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Número 485-486

Serie XLVIII

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Apología del cristianismo frente al Islam

 

Apología quiere decir defensa, defensa oratoria o dialéctica como la que hiciera Sócrates frente a Anito y Melito que le acusaban de impiedad y de corromper a la juventud ateniense. La apología supone, pues, una acusación que se hace ante un tribunal y consiste en rebatir esa acusación hasta lograr, incluso, que el acusador aparezca como culpable. Por tanto, la apología del cristianismo frente al islam deberá refutar las acusaciones que el islam hace al cristianismo, y las que hacen sus defensores o parciales en diversos grados, desde los liberales en sentido estricto hasta los católicos pro g resistas, inficionados de liberalismo.

Los mahometanos nos acusan a los cristianos de ser infieles, de no profesar la fe islámica y de no seguir los preceptos del Corán. Porque, aunque nos reconocen el mérito de someternos a la Biblia, admitimos algunas doctrinas, a su juicio, falsas, como la creencia en la Trinidad y en la divinidad de Nuestro Señor, lo cual es para ellos una forma de politeísmo. El liberalismo acusa al cristianismo tradicional de intransigencia y el ecumenismo progresista, de no ver los aspectos positivos del islam como religión monoteísta que adora al mismo Dios que los cristianos. En fin, el catolicismo tradicional o catolicismo a secas, acobardado quizás por estas acusaciones, podría también achacarse no haber logrado la conversión del islam que, a diferencia de otras religiones, parece competir con el cristianismo en vitalidad, expansión y perdurabilidad.

Frente a estos ataques, frente a las dudas que a nosotros mismos puedan producirnos, no cabe hacer en este breve espacio una apología pormenorizada del cristianismo. Creo, sin embargo, que con entender el islam en su verdadera dimensión podremos dar razón del cristianismo frente a los defensores de Mahoma.

 

El credo y los preceptos islámicos

Empezaremos por comparar las doctrinas teológicas y morales del islam con las del cristianismo. El credo que, según los entendidos, puede extraerse del Corán es tan breve que se reduce a cinco tesis: 1) Alá es uno y trascendente; 2) Mahoma es su profeta, 3) el Corán es la palabra de Alá, 4) los ángeles nos protegen y 5) el hombre resucitará y recibirá un premio o castigo eterno.

Esté brevísimo credo no contiene nada sobre Dios que no pueda alcanzar la sola razón natural del hombre[1]: que hay un Dios fuera del mundo, que el alma es inmortal y que recibe en el otro mundo premio o castigo. Nada hay de sobrenatural en esta fe que suprime las principales creencias del cristianismo sobre Dios. Porque, al decir que es uno, excluye que sea trino y que el Padre tenga un Hijo al que envió entre los hombres para predicar la buena nueva y para que muriera por nuestra salvación (Corán 4, 169; 5, 76-77)[2].

En realidad, Alá no es el Dios de los cristianos[3]; sólo coinciden ambos en el carácter negativo de ser uno y en el de no ser lo mismo que el mundo. Alá no es, como el verdadero Dios, esencialmente amor; no se ha manifiesta sobrenaturalmente a los hombres para que, conociéndole más allá de lo que la razón natural les enseña, le amen en su corazón, le reciban, y adquieran así la potestad de hacerse hijos de Dios. Alá es, al contrario, un dios que se oculta tras veinte mil velos, encerrado en sí mismo, dentro de su omnipotencia y sabiduría, que sólo es para el hombre un amo que no necesita de un mediador (4, 169). Sólo pide el hombre el sometimiento servil, como indica el término “islam” (sumisión) con que se designa a sí misma esta religión.

En consonancia con esta idea que se hacen de su dios, se ha de entender el quinto punto del credo islámico: este dios paga sus servidores con bienes materiales, como a siervos, con una vida eterna en un paraíso de placeres sensibles, de jardines deliciosos, donde se les ofrecerán vírgenes de mirada modesta y de grandes ojos negros (37, 47), pero no concede a los hombres como un padre a sus hijos el don de su presencia y compañía. El gran ausente de ese paraíso es Alá, inaccesible y oculto para siempre a todo hombre.

