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Número 497-498

Serie XLIX

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Una medalla tradicional para un pensador tradicional

Hay una faceta no demasiado sabida de Juan Vallet de Goytisolo, al menos en España, que, a mi entender, no desmerece de aquella otra por la que es generalmente conocido y reconocido, la de figura cumbre de nuestro derecho civil contemporáneo.

Me refiero a sus estudios de derecho natural, sociología, derecho político, doctrina social católica y aun historia de personas e instituciones que hacen de él importante figura también en ese campo. Y, dentro de él, en la corriente de pensamiento tradicional entendido éste en un sentido amplio de ideales comunes y no en el estrecho de partidismos a los que Juan Vallet siempre rehusó obediencias.

Y que esto es así se comprueba por el escaso número de citas y trabajos sobre este Vallet en comparación con los que se refieren a su obra de civilista.

Pese a sus numerosísimos trabajos —libros, artículos y conferencias— y a ser el animador y director de la revista Verbo, con veintiocho años de aparición ininterrumpida y 280 números publicados hasta hoy, que hacen de ella, con sus más de treinta mil páginas, una de las más importantes aportaciones a la vida intelectual en España e Hispanoamérica, estoy seguro de que muchos de los admiradores del Vallet maestro en derecho civil ignoran este otro espacio al que Juan Vallet viene dedicando tanto estudio y tanta obra.

Del entorno de Verbo y de habituales colaboradores en esa revista han salido los principales trabajos que hasta hoy se han dedicado a este Juan Vallet al que nos venimos refiriendo. El de Estanislao Cantero, Sociedad y Estado en Vallet de Goytisolo, y el de Miguel Ayuso, El lugar intelectual de Verbo, publicados ambos en Razón Española.

Bien poca cantidad, que no calidad, para tanta obra. Y ahora, en este merecidísimo homenaje que la Junta de Decanos de los Colegios Notariales de España (Consejo General del Notariado) le ofrece, ocurrirá seguramente lo mismo. Por ello, mi modesta aportación quiere ir dedicada al otro Juan Vallet.

A ese Vallet que el 11 de febrero de 1986 fue elegido académico de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas para la medalla número 14. Hacía muchos años que ya lo era, naturalmente, de la de Jurisprudencia y Legislación.

Y ha querido la casualidad que la medalla a la que fue llamado sea la que bien podemos calificar de medalla del pensamiento tradicional.

Su primer titular fue Mariano Roca de Togores, marqués de Molíns que desde 1857 la llevó hasta su muerte en 1889. Y es el único de los nueve académicos poseedores de la medalla que no cabe adscribir al pensamiento tradicional. No era, ciertamente, un progresista ni, mucho menos, un radical. Ejemplar típico del moderantismo fue una de las brillantes carreras que se hicieron tras la sombra del "espadón de Loja".

Iniciada su carrera electoral en Murcia, Albacete y Alicante, supo conservar su clientela a lo largo de los años tanto en distritos de esas provincias como en el de Ferrol, que le enviaba repetidamente al Congreso hasta que, a fines de 1853, jura como senador vitalicio, abandonando la Cámara baja por la Alta. Ya había conseguido el marquesado de Molíns en 1847 y, poco antes y por breves meses, había recaído sobre él la responsabilidad de la Cartera de Comercio, Instrucción y Obras Públicas en el Gabinete que presidió el duque de Sotomayor.

Ese efímero gobierno le debió despertar el apetito ministerial y en ese mismo año de 1847 le vemos al frente de la Marina, cartera que desempeñará desde el cuatro de diciembre de ese año hasta el catorce de enero de 1851 con el brevísimo paréntesis del ministerio relámpago de Cleonard, que no llegó al día de duración.

Volverá a desempeñar el mismo cargo durante casi un año, esta vez con Sartorius en la presidencia, cayendo con la revolución de 1854. Y de nuevo será, por breve tiempo, ministro de Marina con Cánovas tras la Restauración. Los que en 1854 estaban en campos enfrentados están ahora en el mismo gobierno. Molíns no había cambiado, seguía siendo conservador. Y aún será, también por poco tiempo, ministro de Estado bajo la presidencia de Martínez Campos.

Grande de España desde 1863, director de la Academia Española, caballero del Toison de Oro, alcalde de Madrid, académico de la Historia y de Bellas Artes, presidente del Ateneo, embajador en Londres y en París... Es una de las grandes figuras del partido conservador aunque no cabe tenerlo por tradicional.

Su sucesor, elegido en 1889, tomó posesión en 1891 llevando la medalla hasta su muerte, en 1912. Fue Marcelino Menéndez Pelayo, figura egregia del pensamiento tradicional español. Sobre él podrían escribirse miles de páginas mas es tan conocido su significado que basta con citar su nombre como segundo titular de la medalla que hoy posee Juan Vallet.

