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Número 465-466

Serie XLVI

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El espíritu de la guerra de la Independencia. Don Jerónimo Merino y Cob

EL ESPÍRITU DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA.DON JERÓNIMO MERINO Y COB
POR
JOSÉANTONIOGALLEGO
Rafael Gambra en su obra La primera guerra civil de España,
1821-1823. H istoria y meditación de una lucha olvidada, editada
por primera vez por la editorial Escelicer en el año 1950, defendía
la continuidad histórica de España, continuidad explicada en el
por qué de nuestras últimas guerras desde la guerra contra la
Convención o G uerra Gran (1793-1795). Decía G ambra: “En
1793 la tradición católica y monárquica del pueblo impone una
guerra contra la naciente República F rancesa, que se costea en gran
parte por el pueblo mismo y se nutre en sus ejér citos de voluntarios.
Así, la Rev olución Francesa hubo de encontrar entre sus primeros
enemigos a la M onarquía tradicional de España, que aún guar daba
arr estos para v elar por el or den europeo. El carácter r eligioso de esta
lucha está claramente expr esado en el estandarte de sus voluntarios
navarros que se conser va (se conservaba) en el M useo de Pamplona.
E n él, sobre el escudo del Reino, apar ece el lema: Por Dios, el R ey y
la P atria” (1). Tesis que compartía totalmente Melchor F errer en su
obra Historia del Tradicionalismo E spañol (2) y en gran par te José
Verbo, núm. 465-466 (2008), 383-396. 383
____________
(1) G
AMBRACIUDAD,Rafael: La primera guerr a civil de España, 1821-1823.
Historia y meditación de una lucha olvidada (prólogo de S.A.R. Don Sixto Enrique de
Borbón), Ed. Nueva H ispanidad, Buenos Aires-Santander , 2006. (pág. 138).
(2) F
ERRERDALMAU, Melchor: TEJERAQUESADA, Domingo y ACEDOCASTILLA,
José F .: Historia del Tradicionalismo E spañol, Ediciones Trajano, Editorial Tradiciona-
lista, E ditorial Católica Española (30 tomos), Sevilla y Madrid, 1941 a 1979.
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Luis Comellas en la suya, Los Realistas en el Trienio Constitucional
( 1 8 2 0 - 1 8 2 3 ) ( 3 ) .
P a rece innegable la continuidad en los va l o res defendidos, al
menos por una parte de los españoles, a lo largo de dichas con-
tiendas, que a su vez enlazan, mejor dicho, que son los mismos,
que han identificado a España, primero como parte de la
Cristiandad, luego, fortificada frente a influencias exteriores, con-
ve rtida en su defensora, frente a la ruptura iniciada por L u t e ro.
V a l o res conservados, cuando la Ilustración irrumpió en España,
por el Tradicionalismo Político Español, de forma, que al menos
en él, nunca se interrumpió la línea de la tradición católica de
España. Por eso, mientras que en la guerra de la Convención y en
la guerra de la Independencia, dicha defensa se identifica con la
España oficial, en la guerra de la Constitución y en las guerras car-
listas, la defensa del Altar y el Trono, expresión de esos ideales,
e s t u vo en manos del pueblo que se levantó, precisamente contra
esa España oficial. No creemos que nadie dude de esa continuidad entre los re a-
listas de la guerra de la Constitución y los de los defensores de
Don Carlos y sus sucesores en las contiendas carlistas, lógicamen-
te exenta la primera del componente dinástico de las siguientes y
del perfeccionamiento doctrinal habido con el paso del tiempo en
el T r a d i c i o n a l i s m o . Aun así, solamente conocemos un caso de un
jefe realista de re l e vancia en aquella campaña, que luego no mili-
tó en las filas de Don Carlos, don Vicente J e n a ro de Quesada, tal
vez por su fracaso personal en esa contienda, por lo que se puede
c o n s i d e r a r , con toda lógica, a aquella como una guerra pr e - c a r l i s-
ta, al igual que lo fue la llamada de los Agraviados en 1827, aun-
que ésta limitada a Cataluña. José Fermín Garralda, en un
a r tículo publicado en 1988, estudiaba una serie de documentos
de la época, en los que diversos protagonistas explicaban sus más
p rof undas convicciones, en busca del porqué de aquellos enf re n-
tamientos y llegaba, entre otras, a la siguiente conclusión: “La
continuidad entre el realismo y el carlismo es patente tanto en
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____________ (3) C
OMELLASGARCÍA-LLERA, José Luis: Los realistas en el Trienio Constitucional,
1820-1823 (presentación de Federico S uárez Verdeguer), Ed. Colección Histórica del
Estudio G eneral de N avarra, serie siglo XIX n.º 1, Pamplona 1958.
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principios socio-políticos como en personalidades; no en vano el car-
lismo se puede denominar como el realismo español de 1833” (4).