Y también conforme a ello, el dios musulmán, en vez de enviar a un hijo que no puede tener, manda un código cuyos preceptos exigen sólo la sumisión en actos externos. No pide principalmente la adhesión interior de la fe y el amor. Así se comprende que los cinco pilares del islam, a los que se reducen las normas morales del Corán, sean sobre todo actos rituales externos: 1) “hacer profesión de fe (chahada)” y no retractarse de ella (para lo cual es suficiente la pronunciación verbal de las palabras “Alá es el único Dios y Mahoma es su profeta”, sin necesidad de adhesión intelectual). 2) Hay que recitar la oración canónica a las horas preceptivas; 3) ha de hacerse la limosna legal; 4) se ha de practicar el ayuno en el mes del ramadán y 5) se ha de peregrinar a la Meca al menos una vez en la vida.

Aparte de esto, la ley islámica, contenida en el Corán, ofrece innumerables preceptos de una laxitud moral extraordinaria: admite la ley del talión (2, 173), permite la esclavitud (4, 28), hace de las mujeres seres naturalmente inferiores, acepta la poligamia y el divorcio, y transige con la sodomía (4, 20). No mantiene el derecho de gentes más elemental, porque permite el asesinato (47, 4), da pié al terrorismo[4], la confiscación, la reducción a servidumbre y todo género de vejaciones con los no creyentes, esto es con quienes se niegan a hacer su profesión de fe (aunque diferenciando en esto a los hombres del libro, judíos y cristianos, de los idólatras y descreídos).

Acerca de la ley coránica cabe destacar, de una parte, que se trata de una ley cómoda y transigente que, para la naturaleza caída del hombre, resulta fácil de cumplir, infinitamente más fácil que la moral cristiana. De otra parte, se diría que, si tales preceptos constituyen los pilares del islam, lo que para éste importa principalmente es reforzar la conciencia de grupo de la comunidad de creyentes y la exclusión de quienes no lo son.

En igual consonancia con esa concepción de dios, más amo que padre, está el método de “evangelización” de los mahometanos que consiste en someter a los infieles por la espada y el látigo hasta que cumplan los referidos rituales, sin importar si en ellos hay conversión interna o no. Algazel, célebre filósofo irracionalista del islam, señalaba que la mayor parte de las conversiones se obtienen a la sombra de la espada y de la lanza, porque estos logran hacer lo que la razón no puede, pero que luego, andando el tiempo, se hace natural y voluntaria la adhesión de la mente[5].

En resumen, los contenidos de la religión mahometana, sus creencias y sus preceptos, constituyen un gigantesco paso hacia atrás en el conocimiento de Dios y en la moral que la sitúa, muy por debajo del cristianismo, a una altura similar, si no inferior, a la teología y la moral que los filósofos griegos alcanzaron cuatro siglos antes de Nuestro Señor. Si de alguna manera cabe defender al islam, sólo puede hacerse por comparación a la religión politeísta y a los instintos y costumbres primitivos de los hombres del desierto a quienes primero convirtió Mahoma[6].

Sólo hay un punto de esta religión que es una novedad y no constituye un recorte o minoración del cristianismo. Me refiero al tercer elemento del credo islámico arriba presentado, según el cual el Corán es la palabra de Alá. Aunque esto puede parecer similar a lo que ocurre con las escrituras, entendidas como palabra de Dios, se trata, según veremos, de algo muy diferente.

 

Los motivos de credibilidad

Pero dejemos ahora el contenido del islam para considerar los motivos de credibilidad. La religión católica se apoya en una creencia sobre cosas que la razón no alcanza a entender pero que son, con todo, razonables. Y lo son porque, aunque la fe necesita de la gracia, hay motivos racionales que justifican esa fe. En t re esos motivos de credibilidad se cuentan, además de las razones filosóficas, la historia, el ejemplo de vida de quien enseñó la doctrina católica, las profecías y los milagros.

Empezaremos por la historia. Los libros del Antiguo y el Nuevo Testamento son, según la doctrina católica, inspirados y verdaderos en todas sus proposiciones. Sin embargo, al estar escritas por hombres de una cultura, con un lenguaje y un estilo propio, debe hacerse una exégesis que establezca el sentido verdadero de los textos bíblicos, comparándolos unos con otros, así como con los restantes conocimientos humanos, históricos o de cualquier otra naturaleza, que permitan alumbrar ese sentido. En última instancia la autoridad de la Iglesia es la que fija definitivamente ese sentido.

En cambio, el islam pretende, como luego ve remos, que es la misma mano de Alá la que ha escrito el Corán y que el Profeta no intervino en su elaboración para nada. Por eso pretenden que el Corán tiene una inerrancia absoluta y cree que está en perfecta consonancia con el Antiguo y Nuevo Testamento, que éste pre dice el Corán así como el Corán confirma la Biblia (2, 91), pues entienden que tanto la Biblia como el Corán proceden de Alá.

Sin embargo los hechos referidos en el Corán, a diferencia de la maravillosa coherencia histórica de los Evangelios, en numerosas ocasiones ni coinciden con los textos bíblicos ni están refrendados por hechos históricamente conocidos. El caso más flagrante es la afirmación de que Nuestro Señor Jesucristo no fue crucificado, porque los judíos se equivocaron y crucificaron a otro que se le parecía (4, 156), todo lo cual sucedió en tiempos de Moisés y de los faraones. Sin embargo, la crucifixión está atestiguada históricamente, no sólo por los evangelistas y por numerosos escritos cristianos, sino también por historiadores paganos que, como Tácito, mencionan el hecho de la condena de un tal Cristo bajo Poncio Pilato en tiempos del emperador Tiberio (An ales, XV, 44), es decir, 1500 años después de lo que dice el Corán.

También comete innumerables erro res acerca de la Historia Sagrada, escrita muchos siglos antes. Así, por sólo citar unos ejemplos, mantiene que Abraham construyó la Kaaba (2, 119); y de la Virgen María dice que era hija de Imram (3, 31-32) confundiéndola con otra María que era hermana de Moisés y Aarón (19, 29). Nada de extraño tiene que éstos y otros muchos errores se den en quien, como Mahoma, no conoció sino de oídas las Escrituras. Pero tales incoherencias con la Biblia de un Corán que pretende haber sido escrito directamente por Alá, y ser continuación y perfeccionamiento de los Libros Sagrados, pone en serias dudas verdad absoluta y literal verdad que el Corán pretende tener.

Por lo que se refiere a las profecías, la credibilidad de N.S. se ve reforzada porque llevó a efecto las profecías escritas, mucho tiempo antes, sobre su nacimiento, su vida, muerte y resurrección. Nada de todo esto se da con Mahoma y con el islam, aunque lo pretende. Pues mantiene que el profeta fue anunciado por Abraham (2,123), e incluso por N.S. (61, 6), aunque nada aparece de tal cosa en los documentos anteriores a Mahoma.

En cuanto los signos milagrosos que dan testimonio visible contra las leyes naturales de la verdad divina del cristianismo, Mahoma ni siquiera pretende necesitar tal cosa, pues según dice el Corán es él mismo suficiente milagro[7].

Merece, en fin, la pena considerar más detalladamente si la vida de Mahoma, si su ejemplo, su abnegación, su entrega y su pureza, le avalan como profeta digno de dar a conocer la culminación de las escrituras.

Mahoma fue un camellero de la Meca nacido en el 570 aproximadamente. Era hombre inculto que no sabía leer y cuya juventud debió ser bastante desgraciada. A los 25 años casó con Jadicha, viuda mayor que él, lo cual le proporcionó una situación económica agradable. Era hombre receptivo, interesado por las narraciones religiosas de su entorno. Así conoció un poco, muy poco, de la religión cristiana ortodoxa, de la judía, de la religión de Zaratustra y de las numerosas sectas heréticas difundidas en Oriente (gnosticismo, maniqueismo, nestorianismo etc.).

A los cuarenta años recibe una supuesta visión del ángel Gabriel que luego se repetiría a lo largo de toda su vida. Empieza a predicar en la Meca y es mal recibido; pocos le siguen y muchos le atacan. En el año 622 decide trasladarse a Medina con sus seguidores (la égira donde empieza la era musulmana). Allí empieza su buena racha: tiene seguidores con los cuales da principio su carrera política y militar. Asaltó varias caravanas de los mequies, incluso durante el mes sagrado. Las críticas que esto le atrajeron se solventan por medio de una aparición en que se justifica ese acto de hostilidad sacrílego diciendo que es más grave la infidelidad que guerrear durante el mes sagrado. Se distancia luego de los judíos, con los cuales había estado en buenas relaciones y, para reforzar la originalidad de sus enseñanzas, decide cambiar la dirección del rezo (qibla), de Jerusalén a la Meca. Esto le hace objeto de nuevas críticas, pero de nuevo una aparición consignada en el Corán viene a justificarle. Tras diversas batallas, se adueña de la Meca y extiende sus dominios por buena parte de Arabia, a lo cual contribuye no poco la decadencia de los imperios Bizantino y Persa. De nuevo el Corán, que insta a la guerra santa contra los infieles, promete el paraíso a quienes arriesgan su vida y hacienda en ella (9, 89-90) y el infierno a quienes no siguen al profeta, viene a ser un aliado fundamental para su éxito militar. Numerosos pasajes del Corán sirven de apoyo a los intereses guerreros de Mahoma, como la condena al infierno de los perezosos que se negaron a seguirle en la expedición de Tabuk (9, 62 ss.).

Entretanto, muerta Jadicha su primera mujer, a la que fue relativamente fiel, Mahoma se entregó a una poligamia desenfrenada. Casó primero con Aísa, niña al parecer de menos de diez años, hija de Abubeker, que le sucedió en la jefatura de los creyentes. También se casó con Zeinab, esposa de Zeid, un hijo adoptivo suyo, que la había repudiado vista de inclinación de Mahoma hacia ella. Y así llegó a tener, ya cincuentón, entre nueve y quince mujeres, dependiendo de los autores, más algunas concubinas.

Ni siquiera las muy laxas leyes matrimoniales del Corán para los creyentes fueron, bajo muchos aspectos, cumplidas por el propio Mahoma. Algunas de estas leyes surgieron para justificar a posteriori los actos del profeta. Por ejemplo aquélla del pasaje 33, 35 donde se explica que Mahoma no sólo no hizo mal al casarse con la mujer de su hijo, sino que ese matrimonio fue hecho por el mismo Alá, para que no se considerara un crimen el matrimonio con la mujer y un hijo adoptivo. Como Mahoma excedió con mucho las cuatro mujeres que permitía el Corán al común de los mortales, hay en éste una larga serie de versículos que dan prerrogativas especiales y exclusivas al Profeta. La más notable es la siguiente:

“Oh profeta, le dice Alá, te está permitido casarte con las mujeres que deseares; las cautivas que Alá haya hecho caer en tus manos, las hijas de tus tíos y de tus tías maternas y paternas que se libren a tu pasión y toda mujer fiel que entregue su corazón al profeta, si el profeta quiere desposarla. Es un privilegio que te concedemos sobre todos los creyentes” (33, 47).

Por otro lado, como el bueno de Mahoma, era extremadamente celoso, prohibió a todo creyente que hable a las mujeres del profeta, a no ser tras un velo. Y llevó sus celos hasta más allá de la muerte, pues, aunque en general estaba permitido casarse con las viudas, prohibió también a los creyentes que “se casen con ninguna de las que hayan cohabitando con el Profeta, porque sería grave a los ojos de Alá” (33, 51a).Y es que, como dice algo antes, “las mujeres de Profeta no son como las demás mujeres” (33, 30).

Mahoma, habiendo dominado al menos nominalmente toda la península arábiga, muere en el año 632 en brazos de su mujer favorita Aísa, que tiene veinte años y no volverás a casarse, a pesar de haberle sobrevivido cincuenta años.

Difícilmente puede tomarse a Mahoma como ejemplo de vida y, menos aún, tenerle por profeta. Porque, si bien los profetas a veces cometieron graves faltas, como el rey David, nunca se sirvieron de las profecías en provecho y justificación de sí mismos. Más difícil es todavía tener a Mahoma por culminación y sello de los profetas, por encima de N. S. Jesucristo, pues no cabe la comparación entre ambos, incluso desde el punto de vista de lo que la razón natural propone a cualquiera como norma de vida.

