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Número 491-492

Serie XLIX

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Manuel Bustos Rodríguez, ¿Paraíso en la tierra? La crisis de las utopías

Manuel Bustos Rodríguez: ¿Paraíso en la tierra? La crisis de las utopías, CEU Ediciones, Madrid, 2010.

La egregia figura de Santo Tomás de Aquino es honrada cada año, el día de su fiesta, en numerosas Universidades, entre ellas la CEU San Pablo, de Madrid, que cada año celebra un acto académico. En el Curso 2009-2010 ha ofrecido, entre otros alicientes, la lección impartida por el profesor Manuel Bustos Rodríguez, catedrático de Historia moderna, sobre un tema de obvio interés histórico y actual: las utopías y sus crisis. Tal lección, publicada por Ediciones CEU, constituye una reflexión rigurosa y amena, cuyos principales puntos conviene resumir.

Parte el Dr. Bustos de una aproximación inicial al “género utópico” donde constata la existencia de “Utopías sociales” que ven al tiempo presente como la degradación de un pasado idealizado (una de ellas es la visión mitificada de Al-Andalus del período califal, considerado por algunos como un remanso de prosperidad y tolerancia). Las tres grandes utopías clásicas escritas –la de Tomás Moro, la de Tomasso Campanella y la de Francis Bacon– son empero de los siglos XVI y XVII y tienen un carácter literario; sus autores tenían seguramente conciencia de su inaplicabilidad y, por otra parte, ninguna de ellas implicaba ruptura con la Trascendencia.

Pero esta situación cambió significativamente a lo largo del siglo XVIII a través de lo que Bustos llama “el giro copernicano de las utopías”. La Ilustración fue la responsable, a través de una parte de su pensamiento, que vino a inspirar, desde el “Siglo de las Luces” una visión optimista y utópica del futuro: “La historia del hombre –se pensó– liberada de las tinieblas del fanatismo, la superchería y el prejuicio irracional, caminaba inexorablemente hacia metas de un bienestar y de una felicidad cada vez mayores. Se podrá así, a la postre, construir un mundo, una sociedad y un hombre nuevos por medio de la razón y gracias a los vientos históricos que soplan a su favor. La idea de progreso, una de las claves para entender el mundo contemporáneo, está servida y ya no nos abandonará hasta la llegada del tiempo que llamamos la posmodernidad”.

Tales pensamientos, procedentes de diversos autores, no se quedarán ya en mera teoría, ya que, según observa Bustos, se intentará más tarde llevarlos a la práctica con carácter general, como universales válidos para todos los hombres. “La Revolución francesa, en su período montagnard, será la expresión fáctica de estos ideales. A través de la acción revolucionaria, los jacobinos, con Robespierre a la cabeza, van a realizar el esfuerzo. El período de la Convención y, más específicamente, los años 1793 y 1794 son los más significativos a este respecto”. Y esa Revolución, pese a su duración limitada, “se convirtió en modelo de las revoluciones que la habían de seguir”. Mientras a lo largo del XIX el desarrollo científico propiciaba, además, la aparición de nuevas utopías sociales.

Llegó así la época que Bustos llama de “las ideologías utópicas”, siendo acaso el marxismo la más poderosa de aquellas, Bustos analiza el pensamiento de Marx en función de su contenido utópico. Recoge la creencia marxista en la recreación del hombre y de la sociedad, y expone como en esa ideología “la sociedad humana es dinámica, mutante y evoluciona en una dirección predeterminada, aunque lo haga en forma dialéctica, es decir, mediante una permanente confrontación que se resuelve temporalmente en síntesis antes de volver de nuevo al choque. Sólo cuando al final, ésta consista en la superación de las relaciones de dependencia entre los hombres y, por tanto, en la desaparición de las clases sociales, se llegará a la aparición del hombre y la sociedad nuevos y, en consecuencia, a la instauración del Paraiso”.

Así asume Marx la idea de progreso social desarrollada en el Siglo de las Luces, que le lleva a la conclusión de que “hasta el advenimiento del mundo nuevo sin alienaciones, es preciso luchar para destruir la sociedad burguesa, que si bien en otro tiempo representó un avance social, se ha convertido ahora en un obstáculo para llegar a dicha meta. A este fin, la toma del Estado resulta esencial para, desde él estableciendo la llamada dictadura del proletariado, p reparar el camino al paraíso socialista y a la sociedad sin clases”.

Con ello, según observa Bustos, las connotaciones seudo-religiosas del proyecto son evidentes: “Marx asume el papel de profeta, el proletario el de salvador, las leyes sociales el de los Mandamientos y la sociedad sin clases el del Paraíso cristiano”. Y “el fin de plenitud humana que se persigue justifica, como en la Revolución francesa, el empleo de la violencia contra los reaccionarios que no compartan el proyecto”, lo que explica “el elevadísimo número de víctimas, muertos y represaliados por el comunismo”, a cuya acción se ha unido en el siglo XX la del nazismo, que a la persecución de los enemigos políticos del Estado o la Nación ha unido la eliminación de los “agentes corruptores de la pureza racial”.

Situado ya en nuestro tiempo y ante la que llama “la utopía posmoderna”, Bustos estudia el mayo de 1968 como “un nuevo intento por construir una sociedad utópica”, denuncia la ausencia de Dios en la cultura actual y analiza la crisis de las ideologías, resumiendo la que llama “utopía posmoderna” y detectando la corriente que se desplaza hacia “la construcción de una sociedad multicultural bajo el patrocinio de un Estado cuyo modelo está más allá de la simple separación de lo espiritual y lo temporal, de lo civil y lo laico”. Contexto donde se explica “determinadas iniciativas de los poderes públicos que apuntan, como paso previo, hacia el menoscabo de la primacía histórica del cristianismo, aprovechando el ambiente generalizado de indiferencia religiosa que vive Occidente”. A lo que une la aparición de utopías generadas por la ecología, la ciencia y la técnica.

La realista y rigurosa exposición del profesor Bustos no le lleva, empero, a una visión pesimista del porvenir porque, frente a ella, entiende que existe una “propuesta cristiana” que recoge, resumiéndola en las últimas páginas de su lección. Preguntándose en ellas que tarea debe corresponder al cristiano consciente de su fe, afirma qué “la amplitud de los retos no debe llevar en ningún caso al desanimo y a la inacción”, pues tiene “una labor importante en el ámbito temporal”, sin olvidar que “la promesa cristiana de salvación es mucho más ambiciosa que las utopías sociales y los proyectos de los Estados actuales”. La acción salvadora del cristianismo, en resumen, “dependerá, en este tiempo presente, de la capacidad de los testigos para ofrecer a sus conciudadanos una realidad alternativa, basada en la esperanza y la tensión escatológica”, así como “de la capacidad para mostrar al hombre su verdadera naturaleza, la certeza de las promesas evangélicas, al mismo tiempo que trabajar por mejorar la vida terrena de acuerdo con el auténtico bien del ser humano”.

La lección del profesor Bustos ofrece así no sólo un documentado resumen de las utopías sociales esbozadas a lo largo de la Historia, sino una posible visión esperanzada del futuro desde unas bases cristianas.

José Mª CASTÁN VÁZQUEZ