Existe un documento, publicado por José Luis Comellas, que
entendemos esclare c e d o r. Es una carta de don Carlos O ’Do n n e l l ,
uno de los jefes realistas en la guerra de la Constitución a su her-
mano Enrique, liberal. Le dice Carlos a Enrique: “N o s o t r o s
defendemos la causa de Dios, los derechos del trono, la liber t a d
bien entendida de la patria… V o s o t ros, la del capricho, de la
inmoralidad y anticristianismo” (5). Remitiéndonos a la guerra de la Independencia, si bien es
c i e r to que, entre las motivaciones de muchos de sus combatientes,
podemos encontrar la defensa de los principios del Altar y el
Trono, frente a quien además de ser inva s o res eran hijos de la
R e v olución, no es menos cierto, que el estímulo, puramente emo-
cional, de resistencia ante el invasor de la Patria, fue un factor
suficientemente determinante, como para empujar a muchos
h o m b res a enfrentarse a los franceses, sin entrar en consideracio-
nes doctrinales. Por tanto, quienes nieguen tal continuidad histó-
rica y defiendan la autonomía de la guerra de la In d e p e n d e n c i a
f rente al resto de dichas contiendas, podrán exhibir sin p ro b l e m a s
una larga lista de combatientes contra los franceses, empe z a n d o
por Juan M a rtín Díaz “el Em p e c i n a d o ”, Francisco Espoz y Mi n a ,
Juan Díaz Porlier o Saturnino Abuin “el Ma n c o” etc., que poste-
riormente defendieron los ideales liberales (6). Hecho que sin
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385
____________
(4) G
A R R A L D AAR I Z C U N, José Fermín: Fundamentos doctrinales del Realismo y el
C a r lismo (1823-1840), en revistas Ap o r tes n.º 9, Ed. A p o rtes XIX, Madrid, 1988 (pág. 30).
(5) C
O M I L L A SGA R C Í A- LL E R A, José Luis: Los realistas en el Trienio Constitucional...,
obra citada, pág. 77. (6) Lista, a la que sin embargo, inmediatamente se podría oponer otra interminable
de carlistas que ya combatieron imbuidos de los mismos ideales en las guerras de la
Independencia y de la Constitución. Estuvimos tentados de enumerar más dos centenar e s
de nombres que nos fue facilísimo r e u n i r, pero finalmente entendimos que con citar poco
más de una cincuentena de los más destacados, sería suficiente para dejar claro que la v e r a-
cidad de la hipótesis sustentada por el T r a d i c i o n a l i s m o. Lista que podemos iniciar con
Jerónimo Merino y al que debe seguir Tomás de Z u m a l a c á r regui, y luego hemos entendi-
do que podíamos citar, mezclando hombres de diversa extracción social y procedencia geo-
gráfica a, Manuel Adame “el Locho”; Ignacio Alonso-Cuevillas; marqués de Bóveda de
Limia; Manuel Carnicer; Feliciano Cuesta; Ramón Chambó; I s i d ro Díaz; Nazario de
Eguía; Francisco Eraso; conde de España; Basilio Antonio Ga rcía; Luis Ga rc í a - P u e n t e ;
P e d ro Ga rcía de l a Ba rcena; Juan Goiri; Miguel Gómez; Vicente Go n z á l ez Mo reno; J u a n
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embargo no desmiente el espíritu general de quienes se enfre n t a-
ron a la invasión francesa. La demostración es sencilla, aunque
f rec uentemente se haya querido ocultar. Cuando, ya desde los pri-
m e ros momentos del levantamiento, la Junta Central quiso dar
c o b e rtura legal a los centenares de partidas que se alzaban contra
el invasor a todo lo largo de nuestra geografía nacional, arbitró
una serie de “ re g l a m e n t o s” a los que estas debían someterse para
obtener su reconocimiento como combatientes. El primero fue el
llamado “Reglamento d e Cu a d r i l l a s” de 28 de diciembre de 1808,
complementado en Cataluña por uno de “So m a t e n e s”. El 19 de
abril de 1809, publicará un a “In s t rucción para el Corso T e r re s t re”
y el 26 de ese mismo mes el de “P a rtidas de Cr u z a d a”.