¿Qué comparación cabe? De un lado Mahoma, pretendido profeta que unifica el fanatismo irracional de un visionario y la impostura interesada de un embaucador, en cuya doctrina se contienen muchas cosas para provecho propio, para adquirir mayor poder militar, político y religioso, sin sacrificio personal de sus intereses y pasiones, incluso en lo más inferior. De otro lado N.S. que, por proclamar la doctrina del Padre que le ha enviado, recibe vergonzosa muerte y, aun así, pide perdón por sus verdugos. De un lado Mahoma, hombre de vida sanguinaria y vengativa que hace la guerra para beneficio propio. De otro lado Jesús que se niega a ser proclamado rey y se ofrece en sacrificio por la salvación de los hombres. Ni siquiera desde el punto de vista de los autores paganos serían comparables estos dos hombres: Jesús ofrece una vida superior a cuanto imaginaron los filósofos, quienes no llegaron a concebir el amor divino a los hombres y menos fueron capaces de entender que un dios pudiera morir por ese amor. En cambio Mahoma es muy inferior a la vida virtuosa que los filósofos griegos propusieron con la sola luz de la razón.

Religión inferior, de cruel moralidad, con promesas de felicidad sensual, predicada por un profeta fanático e interesado, de vida carnal y guerrera; religión no avalada por profecías ni milagros, ¿cómo se puede acusar a los cristianos de no creer en ella? Es más, dando la vuelta a la cuestión, podemos preguntarnos: ¿cómo es posible que los mahometanos se mantengan en una secta superficial o leve como la suya? O, acusándonos a nosotros mismos, podemos preguntarnos: ¿cómo los cristianos no han sido capaces de convertir al islam?

 

El Corán, otra jugada maestra de Satanás

La respuesta está en el Corán; no ciertamente en lo que dice, pues tomado como libro supuestamente inspirado, no resistiría la crítica y apenas si pueden salvarse algunos destellos de enseñanza admisible, sino en el valor que los mahometanos le atribuyen.

El Corán difiere de la Biblia en que está escrito por Alá mismo, no por una autor humano que, aunque inspirado y verdadero, escribe con las limitaciones del lenguaje y cultura que le son propios. El Corán original, “la madre del libro” está junto a Alá (43,3; 56, 79) y él lo ha hecho descender (tanzil) (26,192; 4, 113), por medio del ángel Gabriel (2, 91; 4, 113), de manera instantánea sobre Mahoma, quien lo poseyó desde ese momento. Sin embargo, lo va recitando a lo largo de su vida, conforme a una supuesta inspiración que discierne el momento adecuado para esa recitación, que no altera un solo versículo del Corán eterno (2,100).

Esto, que puede parecer una cuestión de detalle, es, sin embargo, una diferencia capital para entender el poder de convicción del Corán y percibir el tufillo de demoníaca genialidad que le anima.

Una frase del Corán dice: “el Corán es la verdad ¿acaso no te bastará el testimonio de tu señor?” (41,53). En esta frase está contenido toda la fuerza persuasiva del islam. Al presentarse el Corán como el libro escrito por Alá, por el dios musulmán, se convierte con ello en la fuente de todo conocimiento que podamos pretender. Por ello no hay filosofía islámica, a no ser como gnosis, o interpretación esotérica, de lo contenido en el texto coránico que sería, según eso, el saber exotérico para el pueblo. Ésta es, en líneas generales, la interpretación chiita del Corán, que dio lugar, dentro del islam, a un cierto tipo de escuelas filosóficas. Y aun éstas fueron combatidas frecuentemente por otras tendencias de los mismos musulmanes, especialmente por los que se atienen a la ley estricta de la Charria y a la lectura literal del Corán. Las iras de estos partidarios de la letra coránica cayeron sobre algunos filósofos como Al-Halla, al que crucificaron, y Averroes (que murió encarcelado).

En todo caso, no hay más pensamiento que el que gira en torno al Corán, no hay otra fuente de conocimiento. A diferencia de esto, el cristianismo distingue el conocimiento natural del conocimiento revelado, y se toma el inmenso trabajo demostrar la compatibilidad de ambos, de entender los textos sagrados sin despreciar el saber histórico, filosófico y científico, sin dejar de lado las evidencias racionales. De hecho ¿qué ha aportado el islam a la ciencia o a la filosofía? Muy poco. Su contribución más importante se limita a la transmisión de conocimientos ajenos.