Miguel Asín Palacios, sacerdote aragonés, nacido en Zaragoza en 1871 y muerto en San Sebastián en 1944, también director de la Academia Española y académico de la Historia fue, sobre todo, un eminente arabista. Fue el primer candidato en el que pensaron las autoridades de la España nacional para presidir la Academia Española. Es una de las figuras afines a la España tradicional. Elegido académico en 1912, fallece en 1944.

Efímero fue el paso por la medalla de Manuel Barbado Viejo, dominico, hermano del que fue obispo de Salamanca, también de la orden de predicadores. Electo a fines de 1944, presentó en seguida su discurso de ingreso pero no llegó a leerlo a causa de su fallecimiento el 3 de mayo de 1945. Este asturiano nacido en La Cortina en 1884 descuella en los estudios de psicología en los que fue pionero en nuestra patria. Aunque no es de las figuras destacadas del pensamiento tradicional puede situársele entre los afines.

A su muerte pasa la medalla a otro eclesiástico, Enrique Plá y Deniel, electo el 12 de febrero de 1946. Cuando fue elegido ya era arzobispo de Toledo aunque no cardenal pues la púrpura le llegaría seis días más tarde. En la sede primada había sucedido al insigne cardenal Gomá el 31 de octubre de 1941.

Tenía gran experiencia episcopal pues data de 1918 su consagración como obispo, en jovencísima edad ya que había nacido en Barcelona en 1876. Su primera sede fue Ávila y en 1935 es trasladado a Salamanca. Entre sus obras más significativas citaremos Balmes y el sacerdocio y numerosas pastorales cuyos títulos indican claramente, cuál era el pensamiento del obispo. Así, El legítimo obrerismo y la herejía socialista (1924), La realeza de Cristo y los errores del laicismo (1926), Las dos ciudades (1936), una de las más importantes pastorales en justificación del alzamiento de 1936, El triunfo de la ciudad de Dios y la resurrección de España (1938), La canonización de Pío X (1954).

Fue el cardenal primado notable figura dentro del pensamiento tradicional, aunque no llegara a la inmensa talla de su predecesor en la silla toledana, el también catalán Gomá. No pudo Plá y Deniel dar en la Academia muestra de su preparación y capacidad por cuanto, al no presentar su discurso en el plazo que determinan los estatutos, en 1949 se declaró vacante su medalla. No existe la menor duda sobre el tradicionalismo del cardenal.

En 1949 es elegido José Pemartín Sanjuán que tomará posesión el 29 de enero de 1951, poseyendo la medalla hasta su muerte el 6 de febrero de 1954. La adscripción de Pemartín al pensamiento tradicional no es dudosa. En la Antología de Acción Española figura su España como pensamiento que indica claramente cuál era el de Pemartín y su vinculación al movimiento intelectual que fundara Eugenio Vegas con Maeztu y Quintanar y en el que se integró todo el pensamiento tradicional y parte del que se le aproximaba. También en la editorial de Acción Española se publicó Qué es "lo nuevo", también libro inequívoco.

Es buena muestra del íntimo pensamiento de Pemartín la carta que en septiembre de 1937 escribió a Eugenio Vegas, y éste reproduce en el tomo segundo de sus Memorias, preocupado por las inclinaciones falangistas, con influencias herrerianas, de su primo José María Pemán. Creo totalmente acertado lo que dice Eugenio Vegas sobre su amigo Pemartín y el citado escrito:

"Juzgo de extraordinaria importancia esta carta, firmada por quien no era, ni mucho menos, enemigo declarado del joven movimiento político en el que militaba, como indiscutible camisa vieja, su hermano Julián. Pero, lo mismo que yo, Pemartín no veía claro cuáles eran las ideas de la Falange. Con toda exactitud percibía, en cambio, el empeño decidido que hubo, desde el primer momento, en hacer desaparecer al Requeté, con todo lo que ello significaba de animosidad contra las ideas tradicionales que encarnaban los principios del Derecho público cristiano".

El mismo Vegas le define así en sus citadas Memorias: Pedro Sainz Rodríguez le nombró director general cuando ocupó el Ministerio de Educación, "bien consciente de su eficacia y capacidad de trabajo. Era hombre de muy sólida formación, aunque bastante difuso y lato en la exposición de sus ideas, lo mismo de palabra que por escrito. Cualidad destacada suya fue siempre, además, la inconmovible firmeza de sus fidelidades".

A Pemartín le sucedió en la medalla Cirilo Tornos Laffite, electo el 23 de marzo de 1954, que tomó posesión dos años más tarde y fue poseedor de la medalla hasta su muerte el 18 de septiembre de 1963.