La lectura del texto que a continuación reseñamos, parece evi-
denciar que la Junta Central creía haber encontrado, en esta últi-
ma fórmula, la mejor forma para “ re g l a m e n t a r” a los guerrille ro s ,
considerarles “ c r u z a d o s”, pues parecían tener claro que no sola-
mente se enfrentaban a una invasión militar, sino ideológica, que
ponía en peligro los pilares de la monarquía española. Dice la Re a l
Orden de la Junta Central Su p rema, dirigida a la Junta Su p e r i o r
de Badajoz, fechada en el Real Alcázar de Sevilla el día 17 de mayo
de 1809 (si bien entendemos por su preámbulo, que este es el
traslado de la dictada con fecha 26 de abril): “Al leer S. M. el oficio de V. E. de 22 del corriente (se re f i e re
al mes de abril), no ha podido menos de aplaudir el celo de esa
Junta Su p e r i o r , y de aprobar un pensamiento que mirado en su
ve r dadera luz, en ningún tiempo habrá podido realizarse con más
justicia, ni ser aplicado con más oportunidad. N u e s t ros mayo re s
p u b l i c a ron cruzadas para rescatar los lugares santos de poder de
los infieles. ¿Con cuanta más razón no lo haremos nosotros para
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Antonio Guergué; Ba rtolomé Guibelalde; duque de Granada de Ega; P e d ro Fermín de
Iriberri; Francisco Iturralde; José Jara; Miguel de Lacy; Santos Ladrón de Cegama; P e d ro
Legallois de G rimarest; Clemente Madraz o; Salvador Malavila; conde del P rado;
M anuel Mar tínez de Velasco; J osé de M azarrasa; Manuel M edina-Verdes; Isidor o Mir;
J osé M iralles “ el Serrador ”; Pedro Fausto M iranda; J oaquín y J uan Montenegro; Gabriel
del M oral; conde de Negri; L ucio Nieto; Ramón O’Callagahan; Bartolomé P orredón
“ el Ros de E roles”; Joaquín Q uilez; P ascual R eal; Juan Romagosa; J osé Antonio
S acanell; J uan Manuel Sarasa; Agustín Tena; Benito Tristany; José U ranga; marqués de
V aldespina; Santiago Villalobos; conde de Villemur; F rancisco Vivanco; F ernando
Z abala, y J uan Bernardo Zubiri.
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defender la religión en el seno de nuestra patria, contra la pro f a-
nación más escandalosa e impía que han visto los siglos, aun entre
los pueblos más bárbaros? No hay medio que no lo autorice, la
a g resión injusta que padecemos, los hor ro res y desolación que
sufrimos, y la opresión tiránica con que nos amenaza el enemigo
con quien luchamos. Añadamos, pues, nuevos estímulos al ard o r
que nos anima: excitemos el celo religioso, este sagrado entusias-
mo que hace olvidar al hombre su existencia, despreciar los tor-
mentos y aún la misma muerte por la gloria de su Cr e a d o r. Así el
interés de la religión y el de la patria concurrirán a una a nuestra
s a l vac ión, y los soldados del tirano, o serán víctimas de nuestro
e s f u e r zo, o huirán de nuestra vista llenos de confusión y de ve r-
güenza. Para alentar pues S. M. una idea tan útil como opor t u n a ,
no sólo ha aprobado la formación de los tres cuerpos que V. E. ha
l e van tado bajo el estandarte de la Santa Cruzada, sino que además
ha acordado que a los individuos de aquellos cuerpos, y a los
demás va l e rosos defensores de la religión que se alisten en esta
milicia, les dé esa Junta una cruz roja de paño, colocada al pecho;
que se dé el correspondiente aviso de esta soberana resolución al
Capitán General del ejército y Provincia D. Gregorio de la
Cuesta, y que se publique en Gaceta el rasgo de patriotismo re l i-
gioso de esa Junta, y que se comunique la correspondiente o rd e n
al Ministerio de Gracia y Justicia, a fin de que trate y proponga lo
c o n v eniente para hacer útil y más extensivo este ser v i c i o. De R e a l
o rden lo comunico a V. E. para su inteligencia, cumplimiento y
s a t i s f a c c i ó n ” (7).
De la redacción del documento trascrito, parece des pre n d e r s e
claramente que la idea partió de la Junta Superior de Badajoz, en
escrito dirigido a la Junta Central en el mes de abril. En cualquier
caso, este modelo se difundió pronto, aunque años después, en
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____________
(7) Archiv o Histórico N acional. Junta Central S uprema Gubernativa del Reino .
Estado, 41, C. E n el documento trascrito, como en todos los de este trabajo, hemos
actualizado tanto la grafía como lo ortografía para su mejor compr\
ensión. Existen en el
mismo Archiv o y bajo la misma refer encia, varios documentos de diversos eclesiásticos
r esaltando ese mismo sentido religioso-patriótico de la lucha. De todos ellos, r esultan
especialmente expr esivos de este espíritu, los de don J uan Pablo Constans, canónigo
colegial de la iglesia de P ons (Lérida), solicitando a la J unta Central permiso para pre-
dicar “la formación de un Ejér cito de Cruzada” en Cataluña.