Ahora bien, al ser el Corán la fuente de todo conocimiento, ¿dónde sino en el Corán mismo hemos de buscar la seguridad de que el Corán es la verdad? Así se entiende la segunda parte de la frase coránica citada arriba: “¿acaso no te basta el testimonio de tu señor?”. El Corán no necesita motivos de credibilidad, como los que antes hemos citado, no necesita de milagros, porque, como dice Mahoma, no hay mayor milagro que el Corán mismo.

Visto desde fuera, esto no es más que un círculo vicioso: el Corán es verdadero porque el Corán dice que es verdadero. Y, sin embargo, no hay nada más eficaz que un círculo vicioso, o una petición de principio, para hacer inatacable una doctrina. Por eso es imposible polemizar con los mahometanos para tratar de convencerles de sus errores. Porque para polemizar, para rebatir y persuadir a alguien, ha de adoptarse su punto de vista, lo cual, en nuestro caso, conllevaría tomar como punto de partida de la discusión el Corán mismo[8]. Cualquier argumento externo al Corán, si choca con la letra del libro queda por ello mismo desautorizado para los mahometanos: que la historia atestigua erro res en el Corán, la historia está equivocada; que la razón muestra la miseria de las leyes del Corán, la razón se ha extraviado.

Así, cualquiera de los argumentos que hemos usado arriba se da de bruces con esta monstruosa petición de principio. Por ejemplo, la ausencia de virtudes de Mahoma sólo puede establecerse conforme a un código moral como el de algún filósofo griego o el del cristianismo. Pero como Mahoma recitaba el Corán según le inspiraban las circunstancias, todos los actos execrables que a Mahoma le imputaron incluso sus propios seguidores, tienen la correspondiente explicación en las suras del Corán y resulta, por tanto, que su vida es todo un ejemplo: “tenéis un excelente ejemplo en vuestro profeta; un ejemplo para todos los que esperan en Alá y creen en el último día” (33, 21).

La única razón externa que admitió Mahoma era que nadie es capaz de escribir algo tan perfecto como el Corán (2, 21). Pe ro aquí de nuevo nos hallamos en el mismo círculo vicioso: la perfección de los versos del Corán sólo podía determinarse por comparación a una literatura árabe que fuera ajena al Corán. Ahora bien, la literatura anterior a Mahoma fue despreciada por sus seguidores ya que la consideraban asociada al paganismo y la idolatría[9], y la posterior tomó como norma y referencia al Corán pues, al estar escrito por Alá, su lenguaje tenía que ser perfecto. Otra vez tenemos que el Corán es perfecto porque lo dice el Corán.

El Corán –acabamos verlo– es la verdad; pero también es la norma o camino de los mahometanos: el Corán pretende ser la ley que establece todos los aspectos de la vida musulmana, de la vida familiar y política, de la vida interior y exterior, de la religión en el fuero interno y en el culto. Conforme al Corán se constituye la Uma o comunidad de creyentes, en cuyo seno valen las leyes de beneficencia y los derechos civiles, y fuera de la cual no hay ley protectora, ni deber alguno que cumplir, a no ser el de enseñar y propagar el Corán. La Uma es la segunda base de la persistencia del islam. Gracias a la inserción de los mahometanos en ella, gracias a que sólo pueden crear lazos íntimos entre sí (4, 143) y al enorme poder psicológico que tienen sobre sus miembros las sociedades completamente cerradas, gracias al desarrollo de toda su vida en el seno de esa comunidad inspirada en el Corán, no se viene abajo en la mente del musulmán el círculo vicioso coránico.

En fin, el Corán es la vida para los musulmanes, porque sólo en él hallan palabras de vida eterna. Sólo quien ha hecho la profesión de fe y no se retracta tiene derecho a la vida en este mundo y se le promete la vida perdurable en el paraíso de las huríes.

El Corán es, por consiguiente el camino, la verdad y la vida. Es decir, para el islam, como han señalado algunos entendidos, el Corán hace el papel que N. S. Jesucristo hace en el cristianismo. Y en eso consiste una de las jugadas maestras de Satanás, porque incapaz de competir con Dios Padre que envía a su divino e inmaculado Hijo, en el cual tenemos todas las razones para creer, envía como respuesta un libro y lo envía como escrito por el mismo Alá, de manera que anula cualquier otro dato o premisa ajeno al Corán y, por tanto, lo hace irrefutable. Si además tenemos en cuenta: 1) que para admitir la teología islámica sólo se necesita acatar lo que la razón natural dicta, 2) que la ley contenida en el Corán la cumplen sin dificultad los hombres sensuales y con instinto gregario, 3) que conforme a ese libro, el castigo de la apostasía es la pena capital, en este mundo, y la condenación eterna en el otro y, finalmente, 4) que exige de los fieles vivan aislados de quienes no han pronunciado la chahada; dado todo esto, no es de extrañar que la conversión de los musulmanes sea extremadamente difícil. Porque, en virtud de todo esto, el mahometano se convierte en una especie de autista religioso y cultural.

Nada de extraordinario se esconde, pues, tras la persistencia del islam, ni tras el fracaso cristiano en su conversión. Nada de extraño tiene que con los moriscos sólo cupiera la expulsión, a pesar de los intentos de conversión y, como hoy se dice, de integración. Y hoy que se presenta una situación similar, cuando los mahometanos se instalan en el seno de nuestra sociedad, de nada vale tampoco el diálogo propugnado por los ecumenistas. En uno de esos encuentros interreligiosos que preparan los católicos liberales, cuando uno de ellos invitó a que los mahometanos organizaran una reunión similar, un influyente musulmán, allí presente, contestó a las claras: “¿Por qué habríamos de hacerlo? Vosotros no tenéis nada que enseñarnos y nosotros no tenemos nada que aprender”. Ante semejante actitud, sólo con una postura de firmeza que desarraigue a los musulmanes emigrantes del contacto con la Uma; sólo impidiendo su protección mutua y su hermandad, sólo cuando no hacen su vida entera dentro de la comunidad de creyentes, se tambalea su fe basada en el demoníaco círculo vicioso del Corán.

 

[1] SANTO. TOMÁS, Suma contra los gentiles, I, 6.

[2] Las citas del Corán están tomadas de Le Coran, Kasimirski trad., Flammarion, París 1970.

[3] Cf. TANOÜARN, G. De, “Les musulmans croient t-ils en Dieu?”, Fideliter 143, (número monográfico titulado “Face à l’Islam), sept.-oct. 2001, págs. 39-45.

[4] “Usad de todas las fuerzas de que dispongáis y de fuertes escuadrones, para aterrorizar a los enemigos de Alá y a los vuestros” (8, 62).

[5] CUEVAS, C., El pensamiento del islam, Ediciones Istmo, Madrid s/f, pág. 56.

[6] WATT, W. M., Mahoma, profeta y hombre de estado, Labor, Barcelona 1967, pág. 197. Aún así es discutible que el islam haya mejorado la situación religiosa de esos pueblos, porque, siendo una religión hecha contra el cristianismo, produjo en ellos una especie de vacunación que les ha impedido una conversión que logran con mucha mayor facilidad los hombres de religiones primitivas. (Cf. el excelente trabajo de SANDOVAL, L. M., “Crítica esencial del Islam”, Verbo 405-406, págs. 417-447).

[7] No sin cierta sorna, SANTO TOMÁS observa que en lugar de aducir milagros como testimonio del carácter divino de su inspiración, Mahoma “adujo que era enviado por la fuerza de las armas, testimonio que no falta ni a los ladrones ni a los tiranos” (Summa contra gentes, I, 6).

[8] Aun así, cabría argumentar a favor de la superioridad de la creencia en Jesucristo y de su doctrina recurriendo sólo al Corán. Porque, incluso en lo que este libro dice, la figura de N. S., su nacimiento, sus milagros, su virtud y doctrina, resultan superiores a la del propio Mahoma. Cf. MANUEL DE SANTO TOMÁS DE AQUINO, Verdadero carácter de Mahoma, Imprenta de Francisco Burguete, Valencia 1793. Parte III, cap. 7.

[9] En lo cual no se hacía sino seguir las indicaciones del Corán, que considera insensatos y de inspiración demoniaca los poetas precedentes (26, 221-225).