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Número 495-496

Serie XLIX

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El puritanismo y Europa

EN EL XIII CENTENARIO DE LA INVASIÓN MAHOMETANA DE ESPAÑA

 

1. – La Europa gestada en la Edad Media quedó configurada en lo esencial a finales del siglo XV al asentarse las naciones. Decaídos el Papado y el Imperio como autoridades-poderes universales, surgió, decía Ranke, el sistema del equilibrio europeo (hacia 1492-96), que a partir de Westfalia (1648) sustituiría políticamente a la Cristiandad, dividida por la Reforma, la causa originaria de las guerras civiles europeas: Erasmo acusaba a Lutero de promoverlas y éste reconocía en ellas signos de la acción de Dios. La balance of powers subsistió como idea rectora del pluriverso europeo hasta el final de la segunda guerra mundial, al menos por ahora la cuarta guerra civil europea.

La primera había sido la guerra general por causas religiosas de los Treinta Años en el siglo XVII, a la que habían precedido las particulares de Alemania –que concluyó con la aceptación del decisivo principio protestante cuius regio eius religio, que incoó el nacionalismo– o Francia en el XVI, que justificó el absolutismo regio; la segunda, las napoleónicas del XIX; la tercera, la llamada primera Gran Guerra (1914-1918); la cuarta, la Guerra Mundial de 1939-1945. Significativamente, todas ellas tuvieron lugar en torno a Alemania, el locus del Sacro Imperio, fundado por Carlomagno en el año 800, desaparecido formalmente como tal en 1806 mientras su residuo material, el Imperio Austro-húngaro, lo hizo en 1918.

Para superar las guerras civiles, Europa pretende convertirse ahora en uno de los Grandes Espacios, nuevas formas políticas estructuralmente imperiales en torno a las que parece estarse configurando la primera y única posible constelación política mundial al haberse consumado la unidad de la Tierra como un único espacio político. Le va en ello además la posibilidad de conservar su rango de Continente. Sin embargo, tropieza con graves dificultades internas para conservar, no ya su primacía, perdida en la primera Gran Guerra, sino su rango continental.

En lo que sigue voy a fijarme en un aspecto, ciertamente conocido pero no demasiado estudiado, de la cuestión religiosa. Después de todo, al menos desde la Reforma, el pensamiento político europeo (y occidental) es teología política.

 

2. – Contra lo que se dice a veces, superadas las enemistades político-religiosas suscitadas por la Reforma, el problema religioso europeo no es el islam sino la propia Europa. Sin entrar en pormenores, la hostilidad, la agresión o la invasión (por el momento demográfica) islámicas son sólo una respuesta a la invasión de su cultura y civilización por la cultura y la civilización occidentales. La cultura y la civilización occidental son una extensión de la europea, y, puesto que su parte más próxima al islam y fronteriza con su núcleo fuerte es esta última, resulta lógico que sea Europa la más afectada por la reacción musulmana inspirada en gran parte en ideas occidentales como, por ejemplo, el nacionalismo y la instrumentalización política del terrorismo.

Europa y el islam están separadas territorialmente por una línea que atraviesa el mar Mediterráneo de este a oeste o al revés, según se mire; línea que se prolonga a través del mar Negro hasta el Cáucaso si se incluye la Eslavia ortodoxa. El Mediterráneo había dejado de ser europeo, mare nostrum, desde que el islam conquistó la otra orilla. Volvió a serlo en el siglo XIX a partir de la famosa expedición de Napoleón a Egipto. Los puntos principales de la línea mediterránea son el Cáucaso, el Bósforo, a medias con el islam, lo que le da título para pretender ser europeo como intenta Turquía, Creta, Sicilia, Malta y Gibraltar (junto con Ceuta y Melilla).

 

2.1.– Es un hecho indiscutible que la cultura Occidental penetra cada vez con más fuerza en las culturas de todo el mundo bajo dos formas; como cultura y como civilización, según la distinción cara a los alemanes. Las culturas, a diferencia de las civilizaciones que son una posibilidad de la cultura, dependen de las religiones, a las que deben su sentido de la realidad. Por eso decía Christopher Dawson repitiendo a Lord Acton, que las religiones son la clave tanto de las culturas como de las civilizaciones.