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1812, las Cortes de Cádiz, publicarán un nuevo Reglamento, que
sustituirá a los anteriores, queriendo borrar aquel espíritu de
Cruzada. En cualquier caso, paradigma de la defensa permanente de
estos principios fue don Jerónimo Merino y Cob, combatiente en
la guerra de la Independencia, en la Campaña Realista de 1821-
23 y en la Primera Guerra Carlista. Merino había acudido por
aquellas fechas, abril de 1809, origen del reglamento de las
“ P a r tidas de Cr u z a d a”, a Sevilla, aprovechando la entrega de algu-
nos documentos, aprehendidos a uno de los correos por él inter-
ceptados en el camino real de Burgos, para presentarse a la J u n t a
y obtener su re c o n o c i m i e n t o . Así fue, y como consta en su H o j a
de Se rvicios (8), con fecha 3 de mayo de 1809, fue re c o n o c i d o
como comandante de partida con distintivo de la Cruz Roja. Di c e
así el documento firmado por Ma rtín de G a r a y, secretario de la
Junta Central:
“…se concede libre y seguro pasaporte a don J e r ó n i m o
Merino, cura beneficiado en el lugar de Vi l l oviado y a don
Domingo H o rtigüela beneficiado de Pineda en el Arzobispado de
Burgos, comandantes de una partida de paisanos y a don T o m á s
Ibeas, sargento primero de ella, para pasar a las provincias de
Castilla e incomodar y perseguir a nuestros enemigos, le va n t a r
gentes, alistarlas, y todo lo demás que pueda contribuir a sacudir
el yugo extranjero que sufren aquellos pueblos, pudiendo usar
todos los que se alisten en esta Milicia la Cruz Roja, de cuatro bra-
zos iguales, distinguido los excelentísimos en llevarla ribeteada de
un cordón de plata. Los justicias les auxiliarán y les facilitarán
v í ve res , bagajes, alojamiento y cuanto necesiten para su subsisten-
c i a ” (9).
Mariano Ro d r í g u ez de Abajo, su amigo y confidente de los
últimos años en el exilio, no sólo refiriéndose a él, sino a la mayo-
ría de los españoles que se enf re n t a ron a los franceses, decía:
“Alors ce fut une déception immense et une immense colère: alors
dans tous les coeurs ce fut une ardeur unanime de vengeance, une glo -
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____________
(8) Expediente de J erónimo Merino, Ar chivo General Militar . Segovia.
(9) C
ODÓNFERNÁNDEZ, José M aría: Biografía y crónica del C ura M erino, Imp .
Aldecoa, B urgos, 1986 (pág. 32).
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rieuse fièvre de patriotisme, un irrésistible élan de nationalité. Ce
peuple trahi ne connut plus qu’une affair, qu’un besoin: chasser l’ é-
t r a n g e r , vivre ou mourir Es p a g n o l .
Le sentiment religieux qui s’échauffe aux ardeurs de la persécu -
tion, s’unit bientôt au sentiment national contre les Français. Le peu -
ple vit tr a n s f o rmer ses convents en casernes, chasser ses moines,
insulter ses prêtres; il entendit retentir de Rome en Espagne la plain -
te du Sa i n t - P è r e dépossédé et captif comme son Roi. Napoléon ava i t
violé les deux Majestés. L ’ e xcommunication de l’Église consacra l ’ a-
version popul aire contre l’ o p p resseur de la patrie et ses ar m é e s” ( 1 0 ) .
El propio Merino, el 21 de julio de 1814, en la larg a re p re s e n-
tación que dirigió a Fernando VII, con ocasión de su visita a
Madrid para presentarle sus respetos: “abstraído de todo lo que no
era llenar las obligaciones de mi estado seguía hasta la invasión de
los franceses en cuyo tiempo justamente indignado por ver ataca-
dos directamente los objetos para mi más sagrados de la Re l i g i ó n ,
Rey y Amada Patria, formé la resolución de sacrificar cuanto poseía
en la tierra, y hasta mi existencia natural en tan justa defensa” (11).
En una hoja impresa en Atienza y fechada el día 1 de abril de
1821, al levantarse contra el Gobierno constitucionalista, pedía:
“ R eligión, Rey y re p resentación nacional” (12). Doce años más
t a r de, el 23 de octubre de 1833, ocho días después de haber pro-
clamado a Carlos V, en un bando fechado en su cuartel general de
Salas de los Infantes, explicaba porqué había combatido antes y
p o rqu e volvía a luchar, decía: “Dos campañas gloriosas fueron la
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____________
(10) R
ODRÍGUEZ DEABAJO, Mariano: N otice biographique sur le curé Mérino , Chez
F . P oisson, I mprimeur / Chez de Verenne, Éditeur , Caen / París, 1846, pág. 9: “E nton-
ces hubo una decepción inmensa y una inmensa cólera: entonces en todos los corazo-
nes hubo ardor unánime de venganza, una gloriosa fiebre de patriotism\
o, un irresistible
fervor de nacionalismo. Ese pueblo traicionado no conoció más que un deseo, una
necesidad: expulsar al extranjero, vivir o morir español. = E l sentimiento religioso que
se calentaba con los ardor es de la persecución, se unió pronto al sentimiento nacional
contra los franceses. E l pueblo vio transformar sus conventos en cuar teles, perseguir a
sus monjes, insultar a sus curas; escuchó resonar desde R oma a España el lamento del
Santo P adre desposeído y cautivo como su Rey . Napoleón había violado ambas
Majestades. La ex comunión de la Iglesia consagró el odio popular contra el opresor de
la patria y sus ejér citos”.
