y REFLEXIVIDAD.
POR
JUANFERNANDOSEGOVIA
Presentación
1. Danilo Castellano no es desconocido del público de lengua
castellana para tener que presentarle (1). N o obstante, creo necesa-
rios algunos apuntamientos pr eliminares para alcanzar una mejor
interpr etación de su último libro (2). Reténgase, por lo pronto, que\
su campo primario de estudio, docencia e investigación es la filoso -
fía política, de modo que cuando se vuelca al saber jurídico no lo
hace como si se tratase de un coto cerrado sino de un espacio que
se ilumina desde una dimensión superior , por aquello de la politi-
cidad del derecho, que insistiera G uido Soaje Ramos y muchos
otr os (3), por su subor dinación al bien común.
Luego, ni la política es entendida como pura teoría sistemática
de los compor tamientos políticos, ni el der echo es agotado en dis-
quisiciones dogmáticas, sino que la una y el otro son puestos bajo
el prisma de la filosofía, como saber de la ver dad natural asequible
a la razón. La metafísica y la ontología penetran por la puerta de
Verbo, núm. 463-464 (2008), 313-337. 313
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(1) Con justicia Miguel Ayuso se atribuy e el privilegio de haber propiciado la fama
española e hispánica de Danilo Castellano. Cf . su “Presentación ” a Danilo Castellano,
La natur aleza de la política, Ed. Scir e, Barcelona, 2006, pág. 10.
(2) D anilo Castellano, L’ordine politico-guiridico «modular e» del personalismo con-
tempor aneo, Edizione Scientifiche I taliane, Napoli, 2007, pág. 162.
(3) Guido S oaje Ramos, “Sobre la politicidad del der echo”, Boletín de Estudios
P olíticos, M endoza, N.º 9 (1958), págs. 69-116.
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saberes ho y cerrados, clausurados, porque no se les entiende sino
desde la v erdad del hombre, cada v ez menos clara a fuer de since-
ros. S ea como fuere, la vinculación del derecho y la política con la
filosofía supone una doble afirmación sobr e la obra del profesor
Castellano: la primera, la inextricable vinculación del der echo y la
política con la ética (4); la segunda, la apertura, necesaria, de la
razón a la fe, pues aquélla sola no basta para comprender la dimen-
sión de lo humano en su totalidad (5). Por último, si lo que corr esponde al sabio es entender y regir ,
como explicase Santo Tomás de Aquino, su oficio consiste tanto en
compr ender la verdad lo mismo que en corregir los errores o false-
dades (6). De donde la crítica –que Castellano cultiva con agude-
za– no tiene por fin la destrucción de las posiciones equivocadas
sino la ulterior or denación del saber a la ver dad. Y la bifronte tarea
es desempeñada por el profesor Castellano con plausible pericia en
el libro que comentamos.
2. Habría que decir –prolongando el intr oito– que este libro es
algo así como una continuación –y una profundización– de uno
anterior , que publicó Miguel Ayuso para la colección Prudentia
iuris en 2004, Racionalismo y derechos humanos (7). En éste, el
empeño del pr ofesor Castellano consistió en denunciar la impron-
ta racionalista de los derechos humanos, de las liber tades negativas,
en confrontación con la enseñanza realista del magisterio de la
Iglesia Católica (8). E n el actual, el esfuerzo se dirige a demostrar
que el individualismo filosófico subsiste bajo el barniz del persona-
lismo, esto es: que el personalismo, como ideología hodierna de los
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(4) Q ue demuestra, por ejemplo, en su crítica al iusnaturalismo racionalista; cf .
D anilo Castellano, “Il dirito naturale tra etica e politica ”, La v erità della politica,
E dizione Scientifiche Italiane, N apoli, 2002, págs. 135-148 (hay versión castellana: “E l
der echo natural, fundamento ético de la política ”, en Miguel Ayuso (ed.), El der echo
natur al hispánico: pasado y pr esente, Publicaciones Obra S ocial y Cultural Caja Sur ,
Cór doba: España, 2001, págs. 153-165).
(5) Castellano, La naturaleza de la política, págs. 21-25.
(6) Suma Contr a Gentiles, libro I, cap . I.
(7) Danilo Castellano, Racionalismo y derechos humanos, M a rcial Pons, Madrid, 2004.
(8) P or otra par te, este cuestionamiento de los der echos humanos habíase hecho
anteriormente por el profesor Castellano en su trabajo “L ’ittinerario storico dei diritti
umani: epifania di una contraddizzione e di un ’esigenza”, en La v erità della politica , cit.,
págs. 119-134.
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derechos humanos, no proporciona un fundamento diferente y de
may or dignidad a tales der echos, sino que el personalismo, en su
raíz y en sus inclinaciones subsiguientes, es fruto de la modernidad
y confirma la deriva individualista del pensamiento jurídico-políti -
co moderno . Hay una permanencia y una ampliación en el estudio
de una misma temática (9), pues ahora los derechos humanos son
censurados en sede metafísica, demostrando la inconsistencia del
personalismo que les informa.
Propósito
3. La obra está estr ucturada en cinco partes: una introducción,
tres capítulos y una conclusión. Aquélla cumple con su propósito,
pues nos impele a descubrir el complejo mundo del personalismo y
las desviaciones en torno al concepto de persona. E l primer capítu-
lo constituye una indagación filosófica del problema de la persona
y sus secuelas en el pensamiento jurídico-político; el segundo se
concentra en las discusiones de la Asamblea Constituyente italiana
de 1947 en torno al concepto de persona y sus derivaciones para la
política y el derecho; el capítulo tercer o brinda un pantallazo del
pensamiento del iusfilósofo lusitano M ario Emilio Forte B igotte
Chorão y su preocupación por las complicaciones que para la per -
sona plantean las nuev as cuestiones, como las que provienen de la
bioética. P odría decirse que son tr es andariveles de estudio interco -
nectados: el filosófico, el constitucional y el bioético, centrados
todos en los problemas de la metafísica de la persona. La conclu-
sión, por fin, cierra y abre la materia discutida; la cierra, en tanto
confirma la tesis de que el personalismo no es sino una forma del
individualismo liber tario moderno; y la abre, pues da las pistas para
seguir la huella personalista en el pensamiento de nuestros días en
la filosofía (v .gr. Charles Taylor o P aul Ricoeur) y la sociología (v .gr.
Anthony Giddens o Z ygmunt Bauman) gnósticas posmodernas.
N o intentaré una reseña pormenorizada de cada par te del libro,
sino que propondré otra lectura, que podría llamarse perpendicular\
.
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(9) Por caso, Danilo Castellano, “Personalismo contemporaneo e responsablità”, en
La razionalità della politica , Edizione Scientifiche Italiane, Napoli, 1993, págs. 189-196.
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Mi suger encia es explicar , siguiendo a Castellano, cómo en el per-
sonalismo subsiste una raíz individualista –y por ello moderna y
racionalista– que ha sabido per durar en la posmodernidad, acomo-
dándose a las transformaciones de la política, del der echo y de la
filosofía. P orque la persona del personalismo es un concepto protei -
co, fraguado en la mixtura de v arias filosofías –incluso de las deno-
minadas pos-metafísicas (10). Aunque resulte redundante hablar de «apertura», el libro del
profesor Castellano se me pr esenta doblemente abierto. Si bien cen -
trado en un período que podría datarse entr e el fin de la Primera
G ran Guerra y la década de los ochenta del pasado siglo con la radi-
calización del existencialismo nihilista –expr esado en la tesis del
pensamiento débil que Vattimo, R orty y otros toman de Heidegger
y N ietzsche (11)–, el texto propone ir hacia el pasado y hallar sus
huellas en la primera modernidad filosófico-política (la que v a de
Locke a John S tuart Mill); pero también invita a descubrir su ver-
sátil y ubicua pr esencia en las seudo filosofías de nuestros días, las
de la segunda modernidad, llamada también modernidad débil,
modernidad reflexiva o posmodernidad. Con tal propósito, presentaré primero la tesis del profesor
Castellano para avanzar luego en algunos de los caminos que él nos
ha abierto.