La civilización Occidental es culturalmente cristiana y, a su través, el cristianismo que la informa está penetrando masivamente en todas partes, no sólo como cultura sino como religión y también, pero más minoritariamente, como una fe o concepción de lo sobrenatural; la de los misioneros por decirlo gráficamente. Como fe está enraizando intensamente en África, y más limitadamente, en términos cuantitativos, en Asia y en Oceanía en la parte que no era todavía cristiana. El ecumenismo del Concilio Vaticano II y su postulación de la libertad religiosa pretenden seguramente responder a esa realidad. La mayor de las revoluciones, fuente de otras menores, es la cristiana. Y la revolución cristiana ha alcanzado a todo el ecúmeno y está produciendo consecuencias.

 

2.2.– Ahora bien, la inculturación se produce asimismo de otras muchas maneras cuyo denominador común es un cristianismo disfrazado de progreso. Un cristianismo de caridad sin verdad. Entre ellas cabe destacar aquí las quizá más religiosas, por ejemplo la de las Ongs en muchos casos, cuando no son un complemento de la fe, y la ideológica, siendo la principal la socialista, con distintas variantes. Con la ideología, un producto occidental, que como religiosidad civil ocupa el lugar de la fe cristiana, penetra también un cristianismo deformado o si se quiere herético, puramente secular. A fin de cuentas, el modo de pensamiento ideológico es un pensamiento escatológico propio del milenarismo, una suerte de herejía gnóstica de la propia teología cristiana de la historia.

 

2.3.– Una de esas ideologías es la de los derechos humanos, una utopía antijurídica moralizante –o un mito político en el sentido de Sorel–, producto, para simplificar, de la peculiar visión que tiene el puritanismo norteamericano de la democracia haciendo de ella una religión civil que permite someter la fe a los Gobiernos y a los Estados. Por mucho que se esfuercen los Papas, los derechos humanos no pueden rebasar a lo sumo ese estatus de religión civil, pues en ellos no puede asentarse ninguna fe. Sus pretensiones universales, dependientes en gran parte de la tecnología, pueden hacer apta esa ideología para fundamentar una sociología y acaso una psicología o antropología “humanistas”, e incluso una ética exigible legalmente conforme al modo de pensamiento morfotécnico dominante. Pero no ciertamente una moral, dado que la ley natural no se reduce al catálogo de los derechos humanos; y tampoco una teología, como no sea una espuria teología política semejante aproximadamente a la teología civil de Varrón rechazada por San Agustín; es decir, una teología política sin teología de la historia que, enraizada en la fe, permita comprender lo natural.

 

2.4. – La ideología de la misma raíz milenarista, la socialista, en principio contraria por su carácter colectivista –es sabido que Marx criticó los derechos humanos como un invento burgués–, constituye otro ejemplo. China es doctrinalmente marxista; si es también leninista se trata de un matiz; en realidad consiste seguramente después de Mao en un vago marxismo utilitarista socialdemócrata –el capitalismo como religión criticado por Walter Benjamin y ahora por Thomas Ruster[1]–, confuciano y alérgico a los derechos humanos. El caso es que con el marxismo, sea utilitarista, leninista, socialdemócrata, confuciano, puramente retórico o simplemente un capitalismo religioso, penetran allí ideas como las de libertad del pensamiento y de la conciencia, las de libertad política e igualdad, incluso entre los sexos, las de justicia y derecho, etc. Ideas que, aunque en la práctica sean ficticias o estén muy deformadas, son de origen cristiano.

 

2.5.– En el mundo islámico, religiosamente una sola nación, la umma, más próximo a Europa –en tiempos el contrapunto histórico de la Cristiandad–, muchos de sus regímenes son explícitamente socialistas, y el nacionalismo exaltado de cada uno de ellos incluidos los monárquicos y el de los más exaltados que aspiran a hacer de la umma una única nación muslim, es de origen europeo. Sin embargo, no hacen del capitalismo de Estado que practican una religión civil capaz de dañar sus tradiciones, a las que no quieren renunciar ni siquiera los pueblos que se rebelan contra sus dirigentes. La igualdad de los sexos es, por ejemplo, una causa de conflictos con Occidente, aunque por otra parte, hay fuertes indicios de conflictos internos; pero las mujeres que protestan siguen siendo musulmanas.