(11) Expediente de J erónimo Merino, Archiv o General Militar . Segovia.
(12) C
OMELLASGARCÍA-LLERA, José Luis: Los realistas en el Trienio Constitucio-
nal..., obra citada, pág. 77.
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m a yor garantía de que ocurrí siempre a la defensa de la P a t r i a ,
cuando se vio amenazada por las intrigas y las audacias de los ene-
migos exteriores e interiores, que quisieron sumirla en la desgra-
cia, envolviendo en ruinas los fundamentos del altar y del t ro n o.
Por tercera vez salgo al campo del honor acaudillando las leales
huestes castellanas, para oponer un fuerte muro al impetuoso
t o r ren te de calamidades con que amenazan a la Patria común gen-
tes interesadas que rodeando a la esposa de nuestro malhadado
cuanto querido Re y, Sr. Don Fernando VII (Q. E. E. G.), la ocul-
tan maliciosamente el ve rd a d e ro sentido y espíritu español…”
(13). Apenas unos días después, el 30 de octubre, también desde
Salas de los Infantes, al remitir una orden a los Justicias de los
pueblos, y hablando de sus voluntarios, dejaba claro qué es lo que
éstos defendían, explicando que: “Se han dedicado ex c l u s i va m e n-
te en el más vehemente deseo a defender nuestra religión sacro-
santa y a sostener a todo trance los imprescriptibles derechos de
n u e s t ro amado Rey Don Carlos V” (14). El día 13 de nov i e m b re
de ese mismo año, a las puertas de Burgos, volvía a insistir, al diri-
girse al ejército que se le oponía, en los motivos de su lucha:
“ Soldados –les decía– la causa más santa y la más justa ha re u n i-
do este brillante y numeroso ejército que veis a las puertas de la
ciudad: la santa religión de nuestros padres y el trono de España;
tales son los queridos objetos que queremos poner al abrigo de la
persecución de los monstruos infames de la iniquidad…” (15). No creemos necesario insistir en los argumentos que mov í a n
a Merino, que había recibido de sus pr o g e n i t o res, según Ma r i a n o
R o d r í g u e z de Ab a j o :
“ En même temps que la vie, la forte empreinte du sentiment r e l i-
gieux et monarchique qui possédait alors sans partage le Roy a u m e
C a t h o l i q u e ”(16).
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____________
(13) FERRERDALMAU, Melchor; TEJERAQUESADA, Domingo, y ACEDOCASTILLA, José
F .: Historia del Tradicionalismo Espaóol ..., obra citada, vol. 1, tomo III, págs. 304 a 305.
(14) F
ERRERDALMAU, Melchor; TEJERAQUESADA, Domingo, y ACEDOCASTILLA, José
F .: Historia del Tradicionalismo Espaóol..., obra citada, vol. 1, tomo III, pág. 305.
(15) F
ERRERDALMAU, Melchor; TEJERAQUESADA, Domingo, y ACEDOCASTILLA, José
F .: Historia del Tradicionalismo Espaóol..., obra citada, vol. 1, tomo III, pág. 306.
(16) RODRÍGUEZ DEABAJO, Mariano: Notice biogr aphique sur le curé Mérino, obra
citada, pág. 1: “Al mismo tiempo que la vida, la fuerte impronta del sentimiento re l i -
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Merino, había nacido el día 30 de septiembre de 1769, en
pueblecito burgalés de apenas 30 vecinos, cercano a Lerma,
Vi l l oviad o, del que además era cura párroco desde 1796. Tenía 39
años, cuando salió a combatir a los francés, primero ayudado tan
sólo por dos hombres, interceptaba correos y volvía a casa, luego,
ya en 1809, cuando dirigía ocho, se lanzó al campo. En cuanto
pudo, como ya hemos dicho, se presentó a la Junta Central en
Sevilla, buscando su aprobación y permiso. Una vez obtenido,
una vez reconocido como comandante de una partida de
Cruzada, comenzó una febril actividad, para co nve rtir a los
voluntarios de su partida en ve rd a d e ros soldados. Al finalizar la
contienda, mandaba dos regimientos, que sin lugar a dudas podían
considerarse entre los mejor instruidos y disciplinados del
Ej é rc i t o . Eran el regimiento de Caballería “Húsares de Arlanza” y
el de Infantería “Voluntarios de Bu r g o s”. El primero vestía pelliza
azul bordada en blanco, y según Fredérick Ha rdman con “s u s
armas bruñidas y sus hermosos caballos, podían emparejarse, sin
menoscabo, con la mejor fuerza regular de la Caballería francesa”
(17), mientras que el segundo, uniformado de gris con adornos
rojos, era ejemplo de “limpieza y disciplina” (18). Él era brigadier
de Caballería, condecorado con la Cruz de la Real y Mi l i t a r
Orden de San F e r n a n d o. Había disputado a los franceses más de
50 acciones de guerra, en las que nunca fue der ro t a d o. Cu a t ro
generales, Roquet, Kellerman, Thièbault y Grasien había fracasa-
do en su persecución. Wellington, que le admiraba, le regaló un
catalejo y Napoleón llegó a decir: “ p re f i e ro la cabeza de ese cura a
la conquista de cinco ciudades españolas”. P e rdió en la guerra dos
hermanos y cuatro sobrinos. El príncipe Lichn ow s k y, dijo que de
él, “no hay un granadero del Imperio ni un soldado del ejército de
Wellington que no lo cono zc a” (19).