E l personalismo de acuer do a Castellano
4. Según el profesor Castellano, el personalismo es evidente-
mente una ideología contemporánea, pero sin embargo conectada
lógica e ideológicamente al liberalismo, de modo que –en sede
jurídico-política– puede en ve rdad sostenerse una continuidad
e n t r e la modernidad «fuerte» del liberalismo, que define a la per-
sona como el producto del reconocimiento de sus derechos de
l i b e rtad; y la modernidad «débil» de la racionalidad disminuida, en
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(10) Cf. Jürgen H abermas, Pensamento pós-metafísico , Tempo Brasileiro, Río de
Janeir o, 1990.
(11) Cf. G ianni Vattimo y P . A. Rovatti, El pensamiento débil , Cátedra, Madrid,
1988; Richar d Rorty, Filosofía y futuro, Gedisa, Bar celona, 2000.
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la que la persona es concebida como el propio proyecto (12). En
todo caso, entre el ayer y el hoy, perdura la concepción de la per-
sona que se identifica con la conciencia, su subjetividad jurídica
formal, con el sujeto que tiene derecho a tener derechos, cuya pre-
cisión queda, en definitiva, remitida a la misma persona que los
esgrime (13).Por eso el personalismo se pr esenta como «una forma radical
del liberalismo», en el sentido de que refuerza el individualismo y ,
en esto, lo efectiviza y lo realiza plena y univ ersalmente. Si el libe-
ralismo respondía a la ideología de la persona propietaria de der e-
chos en el estado de naturaleza que, constituida la sociedad civil a
través del pacto o contrato social, debían serle r econocidos por el
Estado (14); en su versión radical hodierna, esto es en el personal\
is -
mo, se trata de asegurar a la persona las realización de sus deseos y
de sus proyectos por medio del Estado, dotándola de los der echos
que para ello quiere y demanda (15). En uno y otro caso, el or de-
namiento jurídico ha de garantizar la condición formal y sustancial
de la igualdad en la diversidad y a la diversidad de las opciones indi -
viduales o sociales (16).
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____________ (12) Castellano, L’or dine politico-giuridico «modulare» del personalismo contempor a -
neo, cit., pág. 5. (13) Castellano, L’or dine politico-giuridico «modulare» del personalismo contempor a -
neo, cit., pág. 9. Yo agregaría, en este caso, al mismo sistema político democrático cuya
función (y legitimidad) consiste en satisfacer los derechos de las personas. Cf. Claude
Lefort, “Los der echos del hombre y el Estado benefactor ”, en Vuelta S udamericana,
Buenos Air es, n.º 12 (julio 1987), págs. 34-42; y Jürgen H abermas, “Acerca de la legi-
timación basada en los derechos humanos ”, en La constelación posnacional , Paidós,
Barcelona, 2000, cap . 5. Estoy seguro que el pr ofesor Castellano coincide con esta
observación. (14) En este punto hay un notable acuer do doctrinario, tanto del lado liberal
como del de sus críticos, y que vale incluso para aquellos liberales (como Benjamin
Constant o J ohn Stuart Mill) que no creen en el estado de naturaleza per o adscriben los
der echos a la propia naturale za del individuo. Cf. Isahiah Berlin, Cuatro ensayos sobr e la
libertad , Madrid, Alianza, 1988, cap . II; John D unn, “La liber tad como valor político
sustantivo ”, en Alan R yan y otros, El liber alismo como problema , Monte Ávila E d.,
Caracas, 1991, págs. 41-67; Guido de Ruggier o, Historia del liber alismo europeo, Ed.
P egaso, Madrid, 1944, págs. LXXXV -XCIII y 345-355; y Carlos Sánchez Viamonte,
Los derechos del hombr e en la Revolución Francesa , UNAM, México, 1956, págs. 21-63.
(15) P orque –como ver emos– negado el ser, en sentido metafísico, sólo queda la
conciencia y su der echo de afirmarse. Castellano, “L ’ittinerario storico dei diritti umani:
epifania di una contraddizzione e di un ’esigenza”, cit., págs. 121-122 nota 5.
(16) Castellano, L’or dine politico-giuridico «modulare» del personalismo contempor a -
neo, cit., pág. 11.
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En su tesis, el profesor Castellano insiste en dos aspectos que se
prolongan de la modernidad fuerte a la modernidad débil. El pri-
mero, es que siempr e estamos frente a libertades negativas, a la
libertad de querer como autodeterminación de la persona. El
segundo, que esta autodeterminación es imposible sin la asistencia
del Estado, porque las libertades se demandan al Estado ya como
r econocimiento de un estatus personal anterior , ya como infaltable
condimento del proyecto personal. A su ve z, la tesis contiene dos
consecuencias. La primera es el desquiciamiento del or den jurídico,
pues el der echo constr eñido o extendido a garantizar toda clase de
libertades, es un derecho sin razón, es un derecho arbitrario, pues
car ece de todo criterio normativo de r esponsabilidad. La segunda es
la anarquía política, el paso de la sociedad a la tribu o, como lo\
dije -
ra en otr o lugar, «la institucionalización del principio de la guerra»,
pues el estado de naturaleza (su ficción) subsiste ahora al interior
del Estado que se convierte en procurador de la anarquía, en garan -
te de la guerra (17). N ihilismo y totalitarismo son dos caras de la
misma moneda acuñada por el liberalismo y mantenida en cir cula-
ción por el personalismo .
5. P or cierto que el núcleo a demostrar , en la tesis, es que el per-
sonalismo continúa la simiente liberal, tanto en el sentido de que
los der echos del personalismo remedan y agudizan las libertades
negativ as, cuanto en que, antropológicamente hablando, el indivi -
duo del liberalismo subsiste en la persona del personalismo . Como
lo primer o no es más que una consecuencia de lo segundo, la pers-
pectiva antr opológica es fundamental. Y en la revista que el profe-
sor Castellano hace de las más importantes expresiones del persona -
lismo se encuentra la comprobación. En efecto, si comenzamos por Emmanuel M ounier (18), el pro-
ceso de desustancialización de la persona es evidente: no hay onto-
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(17) Castellano, L’or dine politico-giuridico «modular e» del personalismo contempora -
neo, cit., págs. 10, 14-15, 17-18, 67-68, 73, 105-106, 115-116; Racionalismo y derechos
humanos , cit., págs. 25-27, 82-85, 113, 139-140; “L ’ittinerario storico dei diritti
umani: epifania di una contraddizzione e di un ’esigenza”, cit., pág. 125; y “Questione
cattolica e questione democristiana ”, en La razionalità della politica, cit., pág. 145.
(18) Cf. Emmanuel M ounier,El personalismo . Antología esencial, Sígueme,
S alamanca, 2002.
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logía humana porque el hombre es existencia creadora que se for-
mula en términos de aventura de la libertad, de una libertad que se
crea a sí misma y que crea su entorno sin refer encia necesaria a un
orden metafísico y ético. A quí encuentra el profesor Castellano la
raíz liberal de M ounier, en su identificación de liber tad con subje-
tividad y personalidad, de la libertad como espontaneidad y libera -
ción de la persona y de la humanidad, pues su mentado timbre
comunitario no es más que la garantía de esa libertad por la cual la
persona construye la solidaridad (19). Algo semejante podría decir-
se de Luigi S tefanini quien, si bien se separa de M ounier, continúa
la tendencia que socava el ser –ontológicamente hablando– de la
persona, que concibe, en su trunca metafísica, como conciencia de
sí como unidad viviente, conciencia que proviene del acto de ser y
no a la inversa (20). El problema aquí planteado no lo resuelv en las versiones cató-
licas del personalismo, ya de un Wojtyla, ya de un Guardini.