En la India, la igualdad destruye las castas aunque sea sólo teóricamente, pero se habla de la gran democracia india, y la religión capitalista laicista que domina Occidente encubriendo las desigualdades –que están creciendo ahora perceptiblemente con ocasión de la crisis inicialmente financiera–, no parece mellar sus tradiciones, por lo menos entre el pueblo.

 

3. – Las ideas suelen acabar teniendo consecuencias, tal como decía Keynes que a larga todos los economistas dependen de alguno de ellos difunto, y casi se podría hablar de una confusa Nueva Cristiandad universal en un sentido cercano al de Maritain.

 

3.1.– Es comprensible que las culturas no cristianas, muchas de ellas grandes culturas y civilizaciones ancladas secularmente en sí mismas desde la época que llamó Jaspers el tiempo eje de la historia de la humanidad, se sientan como tales, si no sobrecogidas al menos desconcertadas. Su êthos ancestral, la manera particular de interpretar la ley moral o natural universal, tiene que sufrir graves conmociones, sea a causa de los derechos humanos o del socialismo, sin mencionar usos, costumbres, hábitos, etc., aunque su aceptación sea imperceptible. Sin embargo, probablemente, el conflicto, no es quizá tanto cultural, al menos por ahora, como de civilización (en el caso del África no islámica seguramente las dos cosas).

 

3.2.– La civilización es el aspecto material de la cultura; el efecto que produce la cultura en el trato –cultivo– con la Naturaleza. Toda cultura segrega unas técnicas que se podrían clasificar en técnicas del alma, técnicas de convivencia, técnicas del espíritu y técnicas de la naturaleza y esas técnicas en su forma euro p e a dejan sentir su impacto.

En cuanto a las técnicas de la naturaleza, las rebeliones contra ella son antiguas. En 1400, los gremios de Colonia se amotinaron contra las máquinas y el éxito del anarquismo y el socialismo en los siglos XIX y XX se debe en buena medida a que sugieren una rebelión contra la técnica, sin la que no existiría lo que se dio en llamar el capitalismo. No obstante, esto empezó a cambiar cuando el socialismo se hizo “científico”, aceptando el capitalismo como una suerte de religión civil, es decir, al servicio del Estado.

Para abreviar, la civilización occidental es hoy tan intensamente tecnológica, que, desde hace tiempo, se planteó como una cuestión decisiva si la tecnología aplicada a la Naturaleza, un enemigo ancestral del hombre, no domina ya hasta tal punto a la cultura, que está en trance de aniquilarla en su sentido originario de cultivo de la naturaleza. Ludwig Klages afirmaba en los años veinte que el espíritu se había rebelado contra el alma. Esto sería una clave de los conflictos actuales entre la cultura occidental emanada de la europea y las demás culturas y, en el caso de la europea, la de su conflicto particular con el islam…y consigo misma. Lo último es mucho más grave, pues la está debilitando internamente, ya que las otras tres formas de técnicas se someten a ella.

 

3.3.– Igual que en el caso de la cultura pero de manera más visible, la tecnología occidental, que se introduce en todas partes, transforma las formas de vida. Ahora bien, una vez más esta tecnología es impensable sin el cristianismo, que desacraliza la Naturaleza –contra lo que se rebela abiertamente en Occidente el ecologismo, una especie de herejía gnóstica–, reduciendo o concentrando el ámbito de lo sagrado y abriendo paso al laicismo del mismo origen. Es esto lo que hace intolerable la civilización occidental a otras civilizaciones: salvo grupos minoritarios, lo que en el fondo rechazan no es la fe cristiana sino la laicidad o el laicismo que acompaña a la técnica; en cierto modo el cristianismo como una religión. Por decirlo rápido pero toscamente, religión por religión prefieren la suya tradicional.