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gioso y monárquico que entonces poseía por completo el Reino Católico (la católica
España)”.
(17) H
ARDMAN, Fredérick: El Empecinado visto por un inglés (traducción y prólo-
go de G regorio M arañón), colección Australn.º 360, E d. Espasa-Calpe, Madrid, 1964
(5.ª edición).
(18) H
ARDMAN, Fredérick: El Empecinado visto por un inglés, obra citada.
(19) L
ICHNOWSKY, Félix María v on: Recuerdos de la G uerra Carlista, 1837-1839
(prólogo, traducción y notas de J osé M.ª Azcona y Díaz de Rada), E d. Espasa-Calpe,
Madrid, 1942.
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Fue además generoso (nunca pido exacciones pecuniarias a los
pueblos y siempre r e p a rtió entre sus paisan os el dinero o efectos
– e x cepto los militares– que obtuvo en sus victorias); humilde
(nunca usó uniforme ni condecoraciones y reclutó a sus oficiales,
además de los que solicitó al E j é rcito para adiestramiento de sus
h o m b r es, entre los más cultos –Ramón de Santillán, uno de sus
oficiales de Caballería, llegaría a ser ministro y primer gobernador
del futuro Banco de España)– ; astuto y valiente, pero no temera-
rio (nunca se arriesgó en acciones que pudieran poner en g rave s
aprietos a sus hombres, siempre calculando el lugar y el momen-
to más adecuado para el combate); sus costumbres austeras (ape-
nas comía y dormía y nunca bebía otra cosa que no fuese leche o
agua); era el mejor jinete, el mejor tirador y el que mejor aguan-
taba la dureza de la vida al raso y en continuo movimiento por las
sierras… Sin embargo, cometería el pecado de ser fiel a sus prin-
cipios, de restaurar la Inquisición en 1813 en Burgos, de ser re a-
lista en 1821 y carlista en 1833. Si solamente hubiera luchado en
la Guerra de la Independencia, hubiera sido un héroe para todos,
p e ro pronto se definió ideológicamente y por tanto todos los ene-
migos de las ideas que defendió, también lo fueron suyos, casi
s i e m p r e, así somos los españoles, incapaces de reconocerle mérito
a l g u n o. Era r e l a t i v amente fácil con ve rtirle, dada su modesta extrac-
ción social y carácter sacerdotal, en el tópico de la demagogia anti-
clerical del cura de “misa y olla”, ignorante y violento y para
completar la cruel caricatura, feo, bajito y mo re n o.
Los primeros libelos que conocemos contra él, datan del ini-
cio de la Primera Guerra Carlista. Merino, ejecutado don Sa n t o s
Ladrón de Cegama, es la figura más r e l e vante de los que se han
alzado en primera instancia a favor de don Carlos María I s i d ro.
En Madrid, los carlistas han depositado en él sus esperanzas de
t r i u n f o . Había que destruirle y ya que no podían hacerlo física-
mente, se empeñaron en destruir su fama. Solamente citaremos dos los ejemplos: el librillo anónimo
titulado La Fi e ra de los Pi n a res, o sea la muy célebre renuncia del
C u r a Merino al linaje humano: Su domicilio sempiterno en los bos -
ques y las sel va s ,publicado en 1834 en la imprenta Verges, de
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Madrid y el apellidado Historia política del Cu ra Merino: escrita en
f r ancés y traducida al español por D. Ignacio Ma l u m b re s ,Im p re n t a
de M. Heras, Zaragoza, 1836. En el primero, del que habría bastado su título, para com-
p ren der el odio que rezuma y por tanto su calidad e imp arc i a l i-
dad, citaremos unas frases, en las que Merino, en un ficticio
soliloquio, parece gritar: “Soy una fiera: al nacer me tuvieron por
h o m b r e, y este error ha labrado el tormento de mi vida y la des-
dicha de cuantos seres se han visto en la forzosa precisión de cono-
cerme y de tratarme. La naturaleza me formó velludo: ésta sola
c i rcunstancia debió fijar a mis ayos y pedagogos, que se obstina-
ron (bien que inútilmente) en domesticarme. Me embarazaba el
vestido, no me hacia mella la intemperie, me tenía difícilmente en
dos pies, y mis necios di re c t o res empeñados todavía en domesti-
carme. Huía de las gentes: buscaba con pasión los parajes solita-
rios, y mis tercos pedagogos rabiaban por presentarme entre los
h o m b res , siempre tenaces en domesticarme. Me mostré ceñudo,
á s p e r o, incivil, montaraz, duro de corazón, que señalé en mis fre-
cuentes crueldades, y mis maestros cada vez mas estúpidos, siem-
p re ciegos y emperrados en mar t i r i z a r m e ” .