E fectivamente, Karol Wojtyla (21) produce una deriva del tomismo
hacia las filosofías de la subjetividad y la interioridad, oponiendo
n a t u r a l e za –esencia actualizada– a persona, que se piensa como modo
de existencia individual propio, lo que supone difíciles interpr e t a c i o-
nes entre el ser como esencia y la persona como acto de ser (22).
T ampoco lo remedia R omano Guardini (23), con su estructuralis-
mo espiritualista y su tesis de la alteridad o diálogo entre mundo y
persona, donde persona indica la individualidad viviente determi-
nada por el espíritu y significa la propiedad de uno mismo, esto es,
la pertenencia de la persona a sí misma, que no puede ser usada por
ninguna otra persona por que ella es su mismo fin, una criatura espi -
ritual en diálogo con el mundo (24).
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____________ (19) Castellano, L’or dine politico-giuridico «modulare» del personalismo contempor a -
neo, cit., págs. 30-38. (20) Castellano, L’or dine politico-giuridico «modulare» del personalismo contempor a -
neo, cit., págs. 38-42. (21) Cf . Karol Wojtyla, Mi visión del hombr e, P alabra, Madrid, 1998; y Persona y
acción, BA C, Madrid, 1982.
(22) Castellano, L’or dine politico-giuridico «modulare» del personalismo contempor a -
neo, cit., págs. 42-47. (23) Cf . Romano Guardini, Mundo y persona, Ed. Encuentro, Madrid, 2000.
(24) Castellano, L’or dine politico-giuridico «modulare» del personalismo contempor a -
neo, cit., págs. 48-54.
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El profesor Castellano continúa la pesquisa del concepto de
persona en otros escritor es católicos, como Michele F ederico
Sciacca y J acques Maritain, en quienes subsiste el dualismo entre
naturaleza humana y persona o individuo y persona, repitiendo el
err or que, en el tomismo, se conoce con la denominación de «per-
sonalista» y que ha sido sev eramente criticado, entre otros, por J ulio
M einvielle y Charles de Koninck (25). Igualmente, el concepto de
persona tampoco es esclarecido por G iuseppe Martano –que com-
bina dialécticamente el idealismo y el existencialismo– ni por Cle\
to
Carbonara –cuyo personalismo se opone a toda objetividad metafí -
sica trascendente (26).
6. En suma, cualquiera sea la filosofía con la que se le abone, el
personalismo identifica la persona con la libertad, radique ésta en l\
a
conciencia subjetiva o en el acto de existencia humana; de modo
que le asiste la razón al profesor Castellano cuando certifica, tras su
inv estigación, que el personalismo es un flatus vocis, un lugar
común ocupado por las ideologías de los der echos humanos que
car ece de precisión filosófica (27); o que, finalmente, permite que
en su nombr e se invoque cualquiera filosofía. En este sentido, acier-
ta el profesor de U dine cuando insiste que la clave de lectura del
personalismo está en la Ilustración que le informa desde su base,
por lo que se le puede describir como una forma par ticular de indi-
vidualismo, pues la r elación entre individuo y Estado se la concibe
en términos antitéticos o instrumentales, r elación en la que el
Estado siempr e acaba subordinado al individuo (28).
Es por ello que el personalismo termina inexorablemente liga-
do a los der echos del hombre entendidos como libertades negativas,
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(25) J ulio Meinvielle, Crítica de la concepción de Maritain sobr e la persona huma-
na, N uestro T iempo, Buenos Aires, 1948; y Charles de K oninck, De la primauté du bien
commun contr e les personnalistes , Éd. de l’Université Lav al-Éd. Fides, Montréal, 1943.
Castellano, L’ordine politico-giuridico «modular e» del personalismo contemporaneo, cit.,
págs. 54-60. (26) Castellano, L’or dine politico-giuridico «modular e» del personalismo contempora -
neo, cit., págs. 60-62. (27) Castellano, L’or dine politico-giuridico «modular e» del personalismo contempora -
neo, cit., págs. 62-63. (28) Castellano, L’or dine politico-giuridico «modular e» del personalismo contempora -
neo, cit., págs. 65-67.
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y que su consecuencia es la pérdida de todo concepto de justicia y ,
por tanto, de juridicidad, como no sea ésta la mismísima libertad
individual, en conflicto con la autoridad y/o el poder . Como en
Locke, sólo nos queda el querer, es decir, la voluntad y el consenso,
para fundar el or den jurídico (29). A quí se puede ver cómo, casi
como nexo causal, el personalismo explica el desquiciamiento del
orden jurídico y la anar quía política, el nihilismo y el totalitarismo,
que antes mencionáramos: es imposible fundar un orden de convi -
v encia justo en una voluntad ontológicamente indeterminada, que
sólo se afirma en el sentido de autodeterminación del sujeto volun-
tarioso, de la persona que quiere y reclama para sí los der echos que
sirv en a la r ealización de su querer .
P odría decirse que el personalismo describe el trayecto de una
síntesis de las ideologías (30), lo que el profesor Castellano h\
a podi -
do develar en su estudio de la constituyente italiana de 1947. Casi
como un ejer cicio práctico, la indagación del concepto de persona
que esgrimieron los diputados democristianos, liberales o comunis-
tas –que Castellano va enhebrando a lo largo de discursos que par e-
ciesen vertidos en clave esotérica–, tiene un punto de encuentro:
todas las fórmulas, de una manera o de otra, r esponden a la filoso-
fía de la modernidad, por lo que el concepto de persona resulta pri -
sionero del iusnaturalismo racionalista y del liberalismo, de donde
deriva el carácter operativo del pensamiento jurídico y político
moderno. Operativ o en el sentido de funcional: servil a la libertad
de autorr ealización personal.
E l hombr e modular
7. D e acuerdo a la lectura que propongo, la piedra de toque es
el concepto de «hombre modular», debido al sociólogo e historia -
dor E rnst Gellner , al que Castellano r ecurre en su introducción, y
con el que se hace refer encia a un sujeto sin per fil ni atributos deter-
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(29) Castellano, L’or dine politico-giuridico «modulare» del personalismo contempor a -
neo, cit., págs. 74-75. (30) Así, a la luz del esfuerzo por pr obar que el personalismo es la filosofía que
mejor funda y ampara los der echos humanos, Juan Manuel B urgos en su libro El per -
sonalismo, Ed. Palabra, Madrid, 2000, no tiene empacho en llamar personalistas a escri -
tor es tan dispares como S artre y Maritain, M ounier y Zubiri, H eidegger y Wojtyla, etc.
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minados, dotado de cualidades móviles que pueden intercambiarse
o descartarse, un ser sin esencia que se automodela, que se da forma
a sí mismo como tarea vital, que se relata a sí mismo, que constr u-
y e su propia biografía según su voluntad (31).
De mi punto de vista, no podría haber sido más afortunado el
profesor Castellano r ecurriendo a este concepto pues, en efecto, esta
idea del hombre modular es el eje v ertebral del discurso personalis-
ta. Está claro que, avisados de la seudo filosofía de nuestros días, el
hombr e modular es el hombre de los derechos humanos que recla-
ma en ejer cicio de su liber tad negativa, la libertad de un hacerse
uno mismo según el pr oyecto que cada uno se acuña, cambia y
vuelve a inventar . Y, por tanto, sobre tales libertades negativ as se
formula un orden jurídico-político que resultará obv i a m e n t e
«modular», basado en los módulos individuales a los que se con-
siente o r econoce como órdenes particulares, conforme a los pro-
pios pr oyectos y a los fines personalmente elegidos (32).
P or caso, el concepto de justicia política que J ohn Rawls puso
en circulación en uno de sus últimos libros, muestra a las claras esta
idea explicada por el profesor Castellano de una «justicia modular»\
,
es decir, acomodada a las exigencias subjetiv as. Es la justicia la que
«encaja» en las concepciones pluralistas de una sociedad dividida y
fragmentada, y no estas concepciones en aquella justicia; ergo, la
justicia y el der echo se descuar tizan –si se me permite la palabra–
en «módulos» compatibles con las exigencias subjetiv as, en tantos
módulos como hombr e modulares demandantes pueda existir (33).
A unque los sociólogos quieran asignarle un tono trágico a la
teoría del hombre modular , lo cierto es que aplauden su desarraigo
hodierno, la ev aporación de unas estructuras que coar taban su
libertad, estableciéndole patr ones de comportamiento en los que
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(31) Castellano, L’or dine politico-giuridico «modular e» del personalismo contempora -
neo, cit., págs. 11-21; y Zygmunt Bauman, En busca de la política, FCE, Buenos Air es,
1999, págs. 166-168. (32) Castellano, L’or dine politico-giuridico «modular e» del personalismo contempora -
neo, cit., pág. 15.
(33) Rawls habla expresamente de la justicia como módulo en, El liberalismo
político , FCE, México, 1995, pág. 37. D e aquí nace la idea de un consenso entr ecruza-
do o traslapado (que explica en i b i d e m, cap. IV). Cf. John Rawls, “Réplica a H a b e r m a s ” ,
en Jürgen Habermas y J ohn Rawls, Debate sobre el liberalismo político, P aidós,
Bar celona, 1998, págs. 73 y sigs.
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encajar su libre conducta. Precisamente lo mismo hizo J ohn Stuart
M ill a mediados del siglo XIX, y es ésta la puer ta abierta al pasado
que nos ofrece el libr o del profesor Castellano. Quier o decir que en
la corroboración de que el personalismo no es más que una v ersión
actualizada del individualismo, el liberalismo radical de M ill sobre-
sale de manera innegable.
A pología moderna del hombr e libre
8. El inconformismo era el aguijón vital de Mill; le gustaba ubi-
carse a sí mismo entre “los humanos mejores y más sabios, [que] están
descontentos de la vida tal y como es, y cuyos sentimientos están
penetrados por completo del deseo de su enmienda radical” (34). Su
liberalismo, en este sentido, es calificado de «avanzado», porque
somete la r ealidad política y social al duro escrutinio de la razón cal -
culadora que, operando como un cedazo, acepta sólo aquellos
aspectos sutiles que se conforman a su criterio progresista y abomi -
na de los resistentes elementos establecidos que repelen el cambio
racional (35). La pregunta que cabe aquí es ¿qué sostiene ese deseo
de enmienda radical que la razón proyecta sobre la vida? P ues, la
concepción antr opológica de Mill sostiene que no hay algo seme -
jante a la naturaleza humana, que el hombre es libre y se cr ea a sí
mismo . Uno de los comentaristas de Mill, J ohn Gray, sostiene que
aquél no tenía una visión uniforme de la naturaleza humana; que\
el
hombre del que habla M ill “es una criatura empeñada en un inter-
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(34) J ohn S tuart Mill, Autobiografía (1873), Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1948,
pág. 107. E l no conformismo ingresa al liberalismo anglosajón a través de las distintas
iglesias y sectas protestantes, pero puede mantenerse como una mentalidad político
social una vez operada la secularización de las ideas políticas. Cf .
John F . Glaser,
“English nonconfomity and the decline of liberalism ”, American Historical Review, vol.
LXIII, n.º 2 (1958), págs. 352/363, repr oducido en J. A. Thompson (ed.), The collap-
se of the British liber al party. F ate or self- destruction?, D.C. Heath and Co., Lexington:
Mass., 1969. (35) M ill, tal como explica Gertrude H immelfarb,On liberty and liberalism. The
case of John S tuart Mill, ICS P ress, San F rancisco, 1990, pág. 22, adopta una posición
diferente y más fundamental fr ente a las dos corrientes del liberalismo de la época: se
apar ta de los hereder os de Bentham al no aceptar la v oluntad popular como base de su
política y condenarla como una forma de tiranía; per o también se separa de los tradi-
cionales whigsdebido a que su racionalismo disolvente de la compleja estructura polí-
tica no cuadraba con razonamientos historicistas.
Fundaci\363n Speiro

minable proceso de autotransformación ”, razón por la cual “no
puede r ealizarse ninguna afirmación de validez univ ersal acerca de
los atributos de la naturaleza humana, salvo que está esencialmente
indeterminada, y abierta por lo tanto al progreso en muchas direc-
ciones div ergentes e indeterminadas ” (36).
En r ealidad, el núcleo de esta tesis se encuentra ya en un viejo
estudio de Berlin sobr e la concepción de la vida en Mill, en el que
afirma que la naturaleza humana, la esencia del hombre –si puede
dársele tal nombre a un ser dinámico, variable, sin necesidades fijas
ni fines únicos determinados– no consiste sino en la libertad de
elección, que comprende principalmente la libertad de experimen-
tar la propia vida. Según B erlin, lo que caracteriza la concepción del
hombr e en M ill es que no se basa “ en la repetición de pautas siem-
pre idénticas, sino en su percepción de las vidas humanas como alg\
o
perpetuamente incompleto, en autotransformación, y siempre
nuevo ”. Nada definitiv o puede decirse sobr e el hombre salvo que es
irr eductiblemente libre. “Mill cree que el hombre es espontáneo,
que tiene libertad de elección, que modela su propio carácter , que,
como resultado de la r elación del hombre con la naturaleza y con
otr os hombres, continuamente está surgiendo algo nuevo, y que
esta no vedad es precisamente lo más característico y humano del
hombre ” (37).
Mill concibe al hombr e como un ser racional capaz de autogo -
bierno, de autodeterminación, lo que implica tanto como la capa-
cidad ética de decidir lo bueno y lo malo: la autonomía. Ahora
bien, esa libertad como autonomía es lo que distingue al hombre de
los animales, pues gracias a que es un ser capaz de elegir puede el
hombr e determinar el objeto de su tendencia y perseguirlos, y en
esto consiste la «dignidad humana» (38).
J U A N F E R NA N DO SE G O V I A
324
____________
(36) J ohn G ray,Mill on liberty: a defense , Routledge & Kegan Paul, London, 1983,
pág. 85. E n otro escrito G ray enfatizó hasta tal punto esta antropología que entendió
que M ill afirmaba en el hombr e una “propensión a una metamorfosis impredecible ”.
J ohn G ray, “J ohn S tuart Mill: interpr etaciones tradicionales y revisionistas ”, Libertas,
año V, n.º 8 (may o 1988), págs. 61-103.
(37) Isahiah Berlin, “J ohn Stuart Mill y los fines de la vida ” (1959), en John Stuart
M ill, Sobr e la liber tad(1859), Alianza, Madrid, 1970, pág. 28.
(38) J ohn Stuart M ill, El utilitarismo (1863), Aguilar, Madrid, 1980, págs. 31/32.
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9. Siendo el individuo un ser libre –tan libre que no hay nada
que le limite su poder de elección, su libertad de decisión– resulta
que su naturaleza se encuentra en constante desenvolvimiento y
desarrollo . La naturale za del hombre, entendida ahora como el
objeto de las elecciones libr es al mismo tiempo que como el resul -
tado de esas elecciones, es progresiva: el hombr e es un ser progresi-
v o, en evolución (39). P arafraseando a Humboldt, escribió M ill:
“La naturaleza humana no es una máquina que se constr uye según
un modelo y dispuesta a hacer exactamente el trabajo que le sea
prescrito, sino un árbol que necesita cr ecer y desarrollarse por todos
lados, según las tendencias de sus fuerzas interiores, que hacen de é\
l
una cosa viva ” (40).
E n suma, Mill entiende el progr eso de la naturaleza humana
como el ingrediente especialísimo de su liber tad y el fruto de las
elecciones libr emente realizadas. Ser libr e y ser progresivo es afirmar
la misma r ealidad: ambas palabras denotan la dinámica de la auto-
determinación. La naturale za humana “es el producto impr evisible
de las elecciones efectuadas por los hombres y de los experimentos
realizados con ellos mismos ” (41). Con lo que asiste la razón a
B erlin cuando afirmó que Mill r echazaba la idea de la naturaleza
humana, a la que sustituyó por “la imagen del hombr e creador”, es
decir , creador de su propia naturaleza (42).
Esto y seguro que M ill es sólo una muestra (43), pues si nos vol -
camos al estudio de la ideología liberal podr emos llegar a conse-
cuencias similares o parecidas en el evolucionismo progresiv amente
individualista de He r b e rt Sp e n c e r , en las ideas morales de
Immanuel Kant o en el individualismo racionalista de J ohn Locke.
E L PE R SO N A LI S M O , D E L A M O DE RNI DA D A L A P O S M O DE RNI DA D .
325
____________
(39) Mill, Sobre la liber tad, cit., pág. 67.
(40) M ill, Sobr e la liber tad, cit., pág. 130. Cf. Alexander von H umboldt, “Ideas
para un ensayo de determinación de los límites que circunscriben la acción del Estado ”
(1792), en Escritos políticos , FCE, México, 1983, págs. 96/97.
(41) G ray, “J ohn Stuart Mill: interpr etaciones tradicionales y revisionistas ”, cit.,
pág. 79.
(42) Berlin, “J ohn Stuart Mill y los fines de la vida ”, cit., pág. 48.
(43) Para Mill, remito a Juan Fernando Se g ovia, “Individualismo y libe rt a d .
Reexamen de On liberty de John St u a rt M i l l”, en Revista de la U n i versidad de M e n d o z a, n.º
16 (1999), págs. 18-50. La concepción de la libertad liberal en Juan Fernando S e g ovia, “La
l i b e rtad liberal”, en A u t o res Varios, Actualización interdisciplinaria en filosofía , v. I: Li b e rt a d
y T é c n i c a , Facultad de Filosofía y Letras: UNC, Mendoza, págs. 191-211.
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En todos los casos, lo que caracteriza al hombre es la libertad nega-
tiv a: la libr e elección, que no sólo se aplica a las cosas exteriores, aje -
nas al hombr e, sino al hombre mismo que, por ser moralmente
libr e, es dueño de sí mismo y , por lo tanto, autónomo. Y, desde
estas raíces, podemos nuev amente remontarnos hasta las expr esio-
nes actuales.
10. Así, por tomar un ejemplo actual, el fallecido Robert
N ozick, en Anarquía, Estado y utopía, un libr o provocador , concibe
al hombr e como un compuesto de racionalidad, libre albedrío y
acción moral (44), con una “ característica adicional, la capacidad de
r egular y guiar su vida de conformidad con alguna concepción
general que decida aceptar ”. Lo que da sentido a la vida es la capa-
cidad de la persona para modelar su vida de conformidad con un
plan general, pues “únicamente un ser con la capacidad de modelar
así su vida puede tener , o esforzarse por tener, una vida llena de sen-
tido ” (45).
La racionalidad se define existencialmente por los derechos de las
personas, los derechos individuales de libre ejer c i c i o. Estos der e c h o s
son concebidos de una manera similar a la de Locke: son derechos de
p r opiedad, empezando por la propiedad de uno mismo y la pr o p i e-
dad de decidir acerca de como ejercer los derechos. Por otra parte, no
implican asumir ninguna postura esencialista teleológica (46). P or el
ejer cicio de los derechos los hombr es establecen las características
del mundo: son opciones sociales dentr o de un ordenamiento
social. En otras palabras: los der echos son independientes de los
fines, individuales y sociales. Es lo mismo que decir que los der e-
chos no determinan cómo deben ser ejercidos, sino que limitan al
poder , al or denamiento social, que se asienta sobre ellos. A demás,
como están calcados sobre el der echo de propiedad, los derechos de
las personas son específicamente «der echos particulares sobre cosas»
y no der echos universales, generales (47). La función del Estado se
r educe a la protección de los der echos de los individuos: es un
J UA N F E R NA N DO SE G O V I A
326
____________
(44) Robert N ozick, Anarquía, Estado y utopía, FCE, México, 1988, pág. 59.
(45) N ozick, Anarquía, Estado y utopía, cit. pág. 60.
(46) N ozick, Anarquía, Estado y utopía, cit., pág. 230, n.
(47) N ozick, Anarquía, Estado y utopía, cit., pág. 233.
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Estado mínimo que hace posible una variedad de experiencias de
vida conforme a la libertad individual. Una sociedad bien or dena-
da debe dejar la “liber tad de experimentación de varias clases ” y,
una ve z abierto este espacio de experimentación, las personas son
libres de estancarse o de inno var según sea la comunidad particular
a la que adhieran. Se trata de perseguir mi pr opia utopía, en ejerci-
cio de mi libertad de autodeterminación (48).
R eflexividad, posmodernidad y liber tad
11. Ahora bien, la tesis del profesor Castellano ha podido ser
corroborada en cuanto al pasado: abier ta a la consideración del libe-
ralismo histórico, el concepto de persona que el personalismo pro-
híja está ya en las entrañas del liberalismo radical. P robada su liga-
zón con la modernidad fuerte, habrá que comprobar ahora su vín -
culo con la modernidad débil, con la posmodernidad. En esta tar ea
no he encontrado mejor v ehículo que el concepto sociológico –deli -
beradamente equívoco y ambiguo– de «reflexividad» que, en algu -
no de sus usos, continúa y redefine el de «individuación». En efecto, la reflexividad ocurr e, en principio, en un contexto
en el que la agencia es progresiv amente liberada de las estructuras;
es decir , la persona y los grupos no encuentran ya en el entramado
institucional y/o en los valores sociales y pautas culturales estableci -
das la firmeza y la fije za que les permite actuar . Las estructuras, libe-
rando a los agentes, los fuerzan a ser libres: no tienen reglas pr ees-
tablecidas, ni recursos predeterminados; las personas deben “inno -
v ar crónicamente ” (49), como dice Lash. A nuestro propósito no
interesa tanto si la causa de la r eflexividad está en la creciente flui -
de z de las estructuras que generan la inseguridad en el agente (50),
o en el surgimiento de nuevas estructuras de información y comu-
E L PE R SO N A LI S M O , D E L A M O DE RNI DA D A L A P O S M O DE RNI DA D .
327
____________ (48) Cf . Juan F ernando Segovia, “¿Cuál liberalismo? Sobr e la filosofía política de
N ozick, Dahr endorf y Bell ”, en Idearium, M endoza, n.º 23/26 (2000), págs. 53-95.
(49) Scott Lash, “La r eflexividad y sus dobles: estructura, estética, comunidad”, en
Ulrich Beck, Anthony G iddens y Scott Lash, Modernización reflexiva, Alianza, M adrid,
1997, págs. 148-49.
(50) S ería la tesis de Z ygmunt Bauman, Modernidad líquida , FCE, Buenos Aires,
2004.
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nicación (51), o en la muerte del sujeto (52); tampoco interesa si la
r eflexividad conllev a un mayor individualismo (expr esivo o estéti-
co) o, por el contrario, mayor anomia y carencia de regulación. S ea
que empiece en el sujeto o en el objeto, sea que se r elajen las nor-
mas y aumenten los riesgos o se acentúe la individualidad y acrezca
la fragilidad del yo, lo cierto es que la modernidad reflexiva supone
todo esto .
Y , en lo que nuestro tema concierne, hay una conexión entr e el
agotamiento de las certidumbr es racionales y lo que Giddens llama
«inseguridad ontológica» (53), pues cuando ya nada parece respon-
der a los criterios tradicionales o rutinarios a los que el hombre esta -
ba acostumbrado, sobr eviene un nuevo tipo de modernidad que no
es racional sino gobernada por los accidentes (54). Dicho de otr o
modo: estructuras r eflexivas (fluidas, incier tas) requier en de perso-
nas r eflexivas (inasibles, insustanciales); y viceversa. La modernidad
r eflexiva instala la accidentalidad donde antes se afirmaba un orden
esencial e inconmo vible. Su síntoma es una creciente contingencia,
pues “la desaparición de las ataduras que pr ovienen de un mundo
de la vida fuertemente integrado deja al individuo ante la ambiva-
lente experiencia de un cr eciente ámbito de opciones posibles ” (55).