Tornos era un famoso abogado de acendradas y militantes ideas católicas. En 1932 formó parte de la candidatura monárquica que se opuso a la republicana que quería repetir la victoria obtenida en la Academia de Jurisprudencia y Legislación cuando se habían presentado, encabezados por Niceto Alcalá-Zamora, actual presidente de la República. Esta vez el triunfo, con todo lo que ello políticamente significaba, fue para los monárquicos a cuyo frente iba Antonio Goicoechea. Tornos obtuvo la vicepresidencia tercera.

Durante la guerra de 1936 fue encargado por el Gobieno nacional de dirigir importantes procedimientos en tribunales extranjeros como los de Londres y París. No eran dudosas sus simpatías políticas. Como no lo eran sus convicciones religiosas. En 1932, cuando la ley republicana de Congregaciones estuvo a punto de hacer desaparecer la enseñanza religiosa en España, se hizo cargo de la presidencia de la Confederación Católica de Padres de Familia. En 1940, y hasta 1946, de la presidencia nacional de los Hombres de Acción Católica.

Por fin llegamos a la octava medalla, la inmediata anterior a la que hoy posee Juan Vallet. Recayó en Eugenio Vegas Latapie que, elegido en enero de 1964, tomó posesión en diciembre de 1965 y la poseyó hasta su muerte el 19 de septiembre de 1985.

La vinculación de Eugenio Vegas con Juan Vallet iba mucho más allá del profesar unos ideales comunes. Porque los vivían, soy testigo de ello, en la amistad y en la admiración recíproca. Y posiblemente la causa más determinante de la existencia de este otro Vallet al que me vengo refiriendo sea la amistad con Eugenio Vegas, propagandista incansable de sus convicciones.

Más que un pensador tradicional, que lo fue —ahí están sus escritos: Romanticismo y Democracia, Catolicismo y República, El pensamiento político de Calvo Sotelo, Escritos políticos, Consideraciones sobre la Democracia, los dos volúmenes de sus Memorias...— nos encontramos en Eugenio Vegas sobre todo con un extraordinario hombre de acción al servicio de las ideas tradicionales. En varias ocasiones me he referido más extensamente a ello. A esos escritos me remito y a las tan citadas Memorias de Eugenio Vegas que son una apasionante historia de aventuras al servicio de la tradición. Intentaremos solo una brevísima síntesis de lo que fue Eugenio Vegas.

Su obra principal fue sin duda Acción Española. El fue el creador y el animador de aquella empresa intelectual que a todos parecía imposible. La monarquía derrumbada y, con ella, todo lo que parecía tradición. Los templos, incendiados. Los intelectuales de la derecha, dispersos y acobardados.

El Ejército, en vías de liquidación. La izquierda más extrema, arrolladora y, al parecer, incontenible. Y frente a todo ello, un joven provinciano, sin apenas relaciones en Madrid y a quien sólo daba un cierto tono de presentabilidad una brillante oposición recién ganada. Pero con una voluntad de hierro puesta al servicio de su claro entendimiento.

Y lo que parecía imposible, se consiguió. En Acción Española se fueron reuniendo los que, por dispersos, parecían ni existir. Y con Maeztu, Calvo Sotelo, Pradera, Pemán, Montes, Sáinz Rodríguez, Pemartín, Rodezno, De la Cierva, Marquina, Riber, Arrarás... se creó la Covadonga de la España que renacía. Académicos, catedráticos, políticos, religiosos, militares... Aquel joven los dirigía, los mandaba y, sobre todo, los unía. Y la religión, la tradición, la monarquía, la derecha, el ejército dejaron de ser vergonzantes y se mostraron con orgullo y con honor.

Después vino lo que vino. Muchas cosas necesarias para la supervivencia de España. Otras cosas tal vez menos claras o menos en la línea de lo que quería Eugenio Vegas. Pero la historia es así. Y en un momento de ella, en un momento importante, Eugenio Vegas estaba allí.

Años después se encontraron Vegas y Vallet. El ya ilustre notario conocía a Eugenio Vegas desde sus años casi niños. Y precisamente por Acción Española. Que influiría en cierto modo en otra faceta, desconocida también y heroica, de Juan Vallet que no voy a contar ahora. Lo cierto es que de aquel encuentro entre el viejo propagandista del derecho público cristiano, que no era tan viejo pero estaba cansado, y el joven y brillante notario surgió una hermosa amistad y la segunda gran obra intelectual de Eugenio Vegas, Verbo, aunque en esta ocasión el timonel fuera la inteligencia preclara de Juan Vallet de Goytisolo.

Me consta el interés de Eugenio Vegas por que Vallet le acompañara en la Academia de Morales y Políticas. No lo consiguió en vida. Fue precisamente su medalla la que, a su muerte, pasó a Juan Vallet. Ninguna le pudo agradar más.

Por lo expuesto creo que a nadie le cabrá la menor duda de que no exageraba al llamar tradicionalista a la medalla de Juan Vallet. Pero, ¿son todas así? Veremos que no. Y, por razones obvias, no me referiré a los titulares actuales de las medallas.

Francisco José FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA