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Número 481-482

Serie XLVIII

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Francisco de Gomis Casas

En vísperas Navidad recibí una llamada de Juan Vallet para darme la noticia de la muerte en Barcelona, con noventa y un años, de Paco Gomis. Pocas semanas antes, almorzando en la Gran Peña con mi compañero Jenaro González del Yerro supe por él de la muerte de Litas, la mujer de Paco. Así pues, se nos han ido los dos casi al mismo tiempo.

Guardo imborrable en la memoria la figura de ambos. De una elegancia y distinción natural imponentes. De una amabilidad auténtica y no sólo cortés. De un temple del que apenas va quedando ni el recuerdo. Fueron asiduos de las reuniones anuales de amigos de la Ciudad Católica y cuando se celebraban en Madrid permanecían con los asistentes venidos de fuera en la casa religiosa que hasta hace poco siempre las acogía y que no resultaba particularmente confortable. También los recuerdo en las celebraciones de los amigos de Schola Cordis Iesu, fuesen aniversarios de la revista Cristiandad o del padre Orlandis –a quien trató tras volver a Barcelona de Estoril y Lausana– u homenajes al profesor Canals.

Paco era un hombre de Eugenio Vegas. En otras ocasiones hemos recordado que en la fundación de Verbo y de la Ciudad Católica en España confluyeron principalmente el grupo de Eugenio y sus amigos, el de un notable equipo de intelectuales carlistas (que fue creciendo con los años) y el de diversos católicos –por así decirlo– independientes con vocación social ligados a Juan Vallet de Goytisolo, quien bien pronto estaría llamado a dirigir la obra. No hay dudas respecto de la procedencia de Paco Gomis, oficial de la IV Bandera de la Legión, en la que ocupó el puesto de un hermano suyo allí muerto en el frente, y en la que Eugenio recaló con nombre supuesto tras haber renunciado a los cargos que tenía tras el Alzamiento. Allí trabaron una amistad que sólo la muerte quebró y en la que Paco Gomis acompañó a Eugenio en todas sus empresas.

En primer lugar, en las políticas. Y así le encontramos en Estoril, en la secretaria política del Conde de Barcelona, participando en las conspiraciones monárquicas de los primeros años cuarenta: basta repasar las memorias, aunque incompletas, del fundador de Acción española, para hallar sobradas pruebas. También –lo consigna Pérez Mateos en su libro sobre La infancia desconocida de un rey– le vemos ayudando a su mentor en las tareas de preceptor de Juan Carlos niño. Incluso cuando Eugenio Vegas, desilusionado, se vaya desenganchando, Paco Gomis, pese al entusiasmo también decreciente, continuará en el Consejo Privado del Conde de Barcelona. Pero, sobre todo, siguió a Eugenio en sus empeños apostólicos e intelectuales. En este sentido, estuvo en Issy-les-Moulineaux, en el congreso de la Cité Catholique de 1960, donde coincidieron –como registra Juan Vallet– con el candidato rival en las pugnas dinásticas, Don Javier de Borbón Parma. E inmediatamente concurrió a la fundación de Speiro, en 1961, permaneciendo fielmente en la empresa y el quehacer hasta su muerte.

Desde los primeros años le encontramos activo, como acredita la colección de Verbo, animando habitualmente los forums de agricultura de las reuniones de los amigos españoles de la Ciudad Católica, en ocasiones junto con José María Gil Moreno de Mora. Paco, abogado, no ejerció esa actividad intensamente, sino que se ocupó del patrimonio familiar, en parte rústico, lo que le hizo conocer con amplitud los problemas de la agricultura. Sin embargo, su pluma no se asomó con frecuencia a las páginas de nuestra revista y, cuando lo hizo, fue en general para recordar a Eugenio Vegas y para evocar el sentido religioso de nuestra guerra.

Antes de poner fin a esta nota creo deben subrayarse dos aspectos, centrales en el modo de ver el mundo de Paco Gomis. El primero dice relación con su catalanidad hondísima sin detrimento de su españolidad. He tenido y tengo muchos amigos catalanes. Y en todos ellos no he echado nunca de menos la afirmación de su sustancial españolía. Tampoco en Paco Gomis, que lo puso por escrito en el largo prólogo a las Reflexiones sobre Cataluña de Juan Vallet de Goytisolo. El segundo enlaza precisamente con la huella que le dejó la experiencia de la guerra. Tampoco es el único de los combatientes que he tratado. Y en muchos de ellos he apreciado también esa marca irrevocable del sacrificio juvenil en defensa de la Religión. Para mí, de otra generación distante, no deja de resultar emocionante y edificante al mismo tiempo frente a los testimonios cada vez más frecuentes del irenismo. Vicente Marrero escribió, a mi pedido, para una colectánea con ocasión de los cincuenta años del Alzamiento, un artículo bien agudo titulado “Los ‘exquisitos’ y la guerra de España”. Esos “exquisitos” eran los católicos que entendieron que la causa de la religión no estaba comprometida y que pretendieron zafarse de la decisión apremiante. Paco Gomis, que era un verdadero aristócrata, por ello, no cayó nunca en las redes de esa “exquisitez”. Y conservó el sentido que el libro de la Sabiduría dice que viene del hecho de haber escogido. De haber escogido bien. Descansen en paz Paco y Litas y reciba su hijo Miguel el pésame más sentido de esta familia que es Verbo.