12. La r eflexividad tiene el efecto –primario o secundario,
según se vea– de liberar a los individuos de los r oles preestablecidos,
de las estructuras aprisionantes de la personalidad, al mismo tiem-
po que intr oduce, en los escombros de las fenecidas estructuras, la
subjetividad, la cr eatividad, el yo que se modela a sí mismo . ¿Cómo
se vincula este pr oceso con el individualismo de la modernidad
fuerte? S egún dice Beck, la desaparición de las estr ucturas sociales
produce may or individualización, en un comienz o como destruc-
ción de las formas de vida existentes, pero también y posteriormen\
-
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328
____________
(51) Que es la teoría de Lash, “La reflexividad y sus dobles: estructura, estética,
comunidad”, cit., pág. 150.
(52) Comos sostienen, entre otros, D errida y Rorty, etc., según se verá.
(53) Anthony Giddens, Consecuencias de la modernidad , Alianza, Madrid, 1994,
págs. 103-108. (54) Ulrich Beck, La invención de lo político, FCE, B uenos Aires, 1998, pág. 12.
(55) Jürgen Habermas, “La constelación posnacional y el futuro de la democra-
cia ”, en La constelación posnacional , cit., pág. 111.
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te, como invención de nuevas formas de vida “en las que los indivi-
duos debe producir , escenificar y remedar ellos mismos, sus propias
biografías ”. En términos del funcionalismo de P arsons, debería
decirse que ya no existen «roles» para el ocupante de un «estatus»,
sino que todo individuo es “ actor, constructor , malabarista y direc-
tor de escena de su biografía, su identidad, sus r edes sociales, sus
ligazones y convicciones ” (56).
E n efecto, la modernidad reflexiva –o la modernidad débil–
puede ser comprendida como un proceso de desregulación genera -
lizado: de los contextos de apr endizaje y producción de valores (cul -
tura, tradición), de los sistemas económicos pr oductivos (capitalis-
mo, mercado), de los aparatos e instituciones estatales (política,
comunidad, burocracia). Todo ello refluye en una desr egulación del
yo (sujeto, agencia, persona), que se manifiesta en el pluralismo de
concepciones de la vida, la liberación de opciones múltiples de de\
s -
arrollo individual y la construcción de la propia identidad.
Las nuevas preocupaciones y teorías de la identidad, ya perso -
nal, ya colectiva (57), no ponen el acento en lo dado, en lo que es,
sino en lo elegido, en lo elaborado: la identidad es una constr ucción
de la persona, es lo que cada una elige ser , aunque se trate de un
proceso incompleto, inacabable, una promesa que nunca se r ealiza
por completo (58), pero que no puede frustrarse política o jurídi-
camente. “Cada uno se ve confrontado con una liber tad que le per-
mite establecerse como individuo y , al mismo tiempo, que lo aísla
de los demás al obligarle a obser var sus propios intereses desde la
perspectiv a de un actor racional con respecto a los fines ” (59).
E l resultado es el que nos anticipara el profesor Castellano: en
la modernidad reflexiva la persona se encuentra sola con su libertad
E L PE R SO N A LI S M O , D E L A M O DE RNI DA D A L A P O S M O DE RNI DA D .
329
____________ (56) Beck, La invención de lo político, cit., págs. 56 y 130-132. A difer encia del
pr oceso de individualización moderno, la individualización en la reflexividad posmo -
derna no se basa, según Beck, en la libre elección de los sujetos;\
éstos están condenados
a ella, es una compulsión paradójica impuesta por las nuevas condi\
ciones de vida. Idem,
págs. 239-240 nota 9. (57) Que Castellano conoce y ha estudiado, por ejemplo, en “I dentitá e ordine
politico ”, en La veritá de la politica, cit., págs. 69-79.
(58) Como sugiere Z ygmunt Bauman, Comunidad , Siglo veintiuno editores,
Buenos Aires, 2005, pág. 78. (59) Habermas, “La constelación posnacional y el futur o de la democracia”, cit.,
pág. 111.
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de decisión; la persona se reduce a la capacidad de optar sin lími\
tes,
porque todo ha sido hecho tabla rasa; la persona se r econcentra en
su voluntad de querer . Porque la r eflexividad impone, también,
como corr elato necesario, la desregulación de la filosofía y del saber
humano, que se señala como el fin de la metafísica o la ev aporación,
disolución, del «ser», de modo que no hay más esencias universales
sino accidentes, contingencias (60).
La persona es su cuerpo
13. Ahora bien, el proceso de disolución y r econstrucción del
y o, es aún inacabado. He sostenido en otra ocasión que, en la deri-
v a actual del personalismo, la persona acaba reduciéndose a su cuer -
po, r econcentrándose en él (61). La filosofía existencialista nos \
libe -
ró de la subjetividad, al explicar la conciencia como el pr oducto de
un y o lanzado o arrojado al mundo; la modernidad reflexiva ha
colaborado con este pr oceso, porque ha evaporado toda estructura
cognitiva o epistémica que alimentaba la conciencia. Ahora bien,
disuelta la conciencia (62), ¿qué nos queda sino el cuerpo?
J U A N F E R NA N DO SE G O V I A
330
____________
(60) Lo que responde, con lógica (falsa, por cierto, siendo falsas las premisas del
silogismo), a la disolución del objeto y del sujeto . Si la ciencia moderna (y la metafísi-
ca racionalista) se ha constituido sobr e la base de la separación del sujeto del objeto (un
extrañamiento del yo-sujeto que objetiviza el otro-la realidad-la naturaleza), la reflexi -
vidad posmoderna disuelve el objeto (el ser metafísico, la r ealidad) y no tiene ya senti-
do hablar de sujeto (del y o separado del objeto, que lo conoce), por lo que el saber
metafísico-científico car ece de todo sentido: no hay una cosa objetiva que conocer ni
un sujeto subjetivo cognoscente. Ergo, la metafísica está muerta; \
o, en palabras de B eck,
se ha pr oducido “la autodisolución del monopolio de la ver dad”. Ulrich Beck, “La rein -
vención de la política: hacia una teoría de la modernización r eflexiva”, en B eck,
Giddens y Lash, Modernización reflexiva , cit., pág. 42.
(61) Juan Fernando S e g ovia, “El personalismo, ideología difusa del constitucionalis-
m o ”, en Miguel Ayuso (coord.), Constitución y constitucionalismo. Una visión p ro b l e m á t i-
c a, en prensa. Me baso en la siguiente tesis: Giddens sostiene que nuestro cuerp o part i c i-
pa activamente en la construcción r e f l e x i va del yo. Es más, “la reflexividad institucional
de la vida moderna se centra en el cultivo –casi podría decirse en la creación– del cuer-
p o ”. Se trata de asumir nuestro cuerpo en la construcción de la identidad, de aceptar que
“el cuerpo es un objeto” en el que habitamos, pero que ese objeto no está determinado de
antemano, sino que está abierto al diseño que cada uno quiera darle. Cf. Anthony
Giddens, M o d e rnidad e identidad del yo, Cátedr a, Ba rcelona, 1995, págs. 129-132.
(62) Gianni Vattimo, “La crisis de la subjetividad de N ietzsche a Heidegger”, en
Ética de la inte rpre t a c i ó n, Paidós, Buenos Aires, 1992, pá g. 126: “la superficialidad de
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¿Podremos también disolverlo, apr opiándonos de él, sometiéndole
al proceso de la reflexividad? Aquí, con «cuerpo» estoy indicando
aquello que se concibe como «lo vital» en el hombre, lo que hace
que el hombre esté en contacto con el mundo –ya que la concien-
cia no puede serlo por ser un reflejo del mundo–, lo único de lo q\
ue
puede estar raz onablemente segur o; y, por eso mismo, porque su
cuerpo está en contacto con el mundo, es lo que vuelve la vida per -
sonal inestable, frágil, insegura.
