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Benedicto XVI en España

Ser peregrino

Podría decir que estar en camino forma parte de mi biografía —Marktl, Tittmoning, Aschau, Traunstein, Munich, Freising, Bonn, Münster, Tubinga,d Ratisbona, München, Roma—, pero esto quizá es algo exterior. Sin embargo, me ha hecho pensar en la inestabilidad de esta vida, en el hecho de estar en camino. Naturalmente, contra la peregrinación uno podría decir: Dios está en todas partes; no hace falta ir a otro lugar. Pero también es cierto que la fe, según su esencia, consiste en «ser peregrino».

La carta a los Hebreos muestra la fe de Abraham, que sale de su tierra y se convierte en peregrino hacia el futuro durante toda su vida, y este movimiento abrahámico permanece en el acto de fe; es ser peregrino sobre todo interiormente, pero debe expresarse también exteriormente. En ocasiones hay que salir de la vida cotidiana, del mundo de lo útil, del utilitarismo, para ponerse verdaderamente en camino hacia la trascendencia, trascenderse a sí mismo y la vida cotidiana, y así encontrar también una nueva libertad, un tiempo de replanteamiento interior, de identificación de sí mismo, para ver al otro, a Dios. Así es también siempre la peregrinación: no consiste sólo en salir de sí mismo hacia el más Grande, sino también en caminar juntos. La peregrinación congrega, vamos juntos hacia el otro y así nos encontramos recíprocamente. Basta decir que los caminos de Santiago son un elemento en la formación de la unidad espiritual del continente europeo. Peregrinando aquí se han encontrado, y han encontrado la identidad europea común, y también hoy renace este movimiento, esta necesidad de estar en movimiento espiritual y físicamente, de encontrarse el uno con el otro y de encontrar así silencio, libertad, renovación, y encontrar a Dios.

(S.S. Benedicto XVI, «Entrevista concedida a los periodistas durante su vuelo hacia España», sábado 6 de noviembre de 2010)

 

Verdad y libertad

Entre verdad y libertad hay una relación estrecha y necesaria. La búsqueda honesta de la verdad, la aspiración a ella, es la condición para una auténtica libertad. No se puede vivir una sin otra. La Iglesia, que desea servir con todas sus fuerzas a la persona humana y su dignidad, está al servicio de ambas, de la verdad y de la libertad. No puede renunciar a ellas, porque está en juego el ser humano, porque le mueve el amor al hombre, «que es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma» (Gaudium et spes, 24), y porque sin esa aspiración a la verdad, a la justicia y a la libertad, el hombre se perdería a sí mismo.

(S.S. Benedicto XVI, «Visita a la Catedral de Santiago de Compostela», sábado 6 de noviembre de 2010)

 

Nueva evangelización y secularización

Con este dicasterio he pensando en el mundo entero, porque la novedad del pensamiento, la dificultad de pensar en los conceptos de la Escritura, de la teología, es universal, pero hay naturalmente un centro: el mundo occidental, con su laicismo, su laicidad, y la continuidad de la fe que debe tratar de renovarse para ser fe hoy y para responder al desafío de la laicidad. En Occidente todos los grandes países tienen su propio modo de vivir este problema: hemos tenido, por ejemplo, los viajes a Francia, a la República Checa, al Reino Unido, donde por todas partes está presente de modo específico para cada nación, para cada historia, el mismo problema. Y esto vale también de manera fuerte para España. España ha sido siempre un país «originario» de la fe; pensemos que el renacimiento del catolicismo en la época moderna ocurrió sobre todo gracias a España. Figuras como san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Ávila y san Juan de Ávila, son figuras que han renovado el catolicismo y conformado la fisonomía del catolicismo moderno. Pero también es verdad que en España ha nacido una laicidad, un anticlericalismo, un laicismo fuerte y agresivo, como lo vimos precisamente en los años treinta, y esta disputa, más aún, este enfrentamiento entre fe y modernidad, ambos muy vivaces, se realiza hoy nuevamente en España: por eso, para el futuro de la fe y del encuentro —no desencuentro, sino encuentro— entre fe y laicidad, tiene un foco central también en la cultura española. En este sentido, he pensado en todos los grandes países de Occidente, pero sobre todo también en España.