 

4. – En puridad, el cristianismo, al no ser primariamente una religión sino una fe –la fe absoluta, no la religión absoluta como decía Troeltsch–, no tendría que entrar en conflicto con las otras religiones. Precisamente por eso es universalista, y por cierto como el islam, que adoptó del cristianismo su vocación universalista. Pero el islam es una mezcla de judaísmo, cristianismo, gnosticismo y paganismo, cuyo universalismo al ser una religión es naturalista. Su universalismo consiste por ende en implantar la dominación espacial –es decir, política– del islam en toda la ecúmene, sin importarle tanto la conversión de los infieles, sean paganos, judíos o cristianos. A este respecto, puede ser más importante de lo que parece el hecho de que los califas de Bagdad heredaran, antes que Europa a través de Roma, la idea imperial de Alejandro, tomada del Rey de Reyes persa, la idea ancestral del Rey del Mundo, presente en las grandes civilizaciones: lo que le importa al islam es crear un Imperio islámico universal, un Califato sometido a Alah, Rey del Mundo.

El islam en tanto religión bíblica no ve un grave enemigo en la moral cristiana, salvo en aspectos relativamente menores como la poligamia, por no hablar del traído y llevado burka, aspectos más bien tradicionales que religiosos; seguramente lo contrario. Lo que ve, es que el neutralizador laicismo occidental, que acompaña perceptiblemente a la tecnología, en principio también neutral, es capaz de debilitar la religión musulmana al corromper los hábitos y las costumbres, en definitiva el êthos tradicional de los creyentes. Y por implicación, el islam extremista achaca esos efectos a la fe cristiana. Es así como el laicismo occidental constituye la causa principal del conflicto religioso ante la corrupción moral de las naciones cristianas. Dicho otra vez toscamente: el islam percibe que mientras las iglesias cristianas están vacías y para conservarlas hay que dedicarlas a otros menesteres, las mezquitas rebosan de fieles inmunes al laicismo.

Al menos de momento, las diferencias que plantea son más bien diferencias entre tradiciones de la conducta; si consiguiese afirmar sus propias tradiciones, sobre todo en el suelo europeo –para el islam dar al cada, tierra dominar–, es posible que fuese más moderado en relación con la fe. Lo que le inquieta es el laicismo de tendencia nihilista que corrompe todas las tradiciones.

 

5. – Ese laicismo no es empero el eclesiástico connatural a la fe cristiana, sino el puritanismo laicista revolucionario que utiliza la religión capitalista de la socialdemocracia (que es lo que queda del socialismo científico) dominante en Europa contra el propio cristianismo. Sin embargo tiene un origen cristiano, como todo en este continente, incluida la socialdemocracia y la religión capitalista (¿no dijo Marx de Lutero que fue el primer economista alemán?); y cabe decir lo mismo de sus prolongaciones culturales y civilizatorias extraeuropeas.

Este origen concreto es el milenarismo inherente a la Reforma protestante, más o menos intenso según los casos. Ese milenarismo se concentró en el calvinismo puritano, origen a su vez del modo de pensamiento ideológico que empezó a expandirse a partir de la revolución francesa. Termino con unas citas de Walzer y Hobbes.

 

5.1.– “Distante de las formas tradicionales de especulación teológica y filosófica, Calvino, escribe Michael Walzer en su estudio sobre la formación del puritanismo, puede ser descrito simplemente como un hombre práctico con ideas: un intelectual francés atrapado en la política ginebrina. No se involucraba ni en los elaborados procesos teóricos de la justificación religiosa ni en la racionalización política. Precisamente esta libertad le permitió establecer una nueva conexión con el mundo de la acción, conexión cuya mejor explicación no radica en decir que fue principalmente un teólogo o un filósofo, sino en que fue un ideólogo”. Según Walzer, en contraste con el poder de una teología o una filosofía, “el poder de una ideología se funda en la capacidad de activar a sus adherentes y de cambiar el mundo”; no es, pues, una ideología en el sentido marxista de enmascarar la realidad y justificar intereses concretos, dice Walzer, sino en el de que “su contenido es necesariamente una descripción de la experiencia contemporánea como inaceptable e innecesaria y un rechazo de cualquier trascendencia o salvación meramente personal, cuyo efecto práctico consiste en generar organización y activismo cooperativo. La ideología calvinista, concluye Walzer, puede resumirse brevemente en esos términos”[2].

Con el calvinismo, dice el mismo autor en otro lugar, comenzó “el lento alejamiento del pensamiento organicista”; apareció la figura del santo –el fiel calvinista– como “un hombre nuevo” , singularmente como “un nuevo hombre político”, es decir, politizado[3]; “la analogía de la cruzada con la revolución”; “la reforma de las costumbres”; la disciplina militar en el plano civil; la influencia de los predicadores como una forma de intelligentzia religiosa-política… En suma, con el puritanismo comenzó la aplicación de conceptos religiosos al mundo político, lo que explica el emotivismo religioso de tantas revoluciones a partir de la francesa.

 

5.2.– Hobbes fue un testigo excepcional de la eclosión de la teología política puritana. Por ejemplo describió así en Behemoth, su libro sobre la guerra civil[4], la innovadora interpretación que, inspirándose en el libro de Daniel, hacían los puritanos quinta-monárquicos de la frase del Apocalipsis “un nuevo cielo y una n u e va tierra”: “Sostenían, escribe Hobbes, que el reino de Cristo sobre la tierra había de empezar ya en estos tiempos [y que] no debía haber otro soberano que el Rey Jesús, ni nadie que gobernara por debajo de él salvo los santos [es decir, ellos mismos, los calvinistas]”. Santos porque se consideraban los únicos intérpretes fieles de la Escritura y conocedores de los designios de la voluntad divina. Contra ellos recordaba Hobbes la frase evangélica “Mi reino no es de este mundo”.

A partir de ahí, se les debe a los puritanos la idea enteramente nueva, raíz del auténtico pensamiento y êthos político revolucionario, de transformar el mundo mediante la política inspirada por la religión. El enfervorizado espíritu moralista exaltador de la virtud, sobre todo de la justicia, de la revolución francesa era el del puritanismo; basta recordar que el más prominente de sus guías intelectuales fue el calvinista ginebrino Rousseau. El puritanismo transformado en socialismo (y en nacionalismo) tras la revolución, transformó el laicismo de origen eclesiástico en el laicismo revolucionario dispuesto a implantar “el nuevo cielo y la nueva tierra”; o mejor, en términos socialistas, la nueva tierra como el lugar del cielo, si bien su derivación, la teología de la liberación, ha vuelto a invocar literalmente la frase apocalíptica.

Ese laicismo socializante de origen puritano, devenido revolucionario y militantemente anticristiano, nihilista tras la última guerra civil europea y la revolución culturalista del 68, es el que rechaza confusamente el islam, inquieta a las demás culturas y civilizaciones y la causa principal de que Europa, sumida en una grave crisis cultural y de descivilización, no encuentre su sitio en lo que puede ser un nuevo tiempo-eje en la historia de la humanidad.

 

[1] Vid. Th. RUSTER, El dios falsificado. Una nueva teología desde la ruptura entre cristianismo y religión, Madrid, Sígueme 2010. Según Ruster, la ruptura se produjo con Pascal, crítico del dios de los filósofos. Por cierto, Rousseau, se ha dicho muchas veces, postuló una religión sin cristianismo.

[2] M. WALZER, La revolución de los santos. Estudio sobre los orígenes de la política radical (1965), Buenos Aires, Katz, 2008. 2, II, pág. 42. Decía Ortega, que toda auténtica revolución está hecha previamente en las cabezas. Y Walzer estudia la introducción intelectual por los puritanos de la idea de revolución como algo posible, antes de la guerra civil. En ésta de introdujeron cambios en las actitudes, la conducta y el aumento del peso de la política y el interés de los calvinistas en ella, quebrantando la tradición religiosa, con la que rompieron los puritanos.

[3] “Desde los días de los santos, escribe Walzer, hubo bandas de radicales políticos que intentaron, una y otra vez, ansiosa, enérgica y sistemáticamente, transformarse a sí mismos y a su mundo…La mera aparición de los santos sugiere la ruptura de un antiguo orden en el que no eran concebibles ni los autodidactas puritanos ni los exiliados políticos ni las asociaciones voluntarias de hermanos laicos”. Comparándolos con los que llamaba Lenin “líderes”, “gerentes” y “controladores”, prosigue Walzer, los santos calvinistas fueron la primera de esas bandas de magistrados revolucionarios que buscaron, sobre todo, el control y el autocontrol. En diferentes contextos culturales, en diferentes momentos, la santidad tomará diferentes formas y los santos llevarán a la práctica diferentes revoluciones”. Op. cit., 8, II y III, págs. 327-328.

[4] Madrid, Tecnos, 1992.