La idea de que somos propietarios de nuestro cuerpo y , por lo
tanto, podemos hacer lo que queramos con él dentro de los límites
de las ley es físicas –que se soportan con todo pesar , por ahora–, no
resiste tampoco ciertas tendencias «ligeras» posmodernas que pare-
cieran indicarnos lo contrario. Recordemos, para comenzar, indica-
dor es de organismos nacionales e internacionales de salud, que
develan nuestra may or dependencia de los fármacos, por lo que
bien podría decirse que éstos son los ver daderos señores de nuestro
cuerpo, que se ha mostrado incapaz de subsistir sin las drogas que
le curen, le mitiguen el dolor , le controlen o lo exciten. Más que
dominar nuestro cuerpo, soportamos amablemente el dominio
terapéutico adictivo sobre él. Por otr o lado, considerando los avances en la investigación y la
tecnología genéticas, nuestro cuerpo puede ser modificado, incluso
programado a través de la investigación y/o la manipulación de las
células madr e. Incluso quienes abominan de esta idea, pero aceptan
una inter vención terapéutica, han r econocido que mientras los
científicos y tecnólogos genetistas «juegan a Dios», los hombr es
estamos cada v ez más sometidos, en nuestro cuerpo y nuestra vida,
a la biotécnica (63). N uestro cuerpo puede que, en el mañana no
muy lejano, no sea nuestro, sino el invento de un biotecnólogo. Pero, además y por último, la imagen de un cuerpo activo
–incluso sexualmente– está desapareciendo en la medida que avan -
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la conciencia, una vez desenmascarada, no abre la vía de ninguna otra fundamentación
más segura; la no ultimidad de la conciencia, a su vez, significa el fin de toda ultimi-
dad, la imposibilidad, a partir de ahora, de ningún fundamento, y , por lo tanto, un rea-
juste general de la noción de ver dad y la noción de ser”.
(63) Jürgen H abermas, El futuro de la natur aleza humana, Paidós, Buenos Aires,
2004, pág. 77.
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zan las prótesis tecnológicas que mantienen al hombre de hoy
conectado a la información que se genera en el mundo. Esa cone-
xión importa inmovilidad, iner cia, pérdida de la actividad física,
paralela al aumento de la neuronal. Esto es uno de los puntos mejor
estudiados por el francés P aul Virilo, y del que solo podemos dar
cuenta sumariamente. A may or celeridad de la información, mayor
inmo vilización del cuerpo; la transmisión instantánea pr oduce una
«cr eciente inercia»; el sujeto se ha conv ertido en discapacitado
motriz por pr opia voluntad, vive «sobr eequipado de prótesis inter-
activas» que le permiten el control del entorno sin mo vilizarse físi-
camente. E l «ciudadano terminal» de Virilo, ¿es dueño de su cuer -
po o se ha conv ertido en «un ser regulado por la máquina»? (64).
14. Luego, no nos hemos apropiado de nuestro cuerpo ni nos
hemos liberado de nuestra conciencia. A quél ha sido invadido por
los medicamentos, la manipulación biotecnológica y las prótesis
comunicacionales. Y éstas todas, no son inocuas, sino que operan
de modo dir ecto sobre el cuerpo y reflejo sobre la conciencia. De
modo que la persona de la modernidad r eflexiva, en lugar de encon-
trarse liberada de estructuras paternalistas y opr esivas que le permi-
tirían modelar su y o a voluntad, está en verdad esclavizada a las
nuevas tecnologías. E l nuevo individualismo pareciera ser una
modalidad «ligera» de servidumbre a la que la persona se somete
confiada, fluida y alegr emente.
¿S ubsiste aún el personalismo?
15. Retomando la tesis del pr ofesor Castellano, el personalismo
es una especie de individualismo; no concibe para los derechos
humanos otr o fundamento que la liber tad negativa. En mi lectura
del libro de Castellano, que he compartido, pude comprobar cómo
el individualismo asiste a la fundación de los derechos liberales de
un hombr e sin sustancia alguna, pura liber tad de autocreación, lo
mismo que a los actuales der echos afincados en una sociedad refle-
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(64) Cf. P aul Virilo, La velocidad de liber ación, Ed. Manantial, B uenos Aires,
1997; y La inseguridad del territorio , La Marca, Buenos Air es, 1999.
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xiva de individuos sometidos al proceso de reflexividad. El profesor
Castellano ha atrapado, finalmente, la clave interpretativa de los
der echos modernos: la persona como subjetividad, como concien-
cia libre en diálogo con el mundo.
Pero la aserción posmoderna de «la muerte del sujeto» pone en
tela de juicio la subsistencia del personalismo. ¿P odemos seguir
hablando de personalismo cuando la persona se evapora en proce -
sos de reflexividad? ¿Es el personalismo compatible con la disolu-
ción del ser y su reemplazo por el evento, con la persona que ya no
es principio y fundamento sino mero anuncio y relato? Las filosofías
de la posmodernidad, destr uida toda ontología y la teleología que
le es implícita, insisten, siguiendo a H eidegger, que el ser no es sino
que acaece o sucede o se da; que el ser no es esencia sino existencia
y , consiguientemente, evento o eventualidad, es decir , huellas o tra-
zos de su existir como proy ecto; relatos, narraciones de fragmentos
de una biografía que está aún escribiéndose (65).
La respuesta del profesor Castellano es afirmativ a: incluso en el
giro posmoderno, el personalismo acompaña y explica la disolución
del yo . Más aún: en esto mismo radica la clave y el fallo garrafal del
personalismo, confundir a la persona con el sujeto y , a la vez, defi-
nir al sujeto por el evento, es decir, como el resultado de un proce -
so (político, socio-económico, jurídico, cultural, religioso, científi -
co, vital o existencial). En todo caso, dice Castellano, el error está
en tomar el efecto como si fuese la causa, la apariencia por la sus-
tancia, lo racional construido por lo real dado (66). Esto es: la per-
sona es una construcción racional apar tada de toda ontología, el ser
se desustancializa en su existencia misma; el concepto de persona
del personalismo prescinde de toda ontología, r echaza toda natura-
le za humana dada que debe actualizarse, porque ello supondría un
límite objetivo a la libertad. Como sostiene el pr ofesor Castellano,
E L PE R SO N A LI S M O , D E L A M O DE RNI DA D A L A P O S M O DE RNI DA D .
333
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(65) Gianni Vattimo, “La crisis de la subjetividad de Nietzsche a H eidegger”, cit.,
cap. 6, págs. 115-142; del mismo, El fin de la modernidad , Gedisa, Barcelona, 1986.
(66) Castellano, L’or dine politico-giuridico «modulare» del personalismo contempor a -
neo, cit., págs. 5-7. No es que la filosofía actual niega la esencia o la sustancia de la pe\
r -
sona, sino que la confunde con la apariencia pues asume como radicalmente constitu-
tivo de lo humano la libertad negativa.
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se trata de la precariedad de la persona (67); o, en palabras de Ror ty,
se trata de afirmar que la persona es pura contingencia (68). «Contingencia» debe leerse como el antónimo de «universali -
dad» o universalismo; importa tanto como definir a la persona por
la distintividad, la discontinuidad, la insatisfacción, la mo vilidad, la
accidentalidad y la libertad. Se niega, en consecuencia, que en la
persona haya algo parecido a la fijeza, la firmeza, la continuidad, la
necesariedad o una esencia. C ualquiera puede ya notar que la filo-
sofía del devenir –implícita o explícita en el personalismo– ha des-
tronado a la metafísica y la ontología. En efecto, afirmar la contin-
gencia del «y o» es negar el concepto de hombre o de persona en el
sentido de que exista algo común a los hombres o las personas; si
así fuese, los hombres y las personas no seríamos más que imitacio -
nes o réplicas de un trasfondo universal y común, copias de una
esencia. Aquella contingencia, por el contrario, connota el concep-
to de «autonarración del yo», la historicidad de la persona en con-
traposición a una verdad que le trasciende; en suma, la negación del
concepto y del lenguaje familiar (metafísico), que vienen a ser sus-
tituidos por la metáfora y el lenguaje inhabitual a través del cua\
l ese
y o que se crea a si mismo, se expresa de modo singular y pr opio.
P ara evitar equívocos, historicidad del yo, como contingencia, no
significa que el y o se afirma en la historia (o que la persona existe
históricamente), sino la liberación de nuestr o pasado, la autentici-
dad, la originalidad. E l «yo» es siempre una decisión actual del yo,
no una continuidad prudente de algo dado; el yo no actualiza una
potencia, no la pone en acto en un momento histórico, sino que sea
cr ea a sí mismo en cada acto. La persona no es un resultado, es un
proyecto; no es una naturale za o esencia, es contingencia.
A demás, esta derivación del personalismo cuaja per fectamente
con la denuncia, del profesor Castellano, de su raíz protestante (69\
)
J U A N F E R NA N DO SE G O V I A
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(67) Castellano, L’or dine politico-giuridico «modular e» del personalismo contempora -
neo, cit., págs. 81-82.
(68) Richard Rorty , “La contingencia del yo ”, en Contingencia, ironía y solidari -
dad, P aidós, Barcelona, 1991, págs. 43-62.
(69) Castellano, L’ o r dine politico-giuridico «modulare» del personalismo contempora -
n e o , cit., pág. 13; también “L’ittinerario storico dei diritti umani: epifania di una contrad-
dizzione e di un ’ e s i g e n z a”, cit., pág. 120, nota 2, y págs. 126-127, lugar en el que cita la
afirmación de Heinrich Scholler: la libertad de la conciencia, como libertad subjetiva pri-
maria, la afirmación de la autonomía del espíritu, deriva de la doctrina pr o t e s t a n t e .
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y de su impronta gnóstica (70). En efecto: si la primera reforma, la
de la herejía pr otestante, privatizó la salvación espiritual, v olviendo
sacer dote a cada individuo y haciendo de la conciencia individual el
juez de la ley; la actual reforma, desar ticulado todo camino de sal-
v ación, r enuncia a la salv ación en términos de eternidad admitien -
do que no hay más horizonte vital que la misma mundana existen-
cia. Aquélla exaltó la conciencia individual; ésta, la v oluntad indi-
vidual; una pr ohijó y la otra glorificó la libertad del individuo, de
la que nacen los derechos humanos, entendidos ahora, según
B auman, como “ el derecho de cada individuo a ejercer su liber tad
de elección para decidir cómo es la dicha que desea y a seleccionar
o idear su propio camino para alcanzarla ” (71). En última instan-
cia, estamos otra v ez frente a John Stuart Mill r edivivo, ante la esen -
cia del liberalismo .
El padre del personalismo, en esta misma línea, acuñó una frase
d e f i n i t i v a. “El derecho de pecar, es decir de rehusar su destino, es
esencial al pleno ejercicio de la liber t a d”. Lo que debe llamarnos la
atención en el texto de Mounier no es la afirmación del derecho a
pecar sino lo que ésta implica: la libertad de negar el destino, de
rechazar lo establecido, de repudiar el mundo que quiere someternos
y determinarnos, de sacudirnos el pasado y apropiarnos del futuro.
El pecado es el supremo acto de libertad personal, por él la persona
se nos manifiesta como lo que es, es decir, “una actividad vivida
como autocreación, comunicación y adhesión, que se aprehende y se
conoce en su acto, como m ovimiento de personalización” (72).
16. Es lícito concluir que el personalismo, fiel al individualis-
mo, acaba apropiándose de todo el pr oceso de desmontaje ontoló-
gico de la persona (73): primero, la privación de la dimensión divi -
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(70) Castellano, L’or dine politico-giuridico «modulare» del personalismo contempor a -
neo, cit., pág. 157.
(71) Bauman, En busca de la política, cit., pág. 166. Concepto que no escapa a la
crítica de Castellano, en “L ’ittinerario storico dei diritti umani: epifania di una contrad -
dizzione e di un ’esigenza”, cit., pág. 121, nota 4, en la que cita otr o escrito de Richard
Rorty , que presumo es “I dentidad moral y autonomía privada: el caso de F oucault”, en
E nsayos sobr e Heidegger y otros pensador es contemporáneos. Escritos filosóficos 2 , Paidós,
Barcelona, 1993, págs. 269-276. (72) Emmanuel M o u n i e r, El personalismo, Eudeba, Buenos Aires, 1962, págs. 9 y 7.
(73) Que reconoce sus inicios en Nietzsche y H e i d e g g e r, continuándose en D errida
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na o trascendente, siquiera como ser creado; luego, la privación de
toda naturaleza humana, es decir , de una esencia que le precisa en
sentido ontológico; finalmente, la deja sola con la libertad de elegi\
r ,
que no es otra cosa que escoger los módulos con los que formará su\
«yo». Hace años ya lo advirtió con agudeza Rafael Gambra cuando
denunció en el existencialismo una entrega activista a la existencia
misma. “S i no hay un orden inmutable de causas ni de normas,
habrá el hombr e de escoger su destino en la soledad y en el aban-
dono; pero será en este escoger donde cada hombr e cree su propia
personalidad, por que su ser es personal, esto es, un proceso acumu-
lativo de autocr eación” (74).
En todo este proceso de autocreación, dice R orty, “la estrategia
es la misma: consiste en colocar un tejido de relaciones contingen-
tes, una trama que se dilata hacia atrás y hacia delante a través del
pasado y del futuro, en lugar de una sustancia formada, unificada,
presente, completa en sí misma, de una cosa que puede ser vista
constante y totalmente ” (75). Pero las mismas palabras de Ror ty
delatan la pobr eza del planteo, meramente v oluntarista. Pues al
definirlo como «estrategia», ubica sus ideas en el niv el del juego, no
del saber . Es política, no filosofía; es astucia, no filosofía; es demo-
cracia, no filosofía (76). Es una trampa, un camuflaje, imágenes
pro vistas por un ar tilugio sofístico para esconder la ver dad.
Y aquí el personalismo toca fondo, pues la cuestión de la esen -
cia del hombr e reverdece en la misma medida que sistemáticamen -
te se la niega. La pr opuesta de Castellano de redescubrir la esencia
de la persona en la filosofía clásica –particularmente en la de Santo
T omás de Aquino (77)–, que aquí no he de considerar, para fundar
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y su filosofía de la deconstrucción; por caso, cf. J acques Derrida, “Los fines del hom-
bre ” (1968), en Márgenes de la filosofía, Cátedra, Madrid, 1994, págs. 145-174. R orty,
a quien aquí cito, deconstruye el «yo» siguiendo estas huellas.\
Y lo mismo hace Vattimo.
(74) Rafael Gambra, El silencio de Dios , 3.ª ed., Librería Huemul, B uenos Aires,
1981, pág. 29.
(75) Rorty , “La contingencia del yo ”, cit., pág. 61.
(76) Richard R orty, “La prioridad de la democracia sobre la filosofía ”, en Gianni
V attimo (comp .), La secularización de la filosofía. H ermenéutica y posmodernidad,
Gedisa, B arcelona, 1992, págs. 31-61.
(77) Castellano, L’or dine politico-giuridico «modular e» del personalismo contempora -
neo, cit., págs. 68-80, 147-150, passim.
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los derechos del hombre en la persona, es «la epifanía de una exi -
gencia», como bien dijera en otra oportunidad, esto es: adver tir que
el presupuesto para r econocer los derechos del hombr e está en el
previo r econocimiento de los deberes del hombr e, ligados al acto de
existir y a las opciones subjetivas de cada uno de nosotros (78).
E L PE R SO N A LI S M O , D E L A M O DE RNI DA D A L A P O S M O DE RNI DA D .
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____________ (78) Castellano, “L ’ittinerario storico dei diritti umani: epifania di una contrad-
dizzione e di un ’esigenza”, cit., pág. 132.
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