En el segundo, su autor dice: “Tenía dos hermanos, de los que
h a b l a r emos en adelante, y una hermana muy bien parecida. T o d o s
los de su familia tuvieron que sufrir mucho de sus malos trata-
mientos. Su infeliz madre murió de resultas de los insultos y tor-
mentos que le hizo pasar este hijo desnaturalizado, y vez hubo que
se encaró a la madre en ademán de asestarle sus pistolas. Su her-
mano m ayo r, que le llamaban por apodo el Ma j o,y era contraban-
dista de profesión, vino a juntársele en 1810, el mismo día que
Merino tuvo un encuentro sangriento con los franceses en Al-
mazán, cerca de Soria. ¿Qué recibimiento haría Merino a su her-
mano? P a rece increíble: temiendo el barbazo, que su hermano no
le suplantase, y lo eligieran en su lugar por jefe las guerrillas del
país, lo hizo asesinar dos horas después de haberlo abrazado y
haberle manifestado el gusto de verle después de una ausencia de
seis años. El hermano menor, también contrabandista, y conoci-
do bajo el nombre de el Churro, continuó en hacer la guerra a los
franceses, en compañía del cura soldado; cierto día quiso echar en
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cara a Merino la dureza de su carácter, este hizo tocar generala,
junta su gente en la plaza de Lerma, y allí, castiga inhumanamen-
te su atrevimiento haciéndole dar baquetas tan crueles, que el
infeliz hermano murió poco después de tan bárbara flagelación.
No quedaba ya sino su hermana, que escapase de las uñas fero c e s
de este parricida; tuvo la fortuna de quedar con vida; y no fue
poca; porque con un ente tan brutalmente atroz, como M e r i n o ,
hubiera al fin sido víctima de alguno de estos accesos de fur o r ” .
En cualquier caso estas obrillas se definen por sí solas, en sus
mentiras, en el odio que desprenden, que no disimulan y en el fin
que pretenden, que como indicábamos no era más que la destr u c-
ción de la popularidad de un enemigo en armas. Más grave es a
n u e s t ro juicio, lo sucedido en lo que podríamos definir como una
segunda etapa en los ataques contra la figura de Merino, ya falle-
cido éste, puesto que en realidad atacan lo que r e p resenta y por-
que el ataque proviene de autores no solamente conocidos, sino
de indudable prestigio como Pío Ba roja, o que además se pre c i a n
de historiadores imparciales como Antonio Pirala, aunque re b a j e n
algún punto su crítica y huyan de las burdas mentiras, imposibles
de sostener, ve rtidas en los dos primeros textos reseñados, son más
sutiles y poseen mayor calidad literaria y deslizan, entre br e ve s
palabras de reconocimiento toda una retahíla de calumnias e
insultos, por eso su opinión es más nociva y la que ha contribui-
do a crear una imagen de Merino, totalmente falsa. Pirala en Historia de la Gu e r ra Civil y de los partidos Li b e ral y
C a r l i s t a , además de los tópicos, que por tan difundidos han sido
aceptados casi por todos, a pesar de su falsedad, sobre su falta de
p r eparación, tosquedad y los motivos puramente de orgullo y ve n-
ganza para lanzarse al combate, lanza, como de pasada, acusacio-
nes tan graves como la de deserción, diciendo: “La quinta le hizo
t roc ar el cayado por el fusil; pero se amoldaba mal su liber t a d
c a m p e s t r e con la sujeción de la disciplina, y desertó, volviendo a
su r e b a ñ o ”, o la de inmoralidad, contando que: “Se le confirió el
gobierno militar y la comandancia general de Burgos, donde
e m p ezó a mostrarse hostil a la Constitución; y a la par que era
p a rtidario de la Inquisición y de los frailes, pasaba sus ocios en
una de las casas de los arrabales, a donde convidaba a sus amigos
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y a las correspondientes parejas de agraciadas jóvenes, entre g á n d o-
se todos a desenfrenadas orgías ” .
B a r oja en Av i r aneta o la vida de un conspir a d o r,pone en boca
de su antepasado Eugenio de Aviraneta, del que dice que comba-
tió a las órdenes de Merino, lo cual por cierto es absolutamente
falso, cosas como: “Aviraneta observó al guerrillero. Era M e r i n o
de facciones duras, de pelo negro y cerdoso, de piel muy ate z a d a
y velluda. Fijándose en él era feo, y más que feo, poco simpático;
los ojos vivos y brillantes, de animal salvaje, la nariz saliente y
p o r r uda, la boca de campesino, con las comisuras para abajo, una
boca de maestro de escuela o de dómine tiránico. Llevaba sotabar-
ba y algo de patillas de ton o ro j i zo. No miraba a la cara, sino siem-
p re al suelo o de través. El que le contemplasen le molestaba”. O
que a Aviraneta, “nunca le fue simpático, le encontraba soez, ego-
ísta y brutal… Su manera de ser la constituía una mezcla de fana-
tismo, de barbarie, de ferocidad y de astucia ” .