(S.S. Benedicto XVI, «Entrevista concedida a los periodistas durante su vuelo hacia España», sábado 6 de noviembre de 2010)

 

La Catedral de la Sagrada Familia, signo para nuestro tiempo

En realidad, esta catedral es también un signo precisamente para nuestro tiempo. En la visión de Gaudí percibo sobre todo tres elementos.

El primero es la síntesis entre continuidad y novedad, tradición y creatividad. Gaudí tuvo la valentía de insertarse en la gran tradición de las catedrales, de atreverse de nuevo, en su siglo, con una visión totalmente nueva, a esta realidad: la catedral como lugar del encuentro entre Dios y el hombre en una gran solemnidad. Y esta valentía de permanecer en la tradición, pero con una creatividad nueva, que renueva la tradición, y así demuestra la unidad y el progreso de la historia, es algo hermoso.

En segundo lugar, Gaudí buscaba este trinomio: libro de la naturaleza, libro de la Escritura, libro de la liturgia. Y esta síntesis precisamente hoy es de gran importancia. En la liturgia la Escritura se hace presente, se convierte en realidad hoy; no es una Escritura de hace dos mil años sino que se celebra, se realiza. En la celebración de la Escritura habla la creación y encuentra su verdadera respuesta, porque, como nos dice san Pablo, la criatura sufre, y en lugar de ser destruida, despreciada, aguarda a los hijos de Dios, es decir, a los que la ven a la luz de Dios. Así, esta síntesis entre el sentido de la creación, la Escritura y la adoración es precisamente un mensaje muy importante para la actualidad.

Y finalmente, el tercer punto: esta catedral nació por una devoción típica del siglo XIX: san José, la Sagrada Familia de Nazaret, el misterio de Nazaret. Pero se podría decir que esta devoción de ayer es de grandísima actualidad, porque la cuestión de la familia, de la renovación de la familia como célula fundamental de la sociedad, es el gran tema de hoy y nos indica hacia dónde podemos ir tanto en la edificación de la sociedad como en la unidad entre fe y vida, entre religión y sociedad. La familia es el tema fundamental que se expresa aquí, diciendo que Dios mismo se hizo hijo en una familia y nos llama a edificar y vivir la familia.

(S.S. Benedicto XVI, «Entrevista concedida a los periodistas durante su vuelo hacia España», sábado 6 de noviembre de 2010)

 

Fe y arte

Vosotros sabéis que yo insisto mucho en la relación entre fe y razón; en que la fe, y la fe cristiana, sólo encuentra su identidad en la apertura a la razón, y que la razón se realiza si trasciende hacia la fe. Pero del mismo modo es importante la relación entre fe y arte, porque la verdad, fin y meta de la razón, se expresa en la belleza y se realiza en la belleza, se prueba como verdad. Por tanto, donde está la verdad debe nacer la belleza; donde el ser humano se realiza de modo correcto, bueno, se expresa en la belleza. La relación entre verdad y belleza es inseparable y por eso tenemos necesidad de la belleza. En la Iglesia, desde el inicio, incluso en la gran modestia y pobreza del tiempo de las persecuciones, la salvación de Dios se ha expresado en las imágenes del mundo, en el arte, en la pintura, en el canto, y luego también en la arquitectura. Todo esto es constitutivo para la Iglesia y sigue siendo constitutivo para siempre. De este modo, la Iglesia ha sido madre de las artes a lo largo de siglos y siglos. El gran tesoro del arte occidental —música, arquitectura, pintura— nació de la fe en el seno de la Iglesia. Actualmente hay cierto «disenso», pero esto daña tanto al arte como a la fe: el arte que perdiera la raíz de la trascendencia ya no se dirigiría hacia Dios, sería un arte a medias, perdería su raíz viva; y una fe que dejara el arte como algo del pasado, ya no sería fe en el presente. Hoy se debe expresar de nuevo como verdad, que está siempre presente. Por eso, el diálogo o el encuentro —yo diría, el conjunto— entre arte y fe está inscrito en la más profunda esencia de la fe. Debemos hacer todo lo posible para que también hoy la fe se exprese en arte auténtico, como Gaudí, en la continuidad y en la novedad, y para que el arte no pierda el contacto con la fe.

(S.S. Benedicto XVI, «Entrevista concedida a los periodistas durante su vuelo hacia España», sábado 6 de noviembre de 2010)