Tanto odio y solo por su fidelidad a unos ideales, ideales que
Merino sostuvo en la guerra y en la paz, en el triunfo y en la
d e r r ota, y hasta la muerte. La figura de un cura tradicionalista y
g u e r r i l l e r o, debía ser la personificación de los más detestados mie-
dos de aquellos liberales. Para finalizar, citaremos nuevamente a Ro d r í g u ez de Ab a j o ,
que estuvo a su lado en los últimos momentos de su vida: “ Une fois la semaine, dans les premiers temps, il se réunissait av e c
eux (ses compatriotes) à l’église pour y prier en commun dans la lan -
gue de son pays, et écouter la parole de Dieu prêchée par un compag -
non d’exil. C’était encore une joie: des esprits peureux se t ro u v è re n t
q u’ a l a r ma la tolérance d’une autorité bienveillante au malheur: la
p r i è re fut supprim ée” ( 2 0 ) .
No por ello Merino dejó sus deberes sacerdotales. Cu e n t a
también R o d r í g u ez de Abajo, testigo de aquellos sucesos:
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(20) R
O D R Í G U E Z D EAB A J O, Mariano: Notice biographique sur le curé Mérino , obra
citada, pág. 137: Una vez a la semana, al principio, se reunía con ellos (los compatrio-
tas) en la iglesia para rezar juntos en la lengua de su país, y oír la palabra de Dios pre-
dicada por un compañero de exilio. Era una alegría: espíritus temerosos se ala rmaro n
por la tolerancia de una autoridad benévola con su desdicha: la oración fue suprimi-
d a ” .
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“Les oeuvres religieus es occupèrent une grande place dans ses der -
n i è r es années. Chaque jour, il entendait la messe. Il suivait tous les
offices, assistait à toutes les prières, communiait souvent, récitait son
b r é v i a i r e et le chapelet; le soir, aun fond d’une église, dans le coin le
plus sombre, il élevait son âme vers Dieu, le priait pour l’ Espagne et
le Roi. La sérenité de sa conscience était celle du juste qui a la paix
du coeur. Nul souvenir des guerres passées ne la troblait: avec le gue -
rrier prophè te, il disait: Benedictus Dominus Deus meus qui docet
manus meas ad proelium, et digitos meos ad bellum!... Beni soit
le Seigneur mon Dieu qui instruit mes mains au combat, et mes
doigts à la guerre!” (21). Cuando llegó su momento final: “ Don Mariano P i c a r d s o( c re-
emos que es Pi c h a rdo), Don Pe d ro Pérez, tous deux anciens aumô -
niers de notre armée, et le curé de Sa i n t - Pi e r re de M o n t - S o r t, sa
p a rois se, lui administrèrent la sainte communion et les der n i e r s
secours de la religion. Un mieux apparent se manifesta le 12 au
matin. Nous mous réjouissions; c’était la de rn i è re lueur. Il tourna ses
yeux vers nous, dit les mots: Jésus, Maria, Jose! Et son agonie com -
m e n ç a ” ( 2 2 ) .
No creemos que debamos decir más.
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(21) R
ODRÍGUEZ DEABAJO, Mariano: Notice biogr aphique sur le curé Mérino, obra
citada, pág. 139: “Las obras religiosas ocuparon un importante lugar en sus últimos
años. Cada día, oía misa. S eguía todos los oficios, asistía a todos los rezos, comulgaba
a menudo, recitaba su breviario y el rosario; por la tarde, al fondo de una iglesia, en el
rincón más oscuro, elevaba su alma hacia Dios, le pedía por España y el Rey. La sereni-
dad de su conciencia era la del justo que tiene el corazón en paz. N ingún recuerdo de
las guerras pasadas le per turbaba: con el guerrero profeta, decía: ¡ Benedictus Dominus
Deus meus qui docet manus meas ad pr oelium, et digitos meos ad bellum!... Bendito sea el
S eñor mi Dios que instruy e mis manos para el combate, y mis dedos para la guerr a!
(22) RODRÍGUEZ DEABAJO,Mariano: Notice biogr aphique sur le curé Mérino , obra cita-
da, pág. 139: “D on Mariano P ichardo, Don P edro Pérez, antiguos capellanes de nuestr o ejér-
cito, y el cura de S an Pedro de Mont-S ort, su parroquia, le administraron la santa comunión
y los últimos auxilios de la religión. Una mejoría aparente se produjo a las 12 de la mañana.
N osotros nos alegramos, era el último destello . Volvió sus ojos hacia nosotros, dijo: ¡Jesús,
María, J osé! Y comenzó su agonía.
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